CAPITULO V

Ramsay dobló el periódico que había estado leyendo hasta el momento, acabó su café, encajó bien el revólver en la funda sobaquera —un Smith & Wesson calibre 38, modelo 15— y se acercó al teletipo que transmitía las últimas novedades. Amagó un bostezo al darse cuenta de que no había nada de interés. Estaba siendo una guardia excepcionalmente tranquila.

Pese a que Boston tiene fama de ser una ciudad puritana y de costumbres bastantes rígidas, se cometen en ella el suficiente número de crímenes para que la policía no descanse. Y sin embargo esta noche no ocurría nada, absolutamente nada. Era excepcional.

Ramsay, veintisiete años, uno noventa de estatura, apoyó sus puños de boxeador en la mesa y murmuró:

—Uno se muere aquí de aburrimiento. Creo que iré con un patrullero a hacer una ronda. Ya os llamaré por radio.

Fue en aquel momento cuando entró el teniente Craig.

—¡Ramsay! —llamó.

—¿Qué hay?

—Solicitan nuestra ayuda desde un pequeño departamento de policía. Es en la ciudad de Bay, a unas quince millas de aquí. Bueno, usted ya sabe. Hay dos agentes en Bay, pero parece que uno se ha puesto enfermo. El otro está desbordado y no sabe qué hacer.

—¿Qué pasa en Bay? Allí nunca había ocurrido nada. Mejor dicho… algún chico que se fugaba con alguna chica de la Escuela Superior.

—Esta vez hay un muerto.

—No me diga… ¿El clásico jovencito que se escapó con una jovencita, le dio demasiado a la marcha y tuvo un infarto en la cama?

—Menos bromas, Ramsay. Se trata de un asesinato. Y además parece que hay una chica medio trastornada y que necesita asistencia médica. Vaya con el forense.

—De acuerdo, de acuerdo… Pero aquélla no es nuestra jurisdicción.

—Para los homicidios sí que lo es. De todos modos, para evitar problemas con el juez, haga usted las diligencias y que las firme el otro. Quiero decir el policía titular de Bay.

—De acuerdo. Y gracias por el encarguito. Estaba fastidiado aquí.

Un patrullero le llevó a Bay en un cuarto de hora. Y lo primero que vio Ramsay fue un coche detenido en el cruce de la carretera, coche junto al cual había un fotógrafo, un periodista que masticaba un bocadillo y un viejo policía que se rascaba continuamente la cabeza y protestaba a gritos de que aquello lo hubiera chafado un partido de los Giants contra los Dockers que daban por televisión.

Ramsay gruñó:

—No se queje tanto, Mac, He oído el partido por radio y ha sido un asco. Bueno, ¿qué pasa aquí?

—Mire ahí dentro.

Ramsay miró.

Vio al joven todavía de bruces sobre el volante. Aquel solo vistazo le sirvió para darse cuenta de que le habían atizado un balazo en la nuca a muy poca distancia, porque la brecha era enorme. Pero debían haber usado silenciador, porque no se distinguían manchas de pólvora en la piel.

Se volvió hacia Mac.

—¿Quién era? —preguntó—. ¿Vecino de la ciudad?

—No, no lo había visto nunca.

—No me diga.

—¿Por qué leches no voy a decírselo? Aquí nos conocemos todos. Ésa es la única ventaja.

—La matrícula del coche es de Massachusetts —indicó Ramsay.

—Sí, es de este Estado. ¿Y qué? Como si fuera el único coche. Ya he dado los datos por radio para que me indiquen todo lo que sepan sobre ese hombre. O sobre el dueño del coche. Ya veremos.

Ramsay encendió un cigarrillo pensativamente.

—¿Cuándo ha pasado esto? —preguntó.

—Hace una hora más o menos.

—Me han hablado también de una chica…

—Fue ella la que lo descubrió —dijo Mac.

—¿En qué circunstancias?

—No lo sé. Yo ya regresaba a mi casa cuando la encontré corriendo como una loca por la carretera. Fue una casualidad que la encontrase yo… En fin, me detuve y más o menos entendí lo que me decía. De ese modo llegamos aquí.

—Y se encontró con la fiesta.

—Sí. Lo que me faltaba.

—Oiga, Mac, me han dicho al enviarme aquí que la chica estaba algo majareta y que por esa razón me trajera al forense. Pero, por lo que me cuenta, es la típica chica que ha descubierto un crimen y que sufre la natural excitación.

—Qué va. Ésa tiene algo más que excitación. Está loca.

—¿Por qué?

—Decía no sé qué de su padre.

—¿Qué hay de malo en ello?

—Nada, excepto que su padre está muerto. La propia viuda, es decir la madre me lo ha confirmado. Y no es eso sólo. Hay más.

—¿Qué más?

—Se ha hartado de decir que acababa de ver el nombre de la ciudad escrito en una lápida de cementerio colocada en el cruce de la carretera. Pero no el nombre actual, Bay, sino el antiguo, que hace muchos años era el de North Valley.

—¿Ella ha dicho eso?

—Sí. No me diga que no tienes bemoles lo de la lápida.

Ramsay arqueó una ceja.

Fue a ver la indicación reglamentaria, que estaba coloca da en su sitio, en el cruce. Todo era normal.

—Ni rastro de una lápida —dijo al volver.

—Mierda. ¿Es que esperaba otra cosa?

—No, claro que no. ¿Dónde está la chica?

—Siga por el sendero y encontrará una casa muy antigua, parecida a una fortaleza medieval. Van a utilizarla como museo dentro de algún tiempo. La chica ha llegado hace poco y ya ha armado una gorda. Ahora está allí.

Ramsay hizo una seña al médico.

—De acuerdo. ¿Me acompaña, doc?

Cuando llegaron a la mansión vieron a Chris sentada en un diván de la mansión, delante del fuego. El resplandor de las llamas se reflejaba en sus hermosos ojos, en sus mejillas aterciopeladas, en sus labios un poco trémulos. Tenía la mirada perdida y parecía ausente, muy lejana, como si otra vez estuviera hundida en una pesadilla.

A Ramsay le pareció una mujer muy bonita, una de las más bonitas que había visto. Pero también una de las más desamparadas.

Una mujer de mayor edad, pero todavía atractiva, estaba cerca. Ramsay la saludó con una inclinación de cabeza.

—¿Su madre? —preguntó.

—Sí.

—Permita que me presente. Soy el inspector Ramsay, de la brigada de Homicidios. He venido desde Boston.

—Es… por lo de ese chico, ¿verdad?

—Sí.

—Terrible… De verdad terrible.

—¿Quiere que a su hija la atienda un médico?

—No… Sería mucho peor aún. Lo único que ella necesita es descansar.

—No sé si puedo dejarla descansar, puesto que necesito interrogarla. En fin… De todos modos, si no está en condiciones, puedo esperar a mañana.

Le seguía impresionando la mirada obsesivamente fija de Chris. Se daba cuenta de que ella estaba en otro planeta.

Se llevó a su madre aparte, pasándole amigablemente un brazo por los hombros.

—Por favor, señora… —pidió en voz baja—. ¿Podría hablarme de ella?

Los dos se fueron a un lado de la sala, mientras Chris seguía con la mirada perdida. Pero cuando Ramsay regresó junto a ella, podía decirse que la mirada también la tenía perdida él.

Le impresionaba aquella chica.

Tan joven y ya loca sin remedio.

Sentándose ante ella, como si estuviese hablando con una criatura, le dijo:

—Tienes que calmarte, Chris. Tu padre ya no volverá nunca, ¿comprendes? Murió… murió de una forma natural hace cosa de un año. Y no hay lápidas en las carreteras.

Chris pareció bajar del extraño planeta en que hubiérase dicho que estaba viviendo. Como si de pronto volviese a la realidad musitó:

—¿Quién es usted?

—Me llamo Ramsay. Pertenezco a la Brigada de Homicidios de Boston.

—¿Ha venido por… Io de ese joven?

—Sí. ¿Qué llegó usted a ver?

—Nada… nada importante… —balbució la muchacha, ordenando sus recuerdos—. Debieron matarle poco después de hablar él conmigo… No debió ser difícil, acercándose por detrás del coche. Luego empujarían al vehículo aprovechando la suave pendiente… Un solo hombre pudo hacerlo.

Ramsay cabeceó afirmativamente, dándose cuenta de que la mente de la chica coordinaba bien. Luego susurró:

—¿Le conocía?

—No, no lo había visto nunca.

En aquel momento entró Mac, de la policía local. Iba con otras tres personas: el periodista del bocadillo, una hermosa y distinguida mujer de unos treinta y cinco años y un hombre de unos cincuenta, que tenía un aspecto próspero y elegante, de ejecutivo que se gana bien la vida.

Mac anunció:

—Ya sé quién era el muerto.

—¿Sí? ¿Quién?

—Un compinche de éste.

Y señaló al periodista del bocadillo. Y éste declaró:

—Al muerto le habían quitado la documentación, pero yo me he acordado de que lo había visto una vez. Era un periodista del Boston Gazette, uno de esos que empiezan y buscan como sea un gran reportaje que les dé fama. Aunque no sé qué cuerno buscaría por aquí, un sitio donde no hay nada.

—Pues algo debió encontrar, desde el momento en que lo mataron —razonó Ramsay.

Y clavó los ojos en la elegante mujer y el hombre distinguido. No cabía duda de que la hembra tenía una sesión de cama de todos los diablos, tenía una noche de esas que le vuelven a uno loco. Pero Ramsay apartó aquel pensamiento para preguntar educadamente:

—¿Quiénes son ustedes?

—Soy Nancy Basora, la principal accionista de la Escuela Superior que hay aquí cerca —contestó la mujer—. Quizá la haya observado al pasar en el coche. Es una escuela técnica de gran categoría, y preparamos alumnos para que ingresen en la Universidad de Harvard, en las ramas científicas. Nuestros especialistas acaban siendo capaces de montar desde un robot para fabricar automóviles hasta un ordenador.

A Ramsay no le interesaba eso. No pensaba ingresar en ningún departamento técnico-científico de la Universidad de Harvard. Por eso aceptó las explicaciones con una sonrisa de cortesía y miró al hombre.

—¿Y usted? —preguntó.

—Me llamo Monaghan. Soy el administrador de la escuela.

—Gracias. ¿Puedo preguntarles por qué están aquí?

—Por si necesitan nuestra ayuda, naturalmente —declaró Monaghan—. Somos los vecinos más próximos.

—Pero ¿han visto algo?

—No, la verdad es que no.

—Entonces gracias por su colaboración. Les llamaré cuando mañana, con luz natural, intente hacer la reconstrucción del crimen.

—De acuerdo… Como usted prefiera —dijo Nancy Basora.

Pero ninguno de los dos se movió de allí. Ni tampoco Mac o el periodista del bocadillo. Ocurría algo extraño, algo que no tenía sentido. Parecía haberse detenido el tiempo, parecía haberse corrompido el aire, parecían haberse frenado los latidos del corazón de todos los que estaban allí.

Y por una cosa muy sencilla, por una cosa que no tenía explicación: por los ojos de Chris. Eran unos ojos terriblemente concentrados, terriblemente fijos, unos ojos que reflejaban un insondable horror, un miedo que estaba más allá de este mundo.

Ramsay pestañeó.

No hubiera sabido explicarlo.

Pero en toda su vida había visto semejante mirada de miedo. Por eso siguió la dirección de aquella mirada.

Y entonces ella balbució:

—Papá…

Fue un grito que quedó flotando en el aire, un grito donde se mezclaban el horror y la esperanza.

Ramsay volvió inmediatamente la cabeza, siguiendo la mi rada de la chica. Y entonces vio algo parecido a una mancha que se recortaba en los cristales, algo parecido a la cara de un hombre.

De un salto, Ramsay fue hacia allí.

Pero ya no había nada. Ni rastro de un ser humano.

Sólo la noche —como una maldición o como una amenaza— flotaba más allá de los árboles.