19

Dev se despertó con una terrible quemazón en la mano. Al principio pensó que alguien lo había atacado, hasta que comprendió que se había despertado por el dolor. Frunció el ceño y comenzó a sacudir la mano antes de mirársela para ver qué le pasaba.

Sitió un nudo en el estómago. No…

Era imposible. Era simple y llanamente imposible.

Sin embargo, no podía negar lo que veían sus ojos. En la palma de la mano tenía lo que llevaba esperando ver toda la vida.

La marca de emparejamiento.

Y no le cabía duda sobre la identidad de su pareja. Llevaba meses sin acostarse con otras. ¿Cómo era posible? Sam era una Cazadora Oscura. ¿Cómo iba a estar emparejado con una Cazadora Oscura? Que él supiera, no se había dado un caso semejante en ningún momento de la historia.

—Sois tres viejas locas, que lo sepáis. —A las Moiras les faltaba un tornillo. ¿Por qué si no iban a emparejarlo con Sam?

A Artemisa le daría un ataque cuando lo descubriera.

Por increíble que pareciera, ansiaba ir a ver a Sam, pero se contuvo. Porque ella lo echaría y, además, no era de esas mujeres que toleraban la insistencia. Si quería ir a verla, mejor hacerlo protegido con una coquilla de titanio.

Lo llamaron al móvil.

Lo cogió y lo abrió sin mirar siquiera quién lo llamaba.

—¿Dev?

La voz de Sam se la puso dura al instante.

—Hola.

Ella titubeó antes de volver a hablar:

—Es que… bueno, yo…

Dev comprendía perfectamente el pánico que irradiaba su voz. Porque él también lo sentía. Cerró el puño para sentirse más cerca de ella y se lamió los labios.

—Tienes una marca en la palma de la mano que parece una garra de oso.

—Sí. ¿Significa lo que creo que significa?

Dev respiró hondo antes de contestar y se tensó a la espera de la reacción de Sam.

—Sí —dijo por fin.

La escuchó jadear.

—Dev, no podemos hacerlo. Sabes que no podemos.

Hizo una mueca al oír la determinación de su voz.

—Y tú sabes que no puedo obligarte. —El emparejamiento siempre dependía de la hembra—. Pero si me rechazas, es mejor que me mates.

—¡Dev!

Él apretó los dientes y dijo:

—Sam, no soy un eunuco. No quiero vivir en un perpetuo estado de celibato. Prefiero la muerte.

—No seas tan fatalista. Solo es sexo. Puedes vivir sin él. Sé de lo que hablo.

Sam no entendía lo que él intentaba decirle, pensó Dev. No se trataba solo del sexo. Se trataba de la certeza de saber que era su pareja y de que tendría prohibido estar con ella. Esa sería su perdición. Los miembros de su especie se volvían extremadamente protectores de sus parejas. No les gustaba estar separados.

Saber que Sam estaría sola…

Lo mataría.

Sam soltó un pequeño suspiro.

—¿Cuánto tiempo tenemos para tomar una decisión?

—Tres semanas. —Después, se quedaría impotente. ¡Uf!

—Vale. Necesito pensármelo.

Tómate todo el tiempo que necesites. Total, tú no eres quien se va a quedar impotente. Hagas lo que hagas, piensa antes en ti, dijo para sí. Se mordió la lengua para no decirlo en voz alta. Porque si lo hacía, demostraría el mismo egoísmo que él quería recriminarle, y no estaba dispuesto a caer tan bajo.

—Ya sabes dónde estoy, Sam.

—Vale. Luego te llamo.

Dev cortó la llamada y enterró la cabeza en las manos, abrumado por las emociones. El animal que llevaba dentro deseaba ir a casa de Nick y hacer suya a Sam, lo quisiera ella o no. El hombre, en cambio, sabía que no podía hacerlo. Las Moiras no trabajaban así. El asunto estaba en manos de Sam y él solo podía esperar.

Os odio a las tres, zorras. Ojalá os pudráis en el Tártaro, pensó.

La diosa griega Átropo se apartó del telar donde ella y sus dos hermanas tejían las vidas de las criaturas de las que eran responsables. Eran las tres Moiras y cada una tenía un cometido. Su hermana Láquesis se encargaba de decidir los años de vida de una persona. Cloto hilaba los acontecimientos que luego tomaban forma y cambiaban vidas.

Y Átropo era la encargada de ponerles fin. Ella tenía la última palabra.

Siempre y cuando su hermano no interviniese. Ese cabrón…

Puesto que no quería pensar en él, miró a Lázaro, que la observaba en silencio.

—Listo. Están emparejados.

Lázaro sonrió, satisfecho.

—No sabes cuánto te lo agradezco, primita. Me has salvado la vida.

Un comentario muy irónico, ya que su cometido principal era la muerte.

—No hay de qué. Pero si Artemisa protesta…

—No dirá nada. Te lo prometo. Y en caso de que lo haga, yo me encargo de todo. —Le besó la mano—. Tengo que pedirte un último favor.

—¿Cuál?

Lázaro tiró del hilo que representaba en el telar la vida de la Cazadora Oscura Samia.

—No cortes este hilo hasta que yo te lo diga. —Porque así Sam no podría morir hasta que Átropo usara su tijera. Mientras el hilo siguiera intacto, él podría torturar a la Cazadora a placer.

Átropo inclinó la cabeza.

—Como tú quieras, primo. Lo dejaré hasta que consideres que ya te has divertido bastante.

Lázaro le dio un apretón en la mano antes de soltársela. A veces, era estupendo estar emparentado con las Moiras.

En esa ocasión era mucho más que estupendo.

Dev no podía parar de mirarse la mano. Era raro verse la marca de emparejamiento después de tantos siglos imaginándose si aparecería y preguntándose cuándo lo haría. Aunque era una idea un tanto afeminada, siempre había esperado que su emparejamiento fuera muy especial. Habría clarines, fuegos artificiales o algo del estilo. Vítores de la gente. Su familia estaría casi desmayada por la emoción. Y a Rémi le explotaría la cabeza.

La realidad, en cambio…

Era muy anticlimática.

Un día igual que otros muchos.

No había cambiado nada y, sin embargo, todo era diferente. Cerró los ojos y se imaginó la cara de Sam.

Por favor, no me dejes colgado, nena, suplicó.

Ella tenía que aceptarlo.

¿Habría algo en él que evitara que lo quisiera?

No le gustó ni un pelo la vocecilla que escuchó en la cabeza, enumerando todos sus defectos: «Soy testarudo. Me dejo los calcetines sucios en el suelo. Me gusta pelear y no le hago caso a nadie…».

Soy un capullo, concluyó.

—¡Oye, Dev!

Suspiró al escuchar que su hermano Kyle lo llamaba desde el pasillo. Rodó sobre el colchón, bajó de la cama y fue a ver qué quería.

Abrió la puerta.

Y no vio a Kyle.

Era Stryker con una sonrisa ladina.

—Si Mahoma no va a la montaña…

Y disparó a Dev en el pecho.

Sam aferraba el teléfono con fuerza. Estaba intentando convencerse de que llamar a Dev sería una mala idea. Estaba intentando recordar por qué no quería ser su pareja.

Sin embargo, su mente no paraba de darle vueltas a una cosa.

Lo que sentía por Dev. Lo mucho que le gustaba su sonrisa arrogante, aunque también la irritara.

Estoy fatal…, se dijo.

Siguió con un dedo las líneas de la marca que la identificaban como la pareja de un oso. Debería estar espantada por lo que había pasado, pero de algún modo le parecía adecuado. Y también tenía la sensación de que Ioel se alegraba por ella.

Aunque si seguía adelante, tendrían un problema mayúsculo. No quería volver a ser humana. Jamás. No lo necesitaba. Convertirse en humana no la libraría de sus poderes. Los conservaría, pero sería mortal.

Y moriría.

Sí, podría tener hijos, pero ese era el único beneficio. Y después de haber muerto embarazada…

No quería volver a encontrarse en una posición tan vulnerable. Claro que si no tenía hijos, le negaría a Dev ese placer.

Podríamos adoptar, pensó.

¿Podría hacerlo? Seguiría siendo una Cazadora Oscura al servicio de Artemisa. ¿Lo entendería la diosa o exigiría su cabeza?

Cada vez que intentaba desentrañar el entuerto, el esfuerzo le provocaba un dolor de cabeza tremendo.

El móvil sonó, sobresaltándola, y dio un respingo. Era Dev. Sonrió y abrió el teléfono para contestar.

—¿Diga?

El mal deja su perversa huella

en el corazón y en el alma.

Cuando la luna brille ensangrentada,

de demonios la tierra se verá inundada.

Se le heló la sangre en las venas al oír la voz demoníaca que recitaba la antigua profecía.

—¿Quién es? —exigió saber.

—Alguien que te echa de menos. ¿Verdad, oso?

—Sam, no vengas a por mí. No… —Las palabras de Dev acabaron con un gruñido feroz, como si quisiera atacar a alguien.

—Si quieres ver de nuevo a tu pareja, sal de la casa ahora mismo sin decírselo a nadie y ve al Lafitte’s Blacksmith Shop Bar que está en esa misma calle. Te estaré esperando fuera.

—¿Cómo te reconoceré?

—Lo harás, Cazadora Oscura. Y será mejor que vayas sola. La vida de Dev depende de eso. —El demonio colgó.

La furia y el miedo la invadieron, provocándole el deseo de matar a alguien. Aunque lo peor fue que su pesadilla volvía a hacerse realidad, minando su confianza.

¿Cómo era posible que hubieran capturado a Dev? ¿Cómo habían descubierto lo suyo con él?

Pongo en peligro a todas las personas a las que quiero, se lamentó.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero parpadeó para librarse de ellas. No iba a llorar. No se rendiría sin presentar una buena batalla.

En ese instante ansió derramar la sangre de Thorn y la de Nick. ¿Estaban al tanto de que iban a capturar a Dev? ¿Era eso lo que habían intentado decirle?

Si se hubiera quedado con él en vez de hacerles caso a esos dos, ¿habría evitado que Dev estuviera en peligro? Le habían prometido que si se alejaba de él lo estaría apartando de la primera línea de batalla; pero en cambio se lo había entregado al enemigo.

Tú no tienes la culpa de esto. Dev es un tío hecho y derecho, se dijo. Sí, igual que lo era Ioel, se recordó.

Hasta que lo mataron.

Con el corazón a punto de salírsele del pecho, se puso la armadura de guerra y se las apañó para salir de la casa sin que Nick la viera. El sol acababa de ponerse cuando enfiló Bourbon Street hacia la esquina con Saint Philip Street. La gente abarrotaba el lugar. Grupos de amigos y parejas, bebiendo y pasándolo bien.

Ojalá ella pudiera ser tan despreocupada.

Echó un vistazo para localizar a su contacto, pero solo había humanos. Muchísimos humanos que en una pelea acabarían siendo un importante daño colateral. En ese momento todas sus emociones residuales y sus pensamientos la estaban desquiciando.

Se detuvo al llegar a la esquina para examinar a la gente sentada a las mesas mientras decidía qué hacer.

Una sombra oscura cayó sobre ella.

—Sigue andando, Cazadora.

Se le heló la sangre en las venas al volverse y ver quién era. Una máquina de matar sin escrúpulos.

Stryker.

Claro que no estaba dispuesta a hacerle saber lo mucho que la afectaba. Levantó sus defensas y lo miró con cara de asco.

—Así que has venido en persona.

—No estoy aquí para hablar. —Hizo un gesto con la barbilla señalando hacia la derecha de Sam—. O atraviesas mi madriguera o dejo a tu pareja en las manos de una horda de daimons hambrientos que matarían por desmembrar a un katagario. Literalmente.

La broma no le hizo ni pizca de gracia a Sam, aunque Stryker parecía muy orgulloso de ella. Tuvo que esforzarse para no atacarlo.

—¿Tengo tu palabra de que lo liberarás si te obedezco?

—¿Aceptarías mi palabra?

Una pregunta de difícil respuesta. ¿Cómo iba a fiarse de la personificación del mal? Sin embargo, Stryker era un guerrero de la antigüedad, como ella.

Se estremeció porque ese pensamiento activó sus poderes. Vio a Stryker en una casa desconocida para ella. Estaba con otro Cazador Oscuro.

Ravyn Kontis.

Stryker lo había capturado junto con su mujer y los sobrepasaban ampliamente en número.

—¿Lo matamos, milord? —preguntó uno de los daimons, y Stryker ladeó la cabeza como si estuviera meditando la respuesta.

—Hoy no, Davyn. Hoy vamos a mostrar clemencia a nuestro digno oponente. Al fin y al cabo, me ha confirmado que no hay que confiar en los humanos. Solo los inmortales comprendemos las reglas de la guerra.

En otra imagen vio a Stryker luchando con Nick y Aquerón…

Luchando codo con codo contra un enemigo común para que todos pudieran salvarse.

Aunque Stryker era su enemigo y no titubeaba a la hora de matar personas inocentes de forma cruel, poseía un extraño sentido del honor y se regía por un código muy retorcido.

Si daba su palabra, la cumplía.

De todas formas, fue difícil pronunciar la frase que sabía que Stryker quería escuchar.

—Me fiaré de ti, daimon.

Stryker inclinó la cabeza.

—En ese caso, sí. Os liberaré a ambos cuando todo esto acabe… si me obedeces.

Sus poderes le indicaron que podía fiarse de él. Aunque era más fácil pensarlo que hacerlo. Por no mencionar que era él quien había capturado a Dev.

Así que aunque su sentido común le pedía a gritos que corriera, obedeció a Stryker y se internó en la madriguera. La fuerza del vórtice amenazó con desgarrarle la ropa y la piel. Giró y cayó, ya que no encontró ningún apoyo que la orientara, de modo que la experiencia fue dolorosa y aterradora.

Voy a vomitar, pensó.

Con razón los daimons estaban de tan mal humor cuando se los encontraba. Si ella tuviera que viajar siempre de esa manera, también estaría de un humor de perros.

Salió del vórtice de forma poco ceremoniosa y cayó al frío suelo de mármol, contra el que se dio un buen golpe. La caída fue tan fuerte que la dejó sin aliento. Gimió mientras echaba un vistazo a su alrededor, y se descubrió en el salón que había visto a través de los ojos del demonio limaco. Había cientos de daimons, además de Céfira. Todos la miraban como si fuese el único solomillo en un bufet de hamburguesas.

Stryker aterrizó a su lado, agazapándose en el suelo con gran elegancia. Sin esfuerzo alguno, se incorporó y la miró con una ceja enarcada.

Chulo de mierda, pensó ella.

Intentó levantarse, pero tropezó. Sus piernas aún no estaban acostumbradas a viajar a través del vórtice.

Stryker pasó a su lado y se encaminó hacia su trono, en cuyo brazo derecho flotaba un pequeño orbe que a Sam le recordó el sol. Cuando Stryker se sentó, el orbe se colocó sobre su mano. Tendría el tamaño de un puño. Y era tan brillante que le dolían los ojos si lo miraba fijamente.

Stryker lo rodeó con los dedos sin llegar a tocarlo. Sus ojos relucían.

—Esto es de mi padre. Quiero que lo toques y que me digas cuál es su punto débil. Dime cómo ponerle fin a nuestra maldición para que mi gente no muera. Me interesa especialmente saber cómo matar a ese cabrón.

Sam percibió el odio que irradiaba.

Sin embargo, lo más triste era que no podía ayudarlo.

—No funciona así.

Stryker la fulminó con la furia de su mirada.

—Será mejor que funcione. Por tu bien, Cazadora. Y por el de Devereaux.

Sam sintió un escalofrío en la espalda. La cosa pintaba fatal. No sabía si sería capaz de afinar sus poderes hasta ese punto.

Vamos, no me falléis ahora, suplicó.

No solo estaba en juego su vida. También la de Dev.

Sam echó un vistazo a los daimons congregados a su alrededor y percibió retazos de sus vidas. Y sobre todo la esperanza de que los liberara de la maldición.

Tengo que salvar a Dev y salir de aquí, se dijo.

Era una guerrera poderosa, pero no tanto como para derrotar a un enemigo tan numeroso. Si Stryker mentía, no podría hacer nada salvo morir en sus manos de forma dolorosa.

Sin embargo, moriría luchando. Hasta el amargo final.

Respiró hondo antes de acortar la distancia que la separaba del trono de Stryker. Una vez allí, lo miró a los ojos mientras extendía la mano para tocar el orbe. La luz que irradiaba desde el interior rodeó su mano y le calentó la palma. Vio tantas imágenes al mismo tiempo que fue incapaz de entenderlas.

Hasta que una se impuso a las demás.

Artemisa vestida con un peplo blanco, con el mismo aspecto que lucía la noche que ella le vendió su alma. En la imagen, la diosa estaba furiosa y discutía con Apolo en el templo de este último.

—¿Qué has hecho, hermano?

El pelo rubio de Apolo brillaba como el sol. Sus rasgos eran perfectos. Estaba sentado en un sillón dorado muy mullido, al lado de Artemisa.

—Me traicionaron. Han matado a mi hijo. A mi bebé. ¿Crees que debía perdonarles algo así?

Artemisa meneó la cabeza.

—¿Por qué los has maldecido a todos?

Apolo torció el gesto.

—¿Tú no has actuado nunca de forma impulsiva? Todo esto es por tu culpa. ¡Si no te acostaras con un prostituto humano, nada de esto habría ocurrido!

Artemisa lo miró, furiosa.

—Y también lo has matado a él y has estado a punto de matarnos a todos en el proceso. ¿Serías capaz de destruir este panteón por la muerte de tu puta?

Apolo se levantó y la miró desde arriba.

—¿Por qué no? ¡Tú lo pusiste en peligro por el tuyo!

Artemisa se negó a retroceder y siguió encarándolo.

—Hermano, deja a Aquerón al margen de esto o te aseguro que…

—¿Qué? No vas a hacerme nada, Artemisa. Si lo haces, le diré a todos los dioses que tú, la diosa virgen, te abres de piernas para una vulgar escoria humana.

Sam se quedó alucinada al descubrir esa revelación.

La diosa no flaqueó mientras apretaba los puños como si estuviera a punto de darle un puñetazo a su hermano.

—Te odio.

—Y yo te odio a ti diez veces más. Déjame tranquilo.

—No puedo. Tu gente se está alimentando de los humanos por culpa de tu maldición.

Apolo pareció ofenderse.

—No es mi maldición. Apolimia les enseñó a robar almas humanas. Ella es quien los cobija y los protege. Yo no tengo nada que ver con eso.

—En ese caso, libéralos de la maldición. Apolimia no podrá controlarlos si no necesitan almas humanas para sobrevivir.

—No puedo.

Artemisa meneó la cabeza.

—¿No puedes o no quieres?

—No puedo. Si revoco la maldición, moriré y conmigo morirá el mundo. No puedo arreglar esto.

Artemisa soltó un largo suspiro y después lo miró con cara de asco.

—Eres patético, Apolo. Patético. —Se volvió y lo dejó solo en su templo, donde él siguió contemplando un orbe semejante al que Sam tenía en la mano.

La mano del dios tembló cuando invocó la imagen de Stryker en el orbe y se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Has sido una decepción para mí, pero no quise hacerte daño. Mi intención era hacerte más fuerte. —Contuvo un sollozo—. Strykerio, si pudiera deshacerlo, lo haría. Lo haría… Me arrepiento muchísimo de mis actos…

Sam abandonó la escena sin dar crédito a lo que había descubierto.

Sobre todo en lo referente a Aquerón. ¿Así fue cómo se convirtió en el primer Cazador Oscuro?

¿Había sido el amante de Artemisa?

Y era un puto…

Seguro que Apolo no había querido decir que Aquerón fue un puto de verdad. ¿Lo habría dicho movido por la ira?

—¿Y bien? —la urgió Stryker—. ¿Cómo mato a Apolo?

Sam parpadeó al escuchar el tono impaciente de Stryker mientras repasaba la escena en la cabeza.

Céfira se echó hacia delante en su trono.

—¿Qué has visto? ¿Podemos romper la maldición?

Sam negó con la cabeza.

—No se puede.

La ira desfiguró el apuesto rostro de Stryker.

—¡Mientes!

—No, te lo juro. No hay ninguna forma de acabar con ella. Apolo la habría revocado casi desde el principio si hubiera podido hacerlo.

Stryker soltó un taco.

—¿Y cuál es su punto débil? ¿Qué es lo que lo postra de rodillas?

¡Uf!, exclamó para sus adentros. La respuesta no iba a gustarle. Estaba segurísima.

—Lo mismo que lo llevó a maldecir a los apolitas.

—¿Su puta, Ryssa? —preguntó Stryker.

Sam negó con la cabeza.

—La muerte del hijo que quiere por encima de todas las cosas.

Stryker se apoyó en su trono con el ceño fruncido.

—No lo entiendo. ¿Qué hijo?

Sam se lamió los labios, que tenía resecos, y se preparó para enfrentarse a la ira del daimon.

—Tú, Stryker. Tú eres su punto débil. Tú eres a quien más quiere. El único ser al que quiere.

Céfira le puso una mano en el hombro a Stryker, que siguió sentado en el trono, petrificado.

—Dice la verdad.

Stryker la aferró por un brazo y la acercó a él de un tirón.

—¿Estás jugando conmigo?

—¿Por qué iba a hacerlo?

Stryker resopló y la apartó de un empujón. En un abrir y cerrar de ojos, pasó del salón al vórtice.

Sam luchó con todas sus fuerzas para impedir que se la tragara. Stryker había mentido. No había liberado a Dev. La estaba enviando de vuelta con las manos vacías.

Chilló mientras intentaba detener la caída. Intentó volver a Kalosis para poder buscar a Dev.

Todo fue en vano.

De repente se descubrió en la calle, a unos metros del lugar donde se encontraba la madriguera por la que había entrado.

—¡No! —gritó al ver que se cerraba y la dejaba sola.

Se levantó y corrió en busca de otro portal.

No había ninguno.

Había regresado, pero Dev…

¡Por todos los dioses, Dev!

Las lágrimas la cegaron y la sensación de impotencia la desgarró.

—¡Cabrón mentiroso!

La culpa y la pena se adueñaron de ella. Dev estaba muerto por su culpa. Ella era la culpable de todo lo que había pasado. Si no lo hubiera apartado de su lado, habría estado con él para protegerlo cuando Stryker fue en su busca.

¿Cómo había podido apartarlo de su lado?

Eres una imbécil, se dijo.

Esa era la segunda vez que perdía al hombre que amaba.

Mientras lloraba, sintió cómo se desvanecían sus poderes de Cazadora Oscura. No le importó. Ya no le importaba nada. Le daba igual que la matasen.

Los daimons habían vuelto a arrebatárselo todo. Pero esa vez no podía culpar a su hermana.

Ella era la única culpable.

Tenía el estómago revuelto y no sabía adónde ir ni lo que hacer. Echó a andar sin rumbo fijo y llegó a casa de Nick. Atravesó la verja y entró por la puerta trasera.

¿Cómo le explico a la familia de Dev lo que he permitido que pasara?, se preguntó.

Las noticias los destrozarían. A todos…

Nick la detuvo al llegar a los pies de la escalera.

—¿Adónde has ido?

Pasó a su lado sin responderle.

—¿Sam? —la llamo Nick, mosqueado—. ¿Qué haces?

Estaba entumecida y no podía pensar con claridad.

—Necesito estar a solas unos minutos.

O un milenio.

«Quiero morirme.»

Subió la escalera a trompicones, deseando que Stryker también la hubiera matado. ¿Por qué había cometido la estupidez de confiar en un daimon?

Abrió la puerta de su dormitorio con el corazón destrozado y se quedó helada.

Era imposible…

¿O no?

Parpadeó, atónita, al ver a Dev al lado de la cama.

Era imposible, se repitió.

—¿Dev?

Lo vio mirar por el dormitorio como si estuviera mareado, igual que le había pasado a ella en Kalosis.

—¿Cómo he llegado hasta aquí? Sam, te juro que no te estoy acosando. No sé…

Ella se echó a reír y se abalanzó sobre él. Lo abrazó y le rodeó la cintura con las piernas mientras lo besaba una y otra vez.

Dev trastabilló hacia atrás, sometido al asalto de Sam. Aunque esperaba que se cabrease por haber invadido su «espacio», no había ni rastro de enfado en su euforia mientras lo besaba hasta robarle el sentido.

Sí, esa mujer estaba como un cencerro. Pero él ya tenía una erección, porque no dejaba de besarlo y ni siquiera recordaba por qué no debía estar con ella.

—Creía que habías muerto —dijo Sam.

—Todavía no.

Lo abrazaba con tanta fuerza que incluso le costaba respirar.

—Siento mucho haberte hecho daño, Dev. Lo siento muchísimo.

Sin embargo, pese a sus disculpas, se estaba mostrando muy agresiva, porque lo tiró a la cama de espaldas y lo inmovilizó con su cuerpo.

Y después le dio el beso más ardiente de su vida.

Aunque él no estaba dispuesto a seguirle el juego. La apartó a regañadientes.

—Sam, no soy tu yoyó. Y no voy a permitirte que juegues conmigo.

Sam tragó saliva al ver la ira que relucía en esos preciosos ojos azules que hasta hacía poco pensaba que no volvería a ver.

—Dev, no quiero tener que enterrarte. Me niego. Te quiero y eso me aterra.

Sus palabras lo golpearon con la fuerza de un puñetazo en el estómago.

—¿Qué has dicho?

—Que te quiero.

Dev le acarició una mejilla con una mano y la miró sin dar crédito. Jamás había imaginado que escucharía esas palabras de labios de alguien ajeno a su familia.

—No quiero vivir sin ti, Sam.

Vio que esos ojos oscuros se llenaban de lágrimas.

—Llevo cinco mil años sin vivir de verdad. Hasta que un oso soltó una impertinencia sobre lo mal que conduzco y me siguió a casa.

Esa acusación le escoció.

—Tú me invitaste.

La sonrisa de Sam lo deslumbró.

—Y ahora te invito de nuevo.

—¿Estás segura?

Ella asintió con la cabeza.

—Sé que te parecerá muy rápido, pero…

Unos fuertes golpes en la puerta la interrumpieron.

—Chicos, poneos la ropa, rápido —dijo Nick desde el otro lado—. Y abrochaos los cinturones. Tenemos visita y la cosa va a ponerse sangrienta.