Notó que no respiraba.
Y al fin meneó la cabeza.
Aquello era inexplicable. No sabía lo que le pasaba. Pero fuera lo que fuera, debía tener una salida lógica, y él estaba dispuesto a encontrarla. La vida le había enseñado que los policías buscan hombres y mujeres, no fantasmas.
Intentando sonreír, manifestó:
—En fin… Claro que no he estado nunca en esa habitación. He hablado solamente porque quizá imaginaba algo que no tiene sentido y que no es verdad. Quizá yo he imaginado, o mejor dicho he deducido, que tiene que haber ahí una habitación porque he visto la puerta. Y me ha dado por pensar que en un sitio así tiene que haber una botella de whisky de malta. Y a este ambiente le falta esa botella.
La muchacha susurró:
—Tú has dicho que ahí hay whisky de malta. Y sin embargo no habías estado nunca ahí. ¿Entonces por qué lo sabías? ¿Por qué? ¿Por qué?
Chris estaba a punto de chillar. De un momento a otro perdería los nervios. Y por eso Ramsay trató *de aparentar calma, aunque tampoco él sabía lo que le pasaba.
—Es verdad —dijo—, nunca había estado ahí.
—¿Pues entonces?…
—Bueno, de todos modos seguro que son imaginaciones mías. En la mesa de la derecha no hay ninguna botella de whisky, estoy convencido de que no.
Chris musitó:
—Ramsay, ¿te das cuenta de lo que has dicho?
—¿Qué?
—Has dicho mesa de la derecha.
Y añadió con un soplo de voz:
—¿Cómo sabes que esa mesa existe?
Ramsay estaba lívido. Era la primera vez que le ocurría una cosa así. Y lo peor era que sabía que para aquella pregunta no había respuesta.
Pero de todos modos dijo:
—Es una pura fantasía, ¿sabes? Seguro que más allá de la puerta no hay nada de eso.
Y abrió.
Fue entonces cuando lo vio todo.
Dos mesas.
Una de ellas estaba a la derecha.
Y en su superficie, descansaba una botella de whisky de malta.
Ramsay se volvió. Los huesos de su atlética espalda produjeron un crujido. Acababa de oír la respiración jadeante de la mujer que parecía estar ahogándose.
Chris balbució:
—¿Cómo lo sabías?
—No lo entiendo.
—Júrame que no habías estado nunca aquí.
—Te lo juro.
—Entonces te lo diré con toda claridad, Ramsay. Yo no había estado tampoco nunca aquí. Y sin embargo… ¡sin embargo conocía todos los detalles de esta casa!
—¿Por qué?
Había lágrimas en los ojos de Chris. Flotaban en ellos lágrimas de desesperación y de miedo cuando contestó con otra pregunta:
—¿Cómo quieres que lo sepa?
—Pero es que yo… yo… En fin, hasta ahora había estado seguro de tener una cabeza muy clara.
—Yo no era tonta, Ramsay. Había ganado una beca para estudiar en Roma. De entre cincuenta alumnas que se examinaron para lograr esa beca, yo salí elegida. Yo también pensaba que mi cabeza era clara y que estaba… que estaba ordenada. Pero ahora me doy cuenta de que no soy más que una pobre visionaria y una pobre loca.
Los puños de Ramsay se crisparon.
—Ni estás loca tú ni estoy loco yo, Chris. Esto ha de tener una explicación. Y te juro que la encontraremos.
—¿Cómo?
—La encontraremos —fue todo lo que dijo él.
Bruscamente parecía más alto, más duro, más fuerte. Se dirigió hacia el teléfono que había en la biblioteca y marcó un número de Boston. Cuando le contestaron, dijo:
—¿Teniente…?
La voz le contestó desde el otro lado del hilo.
—Hola, Ramsay. He reconocido tu voz. ¿Qué hay?
—Voy a necesitar unas vacaciones.
—Tu padre.
—Seguiré trabajando en el asunto de ese crimen, pero no volveré a Boston de momento. Consideremos fuera de servicio.
—Tu padre.
—Serán sólo diez días.
—Tu padre.
—Gracias, teniente —dijo Ramsay.
Y colgó el aparato.
Chris le miraba ansiosa.
—¿Qué ha dicho? —preguntó.
—Estaba encantado. Ha dicho a todo que sí —contestó Ramsay.