CAPITULO XIII

Ramsay saltó hacia ella con la velocidad del rayo y rodó por el suelo a su lado. Sacó el revólver y dio un segundo salto hacia la ventana, chocando con los cristales.

Desde un flanco de aquella ventana miró hacia el exterior, hacia las sombras de la noche. Más allá de la casa se extendían los árboles, unos senderos mal iluminados y las luces lejanas de la ciudad de Bay. Todo estaba en calma, todo era tan normal que a Ramsay le pareció como si aquel disparo formase también parte de una pesadilla.

Pero no era una pesadilla. Alguien había disparado desde las sombras. Y quizá en aquel disparo estaba la clave de todo.

Ramsay no lo pensó más. Tomó impulso y chocó contra la ventana, rompiéndola con el peso de su cuerpo. Dio una vuelta de campana en el aire mientras volaba entre las sombras. Cayó de pie, con el revólver engarfiado entre los dedos, y miró en torno suyo con la fijeza de un reptil.

Pero no se veía a nadie. Aquello estaba tan solitario como un cementerio. Y en realidad hasta podía decirse que «era» un cementerio, puesto que las lápidas se distinguían a muy poca distancia.

Todo estaba envuelto en una calma siniestra. No se oía ni el soplo del viento.

Ramsay se deslizó poco a poco hacia el cementerio.

Había contenido la respiración. Sus ojos estaban turbios. Una milésima de segundo le hubiera bastado para rociar con plomo cualquier objeto que se moviera ante él.

Pero todo estaba quieto en aquel reino de la muerte. Era como si no hubiese disparado un ser humano, era como si hubiera disparado el propio diablo.

Ramsay se dio cuenta de que ya nada descubriría allí. A pesar de la rapidez con que él había actuado, el autor del disparo tuvo tiempo de escabullirse. Por lo tanto volvió entre las sombras a la casa de la que acababa de salir.

No encontró a Chris.

Era como si la hubiese tragado la tierra.

La llamó dos veces en aquella casa vacía, enorme, donde flotaban las sombras. Y no halló ninguna respuesta. Los ecos de su propia voz se ahogaron en el silencio.

Ramsay sintió algo que no había sentido nunca: era como si el miedo también supiese poco a poco por su columna vertebral. Avanzó pegado a las paredes, con el arma preparada, sabiendo que se enfrentaba a lo desconocido.

Por fin llegó a la habitación desde la que había saltado antes. La madre de Chris aún seguía en el suelo. No había perdido el conocimiento, pero daba la sensación de que podía perderlo en cualquier momento. Sus ojos estaban turbios.

—¿Qué ha ocurrido? —balbució—. ¿Dónde estaba usted, Ramsay?

—He intentado saber desde dónde habían disparado. No he perdido un segundo, ya lo ha visto. Si quería cazarlo, tenía que darme prisa.

—¿Y ha… visto a alguien?

—No. A nadie.

—¿Qué está sucediendo, Ramsay? ¿Qué?

La mujer había cerrado un momento los ojos. Todo su cuerpo temblaba. En aquellas condiciones parecía el ser más desvalido e inocente que Ramsay había visto nunca, pero él sabía muy bien que esa impresión podía ser falsa. Incluso cabía la posibilidad de que todo fuera una comedia, de que hubieran disparado contra aquella mujer sólo para que aparentara lo que no era. Y sabiendo que no iban a alcanzarla.

Ramsay musitó:

—Quizá usted pueda explicármelo.

—¿Yo?…

—Sí. Y si no puede explicarme eso, podría explicarme tal vez otras cosas parecidas. Por ejemplo, por qué se empeña en quedarse aquí, a pesar de todo lo que está sucediendo.

—Es muy sencillo.

—¿Sí?

—Sí. No tengo otro sitio adónde ir.

—Miente. Tiene un apartamento en Manhattan.

—No puedo pagarlo.

—De momento, aún no la han echado de allí.

—Pero me echarían pronto. Y esto, al menos, es como un hogar. Y me gano la vida mientras no pueda trabajar mi hija.

Ramsay hizo un gesto dubitativo, mientras se acentuaba más y más la sensación de que aquella mujer le estaba engañando. Pero con voz que quería ser impersonal preguntó:

—¿Es eso lo único que se le ocurre contestar? ¿Decir que se gana la vida en un sitio donde su hija puede morir?

—Nadie ha tratado de matar a Chris.

—Puede que le ocurra algo peor.

—¿Qué?

—Que se vuelva loca —dijo secamente Ramsay.

La mujer ladeó un momento la cabeza, rehuyendo su mirada. Se estaba poniendo en pie. Luego se dirigió a la puerta, haciendo oscilar sus nalgas que todavía eran armoniosas. Antes de salir se volvió.

—Ramsay…

—¿Qué quiere decirme?

—Que le doy las gracias. Si usted no llega a entrar en aquel momento, es posible que yo ahora estuviese muerta.

—No lo he hecho con la intención de salvarla —replicó abruptamente el policía.

—De todos modos, gracias.

Y desapareció.

Ramsay no sabía qué pensar.

Había momentos en que tenía la sensación de estar borracho.

Pero lo que más le preocupaba era la desaparición de Chris. De pronto tuvo la sensación de que aquello había sido una maniobra para distraerle, de que mientras él estaba ocupado buscando al que había disparado contra la madre… ¡mataban a la hija!

Fue como si se hiciera una luz siniestra en su cerebro.

Estuvo a punto de lanzar un grito de horror.

Porque se dio cuenta además de que necesitaría por encima de una hora para registrar toda la casa. Aquel edificio era inmenso. Y mientras tanto… ¡podrían hacer con Chris cualquier cosa!

Sus puños apretados produjeron un crujido.

Y pasó a la acción. No iba a estarse quieto un segundo más. Volvió a la ventana pensando que quizá lo más rápido sería saltar nuevamente por ella.

Y fue entonces cuando la vio.

A Chris.

Los rayos de la luna la alumbraban de lleno.

Iba hacia el cementerio situado detrás de la casa.

¡Como una sonámbula!

Ramsay sintió que unas gotitas de sudor resbalaban por su frente. Seguía sin entender nada. Pero guardó silencio mientras la Veía avanzar bajo la luna.

Y entonces se deslizó él también entre las sombras. Cruzando el silencio de los largos pasillos, llegó al exterior. Se dio cuenta de que Chris ya estaba en el cementerio.

Una luz irreal lo bañaba todo.

Y Ramsay se dio cuenta de que la muchacha parecía estar fascinada por la muerte. Se había arrodillado frente a una lápida. Tenía la cabeza hundida entre los hombros. En su cara brillaba la decisión.

De pronto alargó ambos brazos.

¡Y con todas sus fuerzas trató de levantar aquella lápida!

La mano de Ramsay se apoyó en uno de sus hombros.

Chris se volvió en silencio mientras gemía. Estaba enloquecida por el miedo, eso se notaba. Pero también parecía estar enloquecida por algo más: una especie de fiebre brillaba en sus ojos.

Volvió la cabeza y farfulló:

—Déjame.

—¿Qué estás haciendo, Chris?

—Yo lo sé muy bien. Vete.

Parecía obsesionada por algo que no quería decir. Pero quedaba claro que aquel «algo» estaba en la lápida.

Ramsay comprendió que en aquel momento no le podía llevar la contraria. Dijo, con una voz que quería ser optimista:

—Deja. Te ayudaré a sacarla.

Y trabajaron los dos. La chica, con sus solas fuerzas, no hubiera podido desprender nunca aquella lápida de su sitio, a pesar de que estaba removida y eso parecía indicar que había sido sacada de allí al menos un par de veces. Esa fue una de las cosas que extrañaron a Ramsay.

—¿Qué te ha llamado la atención de esta lápida? —preguntó.

—Lo que tú estás viendo. Es la única del cementerio que no queda bien encajada.

—¿Y eso qué te hace pensar?

—Espera…

Los dos vieron entonces que la lápida ocultaba un hueco donde había un ataúd con unos restos humanos, pero todo tan deshecho, tan remoto, tan convertido en polvo que más bien tenía un aspecto de resto arqueológico que de otra cosa. Ramsay se dio cuenta también de que la chica estaba intentando dar la vuelta a la lápida.

—¿Qué haces?

—Por favor, ayúdame.

Los dos trabajaron un momento más, manejando la losa. Y entonces distinguieron la inscripción que estaba esculpida detrás.

No era una inscripción funeraria, como la de la otra parte delantera, sino una indicación geográfica. Se podía leer claramente: North Valley.

¡El nombre antiguo de la ciudad! ¡El mismo que Chris decía haber visto en una lápida funeraria!

¡Y aquella lápida existía! ¡Y el nombre también! ¡Chris no era ninguna visionaria! ¡No era ninguna loca!

La chica vaciló, jadeante de la tumba. Su cara parecía haberse transfigurado, pero también se había transfigurado la de Ramsay.

—Lo imaginaba… —dijo ella con un hilo de voz—. Estaba segura de que esta maldita lápida tenía que existir.

—¿Imaginaste que era ésta porque era la única que parecía haber sido removida?

—Sí… Paseando por el cementerio lo vi. Y me llamó la atención, porque además era del mismo tamaño y del mismo color que la que yo había visto. Pero no me atreví a tocarla.

—Pero entonces eso significa que… que alguien la ha estado poniendo en el cruce de caminos y luego devolviéndola aquí…

—Exacto. Eso es lo que significa —musitó ella.

—¿Quién ha podido hacer una cosa así?

—¿Cómo quieres que lo sepa? —balbució ella.

—Hay otra pregunta que quizá no tenga respuesta —dijo Ramsay con la mirada perdida—. ¿Con qué objeto han hecho eso?

Chris no se atrevió a contestar. Sus pensamientos se agitaban como en un torbellino, y quizá por eso mismo no tenía ninguna idea clara. Fue Ramsay el que hubo de decirlo.

—Querían volverte loca, Chris.

—¿A mí? ¿Por qué? ¿Es que soy acaso una rica heredera? ¿Qué van a sacar volviéndome loca? ¿Quién puede tener interés en eso?

—Nadie, lo reconozco —murmuró Ramsay—, pero es que hay cosas absolutamente inexplicables. Por ejemplo que yo conozca sitios de esta casa sin haber estado jamás en ellos. Por ejemplo que tú conocieras las auténticas causas de la muerte de tu padre cuando te mintieron desde el principio y cuando jamás llegaste a ver el cadáver.

—Parece obra del diablo. Es verdad, Ramsay…

—Como también parece obra del diablo lo de esta lápida. Una sola persona no pudo transpórtala hasta el cruce de caminos. Y yo diría que dos tampoco. No pudo hacerlo una mujer. Entonces… ¿qué diablos ocurre? ¿Es que la lápida se ha transportado ella sola?

Los dos guardaron silencio, mirándose a los ojos. Y entre el silencio del viejo cementerio parroquial, comprendieron que estaban dispuestos a aceptar incluso eso: que una lápida hubiera volado a través del espacio para volver loca a una muchacha.

Ramsay decidió al fin:

—Volvamos a la casa, Chris.

—No… no quiero estar allí.

—No tengas miedo. Te encerraré en una habitación y tú tendrás la llave. Nada te puede ocurrir.

—De acuerdo… Confío en ti.

—Hay algo que quiero preguntarte, Chris.

—¿Qué es?

—¿Dónde estabas hace unos minutos, cuando han disparado contra tu madre?

Chris no contestó.

Quizá aquella pregunta no tenía respuesta. O Chris no lo sabía. O deseaba ocultarla. Pero lo cierto fue que Ramsay no pudo evitar que una especie de zarpazo le arañara el pecho.