BTK: el hombre que quería ser un asesino en serie
«Encontraba mis víctimas al modo tradicional. Me metía en el coche y empezaba a conducir».
Los primeros pasos de Dennis Rader
Dennis Lynn Rader nació en Pittsburg, Kansas, el 9 de marzo de 1945. Era el hijo mayor de una familia luterana que pronto se mudó a Wichita, donde creció junto a sus dos hermanos más pequeños y recibió la confirmación en la iglesia luterana de Sión, culto que procesaría durante toda su vida.
Dennis Rader fue un niño aparentemente normal, bastante introvertido y serio. Sin embargo, había algo que le diferenciaba del resto de los niños: torturaba y mataba pequeños animales. Más adelante, ya en la cárcel, lo negaría de una forma muy taxativa, avergonzado de sus actos. Pero el pequeño Dennis ya mostraba una de las habituales características de los serial killers, la tortura de seres indefensos desde la tierna juventud. Colgaba perritos, gatos y roedores hasta la asfixia, y él disfrutaba mientras los veía morir. Sus actividades, pasaron desapercibidas en su entorno y también en los Boy Scouts, de los que fue miembro desde la niñez.
No está acreditado que su familia empleara la violencia en su educación, pero Rader culpó de sus tendencias sádicas a los azotes que su madre solía proporcionarle para castigarlo. Cierto o no, pronto consiguió novelas de terror y magazines sadomasoquistas que le producían un secreto placer. En plena adolescencia, decidió que vigilar mujeres y robar su ropa interior podía ser un hobby divertido, y así lo hizo: dedicaba su tiempo libre a fisgar en las ventanas y a coger a escondidas la ropa de las mujeres, utilizando los pantis y demás prendas robadas para disfrazarse en el sótano de sus padres mientras colocaba una cuerda alrededor de su cuello.
(Ya en la madurez seguiría con sus prácticas, pero sacándose fotografías con un dispositivo curioso que logró montar en su Polaroid, posando en diferentes poses macabras fingiéndose su propia víctima, para inmortalizar el momento morboso (fig. 14). Nadie sospechaba que el plácido e introvertido Rader, bajo aquella máscara de normalidad que lo hizo invisible durante casi toda su vida, albergaba una vida interior «especial»).
En 1963 se graduó, y dos años después se enroló en las Fuerzas Aéreas, donde permaneció hasta el año 1970, cuando volvió a Wichita.
Rader volvió a contactar con Paula Diezt, hija de un alemán y una americana, una buena chica que cantaba en el coro de la iglesia y trabajaba como secretaria en el Veterans Association Hospital. Ambos habían estudiado juntos en el instituto. Se casaron el 22 de mayo de 1971 y fueron a establecerse en una acogedora casita de Park City, un barrio a las afueras de Wichita rodeado de naturaleza. Rader (fig. 15) trabajó una temporada como carnicero en IGA Grocery Store, donde su madre era empleada de la librería, y más adelante encontró un empleo mejor en Coleman Company, uno de los almacenes más importantes del lugar. Duró 13 meses. Luego se cambió a un trabajo mejor en Cessna (la famosa empresa de avionetas), pero fue despedido, lo que le produjo una gran frustración. Sin embargo, no perdía el tiempo: se había matriculado en la Universidad de Wichita para estudiar Administración de justicia, un grado en el que se daban clases de criminología y derecho. Y también se estudiaban los asesinos en serie.
Debut de un asesino
LOS OTERO: LITTLE MEX PROJECT
Muchos años después, Paula Diezt comprendió: la casa de la familia Otero en 803 North Edgemoor Street, estaba situada en el trayecto que todas las mañanas hacía su marido para llevarla al trabajo. Paula odiaba conducir con las calles llenas de nieve, así que su marido, aún en paro en enero de 1974, no tenía pereza para acercarla al Hospital de Veteranos, en donde trabajaba como secretaria.
Lo que Paula Diezt no sabía es que después de dejarla sana y salva en el trabajo, su devoto y ejemplar marido se dedicaba a buscar posibles víctimas montado en su coche. Rader llamaba «trolling» a aquella actividad de búsqueda. Y fue durante uno de sus trollings cuando vio a Julie Otero y a su hija Josie, dos puertorriqueñas morenas, de pelo largo y cuidado look, que salían de su casa. De inmediato las consideró un objetivo apetecible. Le gustaban aquellas mujeres «exóticas» de aspecto latino, así que pasaron de inmediato a ser uno de sus «proyectos» o «Pj», como llamaba él a sus objetivos criminales.
Comenzó a vigilar cuidadosamente a los Otero (la vigilancia de sus víctimas era lo que él denominaba «stalking») y decidió que con la cría de once años pasaría un SBT. Rader era un enamorado de los acrónimos. Los utilizaba compulsivamente para todo: SBT significaba, ni más ni menos, «Sparky Big Time», o «un buen rato para Sparky». Sparky era el nombre que le había puesto a su pene.
Los Otero (fig. 16) eran una familia numerosa y feliz, de origen puertorriqueño, y acababan de instalarse en Wichita. Dennis Rader observó durante semanas la rutina habitual de las mañanas de aquella gente: Joseph Otero, mecánico e instructor de vuelo de 38 años; su mujer, Julie Otero, ama de casa, de 34; sus cuatro hijos: Charlie, de 15 años; Danny, de 14; Carmen, de 13, Josie, de 11, y el más pequeño, Joey, de 9 años. Dennis confirmó que por lo general el padre salía antes de las ocho a llevar a sus tres hijos mayores al colegio y luego se iba a trabajar. Sin embargo, en aquellos días Joseph Otero estaba de baja porque se había roto unas costillas en una accidente de coche.
El jueves 15 de enero de 1974, a primera hora de la mañana, se produjo el primer ataque del que se convertiría durante años en la pesadilla de Wichita. Eran las ocho y media de la mañana cuando Rader esperó, dubitativo, en la puerta de atrás de la vivienda unifamiliar de los Otero tras cortar la línea telefónica con un cuchillo. Durante la confesión, Rader afirmó que fue en ese instante cuando Josie abrió la puerta de atrás, y fue en ese momento que Rader se decidió: sacó la pistola y aprovechó la oportunidad para entrar.
Para su sorpresa, dentro de la vivienda, además de Julie y de Josie, se encontraban Joseph y Joe, el pequeño, además del perro, un pastor alemán bastante furioso que empezó a ladrar en cuanto vio a Rader.
Se suponía que Joseph Otero no tenía que estar allí. Pero Joseph no estaba trabajando por culpa del accidente, cosa que Rader no sabía.
El intruso se dio cuenta de que aquello no iba a ser tan fácil como en sus fantasías. Además, había tenido la precaución de usar guantes, pero en ningún momento se le había ocurrido ponerse una máscara. Así pues, no había vuelta atrás. Apuntó con el arma a toda la familia, que al momento entró en estado de pánico. Para tranquilizarlos y lograr que hiciesen lo que él quería sin demasiados aspavientos, los convenció de que era un fugitivo que huía a California y que necesitaba dinero y un coche. Así logró atarlos a todos con una fuerza extrema hasta dejarlos totalmente indefensos en la habitación del matrimonio.
Una vez atados, Rader fue a buscar su hit-kit, la caja de utensilios. Empezó por ocuparse de anular al miembro más peligroso de todos: Joseph Otero. Rodeó su cabeza con una bolsa de plástico y la ató al cuello, pero al poco se dio cuenta de que Joseph, experto boxeador y militar en las fuerzas aéreas, había roto la bolsa con los dientes, por lo que decidió ponerle dos camisetas alrededor de la cara y luego otras dos bolsas fuertemente sujetas con cuerdas en torno al cuello para que muriese por asfixia.
Seguidamente intentó estrangular a Julie Otero con una cuerda. Más adelante confesaría que estrangular perros o gatos era una cosa, pero intentar lo mismo con seres humanos era algo muy diferente: «No se morían en un minuto como en las películas». Tras el primer intento de estrangulación, y dando a la mujer por muerta, se volvió hacia Josie, la niña, que no paraba de llorar y suplicar. La estranguló hasta que perdió el sentido. Sin embargo, Julie volvió en sí para suplicar por la vida de sus hijos, y ahí fue cuando Rader retomó la tortura, procediendo a estrangularla por segunda vez, hasta la muerte. Probablemente fue en ese momento cuando se dio cuenta de que la tortura, al estrangular y luego dejar que sus víctimas fueran capaces de respirar de nuevo, era mucho más agónica y cruel que si acababa con ellos al primer instante. Allí, en aquella habitación, nació BTK: Bind, Torture, Kill: atar, torturar, matar. La pequeña Josie lloraba y gritaba «mamá» con desesperación, así que decidió que iba a ser la tercera. Los gritos le ponían más nervioso todavía. La estranguló también y Josie (fig. 17) se desmayó. Pero la dejó viva.
Al final, cogió al más pequeño, lo llevó a su habitación y efectuó la misma maniobra que había realizado con su padre: primero colocó una funda de almohada en torno a la cabeza para que no pudiese morder la bolsa, y luego las dos bolsas de plástico. Por encima, una camiseta. Lo anudó todo fuertemente alrededor del cuello mientras Joe rodaba sobre sí mismo, ahogándose, hasta caer al suelo. Dennis Rader colocó una silla delante de la cama para contemplar la muerte por asfixia del niño de nueve años. Tenía curiosidad por saber qué pasaba.
Cuando regresó al dormitorio principal, Josie había vuelto en sí. En su confesión ante la policía, Rader afirmó que su principal objetivo era Josie, ya que le gustaban las «jóvenes latinas». Así que la bajó al sótano, encontró una tubería en el techo y pasó la cuerda veneciana, a la que le había hecho un nudo de horca en su casa (su hit-kit, una bolsa de bolos, estaba compuesto de cuerdas ya anudadas, bolsas de plástico, cinta de embalar, esposas, pistolas, alicates, destornilladores, todo lo necesario para entrar en una casa y dominar a sus habitantes con rapidez) y, después de amordazar a la niña, le cortó el sujetador negro por delante, le subió la camiseta y le bajó las medias. La colgó de la cuerda hasta la muerte. «Mi obsesión era llevarla al sótano y colgarla; aunque hubiera estado muerta, la hubiese colgado igual».
Dennis Reader, completamente excitado, se masturbó, frotándose contra el cuerpo inerte de la niña hasta eyacular en uno de sus muslos.
Cuando todo hubo terminado, tras dos horas en casa de los Otero, Rader tuvo la suficiente sangre fría como para ir a la nevera y tomar algo. Después fue habitación por habitación aplicando lo que él llamaba «the right hand ruler» [la regla de oro]: lo limpió todo con mucho cuidado para no dejar ningún rastro. Tras robar una radio y un reloj, cogió el vehículo de los Otero, un viejo Vista Cruiser, y condujo hasta aparcarlo en Dillons, más o menos a 800 metros de la casa de las víctimas. Luego caminó hacia su coche, un Impala cupé. De repente recordó que se había dejado el cuchillo de caza. Según él, volvió al domicilio de los Otero, entró en la casa por la puerta trasera y lo recuperó. Luego condujo hasta Park City, pero antes se detuvo en un bosque donde solía ir de niño, totalmente enervado por lo que había hecho. Allí quemó todas las pruebas que podían incriminarle y volvió apresuradamente a su hogar.
Una testigo afirmó haber visto en Dillons (una tienda de alimentación) a un hombre que salía del coche de los Otero temblando convulsivamente. Aunque fue sometida a sesiones de hipnosis, no pudo recordar su rostro. Sólo que su mirada reflejaba un ansia extraña que hizo que se apartara.
Horas después, a la vuelta del colegio, Charlie, Danny y Carmen, los hijos mayores, se extrañaron al ver abierta la puerta del garaje y el perro en el patio. Sus padres nunca lo dejaban allí. Se dirigieron a la puerta principal y la encontraron abierta. Pronto descubrieron a sus padres muertos en el dormitorio. Cortaron las complejas ligaduras que atenazaban sus cuellos y trataron infructuosamente de reanimarlos. Cuando levantaron el teléfono para llamar a la policía se dieron cuenta de que la línea estaba cortada, así que corrieron a pedir ayuda sin saber todavía que sus hermanos pequeños también estaban en la casa. Aún creían que los dos estaban en el colegio, sanos y salvos.
La policía siguió varias líneas de investigación sin llegar a ningún sitio. Teorías que iban desde un problema de drogas hasta los vínculos de Joseph Otero con las fuerzas aéreas fueron analizadas cuidadosamente sin éxito. Ni siquiera sabían si en aquella casa había actuado uno o varios asesinos, ya que los nudos de las ataduras eran diferentes según la víctima. Estaban totalmente perplejos. Aunque en algo acertaron: Rader había servido en la marina, y su conocimiento sobre los nudos era enorme; lo supieron muy bien los Boy Scouts a los que enseñaba cuando se hizo miembro de la organización para acompañar a su hijo.
Dennis Rader había dado el primer paso para convertirse en el asesino en serie más famoso de su ciudad. Pero lo que había hecho no era suficiente: el «Factor X» era insaciable. No tardaría en volver a dar señales de vida… y pronto, Wichita estaría sumida en el terror.
KATHRYN BRIGHT: PROJECT LIGHTS OUT
Tras el crimen de los Otero, y después de observar que la policía no tenía ninguna pista sobre su persona, Rader continuó buscando diferentes «proyectos», vigilando mujeres solas, siguiéndolas para comprobar si eran un objetivo vulnerable y sexualmente apetecible para él. Con los Otero había aprendido que tenía que asegurarse más a la hora de cometer un nuevo crimen sin verse en demasiados aprietos. No quería más problemas en forma de algún visitante inesperado.
En marzo de 1974, tres meses después de su primer crimen, Rader observó un día desde su vehículo a una joven rubia y dulce de 21 años que entraba en casa. «Muy buen cuerpo», dijo después. En cuanto pudo, fue a enterarse de su nombre en el buzón: Kathryn Bright (fig. 18). La convirtió, primero, en uno de sus trolling. Luego comenzó la vigilancia intensiva y pasó a la segunda fase: «stalking», justo antes del ataque. Para él, aquélla parecía la casa perfecta: algo aislada, no había niños, no había perro, no había un marido o novio alrededor que pudiese fastidiar su «intimidad» con ella. En aquellos días Rader se había hecho con pelotas de goma para entrenar sus manos a fin de tener más fuerza a la hora de estrangular. Los Otero no habían sido precisamente un triunfo para él, pues era su primer crimen y aún tenía mucho que aprender para alcanzar la perfección. Rader era un hombre inteligente, aprendía rápido, así que estaba dispuesto a mejorar sus técnicas de tortura. Con más práctica, por supuesto.
La mañana del 4 de abril de 1974 Kathryn salió con su hermano Kevin, de 19 años, a hacer varios recados. Kevin estaba de visita en casa de su hermana, cosa que Dennis Rader ignoraba. Él se imaginaba que la chica estaría sola y sería muy fácil de controlar, así que ideó un plan: fingiría ser un estudiante como ella que llevaría libros hasta su casa. Una vez allí, entraría a la fuerza, a punta de pistola. No necesitaría su hit-kit: aquel asesinato sería coser y cantar.
Pero cuando Rader llegó a la puerta con el plan bien aprendido y llamó, no contestó nadie. Entonces rompió el cristal de la puerta trasera, limpió los trozos de cristal con cuidado y se escondió en una habitación, empuñando su Colt 22. Rader se metió en un armario y confeccionó una especie de silla con la ropa que había dentro del lugar para esperar cómodamente.
Cuando por fin se abrió la puerta principal, pudo escuchar que Kathryn reía y hablaba con su hermano. Entonces empezó a darse cuenta de que las cosas, como era habitual, no iban a salir como él había planeado. La presencia de un hombre lo cambiaba todo. ¿Qué hacer? No podía escapar, sólo huir hacia delante.
Dennis salió de su escondite con decisión y amenazó a los dos jóvenes con la pistola. Les contó la vieja historia de que lo buscaban en California y, si hacían lo que él decía, nada iba a pasar. De repente se dio cuenta de que no llevaba con él su bolsa de utensilios. Había pensado que la chica estaría sola, que pronto la tendría a su merced y podría atarla con sus propias medias para satisfacer sus instintos. Pero nada de eso estaba ocurriendo: allí había dos personas, y nada para atarlas.
Los llevó a ambos a la habitación de Kathryn y allí encontró prendas útiles para sus fines: exigió a Kevin que atara a su hermana a una silla con unos pantis y luego lo llevó a otra habitación, donde lo sujetó a la cama y le ató las manos.
Rader les pidió dinero. Se lo dieron. Luego revolvió por la casa y puso el equipo de música a toda potencia para acallar los ruidos que produciría la estrangulación. Sabía que si uno oía morir al otro, todo sería mucho más difícil.
Entró en la habitación donde estaba Kevin y rodeó su cuello con una cuerda de nylon. En el mismo instante en el que se dio cuenta de que pretendía estrangularlo, Kevin luchó con todas sus fuerzas hasta que consiguió soltar sus piernas y liberarse de su captor.
En ese momento Rader disparó, alcanzando al joven en la cabeza. Cuando vio la sangre salpicarlo todo y a Kevin en el suelo, inconsciente, pensó que había muerto y decidió ir a por la hermana, que sollozaba al sospechar lo que estaba ocurriendo en la otra habitación. Kathy sobre todo quería vivir, y decidió luchar también por su vida: las ataduras de Rader no eran demasiado fuertes por improvisadas, y empezó a soltarse mientras su atacante la estrangulaba. En ese momento Kevin recuperó la conciencia en la otra habitación. Aquello se le empezó a escapar de las manos a Rader, que volvió corriendo al lado de Kevin para rematarlo. Éste se soltó de sus ligaduras y consiguió forcejear durante un buen rato, llegando a alcanzar el gatillo del Colt, sin demasiada suerte. Sin embargo, fue Rader el que volvió a disparar por segunda vez en la cabeza de Kevin. Esta vez lo dio por muerto al fin.
Decidió ocuparse de Kathy de nuevo: tampoco había muerto en la primera tentativa, así que volvió a intentar estrangularla. Luego diría que ella había luchado como una gata salvaje a pesar de estar atada a una silla. Kathy no estaba dispuesta a morir sin defenderse, así que de nuevo se resistió con todas sus fuerzas. Dennis Rader no era capaz de estrangularla. Empezó a golpearla en la cara, en los hombros, intentando que quedase sin conocimiento. Tenía miedo de que hubiesen escuchado los dos disparos y acudiesen a la casa, así que sacó el cuchillo de caza y empezó a apuñalarla para acabar de una vez, aunque ella seguía debatiéndose con una fuerza inusitada. Once veces hundió el cuchillo de boy scout en el cuerpo de Kathryn, hasta que, de repente, escuchó ruido de nuevo en la habitación en donde había dejado el cuerpo inerte de Kevin. Corrió hacia allí y luego hasta la puerta de entrada, que estaba abierta. Vio al chico que corría hacia la esquina. Iba a pedir ayuda.
Rader se vio perdido y salió de allí corriendo, cubierto de sangre. Condujo hasta casa de sus padres, que estaba cerca de allí, y escondió las armas y la ropa.
Kevin Bright consiguió ayuda, pero era ya demasiado tarde: su hermana falleció cuatro horas más tarde en el hospital. Casi todos los órganos vitales de su cuerpo habían sido alcanzados por el filo del cuchillo de BTK.
Ningún policía sospechó que el asesino de la familia Otero había vuelto a actuar. Pensaron que era un hombre de paso, un vagabundo, ya que Rader les engañó con su discurso sobre el fugitivo de la ley buscado en varios estados. Kevin tampoco fue capaz de describir con acierto la fisonomía de Dennis Rader: insistió en que era un hombre que incluso podía tener rasgos mexicanos, de ojos oscuros, gorra y bigote. La prensa de Wichita publicó un retrato robot que lo presentaba con rasgos amenazadores, ojos rasgados y un gran mostacho. Años después Kevin cambiaría su descripción, pero la primera no hizo más que confundir todavía más a la policía. Ni por un momento fueron capaces de vincular el crimen de los Otero al de Kathryn Bright. Sería el propio Rader el que los pusiera, tiempo después, sobre la pista.
Un asesino en serie estaba actuando en Wichita. Pero sólo él lo sabía.
Buscando la celebridad
En octubre de 1974, Dennis Rader no pudo aguantar más. Necesitaba dar un nuevo impulso a sus fantasías y convertirse de una vez por todas en una pesadilla real para la ciudad de Wichita. Rader quería ser un serial killer famoso, con todas las consecuencias: ciudadanos aterrorizados o indignados, policías especialmente dedicados al caso, intervención estelar del FBI, freaks ansiosos de una nueva demostración… Para ello ideó seguir el típico juego del gato y el ratón con la prensa y la policía que serviría —o eso suponía él— para darse a conocer en toda la ciudad y probablemente a un nivel mucho más amplio como un genio del mal, capaz de matar desde niños pequeños a mujeres indefensas e incluso a sus robustos maridos. Por supuesto, sin contar a los medios la chapuza cometida en la casa de Kathryn Bright. No se sentía especialmente orgulloso de no haber podido matar a un crío de 19 años a pesar de haberle disparado dos veces en la cabeza. Un verdadero asesino en serie, como sus ídolos Ted Bundy, el hijo de Sam o Richard Ramirez, hubiese acabado con aquel mindundi en un santiamén.
En aquella época, varias personas mentalmente inestables se habían declarado culpables de la muerte de los Otero: aquello fue la gota que colmó el vaso. Rader no podía permitir que otros se llevasen su gloria criminal sin haber movido ni un dedo.
Así que el 22 de octubre llamó por teléfono a Don Granger, un columnista del periódico local, el Wichita Eagle, encargado de la línea caliente de los posibles testigos del caso Otero. Con voz susurrante e imperativa, como un villano de teleserie, espetó: «Escuche, y escuche bien, porque no lo voy a repetir». A continuación Rader le informó de que había una carta con pistas sobre el crimen de los Otero dentro de un libro en el segundo piso de la biblioteca pública de Wichita que estaba al lado de la comisaría: «There is a letter about the Otero case in a book in the public library». Granger llamó a la policía, y cuando los agentes acudieron al lugar efectivamente encontraron, dentro de un manual sobre mecánica titulado Applied Engineering Mechanics, una carta que los dejó conmocionados.
PRIMERA CARTA DE BTK (22 DE OCTUBRE DE 1974)
Les envío esta carta por el bien del contribuyente y para que no pierdan más el tiempo. Esos individuos que tienen en la cárcel quieren buscar publicidad por los crímenes de los Otero. No saben absoluta mente nada. Lo hice todo yo solo, sin la ayuda de nadie. Tampoco ha habido ninguna conversación.
Y ahora, vayamos al grano:
Joe:
Posición: en la habitación sudoeste, con los pies atados a la cama. La cabeza apuntando en dirección sur.
Ataduras: una cuerda de persiana veneciana.
Garrote: la cuerda, un cinto marrón.
Muerte: el viejo truco de la bolsa de plástico, y estrangulación con cuerda trenzada de tender ropa.
Ropa: camiseta blanca y pantalones verdes.
Comentarios: Se rindió al momento. Tenía una costilla rota por culpa de un accidente la semana anterior. Su cuerpo yacía sobre un abrigo.
Julie:
Posición: yacía boca arriba, el cuerpo cruzado sobre la cama, apuntando en dirección suroeste. La cara estaba cubierta por una almohada.
Ataduras: cuerda de persiana veneciana.
Garrote: cuerda de tender en un nudo de ballestrinque.
Muerte: estrangulada dos veces.
Ropa: un mandil azul, pantalones amplios de color negro, calcetines blancos.
Comentarios: sangre en la cara debida a la presión del cuello. La cama deshecha.
Josephine:
Posición: colgada del cuello en la parte noroeste del bajo. Al norte de su cuerpo estaba la secadora o el congelador.
Ataduras: manos atadas con cuerda veneciana. Por debajo y por encima de las rodillas, en los pies y la cintura con un solo trozo de cuerda.
Garrote: cuerda gruesa de cáñamo con un nudo de horca de cuatro o cinco vueltas, nuevo.
Ropa: sujetador negro cortado en el medio, calcetines.
Muerte: primero estrangulación, luego colgada.
Comentarios: resto de la ropa al final de la escalera, pantalones verdes y pantis. Las gafas estaban en la habitación del sudoeste.
Joseph:
Posición: en la habitación del este, yace boca arriba apuntando hacia el este.
Ataduras: cuerda veneciana.
Garrote: tres capuchas: una camiseta blanca, una bolsa de plástico blanca y otra camiseta. También cuerda de tender atada con un nudo de ballestrinque.
Muerte: asfixia una vez, estrangulación y asfixia con el viejo truco de la bolsa.
Ropa: pantalones marrones, camiseta marrón y amarilla.
Todas las víctimas tenían sus manos atadas a la espalda, con mordazas de trozos de funda de almohada. Nudos corredizos en los cuellos de Joe y de Joseph para sujetar las bolsas. El contenido del monedero, al sur de la mesa. Bebida derramada en el mismo lugar, donde los niños tomaban el desayuno. La cortina de la puerta en una silla roja en el salón. Falta el reloj de Joseph Otero. Necesitaba uno, así que lo cogí. Funciona perfectamente. Calefacción apagada. El coche estaba sucio por dentro, y sin gasolina.
Siento que algo así le esté ocurriendo a la sociedad. Ellos son los que van a sufrir más. Me resulta muy difícil mantener el control. Probablemente me consideréis un «psicótico con perversiones sexuales e inhibiciones». No sé en realidad cuándo este monstruo entra en mi cerebro, nunca lo sabré. ¿Cómo curarse? Si pides ayuda diciendo que has matado ya a cuatro personas, se reirán o apretarán «el botón del pánico» y llamarán a los polis.
No puedo parar, así que el monstruo continuará y me herirá a mí a la vez que a la sociedad. La sociedad puede dar gracias de que gente como yo tenga la posibilidad de aliviarse con ensoñaciones diarias en las que torturo y poseo víctimas.
Es un juego complejo, mi amigo el monstruo jugando a destruir víctimas, siguiéndolas, vigilándolas en la oscuridad, esperando, esperando… la presión es grande y muchas veces juega totalmente a su placer. Ya ha elegido a su próxima víctima o víctimas. Yo aún no sé quiénes son. El próximo día después de leer el periódico, lo sabré, pero será demasiado tarde.
Buena suerte con la caza.
Vuestro, sinceramente culpable.
PD: Como los criminales sexuales no cambian su modus operandi, o por naturaleza no pueden hacerlo, no cambiaré el mío. Mis palabras clave serán… Bind them [átalos], Torture them [tortúralos], Kill them [mátalos]: BTK, lo veréis en la próxima víctima.
La policía leyó la carta con ojos atónitos. Con una ingenuidad que rayaba en el patetismo, decidieron publicar un anuncio clasificado en el Eagle con el texto «BTK dispone de ayuda, llame al 684-632 1 antes de las 10», para ver si el pobre BTK decidía pedir socorro para librarse de su demonio interior. El 31 de octubre Granger, el periodista, decidió también invitar a BTK a que lo llamase para hablar con él.
Resultado: el silencio.
Una nueva etapa (fin de 1974-1977)
En noviembre de 1974 Dennis Rader encontró al fin un empleo estable en la compañía ADT de seguridad. Paradójicamente, el delincuente más peligroso de Wichita era el que colocaba las alarmas en los hogares de los aterrorizados habitantes. (Dado que durante el tiempo en que trabajó para ADT mató a cuatro personas, los investigadores estaban seguros de que parte de sus víctimas fueron seleccionadas durante su jornada laboral. Estuvo trabajando allí quince años, y sin duda sus actos criminales sirvieron para que la empresa tuviese mucho más éxito).
Al año siguiente Paula, su mujer, dio a luz a su primer hijo, Brian, así que entre el trabajo, la universidad por las noches y el crío, Rader no tenía demasiado tiempo para preparar un crimen a conciencia. Sin embargo, nunca dejó de acechar mujeres. Aunque no matase, su obsesión por la caza continuó inalterable.
El regreso del demonio interior
Aquella mañana del 17 de marzo de 1977 Dennis no tenía que ir a trabajar, pero sí su mujer. Dispondría de un buen rato para dedicarlo a su actividad favorita. Dennis Rader se vistió de forma elegante con una chaqueta de tweed y zapatos de vestir. Se puso el uniforme de BTK. Más adelante diría que pretendía tener un aspecto a lo James Bond. Cogió su hit-kit y lo metió en un maletín. Luego, una foto de su mujer y su hijo, que guardó cuidadosamente. Aquella mañana estaba dispuesto a jugar a los detectives privados. Tenía en la cabeza varios proyectos. Siempre era necesario disponer de un plan B por si el primer objetivo fallaba. Incluso de un plan C. Había estado durante semanas haciendo actividades de trolling por la zona, tomando notas, aprendiendo vías de escape para huir en caso de necesidad. Lo tenía todo controlado, o eso creía él.
SHIRLEY VIAN REDFORD: PROYECTOS GREEN Y BLACK OUT
En realidad, Shirley Vian no era el primer objetivo del día de San Patricio, sino otra mujer en la calle Greenwood. Sin embargo, también tenía muy presente a otra chica residente en la calle South Hydraulic, llamada Cheryl. Una perdedora: bebía e iba a bares con compañía masculina. La había designado Project Black Out. BTK llamó a la puerta de su primer objetivo en Greenwood y nadie contestó. Resignado, Rader decidió cambiar de planes y seguir el plan B. En la siguiente calle, South Hydraulic, en el número 1311, vivía Shirley Vian, de 26 años, con sus tres hijos pequeños y su novio. Uno de los niños, Steve, de casi seis años, había ido a Dillons a comprar sopa, ya que su madre tenía gripe y no había sido capaz de prepararlos para ir al colegio. Steve ya había realizado un viaje anterior a la tienda para hacer recados, y fue en el segundo trayecto cuando se encontró con Dennis Rader. El niño miró a aquel hombre extraño que le puso la fotografía de una mujer con un bebé en brazos delante de sus asombrados ojos.
—¿Has visto a esta mujer? ¿La conoces?
—No.
—¿Estás seguro?
—Sí.
El hombre entonces lo dejó tranquilo y Steve volvió a casa. Rader no perdió de vista a aquel niño tan espabilado que no le quitaba los ojos de encima. Cuando el niño desapareció, llamó a la puerta de Cheryl, el segundo objetivo. Nada. No era su día de suerte. Al final, harto de llamar a puertas y que nadie contestara, se decidió por Shirley y sus hijos.
Diez minutos después de llegar con la sopa a su casa, llamaron a la puerta. Steven abrió y vio al hombre que le había interceptado un rato antes.
—¿Están tus padres?
—Está mi madre, pero está enferma.
Rader empujó la puerta, apartó al niño y entró diciendo que era un detective privado. Luego cerró la puerta, apagó con rapidez el televisor, corrió las persianas y sacó la pistola de la sobaquera.
—¿Dónde está vuestra madre?
Los niños señalaron la puerta de la habitación. Shirley salió en bata y se encaró con el hombre, gritándole que se fuera. Él apuntó con la pistola e intentó organizar el caos de niños revolucionados y madre histérica y enferma que se había formado en la casa.
Lo primero que hizo fue colocar mantas, cojines y juguetes en el baño para meter a los niños allí. El baño tenía dos puertas, y Rader se dispuso a sujetar ambas puertas con una cuerda para que no le molestaran mientras mataba a la madre. Los niños se rebelaron, pero Rader los amenazó con la pistola, especialmente a Steve, que se mostraba desafiante y valeroso.
—Como desates la cuerda te vuelo la cabeza.
Shirley Vian, temiendo por la vida de su hijo, suplicó al niño que obedeciera.
Shirley se encontraba bastante mal. Rader, para tranquilizarla, le soltó su típico discurso sobre sus problemas sexuales, su necesidad de atarla y violarla, y luego sacarle fotografías. Luego empezó a atarla. Mientras lo hacía, Shirley vomitó. Rader, todo un caballero, fue a por un vaso de agua para que se sintiera mejor.
Primero solía emplear la cinta aislante, que dejaba a las víctimas a su merced. Las fotos de Shirley Vian muestran sus piernas atadas con la cinta aislante y cuerda veneciana (fig. 19). Luego empezaba el verdadero juego con la cuerda y las prendas de la mujer. La ató a la cama, cogió una bolsa de plástico y se la colocó sobre la cabeza. Dio cinco vueltas al cuello de Shirley con la cuerda veneciana con que la había atado a la pata de la cama, y añadió el camisón rosa al lazo. Luego tiró con fuerza hasta estrangularla.
Cuando los niños escucharon el ruido de la cinta aislante al desenrollarse, se empezaron a alarmar. Desobedeciendo las órdenes de Rader, se subieron al lavabo y fisgaron a través de una pequeña ventana que daba a la habitación de su madre. Pudieron ver que estaba desnuda, atada boca abajo sobre la cama, con una bolsa de plástico sobre su cabeza y una cuerda alrededor del cuello. Bud, el hijo mayor, rompió la ventana del baño para pedir socorro.
El teléfono empezó a sonar y los niños no dejaban de hacer un jaleo descomunal. Dennis Rader quería masturbarse tranquilamente y luego acabar con los niños (y colgar a la niña, según diría después, como había hecho con Josie Otero), pero el teléfono que no paraba de sonar y el barullo que presidía toda la escena no le permitieron concentrarse, y tras eyacular con rapidez en unas medias azules que dejó al lado del cuerpo, escapó. Rader cogió dinero y dos pares de pantis antes de huir. Se los pondría más adelante para sus juegos sexuales. La forma en que la había atado era para él de lo más sugerente: «Esto, en el mundo del bondage, es lo más», declararía años después a la policía.
Steven consiguió abrir la puerta y fue hacia el dormitorio de su madre. Estaba inmóvil. Luego corrió a pedir ayuda. Los niños quedaron traumatizados por aquel suceso para toda la vida.
En cuanto llegó la policía, uno de los agentes, Bob Cocking, afirmó que aquel crimen era similar al de los Otero. Pronto se inició una gran discusión entre los investigadores, que a aquellas alturas no eran capaces de asimilar que un asesino en serie estaba actuando en Wichita. Muchos de ellos eran reluctantes a aceptar que BTK existiera, incluso a pesar de la carta explicativa en la que Rader se había confesado autor de la muerte de los Otero. Habrá más muertes, había afirmado. Pero aun así, la policía no fue capaz de atar cabos.
NANCY FOX: PROYECTO FOX HUNT
Nancy era una chica guapa de 25 años (fig. 20), pero sobre todo era pulcra. Una rubia meticulosa y con carácter, que tocaba la flauta, cantaba con magnífica voz en el coro de la Iglesia baptista y se arreglaba diariamente con extremo cuidado el pelo y las uñas antes de ir a trabajar a The Law Company y a la joyería Helzberg’s. Su dúplex aislado en la calle South Pershing estaba pintado de un rosa palo muy coqueto, y al disponerse a entrar en casa fue precisamente cuando la vio Rader, que peinaba aquella zona habitualmente, pues la consideraba muy interesante para sus proyectos: allí vivían muchas jóvenes solteras y trabajadoras, su presa ideal ahora que había aprendido que maridos, hermanos, niños o un perro podían ser un verdadero estorbo a la hora de alcanzar sus objetivos criminales. Rader fue hasta el buzón para ver el nombre de su siguiente proyecto: Nancy Fox. «La caza del zorro», pensó[11]. Un nombre perfecto para lo que sería su «proyecto perfecto».
Rader comenzó a seguirla y a controlar sus horarios. Cuando la fase de merodeo del barrio pasó a la fase de seguimiento de la víctima seleccionada, decidió que el día ideal para atacarla sería el 8 de diciembre, así que le dijo a su mujer que estaría en la biblioteca de la universidad hasta la noche para justificar su tardanza.
Nancy, una chica de costumbres precisas, salió de la joyería a su hora habitual y condujo hasta una hamburguesería para hacerse con una cena rápida que engulló en el coche. A esa hora Rader, que había salido tarde de la biblioteca, tras asegurarse de que Nancy no había llegado aún, se apresuraba a cortar la línea telefónica, romper una ventana para entrar y, tras subir la temperatura de la calefacción para compensar el descenso de temperatura provocado por la ventana rota, contemplar con asombro la limpieza y el orden de aquella confortable vivienda. Pronto llegó Nancy, que lo descubrió en la cocina, con el teléfono en la mano. Estaba comprobando que había cortado bien las líneas telefónicas.
—¿Qué está haciendo en mi casa? —Nancy Fox no se arredró ni por un momento—. ¡Váyase o llamaré a la policía!
Eso encendió todavía más las ansias de Rader, que no tardó en amenazarla con la pistola y en soltar su discurso sobre sus fantasías sexuales para tranquilizarla.
Nancy Fox mantuvo la calma y se fumó un cigarrillo. Lo miró con una mezcla de conmiseración y desprecio:
—Está enfermo —le espetó sin más.
Rader no podía sino asombrarse ante el arrojo de aquella mujer.
—Sí, estoy enfermo. Pero lo que tiene que ocurrir, ocurrirá —contestó.
Nancy afirmó que necesitaba ir un momento al baño.
—Encárgate de que al salir estés desnuda —ordenó Rader.
Cuando salió, semidesnuda, Rader la esposó, mientras ella protestaba sin parar. Luego la tiró sobre la cama, le quitó los pantis y la amordazó con ellos. Luego se quitó el cinturón de cuero y le ató las piernas con él. Se dio cuenta de que estaba ya muy excitado: el cinturón voló de las piernas al cuello y se estrechó allí. BTK apretaba la hebilla contra la piel con una mano mientras con la otra tiraba del otro extremo del cinturón. Nancy se dio cuenta de que estaba corriendo un peligro mortal e intentó defenderse buscando con sus manos atadas el escroto de su agresor y, apretando con lo que le quedaba de sus mermadas fuerzas, clavó sus uñas en los testículos. Rader sintió dolor, pero al mismo tiempo, percibir la presión de las uñas de su víctima le produjo un gran placer sexual. Cuando Nancy se desmayó, Rader aflojó la presión del cinturón en su cuello hasta que recuperó la conciencia. Ése fue un momento de gloria eterna para las fantasías de Dennis Rader. Se inclinó sobre ella y susurró a su oído las palabras fatídicas:
—Me buscan por matar a los Otero. Y también maté a Shirley Vian. Soy BTK. Y tú serás la siguiente.
Nancy luchó con desesperación, pero su destino estaba sellado. Rader apretó el cinturón con fuerza, hasta que Nancy murió. Luego, sin nadie que le molestara, se tomó unas cervezas que había traído mientras miraba el cuerpo inerte y hacía fotografiar de la escena del crimen. Para terminar, cogió un camisón de la joven y se masturbó con él. Luego huyó, tras coger el carnet de conducir y algunos trofeos, como el collar con dos perlas que luce en la fotografia, sin que nadie le molestara. Subió la calefacción para acelerar la putrefacción del cuerpo, así los policías encontrarían un escenario todavía más desagradable y al forense le costaría más determinar la hora de la muerte.
Aquél había sido su proyecto perfecto. Nadie había interrumpido el ritual de la doble estrangulación, como debía ser. Ella, a pesar de todo, no se había resistido. Había podido disfrutar de la tortura y la muerte, masturbarse, tomarse su tiempo contemplando la escena, colocar el cuerpo a placer, beberse unas cervezas… y considerar a Nancy Fox como su esclava sexual favorita para el más allá.
Dennis Rader poseía memoria fotográfica que le permitía rememorar una y otra vez sus acciones abyectas, una memoria que hizo pensar a la policía que sacaba fotografías de todas las escenas del crimen. No era así: antes de matar a Josie Otero le preguntó si sus padres tenían una cámara de fotos para inmortalizar aquella escena para él inigualable. Más adelante, sin embargo, la Polaroid le serviría de mucho.
Al día siguiente Rader miró los periódicos. Escuchó la radio. La televisión. Nada.
Nadie había descubierto su hazaña. Incapaz de esperar ni un minuto más, se bajó de la furgoneta de la empresa y, desde un teléfono público en Organ’s Market (fig. 21), llamó personalmente a la línea de emergencia especial que la policía había habilitado para los crímenes. Sobre las 8.18 de la mañana del 9 de diciembre los agentes recibieron una llamada misteriosa: «Yes. You have a home-icide at 843 South Persing, Nancy Fox». [Rader hacía un juego de palabras con homicide y home (casa) cide, queriendo decir «un homicidio casero», pero los policías creyeron que tenía problemas de dicción.] La telefonista se lo pasó a la policía, y el agente se dio cuenta al momento de que aquella llamada podía ser importante, así que trató de retenerla fingiendo que no había escuchado bien la dirección. Sin embargo, la telefonista, entrenada precisamente para lo contrario, repitió la dirección y Rader, tras asentir, salió corriendo y dejó el auricular colgando, una vez más actuando con todos los tópicos de un villano de teleserie.
Cuando llegó la policía, encontró el cuerpo de Nancy amordazado con sus propios pantys de colores. Otro par rodeaba su cuello, y sus piernas estaban a su vez atadas con su propio jersey. De nuevo, todos los manierismos de BTK en todo su esplendor. De nuevo, algunos de los investigadores negaron su existencia, a pesar de que en aquella ocasión Rader se había encargado de seguir sus propias reglas hasta en el más mínimo detalle para que no quedase duda alguna: pantis, línea de teléfono cortado, estrangulación, cuerpo sobre la cama, robo del carnet de conducir, robo de llavero, el semen en la lencería… Dennis Rader se esmeraba con todas sus fuerzas para ayudar a la policía, pero los agentes de Wichita, una ciudad pequeña y relativamente tranquila, no estaban demasiado seguros de cómo actuar ante aquella situación que les superaba.
Momentos de inspiración
Rader estaba pletórico. Seguía libre. La policía no parecía tener mucha idea de quién podía ser el asesino de Nancy Fox, el hombre que se había atrevido a llamar por teléfono para anunciar el crimen. Nadie había reparado en él. Así que se sintió seguro, y lo que era más importante: se sintió inspirado. Se encerró en su cobertizo, lugar en donde nadie entraba a fisgar, ni siquiera su mujer, y escribió un poema en honor de Shirley Vian.
Shirley Locks, Shirley Locks,
Wilt thou be mine?
Thou shalt not scream
nor yet feel the line.
But lay on a cushion
and think of me
and death and how
it’s going to be*
* Cabello de Shirley, Cabello de Shirley /¿Vas a ser mía? / No gritarás / ni nada sentirás. / Pero tiéndete en un cojín / y piensa en mí /y en la muerte, y en cómo / va a ser para ti.
Un poema que estaba basado en una vieja nana que seguro que Paula, su mujer, le cantaba a su hijo para que durmiese, y pensaría también en cantarle a la niña que esperaba y que nacería en junio. Es curioso que Paula Rader precisamente descubriera el poema olvidado sobre una silla y, extrañada, le preguntase a su marido qué era lo que querían decir aquellos versos. Él, haciendo gala de su habitual temperamento inalterable, le dijo que eran para un trabajo de criminología. Por supuesto, la policía nunca publicó esos versos en la prensa, y Paula no pudo cotejarlos con los enviados por BTK. Si ella sabía o sospechaba algo de las extrañas actividades de su marido, nunca lo sabremos.
Rader, orgulloso de su obra, entre la sátira y la ternura, la envió el 31 de enero al periódico Wichita Eagle, añadiendo que el siguiente poema versaría sobre Nancy Fox. Pero la carta desafortunadamente se perdió, ya que una empleada la consideró un verso de San Valentín y acabó traspapelada, para desesperación de BTK, que leía todos los días el periódico sin ver los resultados de su obra lírica. Así que montó en cólera: aquello no podía quedar así. Se iban a enterar, qué diablos.
El 10 de febrero de 1978 toda la redacción de Kake-TV entró en ebullición. Había llegado una carta, una carta extremadamente rara. De hecho, lo primero que salió del sobre fue otro de los inspirados versos de Rader, que seguía sintiéndose en vena lírica, basándose en una vieja canción de los montes Apalaches para recrear su crimen.
OH, DEATH TO NANCY
What is this that I can see
Cold icy hands taking hold of me
for Death has come, you all can see.
Hell has open its gate to trick me.
Oh! Death, Oh! Death, can’t you spare me,
over for another year!
I’ll stuff your jaws till you can’t talk
I’ll blind you leg’s till you can’t walk
I’ll tie your hands till you can’t make a stand.
And finally I’ll close your eyes
so you can’t see
I’ll bring sexual death unto you for me.
BTK*
* Oh, Muerte para Nancy! Qué es eso que puedo ver / Manos heladas que me quieren alcanzar! Porque la muerte ha venido, como veis. / El infierno abrió sus puertas para cazarme! Oh muerte, Oh muerte, ¡permíteme / vivir otro año más!! Te cerraré la boca para que no hables / Te sujetaré las piernas para que no camines! Ataré las manos para que no te defiendas / Y finalmente te cerraré los ojos para que / no puedas ver / Te daré muerte sexual, de ti para mí. / BTK
Al lado, un dibujo de Nancy Fox tal como la dejó muerta, sobre la cama. Las gafas encima de la mesilla, como las encontraron los policías. Sin duda era una carta de BTK.
Cuando Richard LaMunyon, jefe de la Policía de Wichita, leyó todo el contenido del sobre, se sentó y sacudió la cabeza. Había llegado el momento que tanto había temido. Había llegado la hora de alertar a la población.
SEGUNDA CARTA DE BTK
Me resulta ofensivo que los medios no hagan ninguna alusión a mi poema sobre Vian. Un pequeño párrafo hubiera bastado. De todos modos, entiendo que no es culpa de los medios; el jefe de la policía quiere mantener a todo el mundo tranquilo, en la ignorancia de que hay un psicópata rondando por ahí, estrangulando mujeres especialmente. Ya hay siete víctimas. ¿Quién será la siguiente?
¿A cuántas tengo que matar para que me hagan un poco de caso? ¿Los policías no se dan cuenta de que todas esas muertes están vinculadas? Por favor… es cierto que el modus operandi es siempre diferente, pero no cabe duda de que hay un patrón que se está desarrollando. La mayoría de las víctimas están atadas, los teléfonos cortados, bondage […] Los hijos de Vian tuvieron mucha suerte: los salvó una llamada telefónica. Los iba a atar y a ponerles bolsas de plástico en la cabeza […] y luego, colgaría a la niña. Oh, Señor, eso constituiría un placer maravilloso. Josephine me puso muy cachondo cuando la colgué; sus súplicas de piedad cuando tiraba de la cuerda, ella totalmente inerme; me miraba con los ojos completamente abiertos de terror, la soga cada vez más y más tirante. No entendéis estas cosas porque no estáis bajo la influencia del factor X, como lo estaban el Hijo de Sam, Jack el Destripador, Harvey Glatman, el Estrangulador de Boston, el doctor Holmes, Ted Bundy… y otros personajes infames. Parecerá un sinsentido, pero no podemos evitarlo. No hay cura, salvo la muerte o la captura […] Sigo durmiendo tan tranquilo después de hacerlo. Tras matar a Fox, volví a casa y retomé mi vida como cualquier persona normal. Y así seguiré hasta que el ansia vuelva a llamarme. No es continua y no tengo demasiado tiempo […].
Espero que no seas tú el siguiente desgraciado.
Ha llegado la hora de ponerme un nombre: ya llevo siete víctimas y quedan muchas más por llegar. Me gustan éstos… ¿Y a vosotros?
«El estrangulador BTK» «El estrangulador de Wichita» «El estrangulador poeta» […] «The Garrote Phantom»…
Rader pasó luego a describir los crímenes de Vian y Fox con todo detalle, y a explicar que el motivo de sus actos era el factor «X».
Mi siguiente víctima puede que aparezca colgando de un nudo de horca, con las manos atadas atrás con cinta aislante […] posibles manchas de semen en el ano o en el cuerpo. Será escogida al azar. Motivo: factor «X».
LaMunyon convocó una rueda de prensa para la tarde del 10 de febrero. Había decidido ser sincero, crudo. Había un asesino suelto por la ciudad… y la policía no tenía ninguna pista de quién podía ser: «El propósito de esta rueda de prensa es avisar al público de un tema extremadamente grave sobre unos asesinatos que están ocurriendo en nuestra ciudad…».
Toda la población de Wichita entró en pánico. A partir de ese momento todas las mujeres descolgaban el teléfono de sus casas por si las líneas estaban cortadas. Novios y maridos o amigos las acompañaban a la puerta o al interior. Paradójicamente, las empresas de seguridad como la de Rader hicieron su agosto. Cualquiera podía ser víctima de BTK, para él todas las personas eran posibles objetivos, ya que se movía entre las sombras como un fantasma. Las cartas consiguieron su objetivo: la gente tenía pánico, y Rader, al fin, empezó a sentirse mucho mejor: era un genio del mal, un villano poseído por el demonio interior, capaz de matar una familia entera y de colgar a una niña indefensa y mancillarla. Y al fin obtenía la atención de los medios, e incluso del FBI.
PADRE DE FAMILIA Y ANNA WILLIAMS: EL PROYECTO QUE FALLÓ
El cruel BTK, un asesino en serie que ya había matado a siete personas en el centro de Wichita, fue padre de una niña, Kerry, en junio de 1978. La niña, el trabajo, los estudios… Rader estaba realmente ocupado en aquellas fechas, pero el monstruo interior seguía allí, pidiendo, solicitándole su alimento. Rader era uno de los asesinos sistemáticos capaces de dominar su hambre casi a su antojo, pero la llamada seguía allí, constante. Aguantó a base de seguir vigilando mujeres y alimentando sus fantasías morbosas con dibujos, fotografias de él mismo atado, colgado o cubierto de medias de sus víctimas.
Pero al año siguiente no pudo más. Buscó un objetivo en su barrio fetiche, cerca de la casa de Nancy Fox: una mujer de sesenta y tres años, Anna Williams. Curiosamente, el nombre de la elegida coincidía con el nombre de una de las víctimas de su adorado doctor Holmes, el primer asesino en serie americano, un verdadero maestro del horror que encerraba a sus víctimas en cámaras de gas o las troceaba vivas. Rader jugaba sin cesar con homenajes, mensajes ocultos, bromas privadas, que esperaba que algún superpolicía fuese capaz de entender. Vigiló durante un tiempo a Anna, hasta que decidió que el día ideal podía ser el 28 de abril de 1979. Sobre las siete de la tarde rompió una ventana y entró por ella. Cortó la línea telefónica. Luego barrió los cristales para disimular y se encerró en el armario de la habitación principal, como acostumbraba.
Nadie llegó. Su proverbial mala suerte, debió de pensar Rader. A las 11 se fue, harto de esperar. Para demostrar su presencia allí, robó dinero de un calcetín, ropa y joyas, pero haciendo gala de su siniestro sentido del humor dejó una cuerda anudada y un palo de escoba unidos en forma de horca cerca de la cama. Anna había enviudado hacía muy poco tiempo y no se encontraba demasiado bien. Aquello ya era demasiado. Un ladrón que entraba en su casa, lo dejaba todo patas arriba y encima gastaba casi un rollo entero de papel higiénico. Cuando Anna intentó llamar a la policía vio que la línea telefónica estaba cortada y corrió a avisar a una vecina. Los agentes realizaron un exhaustivo análisis de la casa: no había ni huellas ni semen, así que no se preocuparon por enviar el aviso a los de homicidios. Anna Williams estaba aterrorizada: en su fuero interno sospechaba poderosamente que aquello había sido obra de BTK.
Días después, el 15 de junio, un sobre manila llegó a su buzón. Su hija lo abrió, y rápidamente lo escondió para que su madre no lo viera. Contenía una bufanda de su madre, joyas, un poema y el dibujo de una mujer desnuda y atada sobre la cama de una forma compleja. Un palo de escoba estaba insertado en su vagina, y lo más impactante era que la cara de la mujer miraba hacia el espectador, amordazada, y sus ojos parecían espejos que podrían reflejar a su asesino. (De ahí la inspiración de Thomas Harris para los crímenes de su libro Dragón Rojo, escrito en 1981: el asesino, Dolarhyde, colocaba trozos de espejo en los ojos de las víctimas). Al día siguiente otro sobre similar llegó al canal de televisión Kake-TV. Rader necesitaba por todos los medios que su víctima supiera, y con ella toda la ciudad, que había estado allí. Si no aterrorizaba matando, lo haría mediante el terror psicológico.
Anna Williams no esperó más. Se fue de la ciudad para no volver nunca. Rader confesaría posteriormente que no fue la única afortunada que escapó de sus garras: en Topeka, una localidad cercana, mientras trabajaba como jefe de grupo colocando alarmas, había podido seguir y vigilar a una mujer que tampoco apareció, como Anna Williams.
—Hay mucha gente con suerte por ahí fuera, sí señor —declaró.
TERCER POEMA DE BTK
Oh, Anna Why Didn’t You Appear
T' was perfect plan of deviant pleasure so bold on that Spring pite
My innerfelling hot with propension of the new awakening season
Warn, wet with innerfear and rapture, my pleasure of entanglement, like new vines at night
Oh, Anna, Why Didn’t You Appear
Drop of fear fresh Springrain would roll down from your nakedness to scent to loftyfever that burns within,
In that small world of longing, fear, rapture, and desparation, the game we play, fall on devil ears
Fantasy spring forth, mounts, to storm fury, then winter clam at the end.
Oh, Anna Why Didn’t You Appear
Alone, now in another time span I lay with sweet enrapture garments across most private thought
Bed of Springmoistgrass, clean before the sun, enslaved with control, warm wind scenting the air, sun light sparkle tears in eyes so deep and clear.
Alone again I trod in pass memory of mirrors, and ponder why for number eight was not.
Oh, Anna Why Didn’t You Appear[12]
Hay que reconocer que Rader dio lo mejor de sí mismo en este poema de temática lírico-asesina, de original simbología. Pero eso no era todo. La carta estaba firmada con el logo que Rader había inventado con las iniciales de BTK: una «B» boca abajo, con dos puntitos en el medio simulando pechos de mujer, la «T» y la «K» formando el cuerpo, como el muñeco del juego del ahorcado.
La policía estaba desesperada. Seguía igual que al principio, ninguna pista, ninguna información, ninguna huella. Los investigadores se dieron cuenta de que la carta no era original: era el producto de muchas fotocopias una detrás de otra, hasta casi cincuenta veces, para que no fuesen capaces de rastrear la procedencia de la carta. Pero se les ocurrió que sí podían rastrear la procedencia de la fotocopia. Primero enviaron las hojas al FBI, que no consiguió sacar nada en claro. Consultaron a Xerox Corporation, y el policía Tom Allen se fue a Nueva York para determinar las características de la máquina y el tipo de tóner que se había utilizado. Tras un despliegue de medios impresionante, y después de peinar todas las fotocopiadoras de la ciudad, llegaron a la conclusión de que la fotocopia enviada a Anna Williams se había realizado en la biblioteca de la zona baja de la ciudad. Y la enviada a la televisión se había realizado en la Universidad de Wichita. BTK podía ser un estudiante de esa universidad.
En silencio
Llegaron los años ochenta. Dennis Rader seguía con su trabajo en la empresa de seguridad. Había terminado sus estudios de Administración de Justicia. Y sus hijos crecían. No se podía permitir ciertos lujos, como el de que su mujer sospechase, la policía husmease demasiado cerca, o incluso el de cometer un crimen. Tenía muchas responsabilidades familiares y laborales como para correr riesgos. Además, su participación en la Iglesia luterana era cada vez más activa, y pronto sería elegido presidente de su congregación. Rader sabía que si BTK desaparecía durante una temporada, la policía perdería interés y el rastro se enfriaría. De hecho, la policía, ya desesperada, había desarrollado un equipo especial de agentes para intentar descubrir al asesino: los Ghostbusters o «cazafantasmas», que colaboraban incluso con John Douglas, perfilador y agente del FBI en la famosa Unidad de Ciencias del Comportamiento de Quantico. Todos los perfiladores del FBI se afanaron en penetrar la mente del asesino. Pero la ciencia del perfil aún estaba en sus comienzos, y además Dennis Rader no pertenecía a ninguno de los tipos de serial killer conocidos hasta el momento. Era el psicópata perfectamente integrado, un hombre respetable, de perfil muy bajo. Y además, padre de familia y de misa dominical. Uno entre miles, sin ninguna característica sobresaliente, un tipo de cerveza y barbacoa, sin antecedentes penales, sin motivos, sin comportamiento violento o antecedentes previos. Algunos perfiladores del FBI buscaban a alguien con antecedentes. No los tenía. Todos pensaban que su compulsión asesina era irrefrenable. Y no lo era. Todos creían que había desaparecido porque estaba en la cárcel. O muerto. Y no lo estaba. Todos creían que vivía en el centro de Wichita. Pero él tenía una casita acogedora en Park City, a las afueras de la ciudad.
En 1982, el Congreso de los Estados Unidos creó el National Center of the Analysis of Violent Crime (NCSVC; Centro Nacional para el Análisis del Crimen Violento), y a su vez fundó el Violent Criminal Aprehension Project (VICAP; Proyecto para la Captura del Criminal Violento), un programa en manos del FBI que nació con el fin de unificar todos los datos a lo largo del amplio territorio de la nación, de manera que los agentes pudiesen tener siempre información de crímenes cometidos en otros estados y vincularlos. Uno de los casos que quedó sin resolver fue, por supuesto, el de Wichita. La espina clavada para el FBI.
Lo cierto era que la imaginación de Rader era tan poderosa, y su memoria fotográfica tan notable, que su demonio interior podía alimentarse y sobrevivir recreando sus crímenes una y otra vez. Rader pasaba horas recortando revistas, dibujando escenas morbosas (fig. 22), escribiendo en su diario cada momento de goce mientras estrangulaba, leyendo novelas pulp con descripciones casi pornográficas de violaciones o secuestros de mujeres, o colgándose de vigas, atado, fingiendo un ahorcamiento que le provocaba orgasmos sin necesidad incluso de masturbarse.
Así que mientras los «cazafantasmas» (entre los cuales se encontraba el inspector de la policía de Wichita, Kenny Landweher, un nombre a tener en cuenta) se esmeraban en poner toda la carne en el asador, Rader seguía con sus diarios estremecedores y sus dibujos perversos, de barbacoa en barbacoa, de misa en misa.
El equipo especial lo estudió todo con ojos frescos y nuevos bajo la tutela de Roy Hazelwood, otro analista criminal ilustre del FBI, revisando las pruebas una y otra vez, emitiendo una y otra vez la voz de Rader del asesinato de Nancy Fox en los medios de comunicación por si alguien la reconocía, intentando que alguien pudiese identificar alguno de sus dibujos (por recomendación del también célebre analista del FBI de Quantico Robert Ressler, que estaba convencido de que alguien podría reconocer su estilo «artístico»). Hazelwood les puso sobre aviso: el asesino no tenía por qué tener antecedentes. Podía ser un prohombre de la ciudad, una persona aparentemente normal, un vecino inofensivo, sin ningún episodio conocido de violencia.
Trascurrió el tiempo, y por la comisaría desfilaron multitud de sospechosos que fueron descartados. Se hicieron listados de todos los hombres que vivían cerca de los barrios donde se cometieron los asesinatos. También de todos los habitantes de Wichita que iban a la universidad. Después de dos años, todo seguía como al principio. Habían consultado al FBI, a los más famosos perfiladores, a los psicólogos criminalistas más avezados. Nada. Se gastaron miles de dólares en la caza y captura de una sombra que una y otra vez se les escapaba. Y que, encima, parecía haberse desvanecido en el aire.
Después de dos años, los policías, estresados, psicológicamente exhaustos e insomnes tras haberse sumergido en los crímenes y la mente de BTK, fueron reasignados a otras tareas. El único agente que permaneció en contacto con el caso BTK fue Ken Landwehr, que sería el futuro jefe de la brigada de homicidios.
BTK vuelve a actuar: Marine Hedge, 1985
Pero Dennis Rader no se había desvanecido en el aire. Seguía con su tranquila vida en Park City, atendiendo sus obligaciones familiares, laborales y sus domingos de oración. A su vez, alimentaba a su «amigo en la sombra» con sus intensivos «seguimientos» de posibles víctimas, pero sin concretar nada.
Hasta que una tarde de abril la vio. Marine Hedge, una pequeña mujer de 53 años, viuda. Pulcra. Femenina, como le gustaban a él. Su vecina de 654 Independence Street, Park City. Vivía sola con sus gatos. Adoraba ir de compras y vestía como una pequeña maniquí. Estaba regando las rosas del jardín. La saludó desde lejos. Una estampa tierna y primaveral.
Rader había estudiado por activa y por pasiva el comportamiento de los asesinos en serie, sus ídolos. Y sin duda había estudiado sus propios crímenes: el lugar en donde mataba más cómodamente estaba situado en el centro-oeste de Wichita, lejos de su barrio. Así que si cambiaba su modus operandi conseguiría, por una parte, confundir a la policía una vez más y, por otra parte, alimentar a su demonio interior, que ya estaba pidiendo con insistencia algo de acción después de casi ocho años de inactividad, sin tener que bajar a la ciudad y seguir a alguien. Se merecía un premio fácil (véase el mapa de Wichita con el lugar donde se hallaron los cuerpos, fig. 23).
Comenzó a espiarla noche y día. Se coló en su jardín y miró a través de las cortinas mientras ella leía antes de dormir. Uno de los gatos le descubrió y le lanzó un bufido. Cada vez le gustaba más lo que veía. Su demonio le susurró: «No aguanto más. Busca la oportunidad». BTK quería poseerla cuanto antes.
Marine Hedge fue el crimen más complejo de todos los cometidos por Dennis Rader. No sólo por la cercanía de la vivienda de la víctima, sino también por el plan que ideó para no despertar sospecha alguna.
El 27 de abril de 1985 llevó a su hijo de acampada con los Boy Scouts al campamento Tawakony. Cuando estaban las hogueras encendidas, ya de noche, Dennis Rader se disculpó con los otros padres: tenía una jaqueca horrorosa. Se metió en la tienda a descansar, pero en cuanto pudo salió del campamento con su bolsa de bolos, se puso una ropa más adecuada que el uniforme scout y se acercó hasta una bolera, donde pagó una cerveza de la que bebió unos sorbos. Luego se derramó el líquido por encima, para fingir que estaba borracho y había bebido demasiado. Llamó a un taxi para volver a Park City, mientras balbuceaba que no podía conducir por culpa del alcohol.
En cuanto bajó del taxi, se dirigió a la parte trasera de la casa de Marine Hedge, esperando que ella estuviese en cama, dormida. Su coche estaba aparcado, así que sin dudar un momento, forzó la ventana trasera con un destornillador y, tras cortar la línea telefónica, entró. Pronto se dio cuenta de que la casa estaba vacía, así que, como siempre, decidió esperar a la mujer dentro del armario.
Un rato después Marine Hedge llegó del bingo acompañada de un amigo. Rader lamentó su habitual mala suerte. ¿Y si subían a la cama a hacer el amor o algo parecido? Pero para su alivio, charlaron durante una hora y luego el hombre se fue. Marine Hedge subió a su habitación y se quedó dormida, sin sospechar que BTK aguardaba, quieto como una estatua, dentro del armario.
Cuando salió, se lanzó (o eso escribió en sus diarios) sobre ella como un tigre. Marine despertó y gritó desesperadamente, pero ya las garras enguantadas de Rader se habían crispado sobre su frágil cuello. Fue su primera víctima estrangulada manualmente. Todo ocurrió muy rápido, quizá demasiado para su gusto, pero Rader tenía muchos planes para el cuerpo inerte de Marine Hedge. Primero la esposó y re-estranguló a garrote esta vez, aunque para su frustración ya estaba perfectamente muerta. Por lo menos así se permitía imaginar que podía mantener su ritual de siempre. Rader, continuando con sus «fantasías criminales pulp», envolvió el cuerpo en una alfombra y decidió hacer algo nuevo, rompedor, atrevido: lo introdujo en el maletero del coche de ella y condujo hasta la iglesia luterana. «Viva o muerta, irás a esa iglesia». El demonio interior se moría de ganas de profanar el altar de la iglesia en donde Rader se portaba tan sumamente bien los domingos por la mañana. Tenía la llave del lugar porque realizaba labores de «monaguillo» y de mantenimiento, para purgar sus penas y que el señor en el cielo no tuviese demasiado en cuenta sus pequeños defectos a la hora de sopesar sus méritos en la vida ultraterrena. (En sus entrevistas con Douglas, ya en la cárcel, Rader afirmó estar asustado por el juicio divino. ¿Qué pensaría Dios sobre los actos aberrantes de un monstruo como él?)
Una vez en la iglesia, BTK puso plásticos en las ventanas para evitar que desde el exterior se percibiera cualquier movimiento o luz. Luego desenrolló la alfombra al mejor estilo Cleopatra y colocó el cuerpo de Marine en mil y una posturas, atándola, desatándola, boca arriba, boca abajo, haciéndola posar como una siniestra maniquí post mórtem mientras hacía fotografías para alimentar sus fantasías más perversas. Pasó la noche de tal guisa, y cuando se dio cuenta estaba amaneciendo, así que se dio prisa. Metió el cuerpo de nuevo en el maletero y condujo casi nueve kilómetros hasta un lugar apartado. Después tiró el cuerpo en un camino sucio, cerca de un canal, y lo cubrió de plantas y ramas. Para dejar la firma (no pudo evitarlo) tiró cerca unos pantis anudados al mejor estilo BTK. De nuevo cogió el coche de Marine y condujo de vuelta hasta un centro comercial. Luego, un taxi, y de nuevo al campamento Scout, donde todos dormían tranquilamente. Cuando se levantó, de un humor excelente, cocinó bacon y huevos en la hoguera. Después de tanto trabajo, se merecía un buen desayuno.
Los familiares de Marine N. Hedge pronto descubrieron que había sido raptada de su casa. Al día siguiente de la incursión de Rader faltó al trabajo en la cafetería del West Medical Center. Cosa rara en ella, que desde que empezara nunca había faltado ni un solo día. El supervisor llamó primero a la iglesia para constatar que no estaba allí. Y a continuación, a la policía.
Su coche apareció el jueves siguiente en un centro comercial, con una manta y una colcha de cama guardadas en el maletero. Las ruedas y los bajos mostraban restos de vegetación, así que había estado en el campo, en carreteras con maleza.
Pronto la policía interrogó al amigo con el que había estado esa noche, Gerald Porter, que aseguró no haber visto nada extraño cuando la dejó sola, pasadas las once de la noche. Al día siguiente se había desvanecido en el aire, dejando la puerta principal abierta. Una vecina encontró su bolso, pero no lo contó a la policía hasta días después. El cuerpo apareció tras ocho días de búsqueda, el 5 de mayo, desnudo y en avanzado estado de descomposición en Greenwich Road. A su lado, unos pantis anudados, escondidos entre la hierba. La firma inequívoca de BTK.
Por supuesto, la policía no fue capaz de verlo así. El súbito cambio de modus operandi los volvió a despistar, y no fue hasta su confesión cuando supieron que Marine había sido la víctima número ocho de BTK.
BTK vuelve a Wichita: Vicky Wegerle, 1986
Dennis Rader consiguió mantener el demonio sujeto durante casi otro año y medio más. Se había arriesgado mucho matando a su vecina, pero no tardó en darse cuenta de que la policía seguía igual de perdida como siempre, y por ahora no iban a aparecer por la puerta de su casa a detenerlo. No quería dar ese disgusto a su mujer ni a sus niños. Los de la policía eran muy torpes: ni siquiera habían conseguido relacionar la muerte de Marine Hedge con la de las otras víctimas.
En 1986 Rader seguía trabajando en la empresa de seguridad (el zorro vigilaba las gallinas con mucha atención) y disfrutaba de cada momento en su trabajo, especialmente cuando robaba las medias de las mujeres en el interior de los domicilios o incluso cuando colocaba las alarmas de una forma especial para que él pudiera entrar en la casa a placer sin que sonaran. Pero lo que más le gustaba hacer era comer dentro de su furgoneta mientras vigilaba posibles presas. Y así fue como encontró a Vicky Wegerle.
LA DELICADA Y DULCE VICKY WEGERLE, VÍCTIMA DEL «PROYECTO PIANO»
Vicky era una encantadora ama de casa de veintiocho años (fig. 25), madre de un hijo de dos. Para incrementar los ingresos familiares daba clases de piano, y solía tocar muy a menudo para disfrute de Dennis Rader, que gozaba de las piezas mientras espiaba sus movimientos, ya que había decidido que Vicky, su piano y su dulzura pasaban rápidamente al primer puesto de su lista de deseos perversos.
Dennis decidió que el 16 de septiembre de 1986 sería el momento adecuado para el ataque. Dejó la furgoneta en el aparcamiento de un centro comercial y se puso una gorra amarilla con un logo falso para hacerse pasar por un operario de telefónica. Cogió su hit-kit y llamó a la puerta de al lado para dar verosimilitud a sus actos. Seguidamente se acercó a la puerta de Vicky, que estaba tocando el piano. Ella lo dejó pasar después de que, tras enseñarle su carnet falso, a duras penas la convenciera de que tenía que comprobar las líneas del interior de su domicilio. Así que entró en la sala, vio al niño sentado tranquilamente, comprobó que no había hombres en el lugar que pudiesen interrumpir su faena y sacó la pistola. Tras amenazarla y a pesar de sus airadas protestas, la llevó a la habitación y la puso boca abajo sobre la cama de agua. Ella le llamó tarado y rehusó desnudarse, amenazándolo con la presencia inminente de su marido. Rader le ató primero las manos. Cuando empezó a atarle las piernas, Vicky se revolvió y empezó a luchar con desesperación, rompiendo parte de las ligaduras. El forcejeo se hizo más intenso, y entonces BTK le tapó la boca con las manos para que no gritase y sacó un lazo de cuero al que había hecho nudos en toda su longitud (y así tener un buen asidero para las manos y poder tirar mejor) para estrangularla. No fue capaz: el perro de la familia empezó a ladrar desesperadamente, la chica consiguió zafarse y respirar de nuevo, y Rader, como casi siempre, empezó a sentirse agobiado. Cogió unos pantis. Vicky se revolvió de nuevo, consiguiendo clavarle las uñas en el cuello. Él la golpeó hasta reducirla. Cayó al suelo de la habitación, detrás de la cama. Luego anudó los pantis en torno al cuello y apretó con fuerza hasta verla morir.
Rader sacó la Polaroid. Estaba algo desencantado: con todo aquel jaleo, no iba a tener tiempo para masturbarse. Sacó diferentes fotos y abandonó la casa después de robar la cartera y las llaves del coche de la joven.
Condujo el Monte Carlo de Vicky Wegerle hasta un centro comercial cercano, donde se escondió. Luego decidió conducir hasta la furgoneta, y antes de salir del coche robó el carnet de conducir de su víctima y tiró la cartera en la parte de atrás.
Rader escribió en su diario que ella «había luchado como una tigresa». Era cierto: el forense encontró erosiones en los nudillos, de tanto golpear, y también un trozo de piel de su atacante que fue cuidadosamente guardado.
En la vida ultraterrena, Vicky sería la esclava sexual de bondage de Rader, según éste había fantaseado.
Los detectives de homicidios consideraron a Billy Wegerle el principal sospechoso del asesinato de su mujer. Pero Ken Landwehr y los antiguos cazafantasmas estaban convencidos de que aquel crimen era obra de BTK.
Nuevo poema de BTK
En 1987, la ciudad de Wichita se conmocionó con el asesinato de la familia Farger el día de año nuevo. Una mujer, Mary Farger, llegó de viaje y encontró a su marido muerto de un disparo por la espalda, y a sus dos hijas, una de dieciséis y otra de nueve años, metidas en el jacuzzi con la temperatura puesta al máximo, muertas.
La conmocionada viuda recibió, días después, un correo electrónico con un extraño poema y un dibujo que recreaba la horrible muerte de una de las niñas. El dibujo no se parecía en nada a la escena del crimen, sino que era una recreación enfermiza. En una nota escribió: «Yo no lo hice, pero admiro el trabajo realizado». El texto original del poema, con sus errores de escritura, era el siguiente:
Another one prowls the deep abyss of lewd thughts and deeds.
Oh god heput Kelly and Sherri in the tub sun and body drewing with sweat, water, feminine navette.
The builder will christen the tub with virgin maids[13].
El caso Farger aún sigue sin resolver, pero en Wichita todos piensan que BTK tuvo algo que ver en el asunto.
La nueva vida: Dolores D. Davis
En 1988, Rader fue despedido de la empresa ADT. Pero pronto encontró otro trabajo a su medida: visitador del censo, actividad que le permitía conocer a todas las posibles víctimas de la ciudad y sus alrededores sólo con llamar a sus puertas. Durante ese tiempo, Rader intentaba mantener a raya a su oscuro amigo interior mediante fantasías desatadas y una nueva incursión en el mundo de la fotografía y la asfixia autoerótica. Se las conseguía arreglar para sacar autorretratos con una Polaroid sobre un trípode, y había colocado una especie de mecanismo a la cámara: sólo tenía que tirar de un cable sutilmente y podía sacar la foto, incluso colgado de un árbol. Se ponía las prendas que había requisado de casa de sus víctimas y se cubría la cara con una máscara de porcelana de las de colgar en la pared. El resultado era dudoso para un profano, pero para Rader sin duda eran obras de arte casi al mismo nivel de sus dibujos.
Rader nunca paró de acechar mujeres en Wichita. Sin embargo, estaba muy satisfecho de su incursión en Park City. Y además, en 1991 había visto a otra vecina que reunía todas las características adecuadas para ser una nueva víctima de BTK: Dolores D. Davis (fig. 26).
Dolores vivía en Park City, aunque un poco más lejos de la casa de Rader que Marine Hegde. Tenía sesenta y dos años y se había retirado hacía poco de su trabajo como secretaria de la compañía de gas. La casa de Dolores D. Davis tenía al lado una caseta para el perro, así que Rader denominó su plan como «proyecto Dogside».
Rader ideó que el ataque se produciría durante la reunión anual de tramperos de los Boy Scouts, que se celebraría en el parque Harvey County, un lugar apartado en medio de la nada pero a media hora por carretera de la casa de Davis.
El viernes 18 de enero de 1991 acudió al campamento Scout para arreglarlo todo. Luego se ausentó, con la disculpa de ir a comprar cosas que necesitaba, y condujo hasta su objetivo, aparcando a una distancia prudencial de la vivienda. Caminó entre el frío helado de la noche y cuando llegó pudo ver que Dolores estaba en su cama leyendo. Esperó pacientemente a que apagase la luz. Esperó otros treinta minutos antes de cortar la línea telefónica y coger un gran ladrillo de cemento. Lo lanzó contra una puerta de cristal del patio, que se rompió con gran estrépito. Dolores se despertó con el ruido y bajó corriendo. Allí estaba BTK, esperándola cuchillo en mano, con una media en la cabeza para no ser reconocido.
Dennis Rader se hizo pasar por un fugitivo hambriento y muerto de frío que necesitaba un coche y algo de comida. Pronto llevó a Davis a la habitación y la esposó. Para tranquilizarla, fue a la cocina y montó un jaleo descomunal fingiendo que buscaba alimentos. Ella insistía en que pronto iba a llegar alguien a visitarla, lo que hizo que se apresurara. Volvió a la habitación, le quitó las esposas y la ató con una cuerda. Luego buscó unas medias en el cajón. Se quitó la que llevaba en la cabeza, tapándole la cara, y entonces ella comprendió.
Dolores D. Davis rogó por su vida, pero BTK no tuvo piedad. Según Rader, tardó unos tres minutos en morir, mientras la sangre brotaba por la nariz, los oídos y la boca de la infortunada mujer.
Actuando de forma similar a como lo había hecho con Marine Hegde, la envolvió en una colcha de la cama y la metió en el maletero del coche, tras robar joyas, lencería y una cámara. Condujo el vehículo hacia el norte, hasta un remoto canal, y dejó allí el cuerpo. Después volvió a la Iglesia luterana y escondió todos los trofeos y su hit-kit en un galpón exterior para luego devolver el coche a la casa de Davis y caminar de nuevo hacia su furgoneta.
Regresó al lugar cubierto de niebla donde había dejado el cuerpo de Dolores y lo cambió de sitio, dejándolo bajo un puente cerca de una granja abandonada para no perder tiempo. Tenía que hacer acto de presencia en los Scouts antes de que lo echaran de menos. Rader volvería allí, como un perro vuelve a su hueso enterrado.
Cuando al día siguiente volvió al lugar para inspeccionar el cuerpo, se dio cuenta de que los roedores habían empezado su labor de carroñeros y se cebaban en la cara. Así pues, volvió al coche y cogió una de sus máscaras de Halloween, que colocó cuidadosamente para las fotografías. Con un lápiz de labios la maquilló lo mejor que supo para darle un aire más jovial. Tras las fotografías, volvió a su casa.
El cuerpo congelado de Dolores fue encontrado dos semanas más tarde por un chico, Nelson Schock, que paseaba a su perro. El hijo de Dolores Davis afirmó que la muerte de su madre y la de Marine Hedge eran obra de un asesino en serie. De hecho, Marine había sido el primer crimen conocido de Park City.
La policía seguía tan perdida como siempre. Vieron las sempiternas medias en el cuello, en las muñecas y en los tobillos de Dolores, la línea telefónica cortada, la muerte por estrangulación, el parecido con la muerte de Marine, su vecina. Pero pudieron más las diferencias que encontraron, y sobre todo pesó más que no considerasen posible que un asesino en serie pudiese ser tan longevo. Hacía diecisiete años que BTK había empezado a actuar. No podía ser él.
Rader trabajó en el censo hasta mayo de 1991, cuando encontró otro empleo todavía más gratificante para él: vigilante y lacero municipal de Park City (fig. 27). Tenía vía libre para espiar a sus vecinos y todavía mejor: ponerles multas. Multas por todo. Si el perro se escapaba. Si la hierba estaba demasiado alta en el jardín. Si la caseta de herramientas tenía un color desagradable. Mil cosas denunciables. Podía acosar y hacer sufrir a todo el vecindario con su radio, su uniforme y su boletín de denuncias. Una atractiva mujer denunció el acoso al que la sometió cuando un nuevo novio fue a vivir con ella. Llegó incluso a coger al perro de la chica, Shadow, y sacrificarlo sólo porque un día se escapó. La espiaba por la ventana. Un día le dijo que si su nuevo novio abandonaba la casa, todo volvería a la normalidad. La mujer huyó de Park City.
Sin duda, ese trabajo pudo satisfacer sus ansias de dominio y de control durante muchos años. Al fin llevaba un uniforme, una escopeta y era feliz con lo que hacía. Si bien nunca paró de imaginar cómo atacar a más víctimas, coleccionándolas en su mente con compulsión, se dio cuenta de que se había vuelto demasiado mayor para seguir actuando como un espía. Ya no tenía ni las energías ni la destreza de la juventud, y además, estaba muy cómodo con su trabajo de funcionario y su vida con Paula, su participación en la iglesia y sus escapadas onanistas a sórdidos hoteles para disfrutar con la ropa y los trofeos robados a sus víctimas. Dennis estaba dispuesto a pasar el resto de su vida tranquilamente, aunque su demonio interior a veces lo espoleaba a actuar, ya que el hambre aún seguía allí, intacta. Pero no lo hizo.
En 1992, Ken Landwehr ascendió a jefe de Homicidios en la ciudad de Wichita. En su mente continuaba la certeza de que BTK seguía en algún lugar, esperando. Durante años, y a pesar de las diferentes peticiones, se negaría a utilizar las pruebas que contenían ADN de las escenas del crimen de BTK. No quería gastar las muestras hasta que la tecnología estuviese suficientemente avanzada.
BTK, caso abierto
BTK había pasado al olvido en Wichita. Se había convertido en una reliquia del pasado, un cuento de viejas para asustar a los niños. Ni siquiera los estudiantes de criminología de la universidad conocían el caso que había aterrorizado durante años a las mujeres de la zona. Dennis Rader estaba totalmente a salvo en Park City.
Hasta el domingo 18 de enero de 2004, treinta años y dos días después del asesinato de la familia Otero. Rader llegó de misa y abrió el Wichita Eagle como solía hacer todos los domingos, y a sus ojos asombrados saltó el titular que lo dejó noqueado.
BTK, CASE UNSOLVED, 30 YEARS LATER
[BTK caso abierto, 30 años después]
Un reportero llamado Hurst Laviana había sacado de las tinieblas los viejos crímenes de Rader, y lo que resultaba más humillante, se atrevía a decir que probablemente BTK ya estuviese muerto. Ya no daba más miedo. Su historia no aterrorizaba a nadie. Ni siquiera los profesores de criminología lo citaban en sus clases. Y encima, un abogado entrometido, Robert Beattie, quería escribir un libro sobre él.
Eso era demasiado. Un libro. BTK no lo podía permitir. Llevaba muchos años de retiro funcionarial, aburrido, sin estímulos. Dennis Rader parecía haber encontrado la senda de la tranquilidad rezando en la iglesia hasta ser nombrado presidente de la congregación. Quizá quería encontrar la paz lejos de su pecaminoso álter ego.
BTK tenía que volver. Matase o no matase, no estaría mal volver a resucitar los fantasmas del pasado.
El 19 de marzo de 2004, una de las redactoras del periódico, Glenda Elliott, abrió un sobre (fig. 28) y sacó una hoja de papel. En la parte de arriba del folio se podía leer una extraña sucesión de números y letras:
GBSOAP7-TNLTRDEITBSFA14
y en la esquina inferior, la firma clásica de BTK.
Sobre su mesa cayeron tres fotografías de una mujer que yacía en el suelo y también un carnet de conducir. Pertenecía a Vicky Wegerle. En la primera de las polaroid Vicky aún estaba viva, los ojos abiertos llenos de terror. No eran fotos policiales de la escena del crimen, eran fotos sacadas por el propio asesino. Glenda corrió a darle la carta a Tim Rogers, que descubrió a BTK en el nombre de Bill Thomas Killman. Él y el reportero Hurst Laviana llamaron inmediatamente a la policía. Aquello podía ser una verdadera bomba.
Landwehr no dudó: se puso en contacto con la Unidad de Ciencias del Comportamiento en Quantico. Le respondió Bob Morton, un perfilador que no conocía pero que llevaba estudiando a los asesinos sistemáticos durante muchos años. Morton decidió que la mejor estrategia era atacar directamente el punto más débil de BTK: el ego. Haría falta también una figura policial en la que BTK pudiese fijar su atención y con la que pudiera sentirse identificado, una especie de reverso positivo de su lado oscuro que lo tratase de tú a tú en los medios. Landwehr se ofreció gustoso para hacer ese papel. Y para que no matase, habría que fingir que se sabía más de lo que en realidad se sabía. Así se sentiría inseguro a la hora de actuar.
Landwehr resucitó el espíritu de los cazafantasmas y habló con la prensa para que le siguieran el juego. El 24 de marzo de 2004 el Eagle lanzó el titular más grande con el protagonismo más feroz: «BTK ha vuelto. Y vive entre nosotros».
Las llamadas a la policía de ciudadanos aterrorizados se sucedieron en muy poco tiempo.
El 5 de mayo de 2004 BTK envió a Kake-TV una segunda carta: en el sobre había una sopa de letras (fig. 29) llena de pistas sobre Rader (por ejemplo, «lostpet» se refería a su trabajo de lacero, «622» era el número de su casa…), dos carnets falsificados (uno de telefónica y otro de inspector escolar) que daban pistas sobre cómo podía acceder BTK a las casas de las víctimas, la fotocopia de una placa con la leyenda «Special Officer» y el principio de lo que debería ser el libro que narrase la historia del serial Killer: «The BTK story», copiada de la página «Crime Library».
El 9 de junio de 2004, BTK dejó una tercera comunicación en una bolsa de plástico, tapada con cinta de embalar, en una señal de stop en el centro de la ciudad. Dentro, una descripción morbosa de los crímenes de los Otero, especialmente descrita la muerte de la niña Josie (fig. 30).
Muerte en una fría mañana de verano
Si hubiese dado la casualidad de que una persona estuviese en la calle esa fría mañana de invierno en Wichita […] hubiese podido ver a un hombre aparcar su coche en el parking de un centro comercial y desaparecer entre las casas […] hubiese podido verle mirando hacia el suelo, y con una gruesa parka […] cuando se acercó a la casa de la esquina, saltó el seto. Un objetivo perfecto, la casa de la esquina […] con un gran espacio entre ella y las demás, especialmente la puerta de atrás […].
Sus fantasías querían una persona sólo para él, una persona a la que pudiese atar, torturar y luego, quizá matar […]. La familia en aquel instante estaba a punto de marchar, los niños empaquetaban sus almuerzos, con sus abrigos encima de la mesa […] les contó que le buscaban, que necesitaba comida, dinero y el coche. El niño se dio cuenta de que su pistola temblaba en su mano. Les mandó tranquilizarse, todo iba a ir bien […].
El pelo [de Josephin] era tan largo y se metía por todas partes que cuando trató de amordazarla las lágrimas rodaban por su cara, y Rex [él] le pidió perdón por tirarle del pelo. Luego aplicó el garrote alrededor del cuello de la niña, ella apretó los ojos con fuerza, se hinchó y luego se desmayó. Judie [la madre] estaba despierta en ese instante, los ojos abiertos, moviendo la cabeza muy despacio. En ese instante Rex hizo un nudo de horca y lo colocó en el cuello. Ella lloró y le dijo «Dios tenga piedad de ti». Pronto sus ojos estuvieron a punto de salirse de sus órbitas por culpa de la presión extrema que el nudo aplicó a su cuello. Ella forcejeó pero pronto perdió el sentido, la sangre brotaba por sus oídos, su nariz y su boca […].
Volviendo al sótano, Josephin estaba ya despierta y miraba hacia el techo. Entonces le ató los pies y las rodillas […], le subió el suéter y cortó el sujetador en dos partes por el centro […]. Ella le preguntó si le iba a hacer lo mismo que les había hecho a los demás. «No», le dijo, los demás están durmiendo. La levantó y sujetó su cuerpo atado a la tubería. Le preguntó si su padre tenía una cámara de fotos […], luego la amordazó. «Por favor», dijo ella. «No te preocupes, muñeca —le dijo—, esta noche estarás con los demás en el cielo».
La carta terminaba con un representativo manifiesto: «The sexual thrill is my bill» [Mis señas son el terror sexual].
El 17 de julio, sábado, en la biblioteca pública del centro de la ciudad se encontró un sobre en una bolsa de plástico que contenía las letras BTK. La policía desalojó el edificio y acordonó la zona en un despliegue que a Landwehr le pareció excesivo. BTK amenazaba con volver a matar pronto, quizá en invierno…
Me he fijado en una mujer que creo vive sola […]. Yo ahora soy más viejo, aunque no débil, y tengo que ir con cuidado. Incluso mis procesos mentales no son tan rápidos como solían. ¡¡¡Detalles-Detalles-Detalles!!! Creo que al final del invierno será el momento justo del ataque.
La policía había llegado a un punto de desesperación y estrés tan grande que incluso quisieron descartar a Laviana, el periodista del Eagle, como sospechoso, haciéndole la prueba de ADN, ya que muchos murmuraban que estaba tan obsesionado con el caso que podría ser él mismo el asesino. Un mes después de la carta en la biblioteca, Landwehr tuvo otra reunión con Morton, que le aconsejó pasar a la acción. En vez de esperar a las cartas de BTK, ellos empezarían a controlar la situación hablando de él en los medios.
Landweher anunció que el poema «Oh! Death to Nancy» era una copia de una vieja canción tradicional titulada «Oh death». Analizó uno de los apartados de la carta de mayo de 2004, en la que nombraba sus «Pj’s» [proyectos] como uno de los capítulos de su historia, y lo asoció a la profesora de inglés P.J.Wyatt, que solía nombrar esa canción en sus clases de la universidad en los años setenta.
«Buscamos ayuda para identificar a cualquiera que haya usado esta oscura canción y haya contactado con P.J.Wyatt, que murió en el año 1991».
Pero tampoco dio resultado.
BTK entra en el juego
La siguiente carta de BTK esperó hasta el 22 de octubre para aparecer en el Omni Center de Wichita. Consistía en una bolsa de plástico con un sobre dentro; en la parte delantera figuraban las palabras «BTK Field Gram».
El primer folio contenía la teoría Un-Dos-Tres, en la que BTK intentaba describir sus movimientos mediante razonamientos filosófico-matemáticos. «El mundo de BTK se mueve en series de tres, está basado en el Triángulo Eterno»: «El sol, la luz, el calor. / Niños, madres, amor. / BTK, víctimas, policía. / Detectives, otros, Landwehr».
También había una especie de narración autobiográfica sobre la infancia traumatizada de un niño cuya madre le regañaba y azotaba si encontraba restos de semen en su ropa interior. «Si te tocas, Dios bajará y te matará […]. Me ató las manos a la espalda y me azotó con un cinturón. Fue gracioso, porque dolía, pero a Sparky le gustó […].Al final mi madre dijo: “¿Qué he hecho?”, y me besó, con su maravillosa fragancia maternal».
Para epatar y mostrar su villanía, una colección de collages realizados a partir de fotos de niños amordazados y atados servía como ejemplo de su terrible maldad.
También explicaba cosas de su vida fingiendo dar pistas de retazos de su existencia, como que le gustaban los trenes o las prostitutas, o que su madre salió con un inspector de homicidios cuando él tenía once años, confundiendo todavía más a la policía y a los medios. Landwehr estaba cada vez más estresado, delgado y cansado. Si no capturaban pronto a aquel hombre, perdería su jefatura de homicidios.
El 8 de diciembre de 2004 Rader llamó por teléfono para alertar a los medios. Estaba disfrutando absolutamente de toda aquella fama y quería formar parte de la misma. Marcó el número de KakeTV y, sin más, soltó: «Soy BTK». Por supuesto, la telefonista se carcajeó con la broma y colgó el teléfono.
Rader, bastante cabreado, llamó otra vez, con el mismo resultado. ¿Cómo podía estar ocurriendo aquello? Se suponía que todos tendrían que morirse de miedo, no reírse de él. Al final llamó a Quiktrip, un almacén, y les dijo que había puesto una bomba. Resultó.
«Hay un paquete de BTK en tal sitio», y colgó. El manager de la empresa llamó a la policía de inmediato. Landwehr buscó el paquete, pero no encontró nada. El 13 de diciembre, sin embargo, un hombre encontró una caja, y dentro, una bolsa de plástico cerrada con una muñeca con las manos atadas, otra con una bolsa en la cabeza, folios escritos, el collar de perlas de Nancy Fox y su perfectamente conservado carnet de conducir. La muñeca demostraba el siniestro sentido del humor de BTK: era una muñeca llamada PJ, como sus proyectos, y a su vez la mejor amiga de Barbie, pero con la bolsa en la cabeza y las manos atadas, una recreación de sus asesinatos.
La caja también contenía la descripción del crimen de Nancy Fox y el momento en que ella se defendió hundiendo sus uñas en sus testículos. «Sus manos trataron de hundirse en mis huevos […] eso incrementó mi excitación sexual. Aflojé el cinturón y permití que recuperase el sentido. Luego le hablé suavemente al oído». Tras comunicarle su identidad, la estranguló. Quería que ella supiese que no tenía ninguna esperanza.
El 8 de enero de 2005, Rader condujo su Jeep Cherokee hasta un parking. Luego dejó una caja de Kellogg’s Special K con la foto de una actriz (fig. 31), sin darse cuenta de que las cámaras de seguridad estaban grabando la escena.
Unos empleados de Home Depot vieron la caja de cereales en su camión. Cuando la abrieron encontraron folios, un collar y una larga lista de proyectos. La tiraron a la basura, pensando que era una broma de mal gusto. Pero la caja se resistió a desaparecer. Allí donde la tiraron seguía días después, esperando por el jefe Landwehr.
Después de muchas vicisitudes, tras el envío de una postal a Kake-TV por parte de Rader avisando de los paquetes números 7 y 8, consiguieron encontrar la caja de Kellog’s (casualidades del destino: el camión de la basura no había pasado por allí) y también revisar las cámaras de seguridad para ver el Jeep Cherokee de BTK: era la primera vez en treinta años que tenían constancia de la existencia de aquel hombre. Sin embargo, las borrosas imágenes no permitieron ver ni su cara ni la matrícula del vehículo. Seguía siendo una sombra.
La caja de cereales contenía varios proyectos de BTK, mujeres que habían sido vigiladas por él con todo detalle. En el paquete encontraron también un mensaje de BTK que hizo saltar el corazón de Landwehr. Harto ya de escribir, quería enviar los correos mediante un disco extraíble. ¿Podrían averiguar algo, rastrearlo? Por favor, sean sinceros. No me engañen:
«Can I communicate with Floppy and not be traced?»
Landwehr cruzó los dedos y contestó «adelante» mediante un anuncio clasificado en el Wichita Eagle a nombre de Rex (rey en latín). No tenía nada que perder.
El siguiente envío de Rader fue otra caja de cereales, esta vez de la marca «Post Toast». Estaba llena de los delirios habituales de Rader, como la lista de acrónimos de BTK, la muñeca Barbie que imitaba la muerte de Josie Otero, con el vello púbico pintado con rotulador y el cuello atado con una cuerda a una tubería de baño de plástico (fig. 32).
Explicaba que SBT significaba «un buen rato para Sparky», o masturbarse. SXF: fantasía sexual. DTPG: muerte a una chica guapa (Death to a pretty girl).
La siguiente comunicación no tardó. El 3 de febrero envió una postal a Kake-TV agradeciendo la rápida respuesta de la policía sobre su pregunta del disco. Y así, Rader, confiadamente, metió en su siguiente envío un disquete de color violeta. Parece algo absurdo. El cuadro 23 muestra los actos del asesino en serie más longevo de la historia. Nadie había permanecido activo por tanto tiempo, ni había logrado permanecer en libertad, impune ante las narices de la policía. BTK siguió un patrón muy elaborado, un modus operandi con apenas una modificación importante en una de las víctimas; cometió sus crímenes en una zona geográficamente bien delimitada. Fue el seguimiento estricto de una rutina lo que le permitió permanecer libre tanto tiempo. Sin embargo, ahora iba a enviar a la policía un disco con documentación que le iba a poner en manos de la justicia.
El último saludo de BTK
El 16 de febrero de 2005 llegó a los estudios de Kake-TV otro paquete de BTK. Contenía una carta, una joya y el disquete violeta que Rader había grabado confiadamente. Landwehr no podía creer lo que estaba viendo. Llamó ipso facto a Randy Stone, el informático. Rodeado de ansiosos policías, no tardó mucho en encontrar un rastro, el de la Iglesia luterana de Wichita. Y un nombre: Dennis.
Teclearon en Google y allí estaba, para su sorpresa: Dennis Rader, presidente de la congregación eclesiástica. No podía ser tan fácil, después de treinta años. Era increíble.
El siguiente paso fue acercarse con disimulo hasta su casa en Park City, y ¡bingo! Allí estaba el Jeep Grand Cherokee. Landwehr tenía ya a su hombre. Sólo faltaba una prueba de ADN. Bastaron unas células de una citología de su hija mayor, ya casada, para comprobar que el ADN de las escenas del crimen y el ADN de Rader eran coincidentes.
Dennis Rader fue detenido el 25 de febrero de 2005 cuando volvía a su casa a comer. Al entrar en el coche policial, lo primero que dijo fue:
—Hello, Mr. Landwehr.