Capítulo 2

Análisis de vinculación

El análisis de la escena del crimen, donde examinamos el modus operandi y la firma, nos permite adentrarnos en el corazón mismo del perfil criminológico. Es aquí donde tenemos que hacer realidad la lectura de los restos de comportamiento del asesino para poder establecer un perfil. En buena medida, el perfilador ha de ser capaz de adoptar la perspectiva intelectual de «ingenuidad» ante el hecho que se presenta en la escena del crimen. Esa ingenuidad significa, por encima de todo, que estamos abiertos a todas las posibilidades y que estamos dispuestos a acudir a donde las evidencias nos lleven.

Esto se resume en una pregunta: «¿Por qué se ha cometido este crimen, en este lugar y momento, y con esta víctima?». Ésta es la pregunta que da inicio a todo, y mientras el forense se apresta a analizar a la víctima y la policía científica a rastrear las evidencias orgánicas e inorgánicas, nosotros, como perfiladores, buscaremos entender por qué —o para qué— el autor de esa acción violenta hizo lo que hizo, y para ello valoramos las decisiones que tomó. Comprender el «para qué», su motivación última, es un proceso al que se llega estudiando la escena del crimen, el modus operandi y la firma, así como la victimología (en ocasiones, para abreviar, empleamos la expresión «escena del crimen» como palabra global que expresa el objeto de estudio del profiling).

Nos detenemos ahora en una de las grandes aplicaciones de la metodología del perfil: la que sirve para estudiar la posibilidad de que dos o más asesinatos estén vinculados o relacionados. Esta aplicación es de gran importancia porque, como luego se verá, la realización del perfil de un asesino en serie no puede llevarse a cabo si previamente no establecemos cuáles son los crímenes que presumiblemente pertenecen a la serie que atribuimos a un único autor. Al final del capítulo quiero hacerme eco de una cierta literatura que en los últimos años intenta devaluar el profiling, esgrimiendo, entre otras cosas, que no es posible definir un modus operandi o una firma para un agresor serial, ya que no son estables. Como espero demostrar en las páginas que preceden, tales críticas no se sostienen.

Vincular los crímenes

Hazelwood y Warren describen el análisis de la relación o vinculación entre crímenes (linkage analysis) como un tipo de análisis de conducta que es usado para determinar la posibilidad de que una serie de crímenes haya sido cometida por el mismo sujeto. Se lleva a cabo mediante la integración de varios aspectos del patrón de la actividad criminal del delincuente. Tales aspectos incluyen el modus operandi, las conductas de ritual o expresivas de la fantasía del sujeto, y la firma o —según esta perspectiva— combinación única de conductas mostradas por éste en la comisión del crimen. Para estos autores este proceso se realiza mediante los siguientes procedimientos de evaluación:

Sin embargo, estos autores no incluyen otros aspectos valiosos de la conducta del criminal para la vinculación de las diferentes escenas del crimen, como son la victimología —el tipo y las características de la víctima, así como su posible significado simbólico— y la conducta espacial o «geográfica». Diferentes autores, como Rossmo y Canter, se han ocupado con profusión de analizar el movimiento y el desplazamiento de asesinos y violadores para ejecutar sus planes y tratar de establecer su lugar de residencia o su «base» para la realización de los delitos. No obstante, es también posible emplear el perfil geográfico para vincular diferentes crímenes, como Robert Keppel viene señalando desde hace algunos años.

La posición de Robert Keppel sobre lo que constituye la firma del delincuente es una de las más aceptadas en la comunidad científica, y se concreta en lo siguiente: la firma es la parte de la escena del crimen que recoge la expresión de las fantasías del autor, es «el conjunto de acciones no necesarias para cometer el delito». En otro momento Keppel explica que el autor de la agresión se siente psicológicamente compelido a dejar dicha firma en la escena, como si se tratara de una impresión o huella, o de una «tarjeta de visita». Los ejemplos que proporciona de conductas que constituyen la firma incluyen los ítems del cuadro 1.

CUADRO 1. Conductas de firma según Keppel.

Mutilación.

Ensañamiento.

Dejar mensajes.

Dejar marcas profundas en el cadáver o grabar cosas en él.

Posicionar el cuerpo de forma que transmita algo en particular.

Actividad post mórtem.

Obligar a la víctima a que responda o diga cosas en un sentido específico o adopte un rol determinado.

Con respecto al modus operandi, no parece haber discrepancia entre Hazelwood y Keppel: Keppel define el modus operandi como «las conductas que permiten al delincuente cometer el crimen y escapar con éxito». Como vemos, las diferencias están en el concepto de lo que constituye la firma: mientras que para Hazelwood la firma es la combinación singular que se produce entre los aspectos del modus operandi y de los elementos expresivos (rituales y fantasías), para Keppel la firma excluye lo que sería característico del modus operandi.

Keppel realiza la vinculación de las diferentes escenas del crimen mediante un análisis comparativo de las firmas, lo que requiere el examen de las siguientes fuentes:

No obstante esta diferencia, lo cierto es que el análisis de vinculación entre las diferentes escenas del crimen requiere del estudio tanto del modus operandi como de la firma. Mi opinión es que debemos seguir la posición de Keppel con respecto a la definición de lo que constituye la firma; opino que llamar «firma» del delincuente a la combinación del modus operandi con los elementos expresivos, es decir, los rituales y los que ilustran fantasías —que serían parte de la firma para Keppel— sería complicar las cosas, y uno de los atributos de una buena teoría es la simplicidad. Así pues, digamos que el análisis de vinculación entre escenas del crimen precisa tanto de la comparación entre los hechos de las diferentes escenas que son necesarios para cometer los crímenes (el modus operandi) como de aquellos que muestran o expresan las necesidades emocionales, rituales o fantasías del autor, aspectos éstos innecesarios para cometerlos (la firma).

Un análisis de vinculación puede tener varios usos dependiendo de la etapa del proceso de investigación en que se realice. Así, en las fases iniciales puede emplearse como un informe preliminar dirigido a ayudar a los policías para que investiguen cuidadosamente los diferentes casos que se sospecha que pueden constituir una se rie, así como para que consideren si podrían incluirse otros crímenes del pasado.

Cuando la investigación está más avanzada y se ha podido precisar mejor cuáles de las escenas del crimen se consideran parte de la misma serie, el análisis de vinculación tiene que formar la columna vertebral del perfil criminológico. ¿Por qué? Si el análisis de vinculación es erróneo, el modus operandi y la firma serán una construcción arbitraria, ya que definirán a un sujeto sobre la base de elementos que responden a asesinos (o violadores) diferentes. El modus operandi y la firma son absolutamente necesarios para dibujar el perfil de personalidad del autor.

Finalmente, en algunos estados de Norteamérica resulta permisible actuar como testigos peritos para informar al jurado de su opinión experta, consistente en afirmar que, en su opinión, diferentes crímenes muestran elementos de relación tales que, a partir de ahí, se puede establecer una vinculación entre ellos de tal modo que pueden entenderse como obra del mismo autor (otra cosa es llegar a afirmar que el sujeto acusado «es» el autor).

Factores que pueden influir en el análisis de vinculación

Hazelwood y Warren destacan una serie de factores que pueden afectar a la conducta de la escena del crimen y, por consiguiente, lo que el perfilador va a ver cuando realice su trabajo (cuadro 2).

Ejemplo de análisis de vinculación

Gerard Labuschagne, perfilador de la policía de Sudáfrica y profesor de la Universidad, nos presenta el siguiente ejemplo real de análisis de vinculación.

EL PRIMER INCIDENTE

A las 6 de la tarde del sábado 14 de febrero de 2004, en verano, una joven pareja negra caminaba por un parque que rodea la ciudad de Newcastle. Bebieron y se dispusieron a hacer el amor. Estaban en ello, cuando de pronto un sujeto se abalanzó sobre el chico, golpeándolo fuertemente en la cabeza con una piedra y haciéndolo a un lado. Después de abofetear a la chica, golpeó por segunda vez a su pareja con la roca y se llevó a la mujer. Como ésta se puso a gritar, el agresor sacó un cuchillo y amenazó con matarla si continuaba gritando. A continuación la llevó a una zanja, a unos diez metros de donde se produjo el ataque, y la violó una sola vez. Al acabar le dijo que se vistiera y que se fuera. El hombre murió en la misma escena donde fue golpeado. La piedra homicida estaba a un metro del cadáver. Estaba vestido, pero tenía los pantalones bajados. El agresor no robó nada a ninguna de las víctimas.

CUADRO 2. Influencias que pueden afectar el análisis en la escena del crimen.

FUENTE: De Hazelwood y Warren, 2003.

EL SEGUNDO INCIDENTE

El 27 de octubre de 2004, sobre las 11 de la noche, en verano, en el mismo parque del incidente anterior, una joven pareja negra decidió hacer el amor. El chico, conductor de un taxi, lo dejó aparcado en un espacio abierto, y ambos decidieron amarse sobre un mantel blanco, cerca del taxi. En eso estaban cuando un hombre surgió de improviso y, dirigiéndose contra el varón, le golpeó la cabeza con una piedra, matándolo. El agresor le dijo a la mujer que no se vistiera y, armado con un cuchillo, la llevó a un lugar cerca del río, a unos treinta metros de la escena del ataque, donde la violó una vez. Cuando hubo terminado la llevó hasta donde estaba el taxi y, tras recoger la llave de uno de los bolsillos del difunto, abrió el auto y cogió dos teléfonos móviles. La chica le dijo que necesitaba algo de dinero, que no se llevara su bolso sin dejarle nada, pero él se limitó a pegar fuego al vehículo y marcharse.

La policía halló el arma homicida (la piedra) a un metro del cuerpo del cadáver. Sus pantalones estaban a la altura de los tobillos. No había otras heridas en el cadáver.

EL TERCER INCIDENTE

En la madrugada del 26 de noviembre de 2004, cerca de la escena anterior, se halló el cuerpo de un varón negro en un sendero, ya cadáver. Un paseante lo descubrió al hacer su caminata diaria. Sólo llevaba ropa interior y una camiseta. Uno de sus zapatos estaba aproximadamente a metro y medio del cuerpo. Los pantalones y el otro zapato no se hallaban en la escena. Sí se encontró, en cambio, una piedra ensangrentada a un metro del cadáver. No hubo posteriores denuncias de violación por parte de mujer alguna.

EL CUARTO INCIDENTE

El 7 de enero de 2005, a las 9 de la noche, un varón de origen hindú abandonó la casa de sus parientes portando una bolsa de deportes que contenía objetos personales. Se dirigía al mismo parque de los incidentes anteriores. En la madrugada del día siguiente fue hallado inconsciente, con un fuerte traumatismo en la cabeza producido por una piedra que se encontraba a unos ocho metros. Estaba vestido, a excepción de sus zapatos. Uno de los zapatos estaba cerca del cuerpo. La escena correspondiente a este suceso estaba próxima a la del segundo incidente, y aproximadamente situada entre los lugares correspondientes al primer y segundo incidentes. Junto a la víctima se halló también un rollo de dinero. La bolsa de deportes había desaparecido. Murió dos días después, sin recobrar la conciencia. Ninguna mujer denunció posteriormente haber sido asaltada.

LA EVIDENCIA OBTENIDA POR EL ESTADO

Las pruebas de la policía eran muy sólidas en los dos primeros incidentes. Las dos víctimas de violación identificaron sin dudar al asaltante, que no había protegido su rostro con una máscara, pañuelo u objeto similar. Desafortunadamente, no se disponía de muestras de ADN. También se contaba con el testimonio de una persona a la que el acusado había hecho la confidencia de que había matado a gente en el parque donde efectivamente ocurrieron los hechos. Alertada, la policía arrestó al autor de esa confidencia.

Durante el interrogatorio policial el acusado confesó esas dos muertes, pero se negó a confirmar su declaración ante el juez.

Con respecto a los incidentes tercero y cuarto, la evidencia física disponible para vincular a este sujeto con ellos era nula, y tampoco había testigos. Sin embargo, el fiscal decidió acusarle también de tales crímenes, apoyándose en el principio de «similar fact evidence» (evidencia de hechos semejantes). Con anterioridad a tomar esa decisión, la fiscalía había contactado con el perfilador Gerard N. Labuschagne, del Centro de Psicología Legal, en la Free State University, solicitándole su opinión y, posteriormente, un perfil que pudiera vincular los cuatro incidentes.

EL ANÁLISIS DE VINCULACIÓN

Labuschagne se entrevistó con el investigador policial del caso, miembro de la Unidad del Crimen Grave y Violento de la policía sudafricana, y después de realizar el perfil recomendó al fiscal que procediera a la acusación por los cuatro incidentes. Su método de trabajo implicó tomar en consideración las siguientes informaciones:

El autor entrevistó al sospechoso, pero no empleó sus resultados para el análisis de vinculación por dos razones: a) el sospechoso negó las acusaciones, y b) el propósito de Labuschagne no era determinar si el inculpado era el asesino, sino sólo si las cuatro escenas del crimen estaban vinculadas, es decir, si eran obra del mismo agresor.

EL INFORME

El informe que preparó el autor fue estructurado bajo los siguientes apartados:

Dicho informe se basó en los siguientes puntos:

Modo en que fueron cometidos los crímenes

Circunstancias de los crímenes

El tribunal halló culpable al acusado. En la sentencia se hizo eco del informe del autor, aclarando que, en opinión del tribunal, los cuatro incidentes se habían realizado de un modo tan parecido que el acusado tenía que ser el responsable de los mismos.

Apoyo a la vinculación de los delitos

En la actualidad, las bases de datos juegan un papel muy relevante para realizar la vinculación entre diferentes delitos. Desde que la técnica del perfil fue desarrollada por el FBI, muchas policías del mundo han buscado aplicar esa metodología, y para ello han recurrido a crear sistemas informáticos. Esas bases de datos las han nutrido con investigaciones autóctonas, donde han reunido información sobre la escena del crimen de diferentes delitos: homicidios, incendios, violaciones…

Uno de los desarrollos más recientes en este campo pertenece a Japón. En el país del Lejano Oriente, el Instituto de Investigación Nacional de Ciencia Policial es el responsable de llevar a cabo esa tarea. Desde 2002 se encarga de impulsar la metodología del profiling para ayudar a resolver casos de violaciones, incendios seriales, asaltos aparentemente realizados al azar sobre extranjeros y homicidios sexuales. Para tal fin ha creado el Sistema de Apoyo de la Investigación Conductual, un software informático que trata la conducta criminal como un conjunto de acciones y se basa en la asunción de que «existe una consistencia en el modus operandi y la firma» que ayuda a identificar a los sospechosos a través de diferentes escenas del crimen.

El Sistema de Apoyo de la Investigación Conductual almacena los registros de muchos delincuentes ya convictos. Cuando un investigador introduce los datos que definen las acciones criminales de un nuevo delito no resuelto (el incidente objetivo, o target incident), el sistema otorga a cada delincuente registrado una probabilidad, un valor que es el resultado de comparar el estilo mostrado por cada sujeto con el estilo de delito que ahora se investiga o target incident.

Cuando una investigación está en marcha, los delincuentes que figuran en los primeros puestos de esa «lista de probabilidad» se convierten en posibles sospechosos. En definitiva, el ordenador realiza mediante algoritmos el proceso de vinculación, sólo que relaciona una escena (o varias) con el estilo criminal registrado de todos los condenados que figuran en el sistema. Lógicamente, para que alguien sea sospechoso tiene que haber estado en libertad en las fechas en que se sabe —o se estima— que se cometió el delito.

Por otra parte, la policía japonesa emplea el Sistema de Apoyo de la Investigación Conductual para inferir un perfil de un delincuente desconocido. Después de efectuar esa ordenación de los criminales almacenados en la base de datos en función de su semejanza entre sus acciones delictivas y el incidente objetivo, los que están situados en posiciones prevalentes en esa relación son estudiados en sus características demográficas y de historial criminal. Por ejemplo, si una mayoría de los ubicados en un rango alto en un caso en particular habían cometido crímenes sexuales, se asume que el sospechoso debe tener igualmente una historia de crímenes sexuales.

El investigador Kaedo Yakota y su equipo, perteneciente al Instituto de Investigación Nacional de Ciencia Policial, señalan que hay antecedentes que demuestran la utilidad de este enfoque para el profiling, en particular con los delincuentes que roban en inmuebles, pero en su estudio más reciente pretende comprobar mediante una simulación la eficacia del sistema con agresiones sexuales, en concreto con dos delitos: violaciones y actos indecentes y repetidos en privado.

Para su estudio introdujo en el sistema 1.258 delitos sexuales, de los cuales 868 de sus autores habían cometido alguno de los dos delitos seleccionados (violación y exhibición indecente). De éstos, 188 delincuentes tenían dos o más incidentes registrados en la base de datos.

¿Qué tipo de información se almacenaba de cada incidente? Yakota se basó en los trabajos de investigadores experimentados en el profiling, como David Canter y Roy Hazelwood, e introdujo datos relativos al tipo de víctima, lugar, tiempo, preparación, método de aproximación, arma empleada, conducta violenta exhibida, conducta sexual, interacción con la víctima, actos de precaución y tipo de vehículo.

Con objeto de probar el sistema en la captura de los delincuentes sexuales seriales, Yakota y su equipo hicieron la siguiente simulación: eligieron a los 81 delincuentes que tenían tres o más registros y seleccionaron el último de tales delitos como delito objetivo (target incident). A continuación se rellenaron los formularios con el tipo de información detallado arriba (tipo de víctima, lugar, etc.), uno para cada delito. Lo que quería probar la simulación era que el Sistema de Apoyo de la Investigación Conductual era capaz de seleccionar con una alta probabilidad al delincuente autor de ese crimen, de entre los 868 que figuraban en la base de datos. Para ello, primero se calcula la semejanza de un conjunto de acciones criminales entre cada delincuente en el sistema y el registro del incidente objetivo, y luego se establece un rango para cada sujeto de acuerdo al valor de probabilidad (basado en esa semejanza) calculado por el ordenador: un valor de 1 indica la mayor probabilidad: un valor de 2, la segunda probabilidad, y así sucesivamente hasta el valor o rango de 868.

La simulación obtuvo éxito: en 24 de los 81 ensayos el ordenador seleccionó al auténtico culpable, esto es, un 30% de aciertos. También se halló que en la mitad de los 81 incidentes objetivo los delincuentes culpables de esos crímenes ocupaban el cuarto puesto entre los 868 posibles. Esto tiene una gran importancia para la labor policial de la vida real, ya que significa que el ordenador sería capaz muchas veces de entregar el nombre del culpable en la relación encabezada por los cinco primeros sujetos (por supuesto, si el autor fuera uno de los sujetos que figura en la base de datos).

Este resultado demostró empíricamente que es posible relacionar estilos de acción criminal con ciertos delincuentes, probando, en efecto, que la crítica escéptica puede ser valiosa para iluminar deficiencias y recordar la humildad con la que hay que desempeñar esta labor, pero que en esencia carece de fundamento.

Conclusiones y revisión de la postura escéptica

Patricia Brown es una escritora, también perfiladora, que dirige en Estados Unidos una organización destinada a ayudar a las víctimas que lograron sobrevivir a los ataques de homicidas sexuales. Ha escrito un libro, titulado Killing for Sport: Inside the Minds of Serial Killers, en el que nos advierte de que lo que usualmente vemos en televisión y en el cine acerca de los asesinos en serie es generalmente falso. En su libro dice que hay muchas creencias equivocadas sobre estos personajes, que ella resume en diez mitos, ampliamente diseminados a través de los medios, que en su opinión es necesario revelar.

Muchas de las cosas que afirma no están bien fundamentadas, y de hecho tal libro, en una palabra, no creo que valga el dinero que pone en la cubierta. Sin embargo, su postura ilustra bien lo que yo llamo la «opinión escéptica» acerca de la posibilidad de encontrar patrones relativos al modus operandi y a la firma del asesino. Yo no la comparto, pero dado que éste es un libro de iniciación pero también de actualización del profiling, vale la pena considerar lo que dice, ya que además de representar las críticas que muchos hacen a este aspecto esencial del profiling, nos servirá para profundizar mejor en su conocimiento.

Brown dedica dos de sus «mitos» a la firma y al modus operandi, respectivamente.

Con respecto a la firma, la autora anuncia su crítica mostrando su escepticismo ante la siguiente creencia o mito: «La firma es la marca de un asesino en serie». Y afirma:

La firma es algo extremadamente raro, y la creencia de que ese «algo» generalmente existe confunde a los investigadores de la policía y provoca que se formulen un montón de hipótesis absurdas.

¿Qué se supone que significa dicha firma? En teoría se trata de prestar atención a los «toques» añadidos que hacen del crimen algo personal para el asesino. No estoy segura de dónde está ese toque exótico en la escena del crimen cuando, por ejemplo, el asesino deja a la mujer que ha matado mediante estrangulamiento debajo de unos arbustos. O ahogada en la bañera. O enterrada en un parque nacional […].

Los tipos de firmas que vemos en las películas son siempre muy claras. Cada víctima presenta algo distintivo, lo que ayuda a vincular esos casos a un asesino en particular… algo que es casi imposible de ver en la vida real. ¿No sería estupendo que el Asesino del Pescado Frito Francés llenara la boca de sus víctimas de patatas fritas? [la autora está ironizando] […] La firma se describe generalmente después de que el asesino es capturado, porque nadie conoce lo que es antes de que los homicidios hayan sido resueltos.

Hay una parte de verdad en esto. Por razones dramáticas, películas de mucho éxito como El silencio de los corderos hacen uso de firmas muy obvias, como en este caso la polilla en la boca de las víctimas. O en la también famosa Seven, donde la firma es la escritura de los pecados capitales en las paredes o su representación simbólica en la escena del crimen. Pero Pat Brown se equivoca cuando entiende que la firma es sólo esa especie de gesto o detalle exótico y narcisista, hecho para hacer un envite burlesco a la policía. Esto es más bien lo que creen los guionistas de cine, y no es de recibo que Brown confunda esta versión frivolizada con la definición seria y profesional.

Como antes mencioné, la firma se compone de diversos aspectos del comportamiento susceptibles de ser analizados en la escena del crimen. Todo aquello que no es necesario para producir el control y muerte de la víctima debería ser registrado como firma. Por ejemplo, una muerte prolongada en el tiempo es un elemento de la firma: si descubrimos que una persona tardó en morir, y que esto fue buscado premeditadamente por el asesino, tenemos que considerarlo como parte de su firma. De igual manera, el tipo de víctima es siempre un elemento de la firma, ya que la consistencia de un claro patrón en su selección (mujeres jóvenes, guapas y universitarias, como le gustaban a Ted Bundy), o su ausencia (cualquier edad y sexo, como Alfredo Galán, el Asesino de la Baraja), están relacionados de modo directo con la motivación profunda, con aquello que expresa más íntimamente lo que pretende el asesino con sus crímenes. Y a ese «núcleo íntimo» de la escena del crimen apunta el análisis de la firma.

Por otra parte, tampoco es cierto que la firma se defina siempre «después de que se descubra al asesino», como maliciosamente señala Brown. Está claro que la escritora pretende provocar, porque desde que el FBI empezó a sistematizar la metodología del profiling son muchos los ejemplos de perfiles correctos que incluían la firma antes de que se capturara al culpable.

En relación con el modus operandi, Brown plantea el siguiente mito: «Se pueden relacionar diversos crímenes mediante el modus operandi». Y escribe, entre otras cosas, lo siguiente:

El modus operandi ha sido otro concepto más bien confuso en la investigación de los asesinos en serie. Quizá cuando los delincuentes cometen otros crímenes llegan a mostrarse con un claro patrón a la hora de llevarlos a cabo […]. Los asesinos en serie, sin embargo, no matan muy frecuentemente. Algunos esperan años para cometer un nuevo crimen, y cuando se deciden, puede que mejoren algo que no acabó de funcionar la última vez o que no les acabó de gustar. Un asesino en serie puede que decida pasar del apuñalamiento al estrangulamiento porque la última vez se cortó en el ataque y manchó su coche de sangre. Puede que decida quizá que es mejor que disponga de más tiempo con la víctima, así que en vez de llevar a cabo el crimen en el exterior pasa a realizarlo en un lugar cerrado. O puede decidir atar la próxima vez a la víctima porque la vez anterior tuvo muchas dificultades en manejarla.

Usar el modus operandi para relacionar diferentes crímenes también puede ser problemático. Si éste cambia dentro de una serie de homicidios, es posible que la relación entre todos ellos pase desapercibida y, por consiguiente, que no se aprecie la existencia de un asesino en serie […].

Del mismo modo, si asumimos que la observación del mismo modus operandi implica que estamos frente al mismo asesino, entonces podemos caer en el problema opuesto.

En realidad, Brown no hace sino reconocer un hecho obvio, a saber: que en ocasiones los agresores seriales cambian partes importantes de su modus operandi, lo que dificulta sin duda la investigación. Y que, desde luego, uno puede equivocarse cuando investiga una sucesión de crímenes, y creer que no están conectados cuando sí lo están, y viceversa. Así, cuando la autora afirma que «Algunos esperan años para cometer un nuevo crimen, y cuando se deciden, puede que mejoren algo que no acabó de funcionar la última vez o que no les acabó de gustar», tales hechos han de ser tenidos en cuenta por el perfilador, quien, con la mirada amplia sobre todo el contexto de la escena del crimen, ha de procurar dilucidar si tales cambios todavía permiten determinar si el nuevo crimen se ajusta al patrón establecido. Investigaciones como la llevada a cabo con Alfredo Galán, el Asesino de la Baraja, deja bien a las claras que los policías en ocasiones tienen muchos problemas para conectar los crímenes. No cabe duda de que habrá casos en los que no sabremos estar a la altura de las circunstancias. Sin embargo, eso no significa que no puedan relacionarse.