6

A la mañana siguiente, Emilia cargó con el peso de la responsabilidad con algo más de despreocupación y se alegró ante la perspectiva del viaje. Le parecía emocionante ir a la ciudad en la que la abuela había estado cuando tenía su misma edad. Durante el viaje empezó a hacerle preguntas sobre la ciudad, la universidad, los programas de estudios, la vida estudiantil; dónde se había alojado, qué comía y cómo se divertía; si tras la guerra prefirió pasarlo bien o hacer dinero, si ligaba mucho y qué método anticonceptivo usaba.

—¿Conociste al abu cuando eras estudiante?

—Nos conocimos de niños; nuestros padres eran amigos.

—No suena muy emocionante. Yo quiero algo más emocionante. He cortado con Felix porque no quiero arrastrar una historia del colegio a la universidad. Una nueva etapa es una nueva etapa. Felix estaba bien, pero ahora quiero algo más que sólo bien. He leído que las cosas podían funcionar cuando los padres concertaban el matrimonio de sus hijos, pero a mí eso no me gustaría. Yo…

—Pero es que no fue así. Nuestros padres no decidieron que nos casáramos. Eran amigos y nosotros nos vimos de niños alguna vez; eso es todo.

—No sé. Los padres transmiten mensajes a sus hijos de los que éstos ni siquiera son conscientes y de los que quizá ni siquiera los propios padres lo sean. Piensan simplemente que sus hijos son de familia, estatus y economía similares y que estaría bien que se casaran. Lo piensan siempre que ven a sus hijos juntos. Y hacen comentarios, alusiones y sugerencias que se van quedando grabados.

Emilia siguió hablando. Había leído que en los años cincuenta había chicas que todavía creían que podían quedarse embarazadas por darse un beso con un chico; que había hombres que presentaban la demanda de separación al día siguiente de la boda si comprobaban que sus mujeres no eran vírgenes; que los deportes se habían popularizado entre las chicas porque así podían decir que se les había roto el himen al practicarlos; que las jóvenes se echaban vinagre en la vagina después de hacer el amor para no quedarse embarazadas y que se pinchaban el útero con agujas de tejer para abortar.

—Me alegra que hoy en día las cosas no sean así. ¿No teníais un miedo espantoso la noche de bodas? ¿Fue el abu el único hombre con el que te acostaste en tu vida? ¿No tienes la sensación de haberte perdido algo?

Ella miraba a su nieta mientras hablaba, con su linda carita, sus ojos alegres, la barbilla enérgica y aquella boca que se abría y se cerraba sin parar y que no decía más que una tontería detrás de otra. No sabía si reírse o enfadarse. ¿Toda su generación sería así? ¿Vivirían todos tan exclusivamente en el presente que sólo podían percibir el pasado de una manera distorsionada? Intentó hablarle de la época de la guerra y la posguerra, de los sueños que tenían entonces las jovencitas y las mujeres, de los jóvenes y los hombres con los que se veían y de las relaciones entre los dos sexos. Pero lo que le contaba le sonó como una historia incolora e insípida y se puso a contarle cosas de su propia vida. Al llegar al momento del beso, después del baile, se irritó con ella misma: debería haberse callado la historia con el estudiante manco, pero ya era demasiado tarde.

—¿Cómo se llamaba?

—Adalbert.

Emilia no volvió a interrumpirla. La escuchaba totalmente concentrada, y cuando, en su relato, llegó a la despedida en el andén, agarró la mano de su abuela. Sospechaba que la historia no iba a tener un final feliz.

—¿Qué dirían tus padres si vieran que quitas una mano del volante? —preguntó soltándose de la mano de Emilia.

—¿Y no has sabido nada más de él?

—Apareció en Hamburgo unas semanas después, pero no hablamos. Yo no quise verlo.

—¿Y sabes qué fue de él?

—Una vez, en una librería, vi un libro suyo. No tengo ni idea de si es periodista, catedrático u otra cosa. No miré el libro.

—¿Cómo se apellida?

—Eso no te incumbe.

—No seas así, abuela. Sólo quiero enterarme de qué ha escrito el hombre del que mi abuela se enamoró y que se enamoró de ella. Porque estoy segura de que él se enamoró tanto de ti como tú de él. ¿Conoces ese dicho inglés que dice Now, if not forever, is sometimes better than never? Pues es verdad. Por como me lo has contado, tus recuerdos no son amargos ni dulces. Son agridulces.

Ella titubeó unos instantes.

—Paulsen.

—Adalbert Paulsen —dijo Emilia, grabándose el nombre en la memoria.

Habían salido de la autopista e iban por una carreterita que seguía las curvas de un río. ¿Fueron entonces de excursión caminando junto al río? ¿Fue por la otra orilla, donde no había ni carretera ni vías del tren? ¿Descansaron en el merendero al que se llegaba en una balsa? No estaba segura de si reconocería el merendero, el castillo y el pueblo. Quizá fuese el ambiente del río, el bosque, las montañas y los viejos edificios lo que no hubiese cambiado. Les gustaba ir de excursión con el pan, el vino y el embutido de carne en la mochila, ir al río a nadar y tumbarse al sol.

Ya estaban a punto de llegar. No tenía sentido dormirse ahora, pero a pesar de ello se quedó dormida y no se despertó hasta que Emilia aparcó frente al hotel que había encontrado aquella misma mañana por Internet.