Capítulo 10

Eliot Ness contra El Torso

Hay una parte de la vida de Eliot Ness (fig. 7) que es conocida por todos. Sobre ésta se ha forjado la leyenda de «Los Intocables». Es la etapa en la que Ness, como agente del Tesoro destinado al Departamento de la Prohibición, se enfrenta a la mafia de Chicago y juega un papel crucial en derribar el imperio del gánster más famoso de la historia: Al Capone, también conocido como «Cara Cortada» (Scarface), responsable de unos trescientos asesinatos durante los años que duró su reinado del terror.

Pero en esta ocasión quiero presentar una etapa mucho menos conocida en la vida de Eliot Ness, y que desde una perspectiva de la historia de la criminología tiene un gran interés porque revela una capacidad extraordinaria para innovar en el ámbito de la seguridad pública, hasta tal punto que me atrevería a decir que sus logros en esta materia bien pueden compararse a los que consiguió en Chicago durante la vigencia de la llamada Ley Seca (también conocida como Ley Volstead), promulgada en 1920 y vigente hasta 1933.

En este punto es conveniente señalar que Eliot Ness era, efectivamente, criminólogo, ya que después de conseguir el título de Administración en Negocios cursó un posgrado de un año en criminología, durante el curso 1926-1927, nada menos que en la Universidad de Chicago. Huelga decir que durante la primera mitad del siglo XX esta Universidad era el centro de la criminología como disciplina en el mundo. La Escuela de Chicago es un tema obligado en los estudios sobre el desarrollo disciplinar de nuestra materia, y sus grandes nombres y obras constituyen hitos esenciales en el desarrollo teórico y empírico de la criminología. No quiero caer en la obviedad al recordar cuál era el clima intelectual al que quedó expuesto el joven Eliot cuando ingresó de nuevo en la Universidad para cursar estos estudios. Sólo me voy a permitir recordar que Chicago, en el período comprendido entre 1880 y 1920, había experimentado un rápido crecimiento económico, lo que desafortunadamente se unió a un incremento igualmente alarmante del crimen y de diversas patologías médicas, tanto físicas como psicológicas.

Chicago se convertía, de este modo, en un laboratorio ideal para llevar a cabo investigaciones que pudieran sacar a la luz las razones de ese incremento alarmante del delito. El influyente trabajo que iba a caracterizar la perspectiva teórica de la Escuela de Chicago se publicó el mismo año que Ness estaba en las aulas de esa universidad. Me estoy refiriendo al libro de R. Park y E. Burgess, publicado en 1926, titulado The City, donde presentaban los fundamentos del análisis ecológico aplicado al desarrollo del delito y donde se establecía una de sus premisas esenciales: las zonas o áreas que albergaban a personas desmoralizadas (vivían de modo precario, en condiciones físicas y morales muy deficientes), que habían llegado a la gran ciudad desde sus lugares de origen buscando mejorar su fortuna ocupando empleos extenuantes poco cualificados y peor pagados, experimentarían tasas mayores de delincuencia, ya que no podrían adquirir los valores y normas necesarios para conducirse de acuerdo a los valores dominantes de la sociedad.

Dejando atrás los postulados biologicistas de la Escuela Positiva fundada por Lombroso, los investigadores de Chicago adoptaron un punto de vista claramente sociológico: la acumulación en áreas determinadas de personas sin instrucción y en condiciones de vida deplorables es la responsable de que el delito y la enfermedad se propaguen; esas zonas de transición constituyen el foco álgido de la desviación social, y desde ellas el delito irradia hacia las áreas más alejadas de la ciudad, disminuyendo su influencia a medida que esa distancia se hace mayor.

No cabe duda de que Ness siguió con gran interés toda esa moderna perspectiva, a juzgar por su labor posterior, y probablemente leyó a otro ilustre profesor de Chicago —discípulo de Park y Burgess—, Frederick Thrasher, cuando publicó sus investigaciones sobre la delincuencia juvenil en el libro hoy clásico de 1927 titulado The Gang: A Study of 1,313 Gangs in Chicago [La banda: Un estudio de 1.313 bandas en Chicago]. Bajo la supervisión de sus maestros, Thrasher estuvo mucho tiempo viviendo en los barrios con mayor número de bandas en Chicago, dedicándose a observar sus formas de relacionarse y su organización social, así como llevando a cabo numerosas entrevistas a los miembros de las bandas. La conclusión de sus trabajos tiene mucho que ver con lo que Ness iba a intentar lograr en sus años de Director de Seguridad en Cleveland. Thrasher comprobó que las familias de los jóvenes que ingresaban en bandas presentaban los rasgos de desestructuración que sus maestros Park y Burgess habían descrito en su modelo ecológico; a unos padres ineficaces como educadores se sumaban los efectos perniciosos de escuelas desmotivadas y una pobre representación de otras instituciones que, como la Iglesia, poco podían hacer en áreas marcadas por la pobreza. Frente a esta realidad, los líderes de las bandas ofrecían pautas bien definidas de actuación; es decir, ante la ausencia de normas claras de comportamiento derivadas de una educación y socialización deficientes, así como de perspectivas cercanas de éxito social, los jóvenes veían como modelos a matones y mafiosos que les ofrecían un camino donde alcanzar poder y respeto, así como un sentimiento de pertenencia. Eliot Ness no olvidaría ese aprendizaje y, como veremos, dedicó mucho esfuerzo a que los jóvenes no cayeran en las redes de los rufianes mediante la implantación de instituciones que les ofrecieran un futuro y los valores y normas que les orientaran hacia una vida provechosa.

La etapa de Los Intocables

Justo al salir de la Universidad de Chicago, Ness inició el trabajo que le convertiría en una leyenda. Siguiendo los consejos de su cuñado, un agente del relativamente nuevo Federal Bureau of Investigation (FBI), que tras ser fundado en 1908 sólo en años recientes había logrado una expansión profunda en todo el país, Ness ingresó en el Departamento del Tesoro y rápidamente fue transferido al Buró de Prohibición, otra agencia federal creada para perseguir a los traficantes de alcohol tras la promulgación de la Ley Volstead. Ness trabajó en Chicago y sus comienzos no fueron fáciles, ya que el Buró de Prohibición estaba lleno de agentes mal pagados y corruptos, siempre receptivos a los sobornos atractivos de los mafiosos del alcohol. Y en el lado de los mafiosos nadie podía equipararse en poder real sobre el crimen, pero también en autoridad sobre muchos servidores públicos, a Al Capone.

Pero no tiene sentido que aquí nos ocupemos en extenso de esos años de plomo. Hay numerosos films y una ingente bibliografía donde consultar la lucha que el Gobierno Federal, algunos hombres poderosos de Chicago y la unidad de élite dirigida por Ness, conocida como «Los Intocables», emprendió contra el imperio extraordinario de Al Capone. Baste recordar que el plan del entonces director del FBI, Edgar Hoover, para acabar con Capone tenía dos líneas de ataque: la primera, conseguir pruebas que demostraran ante la justicia que el mafioso había evadido numerosas veces la ley que le exigía pagar impuestos, y la segunda, atacar directamente sus prácticas delictivas de contrabando y venta de alcohol.

Ness fue el encargado de dirigir el fuego continuo sobre las operaciones ilegales de alcohol de la mafia de Capone y las que le disputaban su imperio, así como recabar pruebas financieras que sirvieran para demostrar que no pagaba impuestos. En su libro de memorias escrito con Oscar Fraley1, Ness recordaba la impunidad con que funcionaba Capone: «Capone disponía de al menos veinte fábricas de cervezas, y cada una de ellas producía cien barriles de cerveza al día», y nadie hacía nada por impedirlo. A esto había que sumar los licores, elaborados en sus propias destilerías. Los Intocables recibieron la orden de golpear una y otra vez ese ingente negocio. Un ejemplo gráfico de ello lo podemos ver en uno de los numerosos artículos que la prensa dedicó a esa lucha sin cuartel:2

El agente especial del Buró de Prohibición Eliot Ness y su equipo de jóvenes universitarios intrépidos conocidos como «Los Intocables» debido a que no se dejan intimidar por sobornos o amenazas, han costado a «Cara Cortada» Al Capone y su banda al menos 500.000 dólares en los pasados seis meses, según una estimación realizada hoy.

Ness y sus hombres, a cuyo trabajo se debe la acusación formulada contra Capone basada en el contrabando de alcohol y la evasión de impuestos, se han incautado desde el pasado mes de marzo de equipamiento para fabricar cervezas valorado en 144.000 dólares, de camiones y automóviles valorados en 17.000 dólares…

Lo cierto es que Eliot Ness fue el responsable de reunir pruebas para que pudiera procesarse a Al Capone por la violación continua de la Ley Seca, pero como todos sabemos hoy, esto no fue necesario. El mafioso fue condenado a once años de cárcel por evasión de impuestos, y cuando fue liberado después de cumplir una parte de esa condenada estaba ya desahuciado debido a la sífilis que había contraído muchos años antes.

En abril de 1932 Eliot Ness fue promocionado al puesto de Investigador jefe del Buró de Prohibición en toda el área de Chicago, según recogía en una noticia el New York Times3.

Eliot Ness en Cleveland

Eliot Ness dejó tres años después su puesto en el gobierno federal y llegó a Cleveland a finales de 1935, contratado como Director de Seguridad por el alcalde Burton, cargo que desempeñó hasta 1942. Su fama le precedía, y Burton pensó que debía poner al frente de su política de seguridad a un hombre con el arrojo, la capacidad de trabajo y los conocimientos que el líder de Los Intocables había demostrado en Chicago. Las tareas que le esperaban eran urgentes: la policía era un cuerpo corrupto, pagado por los jefes de la mafia que todavía obtenían mucho dinero adulterando el alcohol (que ya era legal) para convertirlo en una bebida barata pero con efectos muy graves sobre la salud de quien lo bebiera; además, mantenían con total impunidad casas de juego, que eran ilegales, para lo cual pagaban además a políticos locales, que solían asistir como invitados privilegiados adictos al juego. Y por si fuera poco, Cleveland tenía una de las tasas más elevadas de accidentes de tráfico de todo el país: cuatrocientos muertos al año, en una ciudad que apenas llegaba a los quinientos mil habitantes.

Ness tomó con pulso firme todos esos desafíos. Suspendió de empleo a trecientos policías, y a muchos de ellos los expulsó de modo permanente, obligando a dimitir a los mandos que alentaban la corrupción entre sus filas. Se afanó en inculcarles una moral profesional, y para ello creó la Academia de Policía de Cleveland.

Por otra parte, y como hemos mencionado, a pesar de la finalización de la Ley Seca, todavía existía en Cleveland mucho crimen organizado en torno al contrabando de alcohol, importado ilegalmente de Canadá, o bien los gánsteres se encargaban de producir alcohol de ínfima calidad, que podía producir graves daños a la salud si se abusaba de él. El otro ámbito en el que tenía puesto sus manos el criminal mafioso era el constituido por los casinos o las casas de juego, que eran ilegales en aquellos años, sobresaliendo como lugar de reunión de personas adineradas y de políticos y autoridades corruptos. Ness atacó de frente ambos problemas, y él mismo protagonizó audaces raids con personal de confianza, atreviéndose a reventar los almacenes donde se guardaba el alcohol adulterado y haciendo redadas en las casas de juego, como el famoso Club Harvard.

También tuvo tiempo para acabar con buena parte de los numerosos accidentes de tráfico que hacían de Cleveland una de las ciudades con mayor mortalidad por este motivo de Estados Unidos. Puso semáforos en la ciudad y creó un servicio especial de ambulancias para que pudieran acceder con rapidez a los lugares donde se registraban los accidentes.

Pero sobre todo Ness dedicó su mayor energía en luchar contra la delincuencia juvenil. Lo que había aprendido en su paso por la universidad intentó ponerlo en práctica en Cleveland. A Ness le rompía el corazón ver tantos jóvenes pilluelos fuera de la escuela, sin un horizonte al que dirigirse, víctimas de la época de la Gran Depresión. Comprendió que en ausencia de unos padres competentes los chicos eran presa fácil de las bandas de rufianes que los integraban para asegurarse la impunidad haciendo que ellos hicieran buena parte del trabajo sucio, y que les sirvieran de espías y chivatos cuando los necesitaran. Ness buscó el patrocinio de empresarios y otras instituciones para crear programas sociales y deportivos que sirvieran de alternativa a la captación de las bandas, constituyendo un sistema de mentores compuesto por policías que en sus horas libres pasaban un tiempo con los jóvenes practicando deporte y orientándoles para que pudieran aspirar a desempeñar un trabajo y llevar una vida digna. Además, creó delegaciones de los Boy Scouts y de la Ciudad de los Muchachos, la célebre institución creada por el padre Flanagan para dar un nuevo hogar a jóvenes sin futuro.

Así las cosas Ness apenas tenía tiempo para realizar todas esas empresas, su vida absorta en hacer de Cleveland un lugar más seguro, como correspondía a las funciones de su cargo. Pero entonces algo terrible empezó a ocurrir, algo que marcaría para siempre la vida de Eliot Ness y provocaría una angustia colectiva sin precedentes en la ciudad: la aparición del asesino en serie denominado El Torso. El cuadro 21 ilustra bien a las claras la naturaleza del desafio que esperaba a Ness.

Investigación de los crímenes de El Torso

El 5 de junio de 1936 llegaron a Cleveland los delegados que iban asistir a la Convención Nacional del Partido Republicano, y Ness estaba muy atareado ocupándose de todos los detalles relacionados con la seguridad de dicho evento. La ciudad se había modernizado mucho durante los años anteriores a la Gran Depresión, pero sólo a unas pocas manzanas del centro de la ciudad que tenía su punto estratégico en la Public Square se abría una realidad muy diferente, siguiendo la orilla del río Cuyahoga y las líneas férreas. Se trataba de una extensa área desolada de varios kilómetros, que años atrás fue el lugar de un intenso esfuerzo industrial de fundiciones y transporte de materiales a todo el país, y que ahora mostraba una profunda suciedad: restos de hollín y otros desechos industriales constituían el paisaje dominante. La profunda crisis económica había dejado sus propios moradores: indigentes y vagabundos que ya no tenían sitio en las fábricas cerradas.

Junto al río Cuyahoga estaba el barranco u hondonada conocida como Kingsbury Run, que cruzaba toda la parte este de la ciudad. En el lecho del barranco se encontraban las huellas de lo que muchos años atrás era el lecho del lago Erie y más modernamente las vías de trenes, que en esos momentos eran mucho más escasos.

EL HOMBRE TATUADO

Dos chiquillos que iban a pescar al lago caminaban por el barranco cuando encontraron unos pantalones enrollados bajo unos arbustos. Al desplegarlos, una cabeza cayó al suelo. Avisada la policía, se puso a buscar el resto del cuerpo, y al día siguiente lo halló entre unos arbustos justo enfrente de la comisaría Nickel Plate, que se hallaba en Kinsbury Run.

La víctima era un hombre joven (fig. 8), de veinte y pocos, que presentaba seis tatuajes en su cuerpo, entre ellos una paloma y un cupido, lo que sugería que podía haber sido un marinero. Una etiqueta de lavandería con las iniciales «J. D.» era todo lo que tenía la policía para descubrir su identidad. No obstante, la policía pensó que difícilmente este hombre era un indigente, ya que portaba ropa limpia y casi nueva. Estaban convencidos de que había sido dejado ahí después de haber sido asesinado: el cuerpo había sido desangrado y no había sangre en los alrededores (Desconocido 2 del cuadro 21).

El forense, Arthur Pearse, concluyó que el Hombre Tatuado había muerto por decapitación, al igual que Florence Polillo, la prostituta asesinada en enero de 1936, los dos hombres muertos encontrados también en Kinsbury Road en septiembre de 1935 (Desconocido 1 y Edward Andrassy), y quizás incluso la mujer que apareció en la orilla del lago Erie, en Euclide Beach, el 5 de septiembre de 1934 (conocida como la «Dama del Lago», que consta en muchos relatos de estudiosos como la «víctima cero». No aparece en la tabla). Pearse sabía que la muerte por decapitación era algo extraordinariamente infrecuente, además de ser algo difícil de conseguir. En su opinión existía un patrón que vinculaba los diferentes crímenes.

Ness se reunió días después con James Hogan, el jefe de la Brigada de Homicidios, y con David Cowles, el director del laboratorio de la policía. La prensa hablaba de los crímenes de un maníaco, y el Director de Seguridad Pública no pudo menos que indicar que debían ocuparse de estudiar todos esos crímenes que, en opinión del forense, estaban relacionados.

Hogan comenzó con la Dama del Lago: su cuerpo había sido dividido en dos partes, que aparecieron en la costa del lago Erie en dos puntos diferentes distantes entre sí unos cincuenta kilómetros, aunque la cabeza y los brazos nunca se encontraron. Un hecho revelador fue que el asesino había cubierto el cuerpo de la mujer con cloruro de calcio, un preservador, que justificaba el relativamente buen aspecto del cuerpo después de un período estimado en el lago de tres a cuatro meses. Sin posibilidad de tener sus huellas dactilares o su aspecto, el caso había sido clasificado en su momento en el apartado de «homicidios no resueltos».

En cuanto a los dos cuerpos hallados en septiembre de 1935, Desconocido 1 y Edward Andrassy (meses antes que Ness y Hogan tomaran posesión de sus cargos), habían sido encontrados en el área conocida como Jackass Hill, dentro todavía de Kinsbury Run. Como el Hombre Tatuado, ambos habían sido asesinados en otra parte, y junto a la cabeza el asesino había cortado también los órganos sexuales. El traslado de los cuerpos desde la colina hacia abajo era algo extraordinario, porque revelaba una gran fuerza por parte del responsable, considerando que había que bajar por la noche dos cuerpos muy pesados.

La policía había logrado identificar por sus huellas dactilares a uno de esos dos hombres, el más joven: era Edward Andrassy, un sujeto de tendencias sexuales «dudosas», del que se decía que igual trabajaba de chulo que procuraba jóvenes harapientos para hombres mayores. A pesar de estas actividades, Andrassy provenía de una familia respetable de la parte noble de Cleveland, la zona oeste, y sus padres no podían entender cómo su hijo, que se comportaba modélicamente en el hogar, tenía esa otra vida orientada a la vagancia y la perversión.

A pesar de la opinión de Pearse, para Hogan la conexión entre la Dama del Lago y los otros tres crímenes no estaba clara. Parecía que el asesino hubiera querido que nunca se hallara el cuerpo de la mujer, mientras que los tres hombres asesinados fueron dejados en lugares que aseguraba su descubrimiento; además, sus cuerpos, salvo la cabeza (y la castración de los dos primeros), estaba intacto. Por otra parte, estaba el hecho de que la mujer hallada en enero de 1936, Florence Polillo, había sido troceada, y su cabeza nunca se pudo encontrar.

Según el relato de los hechos conocidos, es muy probable que Ness creyera lo mismo que el responsable de la policía científica, David Cowles, una opinión discrepante a la de Hogan, a saber, que todos los cadáveres eran responsabilidad de un solo hombre: la decapitación y el hecho de que los cuerpos aparecieran siempre desangrados y limpios apoyaban su convicción. Por ahora Ness estaba muy preocupado con las labores que le exigía la Convención Republicana y no quería que la prensa alarmara al público diciendo que había un loco homicida suelto. Por otra parte, a Ness siempre le preocupó más su labor de procurar que Cleveland fuera una ciudad más segura y próspera; detener a un asesino era tarea de los policías de homicidio, no suya.

Semanas después de que finalizara el evento de la Convención Republicana, Ness volvió a poner todos sus esfuerzos en la seguridad de otro gran acontecimiento: la Exposición del Gran Lago, una especie de híbrido entre feria mundial y parque temático que, por poco dinero, permitía un tiempo de solaz para gran parte de la población castigada por la crisis de la Depresión. Ness aprovechó el enorme gentío que se sucedió durante varias semanas visitando la exposición para exhibir un molde de la cara del Hombre Tatuado, con el objetivo de que alguien pudiera reconocerlo e identificarlo, pero tal medida resultó infructuosa.

El asesino, mientras tanto, no daba tregua. El 22 de julio se encontró el cuerpo de un varón decapitado que presentaba dos peculiaridades notables en relación con los cadáveres anteriores (Desconocido 3): había sido asesinado en el lugar donde se halló el cadáver, y ese lugar era la zona «noble» de Cleveland, la parte oeste, si bien estaba cercano a un campamento de indigentes conocido como Big Creek. El forense determinó que su fallecimiento se había producido dos meses antes. El corte de la cabeza había sido extraordinariamente preciso. A pesar de que la prensa empezaba ya a escribir artículos alarmantes sobre el asesino en serie («¿Hay en algún lugar en el Condado un loco cuyo extraño dios es la guillotina?», era uno de los comentarios de prensa que empezaban a sucederse), la semilla de la histeria no llegó a prender por los acontecimientos de distracción que se sucedían ese verano y, sobre todo, porque Eliot Ness seguía implacable su lucha contra mafiosos y casas de juego ilegales. Debido a la tarea de renovación que había realizado Ness con la policía, la mafia ya no se sentía protegida mediante los sobornos, por lo que estaba empezando a abandonar Cleveland mientras Ness siguiera de responsable de la seguridad pública. Todavía la prensa estaba más pendiente de los logros de Ness contra la corrupción y el crimen organizado que del loco homicida. Por desgracia para el ex agente del Tesoro, esta situación no iba a durar mucho más.

En efecto, esa relativa tranquilidad ante la existencia del «Carnicero Loco», como la prensa ya le denominaba, tenía los días contados. El 10 de septiembre, un vagabundo que esperaba subirse a un vagón de carga en dirección este vio en Kinsbury Run dos pedazos de un torso humano que flotaban en la orilla del río Cuyahoga (Desconocido 4). No se pudo recuperar nada más, ni la cabeza ni ninguna otra parte del cuerpo; el forense determinó que había sido asesinado un par de días antes. Ness estaba muy irritado: todo este asunto del lunático homicida le estaba desviando de su principal foco de atención, que era combatir la corrupción policial y la connivencia de los mafiosos con determinados sujetos relevantes de la sociedad; para ello trabajaba codo con codo con un fiscal que compartía su mismo ideario, Frank Cullitan.

De nuevo Ness se reunió con sus hombres y ordenó que veinte detectives se integraran de modo permanente a la investigación. Una de sus primeras misiones fue investigar cada chabola de Kingsbury Run, requisando cualquier cosa que pudiera ser susceptible de constituir un indicio para la captura del asesino. El responsable de la brigada de homicidios, Hogan, contaba con dos inspectores de gran determinación: Martin Zalewski y, sobre todo, Peter Merylo, un sujeto un tanto excéntrico que hablaba varias lenguas y que había comenzado como policía de carretera, pero que era de un tesón extraordinario. De hecho, mucho después de que la investigación se cerrara oficialmente él dedicó varios años más a investigar el caso, en su tiempo libre.

La policía empezó una labor ingente de investigación. Además de interrogar a los miles de indigentes que tenían su hogar en Kinsbury Run y aledaños, registraron los hospitales mentales en busca de posibles pacientes fugados o dados de alta que pudieran ser peligrosos por sus antecedentes. Los policías se disfrazaron de vagabundos y se mezclaron con ellos, poniendo sus cinco sentidos en encontrar pistas que les llevaran al asesino. Esto último corrió a cargo de una unidad especial que creó Ness, denominada «Los Desconocidos» (The Unknowns), compuesta por agentes nuevos de toda confianza y elegidos con gran cuidado.

La presión era enorme. Un editorial del Cleveland News decía, entre otras cosas, lo siguiente: «De todas las terribles pesadillas que se han convertido en realidad, la más escalofriante es la del demonio que decapita a sus víctimas en los oscuros y húmedos escondrijos de Kinsbury Run».

Una gran dificultad con la que tuvo que enfrentarse Ness fue el precario desarrollo de la criminología forense de aquellos años, junto con el conocimiento prácticamente nulo que existía en torno a los asesinos en serie, un concepto que, desde luego, en aquellos tiempos no existía. De hecho, podemos decir que El Torso fue el primer asesino en serie del que se ocupó la policía en el desempeño de su trabajo en Estados Unidos. Es cierto que a finales del siglo XIX existió la figura del temible «Dr. Holmes» en Chicago, pero éste no fue investigado ni detenido como un asesino múltiple, sino como el autor de un robo de caballos. El descubrimiento de sus crímenes fue obra de un detective privado que trabajó para una compañía de seguros. Así pues, el destino no sólo había puesto a Eliot Ness enfrente del mayor gánster de su época —Al Capone—, sino del primer asesino en serie en ser identificado por una fuerza policial moderna: El Torso. Estaba claro que el sistema tradicional de investigar un homicidio aquí no podía funcionar, porque consistía en el hecho de, una vez identificada la víctima, investigar en su círculo de familiares, amigos y enemigos hasta dar con el culpable, aquel que tenía un motivo «comprensible». Por desgracia, la identificación de la víctima ya suponía en este caso un problema de enorme magnitud, y en los pocos casos en los que esto se había conseguido, su pertenencia al mundo de la marginación había llevado a la policía a un callejón sin salida.

¿Qué era, en esencia, lo que conocían hasta ese momento? Poca cosa; lo más sustancial podría resumirse del siguiente modo:

Ness no era un investigador de homicidios; no se ocupaba personalmente de realizar la investigación, sino de dirigirla. Ya existía un jefe de la policía, Matowich, un jefe de la brigada de detectives, Hogan, y los mejores policías de homicidios que era posible encontrar en el estado, encabezados por Merylo y Zalewski. Pero pronto todo esto se reveló insuficiente, cuando el Carnicero Loco regresó a la primera plana de los periódicos con el hallazgo de un nuevo cuerpo el 23 de febrero de 1937. Esta vez era una mujer, que apareció en la orilla del lago Erie, en Euclide Beach, justo en el mismo lugar donde en 1934 se había encontrado la Dama del Lago. La víctima número 7 apareció con el torso limpio, sin cabeza, sólo el torso (Desconocida 5). Un hecho que anotaron los forenses fue que el asesino no había mostrado la misma habilidad en los cortes que en los cadáveres anteriores, ya que presentaba varias marcas de golpes vacilantes. Se dictaminó que había muerto tres o cuatro días antes de ser hallado el torso.

El forense, Arthur Pearse, fue sustituido por Samuel Gerber, un profesional pujante pero al que le gustaba mucho la atención de los focos[8] y que discrepó en muchas ocasiones de Ness, particularmente cuando revelaba cosas a la prensa, algo que disgustaba profundamente al ex agente del Tesoro. Pero Gerber opinaba lo mismo que Pearse y el propio Ness: esas muertes eran obra de un mismo asesino, que buscaba víctimas muy difíciles de identificar. De hecho, hasta ese momento sólo habían sido identificadas dos: Edward Andrassy y Florence Polillo, la mujer hallada en enero de 1936, de profesión prostituta.

ELIOT NESS, PRESIONADO

Eliot Ness se encontraba en una situación límite. La prensa ahora le exigía con grandes titulares que se ocupara él personalmente de la investigación. ¿Acaso no habían capturado Ness y sus Intocables a Al Capone? ¿Cómo no iba a poder detener a un solo hombre? Sin embargo, es obvio que el argumento de señalar que si él había sido capaz de detener al enemigo público de América, Al Capone, cómo no podría triunfar cuando se trataba de capturar a un solo individuo que mataba a indigentes, se basaba en un razonamiento falso: en los años de la Ley Seca todo el mundo sabía dónde se hallaba Al Capone, y quién era éste; por el contrario, en los asesinatos de El Torso la dificultad estaba, por encima de todo, en averiguar quién era, es decir, en identificarlo. De este modo, mientras que para detener a Al Capone Eliot Ness había tenido que mostrar arrojo y sagacidad para destruir sus fábricas de cerveza y destilerías ilegales y sus tramas de corrupción, buscando las pruebas suficientes que le incriminaran con éxito para asegurar una condena, en los crímenes a los que se enfrentaba lo esencial era la labor y las habilidades investigadoras apropiadas para descubrir a un homicida de una crueldad excepcional. Sin miedo a exagerar, diré que Ness tuvo que inventar, sobre la marcha y bajo extrema presión, una línea de investigación para cazar a un asesino en serie, un loco homicida que estaba creando una situación de pánico en todo Cleveland. Él no quería investigar personalmente el caso; tenía muchas cosas que hacer, entre ellas seguir limpiando la corrupción de la ciudad, modernizar la policía y el servicio de bomberos, y desarrollar planes contra la delincuencia juvenil. En las ruedas de prensa enfatizaba todos esos logros, pero llegó un punto en que los periodistas sólo querían escuchar cuáles eran los avances que había con respecto a la investigación de El Torso, y una presión nada sutil para que él demostrara que era un «súper-policía».

Pero es importante recordar que Eliot Ness nunca había sido investigador de homicidios y que no podía contar con su experiencia en Chicago contra la mafia, ni con los conocimientos que había adquirido en el curso de maestría en criminología que, años atrás, había tomado en la Universidad de Chicago, antes de convertirse en agente del Tesoro. Nadie nunca había investigado dentro de la historia de la policía norteamericana un caso igual, ¡y él tenía que hacerse cargo de una investigación que no quería llevar! Para Ness, una violencia tan irracional era algo ajeno a su experiencia como agente del Tesoro; en su conocimiento, trocear y desangrar un cuerpo del modo en que lo realizaba el asesino en serie contravenía las normas de los mafiosos, por eso nunca creyó que la mafia estuviera detrás de los crímenes, a diferencia de lo que opinaban algunos de sus colaboradores policías más cercanos.

Pero al fin comprendió que, hiciera lo que hiciera, debía poner la captura de El Torso entre sus prioridades. Incluso el alcalde Burton le había exigido que hiciera todo lo necesario para lograrlo. Entonces Ness hizo un movimiento sorprendente. Conocedor de que El Torso buscaba generar un clima de terror que alimentara su ego, reunió a los representantes de la prensa —y en particular a los periodistas con los que había trabado una cierta amistad durante el transcurso de los asaltos a los almacenes en los que se realizaba el contrabando de alcohol y a los antros donde se ejercía el juego ilegal— y les pidió que colaboraran disminuyendo la relevancia en las noticias de los asesinatos. Con ello pretendía disminuir el nivel de alarma pública, pero también dejar de alimentar el ego del asesino. Ness razonó que si la prensa dejaba de ser la catapulta diaria de sus «proezas», entonces quizás se sentiría menos tentado en volver a matar.

Por desgracia, un crimen que el asesino había realizado un año antes, en junio de 1936, fue desvelado el 6 de junio de 1937, bajo el puente de Lorain-Carnegie. La fecha se supo porque dentro de un saco de arpillera donde fue encontrado el torso sin cabeza —aunque ésta fue recuperada después— había un periódico que atestiguaba cuándo fue asesinada. El cráneo hallado dio lugar a que se pensara que la víctima había sido una prostituta denominada Rose Wallace, pero no todos los investigadores estuvieron de acuerdo con esa identificación. Era una mujer negra, la única excepción de color a la lista de las personas asesinadas (Desconocida 6).

El asunto no hizo sino empeorar cuando El Torso perpetró un nuevo asesinato en julio de 1937, el noveno (sin contar con la «víctima cero», conocida como la Dama del Lago). Gerber dictaminó que el nuevo torso sin cabeza había fallecido dos o tres días antes. Fue hallado en el río Cuyahoga, en Kinsbury Run (Desconocido 7). A lo largo de los días siguientes los policías consiguieron recuperar todas las partes restantes del cuerpo, excepto la cabeza. Algo nuevo había sucedido en este crimen: por vez primera el asesino había removido todos los órganos abdominales y el corazón, ninguno de los cuales pudo ser posteriormente recuperado.

El Dr. Gerber imprimió más fuerza a la idea de que el asesino tenía conocimientos médicos, lo que motivó que los investigadores revisaran con detenimiento los expedientes de médicos que habían tenido problemas mentales o con la justicia, así como que se estableciera un seguimiento especial a todos aquellos que habían dado muestras de interés por el sexo desviado, el alcohol o las drogas.

Eventualmente los policías llegaron a un sujeto, el doctor Frank E. Sweeney, que parecía ajustarse de modo extraordinario al perfil del individuo que estaban buscando. Físicamente era alto y corpulento. Había crecido en Kinsbury Run y en varios momentos de su carrera profesional había mantenido allí una consulta. Como consecuencia de su divorcio y la pérdida de sus hijos, se había agudizado lo que parecía ser un problema crónico con el alcohol, que también había causado que perdiera su empleo como cirujano en el hospital de St. Alexis, muy cercano a Kinsbury Run. Por si fuera poco, se rumoreaba que era bisexual, y un hombre muy violento. Era primo del congresista Martin L. Sweeney, un miembro del Partido Demócrata que se oponía al gobierno del alcalde Burton (que era republicano) y, consecuentemente, a reconocer los méritos de Ness en la mejora de la seguridad que había logrado en tan poco tiempo. En esos momentos, sin embargo, Ness y su equipo de investigación lo descartaron porque comprobaron que en la época en que una de las víctimas fue asesinada el Dr. Sweeney estaba ingresado en un hospital para veteranos en Sandusky, una población situada a unos ochenta kilómetros de Cleveland.

Fueron pasando los meses, y llegó 1938. Ness recibía información constante de sus agentes encubiertos, los «Desconocidos», así como de Merylo y de Zalewski, quienes seguían todos los posibles indicios de la última víctima. Por desgracia nada parecía fructificar, pero entonces algo sucedió. A mediados de marzo de 1938 un perro halló la pierna cortada de un hombre en Sandusky. La policía empezó a buscar el resto del cuerpo y avisó a David Cowles, director del laboratorio policial, para que se acercara a investigar por si ese hecho estaba conectado con los asesinatos de El Torso.

Entonces Cowles se acordó del Dr. Sweeney y decidió acercarse al hospital de veteranos (Sandusky Soldiers and Sailors Home) para investigar más detenidamente al doctor. Allí Cowles averiguó que Sweeney había ingresado voluntariamente en el hospital en diferentes momentos que le permitían tener una buena coartada para los asesinatos de El Torso, porque en varias ocasiones esos ingresos coincidían con las fechas de los asesinatos de algunas de las víctimas. Por otra parte averiguó también que se trataba de un hospital de día, es decir, no había en realidad ninguna vigilancia estrecha de los pacientes. Incluso en fines de semana, cuando venían las visitas y el hospital estaba lleno de gente, era relativamente fácil entrar y salir sin que nadie se percatara.

Sus sospechas cobraron firmeza cuando contactó con un recluso de la Granja Penitenciaria de Ohio, Alex Archaki, que compartía algunos de los edificios del hospital de veteranos, y supo de su boca que él también había notado que las muertes del asesino coincidían con las ausencias de un día o dos de duración del doctor (Archaki proporcionaba alcohol a Sweeney y éste le recetaba drogas, porque aún tenía su licencia de médico). Aunque Cowles determinó que la pierna que encontrara el perro no procedía de ningún cadáver, sino que era el producto de una operación quirúrgica legítima, cuando regresó a Cleveland era un hombre esperanzado.

Profundizó más en el conocimiento de Sweeney, y descubrió que tenía una herencia genética que le inclinaba a la psicosis y al alcoholismo. Fue ingresado en una ocasión por su alcoholismo, pero el tratamiento no funcionó y su mujer le pidió el divorcio por su conducta violenta, logrando que el tribunal impidiera que se acercara a ella y a los niños. Antiguo veterano de la Primera Guerra Mundial, fue herido en la cabeza, lo que probablemente agravó aún más su tendencia al desequilibrio mental. Su ex mujer informó a Cowles que se habían separado al fin en septiembre de 1934, ¡el mismo mes en que se cree fue asesinada la «víctima cero» de El Torso, la Dama del Lago!

Había otros hechos que apoyaban la candidatura del Dr. Sweeney como el asesino que estaban tan desesperadamente buscando: su conocimiento de Kinsbury Run, su supuesta bisexualidad, su fortaleza física que le permitía realizar los cortes violentos en los cuerpos y su traslado del lugar de la muerte a donde finalmente son abandonados… y, por supuesto, su experiencia como cirujano.

Así las cosas, la aparición de una nueva víctima de El Torso, la número 10, el 8 de abril de 1938, hizo más urgente emprender una acción más concluyente. En el río Cuyahoga se encontraron dos bolsas que contenían el cuerpo de una mujer, con excepción de los brazos y la cabeza, que nunca fueron hallados. Había muerto dos o tres días antes (Desconocida 8).

Pero todo se crispó finalmente con la aparición de lo que serían los dos últimos cadáveres atribuidos de forma general a El Torso el 16 de agosto, en Kinsbury Run. El primero fue hallado por un hombre que removía entre la basura, y se trataba de una mujer troceada, incluyendo esta vez la cabeza decapitada (Desconocida 9). Gerber concluyó que la víctima había sido asesinada entre mediados de febrero y mediados de abril de ese mismo año, posiblemente antes que la víctima número 10. El segundo cuerpo apareció mientras la policía estaba buscando pruebas forenses del primer crimen, a unos doscientos metros de los restos del cadáver de la mujer: se trataba de un hombre decapitado y troceado; la cabeza apareció en un cubo de basura. Este hombre había sido asesinado seis o siete meses antes (Desconocido 10).

No obstante, Ness y Cowles tenían sus dudas de que esos crímenes fueran obra de El Torso. Por una parte, sus víctimas hasta ahora habían sido o bien expuestas en Kinsbury Run, o bien abandonadas entre las aguas del río Cuyahoga cercanas a este barranco. Ahora, sin embargo, estos dos cuerpos estaban ocultos en un basurero. Por otra parte, ambos conservaban su cabeza y las manos, es decir, el asesino no había hecho nada por evitar que se asociaran rápidamente con los cuerpos. En todo caso, la prensa y los ciudadanos de Cleveland creyeron que los asesinatos eran obra de El Torso, y Ness, desesperado, decidió al fin ocuparse personalmente del asunto, haciendo un movimiento de enorme riesgo para su reputación pero que él consideraba lógico: si el asesino tiene su campo de acción en el poblado de chabolas de Kinsbury Run, si sus presas son cualesquiera de los miles de sujetos que viven ahí, ¿por qué no acabar con todo ese lugar?

NESS JUEGA SUS BAZAS

Y así lo hizo: la noche del 18 de agosto de 1938 Eliot Ness y sus hombres, saliendo de Public Square, se dirigieron por toda la zona este, a través del barranco de Kinsbury Road, con las sirenas de los coches anunciando el raid, expulsando a todos los vagabundos de la zona y deteniendo a muchos de ellos para tomarles las huellas dactilares. Finalmente Ness incendió todo ese lugar (fig. 9).

Fue una estrategia muy arriesgada. La prensa se cebó con el director de seguridad. El editorial de The Cleveland Press calificó la acción de «celo mal dirigido». Pero Ness seguía pensando que había obrado bien, que había eliminado el vivero de los crímenes de El Torso, y que a partir de ahora le sería mucho más difícil operar.

Involucrado ya personalmente en la investigación, Eliot Ness decidió continuar con el examen del único sospechoso que tenían: el Dr. Sweeney. Con este sujeto tenía que andarse con mucho cuidado, debido a su relación directa con el congresista demócrata, rival político del alcalde y opositor de su programa de renovación. Si Ness acusaba sin pruebas sólidas a Francis Sweeney, el congresista pondría el grito en el cielo y propagaría a los cuatro vientos que su primo estaba siendo acusado de esos horribles crímenes como una forma de dañarle a él políticamente. Así que Ness tenía que ir con pies de plomo, pero finalmente decidió que tenía que seguir el único camino que ofrecía alguna luz.

La vigilancia hasta ahora no había dado ningún fruto. Los dos últimos cadáveres, si eran obra de El Torso, bien podrían haber sido el resultado de acciones realizadas antes de que se procediera a una vigilancia estrecha sobre él, en abril de ese año. Por otro lado, Sweeney iba a visitar con frecuencia a Cowles para interesarse por los últimos acontecimientos de la investigación, como si le divirtiera enormemente saberse sospechoso ante la policía. Entonces Eliot Ness hizo un segundo movimiento crítico, y el 20 de agosto de 1938 decidió retener al Dr. Sweeney el tiempo necesario para someterlo a un extenso interrogatorio.

Eligió para ese fin el hotel Cleveland. Allí reservó una suite, y en los próximos días se iba a producir uno de los interrogatorios más característicos e importantes de la historia de la investigación policial en Estados Unidos hasta la fecha. Lo primero que había que hacer era ponerlo en condiciones de hablar, algo difícil debido al estado alcoholizado en que se hallaba. Con tal fin, el Dr. Royal Grossman, psiquiatra del juzgado, trató durante al menos tres días al enfermo, hasta que estuvo en condiciones de superar la brutal sintomatología de la abstinencia. Posteriormente empezó el interrogatorio, y para ello Ness hizo llamar al experto más importante en aquella época en el uso del polígrafo, Leonard Keeler, al que conocía de su época en Chicago mientras estaba al frente de Los Intocables. Keeler realizó dos veces el examen para estar seguro, y dio su veredicto a Ness: «Es tu hombre». Su opinión coincidía con la del doctor Grossman, quien lo definió como «un psicópata con síntomas de esquizofrenia». Recordó que el padre del sospechoso ya había pasado tres años encerrado en un manicomio por su conducta violenta y su personalidad esquizoide.

Pero lo cierto es que Francis Sweeney no confesó los crímenes, y todo lo que tenía Ness en su contra era circunstancial, así que tuvieron que soltarlo. Sin embargo, las cosas tomaron un giro sorprendente, porque dos días después de haber sido interrogado, Sweeney voluntariamente ingresó de nuevo en el hospital de Sandusky y nunca más dejó de estar internado, en ese lugar o en otros. En octubre de 1955 fue ingresado en el Hospital de Veteranos de Dayton, donde permaneció los últimos diez años de su vida, hasta que murió en 1965. No obstante, al menos en su expediente del hospital de Sandusky figuraba una nota en la que se urgía al personal sanitario para que llamara a la policía si descubrían que el paciente había salido sin vigilancia.

FINAL SORPRENDENTE

Por qué Sweeney decidió ingresar en el hospital y permanecer así el resto de su vida, casi treinta años, es un misterio, y los motivos sólo pertenecen al ámbito de la especulación. ¿Había descubierto su familia que, en efecto, él era un peligroso asesino que tenía que ser controlado, aunque lejos del foco público que tanto daño haría a la carrera política de su poderoso primo? ¿Fue el propio congresista el que llegó a un acuerdo privado con Ness para que se pudiera cerrar el caso de un modo conveniente para los dos?

Lo cierto es que El Torso no volvió a matar, al menos en Cleveland. El inspector Merylo siguió investigando posibles crímenes fuera del estado de Ohio, pero la evidencia forense nunca atribuyó al mismo criminal que había matado a doce personas en Cleveland la autoría de esas otras muertes. ¿Había al fin Ness conseguido descubrir y neutralizar al temible asesino? Si tal cosa ocurrió en verdad, la prensa y la gente nunca lo supo, y ese fracaso supuso un gran daño para su imagen pública de policía excepcional.

El caso tuvo un epílogo estrambótico. En 1939 el sheriff del Condado de Cuyahoga, Martin O’Donnell, detuvo a un residente de Cleveland, un pobre diablo, llamado Frank Dolezal, acusado de la muerte de Florence Polillo, una de las víctimas de El Torso. O’Donnell anunció a todo el mundo que el peligroso asesino había sido capturado y que Dolezal había confesado. Seis semanas después apareció muerto en su celda, ahorcado. Todo pareció indicar que ese «suicidio» había sido provocado por el corrupto sheriff que, emparentado por matrimonio con el congresista Martin Sweeney, quería de ese modo haber dado un golpe a la imagen de Ness en Cleveland. La autopsia confirmó que Dolezal había sido obligado a confesar los crímenes en falso, ya que presentaba seis costillas rotas. Además, antes de morir él mismo había declarado que el sheriff le había sacado esa confesión a golpes. Con su muerte, éste se ahorraba muchos problemas.

Derrota final de Eliot Ness

Señala Bernhardt4 que, durante sus largas conversaciones con Oscar Fraley y otros, Ness aseguraba que había localizado a un sospechoso que él creía que era en verdad el asesino El Torso. Hasta hace muy poco nadie creyó esa historia. Pero cuando Peter Ness, el hijo adoptivo de Ness y su tercera mujer, Betsy, murió de leucemia, su mujer legó a la Sociedad Histórica para la Conservación del Oeste (Western Reserve Historical Society) un álbum de recortes con notas que había pertenecido a Eliot Ness. En él figuraban cinco postales enviadas en los años cincuenta por un paciente psiquiátrico, llamado Sweeney, con el fin de mofarse. Con posterioridad, John Hansen, un policía que en su tiempo libre se dedicó a investigar todos los aspectos del caso, descubrió que el nombre completo del emisor de las postales era Francis Edward Sweeney, que estuvo internado durante muchos años y hasta su muerte en un hospital psiquiátrico en Dayton, Ohio. Además, los diarios dejados por uno de los investigadores principales del caso, Peter Merylo, revelaron que Ness, en efecto, estuvo interrogando a lo largo de una semana a un sospechoso, cuyo nombre en clave era Gaylord Sundheim, en una habitación del hotel Cleveland. 5 Merylo constató que los interrogatorios fueron prometedores, pero que al final tuvieron que liberarlo debido a que tenía conexiones muy poderosas.

La lectura de los textos de los mensajes de este doctor enajenado (figs. 10 y 11) nos permite hacernos una idea de cuánto debieron perturbar el ánimo de Ness, al recordarle de modo continuo, y en sus horas más amargas, su gran fracaso profesional. Pero quizás el ex agente del Tesoro comprendió la importancia de guardarlas, y confió en que un día se supiera lo cerca que estuvo de detener a El Torso.

Esas tarjetas postales han sido examinadas por Badal, quien describió la manera curiosa en que fueron enviadas por correo:

El remitente decoró cuatro de las postales pegando en ellas imágenes extraídas de periódicos o revistas. Esas tarjetas, todas ellas enviadas desde Dayton a mitad de los años cincuenta al despacho de Ness en el Union Commerce Building, se dirigen a él de diversa forma [el original en inglés]: «Eliot (Esophogotic) Ness», «Eliot-Am-Big-U-ous Ness», «Eliot (Head Man) Ness», «Eliot-Direct-Um-Ness?», y simplemente «Eliot-Ness».

No cabe duda, según Badal, de que Sweeney envió esas tarjetas, como Johnson había dicho. Por ejemplo, detrás del anuncio que decoraba una de las tarjetas donde se mostraba un manual para hacer venenos, se halla el siguiente texto:

F. E. Sweeney-M. D.

Paranoidal-Nemesis

The-Better-Half-of-Legal-Exaction

Will upon you one day?

Por otra parte, el propio sospechoso de ser El Torso firmó de su puño y letra esta carta desquiciada enviada desde el hospital de Dayton en donde residía, el 14 de febrero de 1954 [se respeta el uso de mayúsculas original]:

Le incluyo algunas cosas para usted, Para su Examen Personal, en cuanto a la referencia Hermacy, «Per se», debería todo o nada tener una aplicación significativa… Quisiera que usted entregara al Agente Especial McCord para una Extracción Personal a partir de aquí y si otra vez en lo negativo […] PS: La criminalización «fingida» es dura ¿en alguna componenda monetaria? ¿Así como la Psicotización fingida?

Aunque se deja entrever la cultura de quien la escribió, la profunda locura que lo acompañaba es evidente, así como el estilo ligeramente inquietante de sus palabras. Es comprensible que la llegada de esas comunicaciones por parte del Dr. Sweeney causara a Ness un profundo desasosiego a lo largo de los años. No sólo le recordaban su derrota más amarga, sino que debía sentirse humillado y burlado.

Eliot Ness nunca se repuso del todo de su fracaso en la captura de El Torso. Aunque siguió consiguiendo éxitos como Director de Seguridad Pública de Cleveland en su lucha contra los mafiosos, un accidente de tráfico que tuvo cuando conducía por una carretera helada después de una noche de copas con su mujer, Edna, quebró aún más su reputación, ya que hubo un malentendido y la prensa publicó que no se había detenido para auxiliar al otro conductor (Ness dio una rueda de prensa al día siguiente explicando que él pensó que a aquél no le había pasado nada, porque cuando regresó al lugar, minutos después, ya no lo vio; lo cierto es que la policía se había llevado al accidentado). Todos los negocios en los que participó con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial fueron un fracaso, al igual que su candidatura a la alcaldía de Cleveland en 1947, una acción descabellada desde el principio porque no tenía ninguna opción de ganar. Su vida familiar fue igualmente desastrosa: Ness y Edna se divorciaron, y el nuevo matrimonio del ex agente del Tesoro con su segunda mujer, Evelyn, siguió igual camino después de seis años. Quizá fue su tercera mujer, Elizabeth, la que finalmente le llevó la paz, aunque en sus años finales Ness tuvo que refugiarse en un pequeño pueblo de Pensilvania, Caperston, donde finalmente murió de un ataque al corazón, probablemente acentuado por su abuso de la bebida, un mes antes de que apareciera el libro que provocó su leyenda: Los Intocables, escrito con el periodista Oscar Fraley.

La revista People publicó en 1997 una noticia sorprendente: Rebecca McFarland, historiadora y administradora de la Cleveland Police Historical Society, esparció las cenizas de Eliot Ness —que durante todos esos años habían estado guardadas en un garaje propiedad de la viuda de su hijo— en el lago Erie. Así, muchos años después, los restos del hombre que apresó a Al Capone se perdieron junto al territorio de caza de El Torso.