l ser sorprendido por el tren que se le venía encima, el enorme perro blanco se asustó tanto que salió disparado. Como un huracán, avanzó paralelo a las vías y atravesó un largo túnel, para llegar al fin a una estación. Siguió corriendo, derribó a varias personas, bajó unas escalinatas, atravesó una calle y siguió como si nada pudiera detenerlo.
Hitoshi nunca había volado a tanta velocidad ni esquivado tantos obstáculos. No quería que el perro se le perdiera de vista, y a la vez temía que en uno de los alocados cruces el perro fuera embestido por un automovilista.
Sin embargo, quien chocó fue Hitoshi.
Hitoshi iba volando a trece metros detrás del perro y a otros trece de altura y al doblar en una esquina embistió… ¡a otro ángel! Los dos cayeron pesadamente sobre el toldo de lona de un negocio.
Medio mareados, tardaron unos minutos en recobrarse.
El otro ángel estaba furioso.
—¡Torpe! ¿Dónde aprendiste a volar? ¿Así te enseñaron en la escuela? ¿Y el respeto hacia los demás?
Los dos estaban golpeados. Hitoshi tenía un golpe en la frente y el otro se quejaba de un dolor en la espalda, entre las dos alas.
—¡Qué bruto! —siguió quejándose el otro, que parecía tener muchos años, tal vez doscientos o trescientos.
—Discúlpeme, señor…
—¡Qué disculpas ni disculpas!
—Es que estaba persiguiendo al perro que tengo que cuidar y…
—¿Sos ángel de la guarda de un perro?
—Soy cupido, pero ahora estoy suspendido por…
—¿Te suspendieron? ¡Claro, debés ser un inútil que hace todo mal!
—Es que yo… —empezó a decir Hitoshi pero un nudo en la garganta le impidió continuar.
Eso pareció aplacar la furia del otro ángel.
—Está bien, querido…
Era lo peor que podía decir. Hitoshi se largó a llorar de manera incontenible.
—Bueno, bueno, no es para tanto —dijo el ángel viejo—. ¡Basta de llorar!
Hitoshi se limpió los mocos con las alas y dejó de llorar. Cuando se serenó, intentó una explicación:
—Terminé la escuela la semana pasada. Y me equivoqué al tirar las flechas y armé muchos líos.
—No es para tanto. Lo mismo me pasó a mí cuando empecé.
—¿Sí? ¿Usted es cupido?
—Sí. Y ya estaba retirado pero me llamaron de urgencia para hacer un reemplazo por unos días. Parece que un tonto hizo un gran lío en el Parque Centenario. Por lo que me contaron debe ser el ángel cupido más tonto que jamás haya…
La nueva andanada de llanto de Hitoshi hizo que el viejo ángel comprendiera que acababa de decir algo inoportuno.
—¡Soy yo el que hizo ese lío! —dijo Hitoshi.
—Bueno, no quise decir «tonto». Quise decir, no sé qué quise decir.
Al rato, cuando Hitoshi se calmó, pudo preguntar:
—¿Así que le fue mal cuando empezó?
—Sí. Casi me expulsan del cielo. Fue hace unos ciento cincuenta años. Hice que un río se enamorara de una casa. La casa se inundó y hubo muchos problemas. Pero lo hice sin querer. Una flecha cayó en el río y la otra se clavó en una casa.
—Lo mismo me pasó a mí.
—Pero después descubrí cuál era el problema. Después te cuento. ¿Tu nombre?
—Hitoshi.
—Yo me llamo Kamisato. Eguchi Kamisato. Y creo que te puedo ayudar. ¡Vamos, a volar!