CAPITULO XV

Chris quedó tan asombrada que sintió que la sangre se paralizaba materialmente en sus venas. No pudo ni respirar.

Pero ¿qué pasaba? ¿Todo el mundo se había vuelto loco de verdad? Aquella mujer… ¡también creía que su padre es taba vivo!

—No lo oculto en ninguna parte —fue todo lo que pudo decir—. Mi padre está muerto.

—Más vale que no mientas, zorra…

—Yo…

—No me digas que no lo has visto. Eso de que lo has estado viendo lo sabe todo el mundo.

—Naturalmente que se puede saber… No lo he ocultado… Mi madre tampoco. Pero mil veces he pensado que todo ha sido una pesadilla, una aparición…

—Quiero estar segura de eso.

—¿Segura? ¿Por qué?

—Porque todo puede ser un sucio montaje. Y porque tu padre puede estar vivo todavía.

Chris miró fijamente a aquella mujer, intentando mantener el equilibrio de sus nervios.

—¿Por qué quieres estar tan segura de que mi padre está realmente muerto? —musitó—. ¿Por qué?

—Por una sencilla razón: porque yo lo maté —dijo Nancy Basora fríamente.

Chris sintió como un aldabonazo en el cráneo. Estuvo a punto de caer hacia atrás en la cama mientras sus manos temblaban.

De modo que era eso…

Su padre asesinado por aquella mujer desconocida, una mujer a la que quizá no había visto nunca antes… Pero ¿por qué?

Y ésa fue la única pregunta que pudo hacer:

—¿Por qué? —balbució.

—Por el magnetismo.

La cabeza de Chris sufrió una sacudida.

Otra vez tuvo la sensación de que se estaba enfrentando a los misterios del infierno. De que nada de aquello tenía sentido.

—¿Magnetismo? —murmuró.

—Sí. Tú sabes perfectamente que tu padre trabajaba en aparatos de esa clase. Aparatos de alta precisión.

—Claro que… que lo sé.

—Sabes perfectamente que gran parte de esos aparatos llegaban estropeados a su destino, pese a todas las precauciones. Su magnetismo había sido alterado.

—Sí, pero nunca se supo por qué.

—Yo sí que lo sé. Naturalmente que lo sé… Y tu padre llegó también a saberlo. Por eso tuve que quitarle de en medio… Obsesionado por lo que estaba ocurriendo, llegó a meter demasiado las narices en sitios que le estaban vedados. Llegó a meterlas muy adentro.

Chris hizo un gesto confuso, como si no comprendiera.

Tuvo la sensación de que Nancy Basora dispararía igual mente, dijese ella lo que dijese. Pero Nancy Basora aún no lo hizo. Susurró:

—Lo que yo te diga ahora no podrás repetirlo a nadie. Por eso no me importa que lo sepas. La Escuela Superior que yo regento no es más que una monumental tapadera. En ella hay profesores que experimentan con nuevas armas, con nuevos productos letales, con nuevas técnicas de destrucción. Secretos muy bien guardados por el Gobierno llegan hasta nosotros… y nosotros los mejoramos y los revendemos. Hay potencias extranjeras que están pagando espléndidamente por eso. Y te sorprendería saber cuáles son.

A Chris no le sorprendía nada. Mejor dicho, aquello no le importaba nada. ¿Alto espionaje? ¿Contrabando de armas secretas? ¿Y qué? Lo único que a ella le afectaba de verdad era lo que se refería a su padre. Por eso susurró:

—No entiendo qué tiene que ver una cosa con otra.

—Muy sencillo: nosotros enviábamos esas armas perfeccionadas por vía marítima, ya que los conteiners que viajan en buques de carga no sufren registros, mientras que en los aviones el riesgo es mucho mayor. Pero las consignábamos como «libros de texto» o «material didáctico», para que no hubiese problemas. El prestigio de la Escuela Superior hacía que nunca se sospechara nada.

—Entiendo…

—Pero esas armas iban destinadas a países muy desarrollados, y los aparatos en los que intervenía tu padre también. No es casualidad, por lo tanto, que bastantes envíos coincidieran en el mismo buque. Y tu padre advirtió que el magnetismo de los aparatos se descontrolaba. Eso no era de extrañar, porque al lado de las cajas con esos aparatos había gran des masas metálicas encerradas en otras cajas, en las nuestras. Precisamente al creer que nosotros enviábamos libros, los consignatarios de la carga colocaban a nuestro lado los aparatos magnéticos. Tu padre se volvió loco buscando una explicación, hasta que acabó por darse cuenta de una casualidad: junto a las cajas de sus aparatos, viajaban con frecuencia los contenedores de nuestros productos. Entonces empezó a atar cabos. Y a meter las narices donde no debía.

Chris sintió frío en la columna vertebral.

Balbució:

—Por eso… ¿por eso acabaste con él?

—Sí, pero empezaron a suceder cosas extrañas. A tu padre lo enterraron en secreto. No se le hizo la autopsia, cosa muy extraña. No pude averiguar el emplazamiento de su tumba… Todo eso no me preocupó demasiado, puesto que yo misma había acabado con él. Pero de pronto me encuentro con que tú y tu madre venía aquí… Oigo decir que tu padre se te aparece… Y un maldito pensamiento me domina: ¿Y si no hubiese muerto de verdad? ¿Y si sólo hubiese estado gravemente herido? ¿Y si todo esto fuera un maldito montaje para atraparme a mí? Por eso quiero que me digas lo que sabes. Tienes que decírmelo ahora… o dispararé.

Las manos de Chris temblaron otra vez.

Los ojos se le habían hundido en las órbitas. No tenía miedo a la muerte, pero se sentía tan hundida, tan sin ganas de vivir, tan impotente, que musitó:

—No sé nada, pero lo único que me queda es un resto de dignidad. Te juro que aunque lo supiese no lo diría.

Quizá hubiera sido más inteligente alargar la conversación de ganar tiempo. Ella misma lo comprendía. Pero no estaba dispuesta a hablar más con aquella mujer. Lo único que sentía era una inmensa náusea ante la asesina de su padre.

Por eso la increpó:

—Dispara de una vez, hija de perra.

—Antes habla.

—No tengo nada que decirte.

Los ojos de Nancy Basora se achicaron. Parecieron dos puntitos negros en su rostro.

Alzó un poco el revólver y masculló:

—No te preocupes, tu madre hablará más que tú. Sobre todo cuando te vea muerta.

Y fue a apretar el gatillo.

Chris no se movía.

Solamente había cerrado los ojos.

—¿Tú trataste de matar a mi madre hace poco? —balbució.

—Sí, porque ella tiene que estar dirigiendo toda esta trama. Confiaba en hacerte hablar luego a ti. Pero ahora la que hablará será ella.

Y el dedo se dobló sobre el gatillo.

¡BANG!

Chris tuvo un brutal estremecimiento al sentir el silbido de la bala. La sensación de la muerte la hizo encogerse. Pero sólo cuando vio el cuerpo de Nancy Basora, cuando captó el siniestro fluir de la sangre, se dio cuenta de que era la otra la que se desplomaba. La que tenía los ojos en blanco. La que mostraba en la frente una brecha espantosamente roja…

Se derrumbó de pronto.

Y también de pronto parecieron hundirse los cristales de la ventana. Ramsay, con el Smith & Wesson todavía humeante, entró de un salto en la habitación. No cabía duda de que había estado vigilando desde fuera tras descolgarse desde el tejado. Mientras sostenía a Chris en sus brazos manifestó:

—Lo siento. He estado a punto de llegar demasiado tarde.

Y abrió la puerta de la habitación. Gordon, el agente de la CIA con el que se encontró cerca de la casa, y la madre de Chris entraron de pronto. Fue la madre de Chris la que abrazó con todas sus fuerzas a la muchacha, mientras los ojos se le cubrían de lágrimas.

—No sé si algún día me perdonarás… —musitó—. Ha sido terrible, Chris, pero he tenido que soportarlo… Fueron los hombres de la CIA los que me pidieron que les ayudase para desenmascarar el misterio de aquel espionaje. Pero yo sólo quería vengar a tu padre. Te lo juro… Yo sólo quería vengar a tu padre.

Se enjugó un momento las lágrimas mientras añadía:

—Los hombres de la CIA fueron los que sacaron el cadáver de su tumba oficial, por si alguien la abría. Y así ocurrió efectivamente. Fue Ramsay el que lo pidió, porque Ramsay no sabía nada de lo sucedido. Esa mujer que ves muerta ahí, cuando contrató un helicóptero para hacer una rápida parada sobre el ataúd vacío, se dio cuenta de que allí no había ningún cadáver. Y perdió los nervios. Era justo lo que querían los hombres de la CIA.

Chris musitó:

—¿De modo que todo… todo era un plan? ¿Por eso vinimos aquí?

—Sí. Necesitábamos que los de esa organización, que por entonces eran sólo simples sospechosos, perdieran los nervios. Para eso hacía falta que tú, mujer inocente y que no mentía, «vieras» a tu padre. Y los de la CIA me proporcionaron un magnífico actor que en determinados momentos interpretara su papel. Y filmaron unas escenas de esta casa y de tu padre, es decir, de ese actor, intercalándolas en las películas que tú mirabas en el vídeo. Pero como imágenes «subliminales», o sea de las que, por su brevedad, no llegan a ser captadas conscientemente por el ojo humano, pero que el cerebro re coge y asimila sin darse cuenta de por dónde han venido. Por eso precisamente está prohibida la publicidad subliminal, que algunas empresas avispadas habían empezado a hacer en televisión. Y Ramsay, que miró una de esas películas en nuestro vídeo, captó sin darse cuenta escenas de esta casa. Por lo tanto… ¡también él tuvo la sensación de que la conocía!… Eso y la lápida con el nombre de North Valley que los hombres de la CIA colocaban y quitaban regularmente, pudo haberte vuelto loca. Yo sufría terriblemente, Chris… Te pido que me perdones… Pero fue sólo por vengar a tu padre.

Y apoyó la cabeza en los hombros de su hija.

Las lágrimas quemaban en sus ojos.

Pero sabía que Chris la perdonaría.

Como Ramsay sabía que para Chris empezaba una nueva vida… Cuando ideó la treta de encerrarla en su habitación, pero vigilando él desde la ventana, aún sospechaba de Chris. Ahora se daba cuenta de que la muchacha merecía que le dedicase toda su existencia.

Y él estaba dispuesto a hacerlo.

Murmuró:

—Te veré más tarde, Chris.

Le guiñó un ojo y fue hacia la ventana rota, para retirar unos cristales y evitar que alguien se hiciera daño con ellos. Fue entonces cuando vio desde allí al padre de Chris, que se deslizaba por el jardín como una sombra.

Miró a Gordon, el hombre de la CIA, y preguntó:

—Ese hombre ya no hace falta. ¿Por qué está aún ahí? Gordon miró. Pero ya no estaba. Con gesto de extrañeza, susurró: —No puedes haberlo visto. Lo enviamos ayer en misión especial a Washington.

Ramsay musitó:

—¿Que no lo he visto…?

Y sintió que un sudor de hielo nacía en su frente.

Pero no podía explicar aquello a nadie. Guardó silencio.

FIN