Capítulo 3

El profiling basado en la evidencia: la autopsia psicológica y la escena simulada

Mediante el perfil criminológico buscamos ayudar a la investigación describiendo las posibles características (datos demográficos como edad o sexo, personalidad y estilo de vida, probable residencia) del sospechoso de un crimen o de una serie de ellos. La expresión «basado en la evidencia» quiere hacer hincapié en la necesidad de que el recurso a la imaginación sea el menor posible y, por el contrario, que el contenido del perfil se ajuste lo más posible a las circunstancias de la escena del crimen tal y como las podemos valorar. Las teorías sobre los delincuentes o los crímenes, así como las estadísticas acerca de la fenomenología del delito, son útiles en la medida en que puedan anclarse en hechos objetivos de la escena que analizamos. A lo largo del libro veremos cómo se concreta esta pretensión, y las precauciones que tenemos que tener en cuenta para no desviarnos, en la medida de lo posible, de esa norma.

En un perfil criminológico generalmente incluimos la siguiente información:

Vamos a ocuparnos ahora de un tipo diferente de perfil, el conocido como «autopsia psicológica». Esto es importante, ya que cada vez más los abogados y jueces quieren conocer el origen de una muerte, cuando los hechos físicos no la esclarecen del todo. Por otra parte, muchas de las cualidades de la investigación en el caso de una autopsia psicológica son las mismas que se requieren para realizar un perfil de un criminal desconocido. De hecho, en determinados casos —por ejemplo, cuando un aparente suicidio se revela como un homicidio— lo que comienza como una autopsia psicológica puede acabar dando lugar a la generación de un perfil criminológico, esto es, un perfil del posible autor.

Dedicaremos luego un apartado a un tipo de escenas del crimen que constituye, en sí mismo, una especialidad de la autopsia: las escenas amañadas o simuladas.

La autopsia psicológica

Hace algún tiempo tuve la oportunidad de leer una muy curiosa noticia publicada en The Daily Telegraph, el 18 de julio de 2008. Su título era: «La serie de televisión CSI ayuda a resolver el misterio de una muerte». Su contenido narraba los siguientes hechos.

Lo que al principio se encontró la policía en un lugar remoto del estado de Nuevo México (EE.UU.) sugería claramente un escenario de homicidio, al estilo de una ejecución mafiosa: un hombre llamado Thomas Hickman yacía con un tiro en la nuca y con la boca tapada con cinta adhesiva. Sin embargo, había algo más que resultó extraño a los investigadores: a unos metros del cadáver había varios globos deshinchados, enredados en un cactus… y una pistola estaba atada a las cintas de los globos.

Entonces ocurrió que los fans de la serie policíaca CSI, cuando vieron la noticia en televisión, recordaron que un episodio emitido en 2003 contenía una historia muy similar: un suicida había hecho desaparecer de la escena forense la pistola con la que se mató haciendo que el viento se llevara muy lejos el arma, gracias a que previamente el suicida la había atado a unos globos. Docenas de los seguidores de CSI llamaron a la policía para que vieran ese episodio en particular. El teniente Rick Anglada, de la policía estatal, declaró que no tenía conocimiento de que el episodio de CSI hubiera presentado esa historia hacía ya varios años. Así que, un mes más tarde de descubrirse el cadáver del señor Hickman, el teniente consiguió ese episodio y lo vio.

¿Qué había sucedido en el caso real protagonizado por Tom Hickman? Al igual que el suicida ficticio de CSI, él había pretendido lo mismo, pero —de acuerdo con el teniente Anglada— el día era muy ventoso, y cuando soltó los globos con el arma, el viento hizo que éstos se desplazaran cerca del suelo, con el resultado de que se enredaron en un cactus y explotaron.

Luego aparecieron otros signos que apuntaban hacia un suicidio, en vez de un homicidio. Uno era que no se hallaron rastros de que hubiera habido pelea, ni en el lugar de los hechos ni en el cuerpo del difunto. Otro fue que en el garaje del domicilio de Hickman se encontró una herramienta que podía haber servido perfectamente para quitar el seguro de la pistola, en la esperanza de hacerla más ligera y facilitar así que surcara los cielos con más facilidad. Una tercera pista fueron las facturas que revelaban que el difunto había comprado tanto los globos como la pistola. Una cuarta consistió en una carta que dejó a su familia con instrucciones a seguir «en caso de que algo le sucediera».

Pero lo realmente definitivo para que ese aparente homicidio revelara su auténtica identidad de suicidio fue el hallazgo de un seguro de vida por valor de 400.000 dólares en el que aparecía como beneficiaria su mujer. Si el hombre moría debido a un accidente, esa indemnización se doblaba. Pero en caso de suicidio —por razones obvias—, no habría ni un solo dólar de beneficio.

En un caso así decimos que el autor ha creado una escena amañada, simulada o falsa. El inglés original es staged, y es muy ilustrativo, porque stage es «escenario», y to stage significa «representar». Esto es justamente lo que Hickman hizo para la policía: representó una obra en la que su cadáver aparecía como testimonio de un homicidio, creando una ficción. Más adelante nos ocuparemos ampliamente de este fenómeno.

Me ahorraré aquí algunas ideas sobre la relación entre ficción y realidad que me sugiere esta noticia, y entraré a considerar el trabajo que realizó la policía de Nuevo México. Al examinar la escena del —a priori— crimen e interrogarse sobre la naturaleza de su origen, el teniente Anglada se puso a trabajar en una autopsia psicológica. Su objetivo era dilucidar si ese aparente homicidio lo era en realidad. Una autopsia psicológica busca esclarecer el relato auténtico de los hechos en casos de muertes de origen dudoso, distinguiendo si éstas fueron producto de fenómenos naturales (un fallo cardíaco, por ejemplo) o bien producto de un accidente, de un suicidio o de un homicidio.

Tom Hickman pretendió hacer de su suicidio un homicidio, por eso decimos que la escena del crimen estaba «escenificada» o amañada. En ocasiones, cuando un asesino deja la escena del crimen preparada de modo que cause una determinada impresión en las personas que lo descubran, también decimos que «escenificó» un determinado efecto. Pero en tal caso no se trata de una escena simulada en el sentido que le damos aquí. La autopsia psicológica, ayudada por los incondicionales de CSI, pudo llegar a revelar lo que de verdad pasó en ese lugar desértico. Pero en otras muchas ocasiones la dificultad para averiguar los hechos proviene de la extraña naturaleza de los mismos, no de la voluntad de la víctima para engañar o confundir a los policías que luego investigarán su muerte.

En el anexo 3-1 se presenta un ejemplo de muerte dudosa o equívoca. Durante unos días, la desaparición de una joven alicantina fue todo un misterio, pero una vez encontrado su cadáver también lo fue el origen de la muerte. ¿Qué razón llevó a la víctima hacia lo alto de la montaña? En sus averiguaciones y pesquisas, la policía española fue capaz de cerrar el caso: la autopsia psicológica concluyó que el origen de la muerte había sido no violento, provocado por ella misma… Otra cuestión es que fuera un suicidio como tal, esto es, un esfuerzo deliberado por morir.

Así pues, la autopsia psicológica es una técnica de investigación utilizada por los criminólogos y otros científicos sociales para ayudar a determinar el origen de una muerte. En inglés se habla de «casos de muertes equívocas» (equivocal deaths) para significar que es necesario clarificar si se trata de un fallecimiento producido por causas naturales, por un accidente, por un suicidio o como resultado de un acto homicida. Dicho en pocas palabras, la autopsia psicológica intenta recrear la personalidad y el estilo de vida de la persona fallecida, así como las circunstancias que rodearon su muerte. El procedimiento consiste en entrevistar a amigos, familiares y compañeros del fallecido, analizar todo tipo de registros y documentos, y cruzar la información resultante para tratar de obtener la información más fidedigna.

Una de las publicaciones más importantes relativas a la autopsia psicológica se debe a B. W.Ebert, quien en 1987 publicó un artículo titulado «Guía para conducir una autopsia psicológica». Allí señalaba que la autopsia psicológica sirve a cuatro fines.

Clarificar una muerte equívoca

El primero de esos objetivos es el más importante, y muchas veces define a la propia autopsia psicológica: es el ya mencionado de ayudar a esclarecer una muerte de origen dudoso o incierto. Es importante señalar aquí una precisión terminológica. De modo informal, en vez de analizar el origen de una muerte podemos hablar de hallar su causa. Pero en el siguiente ejemplo la causa de la muerte está clara; sin embargo, es su origen o modo lo que resulta dudoso: un paracaidista, en su descenso a tierra, tarda en abrir el paracaídas y como resultado de ello muere en el golpe (causa de la muerte) al llegar a tierra. Aquí podemos preguntarnos: ¿hubo un mal funcionamiento del paracaídas?, (muerte accidental); ¿alguien lo manipuló para que no se abriera a tiempo?, (homicidio); ¿quiso en un principio suicidarse y luego se arrepintió?, (suicidio).

Aunque las estadísticas sobre esta cuestión no son en modo alguno exactas, Schneidman, otro de los pioneros en estudiar esta técnica, estimó que entre el 5 y el 20% de todas las muertes eran de origen dudoso. Generalmente, las dudas se concitan a la hora de distinguir entre un accidente y un suicidio, y de hecho una gran parte de la investigación que se ha realizado en el ámbito de la autopsia psicológica se ha dirigido al estudio de los factores precursores del suicidio.

Determinar por qué la muerte ocurrió en ese momento determinado

Este segundo propósito de la autopsia psicológica estaba ya incluido en la que quizás es la primera definición de esta técnica, ofrecida por Schneidman y Collins en 1961: «Es una reconstrucción retrospectiva de la vida de un sujeto que se centra en su capacidad para intervenir o provocar su muerte; esto es, en aquellos hechos de su vida que iluminan sus intenciones en relación con su propia muerte; en las claves que nos orientan sobre el tipo de muerte que aconteció, el grado en que aquél pudo participar en su muerte, y en clarificar las razones del por qué esa muerte ocurrió cuando lo hizo».

Consideremos el siguiente caso:

Un hombre de ochenta y cinco años espera a que lo recoja la familia de su hijo, porque es su cumpleaños. Espera todo el día, pero nadie aparece. Está arreglado con esmero, deseando ese encuentro que raras veces se produce. Pero es en vano. Con el paso de los días este anciano se encierra más en sí mismo y apenas habla con ningún vecino. En la tienda de alimentación donde suele ir a comprar, apenas le ven. Pocos meses después lo hallan muerto en su butaca, aparentemente fallecido de muerte natural.

En este caso, la labor del criminólogo es examinar la posible conexión entre la psicología del individuo y el tiempo en que aconteció su muerte. Seguro que la causa fue natural: el corazón se paró. Pero el origen fue la decepción y el olvido. En este apartado podríamos incluir también otras investigaciones en las que las víctimas pudieran, de algún modo, desear morir o temerlo en circunstancias especiales, como casos de «profecías autocumplidas» en personas obsesionadas con ideas extrañas acerca de cómo van a fallecer.

En resumen, evaluar el tiempo en que ocurre una muerte puede ser útil en la identificación de la conducta que influyó en la decisión tomada por una persona para morir, en casos de muerte natural, accidente, homicidio o suicidio. Por ejemplo, una persona deprimida o angustiada puede dejar de tomar las precauciones mínimas exigibles en su trabajo y provocar así su muerte. En uno de los episodios de la primera temporada (2002) de la exitosa serie de televisión The Shield, de la cadena Fox, un agente de policía angustiado por su homosexualidad no aceptada se enfrenta con su arma enfundada y sin chaleco antibalas a un delincuente armado que en su huida le amenaza con disparar si no se detiene. «¡Dispara!», le grita el agente. Si hubiera fallecido (cosa que no ocurre, para alivio de los seguidores de la serie), la autopsia psicológica hubiera tenido que prestar atención al momento de esa muerte. Quizá hubieran descubierto que hacía poco tuvo que hacer unas concesiones que le provocaron un fuerte autorreproche para evitar que se conociera su homosexualidad en la comisaría donde trabaja.

Pero si hubiera fallecido, ¿cuál hubiera sido en realidad el origen de la muerte? La causa material es clara: un disparo. Hubiera sido un homicidio, pero un homicidio buscado, luego sería un suicidio en su origen primero: el policía aquí buscó a alguien que le matara.

Predecir el suicidio

Ya hemos dicho que ésta es la línea de trabajo más explorada en la actualidad. Existe una investigación reciente orientada a determinar cuáles son los predictores más vinculados con el suicidio en diferentes grupos de personas. Por ejemplo, se estudia la incidencia que el abuso del alcohol puede tener en producir esta muerte, o cuál es la prevalencia de determinados trastornos mentales como la depresión en el suicidio. En un trabajo que revisó 76 estudios de autopsias psicológicas, los autores establecieron que en torno al 90% de los suicidas que habían tenido éxito en su empeño padecían algún tipo de enfermedad mental.

La autopsia psicológica también ofrece datos valiosos cuando se exploran las acciones típicas de los suicidas, como el hecho de dejar notas escritas o haber realizado comentarios previamente a consumar el hecho que albergaban ya claras intenciones de cometerlo. Por ejemplo, un estudio pionero en esto fue el de Rudestam en 1971, quien halló que el 62% de los suicidas comunicaban su intento al menos a una persona antes de llevarlo a cabo.

Otro ejemplo más reciente es el estudio de Lindeman y sus colegas en 1998, quienes encontraron que los médicos de Finlandia —particularmente las doctoras— tenían la tasa de prevalencia más alta de suicidios de toda Europa. Los autores emplearon el método de la autopsia psicológica para analizar todos los casos de muertes de médicos en ese país considerados como suicidios en el período abril de 1987-marzo de 1988. Los resultados mostraron que los suicidas tenían diversos reveses profesionales, o bien de salud física o mental. Además, en vez de confiarse al cuidado de otros colegas, en su mayoría prefirieron medicarse ellos mismos.

En un trabajo del año 2006, Gavin y Rogers critican el excesivo peso que muchos autores conceden a las enfermedades mentales o a los trastornos psicológicos como antecedentes del suicidio. Según su opinión, podemos errar en la realización de una autopsia psicológica si nos conformamos con encontrar una enfermedad mental y, a partir de ahí, inferir que el origen de la muerte fue el suicidio.

Gavin y Rogers no niegan que el trastorno mental sea un factor habitual entre los suicidas, sino que critican el hecho de que dejen de analizarse otras circunstancias que, más allá de la existencia de ese trastorno en la vida del sujeto, pueden ser más relevantes a la hora de explicar la muerte de una persona a manos de sí misma. En otras palabras, una persona podía haber sido diagnosticada como depresiva —afirman estos autores— y, a pesar de ello, no haberse suicidado por esta causa sino por otras razones. E incluso podría ocurrir que ni siquiera se hubiera suicidado, sino que conociendo el asesino esa afección mental de la víctima, se hubiera aprovechado de tal circunstancia para que los investigadores pensaran que lo más lógico era que tal persona se suicidara.

Empleo como estrategia terapéutica

Finalmente, la autopsia psicológica puede ser de ayuda terapéutica para aquellos que, después de intentar matarse, sobreviven al intento. Los esposos Sanborn, quienes en 1976 estudiaron una muestra de suicidas fracasados, encontraron que los sobrevivientes necesitaban desesperadamente hablar con alguien para explicar las emociones que sentían: culpa, vergüenza, ira… También se hizo evidente que muchas de esas personas requerían ayuda práctica para enfrentarse a tareas y requisitos de la vida cotidiana que eran importantes para su «reenganche» con la vida, cosas como dónde acudir para recibir asistencia médica especializada o cobrar pagos de la seguridad social.

Así pues, queremos destacar que la labor de conocer qué les llevó a intentar matarse puede constituir un elemento terapéutico importante, porque esas personas, generalmente, quieren y necesitan hablar de lo que hicieron, de por qué lo hicieron y cómo se sienten ahora que han sobrevivido. Junto al conocimiento de los factores que llevan al suicidio, los investigadores que practican la autopsia psicológica pueden ayudar a que tales personas se recuperen.

EL MÉTODO DE LA AUTOPSIA PSICOLÓGICA

En su ya clásico trabajo de 1987, Ebert ofreció una lista de los factores que deberían ser investigados en la realización de una autopsia psicológica para averiguar el origen o modo de la muerte, y que aparece en el cuadro 3.

CUADRO 3. Factores a examinar en la autopsia psicológica, según Ebert (1987).

  1. Historia de consumo de alcohol y drogas.
  2. Notas de suicidio.
  3. Otros textos escritos por la persona fallecida.
  4. Libros de su propiedad y que hubiera leído.
  5. Relaciones interpersonales con amigos, conocidos, familiares, médicos, profesores, etc. (de acuerdo con la edad y las circunstancias de la víctima).
  6. Relaciones maritales / de pareja.
  7. Estado de ánimo.
  8. Estresores psicosociales (empleo, cambio de residencia, divorcio, etc.).
  9. Conducta previa a la muerte indicadora de suicidio.
  10. Lenguaje de contenido mórbido presente en vídeos, cintas de audio, recuerdos de conversaciones…
  11. Historia médica y psiquiátrica, incluyendo también el nivel intelectual de la persona fallecida, su forma de encarar los problemas y otros aspectos de su psicología.
  12. Informe forense (autopsia) y de la policía científica.
  13. Evaluación de los posibles motivos que pudieran existir para que se suicidara o fuera objeto de un homicidio.
  14. Reconstrucción de los acontecimientos producidos el día anterior a la muerte.
  15. Historia de defunciones en la familia.
  16. Historia laboral, militar y educacional del sujeto.
  17. Familiaridad con diversos métodos capaces de dar muerte.
  18. Informes de la policía de investigación de la escena de la muerte y de otras circunstancias que puedan constar.

Una vez que se han recogido todos los datos relevantes se ha de escribir un informe, es decir, ha de escribirse el proceso y resultado de la autopsia psicológica. Otro investigador relevante en esta área, T. H.Blau, nos aconseja que realicemos este informe teniendo en cuenta los seis apartados que se muestran en el cuadro 4.

CUADRO 4. Seis apartados en el informe de la autopsia psicológica, adaptado de Blau (1984).

  1. Propósito de la evaluación.
  2. Fuentes de información.
  3. Resumen de los hechos.
  4. Factores significativos.
  5. Análisis psicológico integrador.
  6. Conclusiones.

El punto 5, «Análisis psicológico integrador», hace referencia a la visión del experto final de cómo entiende que se produjo la muerte teniendo en cuenta la valoración psicológica de los hechos, ofreciendo para ello un relato plausible de lo que aconteció, donde todas las informaciones recogidas para realizar dicho estudio han de tener un lugar lógico y coherente, o al menos que el relato final no suscite discrepancias insalvables.

PROBLEMAS Y PRECAUCIONES

Como el mismo método del perfil criminológico, la técnica de la autopsia psicológica cuenta también con diversos problemas (al fin y al cabo, aunque su objetivo esté bien diferenciado, es también un perfil que utiliza estrategias similares).

Algunos autores critican que la técnica de la autopsia psicológica no está estandarizada, y que su validez depende mucho de la capacidad del investigador para ver los hechos y llegar a la verdad. Esta prevención tiene en cuenta que una potencial dificultad para los autores de la autopsia psicológica es que muchas de las personas que participan en ella tienen algún interés en su resultado. Por ejemplo, la información proporcionada por los miembros de una familia puede orientar al investigador para que considere la muerte de su allegado como un homicidio o un accidente, si temen que el diagnóstico de suicidio vaya a ser una mancha para su buen nombre, o pretenden cobrar un seguro de vida, como el ejemplo de Nuevo México referido anteriormente.

En todo caso, parece que el único modo de minimizar los errores posibles en una autopsia psicológica es estudiar con detenimiento y sin prejuicios toda la información disponible, prestando gran atención a las claves del contexto en el que sucedieron los hechos. ¿Existían circunstancias particulares —una fuerte pelea o enemistad, una revelación súbita de alguna enfermedad, un propósito de venganza que fuera creciendo en su interior— que pudieran justificar que una persona en concreto deseara morir? El contraste mediante entrevistas de personas que dan versiones diferentes acerca del carácter del difunto y de sus motivaciones también puede arrojar luz sobre el asunto, algo que puede ser particularmente útil cuando podemos hacer una entrevista a dos personas a la vez.

Hazelwood y Napier nos proporcionan el siguiente ejemplo, en el que se aprecia la complejidad de la motivación de una persona que murió, aparentemente, cumpliendo con su deber de policía:

Un oficial de policía llamó a la comisaría e informó de que estaba en un barrio donde era habitual el tráfico de drogas. Dijo que se disponía a seguir un coche que intentó evitarle cuando iba a ponerse con su vehículo a su altura. Le siguió hasta las afueras de la ciudad, a una zona boscosa. La operadora le dijo que esperara a que llegaran refuerzos, pero luego se escucharon dos o tres disparos y no hubo más comunicación entre la comisaría y el policía. Cuando llegaron los policías de refuerzo encontraron al policía muerto.

El agente presentaba disparos en la cabeza realizados con su propia arma; al buscar los casquillos, se encontró uno a la izquierda y otro a la derecha del cadáver. Todos los efectos personales del oficial estaban en su sitio.

Inicialmente todos creyeron que el policía había muerto en acto de servicio. Se pensó que los asaltantes le redujeron y luego lo mataron con su propia arma. Sin embargo, la investigación que se llevó a cabo determinó otra cosa. Por ejemplo, se supo que sus compañeros lo habían ridiculizado con frecuencia porque dedicaba mucho tiempo a poner multas de tráfico, evitando así el trabajo de «policía de verdad». De hecho, se supo que no tenía amigos en el cuerpo.

También se averiguó que la pistola que llevaba el día de su muerte había pertenecido a su mejor amigo: un vigilante de seguridad que había sido asesinado por sus asaltantes, quienes le habían arrebatado su propia pistola antes de darle muerte. Hablando con la hermana del policía entendieron lo dura que fue para él esa pérdida, y lo mucho que había insistido a su hermana para que le vendiera el arma. Por otra parte, la madre del policía explicó que su hijo, el mes anterior a su fallecimiento, había grabado el funeral de un policía muerto y lo había estado viendo innumerables veces.

La conclusión del investigador (Roy Hazelwood) fue la siguiente: «Este policía era muy consciente del poco respeto que le tenían sus colegas, así que simuló su asesinato para probarles que era en verdad un policía “auténtico”; capaz de morir en el cumplimiento de su deber. Mediante este acto pretendía crear sentimientos de culpa y remordimientos en todos aquellos que le habían ridiculizado, al tiempo que así se vengaba: quería hacerles creer que su muerte era algo que podía achacarles».

La escena amañada (staged)

Ya comentamos anteriormente que to stage es «representar», «montar una ficción». El policía del caso anterior hizo eso mismo: quería cambiar la historia de su vida y creó una obra en la que él era el héroe. Es por ello que se habla de escena simulada cuando nos encontramos ante la alteración intencional de un crimen o de una escena del crimen con el objetivo de desorientar a la policía y frustrar el proceso de investigación criminal. Aunque en casos de suicidio no hay un «crimen» propiamente hablando, seguimos empleando el término «escena del crimen» como sinónimo de «muerte que hay que resolver».

Es evidente que determinar el motivo es uno de los aspectos esenciales de la investigación criminal. Douglas y Munn escribieron que «hay dos razones para simular una escena: reorientar la investigación para que no se centre en el sospechoso más lógico, y proteger a la víctima o a su familia». Hazelwood y Napier señalan que en casos de escenas amañadas es necesario averiguar el motivo para dos tipos de actos:

MOTIVO PARA EL ACTO ORIGINAL

Si trabajamos con la posibilidad de que tal acto fuera amañado, la primera pregunta que debe formularse es por qué la persona cometió el hecho en cuestión (por ejemplo, un homicidio). Los autores hacen una relación de diversos motivos, de entre los que voy a destacar estos tres:

MOTIVO PARA SIMULAR LA ESCENA DEL CRIMEN

La siguiente cuestión que debe plantearse es por qué el autor de los hechos manipuló la escena para representar algo que no sucedió. En este caso intenta engañar al investigador con respecto a diversos temas:

Esos motivos para el acto original son, recogiendo la aportación anterior de Douglas y Munn:

Hazelwood ilustra este último caso con el siguiente ejemplo:

Un policía militar recibió la llamada de una mujer histérica, quien dijo que su marido (que era militar) había fallecido: informó que, al regresar de comprar, encontró a su marido muerto, acuchillado. Los investigadores hallaron a su marido tendido en el dormitorio, con una herida de cuchillo junto a su clavícula derecha. El cuerpo estaba desnudo, excepto por las botas, los calcetines y un cinturón de cuero negro.

Junto a su cuerpo estaban los siguientes objetos: una barra de ejercicios, una cuerda y un consolador. La sangre producida por la herida era muy escasa, más producto de la fuerza de la gravedad que del flujo que se esperaría que saliera si la víctima hubiera estado viva cuando se produjo la herida.

Los investigadores reconocieron la escena como producida por un juego de autoerotismo que acabó en la propia muerte del militar. La mujer acabó confesando que cuando regresó a casa encontró a su marido muerto, colgado de la barra de ejercicios: pretendía satisfacerse con la sensación de aumento de placer erótico que se produce en los momentos previos a una asfixia, cosa que lograba colgándose de una cuerda. Luego ella lo descolgó y lo apuñaló para que la policía creyera que había sido asesinado.

Según Geberth, el tipo más común de simulación ocurre cuando el perpetrador cambia los elementos de la escena para que lo que es en verdad un homicidio aparezca como un suicidio o un accidente. Otros opinan que las escenas simuladas más habituales son las falsas alegaciones de violación y los homicidios que son encubiertos como crímenes derivados de la acción de ladrones.

MÉTODO DE INVESTIGACIÓN

Para acercarnos a una escena que podemos presumir que ha sido simulada, Hazelwood nos aconseja seguir los pasos expuestos en el cuadro 5.

CUADRO 5. Pasos en la investigación.

  1. Un estudio comprensivo de toda la información relativa a la escena del crimen.
  2. Analizar en profundidad a la víctima.
  3. Identificar y documentar todos los indicadores de simulación.
  4. Identificar y documentar todos los posibles motivos para el acto original y para la simulación de la escena.
  5. Determinar quién podría haberse beneficiado del acto original y de la simulación de la escena. Recordar que esa persona podría ser la propia víctima.

FUENTE: Hazelwood y Napier, 2004.

Los autores nos urgen para que consideremos dos fuentes básicas de información: a) la derivada de la escena, y b) la derivada de la víctima. «Es a través de la comparación y del intenso escrutinio de ambas fuentes que el investigador será capaz de identificar los factores que revelan que una escena del crimen ha sido amañada».

Vemos aquí que en verdad estamos empleando fuentes de información ya descritas en la autopsia psicológica, puesto que el análisis de las escenas simuladas es una parte de ella.

¿Por qué es tan importante comparar la víctima con la escena? Porque se trata de evaluar si tal tipo de víctima «encaja» con esa muerte. Por ejemplo, si se trata de simular que una persona asesinada se ha suicidado (por ejemplo, con ingestión de pastillas), el análisis de la víctima debe orientarnos sobre el hecho de si tal suicidio «encaja» con lo que sabemos de la víctima (con independencia de otras fuentes de investigación que la policía maneje, como restos de lucha).

¿Existen indicadores de una escena simulada? En el famoso libro Crime Classification Manual [Manual de clasificación del crimen], Douglas y Munn nos advierten de que «un delincuente que simula una escena generalmente comete errores porque sus actos reflejan su idea de cómo parece una escena donde se ha cometido un crimen. Mientras prepara la simulación, está muy tenso, y eso le lleva a cometer errores lógicos».

La implicación de esto para el investigador es que el autor comete errores de consistencia, es decir, encontramos inconsistencias en la escena del crimen. Pueden ser de tres tipos:

La tarea del investigador consiste en mirar todos esos hechos con atención y preguntarse si aparecen inconsistencias, preguntándose si «tiene sentido» lo que observa. Las inconsistencias han de buscarse tanto dentro de cada categoría como entre ellas y, de acuerdo con sus conocimientos y experiencia, el investigador ha de comprobar si se encuentra con lo que debería aparecer en caso de que el hecho violento sea lo que parece que es.

Conclusiones

En una escena simulada es muy probable que el criminal tenga una asociación previa con la víctima. Esas inconsistencias son fundamentales. Por ejemplo, si hallamos que una víctima ha sido severamente golpeada, con profusión de heridas y presencia de ensañamiento, es probable que ese asalto no encaje con el de un ladrón que, presa de pánico, mata a la dueña de la casa que lo ha sorprendido robando.

La autopsia psicológica requiere una mente abierta, un conocimiento profundo de la interacción entre un posible agresor y la víctima en un supuesto escenario de violencia. Para ello es vital la integración de toda la información disponible.

Los problemas psiquiátricos pueden ser una causa para un suicidio, pero no debemos precipitarnos en llegar a esa conclusión. Aunque en efecto una persona se haya suicidado, es posible que, fuera cual fuera el trastorno, la causa fuera otra razón. Aunque se trate, en cualquier caso, de un suicidio, conocer lo que llevó a esa acción definitiva puede ser una necesidad para que el hecho violento quede definitivamente esclarecido, al menos para sus allegados.

Una autopsia psicológica nos recuerda que hemos de prestar mucha atención a las evidencias. Cuando lo único que podemos hacer es dar una explicación más o menos basada en el sentido común, estamos lejos de satisfacer los criterios de una autopsia rigurosa. Al final es cierto que debemos construir un relato de los hechos que sea lógico y coherente, pero debería basarse en lo que hemos visto y, en la medida de lo posible, verificado.

Para finalizar este capítulo, vea cómo la policía de Barcelona (la policía de la comunidad autónoma, conocida como Mossos d’Esquadra) desenmarañó un crimen que había sido «escenificado» con todo detalle. La siguiente noticia la he tomado de El Periódico, publicado en Barcelona.

Los Mossos descifran uno de los asesinatos más meticulosamente planificados jamás en BCN

No existe el crimen perfecto, pero María Ángeles Molina Fernández, de 40 años Angie para todos —lo creyó y lo intentó. Desde el pasado 12 de marzo esta mujer está encarcelada acusada de asesinar, el 18 de febrero, a Ana María Páez Capitán, de 35 años, una joven hallada desnuda y con una bolsa en la cabeza en un apartamento de Gracia. Parecía un suicidio, o incluso el fatídico resultado de una arriesgada práctica sexual, pero una compleja investigación policial acaba de revelar que la presunta asesina planificó durante meses la muerte de Ana con un solo fin: dinero. Hacía dos años que la detenida suplantaba la identidad de su víctima para contratar préstamos bancarios y seguros de vida. A pesar del concienzudo diseño de su coartada, los Mossos d’Esquadra llegaron hasta ella.

Conviene regresar al mes de febrero, al jueves 21 de febrero. La empleada de la limpieza de unos apartamentos de alquiler por días del número 36 de la calle de Camprodón encontró ese día el cuerpo desnudo de una joven. El cadáver estaba sobre un sofá. Llevaba una bolsa de plástico en la cabeza, fijada con cinta aislante, y ningún signo de violencia aparente. La autopsia reveló un detalle desconcertante: había restos de semen en la boca y en la parte exterior de la vagina. De dos hombres diferentes.

Sólo unas botas

La titular del juzgado de instrucción número 25, Elena Carasol Campillo, tuteló las pesquisas de los agentes de homicidios de la unidad de delitos contra las personas de los Mossos de Barcelona. Varias cosas llamaron la atención de los investigadores. En el apartamento no encontraron ni un solo objeto personal de la víctima que permitiera su identificación. Ni su ropa ni su documentación estaban ahí. Junto al cuerpo había una peluca negra y unas botas. Alguien se llevó el resto.

El apartamento estaba alquilado por tres días, del 18 al 21 de febrero, a nombre de la víctima. Los investigadores comprobaron que, tres días antes, los padres y la pareja de Ana habían denunciado su desaparición en una comisaría de los Mossos. Los familiares identificaron el cadáver y los investigadores empezaron a indagar en su vida.

Feliz, reservada, responsable y extremadamente creativa, el entorno afectivo de la fallecida rechazó la hipótesis del suicidio y mostró razonables dudas ante la posibilidad de que Ana fuera capaz de llevar a sus espaldas una doble vida.

Las cenizas de la madre

Pronto, una persona centró la atención de los agentes: Angie. Trabajó durante años con la víctima en una empresa textil, y el día de su desaparición Ana contó a su pareja que cenaría con su amiga. A pesar de que ya no trabajaban juntas, conservaban la relación y se veían de vez en cuando.

En sus primeras declaraciones ante los Mossos, Angie admitió que habló por el móvil con Ana el martes de la desaparición, pero que no la vio. Y expuso su coartada. No podía haber quedado con su amiga porque precisamente ese día regresaba en coche desde Zaragoza. Venía de recoger las cenizas de su madre.

En las horas previas a su desaparición, la víctima había extraído una importante cantidad de dinero de una de sus cuentas corrientes. Los investigadores concretaron la hora y revisaron las imágenes de las cámaras de seguridad de la oficina. Ninguna de las mujeres que entró ese día a ese banco se parecía a Ana Páez, pero destacaba una atractiva mujer con una melena negra repeinada en exceso, como si llevara una peluca, similar, por cierto, a la encontrada junto al cadáver.

Mostraron la imagen de la mujer al compañero de la fallecida y éste aseguró que no era Ana, pero que se parecía mucho a Angie, la amiga de su novia a la que él había visto por primera y última vez en el entierro.

Aquí los investigadores debieron llegar a ese punto en el que nada cuadra, en el que conviene empezar de cero y en el que se tiene la sensación de enfrentarse a un complejo homicidio en el que el asesino no había puesto las cosas nada fáciles. A esas alturas de la investigación, dos preguntas claves seguían sin respuesta: ¿Quién querría matar a Ana? Y ¿por qué?

El horror de las estadísticas se empecina en demostrar que principalmente se mata por dinero y por amor. A Ana, los que la querían, los que la quieren, la quieren bien, con amor del bueno. Los investigadores de homicidios de Barcelona sostienen ante la juez que Angie mató a su amiga movida sólo por la ambición y el dinero.

Angie llevaba dos años desdoblándose en Ana. Suplantando su identidad, contrató varios préstamos y seguros de vida. Se hacía pasar por Ana y firmaba como Ana. No tuvo ninguna dificultad en conseguir préstamos bancarios por más de 20.000 euros y firmar seguros de vida en los que nombraba beneficiaria a una tercera mujer, ajena a la trama. A tenor de lo visto hasta ahora, Angie no hubiera tenido inconveniente en asumir la identidad de esta persona para cobrar las pólizas de vida, tras la muerte de Ana.

Hubo un momento en que —siempre presuntamente— decidió matar a Ana. Y empezó a planificar el crimen y su coartada. Se citó con su amiga para cenar. Esa misma mañana se puso su peluca negra y volvió a hacer de Ana para alquilar el apartamento por tres noches. Después acudió a una casa de prostitución masculina de Barcelona con la que ya había contactado por teléfono para contratar los servicios de dos hombres. No permitió que la tocaran. Extrajo dos recipientes de farmacia y les pidió que eyacularan dentro. Acostumbrados a las excentricidades de algunas de sus clientas, no preguntaron para qué quería el semen esa misteriosa mujer.

Cenizas maternas

Ahora sí se sabe. El martes, Angie se citó con Ana en el apartamento de Gracia. Antes, la mujer tuvo tiempo de ir y volver a Zaragoza donde, efectivamente, recogió las cenizas de su madre.

De vuelta a Gracia, las dos mujeres cenaron juntas. La asesina durmió a su víctima y modificó la escena. Tumbó a Ana en el sofá y la desnudó sin desprenderla de sus joyas. Colocó semen de los dos gigolós, en la boca y en la vagina, por separado, y le ató una bolsa de plástico en la cabeza, que selló con cinta aislante para provocar que la joven muriera por asfixia. Limpió el apartamento y se llevó la ropa de Ana. ¿Que pretendía? Sólo ella lo sabe, pero se sospecha que pretendía que los investigadores dudaran entre el suicidio, la violación o una orgía sexual. Unas líneas de trabajo que ni se llegaron a plantear en serio. Ajena al dolor, sin remordimientos, y actuando, una vez más, como otros asesinos, acudió al entierro de su víctima.

Fuente: El Periódico de Catalunya.