El 5 empiezan los exámenes. Hoy conocí al de Francés, que es un tipo así pingorotudo y muy recompuesto. Ha veraneado en San Sebastián y es catedrático de última hornada. Como el de Francés del Instituto, también hace muecas con los labios cuando habla como si estuviese dando la lección. Me gibó el pollo porque no respondió cuando le di los buenos días. Pregunté a don Basilio cuándo concluyen los pintores para que se lleven la chapera. El de Francés hacía que leía una revista, pero me miraba de reojo. Al salir le oí cómo preguntaba a don Basilio si yo era el nuevo. El de Francés me parece de esos tipos que miran a las mujeres de arriba abajo; de esos que se paran al ver una buena mujer, no para verla mejor, sino para que ella les vea a ellos.
Por la tarde he ido dos veces a la tienda de don Rafael a recoger unas firmas. Hoy volvió Zacarías por el café. Después de la enfermedad le ha quedado triste el ojo de la nube.
3 septiembre, miércoles
El Pepe ha andado toda la tarde de cachondeo a vueltas con mi bigote. Dijo que parecía tuerto del lado izquierdo y todos se rieron las muelas. No estaba Tochano y nos jugamos los cafés al parchís. Le tocó pagar al Pepe, pero dijo que se lo apuntaran. Como quien no quiere la cosa, don David se llegó a él y le dijo que para dar crédito ya estaban los Bancos. El Pepe puso unos ojos como cortantes: «¿Desconfía?», dijo sin casi mover los labios. Don David tiene cara de mandria, pero cuando se atufa enseña los dientes como un caimán. Le dijo: «No fío ni a mi padre que esté en Gloria más de dos meses». El Pepe hizo que se buscaba algo que no encontraba en el bolsillo del pantalón. «No tengo ahora», dijo. Veía mal la cosa y tiré de cartera y le dije al Pepe: «Me lo debes a mí». Cuando se largó don David, nos contó el Pepe que la víspera había dado en el cine cinco rubias de propina pensando que eran perras chicas. ¡Si no le conociera! Luego me dijo que quería salir un día conmigo a las codornices. Quedamos para mañana porque el 5 estoy de exámenes. El Pepe dijo que recogería al Sol en casa de Tochano. He estado recargando hasta las tres. Cuando me metía en la cama sentí silbar al exprés de Galicia.
4 septiembre, jueves
Estuve con el Pepe en lo de Aniago. Es un mar de surcos y duelen los ojos de la perspectiva. Hay unos linderos muy majos que tienen bastante codorniz. Lo malo fue el viento. Si la codorniz coge el viento, navega a vela. El Pepe es incansable. Tiró a troche y moche durante dos horas. Apenas había disparado yo cinco tiros y ya llevaba él diecisiete. En un alto que hicimos a dar un tiento a la bota me pidió cartuchos. Le advertí que eran del 16, pero él lo resolvió quitando el culatín a los del 12 y metiendo los míos por el canuto. Me gibó que tirase por puro placer a una picaza, que para tanto como eso no le dejé yo la munición. A poco de comer me llamó a voces. Me acerqué de mal café porque creí que iba a pedirme más cartuchos, pero no era para eso sino para enseñarme el nido de una liebre. No lo había visto nunca. Es un socavón en el surco hecho con mucho arte y forrado de pajitas y pelusas. Tenía tres crías recién paridas que parecían ratones a medio pelo. El Pepe me propuso manear los chaparros, puesto que la madre no andaría lejos. «¿Y las crías?», le pregunté. «Tampoco estarán malas en el cocido», respondió el Pepe. «Me sabe mal, la verdad», le dije. «Si no lo hacemos nosotros, otros lo harán», dijo él. En el fondo me petaba el plan y al Pepe le sobraba razón. Acepté a condición de dar una pasada sólo. El Pepe me pidió dos cartuchos de perdigón gordo y me dijo que si no levantábamos la liebre me los devolvería. El Pepe caza haciendo un ruido con los labios como si tirara besos. No dimos con el bicho y ya nos volvíamos y el Pepe había abierto la escopeta cuando la tía se le arrancó de junto a un enebro, surco arriba, con las orejas gachas y corriendo a ciento por hora. Cuando el Pepe cerró la escopeta y se la quiso echar a la cara, la muy zorra estaba en París. Pero eso no es ley para el Pepe. Soltó los dos tiros con toda tranquilidad, como si los cartuchos fuesen suyos. «¡Me cago en tu padre, tía puta!», voceó. Ya le dije que no tirase a la desesperada, pero él protestó y dijo que a una liebre hay que tirarle aunque sólo asome las orejas, porque nadie sabe lo que puede ocurrir. Se puso de mal café y cien metros más arriba marró dos codornices que le volaron de la gorra. Entonces la tomó con el Sol. Empezó a darle cantazos porque decía que se alargaba y el animal se amorrongó, se puso tras mío y ya no hubo manera de hacerle trabajar. En total hicimos treinta y tres. Yo dieciocho y tiré quince cartuchos menos que el Pepe.
La madre me ha dicho al llegar a casa que anda alcanzada. Si no se resuelve pronto lo de la conserjería tendré que agenciarme un complemento. Prefiero no pensar en eso ahora.
5 septiembre, viernes
Entré en el estanco esta mañana por unas pólizas y me encontré a Aquilino. Iba tan majetón como siempre, con el correaje y el tricornio relucientes y la guerrera bien estirada. Me preguntó qué había de la Jabalí, y le dije que aguardase a Navidad porque ahora no tengo disponibles. «Los tubos están criando moho», me dijo él con guasa. Yo me eché a reír: «Como dejes que eso ocurra hemos terminado», dije. Él entonces se puso serio y me preguntó qué me parecía lo del rapidillo del día 24. Le dije si había algo que mereciera la pena y respondió que sí, pero que sólo en 12 y 20. En ese caso no interesa.
El día, con los exámenes, ha sido de aúpa. El señor Moro me había dicho que eso de las propinas se acabó con la guerra, pero cuando vi su interés por repartir las papeletas le paré los pies. Me preguntó si es que para mí la antigüedad no contaba, pero le dije lealmente que también los jóvenes tenemos estómago. El tío marrajo aún se resistía y sólo cuando le propuse consultarlo con don Basilio se avino a hacer partes. Él ya sabe por dónde se anda. Con unas cosas y otras he sacado 20,35 líquidas, que no está mal.
Melecio estuvo un rato en casa. Me dijo que la Amparo rellenó de virutas la piel de la liebre y el Mele se pasa el día tirándosela a la Doly amarrada de un cordel. Le pregunté que qué tal y Melecio arrugó el morro. Me da mala espina. Es difícil quitarle el vicio a un perro con la boca dura. Y el caso es que la maldita, cuando le da la gana, sabe hacerlo. Por otra parte, tampoco es buena enseñanza que esté todo el día de Dios viendo correr los conejos por el corral. Ya me gustaría cruzarla con el Sol, por más que Melecio diga que el Sol es un perro resabiado.
6 septiembre, sábado
No me he sentado en todo el día. A la noche la madre me preparó un baño de pies porque no podía parar. Empezaron los exámenes de primero. El de Francés se cargó dieciocho de veintidós. ¡Buen guaje! Saqué 19,20 líquidas.
8 septiembre, lunes
Don Basilio me dijo esta mañana que me quitara el blusón y me pusiera la gorra del uniforme. Me lo estaba oliendo. Fui sincero con él y le expliqué que la gorra no me va a la cara. Él me salió con que el uniforme es la manifestación de la disciplina en el Centro. Le dije que era una gorra muy llamativa y entonces se le puso el habla de pendoncete y me dijo que él no la había inventado, sino que era la reglamentaria. Aún intenté convencerle de que quitándome el blusón y con los botones dorados sería suficiente para darme a respetar y él me respondió que yo no estaba allí para meter miedo a nadie sino para mantener el orden y la disciplina. Dijo, después, algo así como que él en su despacho era el Ministro de Educación y yo en los pasillos era también como el Ministro de Educación. ¡Mucho cuento! Al cabo se quedó mirándome la nariz y creí que iba a decirme algo del bigote. Así es que di media vuelta, y he andado todo el día huido y como acobardado.
El de Francés se cargó hoy diecinueve de veintiuno. Saqué 21,70 líquidas. He borrado un letrerito en el water que decía: «Pérez, cornudo». Pérez es el de Francés. Por la noche, me ha dicho Melecio que si tengo plomo sabe de uno que hace perdigón.
10 septiembre, miércoles
Esto de los exámenes es una lavativa. Hay mucha matrícula y van al paso. Esta mañana empezó la de Alemán y los claustros se quedaron vacíos porque es una hembra que marea. Dicen que por una grieta del pupitre se le ven las rodillas cuando se enoja. No sé, no sé. Lo cierto es que hoy en los pasillos no había una rata. Cuando tocó el timbre para entregarme las papeletas me dio un vahído. Realmente está que lo tira. Y el tono ronco de la voz le da aún más aliciente. Por lo visto era de Hitler, y desde que Hitler perdió la guerra anda como cabreada. Ella piensa que está vivo, escondido en alguna parte. El señor Moro, cuando le pregunté, me dijo furioso: «¡Como no lo tenga en su alcoba!». El señor Moro anda quemado desde lo del otro día. ¡Anda y que le zurzan! ¡Lo que es, si para que él desarrugue el morro he de dejarme pisar la barriga, está listo! Al entrar por las papeletas, el de Francés y ella hablaban en alemán. Él chapurreaba y ella se divertía corrigiéndole. Una de las veces le agarró de los labios con las puntitas de los dedos y le dijo: «Como la "u" castellana». Él me vio de pronto y se puso a vocear: «¿No han llamado?», dije. Ella me alargó entonces las papeletas sin decir palabra.
15 septiembre, lunes
No veo el momento de que esto termine para dar gusto al dedo. Fuera de ayer, que subí con Melecio a lo de Aniago, no salgo desde el día 4. Yo le tenía mucho hablado a Melecio de lo de Aniago y le conté lo del nido de la liebre. Pero lo que son las cosas, el domingo no vimos nada. Se conoce que lo habían pateado otros. Esto de la caza es como el huevo de Juanelo. Después de mucho mover las tabas hicimos once pájaros. Nueve yo y dos Melecio. El cielo se cargó por la tarde y se puso de nublado. No nos dio tiempo ni de llegar a las bicicletas. Nos metimos en el chozo de ramera de un melonar y allí aguantamos. Melecio se santiguaba a cada descarga y yo le pregunté si tenía rilis. «Lo que tengo son dos chavales», dijo él. Le vi tan blanco que no quise cachondearme. Ciertamente daba rilis aquel cielo negro y el brillo de los relámpagos y el ruido de los truenos. Le dije para calmarle que los rayos iban a los pinares, pero él no estaba por la labor. «No sería el primero que aplasta un chozo», me contestó. Con el tacón pateaba a la Doly. Le pregunté si le molestaba la perra, pero a él le atocinó la pregunta y dijo de mala gana que la piel de los animales atrae los rayos. Luego se pasó el nublado y empezaron a cantar los sapos. Estaba oscureciendo y olía bien el campo. En la bicicleta, Melecio no hacía más que rajar. Parecía como si quisiera que me olvidara de que le había visto pasar rilis. A mí me gibaba su runrún porque me gusta escuchar el ruido de las llantas sobre la carretera mojada. A última hora acordamos ir el domingo 28, que se levanta la general, a lo de Illera.
19 septiembre, viernes
Esta mañana me dijo José, el de Secretaría, que ayer estuvieron hablando don Basilio y don Rafael durante una hora sobre la conserjería. Parece que no hay acuerdo. Por lo visto el vaina de don Rafael me pone la proa. José me suplicó que no haga uso de esta información.
La Modes pasó por casa esta tarde. Como de costumbre, anduvo un rato moquiteando. Me temí que fuese por lo de siempre, pero tampoco me chocó cuando dijo que esperaba otro chaval. La Modes ha tenido cuatro en cuatro años. La madre dijo: «¡Alabado sea el Señor! ¿Cuándo piensa sentar la cabeza Serafín?». «Él dice que es lo único que nos queda a los pobres, madre», respondió la Modes. Mi hermana se calmó en seguida y se puso a hablar de los puntos y de los subsidios. Serafín está bien colocado y tiene un buen jornal, pero mi hermana es desordenada. Vino con los dos críos mayores, que andaban por la azotea, y, de pronto, los sentí llorar. La Modes saltó como un buscapié. Cuando salí tras ella ya estaba enzarzada con la Carmina, insultándose a voces. Por lo visto, los chicos se habían puesto a trastear con una camisa del señor Moro. Quise hacer ver a la Carmina que los chicos son chicos, pero ella contestó a grito pelado que la que no sepa atenderles que se los guarde. La Modes la llamó entonces tía marrana y la madre le echó en cara a la Carmina lo del tendedero y lo del pellejo de la liebre. Entonces dijo la Carmina que es muy bonito eso de echar golfos al mundo y que deberían colgar a las sinvergüenzas que dejan sus hijos en el arroyo. Cuando se largó la Modes, le dije a la madre que no quiero más cuestiones con el señor Moro y los suyos. No son trigo limpio.
No he visto a Melecio en todo el día.
24 septiembre, miércoles
Hoy concluyeron los exámenes. Dentro de ocho días empezaremos el curso. El tiempo ha oscurecido y asoma la otoñada. La azotea se ha puesto gris. Por la tarde hice balance: 380 pelas con 65 céntimos me dejaron los exámenes. Está visto que esto del dinero es cuestión de ordeñar a lo que salte.
Pensaba ir a ver a Aquilino, cuando la madre me recordó que le debo a Asterio el último traje; el de las listas. ¡Tengo la cabeza a caldo! Asterio es considerado y nunca pasa factura. Le di a cuenta las 300 y todavía me dijo que no corrían prisa. Añadió, por guasa, que ya había pensado en denunciarme. Asterio, como de costumbre, estaba con dos amigos escuchando mambos en la gramola. De vuelta, me compré un extractor de los de tenaza. El otro no me va.
En el café, me dijo el saleri de Tochano que se vendrán con nosotros a lo de Illera. Le pregunté que quiénes y me dijo que Zacarías, el Pepe y él. Total, cinco. ¡Buena mano!
26 septiembre, viernes
¡La madre se los pisa, vamos! Hoy abrió al cobrador de la luz sin acordarse de quitar la horquilla. Por lo visto le dio un repaso regular. Se enteraron las de enfrente y para qué te voy a contar. La Carmina la llamó tramposa y beata de las de aquí te aguardo. La madre no sabía cómo decírmelo. Me he echado a la calle y he andado toda la tarde como un zarandillo. Melecio me habló de su primo Esteban y fuimos juntos a su casa. Esteban dijo que todo dependía de que el cobrador hubiera o no dado parte. Luego me preguntó si era Sisinio quien tiene esa vereda. Le dije que no lo sabía y él dijo que si era así, un muchacho más bien flaco, con cara de estreñido. Le dije que sí y nos fuimos los tres a casa del tal Sisinio. Sisinio estaba fuera y le aguardamos en el bar de la esquina. Me recomían los nervios porque si don Basilio se lo cata no creo que la cosa me haga mucho favor. Le quise explicar a Esteban el asunto de la horquilla y me dijo que conocía todas esas triquiñuelas y aún podía enseñarme otras. El tal Esteban no hacía el favor de grado y me pareció que si daba este paso era en atención a su primo. Melecio es un individuo que se hace querer. Fuimos otra vez donde Sisinio y al verle le reconocí y le dije a Esteban que sí era el de mi vereda. Esteban, echándolo a barato, le preguntó si había encontrado una horquilla en la cobranza de la mañana. Dijo Sisinio que una horquilla y un imán. Esteban entonces le sacó de la habitación y les oímos cuchichear un rato en la cocina. Nos dejaron solos a Melecio y a mí con el padre de Sisinio, que se bañaba los pies en un balde. Cuando regresaron Sisinio y Esteban, Esteban dijo que todo estaba listo. Al despedirnos, me advirtió que anduviera con ojo porque todas esas gaitas están muy castigadas.
Melecio y yo hemos estado en casa recargando hasta las diez. A la madre le dije que en lo sucesivo retire la horquilla hasta para abrir al basurero. Hemos quedado con los de Tochano a las siete frente a la botica de Creus.
28 septiembre, domingo
Fuimos en tren hasta lo de Illera. Es un cazadero hermoso con una ladera muy áspera, llena de jaras y tomillos, y un chaparral arriba, en el páramo. El río corre por bajo y espejea con el sol. Lo de Illera, a las doce del día, es un bonito espectáculo. Cogimos la ladera de izquierda a derecha, porque si no la perdiz escapa al otro lado del río. Venteaba recio y las tías salían largas. Zacarías dijo que había que subirlas al monte si queríamos que aguantasen. La Doly empezó trabajando bien y a la mano, pero luego se cansó. El Pepe tiró a una liebre en París. A pesar del viento hacía calor y me quedé en camisa. Como no hacíamos nada, Tochano dijo que lo que procedía era dar unos ganchitos, primero en la ladera y luego arriba, en los chaparros. Organizamos la cosa de forma que ojeasen dos y tres se quedaran de puesto, alternando. En los tres primeros ojeos bajamos cinco y en el cuarto yo me quedé de puesto en la esquina, junto al río. No me prueba el ojeo porque soy nervioso y no sé decidir, hasta que ha pasado el momento, si es mejor tirar de pico o de rabo. Acababa de bajar una perdiz cuando sentí ruido entre los mimbrerales de la ribera y me puse al quite. De repente apareció el zorro como a unos treinta pies y pensé que era el perro de un pastor. Él se volvió de lado y entonces le vi la cola: «Me cago en su padre», me dije y me cubrí bien con los enebros. El indino estaba quedo, con unos ojos muy despiertos, escuchando las voces de Zacarías y el Pepe que traían la mano. Dudé si cambiar el cartucho porque tenía séptima, pero me dije que en la operación iba a armar ruido y le iba a espantar. Luego, cuando me eché la escopeta y le apunté a la paletilla a ciencia y paciencia, me oía el corazón con tanta claridad como cuando de chavea me ponía don Florián, el cura, el reloj en la oreja para que cantara los segundos. Iba a apretar el gatillo cuando el tío marrajo se arrancó. Entraba gazapeando, el hijoputa. Entonces me dio la duda de si tirarle de morros o sacudirle de culo. Aún me dio tiempo de pensar que si le tiraba de culo podría machucarle el rabo y, sin vacilar más, disparé. Dio un brinco como un títere, el condenado, pero siguió corriendo y creí que se me iba. Entonces tiré el segundo y le quedé. Empecé a vocear y Tochano acudió el primero. «¡Mira!», le dije. «¡Coño, el zorro!», dijo él. Y fue a echarle mano, pero el maldito se revolvió y le mordió el brazo. Tochano se puso a patearle. «Deja —dije—, vas a escoñarle la piel». Allí mismo comimos y Zacarías contó que en Extremadura hizo una vez una carambola de zorros y que eran mayores que éste. Melecio le dijo que no era posible matar dos zorros de un tiro, y Zacarías, que no se calla ni por cuanto hay, explicó que uno mordía el rabo del otro porque el de atrás era ciego y el de delante hacía de lazarillo. ¡No te giba! Parpadeaba el cachondo de él como cada vez que suelta una trola. Al concluir de comer, Tochano tenía la muñeca como una morcilla. «Ya estará rabioso el hijoputa», dijo. El Pepe no hacía más que darle a la bota. Al levantarnos dijo que le debíamos los billetes. Yo le dije que él me debía a mí los cafés del otro día. Se cabreó y me salió con que si me había dejado de pagar alguna vez. Le abonamos los billetes y él me dijo que mañana me abonaría los cafés y en paz. No me atreví a recordarle lo de los cartuchos de Aniago.
Por la tarde hicimos dos perdices y una liebre. La liebre la agarró la Doly en la cama. Con paciencia, la Doly puede ser más perro que la Ina. Le sobra instinto; sólo le falta afinarse. Cuando tomamos el tren de vuelta, Tochano tenía el brazo como un neumático y le dolía el hombro. El revisor estuvo curioseando el zorro por arriba y por abajo como si le fuera a cobrar billete. Luego dijo que valía la piel. En la estación hicimos partes y el Pepe dijo que el que llevara el zorro no llevaba cazas. El Pepe sabía que yo quería llevarme el zorro. Pregunté que qué clase de reparto era ése, pero terció Tochano y dijo que liquidásemos pronto porque tenía calentura. No quise hacer una escena por Tochano, pero es fijo que no vuelvo a salir al campo con el Pepe. Es un granuja. Melecio me cedió una perdiz de las suyas. Mañana iré a que me curtan la piel del zorro.
29 septiembre, lunes
Dice el curtidor que la piel de los zorros vale los meses que traen «R». Yo le dije que septiembre traía «R» y él dijo que sí, pero me hizo ver que septiembre es el primer mes que trae «R» después de cuatro que no la traen y que por lo tanto era muda nueva y no se hacía responsable. Quedamos en que le pagaría seis duros por el servicio.
Por la tarde estuve donde Tochano. La hinchazón le llega a los ojos y tiene muchos dolores y calentura. La Paula, la mujer, anda más nerviosa que una lombriz. Él la sacude, pero a ella no parece importarle. Un día le pregunté a Tochano por qué no se casaba con la chica, pero él me respondió de malos modos que pusiera mi casa en orden y no metiera el cuezo en la de los demás. Le pregunté si había avisado al médico y me contestó que le estaban poniendo penicilina. Dice la Paula que el médico dijo que la cosa no le gusta y que había meneado la cabeza como con preocupación. También gibaría que Tochano la diñase por una pamplina así.