El profiling aplicado a los incendios intencionados
El fuego ejerce una especial fascinación sobre la psicología del ser humano. Tanto en el folklore de los pueblos como en múltiples formas de entretenimiento vemos el empleo del fuego como testimonio de esa atracción. Se ha observado que los niños en general, ya a partir de los tres años de edad, manifiestan un gran interés por este elemento. Pero por desgracia, para ciertos jóvenes y adultos esa tendencia natural se convierte en un impulso de destrucción.
Nos centramos ahora en personas que se dedican a prender fuego de forma no accidental, con frecuencia repitiendo numerosas veces la acción. En esta definición se incluye cualquier motivación para producir el incendio, ya sean actos de venganza o por motivos económicos, además de la patología conocida como piromanía, y se excluye el fuego accidental. Téngase presente que el Manual estadístico y descriptivo de los trastornos mentales, versión IV (DSMIV), define a los pirómanos en atención a la satisfacción emocional que comporta, y por ello el diagnóstico excluye cualquier otra motivación de tipo económico, por venganza, provocado para encubrir otro crimen, producto de una idea delirante o una alucinación, o como resultado de una alteración en el juicio debido a condiciones como demencia, retraso mental o intoxicación por sustancias. Por consiguiente, no es correcto denominar a toda persona que ocasiona incendios en más de una ocasión como pirómano, ya que tienen que darse estos aspectos en la psicología del sujeto, según el DSM-IV:
Por consiguiente, emplearemos aquí el término «incendiario» para referirnos al responsable de la provocación de fuegos, y sólo haremos mención al concepto de «pirómano» cuando queramos referirnos expresamente a los sujetos que tienen este diagnóstico psiquiátrico.
En todo caso, antes de seguir adelante hemos de preguntarnos por la posibilidad de elaborar un perfil del incendiario. ¿Es posible aplicar los conocimientos revisados de la escena del crimen a los incendios? Parece difícil, en efecto, si pensamos que, por ejemplo, aquí no se mata a nadie (directamente al menos), no hay manipulación del cuerpo ni selección previa de la víctima… Pero la respuesta es que sí es posible, aunque la investigación, si la comparamos con la que existe acerca de los delitos violentos, sea ciertamente escasa. Para entenderlo volvamos al concepto de modus operandi y firma, los puntos más esenciales del profiling.
Recordaremos de capítulos anteriores la idea esencial de ambos conceptos, merced a un ejemplo que nos proporciona el famoso profiler del FBI John Douglas. Así, imaginemos que un violador entra en un apartamento y encuentra a una chica y a su novio. Para cometer el delito ha de neutralizar la amenaza que para sus propósitos y seguridad representa éste. Si lo apunta con una pistola y lo encierra en el baño, el novio ya no interferirá. Esto es una conducta de modus operandi (necesaria para cometer la violación de la chica). Pero si en vez de esto ata al hombre y le obliga a ver la violación de su novia, entonces esto satisface una necesidad del violador (humillación y dominación de ambos), y es sin duda parte de la firma.
La cuestión es que delincuentes como los incendiarios también dejan rastros del modus operandi y la firma, al menos en algunas ocasiones: el modo en que se inicia el fuego es parte del modus operandi del incendiario, ya que tal acción es necesaria para quemar el edificio, el bosque o lo que sea. No obstante, puede que las llamas no sean su principal objetivo, si el incendio pretende encubrir otro crimen. En tal caso esto también sería parte del modus operandi, ya que el fuego pretende asegurar el resultado de ese otro crimen, y ello entra en la categoría del modus operandi.
La firma, por el contrario, se relaciona con «por qué» el sujeto prende fuego, cuando no parece que exista una razón lógica que lo explique. El tipo de edificio seleccionado (u otro lugar), por ejemplo, puede formar parte de la firma del incendiario (esto sería análogo al tipo de víctima elegida en los casos de violaciones u homicidios). Otras conductas que se dieran a modo de rituales en la ejecución del delito también entrarían en el concepto de la firma. Así, algunos sujetos cometen en los alrededores actos de vandalismo (como cuando el fuego es un acto de diversión favorecido o instado por bandas juveniles); otros toman fotos o filman en la escena del crimen.
Lo anterior significa que la firma será particularmente visible cuando existan profundas necesidades psicológicas que satisfacer, esto es, en el caso de los pirómanos y de los que provocan los fuegos por motivos recreacionales o lúdicos, sin sentir necesariamente la compulsión de incendiar para obtener alivio y placer, que es la definición de la piromanía.
Perfiles de incendiarios
Probablemente la tipología más útil sobre los incendiarios la ha realizado Richard N. Kocsis, autor e investigador relevante en el estudio del profiling que ha desempeñado diferentes actividades para la Criminal Profiling Research (CPR) Unit [Unidad de investigación para el profiling en casos criminales] y el Departamento de Policía de Nueva Gales del Sur (Australia). Kocsis nos advierte, no obstante, que los tipos en este delito son más precarios que en otros, debido a que la tasa de resolución de casos es notablemente inferior a, por ejemplo, los delitos sexuales o asesinatos, lo que dificulta examinar el suficiente número de convictos para derivar perfiles sólidos en los diferentes tipos.
Por otra parte, el FBI ha contribuido a la investigación y bibliografía sobre el profiling de los incendios provocados mediante un apartado del libro Crime Classification Manual. Como sabemos, este libro es una especie de guía para clasificar los diferentes tipos de crímenes. En esta obra los datos que aparecen se basan en una investigación realizada sobre todo por David J. Icove, perteneciente a la Unidad de Ciencias de la Conducta del FBI de Quantico. Icove y Jim Estepp —responsable de un departamento de bomberos— entrevistaron a 1.016 incendiarios jóvenes y adultos. No obstante, dado que esa investigación está fechada en 1987, es posible que haya habido variaciones sustanciales en estos veinticinco años transcurridos. Los diferentes tipos de incendiarios que se presentan a continuación se basan en el trabajo de Kocsis y en el citado del FBI.
POR BENEFICIO O LUCRO
El motivo aquí es un beneficio económico. Y tal deseo de ganancia provee al investigador generalmente de una relación directa o indirecta con el responsable del incendio. ¿Por qué? Un hecho distintivo de este delito es que el delincuente es también una seudovíctima y tiene un determinado interés en la propiedad destruida. El ejemplo típico es el del dueño de un negocio que, harto ya de tener pérdidas, decide quemarlo para cobrar el dinero de la póliza de seguros.
Ahora bien, esta categoría no sólo incluye el deseo de cobrar un seguro. Hay otras razones, como quemar la propiedad para superar restricciones impuestas por las autoridades de medio ambiente o patrimonio (caso de edificios protegidos), o provocar el incendio de la vivienda para exigir a las autoridades una reubicación en mejores condiciones (en las sociedades donde dispongan de tal servicio).
Un ejemplo de vínculo indirecto es el siguiente: un propietario de un negocio prende fuego al local de otro que le hace la competencia. Aquí el interés es indirecto, en el sentido de que el beneficio se obtiene por la retirada forzada del competidor en el negocio, no por el beneficio directo que se deriva de la quema del local. Hay otros escenarios, sin embargo, para este beneficio indirecto. He aquí otras posibilidades:
El FBI señala que la mayoría de este tipo de incendiarios son adultos, pero puede que intervengan jóvenes si son pagados para realizar el incendio. Se suele actuar en compañía de un cómplice, a altas horas de la noche o de la madrugada. El delito está planeado de antemano, y generalmente se emplea un acelerante o un explosivo para iniciar el fuego. Los ataques están fuera del radio de los dos kilómetros del domicilio del incendiario.
POR ANIMOSIDAD O VENGANZA
Hay muchas posibilidades para mostrar resentimiento o ánimo de venganza, y el fuego intencionado es una de ellas, y no de las menos habituales. Un incendio provocado evita la confrontación física, y con ello la posibilidad de que el ofensor resulte dañado o haya de temer una agresión posterior (aunque esto no siempre es seguro, si la persona afectada por el incendio concluye quién es el incendiario).
Son muchos los motivos que pueden suscitar un incendio por animosidad: vengarse de los padres de la novia, que no lo aprueban como yerno; de la nueva pareja de quien era nuestra mujer; agravios pendientes entre conocidos o vecinos, etc. Obsérvese que no siempre se trata de actos de venganza que relacionan directamente a un ofensor con la víctima, pues a veces no existe un vínculo entre la propiedad quemada y el ofensor. Sería el caso de lo que conocemos como agresión desplazada: así, alguien resentido con su jefe puede quemar una propiedad pública para ventilar sus emociones de ira y resentimiento.
Uno de los casos más espectaculares que recuerdo de incendio provocado por esta causa ocurrió en 1998 en Cataluña. Nada menos que 27.000 hectáreas fueron calcinadas por el deseo de venganza. Aquí está la noticia que en su día publicó el periódico El Mundo.
Dos jóvenes incendiaron las 27.000 hectáreas en Cataluña por «venganza»
Pretendían que el fuego afectara al restaurante del padre de una ex novia
JORGE FERNÁNDEZ
BARCELONA. —La tormenta política y social que se desencadenó tras el segundo incendio más grande del siglo en Cataluña ha dado un vuelco. La Guardia Civil detuvo el jueves a dos jóvenes que reconocieron ser los responsables de al menos diez de los focos que originaron los incendios que arrasaron el corazón de la región.
Los incendios fueron provocados porque uno de los detenidos, Josep Maria Fernández Barons, de 23 años, pretendía vengarse del padre de su novia, propietario de un restaurante en Castellar de N’Hug, que no aprobaba la relación de su hija e hizo que terminara. El otro detenido, Josep Maria Puig Oviedo, de 24 años, provocó los incendios por ser amigo del primero. Uno de ellos tenía antecedentes por robo y violación.
La titular del Juzgado de Instrucción número 2 de Berga, Susana Álvarez, decretó anoche prisión incondicional sin fianza para los dos detenidos como presuntos autores de los incendios que asolaron las comarcas del Bages y el Solsonés, según Europa Press.
Los dos jóvenes, vecinos de Puig-Reig, pasaron ayer a disposición judicial después de que fueran detenidos por la Guardia Civil. Tras haberse declarado culpables, serán acusados de delitos de incendios forestales con la agravante de haber provocado un peligro para la integridad física de las personas.
Los trabajos de unos 60 especialistas de unidades de la Policía Judicial de la Guardia Civil y más de 500 efectivos, entre unidades rurales y de tráfico, han servido para esclarecer los incendios que asolaron entre el 18 y el 23 de julio 27.000 hectáreas de bosques y cultivos.
Además de las evacuaciones de zonas habitadas y de la muerte de un ciudadano de Freixenet (Solsonés) a causa de un infarto cuando veía cómo ardían parte de sus pertenencias, dos bomberos de la Generalitat resultaron muertos en un accidente de helicóptero cuando se dirigían a inspeccionar una columna de humo.
La delegada del Gobierno en Cataluña, Julia García Valdecasas, destacó ayer la colaboración ciudadana, «decisiva» para localizar a los pirómanos. Las líneas de investigación coincidieron en identificar un vehículo sospechoso de color gris, marca Peugeot 205, que finalmente y, tras un intenso rastreo, la Guardia Civil localizó en un pequeño pueblo del Berguedá.
Hasta 20 años de prisión
Julia García Valdecasas, delegada del Gobierno en Cataluña, avanzó ayer las penas a las que pueden enfrentarse los dos presuntos incendiarios del Bages y el Solsonés.
García Valdecasas afirmó que «pese a que las condenas no nos toca dictarlas a nosotros, la pena por provocar incendios puede llevarles a prisión de uno a cinco años y si los fuegos ponen en peligro a las personas, la condena puede ser de diez a veinte años».
El nuevo Código Penal, según el artículo 353.1, establece que las penas por delitos de incendios forestales se interpondrán en su mitad superior [de 10 a 20 años] «cuando el incendio alcance especial gravedad, atendida la concurrencia de alguna de las circunstancias siguientes: “Que afecte a una superficie de considerable importancia, que se deriven grandes o graves efectos erosivos en los suelos, que altere significativamente las condiciones de vida animal o vegetal o que afecte a algún espacio natural protegido”».
El incendio del Bages y el Solsonés quemó dos zonas que están incluidas en el Plan de Espacios de Interés Natural (PEIN), la sierra de Castelltallat y El Miracle, por lo que además de cumplir los dos primeros supuestos que prevé la ley, se cumple el tercero. Los autores, por tanto, podrían ser condenados a la pena máxima que establece el Código Civil.
El Mundo, 1 de agosto de 1998.
Según las investigaciones del FBI, los autores de estos incendios son varones adultos que no suelen vivir con sus padres. Ahora bien, cerca de un tercio de los autores (el 28%) son mujeres. Estos incendios suelen ser premeditados y estar planeados con cuidado, y sus objetivos son mayoritariamente apartamentos y casas. Un hecho muy significativo es que la casi totalidad de estos incendios (el 91%) se cometen en los fines de semana, empleando materiales disponibles en la escena del crimen y ocasionalmente utilizando acelerantes. Muchos de los autores habían consumido alcohol o drogas, y no esperaron a ver crecer el fuego: en cuanto éste prendía se daban a la fuga.
POR VANDALISMO
El vandalismo supone la destrucción maliciosa de una propiedad pública, y se trata, como todos sabemos, de una conducta característica de la delincuencia juvenil, que en ocasiones adopta la modalidad del incendio provocado.
¿Cuál es la razón de un acto así? ¡Quién sabe! Quizás ritos de iniciación para formar parte de una banda, otras veces puro aburrimiento que es combatido mediante la realización de «algo emocionante»… (y en tal caso podrían solaparse con la categoría siguiente, «Excitación»). En mi ciudad (Valencia), desde hace años son habituales los incendios provocados de vehículos estacionados durante la noche en la vía pública. La imagen de la figura 3 refleja uno de los hechos más espectaculares de los últimos años: en 2003 los incendiarios prendieron fuego a un depósito municipal de coches siniestrados y retirados del barrio valenciano de Patraix. El incendio afectó a una superficie de 2.000 metros cuadrados del depósito municipal de vehículos.
El FBI apunta que, en general, los autores de esos incendios son jóvenes que viven en hogares de clase baja y medio-baja, en compañía de sus padres, que actúan de un modo burdo, con productos encontrados cerca de la escena del crimen, sobre todo en los fines de semana. Estos jóvenes actúan en grupo, y en un porcentaje significativo (40%) permanecen cerca del sitio incendiado para observar su progreso, y cometen los incendios en un radio de aproximadamente dos kilómetros en torno a sus domicilios. Aproximadamente un tercio de los jóvenes tienen antecedentes policiales. Según el FBI, cuando cometen los delitos no es habitual que estén consumiendo drogas o alcohol.
EXCITACIÓN
En esta categoría Douglas y sus colaboradores ubican a los jóvenes que incendian por la excitación que tal acto les produce (estimulación psicológica). Con mucha frecuencia nos hallamos ante jóvenes que presentan deseos fetichistas, delirios psicóticos o trastornos de personalidad, generalmente de tipo histriónico (véase más adelante la psicopatología de los incendiarios). Algunas de sus acciones son semejantes a las del grupo de jóvenes que incendian por vandalismo: los dos kilómetros como perímetro en torno a sus domicilios donde cometer el delito, el uso de materiales disponibles en las cercanías del lugar del incendio, la ausencia de intoxicación por ingesta de alcohol o drogas en el momento de la acción, la presencia de antecedentes policiales y la tendencia a estar cerca del fuego para contemplarlo. Pero difieren en que socialmente están más aislados, sin empleo y por actuar sin el apoyo de un grupo (esto es lo que opinan Icove y Estepp, si bien John Douglas cree que tales delincuentes van frecuentemente acompañados, aunque no necesariamente en un grupo).
PARA OCULTAR UN CRIMEN
El motivo aquí es ocultar un crimen o, más exactamente, destrozar la evidencia que revele que se ha cometido ese crimen, o al menos la evidencia que pueda servir para señalar al autor de los hechos. Es decir, aquí el incendio es algo secundario, un medio para perseguir una meta prioritaria (generalmente matar a alguien).
Un ejemplo de esta categoría lo tenemos en el siguiente caso real, acaecido en septiembre de 2008.
Esclarecido el asesinato de un vecino de Lasarte-Oria el pasado mes de agosto
/noticias.info/ Un joven de veinticinco años vecino de Donostia ha ingresado en prisión acusado de ser el autor material del asesinato de un vecino de Lasarte-Oria, hecho que tuvo lugar el pasado 16 de agosto en dicha localidad guipuzcoana. Un exiguo botín de 40 euros fue el único fruto de un robo que incluyó un delito de asesinato, además del incendio de la vivienda de la víctima, para tratar de ocultar el crimen.
Una ardua labor de investigación llevada a cabo por agentes de la comisaría de la Ertzaintza de Hernani, apoyados por especialistas de varias unidades de Policía de lo Criminal, ha permitido esclarecer el asesinato de un vecino de Lasarte-Oria ocurrido a mediados del pasado mes de agosto. La estrecha coordinación de los investigadores de las diferentes unidades de la Ertzaintza con los representantes del estamento judicial y forense ha sido la clave que ha contribuido a que el caso haya avanzado con rapidez hasta su total esclarecimiento.
Incendio en Lasarte
Poco después de las once de la noche del 16 de agosto, el centro de coordinación SOS Deiak tenía conocimiento de la existencia de un incendio en un inmueble de la plaza Urdaburu, en Lasarte. Inmediatamente se dirigía al lugar una dotación de bomberos que en unos minutos conseguían extinguir las llamas, descubriendo en ese momento que en el interior de la vivienda se encontraba un cadáver.
Personados agentes de la Ertzaintza en el lugar se verificaba que el fallecido era un hombre de 60 años de edad, residente en la vivienda y que presentaba evidentes signos de muerte violenta. El cadáver tenía al menos nueve heridas de arma blanca así como una prenda sobre su rostro, probablemente utilizada para evitar que gritara durante la agresión. El cuerpo presentaba varias marcas más de diversa procedencia. En el domicilio los ertzainas localizaban también un cuchillo con restos de sangre, presumiblemente el arma utilizada para perpetrar el asesinato.
A partir de ese momento se iniciaba una investigación por parte de los especialistas de la Ertzaintza que a lo largo de las siguientes semanas permitía obtener y analizar diferentes evidencias, tanto en el lugar del crimen como en el entorno de la víctima. Rastros de ADN y dactiloscópicos, junto con evidencias obtenidas por el personal forense, así como un análisis minucioso de las actividades de la víctima durante las jornadas anteriores a su muerte, incluidos los tránsitos de las llamadas telefónicas, permitían realizar una labor progresiva de descarte de diversos sospechosos hasta centrarse en un único individuo como presunto autor del asesinato.
Se trataba de un joven de 25 años de edad, domiciliado en Donostia y conocido de la víctima al que, según se pudo constatar, ésta había invitado a su domicilio el mismo día del homicidio. La carencia de antecedentes criminales por parte de este individuo había dificultado su calificación como sospechoso principal del asesinato hasta el descarte definitivo del resto de los sospechosos investigados.
Un botín de 40 euros
Según se pudo determinar en el transcurso de la investigación, el móvil que le habría inducido a cometer el asesinato fue el robo. Tras dar muerte a la víctima, asestándole varios cortes con un cuchillo mientras le tapaba el rostro con una prenda para evitar que gritara, el asesino procedió a sustraerle la cartera y el teléfono móvil, de los que se deshizo el mismo día del crimen después de apoderarse de los escasos 40 euros que había en la cartera y comprobar que en la misma no había tarjetas de crédito ni objetos de valor.
Después, para tratar de ocultar el crimen, roció la habitación con una botella de alcohol y le prendió fuego, con la clara intención de provocar un incendio que hiciera desaparecer las evidencias del delito y las pruebas que le relacionaban con el mismo.
Una vez cerrado el círculo de la investigación sobre esta persona, el sospechoso era localizado y detenido por agentes de la Ertzaintza en Donostia el pasado sábado. El martes, tras completar las correspondientes diligencias, era puesto a disposición del Juzgado de Instrucción n.° 3 de Donostia, cuya titular decretaba su ingreso en prisión.
© Ertzaintza, 13 de septiembre de 2008: http://www.ertzaintza.net/
POR RAZONES POLÍTICAS
Es obvio que el incendio puede estar también al servicio de acciones políticas, como ocurre en revueltas motivadas por disputas sociales (racismo, sentimiento de opresión, tensión social…). Los recientes acontecimientos en Grecia involucraron muchos actos de incendios provocados, que en ese caso fueron expresión de un gran resentimiento social hacia múltiples problemas de esa sociedad. Finalmente, los incendios pueden ser también un arma en manos de terroristas.
PIROMANÍA
Muchas veces la gente cree que los incendiarios «están mal de la cabeza». Como señalé en la introducción, esto dista mucho de ser verdad, y en parte se debe a la confusión de la que ya me he hecho eco entre incendiario y pirómano. Pero en la relación de ejemplos de casos y tipos de incendios provocados que he relatado en las páginas anteriores, nada hay en ellos que exija una perturbación mental en sus autores.
De hecho, a pesar de que la piromanía aparece como una enfermedad acreditada en el DSM-IV, en el epígrafe Trastornos del control de los impulsos, los investigadores no las tienen todas consigo. Es decir, todavía hay autores que discuten en realidad su propia definición y contenido sintomático, y mientras que unos destacan esa ausencia de control de los impulsos —que lo relacionaría con comportamientos como la cleptomanía—, otros enfatizan el efecto de «placer» o «liberación» que produce la contemplación de las llamas. Y todavía unos terceros ponen el acento en el carácter sexual de la satisfacción que provee. Es decir, según esas percepciones diferenciadas de la piromanía, en el primer caso dominaría el descontrol del impulso, pero en los otros estaríamos ante una obsesión y una desviación sexual, respectivamente.
Recientemente el profesor Shea ha llamado la atención sobre un hecho inquietante: el empleo de la categoría de piromanía en el DSM-IV como un diagnóstico «por defecto», es decir, que se aplicaría sólo cuando en el caso concreto no existen indicios que permitan ubicarlo en una de las categorías anteriores (por beneficio, animosidad, vandalismo, etc.).
Hace ya bastantes años tuve la oportunidad de entrevistar a un pirómano auténtico para realizar un peritaje en la provincia de Valencia. A continuación se expone un resumen de las notas más destacadas de este caso, junto con algunas reflexiones actuales. Alberto estaba en libertad cuando lo examiné, en espera de juicio.
El caso del pirómano enamorado
Lo que le sucedía a Alberto no era que incendiaba por amor, sino que todas sus explicaciones contenían comentarios o afirmaciones que acentuaban el carácter «amoroso» con el que describía sus incendios.
Alberto tenía 34 años, era natural de un pueblo del interior de Valencia y toda su vida se había ocupado de tareas relacionadas con el campo: sembrar y recoger cosechas, algunas gestiones sencillas de compra-venta de productos hortícolas y cosas similares. Nunca se había casado, tenía estudios primarios y vivía en casa de sus padres con una hermana soltera, de 27 años de edad.
Alberto me explicó que no tenía problemas en salir con las chicas, pero que en el fondo se aburría con ellas. Según él, «las chicas te sacan el dinero y luego, cuando tienen un plan mejor, se largan y te dejan plantado». Yo intuí que él se sentía incómodo con ellas, quizás por su falta de inteligencia social, algo que era evidente por el modo en que hablaba y te miraba.
Me dijo que su interés por el fuego se despertó cuando de joven empezó a participar en la quema de rastrojos, algo muy común en los campos, para quitar malezas y bichos. Él no negaba su delito: la quema de dos hectáreas de un bosque cercano a donde vivía, sino que poco a poco se abrió para explicarme lo que le impulsaba a incendiar campos y pequeñas construcciones erigidas en ellos (casetas para guardar herramientas, refugios, etc.). «Cuando todo lo llena el fuego me siento como si no hubiera otra cosa en el mundo», me dijo. Y también: «Unos días antes de quemar […] estoy nervioso, con un hormigueo dentro… ¿sabe usted? Muchas veces intento quitarme esa idea, porque sé que algún día me cogerán, pero es algo muy fuerte […]. Algunas veces han estado a punto de cogerme, porque me he quedado mucho tiempo mirando el fuego […]. ¡Una vez casi me cogió [el fuego], porque estaba cerca y casi me rodeó por todas partes, no podía salir, pero me lancé a un lado y salí de milagro!».
A Alberto le impondrán una pena leve, porque lo quemado es poco, y aunque sospechan de él como el autor de otros incendios que se han producido en la zona en los últimos años, sólo han podido probarle éste. Sin embargo, en su pueblo está marcado, y tendrá que marcharse de aquí muy pronto, porque sus vecinos le han dado la espalda a él y a su familia.
No pude determinar en él patología alguna, salvo —claro está— la de piromanía. Tengo mis dudas acerca de que ese impulso a quemar fuera irresistible. Desde luego, tal impulso existe, y es sin duda fuerte, pero Alberto me explicó que, a resultas de una vez en que casi fue descubierto, estuvo más de seis meses sin prender otro fuego, porque se asustó mucho. Eso prueba que si uno se lo propone puede mejorar mucho en su autocontrol. Y con respecto a la sensación emocional de bienestar que le produce contemplar las llamas, es igualmente obvio que tal hecho le resulta muy gratificante. Uno puede concluir que esa desviación emocional hacia la complacencia en el fuego le sirve como mecanismo de afrontamiento de una vida emocionalmente pobre. Lo cierto es que no paraba de repetirme que «estaba enamorado del fuego».
No obstante, y al margen de la piromanía, lo cierto es que hay diversas investigaciones que han revelado la asociación entre los trastornos mentales y de la personalidad y los incendios provocados. Nos ocuparemos de esta cuestión en el apartado siguiente.
Patología de los incendiarios
Aunque determinemos la existencia de psicopatología en un incendiario, esto no prueba que la causa de ese comportamiento sea la presencia de dicha patología mental. Por ejemplo, puede que una persona tenga una esquizofrenia pero que su acto de quemar la casa de un vecino sea resultado de su deseo de venganza por una acción pasada, algo que no guarda relación con esa enfermedad. Eso sería diferente del caso de un esquizofrénico que quema la casa de un vecino porque teme que éste le mate, ya que en su delirio lo percibe como una amenaza real. Sólo en esta última circunstancia podríamos decir que la enfermedad está detrás del origen del fuego.
En todo caso, vamos a repasar los diagnósticos más habituales que han sido utilizados en los incendiarios que han sido objeto de un examen psiquiátrico, generalmente a petición de los tribunales que se encargaron de enjuiciar los hechos.
ESQUIZOFRENIA
La esquizofrenia presenta síntomas que desconectan a un sujeto de la realidad, como delirios (creencias irreales que el sujeto no puede dejar de creer) y alucinaciones (percepción de estímulos inexistentes). Muchas veces el diagnóstico es de «esquizofrenia paranoide», porque cuando el enfermo tiene ideas de que está siendo perseguido o vigilado para ser dañado se incrementan las opciones para realizar actos de «autodefensa» violentos, como prender fuego.
La piromanía (entendida como la compulsión a incendiar con las características ya reseñadas) no suele considerarse parte de una enfermedad mental, pero cuando esto sucede se da fundamentalmente dentro de un cuadro de esquizofrenia, aunque a veces aparece en determinados casos de epilepsia, discapacidad o retraso mental.
Un ejemplo de incendiario esquizofrénico paranoide lo tenemos en el siguiente caso real.
La Audiencia de Sevilla condena a un esquizofrénico a 12 años de cárcel por provocar un incendio en el Hospital Psiquiátrico Penitenciario
La Audiencia de Sevilla ha condenado a un esquizofrénico a 12 años de reclusión en el Hospital Psiquiátrico Penitenciario por el incendio que provocó en un hospital y que mató a una anciana, en una sentencia que incluye la responsabilidad subsidiaria (es decir, de tipo económico, para indemnizar a los familiares de la víctima fallecida) de la Junta de Andalucía por permitir que tuviera acceso sin vigilancia a un objeto para prender fuego como es un mechero al alcance de la mano.
La sentencia de la Sección Séptima, a la que ha tenido acceso Efe, relata que el incendio ocurrió a las 18 horas del 29 de diciembre de 2001 en el Hospital San Lázaro de Sevilla, cuando el acusado M. F.B., de 27 años, apiló varios colchones en una cama de su habitación y les prendió fuego. Las llamas se propagaron por toda la planta de Psiquiatría del citado hospital, por lo que tuvieron que ser evacuados todos los enfermos, pero uno de ellos, una mujer de 84 años, falleció de inmediato al inhalar monóxido de carbono debido a la insuficiencia cardíaca que padecía. La sentencia impone al Servicio Andaluz de Salud (SAS) la obligación de abonar una indemnización de 24.000 euros a cada uno de los dos hijos de la fallecida por «culpa o negligencia» y no haber cumplido adecuada y diligentemente con su deber de custodia.
Dice el veredicto que «es indudable que un enfermo que padece esquizofrenia en brote agudo es un peligro en sí mismo y las demás personas, por lo que es patente que el personal del hospital no controló si el acusado portaba o tenía acceso a objetos peligrosos en función de su estado mental, como eran cerillas o un mechero». Además «hubo una falta de vigilancia, ya que el enfermo tuvo tiempo suficiente para apilar tres colchones encima de una sola cama y proceder a incendiarlos».
Los jueces, por otra parte, consideran demostrado que el acusado no era imputable penalmente ya que sufría esquizofrenia paranoide desde los 20 años y unos días antes había sido ingresado en un brote de la misma. Según declaró en sus primeras comparecencias, provocó el fuego porque su madre no le había visitado y «tenía miedo de que la asesinaran, por lo que quemó el colchón», aunque una vez estabilizado del brote agudo dijo no recordar nada de lo ocurrido aquel día.
(ABC edición Andalucía, 10 de julio de 2003)
TRASTORNOS DE PERSONALIDAD
Un trastorno de personalidad es un patrón permanente de experiencia interna (percepción de la realidad, creencias) y de conducta que se separa de las expectativas de la cultura en la que se comporta el individuo, y que produce desajuste en la vida ordinaria.
Cuando se trata de actos delictivos siempre brilla con luz propia el «trastorno antisocial de la personalidad» (que como sabemos muchas veces incluye a los psicópatas, aunque no siempre). Kocsis considera que tanto dicho trastorno como el «trastorno histriónico de personalidad» son muy habituales en los incendiarios. La razón del primero está clara: se trata de sujetos que se complacen en buscar sensaciones, en actuar de modo impulsivo, que no dudarían en provocar un incendio por razones lúdicas, por animosidad o por lucro. La razón del segundo tendríamos que hallarla en la búsqueda de atención que caracteriza a estos sujetos. Así, alguien que deseara que todas las miradas se pusieran en él, podría encontrar el modo idóneo de lograrlo si, después de prender fuego, diera la alarma e incluso corriera algún riesgo (controlado) para avisar a la gente o salvar enseres de la comunidad, incrementando así su imagen positiva entre sus habitantes, incluyendo la atención de los medios de comunicación social.
DISCAPACIDAD MENTAL
Bajo este epígrafe incluimos la incapacidad mental de todo tipo, ya sea de origen físico (una lesión) o neurológico. No se trata de que estas personas tengan un riesgo per se más elevado de causar incendios, sino que, como resultado de las limitaciones de las funciones cognitivas, tienen una menor capacidad de atender a las consecuencias de sus actos, o actúan de modo más impulsivo, o son más sugestionables. Debido a todo ello, estos fuegos pueden ser muchas veces accidentales, pero no siempre.
ABUSO DE SUSTANCIAS
Sabemos que la ingesta de alcohol o drogas tiene un claro efecto desinhibidor sobre los controles normales que existen en el comportamiento humano. Así pues, no debemos desconsiderar este factor, especialmente si el delincuente ingiere la sustancia para darse ánimos y poder perpetrar así el incendio. Por ejemplo, en un fuego intencionado por venganza, el estado de intoxicación puede «empujar» a alguien que lleva ya tiempo fantaseando con esa acción, a ponerla en práctica.
TRASTORNOS DEL ÁNIMO
Estos trastornos incluyen graves enfermedades mentales como el trastorno bipolar (en el que se alternan episodios de manía o euforia y de depresión) y la depresión. Debido a que cursan con graves alteraciones del pensamiento y, por supuesto, del equilibrio emocional, algunos autores señalan que estas personas tienen una mayor propensión a cometer suicidio prendiendo fuego a la casa.
LA INVESTIGACIÓN MÁS ACTUAL
El trabajo científico más actual que conozco sobre la relación existente entre patología psíquica y los incendios provocados se debe a la doctora Jasmin Enayati y otros colegas, quienes investigaron la presencia de patologías mentales en 214 incendiarios que habían sido derivados para su evaluación psiquiátrica con motivo de su inculpación en tales hechos. Se trata de una muestra muy importante, y que comprende a una gran parte de los sujetos encausados en Suecia por este delito en el período 1997-2001. Otro aspecto interesante del estudio es que compararon la presencia de patología mental de los incendiarios con la que presentaron todos los demás sujetos que fueron evaluados por las unidades psiquiátricas forenses suecas en ese mismo período: un total de 2.395.
De estos 214 sujetos, 155 (72%) eran hombres y 59 (28%) mujeres. La clasificación de los trastornos mentales se realizó de acuerdo con los criterios del DSM. La edad media de los sujetos fue de 34 años para los varones y de 40 años para las mujeres (diferencia estadísticamente significativa). El 15% de los encausados no había nacido en Suecia. Entre los sujetos que sirvieron de comparación con los acusados de incendio dominaban los que habían cometido agresiones graves, agresiones comunes (common assault), homicidios, robos con violencia y agresiones sexuales. Tanto los hombres como las mujeres autores de estos delitos tenían una media de edad semejante, en torno a los 35 años.
He aquí los resultados. Los diagnósticos más frecuentes entre los incendiarios hombres fueron los trastornos de personalidad (48,4%), el abuso de sustancias —como diagnóstico principal o secundario— (46,5%) y un trastorno psicótico (25,1%). Entre las mujeres fueron más comunes los diagnósticos de abuso de sustancias (47,5%), el trastorno de personalidad (40,7%) y un trastorno psicótico (37,3%).
Cuando se compararon estos datos con los trastornos más prevalentes entre los sujetos no acusados de incendio provocado no se observaron diferencias significativas, salvo algunas excepciones: el 10% de los incendiarios hombres habían presentado un diagnóstico de deficiencia en el aprendizaje / retraso mental, mientras que el otro grupo sólo registró un 3,4% de sujetos con este diagnóstico. Igualmente, los incendiarios también presentaron una mayor frecuencia de diagnóstico del síndrome de Asperger (una condición más leve del autismo): 7,1% versus 2,5% en los otros pacientes.
Entre las mujeres se mantuvo la superioridad de los trastornos del aprendizaje (8,5% versus 2,6%), y destacaron a su vez en el diagnóstico de abuso del alcohol (25,4% versus 14,4% las otras pacientes).
Cuando se compararon hombres y mujeres incendiarios entre sí no se reveló diferencia significativa alguna en las categorías diagnósticas, aunque en dos casi se alcanzó la significación estadística: las mujeres presentaban un mayor porcentaje de psicosis (37,3% versus 25,1%) y de abuso del alcohol (en el estudio no se dan los porcentajes).
¿Qué podemos concluir de este estudio, el más reciente hasta la fecha realizado por sujetos acusados de cometer incendios y de los que se sospecha que pueden tener alguna patología[5]? En primer lugar, la ausencia de diferencias significativas entre las patologías que presentan los incendiarios varones y mujeres viene a confirmar un estudio anterior realizado en Londres, con un número mucho menor (sólo 35 sujetos), donde tampoco se diferenciaron los sexos en este punto. La segunda conclusión es que, considerando los valores globales, un número importante de los incendiarios presentan patologías, singularmente abuso del alcohol, trastornos de personalidad, psicosis y deficiencias en el aprendizaje.
En el caso de los incendiarios menores de edad, la investigación actual señala que las chicas presentan una mayor prevalencia de abuso de drogas y un comportamiento muy impulsivo y temerario, mientras que en los chicos aparecen con frecuencia los intentos de suicidio, el abuso sexual y el abuso fisico. Mi opinión es que estas diferencias entre chicos y chicas están lejos de ser concluyentes: he leído trabajos en los que en ambos sexos eran comunes conductas de impulsividad, hostilidad, pobre juicio social, agresividad y un bajo control de la ira, con una pésima relación con los padres (p. ej., un estudio realizado por los criminólogos Palermo y Kocsis en 2004).
El modelo de investigación del grupo de Canter
El grupo de investigación desarrollado bajo la rúbrica de «Psicología Investigadora» (Investigative Psychology), en la Universidad de Liverpool, tiene a David Canter como a su autor más destacado (véase el cap. 1). Este profesor y su modelo de profiling critican al FBI por basarse en conjeturas derivadas de la experiencia policial y de muestras sesgadas y parciales, en vez de fundamentar los perfiles a partir de las relaciones empíricas que muestran los datos, recogidos merced al análisis sistemático de las variables que definen los delitos y analizados posteriormente mediante técnicas estadísticas. Una de sus principales aportaciones de esta escuela se relaciona con el análisis geográfico del delito.
Quizás el trabajo más interesante que he leído perteneciente a esta escuela de Liverpool se centra, precisamente, en la aplicación del profiling a los incendios. En un artículo de 2002, tres autores seguidores de este modelo (Santtila, H kk nen y Fritzon) se propusieron realizar un perfil de un caso de incendio serial. Aquí sólo presento las líneas generales de este modelo, y un ejemplo de perfilación basado en el mismo.
Los autores se basan, a la hora de realizar el perfil, en el modelo teórico desarrollado por Canter y Fritzon. Este modelo sugiere que las diferentes variaciones de incendios podrían explicarse mediante dos «facetas». La primera se refiere a la distinción entre incendios orientados a las personas (que puede ser uno mismo u otros) e incendios dirigidos a los objetos o cosas. La segunda faceta distingue entre el modo expresivo en la comisión del incendio, o bien el modo instrumental. Canter y Fritzon hallaron apoyo para su modelo en el examen de 42 variables de la escena del crimen correspondientes a 175 casos de incendios resueltos en el Reino Unido. Esas dos facetas dieron lugar a cuatro «temas» distintos que definen cuatro tipos de incendiarios (cuadro 16). Hablo de cuatro tipos de incendiarios, pero en realidad los autores hablan de «temas» o «tipos» de incendios, porque pudiera ocurrir que un incendiario empleara diferentes temas para cometer diversos incendios. Sería el equivalente a cambios en el tipo de víctimas y en el modus operandi de los delincuentes violentos.
Canter y Fritzon también demostraron que existían asociaciones significativas entre estos diferentes temas de los incendiarios. Así, los incendios expresivos/persona presentaban generalmente autores con historial psiquiátrico, mientras que los expresivos/objeto se relacionaban con incendiarios reincidentes. Además, entre los responsables de incendios instrumental/persona abundaban las historias de incompetencia social (relaciones dificiles con la gente), y entre los instrumental/objeto, los autores adolescentes.
CUADRO 16. Dos facetas y cuatro temas en los incendios.
Los 4 tipos de incendiarios (Canter y Fritzon) | Orientado a la persona | Orientado a objetos |
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Expresivo | El fuego se dirige a aliviar el estrés y el padecimiento psicologico. Con frecuencia son actos de suicidio. | El incendio se dirige a un objeto, como un edificio o local con un particular significado. El ofensor puede quedarse «fascinado» viendo el fuego. Es el más cercano al piromano |
Instrumental | El incendio se dirige a una persona con el objeto de causarle un perjuicio | Cuando el icendio es intrumental se persigue un beneficio, como cobrar un seguro u ocultar otro crimen. |
En la labor policial, por otra parte, tan importante como saber determinar qué tipo de incendiario está detrás de un hecho es poder ubicar la zona donde puede tener su residencia. Como regla general, sabemos que los delincuentes no se desplazan mucho para cometer sus crímenes, y esto mismo se aplica a los incendiarios, cuya distancia media desde el hogar hasta el incendio viene a ser de 2,1 km. Esto es lo que halló Fritzon en su análisis de 156 incendiarios ingleses, lo que coincide con las expectativas del FBI, según hemos visto antes, quienes hablan de 2 km. Otro punto interesante es que Fritzon encontró que los delincuentes expresivos viajaban menos que los instrumentales para cometer el delito. Por otra parte, los incendiarios en serie se desplazaron como promedio 579 metros, mientras que los no seriales recorrieron como promedio 2 km 446 m para cometer los incendios.
¿Dónde vivirá el incendiario? Dentro del ámbito espacial del delito de incendio, también hay estudios que sugieren que la residencia del incendiario tiende a estar dentro del círculo formado por el diámetro que une los dos puntos o los dos incendios más alejados (la llamada «hipótesis del círculo»). Así, Kocsis e Irwin hallaron en su estudio que el 82% de los incendiarios australianos vivían dentro del círculo.
Otra manera de contemplar la relación existente entre la distancia recorrida desde casa y la probabilidad de cometer el delito es el fenómeno conocido como «función de decaimiento de la distancia», a partir del cual se establece que cuanto más se aleja uno de su hogar menos probable es que cometa el delito. Esto tiene mucha utilidad a la hora de establecer prioridades de investigación en la búsqueda de la probable zona de residencia del autor de los delitos. Canter comprobó la eficacia de un software —denominado Dragnet— diseñado para evaluar esa función, a partir de las ubicaciones de los delitos conocidos, en casos de asesinato serial. Sin embargo, este modelo no ha sido probado todavía en el ámbito de los incendios provocados.
El trabajo de investigación de los autores aplicado a un caso de incendio serial se presenta en el anexo 6-1.
Consideraciones para la investigación
Para finalizar este tema me gustaría incluir algunas consideraciones que establece el FBI en su obra Crime Classification Manual. Estos autores recomiendan prestar atención a los siguientes puntos de investigación (con ligeros cambios míos; la relación no pretende ser exhaustiva):