CAPITULO III

Su madre no volvió a hablarle del asunto hasta tres días después. Para entonces un médico ya había atendido a Chris, ya le había recetado unos calmantes y le había dicho que los sueños terroríficos no tienen demasiada importancia. La ver dad era que Chris —al fin y al cabo una muchacha sana, joven y fuerte— se sentía mucho mejor. Quizá por eso su madre se atrevió a hablarle otra vez.

—Pequeña, hemos de tomar una decisión.

—¿Una decisión sobre qué, mamá?

—La oferta que me hicieron. Está bien pagada y es digna. Además a ti te permitiría seguir estudiando y llegar a ser alguien. Pero es que hay algo más.

—¿Qué…?

—Tu padre no nos dejó dinero al morir, ya lo sabes. Nos hemos ido manteniendo con el seguro de vida que cobré, pero ahora el dinero se termina. Creo que no voy a poder seguir pagando este apartamento mucho tiempo más.

Chris se mordió el labio inferior.

—¿Tendremos que mudarnos? —preguntó.

—Creo que sí. A un sitio bastante más barato, por ejemplo Brooklyn o el Bronx. Columbus Avenue es un sitio selecto pero tales sitios cuestan a veces más dinero del que se puede pagar.

—No me gusta Brooklyn, mamá… Pero no puedo soportar la idea del Bronx.

—Lo mismo me ocurre a mí. También podríamos buscar un sitio más barato dentro de Manhattan, por ejemplo en las avenidas Once o Doce.

—No sé qué es peor.

—Pues entonces debemos acostumbrarnos a una idea, Chris: voy a tener que aceptar el empleo que me ofrecieron.

Los dedos de Chris se entrecruzaron angustiosamente.

Con un hilo de voz musitó:

—Tú sabes que yo había visto «antes» esa casa, mamá.

—Es absurdo. Nunca has estado allí. Ni siquiera has puesto los pies en Nueva Inglaterra.

—Pero sabes muy bien que lo soñé. Y el médico debió hablarte de eso.

—Naturalmente que me habló. Dijo que no es tan raro lo que te pasó, porque hay personas que tienen una facultad especial para anticiparse a las cosas por medio de los sueños, es decir que sueñan lo que les va a suceder. Tú adivinaste en tu imaginación que a mí me ofrecerían un empleo para ir a vivir a esa casa.

—Es posible, pero… fue espantoso.

—No veo que esa casa dé miedo a nadie, Chris. En aquella comarca hay muchas parecidas. Incluso en Nueva York hay viejos edificios.

—Es que… también fue por lo de papá.

Su madre fue ahora la que entrelazó los dedos nerviosamente, como si le resultara difícil soportar aquella situación. Al fin manifestó:

—También me lo explicó el médico. El origen de todo fue que tú no llegaste a ver el cadáver de tu padre. No llegaste a tiempo para el entierro, y eso, según el médico, te ha dejado una sensación de culpa. Por lo tanto imaginas que ves el ataúd en la fosa e imaginas también que tu padre murió de una forma violenta. A eso obedece la idea del tiro en mitad de la cabeza.

—¿El médico cree todo eso?

—Me dijo que estaba seguro. Que es una especie de complejo, pero que se te pasará con el tiempo. Y que no debes esconderte. Que debes llevar una vida normal.

—De acuerdo, mamá, pero quiero hacerte una pregunta.

—Hazla.

—¿De qué murió papá?

—Te lo he dicho cien veces. No sé a qué viene eso.

—¿No lo asesinaron?

—Aún tienes metido en la cabeza ese maldito sueño de la bala en el cráneo, ¿verdad?

—Sí.

—Es absurdo pensar que alguien pudiera asesinar a tu padre. No tenía enemigos. No era tampoco un hombre rico, de esos que despiertan la envidia de la gente.

—¿En qué trabajaba últimamente?

—En lo de toda su vida. Era técnico en aparatos eléctricos y magnéticos de mucha precisión. Tenía un buen empleo. ¿Por qué lo preguntas si ya lo sabes?

—Por si hubiera variado de oficio últimamente.

—No, no… Seguía haciendo lo mismo. Y tú comprenderás que a un técnico de mediana categoría, un hombre que ni siquiera inventa nada, no se le asesina. Por eso te digo que… que es absurdo todo tu sueño, Chris. Tu padre murió en la cama.

La muchacha cerró un momento los ojos, tratando de borrar la oscura sensación de horror que parecía írsele metiendo por todas partes, incluso por los poros de la piel.

—Sin embargo, mamá… En ese sueño… En fin, no sé explicarlo… Pero tuve la sensación de que quería decirme algo.

Su madre había cerrado los ojos también.

Estaba llorando.

—No debes hablar así —musitó—. Tu padre está muerto y debes dejarlo descansar. Yo lo quería con toda mi alma.

Y se oyó un sollozo en el silencio de la habitación. Chris dijo entonces con un hilo de voz:

—De acuerdo, mamá, no hablemos más. Trataré de olvidarme de todas esas absurdas pesadillas. Iremos a vivir a aquella casa.

Llegaron al anochecer, desde Boston, en un coche de segunda mano recién comprado. Chris se dio cuenta, con un escalofrío, de que a aquella hora la luz estaba exactamente igual que en aquel maldito sueño. Todos los reflejos, toda la situación todo el aspecto de las cosas era idéntico a como ella los vio en aquella macabra noche.

También la casa era idéntica a como la imaginó. No le faltaba un detalle. Resultaba asombroso. Todo era igual, hasta el aldabón de la puerta. Era como si la estuviese viendo en sueños otra vez.

Su madre susurró:

—¿qué te pasa?

Chris tenía la mirada perdida.

Balbució:

—Nada…

—¿Tienes miedo de vivir en esa casa? Porque si lo tienes nos iremos… Aún estoy a tiempo de volverme atrás.

—Nada de eso… Me aguantaré. Debo dominar las pesadillas, mamá. Únicamente tuve un mal sueño.

Y trató de sonreír. Había de hacer todo lo posible por dominar aquella oscura sensación. Mientras salía del coche musitó:

—Seguro que nos acostumbraremos muy pronto a vivir en esta casa. Al fin y al cabo las pesadillas no tienen ningún sentido… ¿Sabes qué llegué a imaginar?

—¿Qué?

—Pues que papá me acechaba detrás de esa ventana que está junto a la puerta. Y que iba en una silla de ruedas.

Volvió a sonreír de nuevo. Quería alejar para siempre aquella estremecedora idea sugerida por la pesadilla. Fue a llamar a la puerta, golpeando con el aldabón, como había hecho en sueños.

Y entonces la vio.

La silla de ruedas.

Estaba junto a la ventana, quieta y vacía como el último vestigio de una maldición.

La muchacha sintió que todo daba otra vez una horrible vuelta en torno suyo.

Sintió vértigo y cayó de bruces, como un fardo, mientras se abría la puerta.