Prólogo
La leyenda del Santuario

«Aunque me quiten la vida, jamás me doblegarán.

Que me hagan lo peor… Porque lo devolveré, definitivamente.»

Esas palabras, escritas en francés, seguían grabadas en el escritorio de Nicolette Peltier, donde las escribió con sus garras después de la muerte de sus dos hijos. No era solo un lema, era su furiosa declaración de intenciones a ese mundo que le había arrebatado a sus hijos. Una tragedia cruel que la había impulsado a fundar el refugio más famoso entre la comunidad de seres sobrenaturales capaces de cambiar de forma.

El Santuario.

Durante un siglo Nicolette fue la propietaria del famoso bar restaurante situado en la esquina entre Ursulines y Chartres Street en Nueva Orleans. En él ejerció su dominio como reina de su mundo. La matriarca del clan que cuidó de sus doce cachorros restantes, soportando día a día el dolor de haber enterrado a dos de ellos.

No pasó un día sin que los llorara.

Hasta que la guerra llamó a su puerta. Fiel a su naturaleza y a las palabras que había grabado como un recuerdo permanente de su determinación, Nicolette devolvió todo aquello que le hicieron y protegió a sus hijos con ferocidad.

Sin embargo, el amor que sentía por ellos le costó la vida. Cuando sus enemigos estaban a punto de matar a la pareja de su hija, Nicolette lo protegió y entregó su vida para evitarle a Aimée la agonía de enterrar al lobo del que estaba enamorada.

Su muerte fue una tragedia que golpeó con fuerza al Omegrion, el consejo donde se reunían arcadios y katagarios, en el que Nicolette siempre había sido una leyenda, de la misma forma que lo era el bar que regentaba. Un bar que había dado cobijo a toda clase de criaturas y que les garantizaba seguridad y protección, siempre y cuando obedecieran una regla muy simple: «Ven en paz o márchate despedazado».

Desde la noche de su muerte sus cachorros se esforzaban por seguir adelante sin su apoyo y sin su guía. El Santuario, que ya no era un refugio reconocido por el Omegrion, existía al margen de las leyes que antaño protegían a sus residentes y a su clientela.

A Dev Peltier no le importaba. De todas formas, nunca le habían gustado las reglas.

Pero la guerra que había llamado a su puerta no había terminado.

Solo habían librado la primera batalla…