Capítulo 13

El enigma del coronel Williams

La vida de Russell Williams (fig. 33) no presenta episodios notables. Nacido en 1963, fue uno más de los millones de hijos que crecen primero con su madre y su padre, y luego, después de un divorcio, cuando tenía seis años, con su madre y su padrastro. Tanto éste como su padre biológico eran hombres con negocios importantes y cultos, lo que también servía para cualificar a su madre, directora asociada de la Fundación Heart and Stroke de Canadá. No constan episodios de abusos o de malos tratos en su infancia, o razones por las que se pueda deducir que no fue un niño correctamente atendido en su hogar.

Williams fue a los mejores colegios, y después de obtener un grado en economía y ciencias políticas en la Universidad de Toronto, su admiración por la película Top Gun, que había visto numerosas veces (y cuyos diálogos se sabía de memoria), le llevó a ingresar en el ejército canadiense para ser piloto de combate, lo que logró en 1990. Su carrera fue meteórica, y pasó de ser instructor de vuelo a piloto en escuadrones de combate e incluso de altas personalidades en viajes de Estado, entre las que figuraron la reina Isabel II y el presidente de Estados Unidos, Barak Obama.

En 1999 fue ascendido al rango de mayor, y llegó a ser el supervisor de las carreras de los pilotos que tenían que volar con aviones provistos de diferentes tipos de motores y sistemas de navegación. En el curso 2003-2004 Williams obtuvo un Máster en Estudios de Defensa y fue ascendido a teniente-coronel. Era el oficial al mando del escuadrón transportado 437 ubicado en Trenton, en la provincia de Ontario, cargo que desempeñó por espacio de dos años. Finalmente, después de ocupar puestos de relevancia en otras misiones militares, fue promovido a coronel en enero de 2009, y en julio de ese año asumió el mando de Trenton, que es la mayor base aérea militar de Canadá.

Williams estaba casado (la mujer solicitó el divorcio inmediatamente después de que los hechos saliesen a la luz) con Mary Elizabeth Harriman. No tuvieron hijos. Vivían en un barrio distinguido en Ottawa y poseían también una casa de campo en Tweed, un municipio rural a dos horas de Ottawa y a sesenta kilómetros de la base aérea de Trenton.

Vida criminal oculta

Las dos víctimas de homicidio del coronel Williams adoptaron estrategias opuestas en su intento desesperado por sobrevivir. Una luchó hasta la extenuación, mientras que la otra colaboró en todo. Por desgracia, ninguna de ellas funcionó.

La primera víctima mortal de Williams fue la auxiliar de vuelo militar con el rango de cabo Marie-France Comeau (fig. 34). Inicialmente se resistió todo lo que pudo, y sólo al final, tras haber sido reducida, atada, golpeada y violada durante largas horas, suplicó por su vida. Todo esto lo sabemos porque el coronel tomó numerosas fotos y registró en vídeo y audio toda la agonía de sus víctimas. En un momento cercano al final del ataque, en la sala del tribunal se escuchó la súplica de la mujer de 38 años que trabajaba en la misma base área que su agresor, Trenton, y por consiguiente estaba bajo su mando: «Me va a matar, ¿no es verdad?». Y luego: «Tenga corazón, por favor. Quiero vivir». No sirvió de nada, ya que Williams le cubrió la boca y la nariz con papel de precinto y dejó que muriera por asfixia.

La segunda víctima, Jessica Lloyd, hizo todo lo posible para cooperar y no provocar la cólera de su atacante, según explicó el fiscal de la Corona Lee Burgess. Hasta tal punto que se disculpó cuando ella, de manera instintiva, se opuso a que Williams la manoseara. El coronel primero la violó en su propia casa, y luego, todavía atada, se la llevó a su casa de Tweed, donde la siguió torturando y violando. Hacia el final, en el tribunal se escuchó decir a la joven cautiva: «Si muero, ¿querrá decirle a mi madre que la quiero?». Por la extraordinaria dureza de las imágenes grabadas por Williams, éstas no se mostraron en la vista. El fiscal relató sus contenidos, y se oyeron determinados fragmentos.

Cuando estaba siendo interrogado por la policía se le preguntó si hubiera seguido con sus agresiones sexuales en el caso de no haber sido arrestado. «Es difícil saberlo», fue su respuesta, para añadir luego que casi con total seguridad lo que sí hubiera continuado es su incursión en las casas con objeto de robar ropa interior femenina.

Sin embargo, si tuviéramos que apostar lo haríamos porque hubiera continuado con sus crímenes, pues ya había desarrollado un hábito depredador muy intenso, una adicción al brutal shock emocional del sexo y el control total, como lo hiciera años atrás BTK. Por ejemplo, la noche del 25 de noviembre de 2009 Williams forzó la entrada del sótano de la casa de la cabo Comeau y, enmascarado, esperó pacientemente a que ella se quedara dormida. Sin embargo, fue la propia mujer quien bajó hasta el sótano, en busca de su gato, sólo vestida con un chal. Williams la atacó brutalmente, golpeándola en la cabeza con una linterna que llevaba, y la ató a una columna, desnuda pero envuelta en el chal, sus brazos prisioneros por cinta de embalar. La resistencia de ella no había servido de nada, así como tampoco la que ejerció luego cuando Williams la subió a su dormitorio y, una vez de nuevo atada a la cama, siguió violándola.

La mujer no estaba dispuesta a sucumbir. Aprovechando que su superior había salido unos instantes de la habitación para comprobar si todo estaba en orden, se deshizo de las ataduras y fue hacia el baño, pero de nuevo Williams la alcanzó, la golpeó otra vez con la linterna en la cabeza y la sometió a más vejaciones sexuales. Williams llevaba en una mano su cámara de vídeo mientras violaba a Comeau, y en la grabación puede escucharse que ella dice: «¡No quiero morir, no quiero morir!».

Williams cubrió sus vías respiratorias con la cinta y dejó que muriera asfixiada. Al marcharse intentó no dejar ningún rastro, pero no lo consiguió: una parte de la huella de su bota ensangrentada quedó en el suelo. Al irse de la casa de su víctima se dirigió a Ottawa, porque tenía una reunión de negocios: había que decidir sobre la compra de un nuevo avión para la base.

El coronel dijo a la policía que se fijó en su segunda víctima de asesinato, la joven de 27 años Jessica Lloyd (fig. 35), cuando la vio ejercitarse en el jardín de su casa el 27 de enero de 2010, un día antes de que la atacara. La chica vivía sola en un camino rural, entre las ciudades de Belleville y Tweed, donde el coronel Williams tenía una casa de campo en la que vivía solo durante la semana.

El 28 de enero Williams sorprendió a la chica mientras dormía, la sometió atándola con cuerdas y la cegó cubriéndole los ojos con cinta de embalar. A continuación la violó repetidamente, sacando numerosas fotos y grabando todo el proceso en vídeo. Más tarde la trasladó a su casa de Tweed y la forzó a ducharse mientras seguía atada. En la sala de justicia se generó una atmósfera casi insoportable cuando el fiscal leyó la parte textual de la grabación en la que ella le pide ropa porque está tiritando y Williams se la niega. Pero lo peor viene cuando ella le dice entre convulsiones y con palabras entrecortadas: «Tiene que llevarme al hospital. Tiene que llevarme al hospital o moriré». El agresor no atiende a sus demandas y le contesta: «Aguanta, pequeña, aguanta». Durante varias horas obligó a Jessica a modelar en ropa interior, con los ojos todavía cegados por la cinta de embalar. Más tarde le dio a comer un poco de fruta y le dijo que tenían que irse, pero nada más comenzar a caminar él la golpeó brutalmente con la linterna hasta dejarla sin conocimiento, la estranguló y guardó el cadáver en el garaje.

Al día siguiente Williams viajó con sus hombres a California, y cuando regresó, tres días después, recuperó el cuerpo de la chica y la enterró en un área solitaria.

La madre, alarmada, avisó a la policía cuando la llamaron del trabajo de su hija y le dijeron que no se había presentado. Los de la científica descubrieron huellas de neumático en el campo cerca de la casa de la víctima, así como huellas de botas en la nieve. Después de que se hiciera pública la desaparición de la joven, tres testigos dijeron a la policía que habían visto un 4x4 pathfinder junto a la casa. El coronel Williams tenía este modelo de coche.

A partir de ese momento la suerte empezó a serle esquiva a Williams. Después de que la policía de Ontario estrechara la búsqueda de los neumáticos usados únicamente en todoterrenos, los agentes establecieron un control en la carretera. En pocos minutos llegó el coronel conduciendo su pathfinder. Sus neumáticos coincidían con el molde tomado en casa de Jessica Lloyd.

La policía obtuvo una orden de registro de su casa, pero primero invitaron al coronel a una entrevista voluntaria con la policía, donde fue interrogado por el sargento Jim Smyth, del departamento de Análisis de la Conducta de la Policía de Ontario. En un principio Williams no confesó, pero cuando el análisis de la huella de sus botas (que había permitido realizar el propio interrogado) coincidió con la huella encontrada en casa de Jessica Lloyd, supo que todo había acabado. Dijo: «Quiero minimizar el impacto de esto sobre mi mujer», y luego pidió a Smyth que le diera un mapa de la zona para poder señalar con precisión dónde había ocultado el cuerpo sin vida de Jessica Lloyd.

Williams confesó tanto los asesinatos como los dos asaltos sexuales en los que vejó a las víctimas pero no las violó. En su anhelo de disfrutar de forma retrospectiva de las sevicias que había protagonizado, Williams había transferido las grabaciones de los ataques a Jessica a su ordenador. En el registro de su casa de campo la policía encontró una media negra para cubrirse el rostro, una guía para abrir cerraduras, discos duros que contenían pruebas de sus crímenes y bolsas llenas de ropa interior femenina.

El tribunal se ocupó al día siguiente de documentar las dos agresiones sexuales protagonizadas por Williams. En septiembre de 2009 penetró en la casa de Laurie Massicotte, una de sus vecinas en Tweed, y la sorprendió mientras dormía. El asaltante le puso una venda en los ojos, ató sus manos con un cable y usó un cuchillo para cortar su camisa. De forma sorprendente le dijo que no la violaría si permitía que hiciera fotos de su cuerpo desnudo. Esas fotos fueron recuperadas posteriormente en el ordenador del coronel. Después del ataque, Williams se hizo fotos a sí mismo luciendo ropa íntima de su víctima. No está claro por qué la dejó con vida. Al igual que tampoco mató a una mujer (cuyo nombre no llegó a conocerse) a la que había atacado trece días antes, también residente en una casa muy cerca de la suya. El procedimiento seguido fue el mismo que en el caso anterior: la sorprendió mientras dormía, la cegó, la ató y luego la desnudó para tomarle fotografías.

Desafortunadamente para el vecino de Laurie, Larry Jones, ella dijo a la policía que su voz le recordaba a la del atacante. Este hombre tuvo que sufrir una auténtica agonía hasta que se descubrió la autoría del coronel.

Pero el juicio, que duró cuatro días, todavía tenía que presentar otros hechos sorprendentes. La investigación de la policía y la confesión de Williams llevaron a que éste reconociera haber entrado de forma subrepticia en ochenta y dos domicilios con objeto de llevarse ropa íntima de las mujeres que los habitaban. Así, el 17 de noviembre de 2009 Russell Williams penetró en una casa cercana a Belleville y sustrajo cuarenta piezas de ropa interior, una película pornográfica y un artilugio sexual. La mujer declaró a la policía que el invasor había dejado el siguiente mensaje en la pantalla de su ordenador: «Adelante, llama a la policía. Quiero mostrar al juez los enormes consoladores que guardas».

No obstante, el récord de robos de ropa íntima y objetos sexuales lo ostenta una mujer que padeció la visita de Williams en junio de 2009, ya que la suma total de prendas de ropa alcanzó la asombrosa cifra de 168 artículos. En esta ocasión el coronel intentó camuflar la personalidad del autor del robo, y con tal fin pretendió ser un adolescente al escribir a la mujer una carta en la que le decía: «Tu casa es muy parecida a la de mi madre […]. Si decides avisar a los polis, diles que lamento las molestias que te haya podido causar».

Como ocurrió en otros casos de criminales ocultos bien integrados, Williams guardó muchos recortes de prensa donde se daba cuenta de las investigaciones de la policía de esos allanamientos de morada y robos de ropa interior femenina que se sucedieron a partir del año 2007, y que no terminaron hasta la captura de Williams.

También se supo que un número sustancial de mujeres a las que Williams sustrajo ropa interior eran chicas menores de dieciocho años, y algunas incluso de doce años. Los métodos que empleaba para introducirse en las casas eran variados, e incluían penetrar por ventanas abiertas, abrir cerraduras y cortar el cristal de las ventanas.

Al final, quedó claro que la perversa rutina de Williams de fotografiar y documentar cada paso ejecutado en sus robos de lencería fue su perdición: la fiscalía mostró implacablemente en dos televisores numerosas fotos del agresor en las que él aparecía portando bragas, sostenes y négligés (fig. 36). Y en muchas de ellas se veía cómo se estaba acariciando de forma lujuriosa.

También se supo en el juicio que el coronel guardaba pornografía infantil en su ordenador, si bien este hecho no fue objeto de procesamiento criminal. Al fin Russell Williams recibió la sentencia, de la cual había pocas dudas, ya que él mismo se había declarado culpable: dos cadenas perpetuas, sin posibilidad de obtener libertad condicional hasta que no pasen al menos veinticinco años (se trata de una posibilidad teórica, puesto que es seguro que estará casi toda —o toda— la vida en la cárcel de Kingston[14]). Dos semanas antes de ser juzgado había intentado suicidarse.

La confesión del coronel

Russell Williams se confesó culpable de dos delitos de asesinato, dos agresiones sexuales y de 82 allanamientos de morada que tenían por objeto robar ropa interior de mujeres. Todas esas casas estaban en los alrededores de los dos domicilios de que disponía la pareja, el de Ottawa y el de Tweed. A los cuarenta y siete años Williams era coronel de las fuerzas armadas canadienses, y en los últimos siete meses había ostentado el mando de la base área de Trenton, la más grande de Canadá.

Todo se vino abajo el 4 de febrero de 2010, después de una investigación de ocho meses, cuando fue interceptado en un control de la carretera establecido con motivo del asesinato de Jessica Lloyd. La policía tenía informes de testigos de que había un 4x4 estacionado en los alrededores del domicilio de la víctima. Williams conducía uno, y estaba muy cerca de su casa de Tweed, no lejos de donde vivía Jessica. Se tomaron muestras de la huella de sus ruedas, y cuando se observó la coincidencia con el rastro de neumático que había dejado el asesino sobre la nieve en la escena del crimen se citó al coronel Williams, tres días después, a una «entrevista voluntaria» en la comisaría central de la policía en Ottawa.

La sentencia condenatoria de Williams era un hecho cierto, porque él confesó y se declaró culpable del asesinato de su subordinada, la cabo Marie-France Comeau, de treinta y ocho años de edad, auxiliar de vuelo, en noviembre de 2009; de la joven de veintisiete años Jessica Lloyd, que trabajaba para una compañía de autobuses escolares, en enero de 2010; de dos agresiones sexuales ocurridas en septiembre de 2009, y de 82 cargos de allanamiento de morada y hurto, que comenzaron en 2006 y se extendieron durante todos esos años hasta que fue capturado. Todas las víctimas vivían cerca de donde Williams residía, en la casa de campo de Tweed, o bien de donde trabajaba, en Trenton, en el caso de la víctima Marie-France Comeau (que vivía en el cercano pueblo de Brighton). Jessica Lloyd vivía a medio camino entre Belleville y Tweed.

Pero detrás de esas condenas hay una confesión, y en el caso del sádico coronel fue precedida de un interrogatorio que causó admiración en el mundo forense y que corrió a cargo del sargento Jim Smyth, destinado a la Unidad de Análisis de la Conducta de la Policía de Ontario. El interrogatorio comenzó a las tres de la tarde y duró diez horas. A las 19.45 horas confesó sus crímenes. La prensa calificó esa «entrevista voluntaria» a la que fue invitado Williams (puesto que todavía no había sido acusado formalmente cuando se le citó en la comisaría) como el «juego del gato y el ratón».

Al principio, desde el estatus que ostentaba, el coronel Russell Williams se mostraba seguro y confiado, si bien hizo un gesto de desaprobación cuando el sargento le indicó, después de leerle sus derechos, que toda la entrevista iba a ser grabada. Relajado, mascaba chicle y vestía tejanos y un polo azul de rayas (fig. 37).

El coronel usaba la expresión «nosotros» cada vez que podía, queriendo subrayar en la entrevista que él era un hombre felizmente casado con su esposa Elizabeth. En un momento de la entrevista afirmó su estatus cuando, preguntado si había sido alguna vez interrogado por la policía, él repuso: «¡Cielos, no!», pero le recordó que había pasado los exámenes de seguridad de las más altas instancias, lo que tenía por objeto indicar al entrevistador/interrogador que estaba frente a un tipo importante.

Cuando el analista de la conducta le preguntó si había algo en su biografía de lo que se arrepentía, él respondió que ese ejercicio sería «muy aburrido». Hizo la broma de que el único abogado que había visto en su vida fue un abogado especializado en transacciones inmobiliarias, cuando compraron las dos casas.

En un momento determinado el sargento Smyth le preguntó, después de explicarle el papel que desempeñan los forenses en la policía, qué podía darle para que, analizándolo, pudiera dejarlo limpio y seguir adelante con la investigación, a lo que él respondió con otra pregunta: «¿Qué es lo que necesita?». De forma voluntaria Williams proporcionó una muestra de su ADN y permitió que tomaran las huellas dactilares y las de sus botas:

SARGENTO JIM SMYTH: ¿Ve las series de televisión del tipo CSI o similares?

CORONEL RUSSELL WILLIAMS: Sí, aunque prefiero Ley y Orden. Pero sí, he visto alguna vez CSI.

SJS.: Muy bien, entonces tendrá una idea de lo que pueden llegar a hacer los forenses. ¿Qué sería capaz de hacer hoy… para poder eliminarle de esta investigación [como sospechoso]?

CRW: ¿Qué necesita?

SJS: Bien, podría darme huellas dactilares, muestras de sangre…

CRW: No hay problema.

En todo este proceso el coronel ya no estaba tan tranquilo, sino todo lo contrario: evidenciaba muestras claras de nerviosismo. Pidió al policía que fuera discreto con esa información: «Esto tendría un impacto significativo en la base si creyeran que usted creía que yo hice esto [los crímenes]».

La tensión aumentó cuando el sargento le comunicó a Williams la noticia de que habían comprobado que las marcas de los neumáticos de su pathfinder coincidían con las recogidas en la escena del crimen de Jessica Lloyd:

SJS: Para estar más seguro de no dejar ningún cabo suelto… Ok… ¿Qué tipo de neumáticos tiene en su pathfinder?

CRW: Creo que son [modelo] Tokyo…

[…]

SJS: Bien, a lo mejor le sorprende saber que cuando los oficiales del CSI estuvieron buscando alrededor de su casa [de Jessica], identificaron un conjunto de huellas de neumáticos en la parte norte, provenientes de un vehículo que había dejado la carretera… Identificaron los neumáticos como idénticos a los de su pathfinder.

CRW: ¿De verdad?

SJS: Pues sí. ¿Tiene alguna idea de haber estado por esa carretera?

CRW: No, no he estado en esa carretera, no.

El coronel se quedó estupefacto. El policía, con palabras suaves pero apoyándose en las pruebas, está estrechando el cerco. El hábil interrogador, ahora con voz más enérgica, está derribando el muro de negación de Williams, por eso añade al poco: «Su mujer sabe lo que está pasando», al tiempo que le dice que ahora mismo están registrando los domicilios de Ottawa y de Tweed, así como sus automóviles. Toda esa atmósfera sutil pero de una gran presión dio definitivamente sus frutos cuando al rato regresó a la sala llevando dos fotos: en una están las huellas de su bota, en la otra las huellas de pisadas que se hallaron, apresadas por la nieve, en la parte trasera de la casa de Jessica: «Su vehículo estuvo en algún momento junto a la casa de Jessica… y sus botas caminaron en la parte trasera de esa misma casa… Esto se está descontrolando muy rápidamente, Russell»:

SJS: Ahora voy a salir un momento y ver cómo están yendo las cosas… ¿Ok? Es domingo, pero probablemente tenemos a sesenta o setenta personas trabajando en este caso […], y ahora mismo estamos registrando con autorización del juez sus casas, así como sus vehículos. Usted y yo sabemos que vamos a encontrar evidencias que le vinculen a usted con esas situaciones, ¿no es así?

[Al rato, el interrogador regresa.]

SJS: Necesito que sea sincero, ¿vale? Esto está yéndose de las manos de una forma muy rápida, Russell. Muy, muy rápida. El problema es que cada vez que salgo de esta habitación, aparece una nueva prueba, ¿entiende? Y cada vez que aparece una nueva prueba apunta directamente hacia usted. Ésta es la imagen de la huella de la persona que se acercó a la parte de atrás de la casa de Jessica Lloyd. Sus botas fueron las que caminaron hacia la parte de atrás de la casa de Jessica Lloyd. Usted y yo sabemos que estuvo en esa casa, y necesito saber por qué. Escúcheme un instante. Cuando ese tipo de pruebas son tan contundentes, su credibilidad se desvanece, ¿de acuerdo? Sabe perfectamente que sólo le queda una opción.

CRW: ¿Cuál es esa opción?

SJS: Bien, no creo que le apetezca la opción de aparecer como un psicópata sangriento. Me he encontrado con tipos que realmente disfrutan con la notoriedad […]. Russell, ¿qué vamos a hacer?

Williams sabe que está perdido, y sólo acierta a articular: «No sé qué decir», a lo que el policía contesta: «Bien, necesita explicarse». Ahora el coronel mira hacia abajo, los hombros caídos, los músculos de la mandíbula fuertemente apretados. El sargento le dice que todo ha terminado, pero hay largos silencios por parte de Williams que él respeta, aunque intercala alguna vez su nombre («¿Russell?») como si quisiera despertarlo o devolverlo a la realidad.

«Llámeme Russ, por favor», dijo el coronel, quien ahora adoptaba una postura deprimida, su cara apoyada en su mano izquierda, suspirando profundamente. El sargento Smyth le pregunta: «Así pues, ¿dónde está ella?». Ambos saben que está preguntando por el paradero del cuerpo de Jessica Lloyd. «¿Tiene un mapa»?, dijo Russell. Y así empezó su confesión, por espacio casi de seis horas:

SJS: ¿Qué vamos a hacer, Russ? ¿Cuál es el asunto que le atormenta?

CRW: Es difícil de creer que esto esté pasando… Quiero, ummm… minimizar el impacto sobre mi mujer. Así que… ¿cómo hacemos eso?

SJS: Bien, comience por decirme la verdad. Así que, ¿dónde está ella? ¿Qué ciudad es la más próxima [adonde se encuentra el cadáver]? ¿Por qué no empezamos por ahí?

CRW: ¿Tiene un mapa?

SJS: ¿Por qué no empezamos con Jessica?

CRW: La vi en su casa, haciendo ejercicio. Así que la violé allí, en su casa. Y luego la metí en el coche y la llevé a Tweed. La golpeé en la parte de atrás de la cabeza. Bien, estaba sorprendido, su cráneo se fracturó. Ella estaba allí e inmediatamente quedó inconsciente, y yo la estrangulé. Y entonces me fui hacia la base [de Trenton].

Más adelante Smyth le preguntó si había pensado en la razón que le impulsó a cometer todos esos crímenes horrendos.

—«Sí —replicó el coronel—, pero no conozco las respuestas, y estoy seguro de que esas respuestas tampoco importan».

Todo había terminado.

Consideraciones criminológicas

El hermano de una de las mujeres asesinadas, Andy Lloyd, dijo en una ocasión a los periodistas cuando se estaba celebrando el juicio: «Es posible que [Williams] dé una explicación, pero es seguro que nunca la entenderé».

Si todo comportamiento de un asesino en serie es difícil de comprender desde el razonamiento natural y ordinario, en el caso de los crímenes perpetrados por Russell Williams los interrogantes se acumulan, porque en muchos sentidos es un asesino en serie muy especial. Veamos algunas de estas peculiaridades.

En primer lugar, en su biografía no aparece hecho alguno que destaque a Williams como un niño o un joven conflictivo, particularmente frustrado y, desde luego, en modo alguno víctima de malos tratos por parte de sus padres y posteriormente de su padrastro. Siempre fue un buen estudiante, y aunque provenía de una familia acomodada, parte de su tiempo en la universidad lo pasó trabajando para obtener dinero por sí mismo. En él no aparecen indicadores clásicos en la biografía de los asesinos en serie, como son el maltrato a animales o la piromanía, ni hay historial alguno de delincuencia juvenil. Por el contrario, se observa una progresión constante apoyada en una firme determinación, hasta alcanzar un puesto en la élite de las fuerzas áreas militares de su país. De hecho Williams es el primer asesino en serie de la historia que ostenta una graduación militar tan elevada. Hasta entonces se habían conocido asesinos en serie médicos, escritores, periodistas, empresarios de variado tipo, políticos… pero nunca un coronel de las fuerzas armadas con una enorme responsabilidad en sus manos.

De hecho, en relación con esto, sorprende igualmente el comienzo tardío de su carrera delictiva. Williams empezó a robar ropa interior en los domicilios de las chicas a las que espiaba en septiembre de 2007: dos años y medio de actos aberrantes hasta que fue finalmente capturado (sin duda se hubiera extendido mucho más de no haberlo sido). Es decir, comenzó a los cuarenta y tres años, una edad muy superior a la que empiezan los asesinos en serie, quienes comienzan a matar en la mitad o a finales del decenio de los veinte años y con mucha frecuencia han presentado delitos menores o actos aberrantes en la adolescencia. Lo cierto es que es muy inusual iniciar una vida de crímenes a los cuarenta años, sobre todo si uno goza de una posición tan privilegiada. Por ejemplo, un sujeto como Ted Bundy[15], que disfrutaba de una notable inteligencia y que también se movió durante un tiempo en los círculos elevados de la política (al codearse con aspirantes a gobernador en su estado de Washington), había robado repetidas veces en tiendas de esquí y otros establecimientos cuando era joven, y en sus primeros años de la veintena se dedicaba a espiar a mujeres por las ventanas de los pisos bajos.

Otra cuestión interesante tiene que ver con la progresión o escalada de sus delitos. Durante dos años se contentó con entrar en las casas donde habitaban mujeres y robar su ropa interior. En septiembre de 2009 cometió dos agresiones sexuales, pero no llegó a violar a las víctimas: se contentó con atarlas y fotografiarlas desnudas. Pero en noviembre de ese mismo año pasó a cometer una terrible violación sádica seguida del asesinato de la mujer, lo que repitió dos meses después. Al menos una de las dos mujeres que fue sexualmente agredida por Williams había sido previamente objeto de un allanamiento de morada con robo de prendas femeninas, e igualmente ocurrió con la soldado asesinada, la cabo Comeau. Luego, es lógico pensar que en esas intrusiones Williams estaba ya haciendo una especie de selección para crímenes más graves que el mero llevarse unas prendas íntimas femeninas.

Pero lo cierto es que el modus operandi evolucionó de una manera realmente rápida, algo del todo inusual. La mayor parte de los asesinos en serie violan y matan cuando llegan a un punto de «ebullición», una vez que han probado que una violencia menor no les satisface. No obstante, en Russell el salto es muy grande: pasó de no violar a la mujer a violarla de forma sádica, durante interminables horas, para finalmente matarla. Es como si, llegado a un determinado punto de su vida, el coronel se hubiera dado cuenta de cuáles eran sus auténticas necesidades.

Su residencia familiar estaba en Ottawa, donde vivía su mujer. Él pasaba la semana en Tweed, porque está más cerca de la base de Trenton. Williams aprovechaba sus salidas a correr para reconocer posibles objetivos. Durante un tiempo sus fantasías quedaron bien integradas con sus ocupaciones profesionales.

En otras palabras, Williams es un parafilíaco (desviado sexual), un fetichista de la ropa interior femenina: antes de matar a Jessica la obligó a modelar con su propia ropa íntima. Pero esa aberración no se hizo patente, una vez más, hasta pasados los cuarenta años (cabe pensar que antes ya le excitara el fetiche de la lencería femenina pero que no se supo, aunque esto parece muy poco probable, dado que la confesión de Williams es muy completa: nada le hubiera costado reconocer que había robado lencería desde muchos años atrás), lo que es ciertamente extraño.

Y, desde luego, un sujeto con tales desviaciones sexuales no suele ser tan responsable y competente en su trabajo, sino alguien con una vida gris, acostumbrado a tener relaciones inestables y complejas, con un equilibrio emocional precario. Nada de eso se da en el caso de Williams, alguien apreciado por sus hombres, ocupado en cuidar las relaciones personales (acudió a ver a su secretaria al hospital cuando ésta enfermó de gravedad) y las causas sociales, como pilar de la comunidad que era[16].

Quizás durante largo tiempo Williams satisfizo sus ansias retorcidas mediante revistas o internet, lo que revelaría un gran autocontrol por su parte, pero aun así se trataría de conductas privadas, no de delitos interpersonales. Es posible que sucediera algo en su vida que le llevara a perder ese control, un hecho para él relevante en esa edad tardía de su vida y que no necesariamente fuera evidente para un observador, pero que para él fuera particularmente un «incidente crítico» que liberara a su «monstruo interior». Si esto es así, Williams no lo mencionó.

De forma relacionada, otra posibilidad es que Williams sintiera desde hacía mucho tiempo que había una profunda insatisfacción interior, algo muy sexual que le producía hondas convulsiones emocionales, y que un régimen tan estricto como es la vida militar no fue capaz de contener durante más tiempo. Es decir, no tendría por qué haber ocurrido algo excepcional: el «oscuro pasajero» de Williams al fin se liberó, y buscó obrar de acuerdo con sus necesidades más privadas e inconfesables. Para decirlo en otras palabras: al fin la naturaleza real de la psicología de Williams triunfó sobre la vida modélica (pero definitivamente no la auténtica suya) del coronel. La disciplina militar cae hecha pedazos ante las fantasías sexuales inenarrables del hombre que anhela disfrutar de algo que sólo unos pocos se atreven a alcanzar.

En todo caso, parece que esa sucesión tan larga de allanamientos de morada para robar ropa interior femenina desencadenó en él una sensación de omnipotencia, una creencia en que su actuar no le ocasionaba ningún riesgo, algo que le animaría a considerarse imparable y, por ello, le ayudaría a remover las últimas inhibiciones antes de pasar a la tortura, la violación y el asesinato.

Lo que sí que cumple del todo Williams es la máxima del perfil geográfico que asegura que la mayoría de los asesinos en serie matan de acuerdo con las rutas que han desarrollado en su «mapa mental», constituido por los lugares en los que llevan a cabo sus actividades rutinarias. En tales mapas existen zonas de confort, lugares donde se sienten particularmente confiados cometiendo los crímenes, fuera de un perímetro de seguridad donde no matan por hallarse muy cerca de su casa.

Como hemos visto, Williams mató y allanó los domicilios siguiendo la carretera que une sus dos residencias: Ottawa y Tweed, y en particular en las proximidades de Tweed. Se ajusta por completo al patrón geográfico: asalta en los lugares que le vienen de paso o rodean sus domicilios. El mapa de la figura 38 muestra claramente este hecho: los cuatro crímenes más graves (los dos asesinatos y las dos agresiones sexuales) se alinean en los entornos definidos por el domicilio en el pueblo de Tweed y la base área de Trenton. En los alrededores de Ottawa se dieron igualmente muchos allanamientos de morada.

La zona de confort, sin embargo, no se ajusta tanto a los estudios empíricos que se conocen, porque es sorprendente que las dos agresiones sexuales las realizó atacando a casi vecinos, arriesgándose mucho. Ya que ambas agresiones precedieron a los dos asesinatos por unos pocos meses, la suposición más lógica es pensar que cuando las llevó a cabo estaba sintiendo una gran seguridad, lo que al poco le llevaría a buscar una violencia más brutal que la de simplemente aterrorizar a una mujer desnuda y sacarle fotos (que fue lo que hizo en las dos agresiones sexuales). Y de nuevo esa gran sensación de impunidad estaría detrás de elegir a una víctima de asesinato que conocía, puesto que estaba bajo su mando: la cabo Marie-France Comeau.

Quizá tendríamos que emplear el mismo argumento para explicar los errores que cometió el coronel en la escena del crimen: dejar los trazos de sus neumáticos en la casa de la víctima, o las huellas de sus botas, es un error que no cometería un seguidor de CSI… Por eso llama la atención que diga que había visto alguna vez este programa, cuando se lo pregunta el sargento Smyth… ¿Estaría éste empleando la ironía para decirle que fue un completo memo al cometer esos errores de principiante? Es posible.