13

No volvieron a hablar de Baden-Baden, ni de Therese, ni de verdades y mentiras. No era como si no hubiese pasado nada. Si no hubiera pasado nada, se habrían peleado con naturalidad, pero los dos ponían mucho cuidado en no chocar. Se movían con cautela. Trabajaron más que al principio y, al final, ella había acabado su artículo sobre la diferencia de sexos y la equivalencia de derechos, y él, una obra sobre dos empleados de banca que un fin de semana se quedan atrapados en un ascensor. Y cuando hacían el amor, lo hacían con cierta reserva.

La última noche volvieron al restaurante de Bonnieux. Desde la terraza vieron la puesta de sol y la caída de la noche. El azul oscuro del cielo se iba volviendo negro intenso, las estrellas brillaban y el canto de las cigarras era ensordecedor. Pero la inminente partida los puso melancólicos. Y a él, además, el cielo estrellado le llevó a pensar en los preceptos morales y en las horas pasadas con Renée.

—¿Me guardas rencor por no haberte hablado más de Therese y no haberle hablado a ella más de ti?

Anne sacudió la cabeza.

—Me produjo tristeza, pero no te guardo rencor. ¿Y tú me lo guardas a mí por haber sospechado de ti y por haberte chantajeado? Porque eso es lo que hice: chantajearte, y tú te dejaste, porque me quieres.

—No, no te guardo rencor. Me da miedo pensar en la rapidez con que se ha descontrolado todo, pero eso es otro asunto.

Ella colocó una mano sobre la de él, pero no fijó en él la mirada, sino que la dirigió hacia el campo.

—¿Por qué somos tan…? No sé cómo denominarlo. ¿Sabes a qué me refiero? Hemos cambiado.

—¿Para mejor o para peor?

Ella retiró la mano, se recostó contra el respaldo de la silla y lo observó con mirada escrutadora.

—Tampoco lo sé. Algo hemos ganado y algo hemos perdido, ¿no crees?

—¿Hemos perdido la inocencia y hemos ganado sensatez?

—¿Y si la sensatez fuese buena, pero al mismo tiempo fuese el fin del amor, y al perderse la confianza ingenua en el otro las cosas no funcionasen?

—¿Acaso esa verdad que dices que necesitas como un suelo firme bajo tus pies no es siempre sensata?

—No, la verdad a la que me refiero y que necesito no es sensata. Es apasionada. A veces es bonita y a veces es fea, puede hacerte feliz o torturarte, pero siempre te hace libre. Y si no lo notas de inmediato, lo notas pasado un tiempo —afirmó con un movimiento de cabeza—. Sí, puede torturarte realmente, y entonces reniegas y desearías no haberte enfrentado a ella. Pero más adelante comprendes que no es la verdad lo que te tortura, sino el trasfondo que esa verdad encierra.

—No te entiendo.

La verdad y el trasfondo que esa verdad encierra… ¿A qué se refería Anne? Al mismo tiempo volvió a preguntarse si no debería hablarle de Renée en ese momento, pues más adelante ya sería demasiado tarde. Pero ¿por qué iba a ser demasiado tarde más adelante? Y si se presentaba la ocasión más adelante, ¿por qué decírselo ahora?

—Olvídalo.

—Pero es que me gustaría entender lo que…

—Olvídalo. Prefiero que me digas cómo va a seguir esto.

—Tú querías un poco de tiempo para pensar en lo de la boda.

—Sí, creo que debería tomarme un tiempo para pensar. ¿Tú no lo necesitas también?

—¿Tomarnos un tiempo?

—Sí, tomarnos un tiempo.