espués de las duras reprimendas del director, Hitoshi regresó al Parque Centenario decidido a poner el mayor empeño en mejorar su trabajo. No tenía que dudar, ni tener miedo. Debía tener confianza en su capacidad. No podía medir el tiro durante horas sin animarse a disparar el flechazo. La gente del barrio andaba mal por su culpa. ¡Trece enamoramientos por mes era el plan y hasta el momento él no había conseguido ninguno!
Hizo un vuelo rasante sobre las personas que caminaban por el parque, midiendo con el detector de solitarios. Hasta que al fin identificó a un señor pelado.
El señor pelado tomaba sol, de pie, apoyado en su bicicleta, frente a un puesto de artesanías. Tenía un aro en la oreja y un tatuaje en el brazo. Su aspecto era el de un músico o artista plástico al que le gustan los deportes, la lectura y las artesanías. Hilando más fino, no debía de ser un gran músico ni deportista, ni lector, ni nada, pero sí una buena persona, interesada en muchas cosas a la vez.
Hitoshi se arrodilló sobre el techo del puesto de artesanías, a pocos metros del hombre, y extendió la cuerda de su arco. La flecha dio en el corazón del señor pelado.
La siguiente flecha iba directo al corazón de una mujer pelirroja que se encontraba allí para preguntar por una perrita que aparentemente había perdido.
El detector de solitarios marcaba siete para el pelado y seis para la pelirroja. ¡Eran la pareja casi ideal! Entre los dos sumaban trece puntos de soledad.
Pero justo en el momento en que Hitoshi lanzó la segunda flecha, la mujer estornudó haciendo un brusco movimiento hacia el costado. La flecha fue a parar al piso. ¡El hombre se enamoró de la sombra de la mujer!
Los desaciertos siguieron.
Nervioso, Hitoshi no dejaba de probar puntería.
Una chica se hizo novia de un teléfono público.
Un cuidador del parque le propuso casamiento a una hamaca.
Una mujer policía se enamoró de un perro de policía.
La mujer pelirroja, de cuya sombra se había enamorado el señor pelado, se enamoró a su vez de un semáforo.
Por momentos Hitoshi se distraía y olvidaba arrojar la segunda flecha, con lo cual una persona se enamoraba… de nadie. La persona se sentía feliz, reía y bailaba, hasta que de pronto se preguntaba: «¿Pero… de quién estoy enamorada? ¡De nadie! ¡Sin embargo estoy enamorada! ¿Pero de quién? ¡Dios, me estoy volviendo loca!».
Para empeorar las cosas, cuando Hitoshi se calmó y dejó de tirar flechas, apareció Kikuchi. Hitoshi estaba sentado sobre la rama del árbol más alto, pensando en cómo podía mejorar su puntería, cuando vio que el odioso Kikuchi estaba sentado al lado de él, haciéndole muecas.
Al ver la clase de enamorados que había en el parque, Kikuchi no dejó de reír y de burlarse de Hitoshi.
—¡Cuando se enteren arriba, te van a expulsar del cielo, Nariz! —le dijo, matándose de risa—. ¿Y? ¿No eras el mejor alumno?
Ese mismo día Kikuchi voló hasta la nube oscura de los cupidos para denunciar la deficiente tarea de Hitoshi. Pero no era el primero: el cupido encargado del amor entre perros, el cupido responsable del amor entre objetos, el ángel de la guarda de los semáforos, el ángel de la guarda de los perros de policía, el ángel de la guarda de las sombras… todos habían ido a quejarse de Hitoshi:
—¿Por qué Hitoshi se mete donde no le corresponde? —decían a gritos, golpeando el escritorio del director.