Oyó pasos y reconoció los de su mujer. Se desplazó al extremo del banco para que ella pudiera sentarse a su lado.
—¿Has oído el coche?
Ella se sentó sin contestarle y, cuando él fue a pasarle un brazo por los hombros, se inclinó hacia delante, de modo que el gesto de él cayó en el vacío. Levantando en alto la botella con el cóctel, le preguntó:
—¿Es esto lo que creo?
—¿Y qué crees?
—No juegues conmigo, Thomas Wellmer. ¿Qué es esto?
—Es un medicamento muy fuerte. Hay que conservarlo refrigerado y no debe caer en manos de los nietos.
—¿Por eso lo has escondido en el frigorífico, detrás de la botella de champán?
—Sí, y no comprendo por qué…
—Tengo unos dolores fortísimos desde que he encontrado esta botella, porque quería preparar una comida especial para ti y para mí con champán. Unos dolores fortísimos. Así que lo mejor será que me la beba —dijo, desenroscando el tapón y llevándose la botella a la boca.
—¡No bebas!
Ella asintió.
—Una noche, cuando estemos todos juntos tan a gusto, tienes pensado salir, beberte la botella, volver a entrar y quedarte dormido. ¿Piensas decirnos que estás muy cansado, que quizá te quedes dormido y que te dejemos descansar?
—No lo he planificado con tanta exactitud.
—Pero pretendías hacerlo sin decirme nada, sin preguntarme mi opinión, sin que lo hubiéramos hablado. Eso sí que lo tenías planeado, ¿verdad?
Él se encogió de hombros.
—No entiendo por qué te pones así. Quería marcharme cuando el dolor fuera insoportable. Quería irme sin causar problemas a nadie.
—¿Te acuerdas de nuestra boda? «Hasta que la muerte os separe». No hasta que te enredes con la muerte y te largues con ella. ¿Y recuerdas que te dije que no quería la felicidad de un verano que acabará en unas pocas semanas? ¿Es que creías que no iba a averiguar la verdad? ¿O pensabas que lo haría cuando ya estuvieras muerto y entonces ya no podría pedirte explicaciones? No me has engañado con ninguna amante, pero esta manera de engañarme no es mejor, es peor.
—Pensé que no os daríais cuenta. Pensé que sería una bonita despedida. ¿Qué habrías hecho tú…?
—¿Una bonita despedida? ¿Que te vayas y yo ni me entere de que te vas puede ser una bonita despedida? Eso no es una despedida. O, en todo caso, no es despedirte de mí. No te despides de mí, sino de ti, y a mí quieres tenerme de comparsa.
—Sigo sin entender por qué te indigna…
Ella se levantó.
—Claro, no entiendes lo que estás haciendo. Mañana se lo explico a nuestros hijos y luego me largo. Tú puedes hacer aquí lo que te dé la gana. Yo no voy a quedarme para hacer de comparsa, y me extrañaría mucho que nuestros hijos se quedaran.
Dejó la botella sobre el banco y se marchó.
Él sacudió la cabeza. Algo se había torcido, aunque no sabía exactamente qué. Pero de lo que no cabía ninguna duda era de que algo no había salido como debería. Tendría que hablar con su mujer a la mañana siguiente. Hacía mucho que no la había visto tan indignada.