imitri Dimitrovich experimentó una rara sensación. Estaba leyendo el diario y de pronto «sintió» que perdonaba a su perro. Qué extraño. ¡Si no estaba pensando en eso! ¿Dónde andaría, su querido Confuso? En todos esos días lo había recordado con enojo, pero en este momento ¡lo extrañaba!
Es que ahora no tenía ni a Milanesa ni a Confuso.
Recordó el juego favorito de Confuso: traer un palo y dejarlo a sus pies, para que Dimitri lo arrojara lejos. Así, treinta, cien, mil veces. Y cuando Dimitri dejaba de arrojarlo, Confuso tironeaba de sus pantalones hasta romperlos. Todos los pantalones de Dimitri tenían flecos en las botamangas.
Otro placer de Confuso era dormir en la cama de Dimitri. Como lo tenía prohibido, muchas veces entraba por la ventana. Confuso era bueno saltando. Ladraba maravillosamente. Adoraba dormir en la cama de Dimitri los días de lluvia. Con las patas embarradas se tiraba sobre la cama y se revolcaba con gracia, ensuciando la fina colcha de color crudo y las sábanas blancas.
Otras travesuras de Confuso, que ahora Dimitri recordaba con ternura, fueron aquella vez en que destrozó una cortina, cuando masticó un bonito reloj, cuando hizo pis sobre un diccionario y cuando volteó el televisor porque estaban pasando una propaganda de comidas para gatos.
¡Qué gran perro era Confuso y qué cariñoso! ¡Dimitri hubiera dado cualquier cosa por tenerlo nuevamente en la casa!
Finalmente, apartó su mente del recuerdo del perro y volvió a mirar el artículo en el diario. ¡Qué desgracia! Era una pésima crítica sobre su nuevo libro. Ya la había leído doce veces, pero la rabia que le provocaba hizo que la leyera una vez más:
Confuso contra los marcianos,
de Dimitri Dimitrovich,
Camiseta Editorial,
104 páginas.
Otro más, ¿cuántos van? de los superficiales pasatiempos que el exitoso escritor Dimitri Dimitrovich dedica a los pequeños lectores. El eterno protagonista de sus libros, el perro Confuso, en este caso enfrenta a una invasión de marcianos que trata de apoderarse de la Tierra.
El libro es, justamente, confuso. A modo de ejemplo: primero parece que las acciones transcurren en el año 2130, pero poco después estamos en el 2430, sin que nada explique ese cambio. Es evidente que se trata de una distracción del autor.
Un personaje secundario, muerto en el capítulo tres, reaparece en el capítulo diez. El perro, que en el capítulo cuatro no sabía cómo utilizar ni una tostadora de pan, en el octavo se vale de un microondas y una bañera para fabricar un vehículo espacial.
Como escritor Dimitrovich carece de ingenio, gracia, inteligencia e imaginación, pero eso no seria tan grave si al menos pudiera llevar adelante un argumento medianamente coherente.
Asombra que utilice tres páginas para describir una naranja (¿cree que los lectores nunca vieron una?), y poco después despacha toda una batalla entre marcianos y terráqueos en media página.
De todas formas, lo peor es cuando Dimitrovich se empeña en ser divertido. En esos casos provoca una rara mezcla de bostezo, pesadumbre y tristeza.
En fin, recomiendo a los padres que tiren a la basura el libro de Dimitrovich. ¡Es preferible que sus hijos miren televisión o se peleen entre ellos!
Irina Bronski
—¡Esta mujer ha arruinado mi carrera! —dijo Dimitri Dimitrovich, y en un ataque de furia hizo pedazos el diario—. ¿Quién es? ¿Por qué me odia? ¡Tengo que encontrarla! —gritó, al tiempo que tomaba la guía telefónica para buscar la dirección de Irina Bronski. Cuando la encontró dio un grito triunfal. Increíblemente esa malvada vivía a dos cuadras de su casa.