Volví a asir su mano y a apretársela. ¿Cómo puede vivir una persona con semejante pregunta? Pero de pronto no era sólo el ruido del motor del avión lo que me sonó raro.
—¿No me había dicho usted que su historia salió en todos los periódicos y en todos los canales de televisión? Para los medios de comunicación que alguien caiga de una terraza no es un asunto tan interesante.
Se tomó su tiempo para contestar.
—Es que también estaba lo del dinero.
—¿Qué dinero?
—Bueno —empezó a decir lentamente y con preocupación—, el agregado le dijo que yo se la había vendido. Ella no le creyó, pero luego le dio muchas vueltas al asunto, y a veces me hacía preguntas acerca de eso o hablaba de ello con su amiga. Después de su muerte, la amiga se lo comentó a la policía.
—¿Y eso fue todo?
—La policía encontró el dinero en mi cuenta. Cuando me ingresaron los tres millones, intenté devolverlos de inmediato, pero se habían entregado en metálico en Singapur, Delhi o Dubai y no se podían devolver.
—¿Alguien le ingresó en su cuenta tres millones así por las buenas?
Suspiró.
—Al principio de conocernos, el agregado hacía bromas imitando a esos beduinos que siguen con sus tradiciones. «Rubia muy bonita. ¿Cambias mujer? ¿Quieres camellos?». Yo le seguía el juego y hacíamos como si negociáramos y regateáramos. Ciframos el precio de un camello en tres mil y yo dije que mi novia valía mil camellos. Era un juego.
Yo no daba crédito a lo que estaba oyendo.
—¿Un juego? ¿Un juego en el que acabó por decir, entre risas, que de acuerdo y que aceptaba? Y cuando viajó a Kuwait, ¿no sintió miedo de que aquel juego pudiera convertirse en realidad?
—¿Miedo? No, no tuve miedo. Sólo sentí curiosidad por saber si seguiría con sus bromas, ofreciéndome mil camellos o caballos de carreras o coches deportivos. —En ese momento volvió a ponerme la mano sobre el brazo—. Ya sé que cometí un tremendo error. Pero si conociera usted al agregado, me entendería. Había sido educado en un colegio privado en Inglaterra, era culto, ingenioso, un hombre de mundo. La verdad es que siempre creí que aquello era un juego intercultural completamente inofensivo.
—Pero al desaparecer su novia… En cualquier caso, al ver ese dinero en su cuenta debió suponer en manos de quién estaba ella. ¿Cuándo recibió el dinero?
—Al volver de Kuwait lo tenía en mi cuenta. ¿Qué debería haber hecho? ¿Tomar un vuelo a Kuwait y decirle al agregado que le devolvía el dinero y que él me devolviera a mi novia? ¿Pedirle al ministro de Asuntos Exteriores que hablase con el emir? ¿Contratar a un par de individuos de la mafia rusa y organizar un asalto al complejo en el que vivía el agregado y en el que probablemente la tenía secuestrada? Ya sé, un hombre de los pies a la cabeza, que ama a su mujer, la saca de allí por la fuerza. Y si muere en el empeño, pues ha muerto en el empeño. Es mejor morir con dignidad que vivir como un cobarde. También sé que, con tres millones, habría tenido dinero suficiente para pagar a la mafia rusa, las armas, el helicóptero y cuanto hubiese sido necesario. Pero eso ocurre en las películas. Ése no es mi mundo. Yo no soy capaz de hacer eso. Los de la mafia rusa se habrían quedado con el dinero, las armas estarían oxidadas y el helicóptero tendría averiada la caja de cambios.