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En el vuelo de Reikiavik a Frankfurt también nos sentamos uno al lado del otro. Ya no hablamos mucho. Me preguntó si tenía mujer e hijos. Yo soy parco en palabras cuando se trata de mi mujer, que ya ha muerto, y de mi hija, que me ha abandonado. Que mi mujer seguiría viva y mi hija continuaría conmigo si les hubiera dado más… ¿Cómo iba yo a hablar de eso? Aunque quizá no sea así y me esté haciendo reproches innecesarios.

Yo esperaba a ver si volvía a pedirme el pasaporte. La verdad es que no me gusta hablar de problemas personales con gente extraña. Ya tengo bastante con solucionar los problemas de la circulación. Exigen toda mi dedicación y la merecen; si se solucionaran, el mundo sería un lugar mejor. Me siento orgulloso de haber desarrollado un concepto circulatorio para México que resuelve esos atascos de tráfico que se daban día tras día, y que lleva a la ciudad, que antes apestaba, a poder respirar. O podría haberlo hecho si los políticos lo hubieran implantado correctamente.

Pero mi vecino de asiento ya no era un extraño. Habíamos estado sentados uno al lado del otro en la oscuridad, nos habíamos bebido juntos una botella de Pinot Noir, yo había escuchado su historia, le había oprimido la mano y le había puesto la mía sobre el hombro. Decidí dejarle mi pasaporte.

Pero él no volvió a sacar el tema y a mí no me gusta meterme donde no me llaman. Como estábamos en la última fila de la zona superior, cuando el avión se colocó para engancharse a la pasarela de la pista en el aeropuerto de Frankfurt fuimos los primeros en la zona inferior y en la puerta de salida. La verdad es que no me hace mucha gracia esa costumbre actual de darse abrazos y besos, pero respondí a su abrazo: dos hombres, dos extraños en la noche, se habían encontrado, habían charlado y, a pesar de no haberse dado todo lo que hubieran podido, habían establecido cierta cercanía. Aunque también puede ser que respondiera a su abrazo con especial cordialidad porque había bebido champán y estaba un poco achispado.

Luego abrieron la puerta y mi vecino, en vez de ir tirando de la maleta, la cogió en volandas y se fue a la carrera. En el edificio del aeropuerto ya no lo vi, ni tampoco en el puesto de control de pasaportes. Se había ido.