10

Dev recorrió la mansión que Nick tenía en Bourbon Street en busca de alguna pista de ese capullo. Tenía que haber ido a alguna parte. No era típico de él desaparecer sin más. Y ese era el lugar más lógico para buscarlo. Pasara lo que pasase, Nick siempre volvería a su casa. Que siguiera en Nueva Orleans como Cazador Oscuro después de haber muerto hacía un par de años era muy elocuente. En circunstancias normales Artemisa exigía un mínimo de cien años antes de que un Cazador Oscuro regresara a la ciudad donde había muerto, pensando que transcurrido ese período de tiempo ya habrían fallecido los amigos íntimos y los familiares, de modo que los recuerdos no serían tan dolorosos. Sin embargo, Nick necesitaba ese recordatorio, necesitaba la casa y la ciudad. No podía vivir sin ellas. Era como si Nueva Orleans alimentara su alma, algo con lo que Dev se identificaba. Y en ese preciso momento se alegraba, porque eso devolvería a Nick al redil.

Sí, Ethon le había dicho que había ido a su casa a buscarlo y que no lo había encontrado, pero no era lo mismo.

Ethon no quería matarlo. Solo quería zarandearlo.

Él quería hacerse unos cordones con sus tripas, pero primero necesitaba un rastro fresco de Nick.

Nadie me traiciona. Nadie, se dijo.

Habían pasado demasiadas cosas entre Nick y él para que dejara correr algo así. Que ese cabrón hubiera llevado a los daimons a su casa… No solo a su casa, los había llevado a su dormitorio, y eso era una declaración de guerra. Nick se los había servido en bandeja a los daimons y Dev se moría por pagarle con la misma moneda. Hasta tal punto que casi saboreaba su sangre. Además, Nick le había hecho daño a Sam.

Sí, ese cabrón iba a pagarlo con su vida.

Sin embargo, Nick no estaba allí. A juzgar por el aspecto y el olor de las cosas, llevaba un par de días sin pasar por casa. La mansión parecía abandonada. La cama estaba hecha. No había toallas sucias y el lavabo estaba seco, ni siquiera parecía que se hubiera lavado los dientes o que se hubiera duchado. Su Jaguar XK-S seguía aparcado en el garaje. No parecía faltar ropa ni tampoco zapatos.

Qué raro. ¿Adónde habría ido? Nick les había dicho a sus Perros guardianes que se iba a la cama. Nadie lo había visto desde entonces, y ya habían pasado cuatro días.

Tras salir del inmaculado dormitorio, se detuvo en el pasillo de la planta superior para ojear las fotografías de la pared, que eran una composición de la anterior vida de Nick, un detalle típico de su madre. Nick podía ser un capullo arrogante, pero no era vanidoso.

Le llamó la atención una foto en la que estaban Nick, su madre y él mismo, tomada cuando Nick tenía unos quince años. Nicolette había intentado sacar una buena foto, pero Nick no paró de comportarse de forma infantil, haciendo muecas y bromas. De modo que él se acercó por detrás y lo agarró del cuello. Nicolette hizo la foto: Nick con una sonrisa enorme mientras Dev fingía estrangularlo, y la madre de Nick con cara de alucinada, al igual que Aimée. Era una foto muy chula.

Eso lo llevó a replantearse lo que estaba sucediendo. ¿Cómo era posible que ese muchacho hubiera crecido y se hubiera convertido en un hombre capaz de amenazar a los Peltier? Nick había luchado a su lado contra un clan de lobos hacía apenas unos meses. El Santuario era su hogar, tanto como esa mansión, y aunque Nick ya no era como antes, tampoco había cambiado tanto.

¿O sí? ¿Habría sido capaz de traicionarlos a todos?

¿Y si te equivocas y no os ha traicionado? ¿Y si tenía un motivo para hacer lo que ha hecho?, se preguntó.

Estaba pasando algo raro. El instinto se lo decía.

Analizando el asunto a fondo, Nick no habría violado el Santuario sin un buen motivo. El cajun podía ser muchas cosas, pero nunca había sido un chaquetero.

—Tío, ¿en qué lío te has metido?

Tenemos un problema.

Aquerón se quedó helado al ver que Urian se materializaba delante de él. Menos mal que se había puesto los pantalones del pijama antes de ir a la cocina para preparar el helado que se le había antojado a su mujer. De lo contrario, Urian se habría quedado ciego y él estaría más cabreado todavía por la interrupción.

—¿Es que no tienes modales?

Se escuchó que llamaban a la puerta trasera.

Aquerón puso los ojos en blanco por el evidente sarcasmo de Urian, con el que quería decirle que se fuera a la mierda.

Tienes suerte de que acabe de hacerle el amor a mi mujer y de que esté de tan buen humor que ni siquiera tus gilipolleces pueden agriármelo, pensó. De lo contrario, Urian se habría convertido en una mancha humeante en la pared.

—¿Qué pasa?

—Dev no le da al crack.

Aquerón lamió la cuchara y la dejó en el fregadero.

—No pensaba que le diera… A la quetamina quizá, pero al crack no. ¿Por qué sospechabas eso de él?

Urian observó a Ash mientras dejaba el helado en el congelador.

—Acabo de tener una charla con uno de mis antiguos amigos. —Así era como Urian llamaba a los daimons que seguían sirviendo a su padre.

En otra época Urian había sido la mano derecha de Stryker, pero eso fue antes de que su padre matara a sangre fría a su mujer y le rebanara el pescuezo a él, dándolo por muerto. Como para que Urian no guardase rencor a su padre por algo así.

Je.

A Stryker le faltaba más de un tornillo.

—Me ha dicho que los daimons pueden absorber las almas de los gallu y que Stryker está convirtiendo a su ejército con su sangre.

Aquerón se quedó de piedra. Los poderes de los demonios sumerios eran enormes. Eran el mal encarnado y en el cuerpo de un daimon serían un arma letal. Y lo peor era que la mordedura de un gallu convertía a sus víctimas en zombis. Un solo demonio podría crear a miles.

Joder. Un daimon capaz de crear a otros como él.

Ash podría acabar con ellos sin despeinarse, pero un Cazador Oscuro normal…

Sería un baño de sangre, sí. Incluso una carnicería.

—¿Qué está tramando Stryker? —le preguntó a Urian.

El aludido lo miró como si fuera tonto.

—Lo que ha tramado siempre: matar a mi abuelo y someter a los humanos.

Ash imitó la expresión irritada de Urian.

—No te he preguntado por su objetivo, Urian. Ya lo sé. Necesito saber cómo planea conseguirlo. ¿Por qué está convirtiendo a su gente? —En ese momento sonó su móvil. Iba a pasar de él, pero se dio cuenta de que era Ethon.

¿Y ahora qué?, se preguntó.

Suspiró mientras miraba el cuenco de helado medio derretido que había dejado en la encimera. Tory odiaba la crema de helado. Lo volvió a congelar con sus poderes y lo envió a la planta alta, donde su mujer lo estaba esperando en la cama, mientras él contestaba. Menos mal que Tory estaba acostumbrada a sus rarezas y entendería por qué no se lo había llevado en persona.

Aunque de todas formas seguía teniendo ganas de echarse a llorar por la interrupción, ya que tenía planes para ese helado y para su mujer…

A veces su trabajo era una mierda. ¿Por qué no podía apañárselas sola la Humanidad?

Los humanos eran unos cabrones desagradecidos.

Abrió el móvil.

—Nick trabaja para los daimons —dijo Ethon sin rodeos.

—Yo también me alegro de oírte, espartano. ¿Te importa decirme por qué crees eso?

—Porque el muy cabrón ha intentado secuestrar a Sam en el Santuario. Se presentó en todo su esplendor y se la ofreció a nuestros enemigos en bandeja. —Ethon siguió hablando, pero Aquerón no oyó ni una sola palabra más.

En cambio, vio ciertas imágenes que no terminaba de asimilar. Algo fallaba en lo que le estaba contando. Sabía que Nick estaba vinculado con Stryker a través de la sangre, pero también sabía que había estado luchando contra ese vínculo…

¿Habría pasado algo que lo había devuelto bajo el control de Stryker?

No. Ni de coña. Nick era demasiado terco. Ni siquiera él podía controlarlo.

Colgó y enfrentó la mirada curiosa de Urian.

—Ve al Club Caronte y protege a Dev y a Sam. Si intentan llevársela, y me da igual quién sea o lo que sea, protégela.

—Vale. ¿Qué pasa?

—Hazlo y punto.

Ash nunca explicaba sus motivos. Jamás. Ignoraba por qué Stryker quería a Sam, pero fuera lo que fuese tenía que ser algo diabólico. Stryker no hacía nada sin un motivo y siempre ejecutaba sus planes con precisión. Y dado que los actos de Stryker lo afectaban directamente, no podía usar sus poderes para ver lo que ese cabrón estaba tramando.

Urian se marchó.

Ash invocó a su protector caronte, que en ese momento descansaba en su bíceps en forma de tatuaje. Simi se separó de él para adoptar forma humana. Aunque aparentaba unos diecinueve años, era un poco más bajita que él, pero podía tener la altura que quisiera. Llevaba la larga melena negra con un mechón rojo en la frente, a juego con el suyo, e iba vestida con una faldita de cuadros, botas altas de motero y un corsé de cuero negro.

Lo miró con una sonrisa que dejó al descubierto sus colmillos.

—Hola, akri. ¿Vamos a ver una peli con akra Tory, con Marissa y con N.J.? Simi quiere ver a ese ogro verde porque le recuerda a su tío…

—Todavía no. —Detestaba interrumpir su cháchara, pero Simi tenía la costumbre de parlotear durante horas. Algo que le encantaba y que también le hacía gracia, pero en ese preciso momento necesitaba concentrarse—. Necesito un favor, Sim.

Los ojos del demonio brillaron al tiempo que se frotaba las manos, extasiada.

—¿Simi va a comerse algo que no te gusta? ¿Puede comerse por fin a la foca? ¡Seguro que está de rechupete con la salsa adecuada! Para quitarle el amargor. —Esbozó una sonrisa deslumbrante.

Ash soltó una carcajada antes de darle un beso en la frente.

—No es eso. Quiero que subas y protejas a Tory por mí.

Simi jadeó.

—¿Akra Tory está bien? Nuestro bebé no está herido, ¿verdad?

Cuando le contó a Simi que Tory estaba embarazada, lo hizo aterrado por la posibilidad de que el demonio se pusiera celoso, ya que técnicamente había sido su bebé desde hacía once mil años. Sin embargo, Simi se emocionó tanto como ellos y ya incluso se adjudicaba parte de la paternidad.

—Están bien, Sim. Pero no quiero dejarlos solos mientras yo me ocupo de una cosa.

Si alguien era lo bastante tonto para atacar a su mujer y lo bastante poderoso para atravesar el escudo que había colocado alrededor de la casa, quería que Simi estuviera allí para despedazarlo.

Era la única en quien confiaba para proteger a su esposa.

—Dile a Tory que me ha surgido una emergencia y que volveré enseguida.

Simi ladeó la cabeza con expresión suspicaz.

—¿Adónde va akri que Simi no puede ir con él?

—Fuera, Simi. Ve a protegerla y recuerda que si alguien intenta hacerle daño, puedes ponerte el babero y comerte sus entrañas.

Simi lo saludó al estilo militar antes de desaparecer.

Ash usó sus poderes para vestirse con ropa de calle: un largo abrigo negro de cuero, vaqueros negros y una camiseta. Acto seguido, abandonó su casita de Nueva Orleans y se teletransportó al templo de Artemisa en el monte Olimpo. Desde el exterior el templo era precioso. Construido de oro macizo y labrado con escenas que representaban los bosques y la naturaleza. Sin embargo y al igual que Artemisa, era todo pura fachada.

La ira le provocó un nudo en el estómago al verse obligado a entrar en el lugar donde la diosa lo había torturado. Odiaba tanto ese templo que podría destruirlo con sus propias manos. Dado que por fin se había librado de Artemisa y que había descubierto lo que era estar con alguien que lo quería de verdad, le costaba volver aunque fuera de visita.

Reprimió once mil años de resentimiento mientras atravesaba la puerta de doble hoja, pero se detuvo al instante.

El templo estaba completamente vacío. Ni siquiera estaban presentes las doncellas de Artemisa.

Esto no pinta bien, pensó.

El estómago le dio un vuelco al percatarse de lo que eso quería decir.

Nick, cabrón desgraciado. ¿Qué has hecho?, se preguntó.

Ese tío siempre había tenido una vena suicida, y se le revolvía el estómago solo de pensar hasta qué punto le habían fastidiado la vida Artemisa y él. La culpa le devoraba las entrañas, pero no podía cambiar el pasado.

Había ido por el futuro.

—¿Artemisa? —la llamó. Su voz ronca resonó por la estancia de mármol.

La diosa apareció al instante delante de él. Era perfecta, como solo una diosa podía ser, y llevaba el habitual peplo blanco, que se pegaba a sus voluptuosas curvas. La larga melena pelirroja enmarcaba un rostro tan perfecto que incluso dolía mirarlo. Sin embargo, los siglos que había pasado bajo su yugo le habían robado la habilidad de apreciar cualquier otra cosa que no fuera estar lejos de ella. Cuanto más, mejor.

La diosa se estaba mordiendo una larga uña roja al tiempo que cambiaba el peso del cuerpo de un pie a otro. Ash soltó un suspiro cansado. Sus tics nerviosos delataban que lo que estaba sucediendo era algo malo.

—¿Qué pasa?

Artemisa se mordió el labio antes de contestar e intentó poner gesto inocente. No lo consiguió.

—¿A qué te refieres?

—Joder, Artemisa, no me vengas con chorradas. No cuelan. ¿Dónde está Nick?

—¿Qué Nick?

La cogió del brazo con un gruñido y le dio un tirón. Sí, lo hizo con más fuerza de la necesaria, pero la diosa lo había torturado durante siglos y después había intentado matar a su mujer. Tenía suerte de que fuera un dios compasivo, porque de lo contrario…

—Sé que está aquí. He rastreado sus poderes. Parece que siempre se te olvida que soy uno de los pocos dioses capaces de hacerlo.

La vio tragar saliva antes de señalar su dormitorio.

El estómago le dio otro vuelco al darse cuenta de lo que eso quería decir.

—¿Lo has vinculado a ti?

Artemisa se zafó de su mano.

—¿Y a ti qué más te da? Me abandonaste, ¿recuerdas?

La capacidad de Artemisa para dejarlo en mal lugar después de todo lo que le había hecho era sorprendente. Sin embargo, llevaba razón en algo. A él le daba igual. Nick era mayorcito… y algo más, aunque no lo tenía claro.

Aun así, se estaba pasando de rosca. Artemisa se había aliado con uno de los seres que querían matarlo.

Genial. Sencillamente genial. Veía que el tren se acercaba, pero por desgracia tenía el pie atrapado en las vías.

—Eres de lo que no hay —refunfuñó.

Pasó al lado de la diosa y utilizó sus poderes para abrir la puerta del dormitorio, cuyas hojas se estamparon contra la pared.

En cuanto entró, se quedó helado.

Tal como esperaba, Nick estaba desnudo en la cama. Pero sufría algún tipo de fiebre. Estaba inconsciente y le brillaba todo el cuerpo por el sudor. Lo más preocupante era que Nick susurraba en una lengua que él desconocía. Como dios que era, se suponía que no había idioma alguno que no pudiera hablar o comprender.

No tenía ni idea de lo que Nick estaba diciendo. ¿Estaría delirando sin sentido? Sin embargo, sonaba demasiado preciso y bien formado para ser eso. Se le erizó el vello de la nuca.

Fulminó a Artemisa con la mirada.

—¿Qué le has hecho?

La diosa se encogió de hombros y se colocó a un par de pasos de la cama de marfil con sus diáfanas cortinas de oro.

—Nada. Lleva con el enfriamiento más o menos un día.

—Con la calentura, Artie. Se dice «calentura». —¿Por qué era incapaz de retener las palabras?

—Como sea.

Su actitud desdeñosa le provocó el deseo de estrangularla. Nick podría haber muerto y la única preocupación de Artemisa habría sido cómo deshacerse del cadáver sin que los otros dioses la descubrieran.

Intentó no pensar en eso y le levantó un párpado, momento en el que comprobó que la pupila de Nick era de un rojo demoníaco. La piel le ardía como si fuera el mismísimo infierno. Tenía los colmillos más largos de lo habitual. Y eran serrados.

¿Qué estaba pasando? ¿Estaría mutando en otra cosa?

Pero lo más importante era saber quién o qué lo controlaba.

—¿Cuánto tiempo lleva así? —Resopló disgustado antes de que ella pudiera responder. Qué pregunta más tonta. El tiempo carecía de sentido para Artemisa—. ¿Dijo algo antes de enfermar?

—No.

Irritado, Ash usó sus poderes para averiguar qué había pasado entre ellos. Solo los vio dándose un revolcón antes de que Nick cayera fulminado por el dolor.

No se había movido desde entonces. Pero profundizó un poco más y se adentró en las otras encarnaciones de Nick. Y allí lo vio…

—¡Mierda!

Artemisa dio un respingo.

—¿Qué?

Ash pasó de ella al tiempo que lanzaba una poderosa descarga astral directa al corazón de Nick, que salió del coma con agresividad. Una actitud que empeoró cuando se dio cuenta de que era Ash quien lo había atacado. Hizo ademán de agarrarlo, pero Ash se alejó de él, y el cajun soltó un gruñido furioso.

—¿Qué haces aquí, gilipollas? —le preguntó Nick.

Ash se alejó un poco más de él. No por temor a que le hiciera daño, sino todo lo contrario.

—Yo podría preguntarte lo mismo —respondió Ash, mirando a Artemisa—. Pensaba que sabías muy bien lo que no tenías que hacer.

Nick se abalanzó sobre él.

Ash usó sus poderes para crear un escudo, de modo que Nick no pudiera acercarse a él. Por el bien de Nick, claro. Los insultos del cajun le colmaban la paciencia y le provocaban unos enormes deseos de destrozarlo todo. Su efecto era mucho peor que el acoso de Artemisa.

—¿Recuerdas lo que pasa cuando un demonio usurpa la identidad de alguien? —preguntó Ash.

Nick, a quien le importaba bien poco estar desnudo, lo miró con sorna.

—¡Qué pregunta más tonta! Pues claro.

La víctima a quien usurpaban la identidad entraba en coma…

O moría.

Ash miró a Nick con los ojos entrecerrados.

—¿Cuál es el último día que recuerdas?

—Hoy. Martes.

Ash meneó la cabeza.

—Es sábado, Nick. Llevas tres días y medio en coma. —Utilizó sus poderes para coger la mano de Nick y obligarlo a que se frotara la mejilla, áspera por la barba, a fin de demostrar lo que le decía.

Eso consiguió que el cajun cediera un poco.

—¿Cómo es posible? —Se tensó—. Y deja de jugar con mi mano, pervertido.

Ash le soltó la mano y usó sus poderes para cubrirlo con una sábana mientras le decía:

—Tío, por lo menos yo no llevo el badajo colgando. Un poquito de dignidad.

Nick le hizo un corte de mangas antes de colocarse la sábana a la cintura.

Ash pasó por alto el odio que destilaba.

—Para tu información, Gautier, tengo a un par de Cazadores Oscuros y a varios katagarios con ganas de echarte el guante, porque creen que has atacado el Santuario.

Nick se quedó de piedra.

—No lo he pisado desde que los lobos atacaron.

—Lo sé. Solo te estoy poniendo al corriente de la situación, ya que has sido tan amable de prestarle tu cuerpo a alguien que ha usurpado tu identidad para poner en tu contra a quienes te protegen.

Nick soltó un taco antes de mirar a Artemisa, como si acabara de recordar su presencia. Incluso llegó a ruborizarse antes de fulminar a Ash con la mirada.

—Voy a matar a Stryker.

—No te acerques a él. Todavía no controlas tus poderes lo suficiente para pensar en vencerlo. Créeme. Ahora mismo solo le servirías el postre en bandeja.

Nick se mordió la lengua antes de decir algo que lo dejara en evidencia. Tenía más poderes de los que Aquerón sabía, y por algún motivo parecían estar aumentando de forma exponencial. No era un neófito a quien le temblaban las piernas. Pero Ash no necesitaba saberlo.

Todavía.

Nick se estremeció, asaltado por una sensación peculiar. De un tiempo a esa parte le sucedía con frecuencia, pero no sabía por qué. Era una descarga corta e intensa que lo dejaba sin aliento. Volvió a sentirlo en la columna y el dolor lo postró de rodillas.

—¿Nick? —Artemisa corrió hacia a él.

Nick le impidió acercarse al tiempo que unas extrañas imágenes aparecían en su cabeza. Vio que se reconfiguraban sucesos de su pasado… Gente a quien no conocía y otra que había muerto…

¿Qué nar…?

—¿Estás bien? —preguntó Ash.

No, pero tampoco iba a admitirlo delante de él. Nadie descubriría jamás su punto débil. Lo que sucedía era asunto suyo. Ash ya lo había traicionado en una ocasión. No iba a darle una nueva oportunidad de causarle más daño a su vida, por penosa que esta fuese.

Escuchaba voces cada vez más claras. Unas voces que lo animaban a hacer daño a las personas que lo rodeaban. Unas voces muy seductoras, acompañadas de un poder tan impresionante que costaba mucho resistirse.

Sintió que los ojos se le ponían rojos.

Se acercaba un poder atávico y primordial que ansiaba sangre. La única pregunta que quedaba por responder era la de quién.