La extraña muerte de Nagore Laffage*
*Ésta es la versión ampliada de un trabajo pendiente de publicación en la Revista de Derecho Penal y Criminología (UNED, Madrid) por Vicente Garrido y Nieves Abarca.
En los anales del crimen reciente hay pocos casos más fascinantes para un criminólogo que el que reunió en una fatídica mañana de San Fermín a Nagore Laffage y José Diego Yllanes. Ésta es la historia y su examen.
Los hechos declarados probados por el jurado
El 7 de julio de 2008, en una zona de bosques de la localidad navarra de Olondriz apareció, envuelto en cinco bolsas de basura y cinta de embalar, el cuerpo de una joven con la cara desfigurada a golpes. Fue una vecina del pueblo que aprovechaba el día festivo para pasear a los perros la que encontró, a la caída de la tarde, el cadáver de Nagore Laffage Casasola, escondido a pocos metros de un camino. Cuando llegó la policía foral y rastreó la zona pudo encontrar, bien escondidas entre unos arbustos, las cuatro bolsas que contenían las pertenencias de la joven y también el dedo que le había sido amputado tras su muerte.
La policía ya tenía a aquella hora conocimiento de que había ocurrido un suceso muy grave en una Pamplona inmersa en los Sanfermines: un hombre había denunciado a la una de la tarde que un compañero de trabajo, un médico residente de la Clínica Universitaria de Navarra, le solicitó ayuda porque una chica había muerto en su domicilio. Ese compañero de la clínica se llamaba José Diego Yllanes Vizcay, y en ese momento se encontraba en paradero desconocido. Horas después, sobre las doce de la noche, la familia de José Diego lo encontró en la localidad de Sorogain, dentro del coche que había utilizado para transportar el cuerpo de Nagore, según el padre, «hipotérmico, ofuscado», y con intención de suicidarse. Lo convencieron para que se entregase a las autoridades. La policía lo detuvo más tarde, ya en el domicilio familiar.
HECHOS PROBADOS
El 17 de noviembre de 2009, más de un año después de la muerte de Nagore, se dictó la sentencia que condenó a José Diego Yllanes a doce años y seis meses de cárcel por homicidio con agravante de abuso de superioridad o «alevosía menor» y los atenuantes de embriaguez leve y reparación del daño.
Los hechos considerados probados por el jurado popular en dicha sentencia fueron los siguientes:
El día 7 de julio de 2008, entre las siete y las ocho de la mañana, José Diego Yllanes, ya de retirada hacia su domicilio después de una noche de copas, coincidió con un grupo de tres chicas que cursaban estudios de enfermería en el hospital en donde él trabajaba como residente de Psiquiatría, la Clínica Universitaria de Navarra. Los cuatro juntos se dirigieron hacia el portal donde ellas residían y entablaron allí conversación, ellas sentadas en la escalera del rellano y él de pie, frente a las estudiantes. Al poco tiempo apareció Nagore Laffage, compañera de piso de las jóvenes, y en cuanto vio a José Diego, reconociéndolo al haberlo visto en el hospital, se acercó a él y le habló al oído. Al momento, ambos se fueron juntos, Yllanes agarrándola de la cintura y del codo, en dirección al domicilio de Diego, situado en la calle Sancho Ramírez número 13, al que, según la sentencia, llegaron en una hora no precisada entre las ocho y cinco y las diez de la mañana.
Una vez dentro del portal de la casa y al llegar al ascensor, e incluso dentro del mismo, ambos empezaron a «besarse, abrazarse y tener contacto físico de forma apasionada». Cuando llegaron al piso, José Diego Yllanes procedió a desnudar a Nagore de manera violenta, le rompió la trabilla del pantalón, le arrancó el tanga, rompiéndolo por tres sitios, y también el sujetador. Yllanes, dice la sentencia, «consideró de forma errónea que Nagore quería una relación apasionada», y por eso adoptó esa conducta; sin embargo, ella reaccionó a sus actos pidiéndole que parase, y añadiendo que «iba a destruir su carrera y a denunciarle».
Fue entonces cuando José Diego le tapó la boca «para evitar que gritara» y la golpeó de forma «deliberada y repetida», causándole lesiones en diversas partes del cuerpo. La autopsia de Nagore Laffage narra un rosario de treinta y tres lesiones externas y tres lesiones internas, entre las que destacan los numerosos hematomas en la cara y las dos equimosis digitadas en el cuello, en la región paratiroidea y bajo la mandíbula. Tras golpearla, Yllanes, «tratando de evitar que gritara […] a continuación presionó con su mano el cuello de Nagore, produciéndole entonces su asfixia y muerte».
Yllanes intentó entonces descuartizar el cuerpo para hacerlo «desaparecer más fácilmente». Llegó a seccionar el dedo índice de la mano derecha en el baño con un machete de cocina y realizó cortes en la muñeca de Nagore con el mismo fin, pero desistió del intento por considerarlo demasiado engorroso y decidió envolver el cuerpo de la joven en bolsas de plástico, de las que se usan para la basura, sujetas con cinta aislante. También introdujo en cuatro bolsas, de forma separada, pertenencias de Nagore, su ropa interior, la documentación, objetos de la vivienda y el cuchillo utilizado para amputar el dedo. Luego limpió y desinfectó el piso intentando borrar las huellas de lo ocurrido, utilizando productos de limpieza con amoníaco.
A continuación Yllanes se dirigió a la Clínica Universitaria andando. Quería obtener el número de teléfono de su amigo y colega Guillermo Mayner Eiguren «con el fin de llamarle, contactar y quedar con él». Consiguió quedar con Guillermo en un restaurante cercano a la clínica, y en una conversación que se alargó durante cuarenta minutos le contó lo que había ocurrido y solicitó su ayuda «sin especificar para qué». Guillermo se negó en redondo a ayudarle, manifestándole que lo que debería hacer en aquel momento era acudir inmediatamente a la policía para entregarse. José Diego amenazó entonces con cometer suicidio si su amigo le denunciaba.
Guillermo Mayner, tras consultar a un superior de la Clínica, tomó la decisión de llamar a la Policía Municipal de Pamplona para relatar lo que José Diego le había manifestado. A partir de ese momento, «la policía municipal inició la búsqueda de Yllanes y de la posible víctima».
Mientras tanto, Yllanes se encaminaba al domicilio paterno, y tras coger las llaves del viejo Saab blanco propiedad de su padre, se dirigió en el vehículo a la vivienda en donde ocurrieron los hechos y aparcó en el garaje. Luego bajó el cuerpo de Nagore y las cuatro bolsas, y lo introdujo todo en el maletero. Condujo durante unos cuarenta y cinco minutos en dirección a la localidad de Olondriz, hasta llegar a una zona boscosa alejada del pueblo. Allí se metió por un camino, sacó el cuerpo de Nagore del maletero del vehículo y lo dejó «semioculto a unos metros del camino». Las bolsas con los objetos las escondió bajo unas zarzas, en una zona de difícil acceso. Yllanes permaneció en la zona de Sorogain, no muy lejos de allí, hasta que fue encontrado por sus familiares sobre las doce y media de la noche del 8 de julio. En ese momento su padre comunicó a la policía que estaba con su hijo y que se dirigían al domicilio familiar de Erro, donde fue posteriormente detenido por la Policía Foral.
La sentencia afirma que «José Diego, para cometer el hecho de dar muerte a Nagore Laffage Casasola, se aprovechó de su superioridad física […] así como de conocer técnicas del arte marcial aikido, respecto de su víctima […], sin que pudiera contar con el auxilio de terceras personas». También que José Diego había reconocido la autoría de los hechos, había pedido perdón y había colaborado con la policía y la autoridad judicial participando en la reconstrucción de los hechos.
El apartado 32 del punto primero de la sentencia afirma textualmente que «José Diego Yllanes Vizcay, cuando cometió los hechos de golpear y dar muerte a Nagore Laffage Casasola, se hallaba influenciado por la previa ingesta de bebidas alcohólicas, que afectaban de una forma leve a sus facultades intelectivas y de la voluntad».
El punto primero de la sentencia termina al fin con el apartado 35, en el que se puede leer de forma textual: «José Diego Yllanes Vizcay, como consecuencia de interpretar erróneamente Nagore Laffage Casasola que intentaba agredirla sexualmente y reaccionar ésta amenazándole con destruir su carrera y denunciarle, vio alterada su percepción de la realidad, su conciencia y su voluntad».
Yllanes, por consiguiente, fue condenado por un delito de homicidio a una pena de doce años y seis meses de cárcel. La sentencia no consideró que se diera el tipo de asesinato, ya que el jurado no declaró probado que el psiquiatra dejara por completo indefensa a su víctima después de proporcionarle la paliza, ni que conscientemente la golpeara para lograr esa indefensión. Más bien, según el jurado, Yllanes obró presa de un fuerte descontrol emocional al escuchar a Nagore decir que le iba a denunciar y arruinar su carrera.
Perfil de Yllanes
José Diego Yllanes Vizcay era el «chico perfecto». O como le llamarían los americanos con acierto, «el vecino de enfrente». Guapo, licenciado en Medicina, con un cuerpo esculpido a golpe de gimnasio y triatlón y una prometedora carrera por delante, disfrutaba de una vida cómoda en Pamplona, en donde trabajaba como médico residente de psiquiatría en la Clínica Universitaria de Navarra. Le faltaba menos de un año para terminar el MIR y convertirse en psiquiatra. José Diego era la envidia de todos sus conocidos: «Tus propios amigos te putean porque no les mola que todo te vaya tan bien».1 Disfrutaba de una flamante novia, también médico; de un piso recién comprado en Navarra, en una zona moderna y pujante, frente al parque de Yamaguchi y cercana a su trabajo; y en suma, de un futuro brillante producto de su capacidad de trabajo y de su competencia profesional.
Sin embargo, José Diego Yllanes arrebató una vida. Contra todo pronóstico, y para sorpresa de todos sus allegados, golpeó y estranguló a Nagore Laffage en un amanecer funesto en plena festividad de San Fermín, convirtiendo lo que tendrían que haber sido unas fiestas jubilosas en una jornada de luto para la localidad navarra.
¿Cómo pudo ocurrir algo así? Es un hecho fuera de toda lógica que un hombre como el doctor Yllanes se convierta en unos segundos en un homicida que estrangula con una sola mano a una joven tras golpearla al menos veinticinco veces, para después intentar descuartizar su cadáver en la bañera, como en la peor película de serie B. Un compañero de la clínica que testificó en el juicio dijo que «si él ha matado, yo también puedo matar, porque no conozco mejor persona que este chaval».2
VALORACIÓN CLÍNICA FORENSE
«Tolero mal la incertidumbre. Soy muy “amarrón” a todos los niveles. No me gusta perder el control».
Las dos psiquiatras que intentaron acceder a la mente de José Diego Yllanes (no pudieron completar su trabajo al negarse él a colaborar después de la primera entrevista, que se produjo dos días después del crimen) detectaron en el joven «unos rasgos claramente compulsivos» y también que es «obsesivo por el orden, poco expresivo y bastante rígido en cuanto a los patrones de comportamiento: Si algo era así, para él tenía que ser así».
Pero las forenses, en ese poco rato en que pudieron entrevistarse con él, no detectaron ningún trastorno de personalidad en José Diego que hubiese podido desencadenar el homicidio. Eso sí, una de ellas afirmó sin ningún asomo de duda, al preguntar por la versión de los hechos del acusado: «Yo no le creí». Para ellas, las lagunas en su discurso y las continuas evasivas no hacían más que reflejar que pensaba mucho todo lo que iba a decir.
Por el contrario, los peritos de la defensa le diagnosticaron un trastorno de personalidad obsesivo, con presencia acusada de rasgos narcisistas.
JOSÉ DIEGO YLLANES… ¿COMPORTAMIENTO VIOLENTO?
«Entre compañeros de la clínica gozaba de gran estima. Le definen como un “chico diez”, aunque “algo inmaduro emocionalmente”»
Hay un José Diego Yllanes antes del crimen. Un José Diego que fue analizado, diseccionado hasta los más pequeños detalles en el juicio por la muerte de Nagore. Por allí pasaron sus amigos, sus familiares más directos, sus compañeros de trabajo, además de los peritos forenses, para expresar su opinión sobre la personalidad del acusado desde la infancia hasta la actualidad. Y todos coinciden en afirmar que era buena persona, adecuado, correcto, amable y nunca violento. Ninguno de los testigos observó jamás que mantuviese algún discurso delirante o actitudes anormales o agresivas. Su primera novia, con la que salió durante tres años, lo definió como un buen amigo, tranquilo, sincero y suave. «Era cuidadoso y comedido», señaló, no tenía «arrebatos» ni era «pasional».3
Su amigo Daniel, que estuvo con él de fiesta hasta las cuatro de la madrugada del día del crimen, afirmó encontrarse estupefacto ante lo ocurrido. José Diego jamás había dado ningún síntoma de violencia, y menos contra las mujeres. «Los que conocemos a José Diego estamos extrañados, era una persona normal», dijo. «Jamás en la vida hubiera pensado que pasara esto», apuntó, y expuso además que no era agresivo en absoluto.4
José Diego era famoso entre sus amigos por ser el más aplicado, disciplinado y responsable de toda la cuadrilla de amigos de Pamplona. No se metía en broncas, ni manifestaba ningún tipo de comportamiento desaforado. Ninguno de ellos vio jamás a Yllanes enzarzarse en pelea alguna o reaccionar de alguna forma extraña al rechazo de alguna chica. Siempre mantenía las formas y se comportaba como un caballero. Sus profesores en el colegio también inciden en lo mismo: una profesora de biología del curso 1996-1997 lo definió como un niño tímido, pacífico, perfectamente integrado, estudioso y trabajador.5 También su abogado afirma que cuando pidió gente para que en el juicio testificasen sobre la conducta habitual y la personalidad de Diego, reunió una lista de más de cien personas dispuestas a afirmar que el acusado era «una persona excepcional».
«Voy al gimnasio dos o tres veces a la semana, una hora y cuarto… Si no termino las series de ejercicios un día, las debo terminar al siguiente».
José Diego Yllanes era un consumado deportista, «un atleta» según su padre. Practicaba el triatlón y las artes marciales. En el juicio, ese tema salió a colación por la práctica del aikido, una disciplina de origen japonés que muchos asociaron con el grado de violencia que el acusado efectuó sobre su víctima. Sin embargo, el aikido es un arte marcial fundamentalmente defensivo, en el que no se golpea ni se agarra el cuello, y mucho menos para quitar la vida. Cualquier practicante de aikido afirmará que la mejor manera de ganar una pelea es siempre evitándola. De hecho, en las declaraciones que hizo su profesor en el juicio, es eso mismo lo que se desprende:
El profesor de aikido dice que en este arte marcial «no se golpea». Yllanes practicaba aikido, un arte marcial japonés, desde hace dos años. Era cinturón amarillo. Su profesor declaró ayer y dijo que este deporte «es una constante adaptación al otro para tratar de solucionar un problema. No consiste en luchar, sino en buscar la armonía. Se utiliza el ataque del otro para defenderse». Preguntado por el fiscal, el profesor respondió que «agarrar del cuello en el aikido no tiene sentido y tampoco se golpea en la cara».6
Así pues, su conocimiento de aikido (el cinturón amarillo corresponde a un principiante) no tuvo por qué ser determinante en absoluto para el tipo de agresión que efectuó sobre Nagore Laffage.
LAS MUJERES
En el momento de los hechos, Yllanes tenía una relación «formal» con una médico compañera de la clínica: la novia con la que pretendía casarse al terminar el MIR. Sin embargo, ésta no era su primera relación seria. José Diego se había relacionado con una chica nada más terminar el colegio, con la que salió durante tres años, y más adelante con una joven de la pandilla durante unos meses. «Lo he pasado mal al dejarlo en las dos ocasiones», reconoció a la médico forense que lo examinó tras el suceso.
Todos los testigos en el juicio insisten en que el trato de José Diego ha sido siempre correcto y jamás le han conocido ningún tipo de arrebato violento ni malos modos con las chicas. Uno de sus amigos más íntimos aseveró en el juicio que con todas sus novias se comportaba como un caballero: «Dijo haber conocido a todas las novias que ha tenido Yllanes a lo largo de su vida, aseguró que sus relaciones sentimentales han sido “normales” y que el acusado se “vuelca bastante” en las mismas».7 En suma, los testimonios lo presentan como un hombre fundamentalmente normal, con relaciones serias y con sentimientos de dolor cuando esas relaciones se terminan.
Son importantes las declaraciones de su primera novia (salieron juntos desde 1998 hasta 2001), aunque mantienen igualmente el tono de considerar a José Diego como un chico agradable, sincero, «buen amigo, una persona tranquila, en la que se puede confiar». Jamás tuvo con ella una actitud agresiva ni arrebatada, al revés, siempre mostró su naturaleza comedida, aun cuando mantenían las normales discusiones de pareja. La ex novia se refirió también a su conducta sexual, definiéndola como «normal», y afirmó que nunca le propuso prácticas sadomasoquistas. Al hilo de sus conductas sexuales, fue muy tajante al considerar que nunca, cuando Yllanes le pedía mantener relaciones y ella no estaba demasiado predispuesta, fue violento o desconsiderado.
Sin embargo, cuando se le preguntó por qué lo habían dejado, ella no dudó en desvelar sus razones: «Había chicas en su clase que mostraban interés», y él «se dejaba querer» y «no le hacía ascos» a esa situación, si bien aseveró «que no tuvo conocimiento de que su novio le fuera infiel».8 En suma, ese «se dejaba querer» es bastante significativo de que a Yllanes le gustaban mucho las mujeres, el coqueteo y los escarceos. Esta faceta de mujeriego fue comentada varias veces a lo largo del juicio, no sólo por la ex novia, sino incluso por él mismo y también por los propios amigos que acudieron como testigos.
Sin embargo, la declaración de una de las amigas y compañeras de piso de Nagore Laffage, testigo protegido en el juicio, es la que resume de manera más cruda la fama de Diego Yllanes y su gusto por las compañeras de trabajo: «Señaló que existían rumores de que Yllanes era “mujeriego”; “le gustaban las mujeres”; “le gustaban las alumnas de enfermería, las enfermeras”; agregó».9
Las forenses consideran que su «patrón de activación» es heterosexual. «No tengo demasiado impulso sexual […], puedo echar la siesta con mi novia y estar muy a gusto sin sexo […] cuanto más quiero a una chica menos me apetece el sexo con ella». Asegura no excitarse sexualmente con «situaciones que encierren violencia».10
Es interesante señalar que por una parte le preceda su fama de mujeriego, confesada a las preguntas del fiscal con un contundente «he tenido relaciones con otras mujeres (mientras tenía novia) en lamentable estado de embriaguez», y que por otra Yllanes afirme que su estímulo sexual no es demasiado intenso, y además decrece cuando el cariño hacia su pareja se hace más fuerte.
CONSUMO DE ALCOHOL
«Estaba muy borracho, no me acuerdo de nada».
Parte de la defensa de José Diego Yllanes se basó en que en el momento de los hechos presentaba un grado de embriaguez elevado. Incluso su madre, en el juicio, afirmó que existían casos en la familia de intolerancia al alcohol. Lo que sí es cierto es que José Diego bebió esa noche, como muchos otros que salieron en la celebración de las fiestas de San Fermín.
«Un cachí de cerveza, chupitos de tequila, cubatas de ron», desgranó Yllanes ante las preguntas de la acusación. Su amigo Daniel confirmó que cuando José Diego llegó al bar de la Cuesta de Labrit estaba sobrio y cuando salió estaba borracho, aunque era perfectamente capaz de «deambular, comunicarse y reconocer a la gente».11
En cuanto al grado de alcoholismo que podía afectar al acusado en el momento de los hechos, las peritos descartaron «la embriaguez patológica. No sufre una intolerancia al alcohol porque eso significaría que respondería exageradamente a una pequeña porción de alcohol». Por los vídeos ofrecidos por la Policía Foral sobre el acusado, antes de llegar a casa con Nagore y en la misma Clínica tras haber cometido el crimen, las peritos señalaron que «no presentaba una intoxicación plena por el alcohol. No tiene una incoordinación motora, el típico tambaleo de los borrachos. Su conducta no tiene como detonante el alcohol». Y por su deambular (no existen datos de una alcoholimetría) llegaron a afirmar que, según las tablas de cálculo del Instituto Nacional de Toxicología, «Yllanes presentaría el equivalente a 0,45 miligramos de alcohol por litro de aire espirado».
El amigo de Yllanes, Daniel, le describió como una persona «normal» y afirmó que «nunca ha visto» que el acusado «haya perdido el control» a consecuencia del alcohol.
En suma, todos los testigos estuvieron de acuerdo en que José Diego siempre se había comportado de una forma correcta aun bajo los efectos de bebidas alcohólicas. No acostumbraba perder el control, ni jamás se comportó de alguna forma extraña o delirante que ellos supieran.
Testificaron además varios compañeros de trabajo que destacaron que nunca vieron en Yllanes una actitud agresiva y que no le sentaba mal el alcohol cuando salían de cena. «Nunca le he visto perder el control por el alcohol», dijo uno, y otro añadió: «No era de prontos, ni de reacciones bruscas, sino de pensar las cosas. No buscaba emborracharse más que los demás».12
En suma, José Diego, un hombre de metro ochenta y aproximadamente ochenta kilos, podría estar ligeramente ebrio, como afirma la sentencia, pero no borracho.
LA AMNESIA
«He intentado comprender lo que pasó, sufro mucho por este tema».
Lo más llamativo de las declaraciones de Yllanes sobre el crimen es la amnesia que refiere desde el primer momento, una amnesia que tiene como resultado que la narración de los hechos acaecidos en su domicilio, y que tuvieron como resultado la muerte de Nagore Laffage por estrangulamiento, sea totalmente inconexa y deslavazada, en ocasiones claramente contradictoria. En suma, la declaración de José Diego sobre lo ocurrido es un cúmulo de recuerdos y lagunas que se intercalan de una forma incoherente e ilógica, formando un intrincado puzle de «flashes de memoria» que no nos dicen demasiado.
«Estaba muy borracho, no me acuerdo» son sus palabras a la policía foral en el momento de la detención. «No recuerdo nada, no lo recuerdo», dice una y otra vez ante las preguntas del fiscal. Yllanes insiste una y otra vez en su estado de embriaguez como causante del olvido casi absoluto de lo ocurrido esa fatídica noche. José Diego no recuerda siquiera haberse encontrado con las amigas de Nagore en un semáforo y acompañarlas al portal de su casa. No recuerda haberse ido con Nagore hasta su piso, aunque supone que iban en «actitud cariñosa». De hecho, tiene una imagen de Nagore, «pero no está seguro».
«Tengo recuerdo de haber empezado una relación muy fogosa», afirma, tras titubear. Recuerda haberle roto la ropa interior, y el cambio en la actitud de la joven, que deseaba parar tras ese «momento de fogosidad» tan intenso:
Yllanes sí señaló que le rompió la ropa interior y que tiene recuerdo de que la joven le pidió parar. «No recuerdo su voz diciéndolo pero sí que lo dijo, le estaba resultando violenta la relación», para añadir que el contacto era «muy apasionado».13
Efectivamente, como bien dijo el instructor de la Policía Foral en sus declaraciones en el juicio, cuando detuvieron a José Diego Yllanes «el acusado mezclaba el no recuerdo con el puede ser así».14 No recuerdo a Nagore diciéndolo, pero sí que lo dijo: todo un acertijo.
En otro momento de su declaración en el juicio, el acusado continuó intentando explicar qué fue lo que realmente ocurrió cuando Nagore, según él, decidió acabar la relación «apasionada» que habían iniciado en la sala y marcharse del piso:
Preguntado por qué no dejó irse a la joven del piso, Yllanes señaló que «quizás quería acabar las cosas con cordialidad. Parecía que no nos entendíamos, que no estábamos en la misma sintonía», dijo. «No me gusta irme enfadado con nadie, ni dejarme de hablar, quería arreglarlo, una relación cordial», para señalar, en respuesta al fiscal, que eso pudo desencadenar una actitud agresiva. «No sé cómo fue la cosa», insistió, como tampoco recordó la llamada de Nagore a SOS Navarra.15 [Ver más adelante.]
Cuando estábamos revolcándonos en el suelo, con mucha fogosidad, nos quitamos la ropa y se rompió el tanga de ella. Fue por la excitación. Ahí lo dejamos, paramos, porque la cosa se enfrió. Intenté calmarla para que quedase todo bien, pero lo siguiente que recuerdo es el baño.16
Nagore, según los recuerdos de José Diego, se ofuscó al pensar que él quería hacerle algo malo. En ese momento se rompe la química entre ellos y cesa la relación:
Interrogado acerca de la discusión que mantuvieron, Yllanes añade que «ella no quería seguir, porque fue todo brusco. En vez de ir a más, iba a menos. Le dije que se refrescara y se vistiera para hablar». Agrega que «había falta de entendimiento de cómo iban las cosas. Era como si uno hablara en chino y otro en japonés. Había ofuscación, porque ella pensaba que yo quería hacerle algo malo a ella. Lo normal no es un aquí te pillo, aquí te mato. Yo siempre he querido terminar las cosas con normalidad».17
«Haberla lanzado al suelo, no lo recuerdo, estar encima de ella apretándole el cuello, o sea, ese instante en el que me doy cuenta, sí».
Y tras esa ofuscación de Nagore, y después de un tiempo indeterminado en el que nadie sabe lo que ocurrió, Yllanes vuelve en sí «en el baño, con el cadáver al lado, tirado en el suelo». En el vídeo de la reconstrucción Yllanes intenta explicar con escaso éxito lo que ocurrió allí dentro: «Intento pero no puedo, o sea que no puedo explicar lo de los golpes y eso, son cosas que no he hecho, o sea que […] llego a pensar eso, o sea, que no soy yo, ¿no?18» Luego se mira las manos con gesto de asombro y culpa, mientras afirma: «Intentaría que se calmase sujetándola […] y no sé en qué momento pierdes el control».19
El juez, sin embargo insistió en sus preguntas, intentando arrancar de la mente de José Diego Yllanes algún recuerdo, algún dato para completar la narración de los hechos. La transcripción de un trozo del juicio es un ejemplo de lo complicado que era conseguir algo coherente de su discurso sobre lo ocurrido:
—¿No recuerda que le arrebatara el teléfono a Nagore?
—En ningún momento.
—¿No recuerda que, a partir de ahí, la estrangulara?
—En ningún momento.
—El trance del estrangulamiento, ¿cuánto duró?
—No sé, yo luego lo pregunté, porque yo lo recuerdo como un momento.
Su explicación al juez de por qué a partir de la muerte de Nagore recobra más o menos el «sentido», tanto como para cortarle el dedo y envolverla en bolsas de plástico (no recuerda haber limpiado y desinfectado, sin embargo, salvo echar un «chorro de desinfectante») fue la siguiente:
—Alguien está borracho y lo meten en una ducha, se espabila y cambia mucho, cualquier tipo de emoción tan fuerte como tener un cuerpo humano sin vida y tomar conciencia de que uno ha tomado esa vida, es un estímulo tan fuerte como para activarle a uno el razonamiento.
En suma, fue ver el cuerpo sin vida de Nagore Laffage tendido en el baño lo que devolvió a la realidad la mente de Yllanes y activó en él el miedo a que se descubriera lo sucedido. Por eso decidió intentar descuartizarla en un primer momento:
—Fue una sensación de horror, de muchos nervios. Era un malestar interno y tuve una idea absurda. Pensé que tenía que sacar esto de aquí y que tenía que hacerlo más pequeño.
Para luego desistir al comprobar que el descuartizamiento no era factible dadas las circunstancias:
«Tengo aprensión por la sangre. Yo sabía que no podía hacer todo lo que había pensado. Después de cortarle el dedo me impactó tanto que no seguí. Imagínate una rodilla o la cadera», plantea a la juez instructora. En cuanto a los cortes en la muñeca, Yllanes admite que «quizá fuera porque intenté empezar por ahí, porque cortarle el dedo no fue nada fácil» 20
Esa sensación de agobio, de horror, fue la que consiguió al fin que el psiquiatra saliese de su estupor amnésico y se decidiera por envolver el cuerpo en bolsas de basura y cinta aislante y de embalar para hacerlo desaparecer.
En el juicio se preguntó a los amigos si José Diego Yllanes había presentado anteriormente algún proceso de amnesia, pero la respuesta fue siempre negativa:
El amigo de Yllanes le describió como una persona «normal» y afirmó que «nunca ha visto» que el acusado «haya perdido el control» a consecuencia del alcohol. El testigo, que no estuvo con el procesado el día del asesinato de Nagore, señaló que no recuerda que Yllanes «haya tenido momentos de amnesia».21
Yllanes en el juicio
«He venido a decir la verdad y asumo que hay un resultado y que voy a pagar por ello».
Yllanes optó por mantener en el juicio tres posturas diferenciadas: la de «lloroso, emocionado, horrorizado y arrepentido de su crimen» mientras veía las imágenes del cadáver de Nagore, sentado cerca de su abogado, o escuchaba la narración de las heridas del cuerpo; la de «psiquiatra sagaz» que tomaba notas de lo que decían los testigos y se comunicaba con la defensa; y la de «vengo aquí a decir toda la verdad» (único instante en el que su mano se suelta y se toca la nariz), en pie, delante del juez, las piernas ligeramente separadas, las manos sujetas con fuerza a la altura de la cintura, por delante, para evitar todo tipo de gesticulación o de ademán que él pudiese considerar «exagerado». Casi todo el tiempo mantuvo la cabeza baja y la mirada dirigida hacia el suelo, salvo cuando pidió perdón a la familia, momento en el que se atrevió a dirigir la vista hacia los aludidos.
Esa postura contrasta de una manera muy definida con su comportamiento en la reconstrucción de los hechos en su domicilio, poco tiempo después de cometer el crimen. En la citada reconstrucción, José Diego titubea, balbucea, se sienta, se levanta y sus manos no paran de gesticular una y otra vez.
«Sólo recuerdo que lo del dedo me impactó tanto que no seguí».
Yllanes gesticula, se lleva las manos a la cabeza, se seca el sudor, se frota los ojos, luego repite una y otra vez que pudo ser así, pero que no lo recuerda. Por ejemplo, a la pregunta que le hacen sobre si el dedo de Nagore fue cortado mientras él estaba sentado sobre la taza del váter, sólo atina a contestar: «Pudo ser así, o no, no lo sé, sólo sé que inclinado no, pudo ser sentado o de pie». En suma, recuerda haberle cortado el dedo a Nagore, y parar ahí de descuartizarla al considerar el hecho de cortarla en trozos como totalmente inasumible por la dificultad que tal acto conllevaba, pero no recuerda haber intentado cortarle la muñeca primero, ni cómo estaba situado cuando le cortó el dedo, por ejemplo, si de pie o sentado. «Pudo ser así o no, no lo sé» es la frase que más veces pronuncia Yllanes durante toda la reconstrucción. A cada pregunta, la respuesta invariable es: «Pudo ser así o no, no lo sé», mientras vacila en cada paso que da, manotea, llora y se asusta de que lo inciten a rememorar cómo fue el momento de cortar el dedo de Nagore Laffage en la bañera o se desmorona de una forma exagerada cuando le enseñan el machete de cocina que utilizó para sus fines.
Ese comportamiento en la reconstrucción contrasta con la actitud estática, casi hierática, salpicada de algún retazo emocional que mantuvo durante los días del juicio. Un Yllanes que aparecía casi ausente, incomunicado, ensimismado y con la cabeza gacha, pero siempre muy entero y seguro de sí mismo, que dista mucho del Yllanes que aparece en el vídeo tartamudeando y presa de los nervios.
«Me avergüenzo de mí mismo».
No obstante, Yllanes pidió perdón varias veces durante el juicio, dando muestras evidentes de arrepentimiento, que fueron acompañadas por la puesta a disposición de la familia de Nagore de todo su patrimonio.
Perfil de Nagore Laffage
Nagore Laffage Casasola tenía veinte años cuando falleció. Había nacido en Irún y era estudiante de enfermería; en concreto, Nagore hacía prácticas de enfermería en la Clínica de Navarra. Estaba en segundo curso de carrera.
Nagore era una chica bien parecida, simpática y sociable. Sobre su personalidad abierta y agradable coinciden todos los testimonios de sus familiares y amigos. En una entrevista desarrollada después de su muerte, su madre la describió de este modo:
Nagore era una chavala muy abierta, habladora, de cuadrilla por Irún. La Policía encontró quinientos contactos en su móvil. Hizo gimnasia rítmica desde los cinco a los dieciocho años, estaba en la orquesta de acordeones del Conservatorio, íbamos juntas todos los viernes al cine […]. Había empezado las prácticas en oncología y confiaba en hacer psiquiatría. Era una enfermera vocacional, le encantaba.
Nagore tenía los SMS de todos sus amigos anotados en una libreta desde hacía varios años, para que no se perdieran en caso de tener que borrarlos del móvil, lo que muestra que cultivaba sus afectos con mucho cariño. La joven hacía amigos allá por donde iba, gracias a su disposición amigable.
Así pues, Nagore Laffage se distinguía fundamentalmente por ser una persona abierta, alegre y divertida, con una vida completa llena de aficiones y muchas personas queridas. Pero su familia afirma también que era una chica de carácter fuerte y que no se dejaba amilanar así como así. Una entrevista a su hermano menor, Javier Laffage, la muestra como una joven decidida y con mucha personalidad.
Javier tiene claro que su hermana plantó cara a su agresor en un determinado momento «porque ella no se dejaba pisar por nadie», y se suma a la tesis de que pudo amenazarle con denunciarlo por algo que sucedió en la casa del crimen; «y además, conociendo como conocía a mi hermana, estoy seguro de que lo habría hecho, que habría salido de allí y habría ido a denunciarlo de inmediato», asegura convencido.
Sin embargo nadie, ni sus familiares ni sus amigos o conocidos, pueden asegurar que fuese una chica problemática o agresiva, al revés. En el juicio, una de sus amigas, que declaró como testigo protegido, afirmó que «tenía un carácter fuerte si la enfadabas, pero no era una persona violenta». La madre de Nagore, también en el juicio, afirmó desconocer que su hija hubiese tenido algún problema anterior con algún chico, o alguna mala experiencia, ya que de ser así, se lo hubiese comentado a ella o a alguna amiga.
En el juicio también se comentó si Nagore era bebedora habitual, y todos coincidieron en que no bebía mucho, y cuando lo hacía controlaba perfectamente la ingesta de alcohol. Su amiga también relató en el juicio que la noche del 6 de julio salió con Nagore Laffage y otras amigas de casa por la noche pero que se separaron sobre la una o las dos de la madrugada. La víctima, entonces, apenas había bebido. «La dejé bien», expuso, para asegurar que bebía tan sólo «de vez en cuando y muy poco». «Nunca bebía mucho», aseveró.
La autopsia de Nagore Laffage mostró que el nivel de alcohol en sangre en el momento de su muerte era de 0,6 gramos de alcohol por aire espirado, lo que en efecto significa una ingesta bastante moderada para una entera noche de San Fermín.
Por otra parte, una de las preguntas más polémicas que los miembros del jurado popular hicieron a Asunción Casasola era la de si su hija era una «ligona». Nagore era una estudiante bella, risueña y divertida que adoraba relacionarse con la gente. ¿Cómo no iba a gustar a los chicos?, se pregunta su madre. Nagore tenía veinte años y sus relaciones eran las normales en las chicas de su edad, jóvenes estudiantes que comparten piso y viven sus primeros amores serios, los noviazgos fugaces, los encuentros. Pero las amigas y familiares de Nagore, los que la conocían, afirman también que era una chica muy prudente.
¿Por qué ese día se fue entonces con José Diego Yllanes?
La amiga de Nagore que presenció el encuentro entre ambos contestó a esa pregunta en el juicio: Nagore nunca se hubiese ido con un desconocido, pero José Diego era compañero de la clínica, lo conocía de vista: aunque nunca hubiesen tenido ningún tipo de relación, para ella no era técnicamente un desconocido. También testificó en la vista una amiga y compañera de piso de la víctima, quien señaló que conocía al acusado «de vista» por motivos laborales, igual que Nagore Laffage, por lo que no le extrañó que se hubieran ido juntos. A su juicio, la joven irunesa no se hubiera ido con un desconocido al que no hubiera visto nunca, y si se fue con José Diego Yllanes fue porque «sabía quién era».
Análisis criminológico del caso Nagore
«Dos cubatas de ron Brugal con coca-cola y un chupito de tequila».
Es noche de farra y de desfase en Pamplona. Noche para celebrar los Sanfermines. Gente de todas partes del mundo ha llegado para disfrutar precisamente de todo lo que esa noche puede ofrecer de divertido, de nuevo, de disparatado. La noche en la que toda la juventud de la ciudad sale y bebe hasta la extenuación, para enlazar al amanecer con el chupinazo y el primer encierro.
José Diego Yllanes ha cenado con sus padres y su novia, pero luego ha decidido salir de juerga. Después de dar un paseo con su novia y ver los fuegos artificiales, queda con su amigo Daniel Sánchez en la Cuesta del Labrit, la zona de bares más elegante del casco viejo pamplonés. Junto a un grupo de amigos, toman cubatas de ron y chupitos de tequila, y permanecen en el lugar hasta las cinco de la madrugada, hora a la que la mayor parte del grupo se retira. Daniel desgranó en el juicio lo que recuerda sobre la ingesta de alcohol de su amigo, afirmando que «José Diego, cuando llegó, estaba aparentemente sobrio, y cuando se fue estaba borracho». Tanto como para orinar ambos contra la barra del bar, añade, confesando con vergüenza la hazaña.
Cuando se separan, José Diego se toma una cerveza en un bar cercano con otro médico, Augusto, con el que permanece hasta las seis y media de la mañana. De ahí se dirigirá caminando al domicilio de sus padres en Travesía de Acella. Ya muy cerca de casa, se encuentra con tres chicas que bromean con él: una de ellas está de cumpleaños y todos se felicitan y cantan en un ambiente divertido que continúa hasta la calle Pedro 1, domicilio de Nagore Laffage y de sus amigas, las otras tres chicas, estudiantes de enfermería. José Diego declarará en el juicio que no recuerda absolutamente nada, ni el trayecto ni haber estado con las chicas en Pedro I. Una de ellas reconoce a José Diego, el «doctor Yllanes», al trabajar todos en la Clínica Universitaria de Navarra, ellas como enfermeras, él como médico residente de psiquiatría. Nagore aparece al poco tiempo, y reconoce también a Yllanes.
Nagore Laffage había salido también esa noche por el casco viejo pamplonés. No muy lejos de donde estaba José Diego Yllanes, permaneció hasta aproximadamente las dos y media de la madrugada en la Plaza del Castillo con sus amigas. Más adelante acudió con sus amigos andaluces a uno de los bares de moda en la ciudad, el Niza, donde estuvo casi toda la noche. De hecho, permaneció en el Niza hasta las seis y cuarto de la mañana, tras intercambiar los teléfonos con dos jóvenes a los que conoce en el lugar. Cuando el reloj marca las seis y media, decide volver a casa. Llama a su hermano Javier desde el bar, para hacerle saber que estaba bien. Javier Laffage recordará posteriormente ese hecho: la llamada de Nagore desde un lugar muy ruidoso antes de las siete de la mañana.
Nagore regresa a su domicilio en Pedro 1 y, cuando llega al portal, se encuentra con sus amigas y con José Diego Yllanes, al que conoce de la clínica. José Diego es un chico atractivo, un médico, sin duda ha llamado su atención, ya que alguna vez ha formado parte de las conversaciones de las estudiantes de enfermería. Al verle, se acerca a él de inmediato y le dice, bromeando: «No le hagas caso a éstas. Tú… ¿eres de la clínica?».
Ella le musita algo al oído, en voz baja, y en unos segundos los dos desaparecen de allí, cogidos por la cintura.
Las amigas de Nagore declararían posteriormente que José Diego Yllanes no parecía estar ebrio en el momento del encuentro.
¿QUÉ HICE? NO LO SÉ
Las cámaras de varios establecimientos bancarios los graban a partir de las siete de la mañana (hora de las cámaras discutida por la defensa, que afirma que aún conservan el horario de invierno; así pues, en su versión, serían las ocho) en la calle Sancho Ramírez, donde José Diego tiene un piso en propiedad, lugar en el que no reside de forma habitual (vive con sus padres). Ésa será la última imagen de Nagore con vida. Yllanes agarra a la joven del codo, el brazo fibroso y potente le rodea la cintura mientras los dos caminan a buen paso hacia el portal número 13 de la citada calle. Una vez en el portal, un vecino los ve entrar, «… quien aseguró que por la forma en que la víctima se dirigía al imputado no parecía que “mantenían ningún tipo de relación, ni de amistad ni de pareja”».22
Sin embargo, José Diego Yllanes afirma (y la sentencia lo considera hecho probado) que en el ascensor ambos comenzaron una relación que consistió en besarse y abrazarse apasionadamente. Según éste, continuaron con esa actitud «fogosa» nada más entrar en el piso.
Es curioso entonces que dentro de las bolsas que aparecieron cerca del cadáver de Nagore, en Olondriz, se encuentren dos botellines de coca-cola totalmente limpios de huellas, como así afirma el atestado de la Policía Foral:
Las cuatro bolsas que José Diego Yllanes ocultó a varios metros del cadáver de Nagore Laffage se encontraban en «una zona escondida para que no fueran localizadas». En ellas el acusado introdujo, de un modo organizado, las pertenencias de la joven enfermera, los utensilios y armas que utilizó en el crimen, además de unas botellas de coca-cola.
Así lo entendieron los agentes de la Policía Foral que prestaron declaración ayer. Explicaron que las bolsas estaban depositadas en un lugar oculto, debajo de unos matorrales y cubiertas con un plástico transparente. En ellas se encontró el dedo de la víctima, así como su documentación personal, su bolso, ropa interior, zapatillas y «todo aquello que pudiera identificarla».23
Si siguieron con su encuentro amoroso nada más entrar, y todo ocurrió sin solución de continuidad, como afirma la sentencia, ¿por qué Yllanes mete las botellas de coca-cola dentro de las bolsas? Esa actitud «fogosa» nada más entrar en el piso queda así en entredicho. Esas coca-colas revelan pausa y charla. Lo más probable es que esas botellas fuesen tocadas por Nagore o por ambos. Los dos entraron en el piso y probablemente empezaron a hablar y a tomar algo, como suele hacer la gente que se acaba de conocer. Entonces ese acontecer precipitado de lo ocurrido (es decir, ausencia de pausa) en la casa que alegó la defensa y que el jurado aceptó como hecho probado, no estaría tan clara si se toman en cuenta las pruebas que aportan las bolsas que José Diego escondió en el bosque. ¿Por qué iba a esconder unas botellas recién limpias de huellas si no fueron tocadas por Nagore por lo menos? Si las hubiese tomado él solo, con tirarlas a la basura, todo solucionado. Pero Diego Yllanes cogió todos los útiles que él consideró incriminatorios y los introdujo dentro de las bolsas de una manera muy organizada, como declaró el instructor de la Policía Foral en el juicio.
Así pues, según la defensa, y según los hechos declarados probados por el jurado popular, Nagore y José Diego, una vez dentro del piso, retomaron la «actitud cariñosa» que habían iniciado en el ascensor. Sin embargo, las dos botellas de coca-cola indican lo contrario. Lo más probable es que se sentaran en la sala («No sé bien qué hicimos», repite una y otra vez) e iniciaran una conversación, como se ha apuntado antes. José Diego Yllanes es de poca ayuda a la hora de reconstruir lo ocurrido, ya que el recuerdo de los hechos está sumido en un completo caos: «He intentado comprender lo que pasó, sufro mucho por ese tema»; «Tengo una imagen, pero no estoy seguro»; «Tengo recuerdos de haber empezado una relación muy fogosa», insiste, y ahí empieza a recordar retazos, pequeños flashes.24
Yllanes sí ha señalado que le rompió la ropa interior en el contexto de una relación apasionada, y que tiene recuerdo de que la joven le pidió parar. «No recuerdo su voz diciéndolo pero sí que lo dijo, le estaba resultando violenta la relación», para añadir que el contacto era «muy apasionado».
«No recuerdo su voz diciéndolo, pero sí que lo dijo». Según Yllanes, Nagore está entonces encantada con la relación «apasionada y fogosa» que iniciaron en el ascensor, pero de repente, al notar cómo se rompe su ropa interior, pide parar. Pero Nagore lo dice con una especie de «voz interior», seguramente, porque José Diego afirma «no recordar su voz» diciéndolo, pero sí, sí que lo dijo, afirma sin dudar.
Imaginemos que Nagore y José Diego están sentados en la sala de estar tomándose unas coca-colas. Acto seguido, Nagore está en el suelo y es desnudada de forma muy violenta: en las bolsas encontradas por la Policía Foral aparecieron sus prendas de ropa: «el sujetador, el pantalón roto por el cierre y el tanga por tres sitios, incluida la tela», indica la sentencia. De hecho, el cuerpo de Nagore, cuando fue encontrado en el bosque, estaba desnudo de cintura para abajo, sin ropa interior: «El jefe de Policía Foral que instruyó el caso destacó que el cuerpo de Nagore apareció “con los pies descalzos, el pantalón bajado, sin ropa interior, y con una sudadera y una camiseta”».
Bien. ¿Qué pudo pasar para que dos personas que supuestamente se han tomado unas coca-colas en la sala de estar de un piso pasen a tener una relación tan apasionada que conlleve, primero, la rotura del cierre del pantalón y de la ropa interior, y luego, la petición de una de las partes de que pare esa relación apasionada porque le está resultando violenta? ¿Tiene eso algo de lógica? ¿Por eso el jurado ha preferido la versión que parece apuntar Yllanes (digo «parece» porque todos sus recuerdos son sesgados y poco fiables) de que empezaron una relación sexual muy tórrida pero luego ella quiso parar al ver que le rompía el tanga? Si la relación era tan tórrida y consentida, ¿qué más da el tanga?
¿No hay otro camino más evidente para explicar esa situación?
Por ejemplo: los dos hablan, toman algo en la sala. Al cabo de un rato Nagore se quiere marchar. Se ha hecho muy tarde, ya ha amanecido, sus amigas se estarán preocupando (como así fue). José Diego ve delante de él a una hermosa joven que primero se ha ofrecido a subir a su casa y luego se quiere ir sin más. ¿A qué está jugando Nagore?
José Diego Yllanes intenta entonces mantener una relación con Nagore en la sala de estar, pero ella se resiste. Yllanes, fuera de sí, la agarra, la golpea e intenta desnudarla, consiguiéndolo en parte. Mientras la desnuda (es un hombre fuerte, recordemos que mide metro ochenta, pesa ochenta kilos y todas las semanas sin falta se ejercita en el gimnasio) con una mano, con la otra la intenta acallar tapándole la boca, pero ella sigue debatiéndose, y él, ya totalmente iracundo, la golpea en la cara con fuerza, hasta hacerla sangrar. (En la sala de estar aparecieron restos de sangre, mechones de cabello de Nagore y parte del collar que le arrancó durante la agresión, collar roto que en su mayor parte fue a parar a las bolsas que Yllanes escondió entre las zarzas. A pesar de su exhaustivo cuidado a la hora de hacer desaparecer las pruebas, en esto no anduvo cuidadoso).
Recapitulemos: la sentencia declara como hechos probados que los dos comenzaron la relación en el ascensor y luego continuaron al entrar en la casa. Entonces, el joven psiquiatra hace gala de su «fogosidad» y le rompe el collar y desgarra la ropa interior. Eso sí lo recuerda, y también que la relación era «apasionada». Efectivamente, la relación era tan «apasionada» que el cadáver de Nagore lo narró sin que ella necesitara hablar: «En la zona ilíaca y en el pecho existían magulladuras, al parecer cometidas por la brusquedad con la que se empleó Yllanes para desprenderle de la ropa interior».
Yllanes explica lo siguiente: «Tengo entonces un recuerdo muy marcado, como un cambio de dirección de la situación, que no estábamos a lo que íbamos», pero que no recuerda haberla golpeado.
Recuerda que ella y él «no estaban a lo que iban». ¿Por qué da por sentado que los dos iban a lo mismo? Es curioso que recuerde precisamente eso pero no recuerde el hecho de golpearla. Y la cara y el cuerpo de Nagore dan fe de que la golpeó, ya que le causó treinta y tres lesiones externas y tres internas. Golpear a una persona es un hecho que requiere una energía y una disposición determinadas que no suelen pasar desapercibidas para el que efectúa la acción, dado que los golpes propinados suelen ser causados por una gran ira o una agresividad muy acentuada. Cuando se bebe (y eso es lo que Yllanes alega, y la sentencia recoge, una especie de enajenación producida por el alcohol y por las supuestas amenazas de Nagore que lo sacaron de sus casillas) puedes olvidar determinadas cosas, es cierto. Pero algo tan fuera de lo común como golpear a una persona durante un tiempo «indeterminado» no suele pertenecer a la categoría de «hechos olvidables», como pueda ser el número de chupitos de tequila que has tomado en el bar «X» o la hora de llegada a casa, o incluso dónde has dejado el coche antes de entrar en el bar.
Entonces, según la sentencia, Yllanes desnuda a Nagore Laffage de forma violenta. Yo diría que la desnuda a la fuerza: la violencia es la forma más común de desnudar a alguien que no quiere ser desnudado. De modo que ella se siente mal, se resiste, como cualquier otra mujer del mundo ante una agresión.
Sin embargo, Yllanes, dentro del caos en el que se mueve su mente, dentro de ese cúmulo de imágenes difuminadas que constituyen los retazos de lo ocurrido, tiene «otro instante de luz» con el que es capaz de explicar lo que ocurrió tras el momento en el que se revolcaron apasionadamente en el suelo. Nagore para y se enfada al ver su ropa interior volar por los aires:
«Ella no quería seguir, porque fue todo brusco. En vez de ir a más, iba a menos. Le dije que se refrescara y se vistiera para hablar». Agrega que «había falta de entendimiento de cómo iban las cosas. Era como si uno hablara en chino y otro en japonés. Había ofuscación, porque ella pensaba que yo quería hacerle algo malo a ella. Lo normal no es un aquí te pillo, aquí te mato. Yo siempre he querido terminar las cosas con normalidad».25
«Ella no quería seguir porque fue todo brusco». Pocas palabras que pueden significar mucho. Porque desde que Nagore entró en esa casa hasta que José Diego Yllanes fue (a las once de la mañana, más o menos) hasta la Clínica de Navarra a buscar el teléfono de su compañero Guillermo Mayner, pasa mucho tiempo. Tiempo que ni el acusado ni la sentencia explican, convirtiendo como mínimo tres horas en poco más de treinta minutos, como si se tratase de una especie de extraño viaje cuántico. Las coordenadas temporales se rompieron en Sancho Ramírez número 13, ya que José Diego no se cansa de repetir que «cuando sé que es un período de tiempo tan prolongado no soy capaz ni de recordar ni de suponer qué ha podido pasar en este período de tiempo». La defensa, sin embargo, alegó que ese tiempo tan prolongado no era tal, sino que desde que entraron en el piso hasta que Nagore fue asesinada pasó más o menos media hora, pues la pareja, antes de ir a casa, pudo muy bien pasear por el parque que se encuentra al lado, el parque de Yamaguchi. (Sin embargo, nadie los vio paseando ni tomando algo, no hay ninguna prueba ni ningún testigo del hecho, son sólo suposiciones de la defensa para poder justificar ese tiempo prolongado).
En efecto, como muy bien dijo Yllanes, Nagore Laffage pensaba que el compañero psiquiatra quería hacerle algo malo. De hecho, Nagore tenía toda la razón. Se lo hizo. Le quitó la vida. Pero no sólo eso: Yllanes la golpeó en la cara, le destrozó el rostro a golpes en una agresión brutal. Y luego la estranguló con una sola mano.
«Le dije que se refrescara y se vistiera para hablar». Lo que quiere decir que Nagore seguía desnuda. Pero Nagore no se vistió ni se refrescó, porque su cuerpo, cuando fue hallado, estaba desnudo de cintura para abajo, sin ropa interior, vestido sólo con una sudadera y envuelto en bolsas de basura que José Diego Yllanes recogió en la Clínica Universitaria.
Hay otra cuestión importante aquí. La frase de «Le dije que se refrescara» indica que Yllanes fue capaz de introducir un momento de pausa. Es decir, él le quita la ropa, ella se resiste, interpreta «mal» la situación, él entonces pide tiempo muerto, que se refresque, etc. Entonces ¿a qué viene ese perder los papeles? Al pedirle a Nagore que se tranquilizara, él en realidad estaba haciendo bien su papel de psiquiatra: frente a una situación de crisis, producto de un «malentendido», él busca el diálogo, aplacar la furia de Nagore que supuestamente nace porque él quiso más de lo que ella estaba dispuesta a dar. De ello se deduce claramente que el médico estaba en la disposición anímica correcta para reconducir toda la situación. Como sabemos, lo que ocurrió fue justamente lo contrario. Si Yllanes había encauzado la discrepancia entre ambos (ella amenazándolo con denunciarle, él intentando convencerla de que todo había sido un malentendido) de forma adecuada, ¿cómo se explica que de ello se derivara una violencia frenética por su parte? Esa conversación necesariamente tuvo que haberle puesto a él con los pies en la tierra, tendría que haber usado el razonamiento para lograr disuadirla. Esa elaboración mental casa mal con la pérdida de la conciencia y la lluvia de golpes que siguieron como forma de responder de Yllanes ante esa situación.
Pero lo cierto es que la sentencia declara como hechos probados (por siete votos contra uno del jurado popular) que Nagore interpretó «erróneamente» la actitud violenta del acusado como un intento de agresión sexual. Nadie estaba allí para ver qué es lo que pensó o interpretó Nagore sobre la actitud violenta del acusado. Pero cualquier mujer que esté con un hombre a solas, en un lugar desconocido para ella, y sienta que ese hombre la está violentando arrancándole la ropa con brutalidad, tenderá a pensar que está siendo agredida sexualmente. ¿Por qué es un «hecho probado» entonces que Nagore interpretó la actitud de Yllanes «erróneamente»? ¿Y si ella tenía razón?
Vayamos a lo único que tenemos, lo que nos puede aportar luz: las pruebas forenses. ¿Qué dicen las pruebas? El collar que llevaba Nagore está roto. Toda su ropa interior está rota. El tanga está roto por las cintas y también por la tela, lo que sin duda indica un desgarro muy fuerte, una gran brutalidad, un ansia imparable que no es común en una relación entre dos personas que se acaban de conocer. Es algo innecesario cuando la relación es consentida. Incluso, si es consentida y buscada, lo normal es que la chica y el chico se desnuden con rapidez para seguir con sus actos amorosos. Diego y Nagore no se habían tratado de antemano, no había confianza como para romper y rasgar la ropa en alardes pasionales.
Así las cosas, y dadas las lagunas mentales de Diego Yllanes sobre lo ocurrido esa noche, acudimos a la sentencia para saber la continuación, la secuencia de los hechos: Nagore interpretó erróneamente la pasión como una agresión, y reaccionó amenazando a José Diego. Destruiría su carrera y lo denunciaría.
No cabe duda de que dar como un hecho probado algo que el acusado afirma no recordar en absoluto es cuando menos sorprendente. Porque de las declaraciones realizadas por Yllanes no se le escucha decir en ningún momento claramente que Nagore quiso «denunciar y destruir su carrera» a continuación. Lo insinúa, pero no lo dice de forma clara, ya que se supone que no recuerda nada. ¿Denunciarlo y destruir una carrera por romperle el tanga?
¿O pasó algo más, algo que sí podría llevar a Nagore a salir de allí indignada y denunciarlo? ¿O incluso que pudo hacer pensar a José Diego que ella, si salía de allí, podría denunciarlo, y así su carrera y su vida acomodada se irían al garete?
Todos sabemos que Nagore no pudo salir de ese piso viva. Durante todo ese rato, José Diego pudo dejarla ir. Sin embargo, no lo hizo. Si no tenía nada que temer, ¿por qué soliviantarse tanto cuando ella dijo que lo iba a denunciar?, (en el caso en que ella lo hubiese dicho, claro está, son sólo suposiciones). Con dejarla marchar, listo.
Y eso hizo el fiscal, preguntarle por qué no la dejó marchar.
Preguntado por qué no dejó irse a la joven del piso, Yllanes ha señalado que «quizás quería acabar las cosas con cordialidad». «Parecía que no nos entendíamos, que no estábamos en la misma sintonía —dijo—. No me gusta irme enfadado con nadie, ni dejarme de hablar, quería arreglarlo, una relación cordial».
Así se desarrolló el diálogo entre el Fiscal y José Diego Yllanes en el juicio:26
—Lo que yo supongo es que quería acabar las cosas con cordialidad.
—Usted. ¿Ella no?
—No lo sé. Supongo. Ella parecía no entender…
—¿Y por qué no la deja irse?
—No lo puedo explicar, quizá quisiera explicar las cosas…
La explicación de José Diego es tan absurda e imposible de comprender, por poner un ejemplo, como si alguien tiene un choque con el coche y mata al conductor del otro vehículo. Preguntado por el fiscal sobre el porqué de su crimen, el acusado responde que «no le gusta irse enfadado con nadie». Y lo cierto es que éste es un punto crucial donde se revela lo absurdo del planteamiento de la defensa: ¿de qué modo hubiera podido Nagore acabar con la carrera de Yllanes? Todo lo más que hubiera podido decir es que él, después de estar besándose en su piso, se quiso extralimitar y ella no lo permitió. Fueron varios los testigos que declararon que ella se acercó a él y le invitó a irse juntos. Si Nagore hubiera comentado eso en el hospital o hubiera ido a la policía no creo que el asunto hubiera supuesto muchas complicaciones para el joven médico.
Así pues, según la sentencia, José Diego Yllanes intentó que Nagore no gritara. Está claro que las mujeres, según en qué situaciones, tienden fácilmente a la histeria, y la única forma de calmarlas es taparles la boca. La reacción de Yllanes sería causa-efecto, por supuesto, «airada», según el jurado popular. Si una joven te quiere denunciar, la reacción «airada» posterior será «taparle la boca para evitar que grite», y luego golpearla de manera deliberada y repetida en diversas partes del cuerpo. Yllanes se escuda en el alcohol y en lo inexplicable para intentar comprender su reacción desmesurada: «Quizá no era la mejor forma de tranquilizarla», dice en la reconstrucción del crimen, entre sollozos. «No sé en qué momento pierdes el control», aseguró poco después, en segunda persona, como si no hubiese sido él el que perdió el control golpeando a Nagore contra paredes, suelo, con sus puños, el que la estranguló con una sola mano:
Yo creo que fue todo en el baño. Intentaría sujetarla para que se calmase y no sé en qué momento perdí el control. Quizá no era la mejor forma de tranquilizarla, pero yo quería que acabásemos como amigos, viendo el encierro.27
Así las cosas, José Diego Yllanes quiere insinuar que el encierro aún no se había producido cuando ocurrió todo y situar la hora de los hechos sobre las ocho de la mañana. Pero ¿cómo puede saberlo, cuando ha insistido por activa y por pasiva que no recuerda nada? La defensa ha insistido que ellos llegan a la casa más tarde de las ocho de la mañana, pero Yllanes, tras discutir con Nagore, ¿pretende que vean juntos el encierro, que es justamente a las ocho de la mañana?
En resumen, según las conclusiones del jurado popular, para evitar que Nagore grite (se suponía que era para evitar que Nagore destruyera su carrera y lo denunciara) Yllanes la silencia con la mano y luego la golpea con saña hasta causarle treinta y tres lesiones, casi todas ellas en la cara. Si se está silenciando a alguien con la mano, es complicado a la vez golpearle en la cara sin hacerse daño uno mismo. Así que no es muy posible tapar la boca de alguien mientras lo golpeas con semejante violencia contra la pared, el suelo y usando los puños. Lo que anula la conclusión del jurado, pues Nagore, si hubiese podido defenderse, hubiese gritado mientras la golpeaban, cosa que no hizo, ya que ningún vecino oyó que lo hiciera. Así que quizá el primer golpe ya fue suficientemente fuerte como para conmocionarla y evitar cualquier tipo de grito o defensa.
Pero examinemos las pruebas forenses de nuevo.
Según la investigación de la Policía Foral,28 había rastros de sangre y mechones de pelo en la sala de estar (donde también se encuentra un trozo del collar roto de Nagore que apareció en las bolsas que Yllanes clasificó de forma exquisita para su análisis forense) y en el dormitorio. Pero éste, aún sumido en el caos de sus recuerdos, lo sitúa todo en el baño. Pero los hechos no ocurrieron sólo en el baño, como afirma el acusado. Ocurrieron en la sala y luego en el dormitorio. Y después en el baño. Es en ese mismo lugar donde posteriormente tendrá lugar el intento de descuartizamiento del cadáver.
He aquí una teoría alternativa acerca de cómo ocurrieron los hechos: Nagore se quiere ir, es tarde. Ya se ha tomado la coca-cola, y considera que se «enfrió» el momento, no le apetece estar más tiempo allí. Sin embargo, José Diego Yllanes ve a aquella chica bella que hacía sólo un rato parecía ofrecerse, a su disposición, y decide que no puede irse de rositas. Se abalanza sobre ella, la agarra por los brazos con fuerza para evitar que se vaya (la autopsia afirma que hay cardenales en el antebrazo), la tira y la golpea contra el suelo, para luego subirle la sudadera y arrancarle el sujetador, quitarle el pantalón y finalmente arrancarle el tanga después de romperlo. Ella intenta defenderse débilmente; la evidencia de esa pobre defensa se halla en el hecho de que Yllanes no presenta casi ningún tipo de herida, salvo unos rasguños y algún golpe, heridas que no se ha comprobado sean obra de Nagore; hay que recordar que era San Fermín, hay tumultos, fiesta, mucha gente en todas partes sin demasiado cuidado, y además luego Yllanes anduvo por el monte durante un buen rato. Entonces, esa defensa por parte de Nagore es casi imposible, ya que él, ante la resistencia de ella, la vuelve a golpear y la arrastra al dormitorio. Un metro ochenta, ochenta kilos, frente a un metro sesenta, cincuenta kilos.
La agresión se produjo, según los peritos forenses, durante un lapso de tiempo «indeterminado». Sin duda, todo en este mundo que no haya sido mensurado mediante un reloj o un cronómetro sucede en un lapso de tiempo indeterminado. Pero hay que pararse a pensar que el gran número de lesiones que presentó el cuerpo de Nagore pudo producirse en varias secuencias distintas y no en una sola. La ira o la agresividad suelen tener un pico de furia y luego uno o varios momentos de menor frenesí: no es lógico que un agresor mantenga un nivel «meseta» de, digamos, veinte golpes seguidos sin descansar ni un momento. Aun con fuerte resistencia del golpeado (cosa que aquí no ocurrió), una sola persona tiene que desarrollar una energía desmesurada, brutal, para golpear de una forma tan cruenta. Esa brutal violencia no encaja bien con la causa que alegó Yllanes para explicar su ira homicida: si el médico hubiera obrado así por pánico a perder su carrera profesional, tras dos o tres golpes de alguien tan corpulento como él Nagore debería estar tendida a sus pies, o claramente en situación de sumisión. Eso hubiera tenido que bastar para aplacar su ira, al fin y al cabo él jamás había sido violento, y esa falta de pericia y de tradición en el uso de la violencia le hubiera servido de freno natural ante el dolor evidente de la mujer que tenía delante, y a la que él había atacado.
La sentencia da como hechos probados que José Diego Yllanes, fuera de sí porque Nagore «amenazó» con destruir su carrera y denunciarle, la golpea con furia. Pensemos. ¿Tiene alguna explicación que a un médico residente, futuro psiquiatra, una chica de veinte años le diga «te voy a denunciar» y «te voy a destruir» y él se tome en serio, incluso en cierto estado de ebriedad, semejante zarandaja, hasta tal punto de agredirla de forma continua (eso dice la sentencia) hasta destrozarle la cara y luego estrangularla? ¿Fue ese estímulo suficiente para provocar ese nivel de ira, esa absoluta ansia de destrucción que lo llevó a acabar con la vida de Nagore con una sola mano tras golpearla sin piedad?
«Te voy a arruinar la vida, no puedo creer que un médico haga esto». En la primera declaración Yllanes afirmó que eso fue lo que dijo la joven.
¿Alguien dice una frase de ese estilo cuando le rompen un tanga?
Eso fue lo que dejó entrever Yllanes que le espetó Nagore. ¿Te voy a arruinar la vida? ¿No resulta un tanto pueril que una chica de veinte años, con experiencia en la vida, con dos relaciones anteriores, se escandalice ante una relación apasionada y amenace a un hombre precisamente con «arruinarle la vida»? ¿No resulta igualmente ilógico que la reacción de un psiquiatra sea la de golpear con brutalidad a una chica sólo porque ella se enfade y diga cuatro tonterías? Ah, es cierto. Yllanes estaba ciego de alcohol… y ella le pegó primero, le contaría después a su amigo Guillermo Mayner, también psiquiatra, cuando le solicitó ayuda supuestamente para transportar el cadáver. A mi modo de ver, como luego ampliaré, esa furia incontenible delata la verdadera naturaleza de la razón del homicidio de Nagore. Es tan inexplicable su procedencia de acuerdo con la versión de la defensa (miedo a ver arruinada su carrera) que tenemos que concluir en una razón más básica y fundamental, más enraizada en lo que las pruebas forenses revelan.
Como decíamos, esas treinta y tres lesiones del cuerpo de Nagore se produjeron en un espacio de tiempo indeterminado. Y las pruebas forenses dicen que todo lo ocurrido se desarrolló fundamentalmente en la sala, el dormitorio y el baño. Si desde la sala arrastras a una persona hasta el dormitorio mientras la golpeas suele ser con un fin determinado: la agresión sexual. Y hay señales de arrastramiento del cuerpo en la habitación, descubiertas por la investigación de la Policía Foral. (En la habitación también se encontraron mechones de pelo de Nagore y restos de sangre que habían sido cuidadosamente limpiados).
¿Qué ocurriría si, al llegar al dormitorio y dejar a Nagore en el suelo, o sobre la cama, te encuentras con que esa persona está sin sentido, conmocionada por los golpes, la cara amoratada, lívida, los labios hinchados, los ojos llenos de cardenales? ¿Qué ocurriría si, de repente, te das cuenta de que si sale de allí con vida en ese estado, su dedo acusador apuntará directamente hacia ti? Porque ahí no hay sólo un tanga roto, ni un sujetador: ahí hay una cara destrozada, golpeada, una persona semidesnuda que muestra a gritos una agresión cruenta. Una persona que —ahora sí— con su sola presencia en una comisaría u hospital destruirá tu carrera, tu vida, todo lo que has construido hasta ahora.
Yllanes se para un momento a pensar. Va al baño y se refresca, se mira al espejo y, desesperado, se pregunta cómo demonios se ha metido en ese lío. Maquina qué puede hacer con esa chica semiconsciente. Se toma unas anfetaminas para clarificar la mente (la defensa apuntó que Yllanes dio positivo por anfetaminas en un análisis posterior para justificar su reacción desmesurada por causa del consumo de drogas que Yllanes no recordaba haber tomado, «por lo menos, conscientemente», dijo).
Suena el teléfono. Es, una vez más, Rosario, la madre de José Diego Yllanes, preocupada por su tardanza. Son las diez de la mañana y su hijo no ha dado señales de vida, lo que es extraño en él, que lleva una vida tan ordenada. En el juicio, Rosario afirmó haber estado llamando con preocupación todo el tiempo para intentar localizarlo. José Diego, molesto por las llamadas, le ha quitado el sonido al aparato y lo ha dejado en modo vibrador encima de la mesilla, por ejemplo. Yllanes está en el baño, mirándose en el espejo, intentando reconocer en esa persona violenta al José Diego de siempre, al José Diego pacífico y calmado. «Ése no soy yo, yo nunca le he pegado a nadie», afirmaría posteriormente en la reconstrucción. Nagore ve el teléfono que vibra en la mesilla. Está aterrorizada, medio inconsciente, muerta de dolor. Pero ve el teléfono y su agresor no está con ella. Es su única salida, la única esperanza que le queda. Nagore Laffage contesta como puede a la llamada telefónica. La madre del agresor escucha la voz de Nagore en el otro lado de la línea y tras nueve segundos de angustia cuelga sin saber qué hacer. (Rosario Vizcay negaría posteriormente haber notado algo extraño en la llamada, pero está comprobado que el teléfono de Yllanes fue descolgado).
Nagore, con el teléfono en la mano, decide entonces llamar a SOS Navarra, el teléfono lejos de su boca, no puede ni acercarlo. Y susurrando para qué él no la oiga, musita una frase: «Me va a matar».
Y Nagore Laffage lanza su último grito mudo de socorro, porque ella ya ha escuchado o presentido los planes de Diego Yllanes de acabar con su vida y deshacerse del cuerpo. Poco más podrá decir, porque José Diego la descubre en ese momento con el teléfono en la mano.
Lleno de ira, mira las llamadas en la terminal: una, contestada, de su madre. Y la otra a SOS Navarra.
Entonces piensa que ahora sí está perdido. Destroza el teléfono, le rompe la tapa y redobla los golpes en la cara de Nagore, totalmente fuera de sí. Luego la arrastra al baño. En el baño es donde en la reconstrucción sitúa Yllanes su primera impresión de que estaba pasando algo «extraño», de que allí había un cuerpo inerte, y que él había tenido algo que ver con la muerte de aquella mujer. (En un primer interrogatorio, Yllanes dijo que la primera imagen fue en la sala de estar, pero luego cambió de lugar entre sus típicos «no sé», «pudo ser así», etc.). El psiquiatra aprieta los dientes, y en pleno éxtasis vengativo aprieta el cuello de Nagore Laffage con una sola mano, mostrándole que él es Dios y ella sólo una puta que le ha complicado la vida, y que sólo con dos dedos de su mano puede causarle la muerte. Y durante «un tiempo indeterminado» los dedos de Yllanes se cierran en pinza sobre la carótida y la tráquea de Nagore, causándole la muerte tras unos minutos interminables. Ya que con una mano sola se tarda mucho más en matar a alguien que con las dos manos, la tortura se prolonga por mucho más tiempo. La defensa alegó que la tuvo que estrangular con una mano porque con la otra estaba sujetándola para impedir su defensa, dando por hecho que Nagore Laffage estaba en disposición aún, a esas alturas, de defenderse de modo que pudiese causar daño a su agresor. Dejando a un lado lo complicado que resulta que una persona estrangule a otra con una mano mientras la está agarrando con la otra para evitar su defensa (según el jurado popular, Yllanes es capaz de golpear en la cara mientras amordaza, de estrangular mientras agarra), si eso fuese cierto, José Diego Yllanes la inmovilizó de tal forma que la dejó indefensa y no pudo ofrecer oposición, ya que, como antes dije, el cuerpo de Yllanes lo único que presenta es un par de moratones pequeños y unos arañazos que pudo hacerse posteriormente en el bosque.
Lo cierto es que la imagen de sujetar y estrangular a una persona de forma simultánea es realmente poco convincente. O estrangulas o sujetas, pero las dos cosas a la vez no son lógicas. ¿Alguien le pidió que hiciera la reconstrucción del estrangulamiento? No. En el vídeo podemos ver a Yllanes mirándose sus propias manos con asombro, las dos, como si no fuesen suyas, como si hubiesen tomado vida propia a la hora de matar. Sin embargo, Yllanes dice recordar estar encima de ella estrangulándola, pero usa sus dos manos para realizar el gesto de culpabilidad teatral con el que intenta demostrar que él no estaba realmente allí cuando ocurrió todo. Usa las dos manos, pero los forenses dicen que sólo utilizó una para matar a la chica.
Cuando matas a una persona con una sola mano, además de demostrar a la víctima y a ti mismo que eres capaz, sólo con dos dedos en pinza (el cuello de Nagore muestra dos equimosis digitadas, una a cada lado), de acabar con su vida, es simple y llanamente porque la otra persona no es capaz siquiera de presentar la más mínima oposición. Y si la víctima está totalmente indefensa, ya que las pruebas forenses así lo indican, cabe perfectamente la acusación de alevosía, y por consiguiente de asesinato:
Alevosía: Emplear medios, modos o formas para asegurarse la comisión del delito, sin riesgo para quien lo ejecuta y sin posibilidad de defensa para la víctima.
Tanto si Nagore estaba sin sentido, como si tenía las manos totalmente inmovilizadas, de ninguna forma se pudo defender. El jurado no apreció la existencia de alevosía porque entendió que la paliza de Yllanes a Nagore no fue realizada con el propósito de dejar indefensa a la víctima. En esta explicación alternativa rebato esta idea. Precisamente la paliza es el preludio a una muerte buscada porque Yllanes vive la revelación de lo que significa asesinar: cuando Nagore se niega a tener relaciones sexuales con él, entonces su ira le lleva a golpearla, y es en el transcurso de ese acto cuando descubre que esa violencia es más brutalmente satisfactoria que el propio sexo. A mi entender, la paliza toma el lugar del acto sexual, y la muerte de ella no es sino el epílogo de una situación que, ahora sí, hubiera supuesto —de descubrirse, como finalmente ocurrió— el fin de su carrera.
Repito: mi tesis es que Yllanes tuvo una revelación: cuando golpeaba a Nagore porque ella no quiso tener relaciones sexuales descubrió que esa violencia era una gratificación inédita, brutal, salvaje, algo mejor que el propio sexo… Y decidió llegar hasta el final.
LA LLAMADA DE NAGORE A SOS NAVARRA
Merece un capítulo aparte la «eliminación» en la sentencia de una de las pruebas forenses más importantes de todo el caso: la llamada que hizo Nagore Laffage a SOS Navarra la mañana del crimen. Llamada comprobada por la investigación de la Policía Foral y efectuada desde el teléfono móvil del acusado. Esa llamada era la única prueba temporal que probaba que Nagore Laffage estaba aún viva a las diez de la mañana. Desestimada por el jurado porque no había restos de sangre en el teléfono y sí los había en la cara de Nagore (razonamiento que puede ser fácilmente rebatible aduciendo diversas circunstancias: puede que la mayoría de la sangre surgiera de los golpes posteriores a la llamada; no todos los golpes tienen que producir un sangrado profuso, o incluso la persona que llama puede estar sangrando por la nariz pero no por el oído y menos por los dedos, que son los que se usan para teclear, ya que la sangre debería proceder de la mano, que es la que sujeta el terminal, etc.), sitúa a Nagore con vida al coger el teléfono por primera vez contestando a la llamada de la madre de Yllanes, a las 10 h y 3 min de la mañana. Llamada que Rosario Vizcay contestó, pero de la que asegura no haber escuchado a nadie hablar por el auricular.29
«No oí nada, no soy consciente de haber oído nada. No me di cuenta de que alguien descolgó el teléfono», afirmó Rosario, negando que hubiese vuelto a llamar un minuto después al haber escuchado algo extraño, para cerciorarse de que no pasaba nada. Cuando Rosario hizo esa segunda llamada, el teléfono ya estaba apagado.
Curiosamente, tanto el hijo como la madre presentan una extraña falta de consciencia por momentos: la madre no oyó nada, no se dio cuenta, no es consciente… durante los nueve segundos que duró la comunicación, nada. Alega a su favor que se incorporó tarde al mundo de la telefonía móvil y no sabe bien cómo funcionan esos aparatos. Dejando a un lado esa afirmación, más o menos discutible, ya que Rosario volvió a llamar al teléfono de su hijo a los pocos minutos, como ella dice que ya llevaba haciendo desde hacía un buen rato, hay pocas dudas de que la víctima fuera capaz de contestar el teléfono de su agresor y luego, a continuación, de efectuar una llamada sin estar él presente. SOS Navarra grabó la llamada, aunque el audio de la misma es muy deficiente. Sin duda, Nagore no tenía el teléfono pegado a la cara (por lo que la no presencia de sangre sería algo lógico), y tampoco podía gritar demasiado, por su estado de semiinconsciencia, por miedo a que Yllanes se enterara o por ambas cosas. Al escuchar la grabación se puede oír perfectamente una voz femenina que dice «Me va a matar» en uno de los audios que se mostraron en el juicio.30 No cabe duda tampoco de que la grabación es, efectivamente, muy sucia, llena de ruido y poco clara, pero la voz femenina se oye sin demasiado esfuerzo, y sí, es una voz de mujer. Pero la indecisión de los peritos permitió a la defensa y al mismo acusado apuntar que quizás el mismo agresor, llevado por un súbito arrepentimiento «inconsciente», pudo ser el que llamara a SOS Navarra. Es curioso: lo más llamativo de este caso está siempre moviéndose en el filo de lo consciente-inconsciente, el olvido, lo inseguro y lo pantanoso.
En efecto, la defensa aventuró esa atrevida teoría, que sitúa a José Diego Yllanes contestando el teléfono a su madre pero sin fuerzas para expresar su angustia, por lo que cuelga. Luego llamaría a SOS Navarra para confesar su acción, «traicionado por el subconsciente». Seguimos, tónica general en este caso, inmersos en el freudiano mundo del impulso oculto y de la oscuridad de la mente:
Sobre la llamada al 112 a las 10 horas realizada desde el teléfono del acusado, el abogado señaló que no hay pruebas de que la hiciera la víctima y manifestó que pudo ser Yllanes quien llamara. Relató así que el procesado pudo recibir la llamada de su madre, descolgarlo en «una situación de angustia porque sabe que acaba de quitar la vida a una chica inocente y no se atreve a decirle nada a su madre» para acto seguido, «traicionado por el subconsciente, llamar al 1 12» y «fruto de la angustia y la ansiedad» decir que la pudo «matar». 31
Si Yllanes, como dice la defensa, hubiese contestado a la llamada de su madre y estuviese tan absolutamente cegado por los remordimientos o el estado de «angustia» que alega, le hubiese confesado el hecho a su madre y hubiesen permanecido hablando durante algún tiempo, no durante nueve segundos.
La defensa indicó también que no estaba probado que Yllanes no hubiese llamado a SOS Navarra: pero la voz que sale en la grabación es indudablemente la de una mujer joven. A menos que el estado de shock de José Diego fuese tan fuerte como para fingir una voz femenina de una forma tan hábil como para parecer un verdadero imitador, es dudoso que haya algún parecido entre su voz y la de Nagore. La defensa también insistió en descalificar a Asunción Casasola como capacitada para reconocer la voz de su hija. Si su madre no puede reconocer la voz de una persona como la perteneciente a su propia hija, ¿quién puede hacerlo entonces? ¿No se llama a los familiares para que reconozcan los cuerpos? Pues con la misma razón la madre puede reconocer la voz de su hija mejor que nadie.
El peritaje forense de la llamada merece una consideración especial:
Los peritos no se pronunciaron sobre el contenido de la grabación y se centraron en cuestiones técnicas. Básicamente, los dos peritos de la Universidad Pública de Navarra informaron sobre el proceso técnico que realizaron para mejorar la calidad del sonido y para eliminar ruidos e interferencias en la llamada.32
Uno de los peritos apuntó que la señal de la llamada «es compleja, tiene mucho ruido, es muy difícil de entender», y añadió que «con más tiempo, con más recursos y con otras técnicas se puede llegar más lejos». La poca certidumbre de su análisis queda reflejada en otro momento de su declaración ante el tribunal: «Poner la mano en el fuego por decir “esto es lo que se dice” yo no la pondría al cien por cien, pero si me ponen una lista de diez posibles alternativas a lo mejor sí me decanto, pero no voy a decir por cuál me decanto», dijo uno de ellos.
La grabación fue analizada por los peritos de la Universidad Pública de Navarra. Su testimonio en el juicio también roza lo paranormal: «Con más tiempo, más recursos y otras técnicas se puede llegar más lejos». Sin duda. El juicio se celebra dieciséis meses después de la muerte de Nagore. ¿Hace falta más tiempo para realizar un análisis forense de una grabación crucial para la reconstrucción de los hechos y para el desarrollo del juicio? Además, ¿por qué los peritos no se pronuncian sobre lo que dice Nagore en la llamada? «Si me ponen una lista de diez posibles alternativas a lo mejor sí me decanto». ¿Qué tipo de peritaje es ése?
¿Por qué no se envió la grabación al laboratorio de la policía científica del CNP, por ejemplo? Si la Universidad Pública de Navarra, o incluso la Policía Foral, no disponían de los medios más modernos a su alcance, pues se solicita otro peritaje más adecuado, con medios más acordes con los tiempos.
Esa grabación de la llamada, en contra de lo que afirma el jurado popular, era muy importante a la hora de calificar los hechos como asesinato o homicidio, pues al decir Nagore Laffage «Me va a matar» estaba, sin duda, afirmando algo que él ya le había dicho o hecho saber: «Me va a matar» indica premeditación, no arrebato. «Me va a matar» indica que Nagore lo sabía y así lo comunicó a SOS Navarra con un hilo de voz. La muerte no fue causada entonces por una furia incontrolable fruto de intentar tranquilizar a una Nagore histérica, como afirma Yllanes entre sollozos quejumbrosos. La muerte de Nagore fue una muerte anunciada.
Resulta como mínimo «extraño» que el jurado popular descartase y pasase por alto una prueba forense determinante, pero tampoco ayudaron unos peritos que no fueron capaces de analizar una llamada telefónica con suficiente habilidad.
Aceptando la llamada de Nagore como prueba, la secuencia de los hechos sería la siguiente:
Yllanes la agrede sexualmente y Nagore se resiste. Intenta huir. Él la agarra y la golpea en el salón. La arrastra al dormitorio y sigue golpeándola. El psiquiatra pronto se da cuenta de que esa secuencia de acciones ha sido brutal: Nagore está semidesnuda, sin sentido, con la cara destrozada a golpes, la ropa interior hecha jirones. Si la deja salir de allí, lo denunciará. Se sienta a pensar, se refresca. ¿Qué he hecho? ¿Qué puedo hacer?
El teléfono suena, es la madre de Yllanes, preocupada por su tardanza. Nagore agarra el móvil y, ante la ausencia de su captor, es capaz de contestar la llamada. Cuando la madre cuelga, saca fuerzas de flaqueza y llama a SOS Navarra.
En ese momento, Yllanes la descubre. La golpea y rompe el teléfono, lleno de ira. Luego la arrastra al baño y allí la estrangula. Más de un minuto sobre ella presionando el cuello hasta acabar con su vida.
Es en ese momento cuando José Diego Yllanes «recupera la conciencia», despierta del trance y se da cuenta de que ha ocurrido algo horrible. Según él, descubrió lo que había ocurrido al ver el cuerpo de Nagore tendido en el suelo: «Cualquier tipo de emoción tan fuerte, como tener un cuerpo sin vida al lado, es un estímulo importante para activarle a uno el razonamiento». Según él, volvió en sí al descubrir una mujer muerta en el suelo del baño e inmediatamente se dio cuenta de que él era el causante de aquella aberración, pero todo lo que hace a continuación indica que esa «vuelta a la conciencia» nunca existió, porque él estaba consciente en todo momento de lo sucedido en su piso, desde el instante en que Nagore entró en él para protagonizar los últimos minutos de su vida. Su proceder es el necesario (aunque no perfecto) y lógico para evitar verse implicado en el hecho.
Yllanes tiene prisa. Aunque las llamadas de su madre y la de SOS Navarra hayan sido muy cortas, lo suficientemente cortas como para no poder localizarlas, se da cuenta de que sus padres pueden presentarse allí en cualquier momento. Coge el machete de la cocina y le corta el dedo índice para dificultar su identificación. Todo se llena de sangre. Se da cuenta de que no hay tiempo para descuartizar a Nagore en el baño. Es demasiado engorroso, sabe que la sangre se filtra en cualquier sitio y los de la policía científica pueden encontrarla con facilidad. Por no hablar de que con un pequeño machete de cortar carne no se puede descuartizar un cuerpo con rapidez.
Primero limpia la escena del crimen, y fundamentalmente el baño, con amoniaco y lejía. Luego piensa en un medio de transporte y en la manera de disimular un cuerpo para que parezca cualquier otra cosa. Necesita sacar «eso» de allí. Otra contradicción: primero afirma que al ver el cuerpo recuperó la conciencia, luego que no recuerda haber limpiado nada, sólo echar unos chorros de desinfectante.
El coche. Necesita un coche para transportar el cuerpo y sacarlo de ahí antes de que puedan llegar sus padres y descubrir todo el pastel. Su coche no está en el garaje. (No se sabe dónde está el vehículo de José Diego Yllanes).
Esconde el cuerpo de Nagore debajo de la cama por si alguien pudiese llegar al piso y se dirige a la Clínica Universitaria de Navarra, muy cerca de su residencia, para coger bolsas de plástico y contactar con su amigo y compañero de psiquiatría Guillermo Mayner. Guillermo Mayner tiene un cuatro por cuatro.33
«VERY BAD THINGS»
Son las 11 horas y 8 minutos del 7 de julio. Las cámaras de la Clínica Universitaria graban a José Diego Yllanes caminando sin vacilaciones, sin ademanes que muestren que esté ebrio, hacia la planta de psiquiatría. Allí consigue el teléfono de Guillermo y lo llama desde una cabina (el teléfono de Yllanes está roto, recordemos). Éste no contesta. Puede aprovechar este momento para volver al piso y envolver el cuerpo en bolsas negras de basura y cinta aislante y de embalar. También para distribuir ordenadamente todas las evidencias que encuentra por la casa e introducirlas en bolsas: las pertenencias de Nagore (incluido el dedo) en una bolsa; las botellas de coca-cola; los utensilios de cortar y la cinta aislante, los guantes de látex que se ha puesto para manejar las cosas…
Veinte minutos más tarde vuelve a llamar a Guillermo. Lo localiza gracias al busca y lo emplaza para quedar en el kebab que hay cerca del parque de Yamaguchi. Mayner llega en más o menos diez minutos con su vehículo. Yllanes, visiblemente nervioso, le confiesa que ha hecho algo horrible:
«¿Has visto Very bad things?», le pregunta.34 En esa película, dirigida por Peter Berg, un grupo que asiste a una despedida de soltero intenta esconder el cadáver de una prostituta muerta de forma accidental. Resulta curiosa la comparación cuando ni la muerte fue accidental ni Nagore era una prostituta. Pero Yllanes (según él, ebrio y trastornado) no tuvo ningún problema en sacar a colación una película para poner a su amigo en antecedentes de lo que había ocurrido e intentar que subiera al piso para ver el cuerpo. Mayner se niega y lo insta rápidamente a llamar a la policía y denunciar el hecho. Yllanes rompe a llorar. Su familia no podía pasar por eso. De ninguna manera.
«Si me delatas, subo al tercero y me tiro ahora mismo», dice José Diego, intentando chantajear emocionalmente a su amigo, que no cae en la trampa en ningún momento. La conversación en el kebab duró entre treinta y cuarenta minutos.
Mayner es tan caballeroso que jamás ha declarado que Yllanes le pidió directamente ayuda para transportar el cuerpo, sin embargo sí dijo lo que Yllanes afirmó cuando Mayner se negó en redondo a ayudarle y lo intentó convencer de que llamase a la policía: «Tenía que haber llamado a mi primo». Se había dado cuenta de que había cometido un gran error: Mayner no le iba a ayudar.
A Mayner lo llaman con el busca. Se tiene que ir. Antes de subir al coche, ve cómo a José Diego «se le cae el móvil» al suelo y se le rompe. El psiquiatra recoge su teléfono del suelo, lo reconstruye delante de su amigo y guarda la tarjeta sim. Mayner insistió en el juicio en el estado de José Diego en ese momento: no le pareció que estuviese ebrio, pero sí estaba muy nervioso, lloroso y angustiado.
Yllanes acude a casa de sus padres. Los tranquiliza. Coge el permiso de conducir y, subrepticiamente, las llaves del viejo Saab de su padre. Conduce hasta el garaje de su piso y estaciona al lado de la puerta. Sube hasta el piso. Termina de limpiar y ultima todos los detalles, intentando no dejar ningún cabo suelto. Luego baja el cuerpo de Nagore y lo mete en el maletero, y también las bolsas con las evidencias. En ese momento Guillermo Mayner ya ha consultado a su jefe de la clínica y ha denunciado a la policía los hechos que Yllanes le relató en el kebab.
Antes de partir hacia Erro con el cuerpo en el coche, llama a sus padres desde una cabina, probablemente para seguir justificando su ausencia. Pero se encuentra con que su padre ya sabe lo que hay, la policía local ha acudido a su domicilio para comprobar qué es lo que estaba pasando allí. El padre le conmina a entregarse inmediatamente, pero el homicida dice que no recuerda nada de lo que pasó y que se encuentra en el parque de la Taconera.
Entonces coge el coche y conduce hasta Erro, hasta el bosque de Olondriz, una zona a cuarenta kilómetros de Pamplona a la que se accede por una carretera bastante escarpada. Zona de buitres y alimañas. Yllanes la conoce porque sus padres tienen allí una vivienda. A las cinco de la tarde, un vecino reconoce a José Diego Yllanes al tener que apartar el tractor para que, dada la estrechez de la carretera, pudiera pasar el Saab blanco.
El cuerpo de Nagore Laffage fue encontrado sobre las seis y cuarto de la tarde del 7 de julio por una vecina que paseaba a los perros. Tenía la espalda descubierta, según Yllanes para que lo encontrasen pronto (en realidad, si hubiera querido que la encontrasen pronto no la hubiera llevado a un paraje remoto en medio de un monte). Las bolsas, mucho más escondidas entre zarzas, aparecieron a las cuatro de la tarde del día siguiente.
LA DETENCIÓN DE JOSÉ DIEGO YLLANES
El homicida dejó el cuerpo de Nagore sobre las seis de la tarde abandonado cerca de un camino, semioculto, y luego se adentró unos veinte metros entre los espinos y la maleza para esconder las cuatro bolsas incriminatorias. A partir de ahí se desconoce lo que hizo durante el tiempo que transcurrió entre el momento en el que deja el cuerpo en el monte y sus padres lo encuentran metido en la parte trasera del vehículo. Diecisiete horas después de los hechos, según el testimonio del padre en el juicio, lo encontraron en Sorogain. Estaba hipotérmico, tembloroso y totalmente fuera de sí en la parte trasera del coche. Gritaba que lo dejasen en paz, que ya lo habían visto y que se fuesen de allí, que se quería suicidar.
Conclusiones
La sentencia del caso Nagore dejó insatisfecha a la familia de la víctima, como es lógico. Ya no se trataba tanto de que el cargo de homicidio implicara una pena menor que la de asesinato (en verdad, la diferencia es de unos pocos años al apreciarse una agravante de «abuso de superioridad»), sino de la valoración moral del hecho. Hay una gran diferencia entre el ánimo del homicida y del asesino, y el abogado de la defensa consiguió hábilmente que el reproche moral del delito de Yllanes quedara aminorado con el veredicto de homicidio.
Sin embargo, la tesis que he defendido aquí es que en verdad la muerte de Nagore Laffage fue producto de un asesinato. De acuerdo con lo desarrollado en este capítulo, los argumentos para llegar a esta conclusión serían las siguientes:
En cuarto lugar, está la cuestión de la amnesia. La investigación forense señala que existe una evidencia importante en el sentido de que muchos de los delincuentes violentos que declaran amnesia están fingiendo. ¿Razones? Un acto que requiere una actividad enérgica y compleja es difícil de olvidar. Por otra parte, la mayoría de las víctimas o testigos de crímenes violentos «no refieren» la pérdida de memoria de los hechos esenciales. Un dato revelador: sólo el 2% de los 83 homicidas y violadores entrevistados en un estudio dijeron que los delincuentes de este tipo «nunca fingen» pérdida de memoria. Por otra parte, la pérdida de la memoria no suele darse de forma absoluta durante un período de tiempo, desde el tiempo 1 hasta el tiempo 2, como si fuera una cinta de audio de la que se ha borrado sólo una parte, sino que lo que suelen darse son fragmentos o retazos de memoria dentro de un período más o menos oscuro en los recuerdos. Sin embargo, Yllanes manifiesta no recordar nada desde el momento en que él se ofusca por las amenazas de ella hasta el momento en que se ve estrangulándola, o quizá cortándole el dedo, cuestión que no queda clara. Es decir, la paliza está en el limbo de la memoria.
Sin embargo, es justamente ese acto el que tendría que recordar más, porque es el que precisó de mayor activación emocional. Finalmente, mucho tiempo después de los hechos, cuando se realizó el juicio, Yllanes seguía sin recordar nada. Y justamente la investigación señala que lo normal es ir recordando con el paso del tiempo, si no toda la secuencia sí al menos porciones significativas; es decir, lo habitual es que se produzca un patrón de recuperación gradual de la memoria, primero los hechos más antiguos y luego los más recientes (la llamada «ley de Ribot»). Los amnésicos verdaderos «sienten» que podrían recordar más cosas si tuvieran el tiempo y las claves necesarias. Justamente Yllanes tuvo mucho tiempo, y con las declaraciones suyas y de los testigos, y con la reconstrucción de los hechos, también dispuso de muchas de las claves que le habrían ayudado a recordar. Sin embargo, Yllanes recordaba lo mismo el día del juicio que en el momento de cometer el crimen.
En suma, mi opinión es que el veredicto de homicidio debió ser de asesinato.
CUADRO 20. Peticiones de las acusaciones y la defensa en el juicio de José Diego Yllanes.
Las acusaciones
El Ministerio Fiscal calificó los actos como asesinato, solicitando para José Diego Yllanes una pena de diecisiete años y seis meses de prisión, con la concurrencia de la circunstancia atenuante de reparación del daño. La acusación particular, por su parte, solicitó veinte años de prisión por asesinato, quince años por homicidio y cinco meses por el delito de profanación de cadáveres. El Ayuntamiento de Irún calificó los hechos como constitutivos de delito de asesinato, solicitando por ello una pena de diecisiete años de cárcel y la prohibición de residir en Irún, domicilio de la familia de Nagore. El Instituto Navarro para la Igualdad calificó también los hechos acontecidos como constitutivos de un delito de asesinato y de profanación de cadáver, solicitando a su vez al acusado la pena de veinte años y cinco meses de cárcel. El Ayuntamiento de Pamplona solicitó para Yllanes veintidós años de prisión y accesorias y costas. Por último, las Juntas Generales de Guipuzkoa formularon escrito de acusación y peticiones en los mismos términos que la acusación particular.
La defensa
La defensa de José Diego Yllanes calificó los hechos como homicidio, considerando a su vez las circunstancias atenuantes de reparación, analógica de intoxicación, analógica de confesión y también la de arrebato u obcecación. Por todo ello pidió la imposición de siete años de cárcel.