o peor era no saber en dónde estaba. Confuso sólo conocía la casa de Dimitri Dimitrovich, la vereda de la casa, y una parte del Parque Centenario. La única vez que había salido de su barrio había sido cuando los del canal de televisión los habían llevado a él y a Nerviosa al programa «Contanos tu historia, por ridicula que sea».
Ahora estaba en un lugar desconocido, con olores absolutamente extraños. Se sentía muy triste y dos pensamientos rondaban su cabeza: «perro de la calle» y «salchichas». Al primer pensamiento había llegado después de pensar que desde ahora en adelante nunca más tendría un hogar ni un humano que lo cuidara. El segundo pensamiento apareció porque vio un cartel publicitario en el que un chico comía una rica salchicha.
Confuso había probado una sola salchicha en su vida. En una de las tantas peleas de los vecinos divertidos, la mujer le arrojó una salchicha a su marido pero con tanta fuerza que fue a parar al patio del señor Dimitri. En realidad no fue a parar al patio porque, antes de que cayera, Confuso la tomó en el aire.
Lo recordaba perfectamente: vio venir la salchicha, así que dio un salto, abrió la boca y la tomó al vuelo con extraordinaria destreza. Estaba riquísima.
Después fue a pedirle a Dimitri que le hiciera salchichas pero su dueño respondió que de ninguna manera le daría esos productos que se hacen con restos espantosos de quién sabe qué cosa que tiran en las carnicerías. Que lo mejor era comer verduras.
—Igual me gustan las salchichas —le respondió Confuso en ese momento.
Dimitri Dimitrovich siguió enumerando cosas horribles que contenían las salchichas y Confuso no dejó de pedirle que igual las comprara. Hasta que Dimitri le dijo que las salchichas se hacen con carne de ¡perro! Seguramente era mentira pero Confuso ya no pudo pedirle que las comprara.
Por eso, ahora, cuando se juntaron el pensamiento «perro de la calle» y el pensamiento «salchichas», Confuso sintió miedo, porque el tercer pensamiento fue: «¿Y si soy raptado por humanos malos dedicados a fabricar salchichas con carne de perro?».
Como en las peores pesadillas, no bien terminó de pensar eso se pararon frente a él dos hombres de fiero aspecto y uno de ellos dijo:
—¡Ése! ¡Metámoslo en la jaula!