Sam observó a Dev mientras este recorría el dormitorio para comprobar por sí mismo que nada podía hacerle daño, aunque Nick les hubiera asegurado que allí estaría segura. Ninguno de los dos confiaba en él.
El cuidado con el que Dev lo inspeccionó todo le resultó entrañable y le recordó a la imagen que había visto de él, protegiendo a su hermana de pequeño. Era tan protector y tan tierno…
Lo peor de todo era el impulso casi irresistible de apartarle el pelo de la nuca y mordisquear su piel hasta escucharlo gruñir de esa forma que le provocaba escalofríos. Quería acercarse a él, dejar que la abrazara y quedarse a su lado hasta que el resto del mundo se desvaneciera.
«Ámalos. Déjalos.»
Ese era el código por el que había vivido. Como amazona y como Cazadora Oscura. En el mundo antiguo que habitó como humana, los hombres eran un impedimento para la estructura social de las amazonas, que solían acostarse con ellos y no decirles que habían concebido un hijo a menos que no les quedara más remedio. Educaban a las niñas de forma independiente y las integraban en la nación amazona. En caso de que tuvieran un hijo varón, se lo entregaban al padre o a la familia de este.
Era raro que una amazona se casara. Su hermana había intentado utilizar su matrimonio para minar su autoridad, pero el código de su tribu era versátil en ese aspecto. Lo importante para su nación era que las mujeres tuvieran el poder para tomar sus propias decisiones sobre su vida y su felicidad.
En aquel mundo antiguo donde las mujeres tenían menos autonomía incluso que un esclavo, las amazonas decidían si querían una vida doméstica o no, y el resto juraba aceptar la decisión de su hermana, fuera cual fuese. Sin embargo, muchas vivían sin un hombre. No todas. Sam no fue la primera en casarse y tampoco fue la última.
Además, no todas las amazonas entregaban a sus hijos varones. Su mundo se basaba en el respeto y el apoyo. Por eso quería tanto a su nación.
Como Cazadora Oscura había disfrutado de la misma libertad. Al igual que las amazonas, los Cazadores se apoyaban entre sí. Era raro que alguno tuviera demasiados prejuicios… Ash se encargaba de quitárselos a patadas durante el entrenamiento inicial. El voto más importante que hacía un Cazador Oscuro era proteger a los humanos.
«Intégrate en el mundo, pero no participes en él. No permitas que nadie descubra quién eres ni lo que eres. Satisface tus necesidades sexuales para evitar distracciones, pero no frecuentes a un amante en concreto ni mantengas relaciones sentimentales. Te distraerán y te debilitarán. Y, lo peor: se convertirán en un objetivo que usar en tu contra.»
Esas eran las reglas de Ash. Todos las conocían, y mientras miraba a Dev, deseó haberlas cumplido.
Porque en ese momento no quería marcharse. Quería acurrucarse con él. Quería abrazarlo, pegarse a él y hacerle el amor hasta que ninguno de los dos fuera capaz de andar.
Pero tenía que ponerlo a salvo antes de que fuera demasiado tarde.
—¿Por qué no vuelves al Santuario?
Dev la miró con el ceño fruncido.
—¿Para qué?
Porque no quiero verte herido. Porque eso me destruiría, pensó. Sin embargo, en voz alta dijo:
—Porque a lo mejor te necesitan. Los daimons pueden volver para vengarse de tu familia.
Dev sonrió y se burló del deje preocupado de su voz.
—Creo que mi familia sabe apañárselas bien.
—No sé qué decirte. ¿No se supone que los katagarios y los arcadios son delicatessen para los daimons?
—Sí, cuando consiguen atraparnos. Pero el problema es que tenemos los mismos poderes que ellos, así que no les resulta fácil. Porque también mordemos y tenemos clanes que atacan en grupo cada vez que ellos se atreven a agredirnos. Por regla general, nos dejan tranquilos. —Se acercó a la ventana para asegurarse de que la luz del sol no entrara por ningún sitio.
Típico de Dev dificultar las cosas…
Dev, no me obligues a hacerte daño, deseó.
Lo último que quería era hacer sufrir a la persona que por fin había conseguido que volviera a sentirse viva. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para contenerse y no abrazarlo.
Por su mente pasó la imagen de Ioel al morir. Su voz gritándole que corriera.
No puedo permitir que mueras, Dev, pensó.
El problema era que tampoco quería vivir sin él.
—Me gustaría que te fueras a casa.
Dev se volvió con brusquedad y la expresión dolida de su cara le llegó al alma que no tenía. A lo mejor ese era su castigo por haber hecho el trato con Artemisa. El odio la había devuelto a la vida, y en ese preciso instante acababa de descubrir algo más revigorizante que no podía conservar, porque su sustento debía ser el odio que la había resucitado.
Los dioses eran así de retorcidos.
Déjalo marchar, le aconsejó su conciencia.
—¿Qué estás diciendo, Sam?
—Estoy diciendo lo que has oído. Quiero que te vayas a casa ahora mismo.
Al ver que estaba a punto de discutir, supo que tenía que emplear un argumento lo bastante fuerte para apartarlo de la primera línea de batalla. Un argumento que lo ofendiera y lo instara a alejarse de ella, aunque ninguno de los dos lo quisiera.
Que los dioses me ayuden…, suplicó para sus adentros.
Las palabras que pensaba decir se le atascaron en la garganta y se le clavaron en el corazón, pero se obligó a pronunciarlas. Por el bien de Dev.
—Es que no estoy acostumbrada a tener a alguien encima todo el rato y estás empezando a ponerme de los nervios. Necesito un poco de espacio.
La expresión de esos ojos azules la desgarró y estuvo a punto de hacerla llorar, pero se mantuvo fuerte. Era una amazona y las amazonas no lloraban. Sin importar la intensidad del dolor.
Dev apretó los dientes al escuchar la inesperada impertinencia. Estaba pasmado. ¿Qué bicho le habría picado? ¿Ya no se acordaba de que había arriesgado su vida por ella un montón de veces?
¿Y decía que la estaba agobiando? Sí, claro. Estaba tan cabreado que echaba humo por las orejas.
—No me había dado cuenta de que te ponía de los nervios. Perdona por intentar ayudarte. —Se acercó a ella y tuvo que morderse la lengua para no soltarle lo que estaba pensando.
Sin embargo, no pensaba caer en ese juego.
No con ella. Se negaba a hacerle daño empleando las mismas armas que ella había usado.
—Vale. —Retrocedió un paso—. No me gusta estar donde no me quieren. Que tengas una vida estupenda. Igual nos vemos por ahí algún día.
Sam no se movió hasta que Dev desapareció. Después, su ausencia la golpeó con fuerza. Tenía la impresión de que alguien le había arrancado el corazón del pecho. El dormitorio pareció menguar y al mismo tiempo sintió un vacío en su vida tan grande que acabó tragándosela.
Sus ojos se llenaron de lágrimas que amenazaron con ahogarla.
—Lo siento mucho, Dev.
Aunque él jamás escucharía esa disculpa. Ya no. No después de haberle dado ese brutal golpe a su ego.
Intentó convencerse de que era lo mejor. De que lo hacía para salvarlo.
Su corazón no atendía a ninguna de esas razones. El dolor que lo atenazaba le suplicaba que fuera tras él.
—No puedo.
Se había ido y tenía que dejar que se mantuviera apartado.
Aunque eso la matara.
Thorn ni siquiera pestañeó al sentir una poderosa presencia a su espalda. Normalmente atacaba sin pensar a cualquiera que se atreviera a entrar en sus dominios privados.
Sin embargo, reaccionar así con Savitar sería equiparable a un suicidio.
Bueno, eso era una exageración.
Pero sí provocaría una sangrienta batalla que aunque aliviaría su tedio un rato, acabaría arruinándole su traje preferido.
—¿Qué te ha sacado de la playa y te ha traído a mis oscuros dominios? —Se volvió y lo descubrió justo detrás de él.
Savitar, que llevaba unos pantalones cargo de color blanco y una camisa hawaiana, parecía un surfero recién llegado de la playa. Incluso llevaba sandalias, gafas de sol y tenía el pelo oscuro alborotado por el viento.
Thorn enarcó una ceja al ver que Shara estaba literalmente petrificada en pleno movimiento detrás de Savitar.
—Estás inmiscuyéndote otra vez en los asuntos de mis arcadios y mis katagarios. Sabes muy bien lo que opino al respecto.
Thorn resopló al oír el deje furioso de su voz.
—No sabía que fueran tuyos. Y tampoco tengo muy claro que ellos estén al tanto.
Savitar lo miró con gesto burlón mientras se acercaba hasta detenerse frente a él.
—Tienes suerte de que no luchara contigo cuando te llevaste a Fang sin mi permiso, pero lo de Dev… Quiero que te mantengas alejado de él.
—¿Por qué? ¿Esta ciudad no es lo bastante grande para los dos?
Un tic nervioso apareció en el mentón de Savitar.
—No te pases conmigo, Thorn. Que no se te olvide que sé por qué has hecho lo que has hecho por Dev y Sam. A diferencia de ellos, sé que no eres el gilipollas que aparentas ser.
—En eso te equivocas, surferillo. De verdad. Podría escribir un libro sobre el esfuerzo que me supone no ceder a los poderes oscuros que me tientan todos los días. Igual que te pasa a ti. Somos criaturas destructivas.
—Pues que no se te olvide. Y deja a Dev tranquilo.
—Insisto, ¿por qué?
Savitar soltó una carcajada siniestra.