Análisis lingüístico forense: el caso de Unabomber
Unabomber
Hay pocos casos criminales tan extraordinarios como el de Unabomber; primero, por su longevidad (que nos recuerda al «loco de las bombas»), y segundo, por el modo en que se resolvió, lo que iba a significar la mayoría de edad para el análisis lingüístico forense. Por desgracia, su influencia se ha extendido en el tiempo. El asesino Anders Brievik, del que se trata más adelante, en la segunda parte de este libro, es un ejemplo dolorosamente reciente.
James R. Fitzgerald, el agente del FBI destinado en la Unidad de Ciencias de la Conducta en Quantico, fue el responsable de realizar tal análisis. Hago aquí un resumen de su publicación de 2004, donde nos cuenta los pormenores de la investigación, junto con diversas informaciones de otros profesionales que intervinieron el caso.
SE PRESENTA UNABOMBER
La investigación comenzó el 25 de mayo de 1978 en la Universidad de Illinois, Chicago. Allí, en el aparcamiento, explotó la primera de las dieciséis bombas que Unabomber ofreció a los estadounidenses, e hirió a un vigilante de seguridad. La última explosión aconteció diecisiete años más tarde, en Sacramento, California, y costó la vida de un empresario de maderas. En total murieron tres personas, docenas resultaron heridas y mutiladas (algunas de modo casi letal) y toda la investigación supuso un dispendio de dinero y energía sin precedentes.
Lo extraordinario de Unabomber es que fueron sus propios escritos los que le llevaron hasta una celda para el resto de su vida, y esto fue una gran noticia, ya que sus bombas resultaban más letales a medida que pasaba el tiempo: estaban diseñadas para matar gente, no para destruir edificios. El nombre de Unabomber procedía de la asociación de las letras iniciales de sus primeras víctimas, las universidades y las líneas aéreas: «Un» (universities), «a» (airlines) y la palabra «bomber». Lo cierto es que el asesino quería asegurarse de que la policía reconociera sus artefactos, así que en casi todas las ocasiones las bombas llevaban escritas en una de sus partes metálicas las iniciales FC. En una de sus cartas dijo que esas letras significaban «Club de la libertad» (Freedom Club).
Unabomber colocaba las bombas en el lugar de explosión, o bien las enviaba por correo, pero después de 1987 ya todas fueron enviadas por correo. Iban generalmente envueltas en papel marrón, con muchos sellos, y diseñadas para explotar en la cara del destinatario. Sin embargo, en dos incidentes diferentes —separados por cinco años entre sí— el asesino empleó otro sistema: dentro del paquete, pero fuera de la caja, situó una hoja escrita a máquina para convencer al destinatario de que abriera la caja, momento en que la bomba explotaba.
Estas dos excepciones fueron importantes, porque resultaron ser las primeras muestras de la escritura y, por extensión, de la psicología del criminal. Por ejemplo, la segunda de ellas, enviada a un profesor de la Universidad de Michigan en 1985, decía que se trataba de «una versión inicial de mi tesis doctoral sobre historia de la ciencia». La explosión hirió gravemente a la secretaria del profesor. Esas cartas pasaron a ser conocidas por el equipo de investigación como «cartas trampa», pero los investigadores iban a tener que esperar otros ocho años para disponer de más textos escritos de Unabomber.
VICTIMOLOGÍA
Las primeras víctimas de Unabomber fueron profesores de universidad y ejecutivos de líneas aéreas, pero desde mediados de 1980 el rango de objetivos se amplió, y también fueron destinatarios de las bombas gente tan dispar como un publicista, un empleado de una tienda de informática, un genetista o diversos tipos de investigadores.
El FBI intentó encontrar un vínculo entre todas las víctimas, pero un cuestionario enviado a las víctimas supervivientes en el que constaban muchas variables de su vida personal y social no condujo a nada… salvo a un punto: todas ellas habían aparecido en el famoso libro de celebridades y personas relevantes Who is Who [Quién es quién] en una u otra edición. Pero la búsqueda en todas las librerías del país para determinar los compradores de esa obra (no es un libro que suela comprar mucha gente; la mayor parte de los clientes son instituciones) tampoco dio resultados positivos.
LA INVESTIGACIÓN
Después de un hiato de siete años (entre 1987 y 1993), Unabomber empezó a enviar bombas otra vez. Al principio se pensó que podía estar muerto o gravemente enfermo, o quizás preso por otros delitos, pero más tarde se supo que se asustó en 1987 y temió ser capturado [hubo un retrato robot (fig. 4) a partir de la descripción de un testigo].
En su regreso homicida un profesor de la Universidad de Yale perdió una mano al abrir el paquete. De pronto Unabomber empezó a escribir cartas en las que explicaba su ideología. Sus primeras tres cartas fueron remitidas al periódico más influyente de Estados Unidos, el New York Times (NYT). Ese mismo año el Departamento de justicia creó el Grupo Especial de Investigación del caso Unabomber (Unabomber Task Force), liderado por el FBI, con sede en San Francisco.
Durante el primer año de investigación del Grupo Especial se siguieron todas las pistas, e incluso se empleó un programa de ordenador donde, después de introducirse cualquier cosa relacionada con el caso, se vio con decepción que no surgía ninguna línea sólida que valiera la pena investigar. Se ofreció una recompensa de un millón de dólares a quien diera información que sirviera para la captura del asesino.
Y de pronto apareció lo que se llamó la «carta Nathan R». Fue algo realmente extraordinario: cuando el FBI analizó una de las cartas recibidas por el NYT se comprobó que en una de ellas existía un mensaje «invisible», identificado porque alguien había escrito algo encima de esa hoja y la presión de la hoja de arriba se había filtrado a la de abajo, que era una de las hojas usadas por Unabomber para escribir su carta al periódico. El texto decía: «Call Nathan R 7:00 PM» [Llama a Nathan R a las 7 de la tarde]. El FBI realizó una campaña masiva en todo el país para encontrar a «Nathan R», empezando por todas las personas llamadas Nathan y con un apellido que empezaba por R… ¡Qué decepción cuando se supo que ese texto lo había escrito un empleado del NYT que, debajo del papel en el que había anotado ese mensaje, tenía una de las hojas enviadas por Unabomber!
Ocurrieron dos incidentes más de envío de bombas, uno en 1994 y otro en 1995. En junio de 1995 se recibió en el NYT lo que a partir de ese momento iba a conocerse como el «Manifiesto».
LOS DOCUMENTOS DE UNABOMBER
A mediados de 1995 el FBI disponía de catorce documentos pertenecientes a Unabomber. El primero estaba fechado en 1980, y era una de las denominadas «carta-trampa». El número catorce era el Manifiesto recibido por el NYT, titulado: «Una sociedad industrial y su futuro». La tesis del Manifiesto se encontraba muy al comienzo del mismo. «La revolución industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la raza humana». El resto del documento abundaba en ese análisis, así como en las medidas que habría que tomar para enfrentarse a ese peligro.
Los otros doce documentos procedían de la otra carta-trampa, y de cartas de contenido ideológico y de extorsión. Las de contenido ideológico reflejaban su filosofía básica, a saber, que la tecnología era un peligro para la humanidad, y que la única solución era la vuelta a una sociedad agraria, donde la gente viviera en grupos de no más de treinta o cuarenta personas.
Las cartas de extorsión decían lo siguiente: Si el NYT (u otro periódico como el Washington Post, que era su segunda opción preferida) accedían a publicar el Manifiesto, dejaría de mandar bombas para matar a gente, aunque se reservaba el derecho de enviarlas con el propósito de cometer sabotaje. Otro documento amenazante fue enviado poco antes del Manifiesto al San Francisco Chronicle, y en él avisaba que iba a hacer explotar una bomba en un vuelo de Los Ángeles. Se adoptaron medidas de seguridad que en aquellos años eran excepcionales (y que por desgracia ahora, después del 11 - S, todos conocemos bien), pero nada se detectó. El propio Unabomber explicó posteriormente que era una amenaza falsa, que sólo quería que se tomaran en serio el Manifiesto que había llegado al NYT y otros periódicos y publicaciones —como Scientific American y Penthouse— poco después, y que también había sido un modo de «refrescar» al público americano el hecho de que él estaba ahí, a la expectativa, siempre amenazante, dada su «corta memoria».
Todos los documentos estaban escritos en una máquina fabricada en los años treinta, una Smith Corona. Las 56 páginas del Manifiesto estaban escritas mediante copias de papel carbón. Desde 1993 en adelante, todas las cartas estaban franqueadas por el servicio postal del norte de California, generalmente el área de San Francisco.
ANÁLISIS INICIAL
En 1995 Fitzgerald se desplazó desde Quantico a San Francisco con la misión de realizar un análisis lingüístico forense. Frente a él tenía una ingente tarea: revisar cerca de 40.000 palabras escritas a máquina en 70 páginas, en espacio sencillo. De ellas, 35.000 correspondían al famoso Manifiesto[6].
Fitzgerald se puso manos a la obra. Lo primero que había que hacer era mantener los originales indemnes, y para eso había que sacar copias en las cuales poder subrayar con colores diferentes distintos tipos de palabras y poder escribir las anotaciones pertinentes.
¿Qué debemos analizar en un documento para que nos diga algo del perfil de quien lo ha escrito? El estudio de este caso es importante porque nos revela cómo se llevó a cabo uno de los primeros esfuerzos importantes por aplicar la metodología del análisis lingüístico a una caso criminal relevante, y desde luego fue el primero en aplicarse a un caso de asesinato serial (hubo tres víctimas y muchos más heridos, por más que el método fuera peculiar).
Lo primero que consideró el investigador es el paso del tiempo, ya que las reglas de ortografía y gramática, aunque esencialmente no cambian, pueden haberlo hecho en algunos detalles en los cerca de casi veinte años en los que estuvo en activo Unabomber, de ahí que Fitzgerald consultara libros de referencia al respecto correspondientes a las décadas de 1970, 1980 y 1990.
Un segundo aspecto de análisis que consideró fue el empleo en ocasiones difícil o confuso de reglas ortográficas o gramaticales en las que el autor, no obstante, no había cometido error alguno. También se consideró la presencia de frases o palabras inusuales, y oraciones que pudieran tener un significado autobiográfico.
¿Qué obtuvo Fitzgerald del análisis del documento? El estilo era áspero y carente de todo humor. Los resultados principales fueron:
INFLUENCIAS EN LOS ESCRITOS DE UNABOMBER
Otro elemento importante del análisis lingüístico es averiguar los libros que se supone que inspiran al autor del texto examinado. Unabomber citaba cinco obras, entre las que se hallaban varios números de Scientific American y cuatro libros que a nosotros poco nos dicen pero cuyo contenido era filosófico o sociológico (títulos como El creyente auténtico, o Violencia en América: Perspectivas históricas y comparativas). El Grupo Especial aprendió que las ideas de Unabomber no eran muy originales, sino que muchas de ellas procedían de un libro de 1964 escrito por Jacques Ellul titulado La sociedad tecnológica, así como de la doctrina de una secta conocida como Los Luditas, que se oponían a la Revolución industrial de principios del siglo XIX en Inglaterra.
Pero tan importante como averiguar qué textos citaba Unabomber era descubrir cuáles no citaba o, más en detalle, qué productos culturales estaban ausentes. Pronto fue obvio que el asesino no hacía jamás referencia a ninguna película o programa de televisión o de radio, ni siquiera a noticias de periódicos. Se pensó entonces que o bien no tenía acceso a esas fuentes (cosa que resultó correcta al fin) o bien las rechazaba y no las empleaba en modo alguno.
Al cabo del tiempo Fitzgerald hizo un descubrimiento, que en principio lo calificó de error cometido por el autor del Manifiesto. Así, Unabomber escribió esto: «Por lo que respecta a las consecuencias negativas de eliminar la sociedad industrial, bien, uno no puede comerse la tarta y tenerla también». Fitzgerald razonó que se trataba de una desviación del modo en que la gente normalmente dice la última frase, que es: «Uno no puede tener la tarta y comerla también», y pensó que tal error podría luego tener un gran valor probatorio, si fuera necesario demostrar que ese texto había sido escrito por el autor de las muertes.
CARTAS Y DOCUMENTOS FAMILIARES
Todo empezó a acelerarse en 1996. El investigador recibió un documento, enviado por su equipo, perteneciente a un tal David Kaczynski. Era de 1970, tenía 23 páginas escritas a doble espacio y comenzaba así: «En estas páginas se mantiene que el progreso continuado y científico inevitablemente llevará a la extinción de la libertad individual». Según David Kaczynski, esa carta pertenecía a su hermano, Ted Kaczynski, y la remitió al FBI porque su mujer pensó en su cuñado cuando leyó el Manifiesto en el NYT. Dicha carta había sido enviada (se entiende que copias de ellas, puesto que el original estaba en manos de la familia) a varios políticos del país. Como quiera que tanto el hermano como la madre de Ted Kaczynski estuvieran dispuestos a colaborar, pronto el Grupo Especial estuvo en posesión de numerosas cartas que Ted les había enviado al cabo de los años, así como de otros documentos. Explicaron que Ted era una persona muy culta y que vivía aislado del mundo en una cabaña en las montañas, en Lincoln, Montana.
En un principio David no estaba convencido de que Ted era Unabomber, pero cuando leyó en el Manifiesto la expresión «lógicos de cabeza fría» recordó que era algo que su hermano solía decir.
PROYECTO DE ANÁLISIS COMPARATIVO
El Grupo Especial del FBI pensaba que Ted Kaczynski era Unabomber, pero tenía que estar seguro, y en esos momentos el único medio que tenía de asegurarse era estudiar con mucho detenimiento el Manifiesto y los otros documentos y compararlos con las cartas y otros documentos familiares, que en esos momentos sumaban 69. Era una tarea muy delicada, porque no se trataba únicamente de que el FBI alcanzara tal convicción, sino de conseguir una meta bien concreta: si el juez tenía que autorizar el registro domiciliario de Ted Kaczynski, él tenía que decidir que, en efecto, los resultados del análisis lingüístico forense suponían un indicio relevante de que Ted Kaczynski era Unabomber, y por ello era permisible que la policía registrara su domicilio.
Fitzgerald empezó a realizar ese análisis. Los documentos familiares escritos por Ted Kaczynski incluían aspectos emocionales, pero también buenas dosis de resentimiento por los —según él— supuestos errores que su familia había cometido en su persona. Otros tópicos incluían peticiones de dinero, historias cortas originales y fórmulas matemáticas. Pero lo más importante es que muchas de las cartas, particularmente las enviadas a su hermano David, mostraban una clara obsesión con asuntos como la libertad, la sociedad y la tecnología, todos ellos elementos centrales en el Manifiesto.
Hasta doce personas asistieron a Fitzgerald en el proyecto de análisis comparativo, centrándose en examinar los documentos familiares en una serie de puntos: tópicos tratados, palabras, frases, referencias literarias, nombres, etc., con el propósito de compararlos con los que aparecían en los documentos de Unabomber, principalmente el Manifiesto. Con objeto de asegurar la fiabilidad del análisis, cuando éste hubo terminado, una muestra de los documentos fue analizada de nuevo por otros investigadores, para ver si los resultados en el examen de los documentos coincidían.
Los resultados mostraron una gran coincidencia entre esos puntos analizados (palabras, frases, etc.) tal y como aparecían en los documentos de Unabomber y en los documentos familiares. Ahora bien, ¿cómo presentarlos de modo tal que esa semejanza se pudiera ver gráficamente?
Fitzgerald y su equipo realizaron una tarea realmente pesada: cada palabra relevante, frase, tópico, etc., que coincidían en ambos documentos estaban acompañados de toda la información necesaria para ubicarlos en los diferentes documentos, del modo en que se muestra en el cuadro 19.
CUADRO 19. Ejemplo del análisis comparativo seguido en el caso Unabomber.
Análisis comparativo: términos | Documentos Unabomber | Documentos familiares |
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Tecnología |
p. 3, 7, 8 (siguen otras muchas) p. 3, linea7: «la tecnología tiene el poder de destruir el alma de la libertad…» |
p. 9, 26, 32 (siguen otras muchas) p. 9, linea12: «Pedimos a la tecnología que nos haga felices, pero sólo destruye al hombre…» |
Sin embargo, un elemento que resultó esencial en todo ese análisis comparativo fue el hallazgo, en uno de los documentos familiares (una carta de Ted enviada a un periódico al principio de los años setenta), de la siguiente expresión: «Estaremos sacrificando algunos de los beneficios materiales de la tecnología, pero no hay otro modo de proceder. No podemos comer la tarta y tenerla también».
Fitzgerald cuenta que al leer ese texto recordó que había leído algo parecido años antes. Y buscando en sus notas encontró que él había apuntado esa estructura como uno de los pocos errores cometidos por Unabomber. ¡Aquí estaba de nuevo el mismo error! Con el tiempo el investigador supo que esa forma de hablar era la más correcta, pero eso no cambiaba las cosas: en Estados Unidos la gente normalmente empleaba la otra expresión ya reseñada antes. Si Ted Kaczynski no era Unabomber, se trataba de una coincidencia extraordinaria.
ARRESTO Y JUICIO DE UNABOMBER
El resto ya es historia. La cadena de televisión CBS averiguó que el FBI estaba detrás de Ted Kaczynski (fig. 5), pero ante los ruegos de los agentes decidió demorar la noticia hasta que los policías llegaran a Montana y registraran la cabaña, puesto que el juez finalmente concedió esa orden de registro tras examinar el documento comparativo que, con una extensión de 50 páginas, contenía numerosas coincidencias entre los documentos de Unabomber y los proporcionados por la familia. Algo importante es que el análisis comparativo no incluía juicio alguno del examen forense: era el juez el que, por su propio juicio, tenía que comparar ambas columnas (como las mostradas en el cuadro 19) y llegar a la conclusión de si había base suficiente como para que la policía traspasara el umbral de la casa de Ted Kaczynski.
La policía halló numerosos elementos incriminatorios en la cabaña de Unabomber, incluyendo mecanismos para construir bombas y versiones manuscritas del Manifiesto.
Durante el juicio, el equipo de la defensa de Ted Kaczynski trató de desacreditar el examen lingüístico forense realizado por el FBI, pero las casi setecientas comparaciones que constaban en él dejaban claro que, ateniéndose a la globalidad de los hallazgos, no cabía duda de que Ted Kaczynski había escrito el Manifiesto. Eso se puso claramente de relieve en la declaración del experto que, a solicitud de la acusación, realizó un informe de los documentos originales y del análisis comparativo realizado. En sus propias palabras:
En un estudio que he realizado mediante ordenador, que se extiende a miles de escritores, cientos de miles de textos y millones de palabras, no he encontrado ningún autor cuya obra se asemeje más a los escritos de Unabomber que los textos de Ted Kaczynski. He encontrado en los textos de ambos (Unabomber y Ted Kaczynski) los mismos hábitos lingüísticos, los mismos patrones de dicción, fraseo, ortografía, accidentes gramaticales y sintaxis, incluso he hallado una misma distribución de la puntuación. He hallado en esos documentos la misma ideología anarquista y neoludita, y una similar referencia o alusión a muchas de las mismas fuentes secundarias.
Unabomber fue condenado a cadena perpetua, y está en una prisión de máxima seguridad en Florence, Colorado.
¿Por qué envió esas bombas Ted Kaczynski? ¿Por qué eligió a ciertas víctimas? Prefiero citar textualmente las impresiones del agente que estuvo persiguiéndole durante muchos años, el propio Fitzgerald:
[Las razones] habría que buscarlas en su estructura psicológica conflictiva, aunque eran en realidad bastante básicas, como se pudo averiguar una vez que obtuvimos los documentos personales que guardaba en la cabaña.
En primer lugar, Kaczynski estaba muy frustrado por el hecho de que nunca había tenido una relación satisfactoria con una mujer […] [algo que] él relacionaba con su deseo de querer matar a gente. También era consciente de los muchos déficits de su personalidad. Sabía, eso sí, que era un tipo brillante, pero también que sus habilidades sociales eran muy limitadas. Ésa es la razón por la que eligió vivir aislado del mundo, en una remota cabaña perdida en los bosques de Montana.
[…] Kaczynski eligió víctimas simbólicas o representativas, es decir, objetivos no directamente asociados con él pero que representaban un asunto que para él, de algún modo, era problemático. Así, envió bombas a profesores y universitarios porque durante el tiempo en que estuvo de profesor de matemáticas en la Universidad de Berkeley no tuvo ningún éxito. Si bien era un matemático competente, no se relacionaba bien ni con sus colegas ni con sus estudiantes, así que años después intentó matar a gente similar.
La industria informática representaba uno de los avances de la tecnología que tanto odiaba Kaczynski. Un ordenador puede calcular en segundos los complejos cálculos matemáticos que a él le llevaba horas, si no días, resolver. Esto explica algunos de sus primeros atentados. Del mismo modo, dos veces al día Kaczynski tenía que soportar el ruido de los vuelos comerciales que pasaban por encima del espacio aéreo de su cabaña […], lo que le molestaba profundamente, de tal modo que en los primeros años de la década de 1980 él envió varias bombas a diversas compañías vinculadas con la aviación comercial. Por otra parte, el empresario de la madera fue asesinado porque un aserradero se instaló aproximadamente a 800 metros de su cabaña. El ruido le molestaba sobremanera, y decidió vengarse con alguien que estaba a más de mil millas de donde él residía, seleccionado al azar entre gente de este sector. Otras víctimas fueron elegidas por razones parecidas.
Luces y sombras del análisis lingüístico forense
Hemos visto el éxito del análisis lingüístico forense en la determinación de la identidad de Unabomber, lo que finalmente propició su captura. El propósito de esta disciplina es determinar si dos textos pueden ser atribuidos a una misma persona, lo que puede resultar de suma importancia en casos donde se requiera, por ejemplo, dilucidar si una nota de suicidio fue realmente escrita por el fallecido, o si una nota de confesión fue escrita al dictado de alguien o bien por propia iniciativa de la persona que confiesa (este examen no compara la caligrafía, como realiza el examen grafológico, por lo que es relevante cuando dicho examen no es posible). También, como es el caso de Unabomber, puede emplearse para determinar la autoría de un documento de extorsión o chantaje al compararlo con otros documentos del supuesto extorsionador.
La idea central que subyace al análisis lingüístico forense fue establecida modernamente por McMenamin del siguiente modo:
En primer lugar, los patrones lingüísticos específicos de un autor están presentes en la combinación única que representa el estilo de cada escritor. En segundo lugar, esos patrones subyacentes con frecuencia pueden describirse claramente mediante el análisis lingüístico detallado, logrando así que la identificación del autor sea posible.
Por desgracia, no parece que las cosas sean tan diáfanas. Vamos a repasar los límites y posibilidades de esta técnica siguiendo un trabajo del prestigioso lingüista forense John Aked y sus colaboradores.
Estos autores nos recuerdan que ya la crítica y la historia literarias han tenido muchas dificultades y debates a la hora de decidir si determinados textos habían sido escritos o no por autores tan renombrados como Shakespeare, Alejandro Dumas o Lope de Vega. Ahora bien, a diferencia de los estudios literarios, donde resulta permisible una perspectiva intuitiva, basada en la credibilidad y el mayor o menor consenso de los especialistas, en el ámbito forense —de donde se derivan efectos tan importantes para la vida de las personas— es necesario disponer de métodos fiables y válidos para determinar la autoría de los documentos.
La fiabilidad y la validez son criterios esenciales de la ciencia. En síntesis, aplicando estos elementos a la lingüística forense, ello exige que, sea cual sea la metodología usada para determinar la autoría, ésta:
Si creemos lo declarado anteriormente por McMenamin, deberíamos tener a nuestra disposición determinados indicadores o índices del estilo de cada autor que, cotejados con un texto cualquiera, nos permitiría saber si dicho texto pertenece o no al mencionado autor. Por ejemplo, podríamos identificar características extrañas, muy peculiares en un escritor (el uso de muchos subrayados, neologismos extraños o palabras muy raras) y considerar que tales elementos sirven para definir claramente los textos que él escribe. Sin embargo, eso sería cierto si se dieran dos condiciones. En primer lugar tendríamos que tener textos abundantes del autor para determinar cuál es la frecuencia de empleo de tales características, ya que podría ocurrir que éstas obedecieran a una motivación particular que impulsara un escrito determinado y no representara el tono o sentido general del resto de sus escritos. Y en segundo lugar, que supiéramos cuál es la frecuencia con la que tales rasgos de escritura son empleados por la población a la que pertenece el autor en cuestión.
En la práctica todo se concreta en nuestra capacidad de definir dos tipos de índices: unos son estables, otros son discriminatorios. Los índices estables son aquellos que sirven para singularizar a un autor. Por ejemplo, podríamos decir que en Alejandro Dumas un párrafo aproximadamente tiene una longitud entre 25 y 40 palabras. Esto sería un rasgo estable de su estilo, que sería un índice discriminativo si sirviera para diferenciarlo de otros autores que, en promedio, escriben párrafos con menos o más palabras.
Por supuesto, éste no es más que uno de los muchos indicadores susceptibles de convertirse en índices, la mayoría de los cuales se incluyen en tipos de oraciones empleadas (simples, complejas; cortas, largas) y en tipos de palabras usadas (presencia de verbos, forma pasiva; presencia de sustantivos, adjetivos, pronombres, etc.).
Por desgracia, según la obra que estamos revisando de Aked y su grupo de investigación, ninguno de estos índices o técnicas ha demostrado tener la suficiente fiabilidad y validez para considerarlos como «seguros» en la determinación de la autoría de un texto. Pero no cabe duda de que el método complejo empleado en el caso de Unabomber adquirió una gran certeza, y ello nos lleva a la conclusión de que en determinados casos se puede llegar a una gran precisión en el examen lingüístico forense.
Conclusiones
Una de las razones por las que el análisis de lingüística forense del caso Unabomber fue un éxito se debe a la gran cantidad de documentos que se poseía. Esto es algo realmente inusual. Piénsese cuán diferente es decidir, por ejemplo, si una carta de veinte líneas es obra del supuesto suicida cuando quizás sólo podamos compararla con el contenido escrito en un par o tres de tarjetas postales o en cuatro o cinco correos electrónicos conservados.
Con el Manifiesto teníamos 35.000 palabras (además de otras cartas) que pudieron ser escrutadas, analizadas y comparadas con más de cien documentos personales que la familia de Ted Kaczynski había proporcionado al FBI. Esa comparación pudo realizarse tanto en el plano de la forma de las palabras empleadas, como en los temas o discursos expresados. En ambos ámbitos los resultados fueron muy reveladores: el uso de expresiones peculiares («lógicos de cabeza fría», la frase hecha acerca de la tarta) y de tesis recurrentes sobre la perversidad de la tecnología en la sociedad actual no dejaban duda alguna. Pero es que, además, el experto que testificó para la acusación se tomó la molestia de comparar los textos de Unabomber con cientos de miles de obras para comprobar hasta qué punto determinados indicadores empleados para el análisis (uso de ciertas palabras, por ejemplo) podrían aparecer en otros escritores en el mismo grado que se parecían el Manifiesto (Unabomber) y los documentos de Ted Kaczynski proporcionados por la familia. La respuesta fue clara: «Nadie escribía tan parecido a Unabomber como Ted Kaczynski».
En el fondo, las dificultades de la lingüística forense no son diferentes a las que experimenta el ámbito del profiling en general. No podemos llegar hasta el punto de decir que los criterios de análisis que empleamos —ya sea para determinar la firma de un criminal, o para ubicar su residencia— sean fiables y válidos como lo exige el criterio científico más riguroso. Es más una cuestión de probabilidad. Si nuestro trabajo sirve para ayudar a determinar un menor número de sospechosos a los que investigar, o para sumarse a otros indicios para facilitar la determinación de la autoría de un hecho, hemos de sentirnos satisfechos. Nos basta con ser útiles. Y a este respecto la lingüística forense puede ser una herramienta valiosa.