Capítulo 11

El hijo de Sam

«Soy un gladiador contra las fuerzas de la oscuridad».

Los crímenes del hijo de Sam

«Los demonios querían chavalas. Querían bombones. Querían niñas bonitas».

Después de una adolescencia problemática, atormentada, en la que destacó por sus incontables incendios y ataques contra la propiedad, David Berkowitz llegó a la veintena sin alcanzar la paz. Al revés. No dudaba en disparar contra los perros del vecindario (su obsesión con los perros era obvia) y enviar cartas anónimas con amenazas.

En 1975, su comportamiento agresivo se agudizó. En noviembre decidió encerrarse en su habitación, tapando las ventanas para que no entrase la luz, para llevar una vida de ermitaño. Sólo salía para comprar comida. Metido en su apartamento, aislado, su mente empezó a llenarse de ira y agresividad. Pintaba en la pared mensajes crípticos que lo incitaban todavía más a la violencia, y su única distracción consistía en masturbarse y comer.

El 28 de julio de 1976 salió de caza con su revólver escondido dentro de una bolsa de plástico. Empezaba así una historia de terror en Nueva York, ciudad de la que Berkowitz iba a convertirse en su asesino más célebre (cuadro 22). Era la una de la madrugada, y las amigas Jody Valenti, estudiante de enfermería, y Donna Lauria, enfermera, charlaban dentro de un coche en el Bronx, Nueva York. Berkowitz las vio y aparcó su automóvil. Luego caminó hacia donde estaban las dos chicas y disparó cinco veces. Las ventanillas saltaron en pedazos. El cargador estaba ya vacío, pero él, fascinado, seguía apretando el gatillo de forma maquinal. Donna Lauria murió por un disparo en el cuello. Su amiga Jody logró sobrevivir. Una bala le atravesó el muslo. David confesaría más tarde que sentía verdadero amor por su primera víctima, que le esperaría en el cielo.

CUADRO 22. Ataques del Hijo de Sam.

Fecha Día Hora Zona Víctimas Método
29-07-1976 Jueves 1.10 a.m. Bronx Mujer (18), asesinada. Mujer(19), herida 5 disparos
23-10-1976 Sábado 2.00 a.m. Queens Hombre (20), herido. Mujer(18), ilesa 5 disparos
27-11-1976 Sábado 11.55 p.m. Queens Mujer (16), herida. Mujer(18), herida 5 disparos
30-01-1977 Domingo 12.15 a.m. Queens Mujer (26), asesinada. Hombre(30), ileso 3 disparos
08-03-1977 Martes 7.40 p.m. Queens Mujer (19), asesinada 1 disparo
17-04-1977 Domingo 3.00 a.m. Bronx Mujer (18), asesinada. Hombre (20), asesinado 4 disparos
26-06-1977 Domingo 3.00 a.m. Queens Mujer (17), herida. Hombre (20), herido 3 disparos
31-07-1977 Domingo 2.20 a.m. Brooklyn Mujer (20), asesinada. Hombre (20), herido 3 disparos

Berkowitz tardó otros tres meses en sentir el ansia de matar, cuando de nuevo volvió a «oír las voces demoníacas» que, según él, le impelían a hacerlo. El 23 de octubre decidió que era la noche perfecta, y a las dos de la madrugada cogió su coche y salió a merodear. Esta vez metió su arma en el cinturón y se dirigió al barrio de Queens. Vio un coche, esta vez un Volkswagen ocupado por lo que a él le parecieron dos mujeres, pero se equivocaba. Eran un hombre (Carl Denaro tenía el cabello por los hombros, y al verlo de espaldas parecía una chica) y una joven de dieciocho años, Rosemary Keenan, hija de un inspector de la policía. Berkowitz aparcó detrás y repitió el proceder anterior, vaciando el cargador contra el coche, con desigual resultado. Había querido emular a los pistoleros del salvaje oeste disparando con una mano, pero el retroceso del revólver desvió la trayectoria y las balas no alcanzaron su objetivo, salvo una que penetró en el cráneo de Denaro, pero sin conseguir matarlo. (A los dos meses estaba recuperado, ya que Rosemary tuvo la suficiente sangre fría como para arrancar el coche al momento y llevarlo al hospital a toda prisa). Su agresor, al mirar los periódicos el día después y constatar que su víctima era un hombre, se sintió íntimamente frustrado.

Muy pronto volvió a las andadas. Concretamente el 26 de noviembre, poco más de un mes después de su último ataque. Condujo el coche por el barrio de Queens hasta que descubrió a dos chicas muy jóvenes —Joanne Lomino, de dieciocho años, y Donna DeMasi, de dieciséis —que caminaban hacia su casa. Aparcó y las empezó a seguir a pie, cambiando su modus operandi de los crímenes anteriores. Ellas se percataron y apuraron el paso, sintiendo la amenaza. Entonces Berkowitz se acercó más, mientras una de ellas sacaba las llaves de su casa, apurada y nerviosa.

El Hijo de Sam disparó dos veces y alcanzó a las chicas, que cayeron al suelo, malheridas. Berkowitz no pudo parar su compulsión y disparó varias veces más, al aire y a las ventanas de la casa. Luego huyó. DeMasi tenía la clavícula destrozada; Lomino tuvo menos suerte: quedó parapléjica por culpa de una bala alojada en la columna vertebral.

David Berkowitz esperó cinco semanas para volver a actuar. El 29 de enero de 1977 cogió su revólver y condujo otra vez alrededor de Queens, buscando alguna presa apetecible que complaciese a las voces. La encontró en la persona de Christine Freund, una chica de veintiséis años que estaba besándose con su novio, John Diel, dentro de su Pontiac Firebird. Berkowitz se colocó al lado de la ventanilla, apuntó y disparó tres veces, dispuesto a acabar con su vida. Dos disparos impactaron en la cabeza de la joven, que moriría horas después en el hospital.

Luego declararía que sabía perfectamente que había muerto, puesto que «las voces en su cabeza cesaron». Se habían aplacado sus demonios.

Los demonios cesaron de atormentarlo durante un corto período de tiempo, pues había decidido encontrar un trabajo más decente como funcionario de correos, y eso pareció mantenerlo entretenido. Sin embargo, el 8 de marzo David Berkowitz salió de caza otra vez. Repitió barrio: Queens. Comenzó a pasear por las calles buscando una presa adecuada.

La mala suerte hizo que Virginia Voskerichian, una chica de veintiún años, volviese a casa a pie después de salir de clases de ruso. Voskerichian vivía a un par de manzanas de donde dispararon a Christine Freund.

Él la vio y se le acercó, y una vez estuvo a su altura sacó el revólver y disparó a bocajarro. Virginia intentó protegerse con sus libros, pero de nada le sirvió. Murió en el acto, en la misma calle donde vivía. Berkowitz huyó corriendo hacia su coche.

Un mes y unos días después el Hijo de Sam reapareció en su carrera homicida, esta vez en el Bronx, cerca de donde había disparado a Lauria y a Valenti. Había decidido que su castigo vengador también incluiría a un hombre, así que buscó a alguna pareja que estuviese dentro del coche besándose o haciendo el amor. Al no encontrar lo que apetecía repitió su batida en coche por su barrio favorito, Queens. A las tres de la madrugada halló por fin lo que andaba buscando: Alexander Esau, de veinte años, y Valentina Suriani, de dieciocho. Disparó cuatro veces, acertando tres. Los dos fallecieron por causa de los disparos. Cerca de allí, un exaltado Berkowitz dejó una nota dirigida al capitán Joseph Borrelli, de la Policía de Nueva York. Esau, en el hospital, consiguió describir a su asesino antes de morir.

Berkowitz consideró ese crimen como el más conseguido de todos, así que durante un tiempo logró mantener sus demonios bajo control. Pero tras dos meses de tranquilidad, la noche del 26 de junio aquéllos reclamaron un nuevo tributo. Volvió a merodear por Queens, primero en coche, luego andando, hasta que vio a una pareja dentro de un coche: Judy Placido, de diecisiete años, y Sal Lupo, de veinte. Disparó hasta tres tiros que alcanzaron a los jóvenes, pero no los mató, lo que lo dejó muy decepcionado.

El 31 de julio de 1977 David Berkowitz mató por última vez. Eligió Brooklyn, en concreto la zona de Gravesend Bay. Stacy Moskowitz y Robert Violante se besaban apasionadamente dentro de un Buick a las dos y veinte de la madrugada cuando fueron sorprendidos por los disparos del Hijo de Sam. Una bala alcanzó la cabeza de Stacy, que murió horas después. Violante sobrevivió a los dos disparos, aunque quedó ciego de un ojo y perdió casi totalmente la vista del otro.

Antes de que cometiera una matanza en un elegante night-club de Riverdale, la policía lo detuvo el 10 de agosto de 1977 (fig. 12), al identificarlo merced a una multa de tráfico.

La imputabilidad del hijo de Sam

David Berkowitz constituye desde el primer momento un enigma para todos: sus crímenes aleatorios, brutales; sus cartas repletas de delirios y alusiones demoníacas; su comportamiento desde el instante de la detención, con la media sonrisa bobalicona y el aspecto de cordero inofensivo que asombró a toda la ciudad de Nueva York, que esperaba la presencia de un monstruo terrible. Aunque nunca cupo duda alguna de que él fuera el responsable de los seis crímenes (aunque luego diría que había tenido cómplices, todos miembros de la organización satánica a la que afirmaba pertenecer), lo que realmente constituía un reto a la hora de juzgarlo era la imputabilidad de Berkowitz, dado su estado mental supuestamente desequilibrado. Desde su obsesión por los perros y sus aullidos, hasta sus referidas posesiones demoníacas, pasando por las voces que le incitaban a matar, el Hijo de Sam fue analizado y diseccionado por psiquiatras que no llegaron a ponerse de acuerdo en ningún momento en lo que respectaba a su salud mental.

La primera vez que Berkowitz habló de sus demonios fue en la carta que le dejó al capitán de policía Joseph Borrelli: «Soy un monstruo. Soy el “hijo de Sam” […] a Sam le gusta beber sangre. “Sal a matar”; me ordena papá Sam». Según él, cada vez que actuaba lo hacía bajo el influjo del maligno. Los demonios que lo atormentaban estaban casi siempre relacionados con los aullidos de los perros. Berkowitz aseguraba que era la forma que tenían los entes malignos para comunicarse con él y obligarlo a matar. En uno de los pisos en que vivía, el pastor alemán del dueño, Jack Cassara, solía aullar, y con él todos los demás perros del barrio. Todos esos ladridos eran para Berkowitz una señal de sangre: los diablos querían sangre y querían que él la derramara para saciarlos. Empezó a considerar a Cassara como el jefe de las huestes de demonios de Nueva York, (General Jack Cosmo, le llamaba él). Además, un vecino llamado Craig Glassman también parecía formar parte de la conspiración demoníaca. Ese buen hombre, al que él llamaba en secreto «maestro», parecía tener poder para entrar en la mente de Berkowitz y ordenarle, mediante aullidos insoportables que provenían del perro, a que matase. «Mi amo me empuja a la noche para realizar sus deseos», escribió en sus diarios.

La situación era tan tremenda que Berkowitz envió cartas anónimas a Glassman y disparó al pastor alemán. Todo aquel delirio superó de una forma absoluta a David, hasta tal punto que se cambió de casa precipitadamente, sin ni siquiera pedir la devolución de la fianza al dueño.

Se mudó a un apartamento de Pine Street, pero ello no supuso demasiados cambios con respecto a la presencia de «entidades demoníacas», ya que allí vivía Sam Carr, dueño de un labrador negro llamado Harvey. Harvey también fue presa de los demonios, y sus continuos aullidos y ladridos provocaron que Berkowitz también intentase matarlo a tiros. Carr consiguió un veterinario justo a tiempo para salvarle la vida al perro y David Berkowitz se autobautizó con el nombre del dueño, Sam. Sería así, «el Hijo de Sam», ya que consideraba que Sam Carr era un demonio al servicio del gran maestro de los diablos, su ex vecino Cassara, el General Jack Cosmo.

Berkowitz pasó ocho meses antes del juicio confinado en la celda de un hospital psiquiátrico. Sus guardianes no daban crédito a lo mucho que podía comer y dormir. Pasaba casi todo el tiempo durmiendo, como si fuese un bebé. Por lo demás, parecía indiferente a todo.

Pronto empezaron los peritajes para determinar si aquel hombre era imputable o no lo era. Tras seis días de entrevistas, el doctor Daniel W. Schwartz, director de psiquiatría forense del Downstate Medical Center de Brooklyn, afirmó que Berkowitz era un hombre profundamente enfermo, incapacitado por completo para enfrentarse a un juicio, y menos todavía para colaborar con sus abogados en su defensa. Sin embargo, el fiscal no estaba de acuerdo con semejante diagnóstico, y muy inteligentemente solicitó que el tribunal nombrase al doctor David Abrahamsen para que le realizase otro examen.

David Abrahamsen era un eminente psiquiatra forense y psicoanalista que había emigrado desde Noruega a Estados Unidos en el año 1942. Trabajó en penitenciarías como la de Joliet en Illinois o el Correccional de Sing Sing. También prolífico escritor, dedicaba su vida al estudio de la mente criminal y la delincuencia. Por eso fue el elegido por la fiscalía del Estado para analizar la compleja personalidad de David Berkowitz.

Abrahamsen dictaminó que los delirios de Berkowitz eran situacionales y transitorios, no constantes o enraizados en la personalidad del reo, y posiblemente exagerados por él. El doctor afirmó que Berkowitz utilizaba los delirios para excusar los crímenes que cometía, y que además, aunque presentase rasgos de paranoia, no eran lo suficientemente graves como para interferir en su imputabilidad. No tenía ninguna duda de que Berkowitz no padecía ningún trastorno mental grave ni deterioro de su capacidad de juicio.

El tribunal, ante eso, solicitó de nuevo el análisis de más psiquiatras. Un colega de Schwartz afirmó que podía perfectamente ser juzgado[9], pero otro de los doctores de la defensa, Martin Lubin, jefe del departamento de psiquiatría del Hospital de Bellevue que había perfilado al Hijo de Sam antes de su detención, difería de ese diagnóstico, ya que seguía encontrando en él a un esquizofrénico paranoide. (En mayo de 1977 dio a conocer su perfil del asesino: según Lubin, era un solitario que odiaba a las mujeres, un esquizofrénico paranoide que se creía poseído por las fuerzas del demonio).

El único que no parecía caer en las manipulaciones de Berkowitz era Abrahamsen, que no cedió en ningún momento. Para él, David Berkowitz era un neurótico, y por lo demás, una persona totalmente normal. De hecho, Abrahamsen se convertiría en su psiquiatra, ya en la cárcel, hasta el punto de escribir un libro sobre sus conversaciones con él, titulado Confesiones del Hijo de Sam.

El 8 de mayo de 1978, en un juzgado de Brooklyn, David Berkowitz se declaró culpable de todos los cargos que se le imputaban. El juez Corso aceptó la petición de culpabilidad por el asesinato a tiros de Moskowitz y Violante. Corso había firmado un permiso especial para que el juez del Bronx, William Kapelman, y el de Queens, Nicholas Tsoucalas, estuvieran también en el juicio. Tsoucalas le preguntó a Berkowitz si estaba dispuesto a declararse culpable de herir a Donna DeMasi y Joanne Lomino. Él respondió, con mucho cinismo, que no, puesto que lo que él había pretendido era matarlas, no herirlas.

El 22 de mayo de 1978 David Berkowitz fue trasladado al tribunal de Brooklyn para recibir su sentencia. Esposado y rodeado de una docena de policías, fue capaz de soltarse, tirándolos contra la pared en un arrebato de furia, y se dirigió hacia la ventana, dispuesto a lanzarse desde un séptimo piso, quizá esperando que la mano de Dios lo recogiese en el aire. No hizo falta, ya que los guardias fueron capaces de agarrarlo a tiempo y meterlo violentamente en la sala.

En cuanto entró, sus ojos encontraron a Neysa Moskowitz, madre de Stacy, su última víctima. Neysa había salido en la prensa clamando por la pena capital para el asesino de su hija, así que fue el inmediato objetivo de las iras de David. Al verla, no dudó en dirigirse hacia ella con voz de cantinela infantil: «Stacy was a whore, Stacy was a whore!» [Stacy era una puta].

Neysa saltó como una leona herida y se encaró con saña contra el asesino de su hija de veinte años: «You are an animal!», exclamaba entre lágrimas. Todo el tribunal empezó a alborotarse y a gritar, para alborozo de Berkowitz, que se irguió como un director de orquesta en medio de un concierto, dirigiendo con sus insultos la furia de todo el mundo.

Berkowitz alzó la voz, y totalmente fuera de sí empezó a perder el control y a gritar una y otra vez, a viva voz: «I’d kill her again, I’d kill them all again!» [La mataría de nuevo, los mataría a todos de nuevo]. La sentencia se pospuso porque la policía tuvo que sacar de allí a un Berkowitz histérico y agresivo, mientras los familiares de las víctimas —y especialmente la madre de Stacy Moskowitz— seguían llorando y gritando desolados.

El 13 de junio, los jueces Joseph R. Corso, William Kapelman y Nicholas Tsoucalas lo condenaron a 365 años de cárcel sin posibilidad de apelación.

En febrero del año siguiente, Berkowitz ofreció desde Attica ni más ni menos que una rueda de prensa para comunicar que la historia del perro, los demonios y las voces fueron sólo un invento para justificar sus crímenes. Luego llamó al doctor David Abrahamsen para confesarle todo su plan y pedirle ayuda psiquiátrica. Quería que éste escribiera un libro sobre sus crímenes y también sobre su estado mental. «Yo sabía por qué apretaba el gatillo, sería bueno que habláramos».

He aquí una de las cartas más reveladoras que Berkowitz envió al Dr. Abrahamsen:

20 de marzo de 1979, Attica

Querido señor Abramson[10]:

Sam Carr y lo de los demonios… Fue todo un timo, un bulo tonto, bien pensado y planeado. Nunca creí que la historia de los demonios fuese a colar durante mucho tiempo.

Durante el tiempo en el que cometía los crímenes, los disparos del Hijo de Sam, me sentía culpable de forma inconsciente… Sin embargo, tenía que disculparlo todo en mi interior, condonarlo de alguna forma, y me convencí a mí mismo de que había un sentido, un significado y un propósito para mis actos.

Aquí es donde encaja la «historia de los demonios». Me dio la justificación mental y la motivación necesaria que necesitaba en ese momento. De todos modos, en lo más profundo de mi interior sabía que el demonio era yo mismo. Yo mismo, nadie más. Yo.

Por eso me declaré culpable, porque lo era. Y cuando me volví loco en el juicio, exactamente lo mismo. Estaba intentando convencer a la gente de que estaba poseído por completo. Fue un intento desesperado. Pero era un caso de seudoposesión, posesión imaginaria. Necesitaba decir que estaba poseído. Quería estar poseído.

La idea de los demonios se me ocurrió cuando acudí a una iglesia baptista en Louisville, Kentucky, cuando estaba en el ejército. Todos los sermones iban sobre el infierno, el pecado, demonios, condenación eterna, etc. Me temo que todo eso influyó de forma muy negativa en mi vida y en mi mente.

Para rematar esta invención, me dediqué a leer un montón de libros, como por ejemplo Angels, de Billy Graham, El Exorcista, The Omen [La profecía], Rosemary’s Baby [La semilla del diablo], Hospedaje para el Diablo, de Malachi Martin, y otros libros religiosos sobre el mundo espiritual y lo oculto. Tras leer esos libros, me di cuenta de que sería una buena excusa para cometer los crímenes.

Quizá el mejor libro que pueda leer para entender mi situación sea Cadenas ocultas y liberación, de monseñor Kurt E. Koch. Ese libro fue publicado por la editorial Kregal, P. O.Box 2607, Grand Rapids, Michigan 49501. Su precio es de un dólar con setenta y cinco centavos.

Kurt Koch es un consejero cristiano y la segunda parte del libro (parte dos) está escrita por el Dr. Alfred Letcher, un consejero que ha tratado con mucha gente que afirmaba estar poseída. Letcher no es un religioso, es un profesional. En su capítulo titulado «Neurosis de lo demoníaco» analiza al sujeto que sufre de seudoposesiones. Hay un trozo que se me ajusta como un guante, el que va de la página 181 a la 183.

¡Tiene que leer ese libro! Está escrito para los profesionales de la salud mental y los psicólogos. Presenta resonancias católicas pero también trata sobre medicina. No soy cristiano ni profeso religión alguna. Se podría decir que soy agnóstico pero con fuertes tendencias religiosas, lo oculto y lo sobrenatural.

Para terminar, repito, de la página 181 a la 183 del libro se explica perfectamente la razón y los motivos que subyacen a la historia de los demonios. He incluido una copia de un artículo que apareció en el Poughkepsee Journal del domingo 13 de marzo de 1979, escrito por Arnold D. Bocove, doctor en medicina, Main Street, Pleasant Valley, N. Y. 12569. El artículo es cierto y es excelente. Sin duda, ambos pueden ver a través de la oscuridad.

PD: Fran Mills, el jefe de la unidad psiquiátrica del departamento de higiene mental de Attica, cree que usted es uno de los mejores en su campo. Le respeta y admira muchísimo.

Sinceramente, D. Berkowitz

78-A-1976, Box 149. Attica N. Y. 14011

Las cartas de Berkowitz

Ésta es la carta dirigida a la policía de Nueva York, y en particular al capitán Joseph Borrelli, que David Berkowitz dejó el 16 de abril de 1977 en las cercanías de la escena del crimen de Valentina Suriani y Alexander Esau:

Estimado capitán Joseph Borrelli,

Estoy profundamente herido por haber dicho que odio a las mujeres. No las odio. Pero soy un monstruo. Soy el «hijo de Sam». Soy un pequeño niño mimado.

Cuando mi padre Sam se emborracha, se vuelve agresivo. Golpea a su familia. Algunas veces me ata en la parte de atrás de casa. Otras veces me encierra en el garaje. A Sam le encanta beber sangre.

«Sal y mata», me ordena el padre Sam.

En la parte de atrás de nuestra casa yacen muchas. Sobre todo jóvenes: violadas y degolladas. Están exanguinadas: ahora sólo quedan los huesos.

Mi padre me suele encerrar en el ático también. No puedo salir, pero miro por la ventana del ático y veo la vida pasar.

Me siento totalmente un desplazado. Mi vida discurre en una onda distinta a la de los demás: programado para matar.

Sin embargo, para pararme me tendrán que matar. Atención, policías: disparen primero, tiren a matar, porque de lo contrario morirán.

El padre Sam es viejo. Necesita sangre para preservar su juventud, ha tenido muchos ataques al corazón. Muchos ataques. «Ughhh, cómo me duele, sonny hijo mío».

Echo mucho de menos a mi hermosa princesa. Está descansando en nuestra mansión de las damas, pero la veré pronto.

Soy el monstruo «Beelzebú», el «gordo Behemoth».

Me encanta cazar. Deambulo por las calles, buscando mis presas: carne fresca. Las mujeres de Queens son las más guapas de todas. Será por el agua que beben. Vivo para la caza: sangre para papá.

Señor Borrelli, señor, no quiero matar a nadie, no señor, pero debo hacerlo. «Honra a tu padre».

Quiero hacer el amor al mundo, adoro a la gente. No pertenezco a la tierra, devuélvanme con los locos.

A la gente de Queens. Los amo, y les quiero desear a todos una feliz Semana Santa. Que Dios les bendiga en esta vida y en la siguiente. Adiós y buenas noches.

A la Policía: Déjenme obsesionarles con estas palabras:

¡Volveré!

¡Volveré!

Interprétenlo como ¡¡BANG, BANG, BANG, BANK - UGH!!

Suyo en el crimen,

Mr. Monstruo.

Otra carta importante para evaluar el mundo psíquico del asesino fue la que David Berkowitz envió a la prensa el 31 de mayo de 1977. Su destinatario fue Jimmy Breslin, columnista del periódico Daily News de Nueva York:

Hola desde las grietas de las aceras, y de las hormigas que se sumergen en esas grietas y se alimentan de la sangre seca de los muertos que moran dentro de las grietas.

Hola desde las cloacas de Nueva York, rebosantes de caca de perro, vómitos, vino rancio, orina y sangre. Un saludo desde las alcantarillas de la ciudad de Nueva York, que se tragan esas delicadezas tras ser lavadas por el camión de la basura.

No os creáis que porque no haya dado señales de vida por algún tiempo me he echado a dormir. No. Aún sigo por aquí, como un espíritu que ronda la noche, sediento, hambriento, sin descanso apenas, ansioso por complacer a Sam.

Sam es un chico sediento. No me va a dejar parar de matar hasta que esté ahíto de sangre.

Dime, Jim, ¿que tendrás para el 29 de julio? Puedes olvidarme si quieres, me da lo mismo la fama. Pero de todos modos, no debes olvidarte de Donna Lauria ni tampoco puedes permitir que la gente la olvide. Era una joven muy dulce.

Ahora, sabiendo lo que depara el futuro, me despido hasta el próximo trabajo. ¿O más debería decir que verás mi firma en el siguiente trabajo? Acuérdate de Ms. Lauria. Gracias.

El Daily News ocultó al público trozos de la carta debido a la insistencia policial. Esos pasajes decían:

Aquí tienes algunos nombres que te pueden ayudar. Envíaselos al inspector del NCIC. Lo tienen todo dentro del ordenador, todo. Lo pueden cotejar con otros crímenes, hacer algún vínculo. El duque de la muerte, el Dios de la muerte, los 22 discípulos del infierno, y por fin, John Wheaties, violador y estrangulador de chicas jóvenes. PD: Por favor, dígaselo a todos los detectives que trabajan en los crímenes: no desfallezcan; piensen en positivo; sigan adelante, toquen madera… de ataúd.

Por su sangre, desde la cloaca, obra de Sam. 44

¿Redención?

«En el pasado fui un prisionero, ahora soy libre en Jesucristo».

En junio de 1978, David Berkowitz fue condenado a cadena perpetua. Uno de sus primeros destinos penitenciarios fue la prisión de Attica. Allí fue donde mantuvo sus conversaciones con el doctor Abrahamsen, en las que afirmaba que la historia de los demonios había sido una completa invención para justificar sus actos criminales. Luego enmudeció. Berkowitz continuaba su existencia lleno de ira, con problemas de conducta y disciplinarios que no le reportaban nada bueno en la prisión.

En julio de 1978, en el patio de uno de los módulos de la cárcel, fue agredido por otro preso que le cortó el cuello con una cuchilla de afeitar. Milagrosamente, el Hijo de Sam consiguió sobrevivir al ataque, que le dejó como recuerdo una aparatosa cicatriz. Nunca quiso decir quién o quiénes le habían atacado.

En 1982 fue trasladado de penitenciaría y fue a la Sullivan Correctional Facility. Ese traslado fue crucial en la vida de Berkowitz, ya que fue allí —según ha explicado varias veces— donde comenzó su transformación espiritual. Según él, una fría noche de invierno de 1987, mientras meditaba cabizbajo en el patio de la prisión, un compañero se acercó a él y se presentó. Luego le dijo que Jesús le amaba y que tenía un plan para él. Aquel hombre, a pesar del inicial rechazo de Berkowitz, insistió hasta hacerse su amigo. Un buen día le dio un Nuevo Testamento y le instó a leer los salmos.

Berkowitz empezó a leer todas las noches los salmos entre lágrimas, pensando que jamás había visto nada parecido. Poco a poco la fe fue conquistando su corazón, hasta que un buen día llegó hasta el Salmo 34: «Este pobre hombre clamó, y el Señor le escuchó, y lo libró de todas sus angustias». Allí fue ya cuando cayó de rodillas, llorando. Sus crímenes le golpeaban y la culpa atenazó su alma, comprendiendo de repente todo el mal que había cometido en el pasado. Esa noche se arrodilló y rezó, harto de su vida diabólica y deseoso del perdón divino. Por vez primera sintió algo de paz en su interior, como si una cadena que lo estuviese atenazando se partiera en pedazos. Según ha contado numerosas veces, su vida ya jamás sería la misma.

David Berkowitz en la actualidad

A partir de ese instante, la vida de Berkowitz (fig. 13) ha sufrido un cambio radical. Se acabaron las peleas, los problemas de disciplina, la soledad. La conversión al cristianismo de David Berkowitz ha trascendido de tal manera que incluso escribe libros de cuya venta no recibe dinero alguno. Tras abrazar el cristianismo (es evangélico, «cristiano renacido»), ha iniciado un ministerio en la misma cárcel. Lo cambiaron de módulo, y puede trabajar con los presos que tienen «necesidades especiales», cuidando de sus problemas emocionales, consolándolos y leyendo la Biblia con ellos. Ahora es «el Hermano David», no el Hijo de Sam, ya que el mismo Dios lo ha rebautizado como Hijo de la Esperanza. Incluso la madre de Stacy, Neysa Moskowitz, la mujer con la que tuvo el rabioso enfrentamiento en el juicio, lo perdonó públicamente y llegó a mantener una correspondencia regular con él, aunque posteriormente la relación volvió a romperse. En la cárcel su vida ya no tiene nada que ver con la anterior: ahora se levanta y lee la Biblia, y luego pasa el día en la capilla, ejerciendo su ministerio, ayudando al sacerdote. Tiene permiso para predicar en la radio y escribe regularmente en su página web. Contesta las miles de cartas que recibe a diario de todas partes del mundo preguntándole por su nueva vida cristiana.

La conversión de Berkowitz incluye el reconocimiento de nuevo de su vida diabólica anterior (recordemos que en sus entrevistas y cartas a Abrahamsen había negado todo el asunto de la posesión demoníaca). David no niega ahora que estuviese, en el pasado, poseído de alguna manera por Satanás, explicando así sus crímenes desde un punto de vista religioso, como obra del demonio. En una entrevista que cedió a Scott Ross, presentador de la CBN, afirmó que desde su nueva perspectiva, sin duda durante toda su juventud fue presa de alucinaciones y delirios que era la forma que había adoptado Satanás para ejercer su influencia maligna sobre él.

Por su gran interés reproducimos a continuación las partes más importantes de esa entrevista:

SCOTT: Le he visto en las noticias.
DAVID: Sí.
S.: Y he visto una sonrisa extraña en la cara, y me pregunté por qué. Ahora está sentado aquí delante, estamos hablando, y me dice «adoremos al Señor».
D.: Sí, es verdad. Déjeme contarle. Dios ha sido tan bueno conmigo… Estaba viviendo en semejante oscuridad espiritual, en semejante confusión […], pero el Señor me alcanzó con sus manos piadosas, sus manos se extendieron hacia mí y me salvó la vida. Y yo sólo puedo darle las gracias.
S.: Vayamos hacia atrás. Después de matar a seis personas, hiriendo también a siete más durante un año de furia en la ciudad de Nueva York […] una de las mayores cazas del hombre de la ciudad terminó para usted el 15 de agosto de 1977 […] hace casi veinte años. Aquello ocurrió más o menos once días después de su sexto asesinato.
D.: Sí, sé perfectamente de qué me habla.
S.: Estaba mirando aquellas imágenes […] rememore, por favor […] ¿Aún están ahí, frescas, o permanecen en un grisáceo y distante pasado?
D.: Bien. Las cicatrices del pasado siempre están ahí para atormentarme. Pero le he dado mi vida a Jesucristo. Y él me ha hecho saber que estoy completamente perdonado. Todos mis pecados han sido purificados.
S.: Es algo difícil de aceptar para mucha gente. He hablado con muchos neoyorkinos sobre esto. Es increíble, pero dos tercios dicen que le perdonarían. La gente es muy compasiva, pero aún hay gente que le aborrece por culpa de sus odiosos crímenes. «Hijo de Sam». Hay mucha confusión sobre su nombre. ¿Quién era el Hijo de Sam? ¿Quién eran Sam y el Hijo de Sam?
D.: Bien. Es una larga historia, y me llevaría horas contarlo todo y desenmarañar el caso. Pero en aquel tiempo yo estaba bajo las órdenes de Satanás. Y esa entidad, ese demonio […] ése era su nombre. Fue lo más estúpido que hice en toda mi vida. Sólo dejé que el diablo tomase el control. Y en 1975-1976, justo antes de que empezasen los crímenes, hice un pacto con el diablo.
S.: ¿Oía voces en su cabeza? ¿Era así como el diablo le daba órdenes?
D.: Tras algunos rituales de iniciación, empecé a experimentar […]. Ahora, retrospectivamente, me doy cuenta de que eran algo así como alucinaciones. Y Satán vino a mí con su poder. Eran experiencias audiovisuales, algo así.
S.: Echemos un vistazo sobre su familia. Usted fue adoptado y creció en una familia judía, un entorno relativamente agradable… ¿correcto?
D.: Bien. Yo crecí en una familia de clase media, muy amorosa. Mis padres me dieron mucho amor. Eran pobres, y yo hijo único. Hicieron lo posible por criarme lo mejor que sabían. Me dieron mucho amor. Vivíamos en un pequeño apartamento del Bronx, en el centro. Pero yo tenía muchos problemas emocionales y mentales.
S.: ¿Ya en aquellos años?
D.: Sí. Incluso entonces la verdad es que mis padres no podían controlarme. Era como si algo me poseyera. Eso ocurrió desde niño. Enloquecía en el apartamento. Ahora, desde que he abrazado el cristianismo, muchos años más tarde, he llegado a la conclusión de que era víctima de un poder demoníaco que tenía ese poder sobre mi vida…
S.: Y esas voces ¿le decían que matara gente? ¿De una forma ritual?
D.: Bien, como sabe, era algo más complicado, como he dicho. Había algo más que eso…
S.: ¿Aún duele?
D.: Sí. Sí. Fue algo que se fue desarrollando poco a poco, años de ser seducido, de condicionamiento… Es una historia muy compleja.
S.: ¿Quería que lo atraparan?
D.: Quería ser liberado, quería ser liberado. Estaba viviendo sin esperanza. Había rendido mi alma al servicio del diablo.
S.: Cuando al final le cogieron, fue de una forma un tanto singular. Por culpa de una multa, ¿no es así?
D.: Sí.
S.: Y cuando la policía lo cogió… ¿sintió algún alivio?
D.: Oh, sí, me iban a matar de todas formas. Alguien me iba a matar. Alguien del grupo en donde estaba lo haría, antes o después.
S.: ¿Porqué?
D.: Una de las cosas que aprendí sobre el diablo es que tú le sirves y él te usa, y cuando ya te ha sacado todo, te desprecia, te echa a un lado. No significas nada para Satán.
S.: Entonces no estaba solo en esto. Había más gente implicada…
D.: Sí, sí, es cierto.
S.: Nunca los arrestaron…
D.: Algunos murieron poco después de mi arresto, y otros fueron arrestados, o eso creo, por otras cosas, por lo que pude oír. Y algunos aún andan por ahí fuera […]. Pero Dios lo controla todo, y Dios lo arreglará todo en su momento. Hay un Dios justiciero, al igual que hay un Dios de gracia y compasión, y él revelará todo lo que está oscuro y lo llevará hacia la luz algún día. Y por eso estoy diciendo que es un caso complejo […]. Sé que la victoria de Cristo sobre todo este asunto es segura.
S.: Usted se declaró culpable desde el principio.
D.: Así es.
S.: ¿Porqué?
D.: Estaba muy presionado.
S.: ¿Por quién?
D.: Todo el caso criminal, el juicio, todo era un gran circo. Para mí fue un tiempo de tormento […] mi mente no estaba, mi cerebro estaba muerto. Era emocionalmente como un vegetal. No sabía si venía o iba hacia algún sitio. Había dimitido de la existencia, quería terminar cuanto antes. Así que me declaré culpable.
S.: ¿Y cuál fue la sentencia?
D.: Cientos de años de cárcel, varias cadenas perpetuas consecutivas…
S.: Sobre trescientos años…
D.: Exacto. Todo el resto de mi vida…
S.: Sin posibilidad de libertad condicional…
D.: Correcto, correcto.
S.: Cuando escuchó la sentencia, ¿qué fue lo que pensó?
D.: Scott, siendo sincero, me daba igual. Estaba en tal estado de ira y tan harto de todo que, simplemente, me dio igual. Entré en la cárcel con la cabeza hecha un lío y lo acepté como mi destino.
S.: ¿Tuvo pensamientos suicidas?
D.: Sí, mi cabeza estaba llena de pensamientos suicidas. Traté de colgarme al principio. Me enviaron al psiquiátrico de la prisión. Pasé tiempo en las unidades de salud mental, y todo eso. Pero esos pensamientos suicidas y la depresión iban y venían a lo largo de los años.
S.: Ahora tiene una cicatriz en el cuello.
D.: Sí.
S.: ¿Qué la produjo? ¿Los intentos de suicidio, o fue algo diferente?
D.: No. En 1979 intentaron matarme.
S.: ¿Le trataron de matar?
D.: Efectivamente. Me rajó el cuello. Estuve en un tris de morir, ¿sabe usted? El médico de la enfermería dijo que era un milagro que estuviese vivo, pues el arma no tocó ninguna arteria ni vena principal. Aún no conocía al Señor en aquella época, pero Él ya se había fijado en mí.
S.: ¿Por qué trató de matarle?
D.: No tengo ni idea. Quizá para hacerse famoso. O quizá fue Satán, que trató de acabar conmigo porque tenía miedo de mí. Él sabía que yo le conocía bien…
S.: Escapó de la muerte una y otra vez. Un preso intentó matarle, pero otro le llevó a otros niveles, ¿es así?
D.: Sí.
S.: ¿Cómo sucedió aquello?
D.: Llevaba diez años en de la cárcel, entré con sólo veinticuatro años de edad, y lo único que tenía por delante era estar toda la vida entre rejas. Entonces siempre estaba metido en problemas disciplinarios. Era muy malo. Vivía lleno de ira y todo eso. Y una noche, estaba caminando por el patio y otro compañero se acercó a mí y se presentó. Y dijo: «Escucha, sé que eres David Berkowitz y quiero decirte algo, quiero que sepas que Jesucristo te ama y tiene un plan para ti y un propósito para tu existencia». Y yo dije: «Escucha, no me hables de eso. Sabes que hice un montón de cosas horribles, demoníacas, y no hay perdón para mí. Quizá haya un Dios por ahí fuera, pero no creo que tenga ningún interés en mí». «No, estás muy equivocado. David, Dios me ha enviado a esta prisión para que te diga que te ama y que puede perdonarte. Quiero ser tu amigo». Empezamos a hablar poco a poco. Nos encontrábamos en el patio, caminábamos juntos y empezó a compartir a Dios conmigo. En un par de meses, me lo dio a conocer.

Consideraciones criminológicas

¿Hasta qué punto es sincero el arrepentimiento de Berkowitz? Está claro que este asesino tiene todo el derecho del mundo en creer en lo que desee, si con ello alivia el paso monótono del tiempo del resto de su vida. Donde entra mi escepticismo es en la consideración de si realmente esta filiación eclesiástica, esta misión espiritual es realmente una conversión o meramente —como he señalado antes— una estrategia psicológica de supervivencia. Dicho en otras palabras: si tuviera la oportunidad de estar en libertad, ¿seguiría siendo creyente? ¿No habría dejado de serle útil a Dios?

La cuestión es que Berkowitz no puede esperar salir en libertad condicional de ningún modo. Su sentencia fue inapelable, y no incluía la posibilidad de volver a pisar las calles durante el resto del tiempo que viviera. Luego el otrora Hijo de Sam no puede esperar ganar ese privilegio con su conversión. Entonces, junto a la hipótesis de la conversión verdadera y la hipótesis de que más que conversión es una especie de fantasía que ha acogido para subsistir en la cárcel y hacer más llevadera la condena, tendríamos una tercera más malévola: Berkowitz «se convierte» porque de esta manera obtiene un poder del que carecería por completo.

Recordemos que lo que anhela el asesino en serie es el poder, la excitación que nutre sus venas, fantaseando, planificando, ejecutando y luego recordando los crímenes. Sea cual sea la motivación específica que lo impulse (el sadismo, el sexo, la venganza, la ira, el lucro o una combinación de éstos), el control es el común denominador, formando parte indisoluble de cualesquiera de las motivaciones anteriores, o bien como motivo principal autónomo. En la cárcel Berkowitz tiene poder. Va a visitarlo gente importante de su iglesia. Tiene una gran capacidad de comunicación mediante su web. Hay gente dispuesta a poner dinero para hacer realidad algunas de sus ideas pastorales. En la cárcel ocupa un lugar relevante porque es consejero terapéutico. Pero lo más importante de todo es que Berkowitz es un hombre importante, un icono, la prueba viviente de que Dios es omnipotente, que puede arrancar de las garras de Satanás a uno de sus hijos más preciados, al asesino en serie más importante en la historia de la ciudad de Nueva York.

Esta postura escéptica se apoya en el hecho de que el sacerdote ya escribió muchos años atrás que era un maestro de la mentira, y que los demonios que le hablaban era una historia inventada para conseguir que le declararan loco en los tribunales. Se lo dijo al psiquiatra que mejor le conoció, Abrahamsen, e incluso le citó con detalle las fuentes que había utilizado para remedar su imagen de trastornado. Pero no sólo eso: en otra carta también le relató cómo había fingido ser creyente por pura conveniencia y comodidad en el módulo de la cárcel donde se hallaba en aquellos años. De este modo, ahora tenemos que hacer el esfuerzo de volver a aceptar los demonios (cosa que él mismo explícitamente rechazó), así como de volver a considerarlo un hombre «convertido» auténtico.

Es cierto que ahora, en su nueva explicación demoníaca, habla más bien de «demonios psicológicos», con lo que parece que en principio no se está refiriendo a seres reales que le poseyeron, sino más bien fue víctima de creencias profundamente reales que le llevaron a actuar como un asesino poseído por los demonios, pero el asunto no queda claro. Él vagamente habla de que «había otros» junto a él en aquellos meses de terror, pero tampoco explica bien si esas terceras personas estaban presentes sólo en sus ritos satánicos o le acompañaron en alguno de sus ataques a jóvenes enamorados en las calles de Nueva York.

Personalmente apostaría por la tercera hipótesis: Berkowitz es un tipo listo y se da cuenta de que ir con la historia de los demonios no le da para pasar el resto de su vida entre rejas. Charles Manson, el asesino de Sharon Tate —quizá el más famoso asesino en serie vivo— recibe cartas de admiradores todavía, pero no puede aspirar a más. En la cárcel está limitado de modo férreo. Cada diez años alguien le hace una entrevista, y eso es todo. Berkowitz ahora es un líder espiritual y de opinión sobre asuntos religiosos. El primer asesino en serie de la historia convertido en sacerdote. Yo calificaría este comportamiento como extraordinariamente inteligente.