Capítulo 14

El monstruo de Florencia

En septiembre de 1974, en Borgo de San Lorenzo, una zona al norte de Florencia, aparecieron los cuerpos sin vida de la pareja de novios Stefanía, de dieciocho años, y Pascuale, de diecinueve, tiroteados por una pistola Beretta con balas Winchester serie H del calibre 22. Ambos fueron sorprendidos mientras tenían una cita amorosa en su coche. Mientras que el joven permanecía en el auto, la chica yacía unos metros fuera, desnuda, plenamente expuesta, con las piernas abiertas y los brazos en cruz. Presentaba 97 heridas infligidas por un cuchillo, probablemente de submarinismo, de doce o trece centímetros de largo, «formando un elaborado diseño alrededor de los pechos y la zona púbica» (Preston y Spezi, p. 33). Su bolso se hallaba desparramado, como si el asesino hubiera estado buscando algo para llevarse. El detalle más escabroso es que Stefanía tenía incrustada en su vagina una rama de vid. Ni en éste ni en ninguno de los sucesivos crímenes se hallará nunca indicio alguno de violación o abuso sexual por parte del asesino.

En junio de 1981, en la Via Dell’Arrigo, a las afueras de Florencia, se encontraron los cadáveres de Carmela, de veinticuatro años, y de su novio Giovanni, de treinta. Como en el caso anterior, ambos habían sido sorprendidos en su coche mientras hacían el amor y de nuevo fueron tiroteados por la misma pistola, y otra vez la mujer fue arrastrada fuera del coche y abandonada en el mismo modo escenificado de la vez anterior. Pero esta vez había un elemento nuevo y brutal: la zona púbica de la mujer había sido mutilada por el agresor, que le había extirpado quirúrgicamente la vagina. Comentando esta escena del crimen, Mario Spezi señaló: «Lo que más me impresionó fue la frialdad de la escena. Todo estaba compuesto de manera artificial, sin signos de lucha o de confusión. Parecía como un diorama en un museo» (p. 325). También se encontraron los objetos del bolso de la chica desparramados en el suelo.

Stefano, de veintiséis años, y Susanna, de veinticuatro, fueron las siguientes víctimas del Monstruo, asesinados en octubre de 1981 en los Campos de Bartoline (fig. 39). Otra vez fueron ambos tiroteados con la misma pistola, y Susanna fue hallada unos metros fuera del vehículo, con los brazos extendidos y las piernas abiertas, con la vagina extirpada mediante un cuchillo de idénticas características que en el caso anterior. Una pareja que se dirigía por la misma carretera en sentido contrario y que pasó junto a la escena del crimen declaró que vio a un hombre solo conduciendo un Alfa Romeo rojo que provenía del lugar de los asesinatos.

La siguiente acción del Monstruo de Florencia sucedió en junio de 1982, en Montespertoli. Las víctimas fueron esta vez Paolo, de veintidós años, y Antonella, de veinte. Los dos murieron tiroteados con la misma Beretta, y no hubo escenificación del crimen ni mutilación de la mujer porque Paolo consiguió mover el coche cuando el asesino irrumpió mientras hacían el amor. Por desgracia para los novios, cuando el coche echó marcha atrás quedó atorado en la cuneta, momento que aprovechó el Monstruo para apagar las luces mediante disparos a los focos, rematando a los jóvenes a continuación con nuevos disparos. Luego arrancó las llaves del vehículo y las arrojó unos cien metros de distancia de la escena del crimen antes de huir.

En septiembre de 1983 apareció en Giogoli una escena del crimen del Monstruo que también tenía características diferentes. La razón fue que, según han señalado los investigadores que han estudiado a este asesino en serie, éste se confundió y tomó a una de las víctimas de la pareja de homosexuales alemanes Meyer y Rush por una mujer. Así pues, cuando les tiroteó con la Beretta aprovechando que ambos estaban en el interior de su furgoneta y se dio cuenta de que el pelo largo rubio de uno de ellos pertenecía a un hombre, dejó la escena sin más.

La nueva acción homicida del Monstruo señaló la vuelta del patrón básico, más un añadido macabro, cuando en julio de 1984 fueron hallados los cuerpos sin vida de Pía y Claudio, en la localidad de Vicchio. Ambos fueron tiroteados y luego acuchillados múltiples veces. Pía había sido arrastrada unos diez metros fuera del coche. Luego el asesino extirpó la vagina y añadió la amputación mediante cuchillo del seno izquierdo.

Estas mismas mutilaciones se produjeron en el cuerpo de Nadine, una mujer de treinta y seis años que estaba haciendo el amor con Jean-Michel, un joven de veinticinco, en su tienda de campaña instalada en Scopeti, en septiembre de 1985. El Monstruo rajó la tienda con su cuchillo y luego tiroteó a la pareja. Cuando Jean-Michel huyó corriendo porque sólo estaba levemente herido, el asesino le persiguió y le alcanzó, acuchillándolo y finalmente degollándolo. Posteriormente regresó a la tienda y mutiló el cadáver de Nadine.

Un día después de este crimen, la fiscal del caso, Silvia Della Monica, recibió un sobre cuya dirección estaba hecha con letras recortadas de periódicos. En su interior había otro sobre pequeño que contenía un plástico con sangre perteneciente al seno amputado del cuerpo de Nadine. La fiscal, presa del terror, abandonó el caso.

En el cuadro 24 se presentan las características de las diferentes escenas del crimen de este asesino desconocido.

La pista sarda

Unos pocos días después de los asesinatos de 1982 de Antonella y Paolo, un sargento de la policía, Francesco Fiore, recordó el doble crimen de Barbara Locci y Antonio Lo Bianco, perpetrado en 1968, cuando él estaba destinado en la localidad de Signa. Su iniciativa para comprobar si había alguna relación entre estos hechos permitió descubrir que la pistola era la misma en ambos escenarios. También se puso de relieve que las balas empleadas provenían de una misma caja de 50 proyectiles.

Este hecho fue crucial, porque dejaba meridianamente claro que Stefano Mele, el marido de la mujer asesinada y el único condenado por ese doble crimen, no podía ser el Monstruo de Florencia, ya que tanto en 1974 como en 1981 Mele estaba en la cárcel. Esto motivó que en aquellos años la policía pensara que Stefano Mele tuvo un cómplice en los crímenes de 1968, cómplice que conservaría la pistola empleada en ellos —que nunca se recuperó— y que sería el autor de la serie de asesinatos de Florencia.

Siguiendo lo que desde entonces se denominó «pista sarda», la policía investigó en los siguientes años a las personas asociadas con Mele, y dos hombres entraron en la cárcel acusados de ser el Monstruo: los hermanos Salvatore y Francesco Vinci. Ambos habían sido amantes de la mujer de Stefano Mele, Barbara Locci. Se trataba de hombres violentos, de procedencia sarda (de la isla de Córcega) que habían emigrado a la Toscana por sus acciones violentas y la miseria que reinaba en su tierra natal. Se cree que Salvatore Vinci (fig. 40) había asesinado a su mujer cuando vivía en la isla, amañando una escena de suicidio mediante inhalación de gas. Salvatore habría sacado «a tiempo» a su hijo Antonio, de un año de edad, evitando que muriera por su exposición al gas. Preston y Spezi dan como hecho casi seguro que fue Salvatore el que acompañaba a Mele en el crimen de Barbara y Lo Bianco, y el poseedor de la pistola de los asesinatos. Pero lo cierto es que Stefano Mele, a pesar de que señaló en varias ocasiones como autor de las muertes de su ex mujer y su amante a Salvatore Vinci, en otras tantas veces se desdijo, debido al terror que éste le producía. Salvatore era un obseso sexual al que le gustaba protagonizar orgías con personas de ambos sexos. A causa de esto, una mujer que convivió con él largo tiempo, Rosina, huyó del hogar, dejando de nuevo sin su «segunda madre» a su hijo Antonio.

El perfil del FBI

Aunque todavía faltaban tres años para el estreno mundial de la película El silencio de los corderos, que hiciera célebre al Departamento de Ciencias de la Conducta del FBI en Quantico (Virginia), la policía italiana recurrió en 1988 a sus servicios para el caso del Monstruo de Florencia, solicitándole un perfil del asesino.

El FBI accedió a colaborar con sus colegas italianos, y el resultado fue un informe fechado el 2 de agosto de 1989. He aquí el resumen de su contenido, de acuerdo principalmente con lo relatado y con las transcripciones literales que aparecen en el libro de Preston y Spezi (pp. 147 y ss.).

Se trata de un sujeto que actúa solo, miembro de una categoría de asesinos ya conocida en los archivos del FBI: varón solitario, sexualmente impotente, con un odio patológico hacia las mujeres, que satisface sus deseos libidinosos mediante el asesinato. El Monstruo elige los lugares, no las víctimas, y mata en esos lugares seleccionados que conoce bien. [De hecho, como apuntaba un reportaje de la revista Time de 1986, todas las escenas de los crímenes están en la región de la Toscana, en un radio de 30 km de la ciudad de Florencia.]

El agresor, con toda probabilidad, observaba a las víctimas hasta que iniciaban alguna forma de actividad sexual. Era entonces cuando decidía atacar, con la ventaja de la sorpresa, la velocidad y el uso de un arma capaz de inmovilizar de forma instantánea. Este particular método de aproximación suele indicar un agresor que duda de su capacidad para controlar a sus víctimas, que no se siente lo bastante preparado para interactuar con sus víctimas «vivas» o que se siente incapaz de enfrentarse directamente a ellas.

El agresor, empleando un acercamiento súbito, dispara su arma a bocajarro; en primer lugar la dirige al varón, para neutralizar así el principal riesgo para él. Una vez neutralizado, el asesino se siente lo suficientemente seguro para perpetrar su ataque contra la mujer. El uso de numerosas balas indica que el asesino desea asegurarse de que ambas víctimas estén muertas antes de iniciar la mutilación post mórtem de la mujer. Ella es el verdadero objetivo del asesino; el hombre sólo representa un obstáculo que hay que eliminar.

Según el informe elaborado por el FBI, el Monstruo probablemente tenía antecedentes, pero sólo por delitos como piromanía o pequeños hurtos. No era una persona habitualmente violenta o que cometiera previamente graves delitos de agresión. Tampoco era un violador. «El asesino es una persona inepta e inmadura en cuestiones sexuales, que ha tenido un escaso contacto sexual con mujeres de su edad». Explicaba que el misterioso intervalo entre los asesinatos de 1974 y de 1981 se debía a que el asesino se había ausentado de Florencia durante ese tiempo. «Podría describírsele como un hombre de inteligencia normal. Probablemente terminó el bachillerato, o su equivalente en el sistema educativo italiano, y tiene experiencia en trabajos que requieren el uso de las manos».

Más adelante decía: «Es posible que el agresor viviera solo en un barrio trabajador durante los años en que se produjeron los crímenes». Si no vivía solo, entonces es probable que viviera con una persona mayor, una tía o una abuela, señalaba el informe.

Y en cuanto a la firma del asesino: «La posesión y el ritual son muy importantes para este tipo de agresor. Eso explicaría por qué alejaba a sus víctimas mujeres unos metros del vehículo donde estaba su compañero. Su necesidad de poseer […] desvela su odio hacia las mujeres en general. La mutilación de los órganos sexuales de las víctimas representa la incompetencia del agresor o su resentimiento hacia las mujeres».

El informe del FBI destacaba que este tipo de asesino intentaba controlar la investigación a través del contacto con la policía, haciéndose pasar por informador o escribiendo cartas anónimas.

Con respecto a los recuerdos de la escena del crimen o souvenirs, el informe señalaba: «El asesino se lleva esas cosas como recuerdos que le ayudan a revivir el suceso en su imaginación durante cierto tiempo […] y cuando ya no los necesita los devuelve a la escena del crimen o los deja sobre la tumba de la víctima. En algunos casos el asesino engulle, por razones libidinosas, las partes corporales de la víctima para completar el acto de posesión».

Uno de los apartados estaba dedicado a la carta que contenía restos de un seno de la víctima enviada a la fiscal Silvia Della Monica: «La carta podría indicar que el agresor estaba intentando burlarse de la policía, lo que señalaría que la publicidad y la atención hacia este caso eran importantes para él y que cada vez se sentía más seguro».

¿Por qué siempre la misma pistola y las mismas balas? Se trata, a juicio del FBI, de elementos esenciales del mismo ritual, lo que probablemente iría complementado por una misma ropa y accesorios empleados en la escena del crimen: «El comportamiento global del agresor en la escena del crimen, incluido el uso de ciertos accesorios e instrumentos, indica que el ritual inherente a estas agresiones es tan importante para él que tiene que repetir el crimen de forma idéntica hasta que alcanza la satisfacción».

El propio periodista Mario Spezi añade un dato revelador, cuando señala a Antonio, el hijo de Salvatore Vinci, como el probable Monstruo de Florencia: «Los estudios sobre asesinos en serie sexuales revelan historias de abandono materno y abuso sexual en la unidad familiar. La madre de nuestro hombre fue asesinada cuando él tenía un año. Sufrió una segunda separación traumática de una figura materna cuando el padre dejó a su novia. Y existe la posibilidad de que presenciara las extrañas actividades sexuales de su progenitor. Vivían en una casa pequeña donde su padre celebraba fiestas sexuales a las que asistían hombres, mujeres y puede que incluso niños» (213).

Consideraciones criminológicas

En primer lugar, parece que se trata de un solo individuo, ya que en la escena del crimen no hay evidencias de lo contrario; es decir, cuando dos o más asesinos actúan en connivencia para cometer homicidios sexuales suelen existir en la escena indicios de desorden y alteración, y muy probablemente un deseo de controlar a las víctimas durante más tiempo (porque hay un sadismo que se refuerza entre los asesinos), lo que incluiría muy probablemente el asalto sexual de la mujer al menos por uno de los asesinos. Hemos de recordar que el asesino de Florencia no tiene ninguna relación sexual con sus víctimas; a las mujeres ni siquiera las toca: sus vestidos los rasga con el cuchillo. Junto a esto, hay otros indicios relevantes que apuntan a un solo individuo. En primer lugar, los únicos testigos visuales que estuvieron cerca de una escena del crimen muy poco después de que el asesino la abandonara (la de Stefano y Susanna) declararon que el agresor iba solo en un Alfa Romeo. En segundo lugar, cuando en los crímenes de Antonella y Paolo (junio de 1982) el Monstruo se ve obligado a dispararles sin llevar a cabo su ritual porque Paolo consiguió mover el coche hacia atrás hasta que cayó en la cuneta, estamos asistiendo a la improvisación necesaria que realiza un solo individuo que tiene que salir rápidamente de la escena sin que sea atrapado. La existencia de más personas hubiera facilitado la maniobra de sacar el coche de la cuneta y llevarlo a un lugar más tranquilo, o bien sacar a la mujer del auto para realizar el ritual. En tercer lugar, la prolongación de los crímenes en el tiempo (once años), con el uso de una misma arma y un mismo cuchillo, dificulta el mantenimiento de una pareja o de un grupo de asesinos en perfecta armonía. Finalmente, la presencia de dos o más personas cometiendo estos crímenes hubiera hecho muy difícil que Jean-Michel, el hombre que fue asesinado en la última acción del Monstruo junto a su novia Nadine, fuera capaz de correr unos cincuenta metros antes de ser capturado por uno de ellos. Lo más lógico hubiera sido que el otro u otro asaltante estuviera protegiendo el perímetro, enfrentando a Jean-Michel de cara.

Un segundo tema es la ubicación geográfica de los crímenes. Es importante destacar la cercanía de los diferentes escenarios de los asesinatos: un radio de treinta kilómetros es ciertamente una zona muy pequeña, particularmente si tenemos en cuenta que la selección de las víctimas se realiza por necesidad en zonas campestres debido a que es en esos lugares a donde van las parejas a buscar intimidad. Así pues, estamos ante alguien que se toma la molestia de ir dando vueltas por parajes solitarios en espera de que dos jóvenes amantes aparquen en su proximidad. Y, por supuesto, alguien que conoce cada metro de esos bellos parajes de la Toscana.

Esto último es un indicio muy revelador del extraordinario control del que hace gala el Monstruo. Como se puso de manifiesto durante la investigación, los fines de semana en los alrededores de Florencia hay decenas de sujetos que se dedican a mirar a los jóvenes que buscan tener relaciones sexuales en el coche. El asesino hubo de controlar, por consiguiente, no sólo que la pareja estuviera aislada, sino que no hubiera terceras personas ocultas que pudieran estar observando. Este control también se evidencia por el hecho de que fue capaz de regular sus asesinatos con periodicidad anual a partir de 1982. En efecto, después de un año en el que atacó dos veces (1981, junio y octubre), en el período 1982-1985 sólo atacará una vez, y siempre en verano (la temporada propicia para la intimidad sexual en un auto), generalmente los sábados y con la luna ofreciendo poca luz. No todos los asesinos en serie son capaces de dosificar así sus acciones; yo diría que más bien es un hecho bastante poco usual. El que la serie acabara en 1985 señala que fue capaz de calmar su motivación homicida, por las razones que sean: porque temió ser capturado y no se atrevió a tentar más a la suerte, porque cambiaron sus circunstancias vitales y ya no le era fácil cometer los crímenes, o por otra causa. No olvidemos que existen muchos precedentes de asesinos seriales que dejaron de cometer crímenes, como el Asesino del Río Verde (Leon Rigdway[17]) o BTK (Dennis Rader, véase el cap. 12).

Este gran control nos informa de que el asesino tendría que estar bien integrado en la sociedad. Precisamente su mejor cobertura frente a la policía es pasar completamente inadvertido cuando comienza la serie de los asesinatos. En otras palabras: ser un tipo «normal» todos los días del año salvo uno es algo que puede permitirse una persona de la que nadie sospecha nada. En cambio, a un vagabundo, a un sin techo o a un delincuente profesional le resultaría más difícil que la policía no se fijara en él si existiera el más mínimo indicio que lo señalara (por no hablar de que estas personas manifiestan generalmente un comportamiento más errático e impulsivo, poco compatible con el seguimiento rígido de un ritual como el que se aprecia en las escenas de los crímenes del Monstruo).

Finalmente, todo el ritual revela ese mismo gran control. Tal como indica el informe del FBI, para el asesino es crucial ese ritual, por eso la importancia de las conductas de la firma (extracción del genital femenino y posteriormente del seno izquierdo; exposición «vergonzosa» de la mujer; sustracción de un souvenir del bolso de la víctima) y del modus operandi, donde se mantiene un mismo cuchillo y una pistola durante los once años que duró la serie, y siempre un mismo proceder u orden en los actos que componen la secuencia. Las veces que no se procedió de este modo fue debido a que la conducta de las víctimas lo impidió o bien el asesino se confundió de objetivo.

En este sentido, la escena del crimen de 1974 puede considerarse un borrador de las que acontecerían a partir de 1981: a la mujer no se le extirpa la zona púbica, pero aparece con una rama de vid introducida en la vagina. Igualmente, presenta hasta 97 incisiones de cuchillo, todo lo cual ya revela el odio y el deseo de humillar a la parte femenina de la pareja que anima al asesino. Como señala el informe del FBI, los hombres sólo son un obstáculo que salvar: lo que realmente quiere el asesino es matar y humillar a la mujer.

El asesino de Florencia no es un sádico sexual. El sadismo exige tiempo y la conciencia de la víctima para sufrir las sevicias del agresor. Por el contrario, el Monstruo tirotea a las víctimas con el propósito de matarlas en el acto: cuando posteriormente las acuchilla es más un acto de ira que de sadismo, puesto que él espera que estén muertas. Téngase presente que suele disparar tres o más veces a cada miembro de la pareja; si alguna sobrevive a los disparos y resulta muerta finalmente por la acción del cuchillo, ésa no es la intención inicial del asesino.

¿Es Antonio Vinci un sospechoso probable?

Para Douglas Preston y Mario Spezi sin duda lo es. Spezi compara el perfil del FBI con los hechos conocidos acerca de la vida del hijo de Salvatore Vinci, y el resultado es ciertamente impresionante.

Antonio Vinci se ausentó de Florencia en 1974 y regresó a finales de 1980, medio año antes de que comenzara de nuevo la serie de crímenes. En los siete años en que estuvo ausente de Florencia, Vinci vivía con su tía. Entre 1982 y 1985 estuvo casado, pero el matrimonio fue posteriormente anulado por no haberse consumado. Por otra parte, este hombre se ofreció a los policías como informante, lo cual se relaciona con el deseo de estar en contacto o manipular la investigación de la que hablaba el informe.

Igualmente, el informe del FBI señalaba la existencia de antecedentes en delitos menores como incendio y robo, pero no delitos graves de violencia. Antonio Vinci tiene antecedentes penales por posesión ilícita de armas, incendio, allanamiento de morada y robo de coches.

Un punto importante es que Vinci formaba parte de la familia que muy probablemente controlaba el arma empleada en el doble crimen de 1968. Y hay aquí un hecho crucial: en la primavera de 1974 Salvatore Vinci —el padre de Antonio— acude a la policía para denunciar que su hijo ha entrado a robar en su casa, aunque no dice exactamente lo que le han robado. Spezi cree que Salvatore se estaba protegiendo las espaldas por si algún día se descubría que su pistola estaba relacionada con algún delito.

En fin, cuando Preston y Spezi entrevistan a Antonio Vinci tras haber desarrollado ya la hipótesis de su probable culpabilidad como el Monstruo de Florencia, éste, como es lógico, lo niega, pero sí reconoce tener un cuchillo de submarinismo. También niega haber robado la pistola de su padre, y cuando acompaña a la puerta a los escritores, dice en tono amenazador a Spezi: «Tenga cuidado, porque yo no me ando con chiquitas».

El inconveniente más grave de la tesis de Antonio Vinci como responsable de los asesinatos del Monstruo es la edad de éste cuando se cometieron los crímenes de 1974, ya que sólo tenía quince años. A pesar de que Spezi menciona en su libro con Preston que «muchos asesinos en serie comienzan a una edad sorprendentemente temprana», lo cierto es que no hay tantos como parece indicar esa frase. Lo «normal» es empezar a matar pasados los veinte años. No obstante, un apoyo para esa teoría del inicio temprano en este caso es que Antonio Vinci provenía de un entorno violento ya desde la cuna, y eso podría explicar una decisión criminal tan precoz. Por otra parte, también encaja el hecho de que los asesinatos de 1974 pudieran contemplarse como un borrador de los crímenes posteriores: cuando regresa a Florencia, siete años después, Vinci es ya un hombre y puede progresar hacia una fantasía homicida mucho más consolidada, procediendo a la extirpación de la zona púbica de la mujer.