16

Dev contuvo el aliento al ver que Sam echaba a correr para alcanzar a la otra amazona. Sabía que era una luchadora feroz, pero lo que estaba viendo era lo más impresionante que había presenciado en la vida.

La primera prueba consistía en atravesar un foso del que salían flechas en tandas, lanzadas de forma aleatoria, sin patrón alguno. Aella no aminoró la velocidad de su carrera al llegar. Lo atravesó de un salto mientras varias flechas la rozaban, aunque ninguna la hirió de gravedad.

Una vez a salvo al otro lado, se limpió la sangre y continuó camino.

Sam perdió un segundo mientras se pasaba el arco por la cabeza de forma que quedó sujeto en diagonal contra su espalda. Arrojó la lanza al otro lado del foso, donde se clavó en la tierra, y corrió hacia la orilla para cruzarlo. Una vez que llegó, saltó con fuerza, dio una voltereta de espaldas y cogió cuatro de las flechas que surgieron del foso antes de aterrizar junto a su lanza al otro lado, pero mirando hacia la orilla donde se encontraba Dev. Sin perder ni un segundo, le guiñó el ojo, colocó las flechas que había recogido en el carcaj vacío que llevaba y volvió a coger la lanza. Con una elegancia que habría sido la envidia de los propios dioses, se dio la vuelta y continuó hacia la siguiente prueba.

—Joder —susurró Fang, alucinado.

Dev sonrió, asaltado por un repentino afán posesivo.

—Esa es mi chica.

Ethon resopló y los miró a ambos.

—No habéis visto ni la mitad de lo que es capaz de hacer, en serio. Eso ha sido un juego de niños.

Una afirmación que Sam confirmó en el siguiente desafío. En la segunda prueba tenían que lanzarse desde un pequeño trampolín hecho de musgo y aterrizar en una serie de postes que sobresalían de la tierra, cuya anchura no era mayor que la de un pie. De hecho, la única forma de mantenerse sobre ellos era de puntillas. El problema radicaba en que los postes no estaban anclados y que en cuanto cayeran sobre ellos, comenzarían a oscilar, por lo que haría falta un equilibrio soberbio para evitar caerse y estamparse contra las afiladas rocas del suelo.

Por si no bastaba con eso, Aella atacó a Sam en cuanto se posó en uno de los postes, utilizando la lanza a modo de báculo. Armada con su propia lanza, Sam paró los veloces ataques, si bien los golpes se sucedían con tanta rapidez que Dev los oía más que verlos. Sam empujó a Aella e hizo ademán de clavarle la punta de la lanza, pero su rival saltó hasta el siguiente poste y continuó con el ataque.

Sam la siguió y juntas protagonizaron una terrorífica danza mientras saltaban de poste en poste con gran habilidad, luchando a muerte como un par de tornados.

Dev tenía el corazón en la garganta. Un estornudo, un minúsculo error de cálculo, y Sam acabaría estampada y muerta en las rocas.

Aella le apuntó a los pies, obligándola a desplazarse al siguiente poste y después al siguiente. Uno de los postes cayó al suelo y se hizo astillas cuando las rocas se lo tragaron.

Sin pensarlo, Dev dio un paso al frente con la intención de echarle una mano.

La mantícora que tenía delante se irguió y lo obligó a retroceder.

—Si la ayudas, ella perderá.

Y todos morirían…

Sin embargo, le costaba un gran esfuerzo verla arriesgar la vida por ellos y mantenerse de brazos cruzados.

Sam consiguió asestarle un golpe tremendo a Aella en el costado. La amazona se dobló por la mitad, y justo cuando Dev estaba convencido de que caería al suelo, saltó a tierra firme. Una vez allí, corrió hacia los postes de Sam y utilizó la lanza para derribarlos antes de que ella pudiera llegar.

Sam soltó un taco mientras corría a toda velocidad sin perder el equilibrio. Cuando Aella empujó el último poste, Sam consiguió sujetarlo con un pie y hacerlo rodar de modo que acabó junto a la otra amazona en tierra firme.

Aella emitió un grito furioso e intentó apuñalarla. Sam le cogió la muñeca, la apartó de un cabezazo y trató de degollarla. Su rival consiguió esquivar el puñal por los pelos antes de girar y asestarle una puñalada que Sam sorteó como una profesional, tras lo cual alejó a la otra amazona de una fuerte patada.

Al comprender que Sam era mejor con la espada y en la lucha cuerpo a cuerpo, Aella le lanzó el puñal y corrió hacia la siguiente prueba.

Sam atrapó el puñal y estuvo a punto de lanzárselo a su oponente en un acto reflejo. Dev la vio detenerse en el último momento antes de arrojarlo al suelo. Casi nadie habría tenido la suficiente integridad para contenerse, mucho menos después de las trampas que había hecho Aella.

Sin embargo, Sam era una buena persona. Se negaba a caer tan bajo, y Dev estaba orgullosísimo de ella.

Vamos, nena…, la animó en silencio.

La siguiente prueba las obligó a trepar por una espesa enredadera hasta un bosquecillo que tenían que atravesar. El único problema era el escaso grosor de los troncos de los árboles y los ataques de una especie de ave de presa prehistórica que parecía un cruce entre un pterodáctilo y un águila.

Sam le recordó a una gacela mientras saltaba entre los árboles, con un paso tan firme que sería la envidia de cualquier sátiro. Cuando el ave se lanzó a por ella, se arrodilló y sacó una flecha del carcaj. Con una puntería envidiable, disparó la flecha, que se clavó justo en la unión del ala con el cuerpo. No era una herida mortal, pero sí obligó al ave a tomar tierra y a dejarla tranquila.

Aella se detuvo para admirar boquiabierta el tiro. Pero en cuanto Sam se puso de pie, reanudó la competición. A diferencia de Sam, la otra amazona despedazaba y apuñalaba a las aves hasta conseguir abrirse camino.

La prueba final consistía en llegar a la urna del cinturón.

Sam titubeó.

¿A qué estaba esperando? Sería la primera si corría en línea recta hacia el lugar.

Sin embargo, Sam se detuvo. En cuanto clavó el extremo de la lanza en el suelo este se desintegró de inmediato, y Dev entendió sus motivos para detenerse. Eran arenas rojas. Llamadas así por las vidas que se habían perdido en ellas. A diferencia de las arenas movedizas, que rara vez eran muy profundas o ineludibles, las arenas rojas habían sido creadas por Hades para que los condenados permanecieran encerrados en el Tártaro. En el más que improbable caso de que alguno escapara, las arenas rojas se asegurarían de que no llegara demasiado lejos. Actuaban como un ácido capaz de corroer cualquier cosa. Viva. O muerta.

O en un estado intermedio.

Solo quedaba el rastro de su sangre. De ahí el nombre: arenas rojas.

Aella soltó una carcajada.

—¿Te rindes?

—Jamás.

Sam se llevó las manos a la boca y emitió un extraño sonido, el canto de un pájaro. Tres pitidos seguidos de un silbido.

Aella imitó el sonido.

Dev, Scorpio y Fang fruncieron el ceño. Ethon, en cambio, sonrió.

—¿Qué hacen? —le preguntó Dev al espartano.

—Están llamando a los Ornithes Areioi.

Dev puso los ojos en blanco al escuchar un término que ni siquiera era capaz de pronunciar.

—Tío, y dale con el griego. ¿No os habéis dado cuenta de que hay un motivo por el que la gente lo odia?

Ethon resopló.

—Eso es porque nunca han intentado hablar galés. En serio, el griego no es nada en comparación. —Y retomó el tema—: Son los pájaros de guerra de Ares, y eran muy especiales para la nación amazona. —Señaló a las mujeres con un gesto de la cabeza—. Para ellas eran sus mascotas.

Dev volvió a mirarlas y sí, a lo lejos se acercaba una bandada de pájaros negros gigantes. Era como tener al monstruo del lago Ness en una piscina plegable. ¿Cómo narices se las habían apañado para domesticar un bicho más grande que un camión?

Fang siseó.

—Esto no pinta bien. Ni siquiera tienen que masticarnos antes de tragar. Y no me apetece convertirme en cecina de lobo. —Miró a Ethon—. Pero seguro que la cecina de Cazador Oscuro está muy buena.

El espartano le dio un empujón.

Dev pasó de él y se preparó para la batalla cuando los pájaros descendieron. Con mantícoras o sin ellas, si esos bichos se lanzaban a por Sam, él se lanzaría a por ellos.

Sam cogió el collar de huesos que llevaba al cuello. Se lo colocó en la boca y comenzó a silbar una melodía concreta.

Uno de los pájaros graznó y descendió planeando. Sam levantó la mano como si estuviera llamando a un viejo amigo. El enorme pájaro se posó en la tierra justo delante de ella. Tras abrir las alas, echó la cabeza hacia atrás y emitió un último graznido antes de relajarse. Después, el ave se inclinó hacia delante y le rozó la mejilla con el pico.

Sam la abrazó y le dio una palmadita.

Fue imposible no reparar en el respeto que demostró la mirada de Aella mientras observaba a Sam subirse a lomos del pájaro. El ave se agitó un poco antes de acostumbrarse a su peso.

—¡Arriba! —gritó Sam, clavándole los talones en los costados para que emprendiera el vuelo.

El pájaro extendió las alas y salió disparado hacia el cielo a una velocidad que hizo que a Dev se le formara un nudo en el estómago. No sabía cómo era capaz de mantenerse a lomos del animal.

Aella la imitó y, tras desenvainar su espada, partió en pos de Sam.

Fang silbó por lo bajo.

—¿Alguien sabía que las amazonas podían montar en pájaros gigantes?

Ethon lo miró como si fuera idiota.

—Los que luchamos con ellas sí, lo sabíamos. ¿Por qué crees que nos daban una paliza tras otra?

—Porque sois unas nenazas. Todo el mundo lo sabe.

Ethon se abalanzó sobre Fang, pero Scorpio lo detuvo.

—Está bromeando, Ethon. Tío, ten más sentido del humor. —Más aún cuando el sentido del humor del lobo se parecía tanto al del espartano que podían ser parientes.

Ethon le gruñó a Fang, pero se aplacó.

Dev no apartó la vista de la lucha que se desarrollaba en el cielo. Era increíble. Aella atacaba, pero Sam contrarrestaba sus golpes; todo ello mientras daban vueltas en el aire sobre el pedestal. Era un misterio que siguieran a lomos de esas bestias mientras luchaban, ya que carecían de silla de montar y de riendas. Guiaban sus monturas con las rodillas y se sujetaban con una mano al plumaje.

Dev miró un momento a las mantícoras. Aunque todavía quería ayudar a Sam, sabía que no debía ni intentarlo. Esos bichos parecían ansiosos por derramar sangre.

Aella trazó un círculo antes de lanzarse a por Sam, que ejecutó una maniobra casi imposible: hizo virar al pájaro y después subió prácticamente en perpendicular al suelo, de modo que el mandoble ni siquiera los rozó.

Y no solo eso, en la misma maniobra consiguió que Aella extendiera demasiado el cuerpo y perdiera el equilibrio. La amazona soltó un alarido y se cayó de su montura, precipitándose al vacío.

Sam hizo virar al pájaro y fue a por ella. El animal plegó las alas y bajó en picado, como un torpedo negro que surcara el cielo. Dev los observó cortar el aire en su intento por llegar hasta Aella antes de que esta se estrellara contra el suelo. Justo cuando creía que la amazona iba a convertirse en otra mancha en las arenas rojas, Sam la atrapó por la muñeca y consiguió dejarla boca abajo delante de ella sobre el animal. Después guió al ave hacia la orilla, donde dejó a Aella en una zona segura, antes de dirigirse al pedestal.

Al principio Dev creyó que Aella llamaría a otro pájaro para perseguirla.

Pero no lo hizo.

Todos observaron a Sam dirigir al pájaro hacia el pedestal. Una vez allí apartó la urna de cristal, que cayó al suelo y se hizo pedazos antes de disolverse. Las cobras sisearon y se irguieron al ser molestadas. Sam flotaba sobre ellas, lejos de su alcance. Usó la punta de la lanza para enganchar el cinturón con sumo cuidado y levantarlo, apartando en el proceso a las cobras que intentaban enroscarse en él. Algunas de las serpientes quisieron saltar hasta ella y el pájaro. Sam instó al ave a apartarse para que las cobras no alcanzaran su objetivo y volvieran a caer, siendo devoradas enseguida por las arenas.

No había pasado ni un minuto cuando las arenas escupieron sus huesos, aunque pronto se disolvieron en un charco rojo.

Dev puso cara de asco al ver la escena.

Sam ni se fijó en lo que sucedía, ocupada como estaba en colocarse el cinturón sobre el regazo, tras lo cual instó al pájaro a acercarse a ellos. Sobrevoló la cabeza de Aella y aterrizó justo delante de Dev. Tras desmontar, levantó el cinturón de su abuela con una sonrisa deslumbrante. Dev jamás podría sentirse más orgulloso.

Aella, que se encontraba detrás de Sam, corrió hacia ella.

Antes de que pudiera avisarla, Sam se volvió, lista para la lucha.

Sin embargo, esa no era la intención de la amazona, que se detuvo en seco e hincó una rodilla en el suelo delante de Sam. Acto seguido, se llevó el puño derecho al hombro contrario e inclinó la cabeza en señal de respeto.

—Mi reina.

Sam se quedó helada al escuchar ese título que tan raro le parecía después de llevar tantos siglos sin usarlo. Ese título, sumado a la competición que acababa de ganar, despertó un tropel de recuerdos, buenos y malos, de una época y un lugar a los que jamás podría volver. De un pasado que la atormentaba.

En otro tiempo ese tipo de competición le daba sentido a su vida. La hacía sentirse viva. Demostraba su honor y su destreza como guerrera, unas cualidades que en aquel entonces eran esenciales para ella.

Sin embargo, en ese momento sabía que esas cosas no eran lo más importante en la vida, aunque tampoco había que despreciarlas.

La familia. Los amigos.

El amor.

Esas eran las cosas por las que se debía luchar. Las cosas a las que había que aferrarse con uñas y dientes. Lo demás era la guinda del pastel, y por más satisfactorio que fuera, no sustentaba a una persona.

Una vida solitaria era el mismísimo infierno.

Dev se colocó tras ella y le rodeó los hombros con los brazos. Sam se estremeció, asaltada por unas emociones extrañas. Dev era su presente, y en ese preciso instante necesitaba que la anclase a la realidad. Solo quería sentirlo contra ella durante toda la eternidad.

Eso era lo que le importaba.

Dev le acarició el pelo con la nariz antes de darle un casto beso en la mejilla que la puso a cien.

—Has estado increíble —le dijo él.

Por raro que pareciera, ella no sentía lo mismo. Había hecho lo que tenía que hacer. Nada más. Y nada menos.

Aella la miró.

—¿Por qué me has salvado?

¿Cómo no iba hacerlo? ¿Cómo iba a dejar que una mujer como Aella tuviera una muerte tan atroz por algo tan absurdo?

—Somos hermanas. ¿Por qué iba a dejar que un miembro de mi familia muriese por una discrepancia de opinión?

Sin embargo, su propia hermana la había matado por algo que al final resultó ser poco más que las sobras de la mesa.

Aella le cogió una mano y se la besó.

—Honras a la reina Hipólita y es un honor que hayas conseguido su cinturón. Que tengas una próspera y larga vida.

Si la pobre supiera…

Como no quería mancillar sus buenos deseos, Sam la saludó con una inclinación de cabeza antes de mirar a Dev.

—¿Alguno sabe cómo salir de aquí?

Aella se puso en pie.

—Tenéis que volar en los pájaros hacia el sur. Una vez allí, cuando la tierra se abra, dejad que os lleven de vuelta a casa. Pero mantened el destino en la mente, porque de lo contrario os llevarán hacia donde se hayan desviado vuestros pensamientos.

Ethon resopló.

—¿Y eso es malo? Tengo entendido que el sur de Francia está increíble en esta época del año.

Fang lo miró con sorna.

—A estas horas es de día. ¿Sabes el significado de «extracrujiente»?

—También es verdad. —Ethon se encogió de hombros—. Vale, aplasta todos mis sueños. Eres un cabrón.

Sam llamó a suficientes pájaros para llevarlos a todos. En cuanto montaron, ella emprendió el vuelo. Pero los hombres no lo tuvieron tan fácil. Fang fue el primero en caer. Seguido de Scorpio.

Dev consiguió permanecer a lomos del pájaro…

Por los pelos.

Ethon fue quien mejor mantuvo el tipo, pero porque se pegó al ave y la abrazó con las piernas como si fuera un bebé aterrado.

Sam volvió junto a ellos entre carcajadas.

—¿No hay ninguno con ruedines como las bicis? —preguntó Fang.

—Por desgracia, no. Haced lo mismo que Ethon. Pegaos al animal y dejad que vuelen solos.

La expresión de Fang dejó claras sus dudas.

—¿Y si se encabrita?

—Lo llevarás crudo —respondió Sam con sorna—. Crudísimo. Reza para que no pase.

Fang siseó antes de montar de nuevo. Scorpio creó una especie de riendas con su látigo y también montó. Aunque su pájaro se debatió durante unos minutos, acabó por aceptarlas.

Scorpio la miró con una sonrisa ufana, enseñándole los colmillos.

—Fanfarrón —masculló Ethon.

Sam rió y puso rumbo al sur, seguida por los hombres. No tardaron mucho en llegar a la frontera. Estaba rodeada por una neblina roja tan diáfana que se veía el punto por el que habían abandonado Nueva Orleans.

Como al otro lado del velo, en la parte humana, estaba mucho más oscuro, la neblina hacía que se viera como si se llevaran unas gafas de infrarrojos.

Sam instó a su pájaro a tomar tierra para desmontar. Los hombres se apresuraron a imitarla mientras ella se colocaba el cinturón de su abuela.

Ethon se golpeó el muslo con los dedos, nervioso.

—¿Por qué cuando quieres que la tierra te trague ya no lo hace?

Fang suspiró.

—Es el síndrome del que espera.

—Sí.

Sam pasó de ellos, ya que escuchó algo raro. Los pájaros graznaron y se agitaron antes de alzar el vuelo de repente.

Dev la miró a la cara.

—Esto no pinta muy bien que digamos.

No, nada bien.

Sam echó un vistazo a su alrededor mientras intentaba encontrar el origen del sonido… un sonido que se acercaba a toda prisa.

—¡Madre del amor hermoso!

Miró a Ethon, que tenía la vista clavada en el cielo, a su derecha. Al mirar hacia ese punto, se quedó sin aliento.

—Es el ataque de los monos voladores.

Con la salvedad que esos no eran los monos tan graciosos de El mago de Oz, vestidos con sus sombreritos y sus chaquetas. Esos eran unos monos enormes y con unos colmillos que en comparación dejaban a los suyos a la altura de los de un disfraz de Halloween. Las criaturas tenían la piel gris oscura, los ojos amarillos y sus colas eran como cuchillas.

Todos sacaron las armas cuando los monos, que también escupían fuego por la nariz, atacaron.

Ethon esquivó al que intentó asarlo y después se giró para cortarle el ala.

—Hay algunas cosas con las que nunca esperas encontrarte en este trabajo, en serio. Un primate volador que escupe fuego es una de esas cosas.

Scorpio resopló.

—Sí, pero ¿son cercopitécidos o platirrinos?

Ethon lo fulminó con la mirada.

—Tío, déjate de chorradas del Discovery Channel y concéntrate en la pelea.

—Al menos no echan llamas por el culo, lo que sería una faena por más de un motivo. —Fang esquivó a un mono y otro lo atacó al instante.

Sam lanzó su cuchillo, que se le clavó al mono entre los omóplatos antes de que pudiera morder al lobo. La bestia emitió un chillido mientras caía al suelo.

Ese ataque pareció activar una violenta reacción que propició la llegada de refuerzos.

A Sam se le formó un nudo en el estómago. Sí, esos hombres luchaban como posesos y no perdían terreno, pero la cosa estaba a punto de ponerse muy fea. El cielo se oscureció sobre sus cabezas por el número de primates que se acercaba.

Estamos muertos…, pensó.

Nada más pensar eso, la tierra empezó a temblar bajo sus pies. Sam sintió que se deslizaba.

—¡Pensad en vuestras casas! —les recordó Fang a voz en grito.

Dev la abrazó justo cuando la tierra se abría bajo sus pies y caían al abismo. Sam se sujetó a él con todas sus fuerzas, agradeciendo su presencia. Se concentró en la habitación que Dev tenía en el Santuario.

Estaban en plena caída cuando…

Se encontraron de repente desnudos en la cama de Dev.

Lo vio esbozar una sonrisa picarona.

—¿Estabas pensando lo mismo que yo o mis pensamientos eran muy intensos?

Sam se puso como un tomate. A decir verdad, eso era lo que había estado pensando. Rió y estaba a punto de besarlo cuando su cuerpo volvió a adoptar la forma fantasmal.

Dev soltó un taco, cabreado.

—Voy a matar a Thorn.

—Te diría que no pasa nada, pero ahora mismo opino lo mismo que tú. —Se puso de espaldas y clavó la mirada en el techo—. Es muy injusto.

Dev ardía en deseos de besarla. Sin embargo, primero tenía que devolverla a su forma corpórea.

—Voy a llevarle el cinturón a Fang y luego a Thorn. Nos vemos dentro de un rato. —Recorrió su cuerpo con una mirada ardiente—. Y te quiero ver tal cual estás ahora a los diez minutos de haber vuelto.

Ella soltó una carcajada al escucharlo.

—¡Sí, señor!

Dev saltó de la cama y se puso unos vaqueros y una camiseta antes de salir en busca de Fang. Sacó el móvil para llamar a Ethon.

—¿Habéis vuelto? —le preguntó el espartano.

—Sí. ¿Dónde estás?

—No preguntes. Es demasiado bochornoso. Volveré al Santuario en cuanto me haya lavado.

Eso hizo que Dev se imaginara un sinfín de posibilidades.

—¿Adónde has ido a parar exactamente?

—Te he dicho que no preguntes. Porque no te lo voy a decir. Gilipollas. —Ethon colgó.

Después llamó a Scorpio.

—Estoy en el bar. ¿Y tú? —le preguntó el Perro.

Dev se quedó impresionado.

—En la casa. ¿Fang está contigo?

—No.

El lobo salió de su dormitorio en ese preciso momento y señaló con la cabeza la puerta de Dev.

—Parece que los dos hemos pensado lo mismo.

Por todos los dioses, esperaba que no. Pensar en Fang montándoselo con su hermana le revolvía el estómago. Aunque sabía perfectamente que su relación no era platónica, no podía asimilar que su hermanita estuviera con un hombre.

Deja de pensar en eso…, se ordenó.

—Llévame hasta Thorn —dijo, y cortó la llamada a Scorpio.

Fang le colocó una mano en el hombro y lo teletransportó al pasillo donde se encontraban los aposentos de Thorn.

Cuando Shara contestó en esa ocasión, pareció impresionada.

—No estás muerto.

—Todavía no.

El demonio salió del medallón y abrió la puerta para dejarlos entrar en la estancia, que parecía gélida pese al fuego que ardía en la chimenea con más intensidad que en su anterior visita.

Thorn estaba de pie, esperándolo. Impecablemente vestido, con las manos entrelazadas a la espalda. Tenía la vista clavada en el reloj, que seguía marcando el tiempo.

Dev se quedó boquiabierto al ver la hora. No. Era imposible… Un minuto más y habría llegado tarde.

—¿Qué mierda de truco es este? Todavía no han pasado veinticuatro horas.

Thorn enarcó una ceja perfecta y adoptó la expresión más arrogante y desdeñosa que Dev había visto en la vida.

—¡Vaya! ¿Se me olvidó comentarte lo del tiempo? Al otro lado transcurre de forma distinta. Has perdido un día entero correteando con algunos de mis amigos.

Sintió una rabia incontenible.

—¡Cabrón!

Los ojos de Thorn se volvieron de un rojo brillante.

—No me tientes, oso. Tienes el cinturón y has ganado. De momento. Recoge tu premio y agradece que no haya cambiado las reglas. —Se volvió hacia Fang—. Llévalos a casa.

De repente, Fang y él se encontraron en la pequeña habitación donde Sam se paseaba nerviosa de un lado para otro. Verla sana y salva, y con su cuerpo…

Las emociones lo abrumaron tan de repente que le sorprendió que no le flaquearan las piernas. Solo en ese momento, con ella al lado, comprendió lo mucho que había temido que Thorn se la quedara pese a todo lo que habían hecho.

Pero por fin volvían a estar juntos…

La cara de Sam se iluminó como no lo había hecho nunca, y eso provocó que las emociones lo desbordaran. Si pudiera elegir cualquier cosa en el universo, elegiría disfrutar para siempre de la expresión con que lo miraba. Saltaba a la vista que estaba tan contenta de verlo como él de verla a ella. Sam corrió hacia él y se arrojó a sus brazos.

La atrapó al vuelo y se tambaleó un paso mientras la abrazaba con fuerza y aspiraba el olor de su suave pelo. El delicado aroma floral se la puso dura al instante. Le costó la misma vida no tirarla a la cama en ese preciso momento, con Fang de testigo.

Sin embargo, no quería avergonzarla.

Sam sabía que no debería hacer eso. Mucho menos después de lo que Thorn le había dicho acerca del futuro de Dev si permanecían juntos.

Tenía que dejarlo marchar.

No obstante, en ese momento, solo quería abrazarlo con fuerza. Solo quería que sus brazos aliviaran sus temores y sus inseguridades. ¡Por todos los dioses! Había olvidado lo maravilloso que era abrazarlo de esa manera.

—¿Estás bien, nena? —le susurró al oído.

Sam se echó a reír al oír esa maravillosa voz ronca que le provocó un escalofrío.

—Sí.

Solo entonces se dio cuenta de que estaba abrazada a él con todo el cuerpo. Le había rodeado la cintura con las piernas y Dev aguantaba su peso por completo. Se puso como un tomate al pensar en lo que había hecho de forma instintiva, sobre todo cuando reparó en el considerable bulto que notaba debajo de los vaqueros de Dev y que la estaba poniendo a cien.

Fang carraspeó.

—Creo que podemos decir con absoluta certeza que se alegra de verte, ¿no crees, oso?

Dev le dio un beso fugaz en la mejilla mientras ella se soltaba de su cintura para bajar los pies al suelo y quedarse delante de él, aunque era lo último que le apetecía hacer.

—No me importa en lo más mínimo. Es agradable que te den la bienvenida así, la verdad.

Fang volvió a carraspear.

—Sobre todo después de lo que acabamos de pasar… ¿Seguimos teniendo todos los dedos de las manos y de los pies?

Sam levantó ambas manos y movió los dedos.

—Creo que sí.

—Bien. —Fang señaló la puerta que tenía detrás—. Será mejor que volvamos a casa antes de que Thorn cambie de idea y nos retenga aquí, donde parece que el paso del tiempo solo tiene sentido para él.

Sam lo apoyaba al cien por cien. Al igual que a Fang, no le sorprendería en lo más mínimo que Thorn los retuviera.

O que les enviara otra horda de monos voladores… solo porque estaba aburrido.

Dev se encargó de colocarle el cinturón de su abuela. Sam lo examinó. Aunque estuviera diseñado para llevar una espada, parecía más un cinturón ancho profusamente labrado. En su casa tenía una espada con la vaina a juego que se enganchaba en ese cinturón. Sin esa pieza, nadie adivinaría que tenía un significado especial, que era el preciadísimo cinturón de la nación amazona por el que Hércules cruzó un mar para conseguirlo y entregárselo a una princesa extranjera. Nadie adivinaría que algunos estaban dispuestos a matar por conseguirlo.

Incluida su propia hermana.

—¿Estás lista? —preguntó Dev.

Asintió con la cabeza, aunque no era del todo cierto. Su encuentro previo con Thorn había sido breve, pero traumático. Era un hijo de puta aterrador. Y llevaba grabada a fuego en la cabeza la advertencia que le había hecho sobre Dev. Si se quedaba con él, moriría.

No podía ser la causante de su muerte. No después de ser la culpable de la muerte de Ioel.

Dev le tendió una mano y Fang los llevó, no al Santuario ni al Club Caronte como ella había esperado, sino a una estancia que nunca había visto. Todas las ventanas estaban cerradas y en el centro había una cama colonial con una colcha antigua de seda azul.

Miró a Fang con el ceño fruncido.

—¿Dónde estamos?

Antes de que pudiera responder, Nick Gautier apareció delante de ellos. La tenue luz le confería una expresión maliciosa a su cara. Tenía barba de varios días y los miraba con un brillo travieso en los ojos.

—Bienvenida a mi pesadilla, princesa.

A juzgar por la expresión de Dev, Sam supo que tampoco había esperado aparecer en ese lugar.

Sam miró a Fang con el ceño fruncido.

—¿Por qué nos has traído aquí?

El lobo se encogió de hombros.

—Es lo que Ash me dijo que hiciera cuando hablé con él antes de ir a buscarte. Supuse que don Omnisciente sabe lo que es mejor para que su gente esté a salvo… —Guardó silencio al escuchar que Nick resoplaba con fuerza, pero después continuó como si nada—: Así que no discutí. —Se despidió con una inclinación de cabeza—. Ahora, si me perdonáis, llevo todo un día sin ver a mi señora osa y no quiero que me dé una paliza por dejarla tan desatendida.

Se marchó antes de que pudieran replicar.

Sam se sintió muy incómoda durante el silencio que se produjo cuando Fang se fue. Cierto que no fue el verdadero Nick quien intentó secuestrarla en el Santuario, pero aun así…

Ese hombre estaba rodeado por un aura de maldad absoluta que le ponía los pelos como escarpias. Cada vez que Nick la miraba, tenía la sensación de que le estaba tomando las medidas para el ataúd, y se le helaba la sangre en las venas.

—Relájate —dijo Nick con tono tranquilizador, como si supiera que la ponía nerviosa—. No quiero tu sangre. Dado que te persigue un demonio, Ash y yo hemos decidido que el mejor lugar para esconderte es aquel donde menos vidas se vean amenazadas por tu enemigo. —Señaló la habitación—. Siéntete como en casa. Todo ha sido limpiado para que no tengas pesadillas ni percibas nada al tocarlo. —Nick estaba al corriente de ese detalle desde que comenzó a ejercer como su guardaespaldas. Qué irónico que se hubieran vuelto las tornas—. Si necesitas algo, hay un intercomunicador en la pared. —Señaló la unidad que se encontraba junto a la puerta—. Llama y contestaré. Y… —siguió al tiempo que señalaba la mesita de noche— Ash te ha mandado tu móvil para que no lo echaras en falta. Tienes un mensaje de Chi, que está preocupadísima y muy cabreada porque los tíos no la invitaran a tu rescate. No los envidio. A Ethon en particular le espera una buena azotaina.

Sam frunció el ceño. Nick no tenía buen aspecto. Cuando lo conoció varios meses antes, era un tío muy bien vestido que estaba como un tren… A menos que uno se fijara en la marca Cazador que lucía en la cara. En ese momento estaba blanco y parecía exhausto. Agitado. Como si algo lo atormentara y no pudiera ni respirar por el dolor.

De no ser porque los Cazadores Oscuros no podían enfermar, pensaría que estaba a punto de vomitar.

—¿Estás bien?

—Siempre estoy bien.

El tono amargo de su voz desmintió esas palabras.

Sam tenía ganas de tocarlo y averiguar la verdad, pero el instinto le dijo que no le convenía ver al demonio que lo tenía en su poder.

Cuando clavas la mirada en la oscuridad, a veces te la devuelve…, pensó.

Y las imágenes reflejadas en el espejo solían ser terroríficas y amenazadoras.

Nick se detuvo para mirarlos cuando llegó a la puerta.

—Por cierto, debería advertiros. Ya casi es de noche y Stryker está reforzando su ataque para llevarte a Kalosis. No sé cuándo atacará, pero seguro que lo hace antes del anochecer, dado que estarás en desventaja por la luz del sol. Supuestamente mi casa está protegida, pero con los poderes de Stryker no estoy muy seguro de que aguante.

Sam lo miró con los ojos entrecerrados y expresión amenazadora, más suspicaz que nunca.

—¿Cómo sabes lo que planea hacer Stryker?

Cuando Nick contestó, no lo hizo en voz alta. Usó la telepatía, de modo que Sam oyó su voz en la cabeza.

De la misma manera que sé que quieres a Dev, guapa. Y si es verdad, tienes que mandarlo a casa antes de que anochezca. Porque de lo contrario no sobrevivirá.

Tras eso, Nick salió de la habitación y cerró la puerta sin tocarla.