13

Dev se detuvo en el vano de la puerta del despacho del Santuario. Sintió un nudo en el estómago, como pasaba cada vez que entraba y veía el escritorio de su madre vacío. Nadie lo había tocado. No eran capaces. Hasta el último bolígrafo que su madre había usado seguía donde ella lo había dejado, junto al teléfono. Era un tanto espeluznante, y mientras todo continuara igual él seguiría esperando verla en el sillón, mirándolo por encima de las gafas a la espera de que le dijera algo.

Albergaba emociones encontradas hacia su madre. La había querido más que a nada, pero…

Nicolette no se dejaba querer. Había sido una mamá osa en todo el sentido de la palabra: feroz y estricta. Si bien era capaz de demostrar afecto, sobre todo a sus preferidos como Griffe, Bastien, Kyle y Aimée, no le resultaba fácil. Esperaba lo mejor de ellos y no titubeaba a la hora de demostrarles su decepción si creía que le habían fallado. Además, jamás se abstenía de castigarlos, incluyendo a sus preferidos, cuando consideraba que habían cometido un error o habían puesto en peligro a la familia.

Pero no había ido para reflexionar sobre ese tema y tenía prisa. En sus pensamientos no había cabida para otra cosa que no fuera Sam.

Había ido en busca de Aimée. Estaba sentada a la mesa situada a lo largo de la pared, tal como acostumbraba a hacer todos los días mientras se encargaba del papeleo. Al igual que su madre, Aimée podía ser muy desagradable cuando estaba enfadada o la interrumpían, pero su hermana poseía una ternura natural que suavizaba su carácter aun en los peores momentos.

—Hola, cariño —lo saludó con una sonrisa al verlo. De alguna manera, Aimée siempre lo distinguía de sus hermanos idénticos sin equivocarse—. ¿Cómo os va en el Club Caronte?

—Nos iba genial, hasta que llegó un demonio y se llevó a Sam.

Aimée jadeó.

—¿Has visto a Fang? —le preguntó a su hermana—. He intentado llamarlo, pero salta el buzón de voz. —Ese era el motivo que lo había llevado de vuelta al Santuario. Necesitaban a Fang para que siguiera el rastro del demonio lo antes posible.

—Está con Rémi, ayudándolo a colocar un pedido en la cámara frigorífica. ¿Me necesitas para que os ayude a localizarla?

Con razón saltaba el buzón de voz de Fang. El acero de la cámara frigorífica era tan grueso que ni un misil nuclear podría penetrarlo.

—Gracias, pero prefiero que te mantengas al margen en este caso. No quiero tener que sacarte de otro plano demoníaco y estoy seguro de que Fang es de la misma opinión.

Aimée gruñó, muy molesta.

Estaba a punto de marcharse, cuando su hermana lo llamó.

—Dev…

—¿Qué?

—¿Estás bien? —Lo miró de forma penetrante, ya que estaba preocupada—. Te veo… raro.

¿Raro? Se sentía mucho peor. No sabía por qué, pero no paraba de recordar la noche que murieron sus hermanos. Lo abrumaba la misma impotencia que sintió en aquel entonces y eso le repateaba. No soportaba la idea de que un ser querido estuviera en peligro.

Sam no es nada para ti. Nada, pensó. Porque en realidad eran casi dos desconocidos.

Sin embargo, no era lo que sentía. Había una parte de ella que ya vivía en su interior, aunque jamás pudieran ser otra cosa que amigos.

Con derecho a algún roce que otro.

Ni se te ocurra seguir por ese camino, se recriminó. Mucho menos mientras su hermana lo observaba. Porque se estaba poniendo nervioso.

—Estoy bien.

Nunca le había dicho la verdad a Aimée. Claro que nunca le había desvelado sus sentimientos a nadie. Utilizaba las bromas y el sarcasmo para ocultarlos.

Así se sentía más seguro.

Después de cerrar la puerta, usó sus poderes para trasladarse a la cámara frigorífica, donde Rémi y Fang estaban colocando la carne.

Rémi, que acababa de dejar una caja en una balda, torció el gesto al verlo aparecer de repente.

—Típico de ti presentarte cuando ya estamos acabando. Tienes el don de la oportunidad para estas cosas.

Dev pasó de él y se acercó a Fang, que estaba subido en una escalera.

—Fang, necesito tus conocimientos demoníacos.

Fang dejó las cajas de carne que estaba ordenando y lo miró.

—¿Para qué?

Dev lo miró como si fuera imbécil.

—Pues para averiguar datos sobre un demonio, obviamente.

Fang le hizo un gesto soez antes de bajarse de la escalera.

—Que alguien me explique otra vez por qué vivo con vosotros.

Rémi resopló.

—Porque estás enamorado de nuestra hermana y ella se niega a mudarse. Sé de lo que hablo porque llevo años intentando que se largue.

Fang meneó la cabeza al tiempo que se volvía hacia Dev.

—¿Qué ha pasado?

—Un demonio empusa se ha llevado a Sam y no podemos localizarla. Necesito que me digas por dónde empezar a buscar.

Fang silbó por lo bajo.

—Es difícil rastrearlos. ¿Seguro que se la llevó un demonio empusa?

—Eso ha dicho Chi.

—Entonces es cierto, ella controla el tema. —Fang se rascó la barbilla—. Joder, esto es chungo. Dame un minuto para hablarlo con mi gente y ahora te cuento.

—¿Podrías darte un poco de prisa? Me da en la nariz que el demonio que se la llevó es el mismo que se hizo pasar por Nick. Si estoy en lo cierto, trabaja con Stryker y, en ese caso, no van a tratar muy bien a Sam en el Gran Hotel Daimon.

Lázaro atravesó Kalosis rugiendo en forma de dragón. La furia lo quemaba por dentro mientras localizaba con sus poderes a Stryker, que se encontraba solo en su despacho del cuartel general. Se lanzó en picado hacia el edificio, sin aminorar la velocidad. Estaba a punto de golpearse contra la pared cuando la atravesó gracias a sus poderes.

El señor de los daimons enarcó una ceja al ver que se manifestaba en forma demoníaca delante de su escritorio tallado. Salvo ese gesto, no reaccionó de ninguna otra forma.

Porque Lázaro, al igual que los demás empusa que descendían de la misma Empusa, la guardiana del Hades, solo tenía una pierna cuando adoptaba su forma demoníaca. Pero no necesitaba más para patear a sus enemigos.

Y en ese momento deseaba meterle dicha pierna a Stryker directamente por el esfínter anal.

—¿Por qué no me dijiste que Nick Gautier era el malacai?

Stryker soltó un suspiro resignado mientras enterraba la cara en las manos y apoyaba la espalda en el respaldo de su mullido sillón de cuero negro.

—¿Por qué sois todos tan gallinas que nada más escuchar esa palabra venís a verme con el rabo entre las patas lloriqueando porque os habéis meado al verlo? Sí, es el malacai, ¿algún problema con eso?

Lázaro le lanzó una descarga.

Stryker la absorbió y se la devolvió multiplicada por diez, de modo que el demonio acabó inmovilizado contra la pared, sobre la chimenea de mármol. Stryker ajustó la intensidad de la magia de modo que Lázaro se retorciera de dolor.

—Gautier no es el único con ciertos talentos. Será mejor que recuerdes que yo también tengo poderes divinos. Y no me asusta usarlos.

Lázaro dejó escapar un grito furioso.

—¡Cállate! —Stryker usó sus poderes para amordazarlo.

Lo silenció hasta cierto punto, claro, porque no paró de gruñir y gemir como un animal enjaulado.

Volvió a usar sus poderes, en esa ocasión para dejarlo en el suelo mientras volvía a suspirar, frustrado.

—Te envié con Gautier porque sabía que ahora mismo sería fácil de manipular. Sus poderes están aumentando, pero todavía no son nada comparados con los nuestros. Si no fueras tan imbécil, lo habrías poseído como quería que hicieras y habrías puesto a los demás en su contra.

Necesitaba que Nick desapareciera del mapa.

Pero ese era el plan B, por si el plan A fallaba. Cosa que era mejor que no sucediera.

En ese momento, además, quería a Samia.

Miró a Lázaro echando chispas por los ojos.

—Si te suelto, ¿serás capaz de comportarte como un demonio adulto durante cinco segundos?

Lázaro respondió mirándolo con el ceño fruncido.

—Me parece que no, pero de todas formas te quitaré la mordaza porque así soy yo. No hagas que me arrepienta. Si lo haces, la próxima vez no te amordazaré. Te decapitaré.

Lázaro dio un paso al frente y después pareció sopesar mejor la estupidez que iba a cometer.

—¡Eres un gilipollas!

—Sí, es lo que tiene ser el rey de la Mala Leche. Es difícil liderar un ejército de condenados siendo el rey de la Simpatía.

Lázaro lo fulminó con la mirada.

—Deja de hacerme perder el tiempo con tanta miradita. Venga, desembucha, ¿qué excusa patética tienes para explicarme por qué no viene Samia contigo?

—Cuando estaba en la calle, me atacó algo que no había visto en la vida.

Stryker resopló.

—Se llaman mosquitos. Sé que en Nueva Orleans son más grandes que en otras partes, pero…

—Déjate de sarcasmos. Era un demonio con los poderes de un Cazador Oscuro y un daimon. ¿Qué tipo de Frankenstein has creado ahora?

Stryker guardó silencio, porque se le acababa de encender la bombilla y la conclusión a la que llegó no era muy alegre. Porque esa bombilla había estado apagada durante años. Aunque en cierto modo era satisfactorio que por fin se hubiera hecho la luz.

—¿Cael?

—Sí. Así lo llamó la mujer.

—Hijo de… —Stryker comenzó a pasearse por el despacho mientras su mente asimilaba a gran velocidad la nueva información.

Amaranda, la mujer de Cael, era una apolita de Seattle. Todavía ignoraba cómo era posible que un clan de apolitas no solo le hubiera dado cobijo a un Cazador Oscuro sino que además lo hubiera protegido, pero así fue. Hacía unos años la comunidad sufrió un ataque, y Cael y su mujer acabaron convertidos en daimons.

Nadie había sabido de ellos desde entonces.

¿Por qué habían aparecido? ¿Por qué en ese preciso instante? ¿Habrían descubierto su truquito con la sangre demoníaca? ¿O había algo más que los mantenía con vida? No imaginaba a un Cazador Oscuro sesgando una vida humana por razones de pura supervivencia…

Tal vez la esencia demoníaca que Lázaro había percibido en ellos era el mismo truco que su ejército y él estaban usando para fortalecer su existencia como daimons. ¿Qué supondría en el caso de un Cazador Oscuro?

Era una posibilidad muy intrigante.

—¿Te ha dicho algo? —quiso saber.

—Básicamente, que me muriera en silencio —respondió el demonio—. Más o menos como tú.

Stryker puso cara de asco al reparar en el miedo que destilaba la voz de Lázaro. La cosa no pintaba bien. Para ellos, claro. Se negaba a creer que fuera fruto de la coincidencia. Él no creía en las coincidencias.

Todo sucedía por un motivo. Absolutamente todo. Y eso lo llevó a preguntarse si el antiguo Cazador Oscuro estaba al tanto de sus planes de enviar a Lázaro en busca de Samia. ¿O también era Cael uno de su protectores?

Miró al demonio con los ojos entrecerrados y una expresión curiosa.

—¿Les has dicho algo? —le preguntó.

La cara que puso Lázaro le dejó bien claro que se moría de ganas de destriparlo. Qué lástima que el demonio no tuviera ni los poderes ni el valor para intentarlo. Siempre estaba dispuesto a librar una buena pelea.

—Por supuesto que no —contestó el demonio.

—Me alegro. —Después de todo, no tendría que matar a ese cabrón—. Y ahora sé un demonio obediente y vete. Necesito pensar.

Lázaro se detuvo al llegar a la puerta.

—Stryker, no he acabado con ella. Mató a mi familia y ahora que me has liberado, no descansaré hasta tener su corazón en la mano.

Ese era el motivo por el que Stryker había descendido al dominio infernal de su tío abuelo, Hades. Después de escarbar en el pasado de Samia, descubrió los orígenes del pacto de su hermana y también descubrió al demonio con el que había pactado. La idiota de Samia supuso que los que asesinaron a su marido y a su hija fueron daimons.

Pero se había equivocado.

Los daimons no podían hacer ese tipo de tratos. Era algo exclusivo de dioses o semidioses, así que Samia podía considerarse afortunada: Artemisa la había cubierto después de matar al hermano de Lázaro. De no ser por ese rarísimo arranque de generosidad por parte de la diosa, habrían matado a Samia de inmediato. En cambio, Artemisa encerró a Lázaro en el Tártaro para mantenerlo alejado de su guerrera amazona, su nueva mascota.

Y en ese momento él tenía la llave de la existencia de ese demonio con sangre de semidiós.

—Vale. Pero asegúrate de traerla para que yo la vea antes de que la mate. Mis planes son más importantes que los tuyos, y como me falles, te juro que el castigo de Prometeo te parecerá un paseo por la playa en comparación con lo que pienso hacerte.

Samia era la clave para matar a su padre, Apolo, y dominar el mundo. En esa ocasión nada lo detendría.

Fang se materializó junto a Dev en un callejón totalmente a oscuras. De no ser por su aguda visión, Dev no habría podido orientarse. Fang lo detuvo poniéndole una mano en el hombro para evitar que se alejara.

—Oso, recuerda que soy yo quien habla. No digas ni pío a menos que Thorn te pregunte algo directamente.

Dev se zafó de su mano encogiéndose de hombros. No conocía al tal Thorn. Fang se había negado a darle explicaciones. La verdad, le daba igual. Lo único que importaba era que esa… persona tenía encerrada a Samia, y solo por eso se había ganado una sentencia de muerte.

—Lobo, tanto secretismo me pone nervioso.

—Más nervioso me pone a mí la idea de tener que limpiar tus entrañas del suelo. O la de decirle a Aimée que su querido hermano acabó hecho un charco. ¿Entendido?

—Entendido.

—No creo que hayas entendido nada. Thorn es la personificación del mal. Es como Savitar, pero con un chute de esteroides.

Eso lo hizo reflexionar. Savitar presidía el Omegrion, el consejo que regía a los arcadios y a los katagarios. Nadie sabía quién era exactamente ni lo que era. Solo que se trataba de lo más parecido a un ser omnipotente y que quien lo cabreaba no vivía el tiempo suficiente para arrepentirse.

De hecho, Savitar extinguió a una especie concreta de katagarios por involucrarse en algo que no le gustó. Desde entonces, todo el mundo lo evitaba.

—Entendido. Thorn es quien manda aquí. Cerraré la boca.

Fang inclinó la cabeza y se alejó para conducirlo por el oscuro y espectral callejón que parecía no tener fin. No había luz. Sin embargo, Fang avanzaba como si se lo conociera al dedillo. Al acercarse a una puerta, Dev distinguió una rendija de luz, procedente de alguna chimenea.

No sabía dónde se encontraban. Fang estaba hablando con su «gente» en la cámara frigorífica y en un abrir y cerrar de ojos lo teletransportó a un abismo negro que le recordó al plano infernal.

O a una película de terror.

Sin embargo, era algo distinto. Un vacío inmenso… como el universo sin estrellas.

Fang le hizo un gesto para detenerlo y llamó a la puerta. Los golpes reverberaron a su alrededor. Al cabo de un segundo, se encendió una luz que iluminó la puerta. Dev vio que era una construcción medieval. La puerta incluso tenía roblones. Las láminas de acero que la cruzaban a la altura de los ojos comenzaron a girar hasta que apareció un rostro femenino demoníaco, con afilados colmillos y resplandecientes ojos rojos.

El demonio los recorrió con la mirada antes de decir:

—El señor está ocupado.

Fang no titubeó.

—Necesito verlo.

La criatura siseó y le enseñó los colmillos.

—Déjame pasar, Shara. No habría venido si no fuera importante —insistió Fang.

El demonio chasqueó la lengua.

—Eres valiente, lobo. Muy valiente. O tal vez sería mejor decir «imbécil». De entre todas las criaturas que sirven al señor, tú eres el último que me imaginaba cometiendo errores. —Y volvió a fundirse con el acero.

—¿Quién es? —quiso saber Dev.

Antes de que Fang le contestara, la puerta se abrió despacio. La bisagra estaba tan bien engrasada que ni siquiera chirrió.

La luz iluminó el pasillo, hiriéndole los ojos hasta que estos se adaptaron.

El demonio era una mujer muy guapa y delgada que aparentaba veintipocos años. Tenía las orejas puntiagudas y el pelo corto y negro. Llevaba un ajustado vestido de color rojo que hacía bien poco por ocultar su anatomía.

Se lamió los labios mientras se comía a Dev con la mirada, aunque el gesto no lo afectó en absoluto. En ese momento no estaba interesado en otra mujer que no fuera cierta amazona.

El demonio cerró la puerta y los guió a través de una antesala espartana hacia una estancia en penumbra cuyas paredes estaban adornadas con armas antiguas. Espadas, hachas, lanzas… y otras que Dev ni siquiera era capaz de identificar. En un rincón se emplazaba un escritorio de madera tallada muy recargado, con un mullido sillón. La talla del escritorio era tan minuciosa que las gárgolas parecían estar a punto de cobrar vida y atacar.

Fang lo condujo hasta una silla vacía. Aunque lo más apropiado sería llamarlo «trono». Al igual que el escritorio, era enorme y estaba tallado con cabezas de dragones. A medida que se acercaban, las tallas abrieron los ojos y clavaron sus pupilas rojas y amarillas en ellos con gran interés.

Uno de los dragones soltó una bocanada de fuego que detuvo el avance de Fang.

Dev frunció el ceño al ver al hombre que ocupaba el trono. Iba impecablemente vestido con un traje de lana y seda de color negro, sin corbata y con el primer botón de la camisa, también negra, desabrochado. Dev vislumbró una cicatriz a la altura de la clavícula, como si en alguna ocasión alguien hubiera querido cortarle la cabeza.

Sus facciones eran tan perfectas que podría parecer afeminado de no ser por el aura letal que lo rodeaba y que parecía decir: «Estoy pensando en usar tu espina dorsal como mondadientes». Miró a Fang con los ojos entrecerrados y expresión gélida, y después lo miró a él.

—No puedes tenerla.

—¿Cómo dices? —preguntó Dev, ofendido.

El desconocido lo miró con desdén.

—Si te permito llevarte a Samia, Lázaro la matará. De forma dolorosa. Hazme caso, reteniéndola aquí os estoy haciendo un favor a los dos.

Dev negó con la cabeza.

—Yo puedo protegerla —le aseguró.

—Lo estás haciendo genial, ya lo veo. Si yo fuera Samia, estaría loca de contenta por lo bien que me estás protegiendo.

Su tono de voz, el mismo que se utilizaría con un niño pequeño, hizo que Dev ardiera en deseos de estrangularlo.

Thorn pasó de él y de su evidente furia, y siguió hablando.

—Arrogancia… Me encanta escuchar el sonido de la estupidez después de un largo y cansado día. —Levantó su cáliz y el demonio del vestido rojo se acercó para servirle algo más parecido a la sangre que al vino—. Lobo, dile a tu oso que no está equipado para enfrentarse a nuestros enemigos.

—Lo he intentado, Thorn, pero no me escucha.

—Por desgracia, nunca lo hacen. O lo hacen tan tarde que ya solo se puede limpiar sus restos del suelo con una espátula. —Se llevó el cáliz a los labios al tiempo que sus ojos cambiaban de color y pasaban de un rarísimo verde fosforito a un amarillo brillante, idéntico al de algunos de los dragones que seguían observándolos—. ¿Sabes cuál es el problema de ver el futuro?

—¿Que te quedas sin bancos donde guardar el dinero que ganas en la lotería?

Thorn soltó una breve carcajada al escuchar el comentario sarcástico de Dev, aunque Fang contuvo el aliento y le advirtió con una mirada que guardara silencio.

—Que no puedes pasar por alto el libre albedrío. Esa es la cruz de vuestra existencia.

Dev puso los brazos en jarras.

—Qué gracia, pero yo siempre he visto el libre albedrío como un don.

—Normal. Eso demuestra lo inocente que eres.

Tal vez fuera inocente, pero ese gilipollas estaba empezando a cabrearlo de verdad con su dramatismo barato y sus advertencias. Le estaba costando la misma vida no estrangularlo.

Fang, que parecía haber adivinado sus intenciones, le colocó una mano en el hombro para recordarle que el comedimiento era vital si quería que Thorn les diera lo que necesitaban. Como se pareciera a Savitar, una agresión frontal podía suponer la muerte de Sam.

Y por ella, solo por ella, Dev estaba dispuesto a refrenar su temperamento.

Fang carraspeó.

—En una ocasión me dijiste que hay más de un tipo de muerte.

Thorn le dio un trago a la bebida que procedió a saborear antes de contestar:

—Pues sí.

—¿Y qué tipo de muerte tendrían estos dos?

Thorn esbozó una sonrisilla.

—Lobo, sabes que no puedo contestar esa pregunta. Bueno, podría hacerlo, pero al hacerlo cabe la posibilidad de que alterara el destino, y eso es chungo. O no. ¿Quién soy yo para tontear con estas cosas? —Miró por encima del hombro—. ¿Shara? Sé buena y ve a buscar a los dos últimos inquilinos del Hotel California.

Te puedes registrar cuando quieras, pero jamás te podrás marchar

Dev captó la referencia a la antigua canción de los Eagles.

«¿De qué va todo esto?», le preguntó a Fang moviendo los labios.

Fang abrió mucho los ojos, advirtiéndole que guardara silencio. Algo casi imposible para quien disfrutaba tanto irritando a los demás.

Thorn se puso en pie.

Dev retrocedió, pero no por miedo sino por asombro. Thorn estaba rodeado por un aura muy antigua y letal. Un aura que indicaba, pese a sus exquisitos modales y a su vocabulario, que se sentía mucho más a gusto degollando gente que conversando. Y, por algún motivo que no alcanzaba a entender, lo vio rodeado de llamas.

Thorn lo miró.

—Perdonad mi mala educación. Os ofrecería algo de beber, pero lo que tengo no os gustaría. En serio.

Genial. Una maravilla de jefe, Fang, pensó.

Ese tío no era Aquerón. Saltaba a la vista que estaba loco y eso le confería un aura espeluznante. Jamás había pensado que pudiera conocer a alguien que, en comparación, hiciera que Aquerón y Savitar parecieran personas normales. Pero así era Thorn…

Que los dioses se apiadaran de ellos si alguna vez se aliaban.

Ese pensamiento lo llevó preguntarse qué le habría hecho a Sam. ¿Estaría sana y salva?

No le he hecho daño. Palabra de boy scout.

Dev se puso tenso al oír la voz de Thorn en su cabeza. Lo miró a los ojos y vio en ellos una expresión astuta.

Sí, oso. Lo escucho todo y Sam está a salvo.

Dev apretó los dientes mientras se recordaba que solo debía pensar en el clima y no en los extraños poderes de Thorn.

Shara volvió unos segundos después, acompañada por… no estaba seguro de lo que eran esos dos. A primera vista parecían daimons, pero percibía algo más. Otra serie de poderes sin sentido.

Thorn les hizo un gesto con el cáliz.

—Amaranda. Cael. Os presento a Fang, que es uno de vuestros colegas, y a su cuñado, Dev.

Amaranda quitaba el hipo. Llevaba un vestido veraniego de color rosa, pero el tono tostado de su piel desmentía su origen apolita. En cuanto a Cael, su aura letal podría competir con la de Thorn. Iba vestido con un chaleco negro sin camiseta debajo y unos vaqueros desgarrados.

La mirada de Dev se clavó de inmediato en la marca del doble arco y la flecha que Cael tenía en una cadera que quedaba a la vista.

—¿Eres un Cazador Oscuro?

Cael sonrió, enseñándole los colmillos.

—Más o menos.

Dev lo miró con los ojos entrecerrados mientras sus instintos se ponían en alerta total.

—¿Qué tipo de Cazador Oscuro?

Thorn soltó una carcajada siniestra antes de contestar:

—Un Cazador Oscuro que cometió el ridículo error de enamorarse de una apolita que lo convirtió en daimon para salvarle la vida. —Y siguió, dirigiéndose a Fang—: ¿Entiendes ahora lo que te dije de que el amor es mucho más siniestro que cualquier cosa que yo pueda hacer? Estoy convencido de que por eso la alianza de Aquerón es negra y lleva tibias y calaveras. —Hizo una pausa para mirar a Fang con expresión penetrante—. Pero tú tampoco me has hecho caso. —Señaló a Amaranda y a Cael con un gesto de la barbilla—. Dos guerreros como ellos no se deben desperdiciar, así que los tomé bajo mi ala.

Dev tenía la sensación de que estar bajo el ala de Thorn debía de ser más o menos como acabar atropellado por un tráiler. Doblemente, por si acaso quedaba algo sin aplastar.

—¿En qué sentido?

—Nos salvó —contestó Amaranda—. Estábamos huyendo de mi gente y de la de Cael.

Dev la miró con sorna.

—No me digas. Cuando uno se alimenta de almas humanas, la gente suele cabrearse un poco. Qué cabrones, ¿verdad? No sé por qué se molestan tanto por ese detallito de nada.

Cael se tensó como si quisiera darle un puñetazo por hablarle a su mujer con ese tono sarcástico.

—En realidad, no nos alimentamos de humanos. Nunca lo hemos hecho. Nos alimentamos de demonios corruptos. Son mucho más sabrosos, más agradables para todos. Tienen menos calorías. Y llenan más.

Eso hizo que Dev se sintiera ridículo. Teniendo en cuenta lo que acababa de decir Cael, desde luego que no podía criticar su fuente de alimento.

—¿Son Rastreadores del Infierno como yo? —quiso saber Fang.

Thorn levantó su cáliz a modo de respuesta, tras lo cual se lo dio a Shara para que se lo llevara.

Fang intercambió una mirada desconcertada con Dev.

—Pero ¿qué hacen aquí?

Thorn chasqueó la lengua.

—Lobo, estás preguntando cosas cuyas respuestas no te corresponde saber. Déjalo y no te preocupes por eso. Lo único que te interesa es que son tus compañeros de juego. Así que o compartes el cajón de arena, o te pegaré en el culete.

Una imagen que sobraba, en opinión de Dev. ¿Dónde estaba la lejía cuando se necesitaba?

La situación lo tenía confundido.

—¿Cómo es posible que Cael te sirva al mismo tiempo que sirve a Artemisa? —le preguntó Dev a Thorn.

—A Artemisa le importa un comino, sobre todo ahora —contestó con voz burlona.

Esa actitud tan desdeñosa sorprendió a Dev. La diosa podía llegar a ser muy cruel cuando la enfurecían.

—¿A qué te refieres?

Thorn le dio unas palmaditas en el hombro.

—¿Quieres seguir hablando de ellos o prefieres hablar de tu novia y de su futuro bienestar?

—Sam no es mi novia.

—Perdona el error. —Thorn retrocedió—. La dejaré bajo tu cuidado si es eso lo que queréis. Creo que sois un par de imbéciles, pero la decisión es vuestra. No quieran los dioses que yo —dijo, enfatizando la palabra— interfiera con vuestro libre albedrío.

En vez de alivio, Dev sintió un mal presentimiento.

—¿Así de fácil?

Thorn soltó una carcajada.

—Nada es fácil, oso. Stryker quiere a tu nena para poder destruir el mundo que conocemos. Tú afirmas con gran arrogancia que puedes protegerla mejor que yo, aunque yo cuento con un ejército y vivo en un lugar al que ellos no tienen acceso. Vamos a probar. Que gane el mejor y todo eso.

El recelo de Dev iba en aumento, al igual que su irritación. Seguro que era un truco. No se fiaba de Thorn en absoluto. Ese zorro era muy astuto.

Espera y verás…, se dijo.

Porque allí había gato encerrado.

—¿Qué propones? —le preguntó.

Thorn chasqueó los dedos y se abrió un portal en la pared.

—Oso, tengo un trabajo para ti. ¿Has oído hablar alguna vez del cinturón de Hipólita?

—¿El cinturón por el que Hércules luchó contra las Amazonas?

Thorn asintió con la cabeza de forma casi respetuosa.

—Un resumen demasiado escueto, pero sí. El cinturón por el que Hércules tuvo que luchar. No sé si te habrás percatado de este detalle, pero resulta que Samia es prima de Stryker.

Dev no esperaba enterarse de un cotilleo tan desconcertante, y no estaba seguro de haber escuchado bien las palabras de Thorn.

—¿Cómo has dicho?

Thorn contestó despacio, como si le hablara a un niño pequeño, de modo que Dev sintió deseos de estamparle un puñetazo en el mentón.

—Hipólita, la abuela de Samia, fue una famosa reina amazona. Su padre era Ares, el dios de la guerra. Puesto que Ares es el bisabuelo de Samia, Stryker y ella son primos.

Con razón Sam era tan habilidosa a la hora de luchar, pensó Dev.

—¿Sam lo sabe?

—Es de suponer que sabe quién es su bisabuelo. Claro que nunca ha sido un secreto. Hipólita estaba muy orgullosa de ser una semidiosa.

Dev no la culpaba. Él también lo gritaría a los cuatro vientos dado el caso, pero eso no era relevante para el tema en cuestión.

—¿Y qué pinto yo en todo esto?

—En realidad, nada. Salvo que Hércules robó el cinturón, que estuvo un tiempo en manos humanas porque creían que otorgaba ciertos poderes a quien lo llevara.

—¿Y lo hace?

Los ojos de Thorn se volvieron rojos como la sangre.

—Sí y no. Parece que una parte vital de la historia se quedó en el tintero.

—¿Qué parte?

—El portador del cinturón debe ser descendiente de Hipólita para que funcione. —El tono de voz de Thorn dejó de ser el de un caballero educado y se transformó en la voz ronca de un demonio—. Si quieres recuperar a Sam, consíguele ese cinturón para que la proteja y dejaré que se marche contigo.

Sí, claro. Esa misión iba a ser tan especial como cuando ayudó a su hermana a sacar a Fang del infierno.

—¿Y dónde está el cinturón? —Seguro que en un sitio apestoso, caluroso y más letal que un nido de serpientes venenosas.

Thorn soltó un suspiro agraviado.

—¿Qué quieres, que te haga un mapa? ¿Que te lleve hasta el punto exacto y te lo señale como si fuera un perro perdiguero? —Chasqueó los dedos.

La pared situada a su izquierda comenzó a resplandecer y después apareció un gigantesco reloj de resina negra. La esfera era la cara de un dragón con los ojos de color rojo intenso, que por raro que pareciera eran idénticos a los de Thorn. Las manecillas eran las alas.

Su irritante anfitrión lo señaló.

—Oso, tienes un día. Veinticuatro horas que empiezan a contar ahora mismo. Si no vuelves con el cinturón, Sam se quedará aquí. Como tú. —Guardó silencio antes de añadir la última condición—: Para siempre.

Demasiado tiempo para quedarse en un sitio concreto. Dev tenía la sensación de que Thorn no pensaba alegrarle la estancia para que pareciera un paseo por Disneylandia… a menos que pensara en las torturas de la parte de Piratas del Caribe.

—¿Y si me niego a participar en este juego?

La expresión de Thorn se tornó malévola.

—Ya estás jugando. Si lo dejas ahora, te echaré de aquí y Sam se quedará hasta que las ranas críen pelo. Y quizá hasta que tengan melena.

A Dev no le gustaban los términos del acuerdo y quería bajarle un poco los humos a Thorn. Así que como sabía que a él no le tenía miedo, usó el nombre de otro a quien quizá sí se lo tuviera.

—Es posible que Aquerón tenga algo que decir al respecto.

Thorn enarcó una ceja con gesto regio.

—¿Vas a ir llorándole como con un niño al que se le ha roto el juguete para pedirle que te lo arregle?

Dev dio un paso adelante y lo habría atacado por ese comentario si Fang no lo hubiera atrapado para detener su intento de suicidio.

—No lo hagas —susurró Fang.

Que no lo haga, ¡y una mierda!, protestó para sus adentros.

Sin embargo, consiguió que recuperara una pizca de sentido común. Muerto no podría ayudar a Sam. Y tampoco podría hacer nada por sí mismo.

El sentido común también le suplicó que le dijera al señor de los demonios que se metiera su proposición por salva fuera la parte.

Por su mente pasó la imagen de la preciosa cara de Sam. No le gustaba estar en lugares desconocidos. Y seguro que al igual que a él, tampoco le gustaba estar encerrada en una jaula, aunque los barrotes fueran de oro.

—En fin, oso, dime qué has decidido.

Dev levantó una pierna y se dio una palmada en el muslo con un gesto teatral.

—¡Está claro, muchacho! Elijo la puerta número dos. La que lleva directa al suicido con riesgo de mutilación y sufrimiento. Me tiro de cabeza ahora mismo sin pensármelo más.

Fang soltó un taco al tiempo que Cael reía a carcajadas.

El Cazador Oscuro intentó recobrar la seriedad, pero no lo logró.

—Oso, es una lástima que vayas a morir. Creo que habríamos sido grandes amigos.

Thorn tenía un brillo alegre en los ojos, pero el resto de su persona no delató reacción alguna.

—Tienes cuatro pistas para descubrir la localización y… —dijo antes de hacer una pausa para echarle un vistazo al reloj— los segundos pasan.

—¿Vas a darme las pistas, campeón, o tengo que adivinarlas?

Thorn le dio unas palmaditas en la mejilla como si fuera un maestro con un pupilo díscolo.

—En las orillas de Champs-Élysées, a simple vista, el cinturón yace escondido. Al filo de la noche más negra se revelará el lugar elegido. Para ver lo que jamás debe ser encontrado, busca el círculo cerrado. Para descubrir lo rescindido por mandato divino, deberás enfrentarte al poderoso Torbellino.

Dev estuvo tentado de borrar a puñetazos la satisfacción que se reflejaba en la cara de Thorn.

—No sé, pero acabas de provocarme tal migraña que no me creo capaz de localizar nada.

—Ya tienes las pistas, oso. Buena suerte.