18

—¿Qué haces aquí?

Dev se detuvo al encontrarse con Rémi en la sala de estar de la casa. Como deferencia a los Cazadores Oscuros y a otras criaturas nocturnas que los visitaban de vez en cuando, esa era la única estancia donde se permitía que el sol entrara a raudales.

Era el lugar preferido de su madre, y Dev había pasado muchas horas en la sala de estar, jugando con sus sobrinos.

Ese día, en cambio, no veía su belleza ni el impecable gusto de su madre en decoración. Ese día la sala le parecía sombría a pesar de que el sol brillaba con fuerza.

Y el tono de Rémi le sentó como una patada en los mismísimos.

—¿Qué pasa? ¿No puedo venir a casa?

—No me hables con ese tono, gilipollas. Te lo he preguntado porque como pareces pegado a tu novia y ella no está aquí…

—No es mi novia. —Se encaminó hacia las escaleras, pero Rémi lo detuvo.

Sin que sirviera de precedente, reconoció un atisbo de verdadera preocupación en la mirada de su hermano.

—¿Qué pasa, mon frère? En serio.

La pregunta hizo que se sintiera como un capullo. Era más sencillo lidiar con las constantes pullas de Rémi que con su preocupación fraternal.

Eso consiguió ablandarlo.

—Nada, Rémi. Solo estoy cansado.

Su hermano no acabó de creérselo.

—Si tú lo dices…

Dev dio un paso, pero se detuvo al recordar lo que Sam le había dicho sobre su hermano más hosco. Era totalmente incongruente con todo lo que conocía de Rémi, pero la curiosidad era muy fuerte y tenía que saberlo.

—¿De verdad te gustan las Indigo Girls y tu película preferida es Ojalá fuera cierto?

Rémi se quedó blanco.

—Pero ¿qué dices?

Se habría echado a reír de buena gana, pero estaba demasiado sorprendido al ver que Rémi confirmaba la información de Sam. ¡Por todos los dioses, era verdad! Su hermano tenía un lado sensible que desconocía por completo.

Seguramente Rémi incluso lloraba al ver Bambi

Joder. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Una dóberman amamantando a un gatito? Esa idea echaba por tierra su visión del orden natural. Era tan retorcida…

—Nada. Algo que me dijo un pajarito.

Rémi torció el gesto y lo miró con expresión asesina.

—Sabes muy bien que no es verdad. Veo películas gore y de terror y escucho death metal.

Pero escuchaba a Amy Ray y a Emily Sailors. La idea era hilarante, porque su hermano la negaba. A decir verdad, a él también le gustaba ese grupo. Claro que él tampoco lo admitiría jamás.

Contuvo una sonrisa mientras subía a su dormitorio. Pero en cuanto abrió la puerta y vio la cama deshecha, su buen humor se esfumó al acordarse de Sam mientras hacían el amor. Sus sentidos cobraron vida al asalto de los recuerdos, que lo golpearon con saña.

¿Cómo era posible que se hubiera convertido en una persona tan importante para él cuando acababan de conocerse?

Sin embargo, el dolor que sentía al no estar con ella era innegable.

«Me enamoré de tu padre la primera vez que lo vi. No podía creer que alguien tan valioso tuviera la sangre de mis enemigos; sin embargo… era el único con quien me veía en el futuro, y agradezco que las Moiras pensaran igual que yo. Sin él estaría perdida», le dijo su madre en una ocasión, en el transcurso de la única conversación que había mantenido con ella acerca del emparejamiento. Sus padres eran una de las pocas parejas que se habían emparejado la primera vez que se acostaron.

La mayoría necesitaba unos cuantos encuentros.

O no sucedía nunca.

Dev se miró la palma de la mano. De joven, cuando estaba lleno de sueños absurdos, intentó imaginarse qué tipo de marca de emparejamiento le gustaría. Aunque los símbolos del clan eran iguales para la especie al completo, cada marca era exclusiva de la pareja. De niño llegó incluso a pintarse una para ver cómo quedaba. De adulto agradeció que la marca no apareciera. Si bien era un vínculo entre dos personas, también implicaba un compromiso ineludible. Uno que jamás podrían romper.

Cerró el puño con fuerza. «No necesito una pareja», se dijo. Estaba mejor solo.

Aunque al pensar en Sam supo que era una mentira como una casa. Estaría muchísimo mejor con ella.

Pero Sam no lo quería en absoluto.

Supuestamente, Urian tenía que encontrarse con su contacto en el Santuario para recabar más información acerca del plan de Stryker y llevársela a Aquerón. Davyn y él siempre habían intentado escoger lugares donde no hubiera posibilidad de que los hombres de Stryker los vieran juntos. Si su padre se enteraba de que seguía hablando con su antiguo amigo, mataría a Davyn en el acto.

Pero no sería una muerte rápida.

Se frotó el cuello, allí donde su padre le rebanó el pescuezo en un ataque de ira tras descubrir que Urian se había atrevido a ser feliz durante cinco segundos. El amargo recuerdo de aquella noche nunca desaparecía de su mente y lo llevaba grabado con sangre en el corazón. Había adorado a su padre desde que era pequeño y había cometido todo tipo de atrocidades para complacerlo.

¿Para qué?

¿Para que el muy cabrón pudiera matar a su mujer y cortarle el cuello a él la primera vez que lo contradijo?

Algún día me vengaré, pensó.

Aunque fuera la última cosa que hiciera, mataría a Stryker por lo que le había arrebatado.

—Vamos, Davyn, tráeme algo bueno. —Se acercó a la barra y pidió una cerveza mientras esperaba.

Colt se la sirvió. Sin mediar palabra, Urian se fue a la zona de juegos.

Comprobó la hora. Davyn llegaba tarde. Algo muy raro en él.

¿Se habría enterado Stryker? La mera idea hizo que se le helara la sangre.

De repente sintió una quemazón conocida en la columna que lo avisó de que había un daimon cerca. Examinó el bar, que estaba medio lleno, en busca de su amigo.

Vio el pelo rubio platino en el extremo más alejado del bar y fue hasta allí.

Sin embargo, al acercarse lo suficiente para verlo bien, se dio cuenta de que no era Davyn. Se trataba de una mujer, y cuando se volvió hacia él fue como si le dieran un puñetazo en el estómago.

No, no podía ser…

Era imposible.

—¿Tannis?

La mujer lo miró con el ceño fruncido como si ese nombre no significara nada para ella.

Pero para él lo era todo.

El tiempo se detuvo mientras recordaba el día de la muerte de su hermana pequeña. A diferencia de él y de sus hermanos, Tannis era demasiado buena y demasiado blanda para quitar una vida humana a fin de sobrevivir. Y por eso se convirtió en polvo en su vigésimo séptimo cumpleaños. El dolor del proceso la hizo gritar hasta quedarse ronca y sangrar por la boca. Pero no obtuvo paz. No recibió compasión. Fue la peor muerte posible.

Una muerte que padeció por la maldición de su propio abuelo.

Después de recoger sus restos y enterrarlos, Urian no había vuelto a pronunciar su nombre.

Sin embargo, la recordaba. ¿Cómo olvidar a la niñita a quien había protegido y por quien había luchado? La niñita por la que habría sido capaz de matar.

Antes de que Apolo los maldijera, la llamaron Diana en honor a su tía abuela Artemisa. Y después de que su abuelo los hubiera maldecido, Stryker se negó a volver a llamarla así. No quería nada que le recordase a la familia olímpica que los había traicionado. Sobre todo porque fue Artemisa quien creó a los Cazadores Oscuros para matarlos.

Diana había estado encantada de cambiarse el nombre.

Sin embargo, la mujer que estaba en el Santuario no era Tannis.

Está muerta, se recordó. Él mismo la vio convertirse en polvo. No obstante, esa mujer era una copia perfecta de su hermana, salvo por su actitud. Mientras que Tannis era indecisa y tímida, esa mujer destilaba decisión y confianza en sí misma. Tenía un porte elegante y se movía como un guerrero dispuesto a matar.

Sin pensar en lo que hacía, acortó la distancia que los separaba.

Medea se volvió cuando una sombra cayó sobre ella. Esperaba que fuera su informador, pero se quedó de piedra al contemplar la cara de su padre.

Aunque ese hombre era distinto. En vez del pelo corto y teñido de su padre, lo llevaba largo, recogido en una coleta, y era de un rubio casi blanco. También era un poco más alto que Stryker. Al principio no reparó en esa diferencia, pero fue innegable cuando se acercó más a ella.

Aun así, era imposible obviar el parecido. Ese hombre era el doble de su padre.

—¿Quién eres? —preguntaron al unísono.

Medea titubeó al ver que no obtenía respuesta. ¿Qué sentido tenía esa reserva cuando saltaba a la vista que era un pariente a quien no conocía? A lo mejor incluso era un primo de cuya existencia su padre no estaba al tanto.

La curiosidad se impuso, de modo que respondió en primer lugar.

—Soy Medea.

—Medea… —El nombre pareció sorprenderlo—. Yo soy Urian.

Urian.

Jadeó al escuchar el nombre de su misterioso hermanastro, del que tanto había oído hablar pero a quien no esperaba conocer. En esos momentos era un siervo de Aquerón. Un enemigo de todos ellos después de haber traicionado a su padre.

—¡Traidor asqueroso! —masculló.

Urian no se lo tomó nada bien, ya que la cogió del brazo y le dio un tirón.

—¿Quién eres?

Medea ansiaba ver la sorpresa en su cara cuando le dijera la verdad.

—¡Tu hermana!

Urian parpadeó dos veces mientras asimilaba la información. Solo había tenido una hermana. No podía tener otra sin saberlo.

—¿Cómo es posible?

—Stryker se casó con mi madre, pero se divorció de ella para casarse con la tuya. Mi madre estaba embarazada de mí, pero él nunca se enteró.

Se quedó de piedra al escucharlo. ¿Por qué no se lo había contado Davyn? Su amigo le había hablado del regreso de la primera mujer de Stryker, pero una hermana…

Una hermana viva. ¿Por qué se lo había callado Davyn? De repente, recordó que Aquerón le decía… ¡Joder! Ese cabrón le había quitado el recuerdo. ¿Por qué lo habría hecho?

Y tras esa idea se le ocurrió otra nada buena.

—¿Qué haces aquí?

—Turismo.

Sabía que era mentira, sobre todo porque procedía de un vástago de su padre.

—Estás espiando para Stryker.

Medea se soltó de su brazo.

—No me hables con ese tono, niño. Tú también serviste a sus órdenes y durante muchos más siglos.

Esa verdad le revolvió el estómago.

—Y pagué muy cara mi estupidez. Créeme.

Medea lo miró de arriba abajo.

—No sé, a mí me pareces muy sano y contento.

—Claro, lo que tú digas. Pero escúchame, niña —dijo, devolviéndole el supuesto insulto—, yo era su preferido. Su orgullo, su ojito derecho. Durante miles de años serví a su lado e hice todo lo que me pidió. Todo. Sin preguntar ni vacilar. Y en un abrir y cerrar de ojos, solo por haberme atrevido a casarme sin su consentimiento, me cortó el cuello. Literalmente.

—Te cortó el cuello porque te casaste con su enemigo.

Claro, claro… En el fondo el problema no fue con quién se casó, sino que al hacerlo hirió el orgullo de su padre. Stryker no soportaba la idea de que alguien pusiera en entredicho su autoridad.

Ni siquiera su propio hijo.

—Me casé con una mujer buena y alegre que jamás le hizo daño a nadie. No era una guerrera. Era una espectadora inocente cuyo único error fue enamorarse de un monstruo. —Y humanizarlo. Lograr que se preocupara por alguien más que por sí mismo. Daría su alma por disfrutar de un segundo más con ella—. No te engañes ni por un segundo. Stryker se volverá contra ti de la misma manera que se volvió contra mí.

—Te equivocas.

—Ojalá así lo quieran los dioses, hermana. Por tu bien.

Sin embargo, lo peor de todo era que sabía la verdad: solo era cuestión de tiempo que su padre se volviera también contra ella.

Sam estaba perdida en casa de Nick. Era enorme. Por suerte tenía todas las ventanas cerradas, aunque sabía que ese detalle solo era para su protección, ya que Nick podía salir durante el día por algún motivo. Nadie estaba seguro de cuál era y Ash se negaba a explicarlo.

Se había especulado con todo tipo de posibilidades, desde que era un demonio hasta que era un espía daimon. Y también que se estaba acostando con Artemisa. Los rumores acerca del Cazador Oscuro podían ser tan creativos como graciosos.

A título personal, Sam creía que la diferencia se debía a que no lo habían asesinado como al resto.

Se había suicidado para obtener venganza. Estaba convencida de que de alguna manera eso había alterado sus poderes como Cazador Oscuro y lo había convertido en algo distinto. Sospechaba que Aquerón sabía lo que era y que temía decírselo a los demás.

Tal vez la gente que deseaba matarlo, razón por la que le habían encargado su protección, quería hacerlo por ese renacimiento tan antinatural. Fuera cual fuese el motivo, ni Ash ni Nick soltaban prenda.

Suspiró mientras desterraba esa idea. Por más que pensara sobre el tema, no conseguiría respuestas. Y en ese preciso momento debería estar durmiendo, aunque parecía incapaz de hacerlo. Tenía los nervios de punta.

Quería a Dev, pero era lo único que no podía tener.

Sin pensar, extendió una mano para tocar una de las fotos de la pared. Era una imagen de Nick y Dev jugando al billar. Nada más tocarla, sus poderes cobraron vida y vio la escena a todo color.

—Ven aquí, Buscavidas. —Dev soltó una carcajada al tiempo que llevaba a Nick a la mesa para que lanzara—. Si consigues meterla, te doy cien pavos.

Nick lo miró con la boca abierta.

—¡Tío! Acepto la apuesta… Pero ¿tengo que pagarte si no la meto?

Con una sonrisa, Dev negó con la cabeza y alborotó el pelo corto de Nick.

—No, pero tendrás que fregar los platos durante una semana.

—Qué asco.

Dev chasqueó.

—¿Te echas para atrás?

—Espera y verás, oso. Ve sacando la cartera. Voy a enseñarte cómo se hace. —Nick preparó el taco.

Dev comenzó a bailotear alrededor de la mesa en un intento por distraerlo.

—Tu madre era una cabra y olía a cobayas.

Nick resopló al escuchar la referencia a Los caballeros de la mesa cuadrada de los Monty Python.

—No sé de qué me hablas, Yogui. Es tu madre la que tiene pelo. Mi madre solo lleva lentejuelas de adorno. —Golpeó la bola blanca con el taco y las demás bolas rodaron por la mesa. Por increíble que pareciera, consiguió meter la bola deseada en la tronera superior izquierda como un profesional.

—¡Ja! —exclamó Nick con aire triunfal.

Dev resopló.

—La has metido de chiripa.

Sin embargo, la suerte no había tenido nada que ver. Dev había usado sus poderes para que la bola entrara en la tronera que debía. Nick lo ignoraba.

Fingiendo estar disgustado, Dev se sacó el dinero y se lo dio a Nick.

—La próxima vez será doble o nada, chaval.

—Ni de coña. No pienso arriesgarme a que haya una próxima vez y falle.

Dev señaló con la barbilla el dinero que tenía Nick en la mano.

—Bueno, ¿qué vas a hacer con todo eso?

Nick dobló los billetes y se los metió en el bolsillo.

—Voy a invitar a mi madre a comer en Brennan’s el día de la madre. Nunca ha estado en ese sitio y siempre ha querido ir.

Dev le dio una palmada en la espalda.

—Genial, Buscavidas. Que os lo paséis bien. Será mejor que vuelva al trabajo antes de que me desplumes.

Nick volvió a colocar las bolas en la mesa mientras Dev regresaba a su puesto, junto a la puerta.

Sam tragó saliva por el precioso detalle, un gesto que le produjo una opresión en el pecho. A diferencia de Nick, Dev no había cambiado en absoluto.

—¿Qué haces?

Dio un respingo al oír la voz de Nick a su espalda.

—Mirando las fotos.

Nick se colocó junto a ella y clavó la vista en la que estaba con Dev. Sam vio tal tristeza en sus ojos que le provocó un nudo en la garganta.

—Nos lo pasábamos bien por aquel entonces. Mi madre solía ahorrar para enmarcar todas las que pudiera.

Y después colgaba las fotos en la pared y las cambiaba de sitio cuando le apetecía. Era un juego entre ambos, para recordarle a su hijo las cosas que ella creía importantes en su vida.

Amigos. Familia. Risas.

Su madre había sido una mujer estupenda.

Sam carraspeó.

—Dev y tú parecéis muy unidos.

—Siempre ha sido un buen amigo, por eso me alegra que lo mandaras a casa.

Sus palabras no cuadraban con lo que ella captaba cada vez que Nick y Dev estaban cerca. Como tampoco cuadraban con las emociones que captaba en ese preciso momento.

—¿Y por qué lo odias?

Nick se tensó.

—No lo odio. Solo estoy cabreado. Básicamente con todo el mundo. Dev dejó que mi madre se fuera del Santuario con un daimon que se hizo pasar por Cazador Oscuro.

—Dev nunca…

—Lo sé, Sam.

Ella sintió el dolor de Nick al pronunciar esas palabras con voz temblorosa.

—Dev no sabía que la había puesto en peligro y sé que nunca lo habría hecho a propósito. Pero soy incapaz de superar lo de aquella noche y no puedo perdonar a nadie que esté implicado en la muerte de mi madre. No puedo.

Sam entendía muy bien esa sensación.

—Es duro vivir con esa culpa a todas horas.

—No lo sabes bien.

—Te equivocas, Nick. Sé muy bien lo que es ver morir a la gente que más quieres mientras te ves impotente para salvarlos. A pesar de haberme entrenado toda la vida para luchar, yo no pude salvar a las personas a quienes había jurado querer y proteger. ¿Por qué no pude salvarlos?

En la mejilla de Nick apareció un tic nervioso.

—¿Cómo se vive con esa pregunta?

Sam contestó con la verdad.

—Con rabia. Todos los días. Todas las noches. Quiero sangre, pero por más que mate, la realidad seguirá siendo la misma. Las muertes no podrán aliviarla.

Nick soltó un suspiro cansado.

—¿Eso quiere decir que voy a sentir lo mismo eternamente?

—A menos que encuentres otro motivo para vivir. Que encuentres algo que te dé paz.

Nick la miró.

—¿Tú has encontrado esa paz?

Sí, la había encontrado. Pero era una respuesta tan manida y tan ñoña que no se atrevía a admitirlo.

—Un hombre muy sabio me dijo en una ocasión que la paz debía proceder del interior. Que debemos aprender a querernos antes de encontrar nuestro lugar en el mundo.

Nick torció el gesto.

—Aquerón.

Sonrió al escucharlo.

—¿También te lo dijo a ti?

—No. No hablamos mucho últimamente, pero parece algo típico de él. —Su mirada se ensombreció—. No te fíes de Aquerón, Sam. No es lo que parece.

En ese momento presintió…

Sam se concentró, pero fue incapaz de esclarecer la sensación. Nick sabía algo que el resto desconocía. Y parecía odiar a Aquerón por un motivo que ocultaba celosamente.

No tenía sentido, pero era imposible pasar por alto lo que captaba. Nick sabía algo muy gordo de Ash.

Y también sabía algo acerca de sí mismo que estaba empeñado en ocultar aunque tuviera que matar para conseguirlo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó en un intento de que Nick expresara lo que ella sentía.

Sin embargo, el cajun se negó a explicarse.

—Oculta muchas cosas y no está de nuestra parte, en serio. —Tras decir eso, la dejó sola.

Semejante hostilidad hizo que Sam frunciera el ceño. Una parte de ella sabía que Ash era mucho más de lo que le mostraba al mundo, pero no creía ni por un segundo que pudiera hacerles daño.

Nick, en cambio…

No se fiaba ni un pelo de él. El mal lo infectaba. Estaba convencida.

Echó a andar hacia su dormitorio con el corazón en un puño, deseando que Dev estuviera con ella.

He hecho lo correcto, se dijo.

Dev estaba a salvo y eso era lo único que importaba.

Acababa de llegar a su dormitorio cuando sintió una quemazón en la mano. Siseó y se sopló la palma en un intento por aliviar la sensación.

Justo cuando estaba a punto de gritar de dolor, la quemazón desapareció.

Para su más absoluto espanto, vio cómo una marca aparecía en su piel. En la palma de la mano tenía algo que parecía un tatuaje tribal con forma de garra de oso.

¡Mierda!, pensó.

Estaba emparejada…