Nada, como pudo comprobar por la noche en su casa. Anne, su novia, no le había dejado ningún mensaje. Y entre las llamadas recibidas tampoco pudo ver ninguna de ella; quizá el número oculto fuese una llamada suya, o quizá no.
La llamó y le dijo que sentía no haber podido llamar la noche anterior desde el hotel, porque se había hecho demasiado tarde; que por la mañana había salido temprano y no había querido molestarla, y le contestó que sí, que el móvil se lo había dejado en casa.
—¿Intentaste localizarme?
—Ha sido la primera noche desde hace semanas que no hemos hablado. Te he echado de menos.
—Yo a ti también.
Y era cierto. La noche anterior le había resultado extraña. La cercanía de otra persona en la cama le había parecido excesiva. No respondía a ninguna cercanía interior, basada en el amor o en el deseo, ni siquiera a la añoranza de calor humano o al temor a la soledad. Compartir la cama con Anne, pasar la noche con ella, le habría parecido normal.
—¿Cuándo vas a venir? —preguntó ella, con tono cariñoso y exigente.
—Creí que ibas a venir tú.
¿Acaso no le había prometido que, tras impartir el curso en Oxford, pasaría con él dos semanas, lo cual le producía al mismo tiempo miedo y alegría?
—Sí, pero para eso aún falta un mes.
—Intentaré ir dentro de dos fines de semana.
Ella se quedó callada. Cuando iba a preguntarle si en esa fecha había algún problema, ella le dijo:
—Tu voz suena distinta.
—¿Distinta?
—Distinta a la de antes. ¿Te ocurre algo?
—No me ocurre nada. Puede que me pasara celebrando el estreno. Me fui tarde a la cama y me he levantado temprano.
—¿Y qué has hecho todo el día de hoy?
—He estado investigando por Heidelberg. Quiero situar una escena allí. —Con la premura por contestar no se le ocurrió nada mejor. Ahora tendría que situar en Heidelberg una escena de su siguiente obra.
Ella volvió a quedarse unos instantes en silencio y luego dijo:
—Esta situación no es buena. Tú allí y yo aquí. ¿Por qué no vienes a escribir aquí, mientras yo doy el curso?
—No puedo, Anne, no puedo. Tengo que ir a ver al director artístico del Teatro de Constanza y al lector de la editorial, y le he prometido a Steffen que le ayudaría en la campaña electoral. Tú crees que yo, a diferencia de ti, puedo organizarlo todo como me guste, pero no puedo dejarlo todo empantanado —le dijo, molesto con ella.
—La campaña electoral…
—Nadie te ha obligado… —iba a decirle que nadie la había obligado a dar aquel curso en Oxford. Pero lo cierto es que su especialidad abarcaba un campo muy reducido, el de la teoría jurídica feminista, y con ello no podía conseguir un puesto fijo sino sólo cursos aislados. Podría haber ampliado el campo de su especialidad, pero no quería hacer otra cosa, y la demanda de sus cursos dejaba bien a las claras que hacía bien su trabajo. No, él no quería ofenderla—. Tenemos que planificarnos mejor. Tenemos que consultarnos para ver qué vamos a aceptar y qué vamos a rechazar.
—¿No podrías venir el miércoles?
—Lo intentaré.
—Te quiero.
—Yo a ti también.