Capítulo 5

Psicópatas sexuales

El término «delincuente sexual» es, ante todo, un concepto popular (el que comete delitos sexuales) que es recogido por la legislación («delitos contra la libertad sexual»), pero en modo alguno recoge una categoría homogénea, ya que son muchos los tipos de delincuentes sexuales que existen. Es, naturalmente, imposible decir que un sujeto que realiza tocamientos en un autobús aprovechando la aglomeración tiene la misma psicología que un violador sádico o un homicida serial de mujeres.

Sin embargo, los casos que aparecen en los medios se corresponden con asuntos muy graves: homicidas de niños o psicópatas sexuales, y así, cuando se habla de la «amenaza del delincuente sexual» se deja de lado a la mayor parte de los sujetos que transgreden la ley por una motivación sexual y que, sin ninguna duda, no se corresponden con ese perfil tan extremo.

Ahora bien, no cabe duda de que vivimos en una época donde la sociedad pide una legislación muy dura contra los delincuentes sexuales, llevada por la indignación que producen los episodios de gran violencia y despliegue mediático: hace unos años el caso de Marc Dutroux sacudió a toda Bélgica, y en España tenemos bien reciente el asesinato de la pequeña Mari Luz y el doble crimen de las policías en prácticas de Barcelona a manos del violador reincidente Pedro Jiménez.

La respuesta ante esa reivindicación tiene distintos perfiles, según nos fijemos en Norteamérica, los países de lengua inglesa (Reino Unido, Australia, Sudáfrica) o la Europa continental. Mientras que en Estados Unidos ha triunfado una política muy represiva (lo que paradójicamente no excluye la existencia de programas de tratamiento especializados), exacerbada por la fuerza que allí tienen los movimientos de las víctimas, en la Europa continental ese mayor punitivismo ha sido atemperado por la creencia en la necesidad de rehabilitar y reintegrar a los agresores sexuales mediante beneficios penitenciarios y una perspectiva médica sobre la naturaleza de esta desviación (herencia quizás de la tradición criminológica basada en la defensa social y el positivismo). El Reino Unido se situaría en una posición intermedia, si bien ha recogido en los últimos años algunas de las iniciativas surgidas en Estados Unidos, como la creación de un registro oficial y la notificación a la comunidad de la presencia de un ex convicto sexual en su seno.

Así pues, esta introducción ha de servir para señalar un hecho obvio pero muchas veces omitido: algunos delincuentes sexuales son muy peligrosos y merecen toda nuestra atención, pero haríamos mal en entender que todo delincuente sexual, por el hecho de serlo, constituye tal amenaza. De hecho, como explicamos a continuación, sus tasas de reincidencia (aun reconociendo la existencia de la cifra oscura o de delitos no detectados) son más bien modestas. Otra cuestión es el delincuente sexual psicópata, sin duda el que mayor riesgo presenta de reincidencia y el que plantea los obstáculos más graves para un adecuado tratamiento, como se discutirá más adelante.

La reincidencia en los delitos sexuales

Hasta la fecha, la investigación ha revelado que los delincuentes sexuales reinciden menos que los otros tipos de delincuentes. Además, cuando los delincuentes sexuales reinciden, sus delitos suelen ser de naturaleza no sexual. Así, cuando Langan y Levin examinaron en el año 2002 la reincidencia de 9.691 delincuentes sexuales liberados de prisión en 1994, y que habían estado una media de tres años en libertad, hallaron que sólo el 12% habían vuelto a cometer un delito sexual. En el más reciente estudio de Schumuker y Lósel (2008) se halló una tasa de reincidencia para delincuentes no sujetos a programas de tratamiento del 17,5%. Ahora bien, a pesar de estos datos, que señalan claramente que los agresores sexuales tienden a reincidir menos que los otros delincuentes, cabe decir que son ellos los que mayor tendencia muestran a cometer un nuevo delito sexual.

Por otra parte, al menos el 75% de las reincidencias por delito sexual se llevan a cabo en personas a las que los agresores conocían previamente.

¿Cuáles son los mejores predictores de la reincidencia sexual? No todos los factores influyen por igual en todos los delincuentes sexuales, pero la investigación actual señala los siguientes como los más relevantes (de acuerdo a un estudio realizado por Hanson y Morton-Bourgon en 2005):

Contrariamente, los delincuentes sexuales tenderán a reincidir menos cuando agredan en el hogar (incesto), sean primarios, mayores de cincuenta años y busquen víctimas niñas en vez de niños. Esto nos lleva a concluir que no todos los delincuentes sexuales deberían ser tratados de la misma manera. Actualmente hay un cierto consenso a la hora de señalar que son los agresores de niños extrafamiliares los que presentan mayores tasas de reincidencia (es decir, pedófilos homosexuales).

Política del registro oficial y restricciones de residencia

Durante los últimos veinte años, algunos países del ámbito anglosajón como Estados Unidos e Inglaterra han introducido leyes que exigen el registro oficial de los delincuentes sexuales. Tal registro implica presentarse a la policía en el lugar donde se va a vivir para que tomen nota de su nombre, dirección, tipo de condena cumplida y dejen una foto reciente. Posteriormente esa información se hace pública a los residentes de la zona mediante páginas de internet locales o la exposición de los registros en lugares públicos, como bibliotecas o las mismas comisarías de policía. Junto a esto, algunos estados de Norteamérica imponen restricciones en el lugar donde los delincuentes sexuales pueden llegar a vivir, particularmente los pedófilos. Finalmente, también se emplea de modo creciente la figura de oficiales de libertad condicional especializados en estos delincuentes, así como el arresto domiciliario con supervisión electrónica, estableciéndose la permanencia obligada en el hogar excepto el tiempo de estancia en el trabajo, en el centro formativo y salidas ocasionales al supermercado o a la iglesia.

Estas medidas son objeto de discusión, ya que podría pensarse que, lejos de disminuir la reincidencia, la incrementan. La razón sería la siguiente: si la reintegración exige ser aceptado en una comunidad y cumplir con las obligaciones ciudadanas, tales medidas podrían suponer un incremento notable de las dificultades para que un delincuente consiga tal meta, al estigmatizar su presencia en el barrio e imponerle unas reglas que limitan drásticamente su capacidad de relación e interacción social.

Este argumento toma en cuenta el clásico concepto en Criminología de «control social informal», y el más moderno de «capital social». Este último, aunque definido de diversos modos, puede entenderse en lo esencial como el recurso que se deriva y es facilitado por los vínculos sociales. Esto es, el capital social es la información y ayuda que se prestan entre sí los residentes de un lugar. En este tipo de comunidades existe una estabilidad económica, los niños suelen ser estrechamente supervisados y las calles son más seguras, todo lo contrario de los lugares donde hay déficit en capital social, donde el deterioro económico va parejo al social.

Los estudios de rehabilitación de ex presos muestran que el desistimiento en el delito guarda una profunda relación con el acceso a un trabajo digno y con la relación frecuente con familiares y amigos que les apoyan en ese esfuerzo por abandonar unos valores y hábitos antisociales, todo lo cual implica que tienen a su alcance oportunidades para vivir sin recurrir a los modos tradicionales del delito. Por consiguiente, los delincuentes sexuales podrían encontrarse con diferentes barreras a la reintegración como consecuencia de la política de registro oficial y otras medidas añadidas, como la restricción de vivienda y el control electrónico. En el cuadro 13 se exponen algunos de los problemas y efectos que tales leyes podrían tener sobre el capital social.

CUADRO 13. Barreras para la reintegración de los delincuentes sexuales.

Los delincuentes sexuales pueden experimentar barreras a la reintegración (exclusión del capital social), como consecuencia de…

En un estudio se llevó a cabo una entrevista en profundidad con 23 delincuentes sexuales liberados sometidos a estas medidas intimidatorias, y sus autores concluyeron que «esas entrevistas revelan que esta política tiene efectos perjudiciales, particularmente por lo que respecta al mantenimiento de relaciones, hallar empleo y alojamiento, y hacer frente al estigma de ser un delincuente sexual». Tales hallazgos fueron consistentes con los resultados de otros estudios que también señalaron los efectos negativos del registro oficial. No obstante, sólo cinco de los veintitrés delincuentes sexuales evaluados informaron haber sufrido acciones de acoso u hostigamiento por parte de residentes de su barrio, algo que era especialmente temido por muchos. De hecho, los entrevistados encontraron mucho más negativo tener que soportar los rigores del arresto domiciliario y de la supervisión electrónica que el ostracismo o la hostilidad de los antiguos amigos, familiares y vecinos. De acuerdo con sus opiniones, la restricción tan estricta de movimientos les impedía hacer una vida mínimamente normal.

Por otra parte, como consecuencia de la política de restricción de la residencia, generalmente se relega a los delincuentes sexuales a vivir en lugares con pocos recursos y desorganización social, algo que se ve agravado porque dicha política fuerza a muchos de ellos a abandonar sus viviendas, al imponer la sentencia la necesidad de que guarden un alejamiento (en general de 1.000 pies, o sea, unos trescientos metros) de los lugares donde los niños suelen agruparse (colegios, parques, etc.). Estas restricciones en la zona del domicilio implican un aislamiento personal, una menor estabilidad y muchas veces problemas financieros. Todo lo que sabemos ahora indica que la política de restricción de residencia añade penalidades a las ya conocidas del registro oficial de delincuentes sexuales.

Psicópatas sexuales

Sin duda, entre los agresores sexuales que presentan mayor riesgo de reincidencia general violenta y específicamente sexual están los agresores con diagnóstico de psicopatía. No en balde los delincuentes sexuales psicópatas son los que tienen una mayor prevalencia en la comisión de agresiones sádicas. Y entre los asesinos en serie, los psicópatas sexuales constituyen una categoría privilegiada. En buena medida el pavor que producen tales sujetos «contamina» la percepción que tiene la gente del delincuente sexual: la mayoría de las personas que cometen delitos sexuales no son psicópatas, aunque éstos son muy frecuentes en los violadores y asesinos múltiples de mujeres. En la historia de la criminología Ken Bianchi es un ejemplo señero de las dificultades que se presentan a la policía y el peligro para la sociedad que encierra un sujeto así.

KEN BIANCHI

Jack Levin es uno de los autores más reconocidos en la criminología de los asesinos en serie. En uno de sus libros relata cómo contactó con Ken Bianchi en 1987, en la prisión Walla Walla. Se mostró dispuesto a hablar, pero sólo adoptando el punto de vista del plural de la tercera persona («los asesinos piensan que…»). En el comienzo de su carrera homicida, Bianchi y Buono se limitaban a estrangular a sus víctimas, pero con el tiempo desarrollaron una mayor inclinación hacia el sadismo. La estrangulación ya no era suficiente. Entonces comenzaron a atar a sus víctimas a una silla en el negocio de tapicería que pertenecía a Buono, realizando actos de crueldad inenarrable, tales como electrocutarlas e inyectarles líquido limpiador en sus venas para provocarles convulsiones. Todo eso provocaba risas nerviosas en los asesinos ante un escenario que finalmente terminaba con la muerte de la víctima por estrangulamiento y el abandono del cadáver en las colinas de Los Ángeles.

Historial criminal

Ken Bianchi asesinó, junto a su primo Angelo Buono, a diez chicas y mujeres en el área de Los Ángeles. Posteriormente depositaban los cadáveres en las colinas de los alrededores, razón por la cual se conoció a ambos como «los estranguladores de la colina». Pasado un tiempo Bianchi dejó a Buono y se trasladó a la ciudad de Bellingham, en el estado de Washington, donde mató a dos mujeres más.

El comportamiento homicida de Bianchi era mucho menos cuidadoso que el de su primo. Cuando ambos actuaron en Los Ángeles, la escena del crimen —la tienda de tapicería de Buono— estaba virtualmente limpia de indicios: no había huellas dactilares, ni sangre, ni ningún tipo de fibra que pudiera incriminarles. Sin embargo, Bianchi estaba lejos de ser tan meticuloso. Dejó pelo púbico en una alfombra de la casa de una de sus víctimas, y en la suya propia la policía halló ropa con manchas de sangre y semen, así como el número de teléfono de una de las mujeres a las que mató.

Bianchi no resistió la presión y confesó los crímenes. Para evitar la pena de muerte hizo un trato con la fiscalía: confesaría los asesinatos de Los Ángeles y testificaría contra su primo, Angelo Buono. Y así fue. Buono fue condenado a cadena perpetua, y murió años más tarde de un ataque al corazón. Bianchi, en cambio, sigue bien vivo en la cárcel, de donde nunca saldrá.

Importancia del control y la manipulación como instrumento

«Los asesinos en serie nunca abandonan. Manipulan a sus víctimas, manipulan al público, a la policía, al sistema penitenciario cuando son condenados, e incluso logran manipular a los criminólogos», ha escrito Levin.

Un caso particularmente relevante de esa gran capacidad de manipulación lo vemos en el famoso caso de Veronica Compton, una periodista free-lance que se enamoró perdidamente de Bianchi y a la que el asesino le hizo una petición inusitada: Bianchi pondría semen suyo en un guante de goma que le pasaría en una de sus visitas. Ella, ya en la calle y con el guante, debería encontrar a una mujer y asesinarla con el método que empleaba él. Después dejaría semen en la escena del crimen para dar a entender a la policía que el crimen tenía una finalidad sexual (Bianchi no debía preocuparse de que se pudiera descubrir que el semen era suyo, ya que en aquellos años no se había desarrollado todavía la tecnología del ADN). Con ese crimen amañado Bianchi esperaba que la policía pensara que él era inocente, ya que el asesino seguía todavía matando y él estaba en la cárcel. Por increíble que parezca, Compton cumplió los deseos de su novio, pero afortunadamente fracasó en su propósito de asesinar a la joven seleccionada, una camarera de 26 años. Compton fue posteriormente procesada y condenada por intento de asesinato.

Con posterioridad, el mismo Bianchi protagonizó otro famoso episodio de manipulación del que fueron víctimas diferentes psiquiatras y psicólogos. En esta ocasión Bianchi simuló tener el trastorno de personalidad múltiple. Sometido a hipnosis, este hábil asesino hizo «emerger» la personalidad de Steve, el cual, supuestamente por la acción de la hipnosis, dominó durante el tiempo de la exploración a la otra personalidad (el propio Bianchi) para asumir la responsabilidad de los crímenes. Bianchi dijo a los forenses que Steve es el nombre de un imaginario compañero de juegos que él desarrolló como un mecanismo de defensa psicológico cuando era niño, para hacer más soportables los abusos que le infligía su madre. Más tarde Steve quedó «instalado» de modo permanente dentro de la personalidad de Bianchi.

Afortunadamente, un psiquiatra forense, el Dr. Orne, que trabajaba para la fiscalía, no creyó en la supuesta personalidad múltiple de Bianchi y preparó una trampa que, si resultaba efectiva, lo desenmascararía de inmediato. Orne le dijo a Bianchi, en uno de sus encuentros, que era muy raro encontrar casos de personalidad múltiple en los que sólo exista una nueva personalidad (en su caso sería la de Steve), y que lo habitual era que surgieran al menos dos. Bianchi mordió el anzuelo. En la siguiente sesión hipnótica «apareció» un nuevo invitado: la personalidad de Billy.

Con el tiempo se supo de dónde había surgido en realidad la idea para crear la personalidad de Steve. Mientras vivía en Los Ángeles, Ken Bianchi había intentado abrir una consulta psicológica. Como lógicamente carecía de titulación, ideó un subterfugio para conseguir un título legítimo que él pudiera alterar para disponer del suyo propio. Así, puso un anuncio en la prensa pidiendo referencias de psicólogos que quisieran compartir un despacho para pasar consulta. Los solicitantes tenían que enviar copia de sus títulos y un currículum vitae. De entre todos, Bianchi eligió los documentos enviados por Thomas Steven Walker y cambió el nombre de éste por el suyo en el título. (Bianchi envió su nuevo currículum optando a varios puestos, pero no fue admitido).

«Los asesinos en serie saben cómo jugar este juego —escribe Levin—: Son maestros a la hora de presentarse ante los demás, de forma que logran conseguir el efecto que desean y ser de este modo aceptados. De forma general actúan más como víctimas que como villanos».

SUJETOS PELIGROSOS

Los psicópatas son responsables de una cantidad desproporcionada de crímenes, actos violentos y conductas que causan ansiedad y un profundo malestar social, lo que ha llevado a afirmar a muchos autores que con respecto a la persistencia, frecuencia y gravedad de los hechos cometidos, los psicópatas varones constituyen los sujetos más violentos de los que se tiene noticia.

Robert Hare, el mayor experto en psicopatía del mundo, al caracterizar al psicópata escribe lo siguiente: «He descrito al psicópata como un depredador de su propia especie que emplea el encanto personal, la manipulación, la intimidación y la violencia para controlar a los demás y para satisfacer sus propias necesidades egoístas. Al faltarle la conciencia y los sentimientos que le relacionan con los demás, tiene la libertad de apropiarse de lo que desea y de hacer su voluntad sin reparar en los medios y sin sentir el menor atisbo de culpa o de arrepentimiento».

En la actualidad existen dos sistemas de diagnóstico de la psicopatía. El primero es el del DSM-IV, o Manual estadístico y descriptivo de los trastornos mentales (publicado por la American Psychiatric Association en 1994), que incluye a los psicópatas en la categoría de «trastorno antisocial de la personalidad» —o, mejor dicho, hace sinónimo este diagnóstico con el de psicopatía—. En el cuadro 14 se exponen los criterios diagnósticos del trastorno antisocial de la personalidad (TAP).

Hare plantea la crítica de que «los criterios de diagnóstico del TAP identifican en realidad a los sujetos que son delincuentes persistentes, la mayoría de los cuales no son psicópatas». De este modo, los sujetos con una «personalidad antisocial» no tienen por qué ser necesariamente psicópatas: ser un psicópata implica un plus, algo más que el ser un delincuente habitual.

Cuando Robert Hare publica el Psychopathic Check List Revised [Escala revisada de valoración de la psicopatía, o PCL] se ajusta a la esencia del trastorno de personalidad definido de modo clásico por Cleckley en su obra La máscara de la cordura, y con ello parece describir a una persona que es «algo más» y «diferente» de lo que aparece en el DSM-IV y su diagnóstico de personalidad antisocial (cuadro 15).

CUADRO 14. Diagnóstico del trastorno antisocial de la personalidad (TAP) según el DSM-IV.

  1. Un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás que se presenta desde la edad de quince años, como lo indican tres (o más) de los siguientes ítems:
    1. Fracaso para adaptarse a las normas sociales en lo que respecta al comportamiento legal, como lo indica el perpetrar repetidamente actos que son motivo de detención.
    2. Deshonestidad, indicada por mentir repetidamente, utilizar un alias, estafar a otros para obtener un beneficio personal o por placer.
    3. Impulsividad o incapacidad para planificar el futuro.
    4. Irritabilidad y agresividad, indicadas por peleas físicas repetidas o agresiones.
    5. Despreocupación imprudente por su seguridad o la de los demás.
    6. Irresponsabilidad persistente, indicada por la incapacidad de mantener un trabajo con constancia o de hacerse cargo de obligaciones económicas.
    7. Falta de remordimientos, como lo indica la indiferencia o la justificación del haber dañado, maltratado o robado a otros.
  2. El sujeto tiene al menos dieciocho años.
  3. Existen pruebas de un trastorno disocial que comienza antes de los quince años de edad.
  4. El comportamiento antisocial no aparece exclusivamente en el transcurso de una esquizofrenia o un episodio maníaco.

La correlación entre la PCL-R y el TAP suele ser alta, pero la prevalencia del trastorno entre pacientes forenses empleando la PCL-R es mucho más baja que si se emplea el criterio del TAP (15-30% versus 50-80%, respectivamente), de ahí la crítica en el sentido de que el TAP es una categoría que describe poco más que la delincuencia general persistente y grave. En el cuadro 15 figuran los ítems de la PCL-R, con dos factores. El factor 1 mide los aspectos de la personalidad clásica del psicópata: encanto superficial, sin remordimientos, manipulador, emocionalmente insensible… Mide elementos del mundo emocional e interpersonal del sujeto. El factor 2 mide la conducta antisocial y la impulsividad, y es la que correlaciona sobre todo con el TAP. Por eso la escuela de Robert Hare se queja de que llamar «psicópata» al diagnosticado de un TAP es inadecuado, porque la mayoría de los que tienen este diagnóstico de trastorno antisocial de la personalidad no son psicópatas; simplemente son delincuentes reincidentes o crónicos.

CUADRO 15. Los ítems de la PCL-R de Robert Hare (1991).

Factor 1

Factor 2

Y hay tres ítems adicionales:

Además, una de las características muy comunes entre los psicópatas es la búsqueda de sensaciones, rasgo de personalidad que se define por la necesidad de experimentar sensaciones y experiencias variadas, novedosas y complejas y la predisposición para aventurarse en situaciones que suponen un riesgo para la integridad física y para el mantenimiento de relaciones satisfactorias con los demás.

Hay una importante investigación que señala que la PCL-R es un instrumento eficaz en la predicción de la reincidencia general y violenta, y no sólo en delincuentes encarcelados sino también en pacientes internados en hospitales psiquiátricos judiciales y civiles.

Los delincuentes sexuales son una población reacia al tratamiento, pero los psicópatas sexuales tienen una mayor probabilidad de reincidir antes y en mayor frecuencia. Los estudios más recientes señalan que los pedófilos con alta psicopatía y baja inteligencia presentan un riesgo mayor de reincidencia, algo que puede ser predicho de modo significativo por la PCL-R.

Por otra parte, un elemento que ilustra la importancia de detectar la psicopatía en los delincuentes sexuales es que los delincuentes psicópatas son capaces de mostrar una violencia tanto reactiva o impulsiva como premeditada o controlada, lo que sin duda acarrea mayores riesgos, y posibilidades con respecto a la capacidad de llevar a cabo la agresión.

Así pues, de lo anterior se desprende que la personalidad antisocial, tal y como es evaluada por la PCL-R, es un valioso indicador de la reincidencia sexual (pero no si el diagnóstico se realiza mediante el TAP, tal como es evaluado por el DSM-IV). Esto tiene importantes implicaciones forenses: los peritos deberían especificar si, cuando emplean el término de psicópata, éste obedece a un diagnóstico realizado mediante los criterios del TAP, o por el contrario se ha realizado mediante la PCL-R.

Tratamiento de los delincuentes sexuales

La buena noticia es que existen trabajos sólidos que demuestran que el tratamiento de los delincuentes sexuales no es una pérdida de tiempo. Hay dos estudios recientes muy importantes que avalan esta conclusión. El primero es el de Hanson y sus colegas publicado en 2002, quienes revisaron 43 estudios de tratamiento con estos delincuentes (comparando más de 5.000 sujetos tratados con más de 4.000 no tratados), y hallaron que mientras los no tratados reincidían en un nuevo delito sexual con una tasa del 16,8%, los tratados reincidían en el 12,3%. Los beneficios fueron parecidos cuando se comparó la reincidencia en otros delitos.

Un estudio más moderno, el de Schumucker y Lósel (2008), llevó a cabo, tras un estudio exhaustivo de la literatura especializada, ochenta comparaciones independientes entre grupos de delincuentes sexuales tratados y no tratados (con un número total de 22.181 sujetos). La mayoría de los estudios mostraron un efecto positivo. En conjunto, el 11,1% de los delincuentes tratados reincidieron, mientras que la reincidencia de los no tratados llegó al 17,5%. Los hallazgos en reincidencia violenta y no violenta fueron parecidos.

¿Cuáles son los métodos más efectivos? Dejando aparte la castración quirúrgica por motivos éticos (¡pero que parece ser efectiva!), las estrategias más prometedoras son de naturaleza psicológica, en la orientación denominada cognitivo-conductual, que consiste en enseñar al sujeto a controlar su impulso desviado, a evitar situaciones de alto riesgo y a no emplear justificaciones para cometer los delitos. De modo más específico, los métodos de tratamiento cognitivo-conductuales para delincuentes sexuales se caracterizan por enseñar nuevas formas de pensar (reestructuración cognitiva), de percibir e interpretar emociones (como la empatía) y de actuar (autocontrol del impulso sexual violento) a los sujetos tratados. Es un re-aprendizaje en su forma de acercarse y vivir la sexualidad, junto con otros apoyos terapéuticos que son relevantes también en otros delincuentes (como integración laboral, control del abuso del alcohol, etc.).

¿Qué sucede con la —mal llamada— castración química?, (mucho mejor la expresión tratamiento farmacológico). En esencia, se trata de administrar sustancias por vía oral o intramuscular que influyen en la producción y los efectos de los andrógenos (testosterona), que son esenciales para la conducta sexual del varón, y reducen la testosterona mediante diferentes mecanismos. La consecuencia de ello es la disminución del deseo sexual. Los fármacos habituales son el acetato de medroxiprogesterona, el acetato de ciproterona y otros, entre los que destacan los inhibidores de la recaptación de la serotonina (los delincuentes sexuales tienden a preferir éstos a los antiandrógenos por sus menores efectos secundarios).

Es claro que este tratamiento inhibe el deseo sexual mientras se está administrando, o sea, es temporal en sus efectos, a diferencia de la castración quirúrgica. Hasta la fecha se ha comprobado en diversas ocasiones que reduce de modo importante las fantasías sexuales desviadas, las obsesiones y el deseo sexual, pero por sí sólo este tratamiento no ha probado ser efectivo. El veredicto de la investigación, en la actualidad, es que puede ser un valioso complemento con la terapia psicológica adecuada.

La mala noticia es que, por desgracia, el tratamiento del psicópata sexual es mucho menos halagüeño. Ellos son los más reacios a participar en los programas, salvo que pretendan manipular a los funcionarios con objeto de adelantar su salida a la sociedad u obtener beneficios penitenciarios. Con estos sujetos se hace necesaria una vigilancia más extrema, y medidas de contención en libertad más estrechas si la agresión sexual tiene componentes sádicos o muy violentos (no incluyo aquí a los psicópatas sexuales asesinos en serie, cuya peligrosidad es extrema y deberían ser colocados en programas especiales, con vigilancia permanente al salir de la prisión).

Conclusiones

Sin ninguna duda es prioritario tomar diferentes acciones para reducir la reincidencia de los delincuentes sexuales que en verdad constituyen una amenaza.

En primer lugar, ha de tenerse en cuenta de modo sistemático el riesgo de reincidencia. En la actualidad existen métodos para predecir ese riesgo, métodos que de modo razonable permiten seleccionar a los sujetos que pueden disfrutar de beneficios penitenciarios o de una medida alternativa. Aquí tendrá que tenerse en cuenta lo que conocemos sobre los factores de riesgo, en particular la presencia del trastorno de la psicopatía y de una desviación sexual o parafilia: qué duda cabe que canalizar exclusivamente la energía sexual hacia los niños es algo difícil de controlar si no se recibe ayuda, e igualmente la propensión a unir sexo con violencia y control, algo tan querido por los delincuentes sádicos.

La segunda acción tiene que ver con los programas de tratamiento. En contra de la opinión popular, hay «tratamientos que funcionan». En la importante revisión sobre tratamiento de Schumucker y Lósel se pudo constatar que el tratamiento fuera de las prisiones, realizado con sujetos de riesgo bajo o moderado, alcanza resultados al menos igual de buenos que el llevado a cabo en las cárceles. Lo que sí resulta apropiado es que el programa ofrecido sea específicamente diseñado para esta población, así como que se concluya en su integridad, y que sea aceptado de forma voluntaria.

¿Qué podemos decir sobre la supervisión en la comunidad? Creo que los resultados señalan que dicha supervisión ha de ser facilitadora de la integración, y no un obstáculo para ella. Ha de tenerse en cuenta que el control y la ayuda no son incompatibles: cuando alguien especializado está pendiente de ayudar a otra persona también conoce su deambular. Las experiencias que tenemos hasta la fecha con medidas de control en la comunidad de índole restrictiva y facilitadora del vigilantismo no han demostrado empíricamente ser efectivas.

Quizá la clave sea, de nuevo, discriminar. Algunos delincuentes sexuales son muy peligrosos y no creo que sea inconveniente retenerlos largo tiempo en prisión. Pero muchos no lo son, y se pueden ver beneficiados por programas que contemplen una supervisión razonablemente cercana en la comunidad que vaya unida a un apoyo en su proceso de reintegración.

En España, El Búho representa a un personaje bien conocido en la criminología forense: el violador en serie con la etiqueta de psicópata sexual. Ellos son muy conscientes de su actividad criminal, planifican con detalle los asaltos y buscan escapar de patrones geográficos definidos que sirvan para que la policía pueda prever con antelación dónde van a cometer la próxima agresión. A diferencia de otros violadores en serie que están menos integrados socialmente y que tienen una menor inteligencia, estos psicópatas son más temibles porque son capaces de vivir una «doble vida» con toda naturalidad, sabedores de que esa fachada de empleado, hijo y novio es la mejor mascarada para cubrir su impulso implacable de sentir placer y control en el sufrimiento y la vejación de sus víctimas. Ese control se reflejaba en la víctima elegida, el dominio del tiempo y del lugar donde atacar.

Es también clásico su proceder, con un modus operandi definido: aproximación por la espalda mientras la víctima camina hacia su casa sola o está a punto de entrar en el portal, amenaza con la navaja para lograr su control y luego forzarla a caminar hacia el lugar seleccionado previamente para la agresión, con los ojos tapados. Las víctimas han dicho que hablaba mucho, que preguntaba al tiempo que las violentaba: he ahí una parte sustancial de su firma (los actos no necesarios para cometer la agresión). Con ello el violador experimentaba una intimidad con la chica y alimentaba su fantasía para recrearse posteriormente en el asalto, en la espera nerviosa hasta la siguiente víctima. ¿Podría con el tiempo haber llegado al asesinato? Felizmente, esto es algo que ya no vamos a averiguar, al menos durante mucho tiempo. La amenaza de este sujeto podría verse reducida si recibiera terapia específica para controlar su impulso violento sexual. Al presentar rasgos propios de la psicopatía tendrían que arbitrarse medidas de supervisión en la comunidad cuando saliera, pero no necesariamente tan intrusivas como las ya enunciadas, porque no son más efectivas, como hemos tenido oportunidad de ver. El psicópata (que no es un asesino en serie) no necesita que alguien esté todo el tiempo impidiendo su vida normal, sino saber que una nueva agresión sexual pondría su nombre en primer lugar en la investigación policial. Y saber que con una vida anónima puede disfrutar de las cosas que perdió estando en la cárcel… (véase más información sobre este caso en el Anexo 5.1).