9

Sam soltó un taco mientras usaba la telequinesia para abrir la puerta del dormitorio y sacar a Dev al pasillo, a fin de poder enfrentarse a solas a los daimons.

Dev soltó un furioso alarido, abrió la puerta de una patada y volvió al interior.

Ella levantó una mano para reforzar sus poderes mentales y empujó a Dev de nuevo al pasillo. En esa ocasión, colocó la cama delante de la puerta para mantenerlo fuera.

Dev se encontró de repente en el pasillo, boquiabierto. Pero ¿qué…? Intentó volver a su dormitorio, pero no pudo. Oyó que comenzaban a romperse cosas y también escuchó insultos. Sin embargo, algo le impedía entrar.

La ira lo inundó.

—¡Que te lo has creído!

Usó sus poderes al máximo para teletransportarse al interior, donde Sam estaba rodeada de daimons. Hizo aparecer dos cuchillos de combate y se lanzó a por los daimons con ferocidad.

Sam se volvió al percibir otra presencia en el dormitorio. Como esperaba encontrarse con un daimon, se quedó pasmada al ver que Dev derrotaba a un par de daimons con un poderoso gancho. El corazón se le desbocó y en ese momento sintió que sus poderes de Cazadora Oscura mermaban, a medida que los recuerdos la atravesaban y la dejaban destrozada.

Porque ya no era a Dev a quien veía. Era Ioel.

La luz del fuego iluminaba su piel oscura y su pelo mientras la instaba con suavidad a entrar en el dormitorio de su hija.

—Llévate a Ari y ponte a salvo.

Ella se negó de forma obstinada.

—No sin ti.

Ioel le colocó la mano en el vientre, donde notó la patada de su hijo, y la besó en los labios justo cuando los daimons entraban en su casa.

—Vete, Samia. Ahora mismo. Piensa en nuestros hijos, no en la batalla.

«Las amazonas nunca se rinden. Nunca se retiran. Luchan.»

Oyó cómo se rompían los muebles y las puertas a medida que los daimons tomaban su casa al asalto, gritando de forma triunfal.

—¡Mami!

El aterrado grito de su hija la obligó a apartarse de su marido y a correr hacia el dormitorio tan rápido como se lo permitieron las piernas. Sin embargo, su avanzado estado de gestación hacía que se cansara muy pronto y que le costara trabajo guardar el equilibrio. Temblando, abrazó a su asustada hija y la estrechó con fuerza mientras hervía de furia. Quería la sangre de los daimons por lo que estaban haciendo.

Buscó una vía de escape acompañada por el estruendo de los muebles al romperse y del acero de las armas.

No encontró modo alguno de salir.

Tenía que poner a su bebé a salvo.

Corrió hacia el vestíbulo, pero se detuvo al ver un fogonazo en la estancia iluminada por la luz del fuego.

Y entonces lo vio. El mandoble con el que la espada atravesó el pecho de Ioel y lo hizo trastabillar hacia atrás. La sangre lo cubrió mientras los daimons se acercaban para arrebatarle el alma.

A Sam se le atascó un grito en la garganta mientras se aferraba a su hija y percibía la vida del hijo que llevaba en el vientre. En su condición no estaba lo bastante fuerte para atravesar el salón con su hija en brazos… rodeada por semejante número de daimons.

Así que volvió deprisa al dormitorio de Agaria.

—Ari, métete debajo de la cama. Rápido. —Dejó a la niña en el suelo y la observó arrastrarse para esconderse—. No hagas ruido, cariño. Pase lo que pase.

Sam acababa de coger la lamparita de la mesa cuando los daimons entraron en el dormitorio. Al primero que apareció le arrojó el aceite de la lamparita y le prendió fuego. Le arrebató la espada, giró y ensartó con ella al segundo. Sin embargo, su abultado vientre desequilibró un movimiento que había realizado miles de veces en la batalla.

Cayó hacia atrás y el enemigo se abalanzó sobre ella de tal forma que fue incapaz de oponer resistencia.

Lo último que vio antes de morir fue la cara de su hermana detrás de los daimons.

—Hay una mocosa más que matar. No la dejéis con vida. Tiene que estar escondida en algún lado. Encontradla y aseguraos de que lo único que hereda sea una tumba.

Semejante traición le provocó una oleada de ira brutal. Pese a todo el tiempo transcurrido, Sam aún sentía el grito que soltó su alma. Feroz. Tan terrible que la diosa Artemisa acudió a su llamada. Y antes de que los daimons tuvieran tiempo de absorber su alma, ella la vendió.

Pero fue demasiado tarde para salvar a su hija.

El terrible dolor que sintió todavía la afectaba y en ese momento observó mareada cómo Dev luchaba para protegerla.

¡No! ¡Nunca más!

Echó la cabeza hacia atrás y soltó un feroz grito de batalla, tras el cual se abalanzó sobre los daimons.

Dev se detuvo al escuchar el alarido de una banshee mientras enterraba a sus seres queridos. Fue un sonido terrible y desgarrador que recorrió su espina dorsal de forma dolorosa. En un abrir y cerrar de ojos, Sam comenzó a luchar con una destreza y una seguridad que no poseían rival. Jamás había visto nada parecido.

Nunca.

¡La madre que la trajo!, pensó.

¿Y él la había cabreado? ¿En qué estaba pensando?

Una nueva oleada de daimons salió por la madriguera. Dev se encargó del que iba a atacar a Sam por la espalda, haciéndolo estallar. Sin embargo, seguían apareciendo.

Acababa de llegar a la conclusión de que tanto Sam como él estaban acabados, cuando vio que la cama que bloqueaba la puerta se deslizaba. Agarró a Sam y se colocó detrás de la cama segundos antes de que la puerta estallara en pedazos.

Ethon y Chi, acompañados de Fang, aparecieron para ayudar en la pelea.

Dev rodeó a Sam con un brazo y trató de llevarla hacia el pasillo para evitarle el grueso de la lucha, pero ella no se lo permitió.

Al contrario, se volvió para seguir peleando.

Dev la cogió con más fuerza y la obligó a atravesar la puerta.

—¿Qué estás haciendo? —quiso saber ella, que lo miró a los ojos.

Dev jadeó al ver que sus ojos eran verdes. Así comprendió que había perdido sus poderes de Cazadora Oscura. Los daimons podían matarla.

—Poniéndote a salvo.

—Yo no huyo de nadie.

—No estamos huyendo —replicó mientras uno de los daimons rompía la ventana de modo que la luz del sol inundó el dormitorio—. Estamos reagrupándonos para continuar luchando otro día.

Sam sintió deseos de estrangularlo cuando se la echó al hombro y corrió hacia la escalera. Si aún tuviera sus poderes, lo habría hecho, pero sin ellos se veía reducida a aferrarse a él como si fuera una niñita patética… y eso la hizo hervir de furia todavía más.

De repente, pasaron de la casa propiamente dicha a una especie de almacén extraño que no había visto nunca. Las paredes estaban adornadas con unos luminosos de complicado diseño. A su derecha vio una barra de acero inoxidable con un gran surtido de bebidas alcohólicas. Tras ella había un gran espejo, rodeado por más luminosos apagados. Parecía otro bar, pero estaba cerrado. No había nadie. No se escuchaba nada.

Dev la dejó en el suelo.

Sam le dio un guantazo en las manos.

—¡Quítame las manos de encima! —exclamó—. ¡Estoy tan enfadada contigo que ahora mismo te sacaba los ojos!

Dev se apartó y la miró furioso.

—De nada.

—¿Por qué voy a darte las gracias? ¿Por haberme cabreado?

—Te he salvado la vida.

Sam resopló.

—No. No me has salvado la vida. Me has apartado de una lucha que necesitaba acabar. ¡Uf! No me puedo creer que hayas dejado allí a Ethon y a Chi, y que a mí me hayas sacado como si fuera una niña indefensa. ¿Cómo te atreves?

Dev respiró hondo para calmarse a fin de que la discusión no se saliera de madre. Uno de los dos necesitaba tener la cabeza fría hasta que descubrieran qué estaba pasando. Durante la pelea había sucedido algo que había activado un resorte oculto en Sam, provocando unas consecuencias inesperadas. Si algo sabía sobre los Cazadores Oscuros, era que solo perdían sus poderes cuando se enfrentaban a un recuerdo concreto del acontecimiento que los llevó a vender sus almas.

Sam estaba muy dolida y lo único que él quería era ayudarla. Su atípico alarido había sido muy elocuente. Nadie reaccionaba de esa forma a menos que estuviera doblegado por el dolor.

—Los vi correr hacia las ventanas y supe que tenía que apartarte de la luz del sol antes de que las hicieran pedazos, que fue lo que sucedió. De no haberte agarrado cuando lo hice, habrías muerto o al menos habrías sufrido quemaduras importantes.

Aun sin sus poderes de Cazadora Oscura, Sam no habría podido resistir la luz del sol.

Escuchó que Sam resoplaba, indignada, mientras observaba el suelo de hormigón y las paredes reforzadas con planchas de acero.

—¿Dónde estamos? ¿En el infierno? —preguntó ella.

Dev esbozó una sonrisa afable.

—En un sitio mucho mejor. En el Club Caronte.

—¿Y eso qué es?

Dev no le contestó. En cambio, sacó el móvil e hizo una llamada.

Sam lo miró echando chispas por los ojos y cruzó los brazos por delante del pecho.

Dev pasó por completo de su mirada furiosa mientras Ethon respondía. Quería asegurarse de que su familia estaba bien antes de continuar con la conversación. Ethon contestó por fin. Una señal al menos de que tanto el Cazador Oscuro como el Santuario seguían en pie.

—Oye, ¿qué ha pasado después de que nos marcháramos?

—Los muy cobardes se fueron en cuanto vosotros os largasteis. Chi y yo intentamos cargarnos al mayor número posible, pero tuvimos que mantenernos apartados de esa molesta bola de fuego amarillo que brilla en el cielo. Oso, un consejo: deberías tener ventanas más pequeñas. Fang fue tras ellos, pero se metieron en su madriguera y el lobo los dejó para proteger a la familia, por si volvían a aparecer en otro sitio y querían vengarse. De cualquier forma, la brigada del colmillo posiblemente esté intentando localizaros ahora mismo, así que vigilad vuestras espaldas.

A Dev no le importaba en lo más mínimo.

—Que vengan si quieren, pero lo dudo.

Lo importante era que su familia estaba a salvo, y eso lo alegró muchísimo. Su malvado plan había funcionado y los daimons se habían retirado. Al menos por el momento.

—Oso, no seas tan arrogante. Los daimons tienen ganas de marcha. ¿Samia está bien? —preguntó, ya sin rastro de buen humor en la voz—. No le han hecho daño, ¿verdad? —La preocupación que destilaba la pregunta parecía algo más que la simple inquietud de un Cazador Oscuro por un compañero.

Dev no alcanzó a entenderlo del todo, pero hizo que el oso que llevaba dentro ladeara la cabeza, receloso por la preocupación que Ethon demostraba hacia Sam.

—Está bien. La saqué antes de que la churruscaran. ¿Y vosotros? ¿Algún miembro de mi familia ha resultado herido?

—Fang está bien. En cuanto a nosotros, nada que no se cure. —Ethon cambió el tema llegados a ese punto—. ¿Dónde estáis?

—En el Club Caronte.

El Cazador Oscuro soltó una carcajada.

—Bien hecho. Genial. Te felicito por tu elección.

Los carontes eran enemigos mortales de los daimons, de modo que estos no se atreverían a acercarse a su hogar. Al menos no por el momento. Un caronte siempre estaba hambriento y vivía para devorar todo aquello que se le antojara, aunque corriera el riesgo de acabar en la cárcel.

En el caso de los daimons, eran un festín del que podían disfrutar con completa inmunidad.

Ethon recobró la sobriedad y le preguntó:

—¿Sam estará a salvo ahí?

—Ella sí. En mi caso, no lo sé. Parece estar dispuesta a sacarme los ojos y a convertirme en una alfombra de piel de oso.

—Pobre…

—Ya te digo. No te gustaría estar en mi pellejo ahora mismo.

Ethon le dijo algo a Fang, pero debió de colocar la mano sobre el teléfono para que no lo escuchara bien.

—Da igual. Se solucionará. —Y después le dijo a Dev—: Iremos para allá lo antes posible.

—Estupendo. Por cierto, ¿qué ha pasado con Gautier?

—¿Con Nick? ¿Qué tiene que ver con todo esto?

¿Que qué tenía que ver? Ese cabroncete tendría suerte de seguir con vida la próxima vez que se lo encontrara.

—Él fue quien invocó a los daimons.

—¿Nick? —insistió Ethon.

—Nick —repitió Dev, furioso. Ya se estaba cansando de la torpeza espartana.

—¿Nick?

—Ethon, ya vale.

—Lo siento, tío. Es que no lo veo. Detesta a los daimons tanto como si fuera uno de tus colegas carontes. En serio. Basta con pronunciar esa palabra para que le aparezca un tic nervioso en un ojo y todo. Hace nada salió el tema de conversación y por poco le da un ataque. No me lo imagino invocándolos a menos que quiera matarlos.

—Vale, pero yo sé muy bien lo que vi. Nick estaba compinchado con ellos.

Ethon silbó por lo bajo.

—Se lo diré a Aquerón y nos pondremos en contacto contigo. Por si acaso.

Dev miró a Sam, que seguía echando chispas por los ojos como si quisiera arrancarle alguna parte vital de su anatomía. Lo más raro de todo era que la furia aumentaba su atractivo y que lo estaba poniendo cachondo.

Me faltan dos tornillos o algo, pensó.

—Tened cuidado mientras sea de día. Nos vemos —se despidió Dev y colgó.

Sam hizo un gesto con el que abarcó el local.

—¿Por qué me has traído a un club vacío? —preguntó.

Dev la instó a volver su rígido cuerpo hacia la izquierda y señaló las vigas de acero del techo, de las que colgaba un buen número de demonios como si fueran murciélagos gigantes. Los demás estarían durmiendo en las habitaciones de la planta alta cual contorsionistas. Ignoraba por qué los carontes dormían de esa forma, pero así era.

Sam se quedó pasmada al ver a los demonios, cuya piel era como el mármol, pero en tonos rojos, naranjas y azules. Sus ojos amarillos, blancos y rojos relucían mientras los miraban como si intentaran decidir si eran amigos o enemigos. Sabía que eran demonios, pero ignoraba de qué especie y a que panteón pertenecían.

—¿Qué son?

—Carontes —contestó Dev, hablándole al oído—. ¿No los habías visto nunca?

—No.

El aliento de Dev le hizo cosquillas en la oreja y, aunque no lo veía, tuvo la impresión de que estaba sonriendo.

—No son muy sociables que digamos, y yo, en particular, no les caigo muy bien.

El comentario la llevó a preguntarse el motivo de que Dev hubiera elegido ese lugar.

—Entonces, ¿qué hacemos aquí?

—Supongo que Dev está de mierda hasta el cuello y quiere meterme a mí también. Pero ya puedes ir olvidándolo, oso. —El veneno que destilaba esa voz masculina era inconfundible—. Estoy hasta el gorro de ti y de tu hermana, y ni siquiera menciones el nombre de ese lobo inútil, porque no te debo nada y no pienso salir de aquí. Te lo repito: hasta el gorro. Así que hala, fuera de mi club antes de que acabes como alimento de mis chicos.

Dev se echó a reír mientras se volvía para saludar al demonio que acababa de materializarse tras ellos.

—Yo también me alegro de verte, Xedrix. Como siempre.

—Pues yo no.

Sam tuvo que obligarse a contemplar el espectáculo sin abrir la boca por la sorpresa.

Xedrix, un demonio de pelo moreno cuya piel tenía distintos tonos de azul, era tan alto que empequeñecía a Dev. Toda una hazaña. Llevaba vaqueros y una camiseta de manga corta, y lucía un par de alas enormes a la espalda. Unas alas que no paraban de moverse, ya fuera por el deseo de atacar o por pura irritación. Sam no estaba segura. Pero el brillo malicioso de esos ojos relucientes era indiscutible.

No obstante, lo más raro era que pese a los cuernecillos que tenía en la cabeza y al pelo alborotado, porque seguro que acababa de salir de la cama, el demonio era muy guapo y tenía un atractivo muy viril. De hecho, tenía algo que la instaba a alargar un brazo para acariciarlo.

Muy raro.

Xedrix la miró con los ojos entrecerrados.

—¿Por qué has traído a una Cazadora Oscura, oso? Sabes muy bien lo que opinamos de ellos y ni siquiera están en la carta, así que tú me dirás.

—Nos persigue un grupo de daimons.

Eso hizo que Xedrix abriera los ojos de par en par. Varios demonios se soltaron de las vigas del techo y giraron en plena caída para aterrizar con gran elegancia de pie, junto a Xedrix.

Parecían tan contentos que resultaba hasta cómico.

—¡La cena! —exclamó el más alto de todos, que empezó a relamerse los labios con gran emoción mientras chocaba los cinco con uno de sus compañeros.

El más bajo meneó la cabeza.

—Qué va. Solo es un aperitivo. A menos que sea un grupo muy numeroso. Esperemos que sí.

—Necesitamos salsa —apuntó el demonio naranja al tiempo que le daba un empujón al rojo—. Ceres, ve a por un bote. Que sea muy picante.

Xedrix levantó una mano para silenciarlos.

—Chicos, no hemos tenido la suerte de que nos sirvan a domicilio. En serio, no vendrán.

Por increíble que pareciera, los demonios hicieron un puchero.

Ceres no acababa de verlo claro.

—A lo mejor alguno es imbécil. Los daimons no son muy listos. Podrían aparecer. ¿Y si los atraemos con un par de turistas?

El más alto esbozó una sonrisa deslumbrante.

—Podríamos atar a unos cuantos Cazadores Oscuros en la entrada a modo de cebo.

La idea pareció gustarles a todos.

Salvo a Xedrix, que puso los ojos en blanco.

—No son tan tontos. Como se os ocurra atar a un Cazador Oscuro en la puerta, Aquerón se pondrá hecho un atlante y lo último que nos conviene es que nos mande a casa de su mami. ¿De verdad queréis volver a la esclavitud bajo el poco delicado yugo de la Destructora?

—Vale —respondió Ceres con voz petulante mientras dejaba caer las alas—. Debería haberme imaginado que era demasiado bueno para ser verdad. —Y suspiró.

Los demonios volvieron a las vigas del techo, pero no antes de despedirse de Dev murmurando unos cuantos insultos por haberles hecho la boca agua en vano.

Sam los observó mientras se envolvían con las alas a modo de crisálida. Qué interesante. Raro, pero interesante.

Xedrix los miraba con los brazos en jarras.

—Oso, ¿a qué has venido?

—Los daimons quieren a Sam. No sé por qué…

—¡Ja! —Exclamó el caronte al tiempo que la señalaba—. Porque es su enemiga mortal. Es normal que la quieran… despedazar, claro.

Dev meneó la cabeza.

—Eso es lo raro. Que no quieren matarla. Ya han intentado secuestrarla dos veces…

—Sois conscientes de que estoy aquí al lado y de que no hace falta que habléis de mí como si tuviera una deficiencia mental, ¿verdad? Soy capaz de hablar por mí misma.

Dev al menos tuvo la decencia de parecer arrepentido.

—Lo siento, Sam, lo sabemos. Solo estoy tratando de poner a Xedrix de nuestra parte. —Miró de nuevo al demonio—. La quieren viva. ¿Se te ocurre por qué?

—¿Porque de esa manera es más sabrosa?

Sam pasó del demonio y miró a Dev con el ceño fruncido.

—¿Por qué le preguntas eso? No es un daimon.

Dev la miró con sorna.

—Porque antes vivía con Stryker y servía a la regente del infierno donde viven los daimons, así que a lo mejor se le ocurre algo que nos ayude a entender por qué van a por ti.

Xedrix hizo un ruido muy poco elegante.

—No puede decirse que les tenga mucho cariño, y no sé por qué van a por ella. ¿No será que la ha mirado un tuerto?

—Xed…

—No me gruñas, oso. Es temprano y todavía no he comido. —Los miró de arriba abajo como si quisiera comprobar que entraban en su olla.

Dev soltó un hondo suspiro.

—Quieran lo que quieran, seguro que no es nada bueno. Para ninguno de nosotros. Necesito un lugar seguro hasta la noche —le dijo al caronte.

Xedrix hizo un gesto con el pulgar por encima de su hombro.

—Por ahí está la puerta.

—Llévala a una habitación de invitados.

Xedrix enseñó los colmillos al oír esa voz femenina, tan suave y agradable.

Al mirar detrás del demonio, Sam vio a una mujer menuda y de aspecto etéreo. Tenía la piel muy blanca y una belleza arrebatadora. Su pelo rubio parecía brillar y sus ojos… eran blancos y penetrantes… espectrales.

Xedrix no parecía muy contento de verla.

—Kerryna, deberías estar durmiendo.

La mujer se acercó a él despacio y le rozó un hombro con delicadeza antes de ponerse de puntillas para darle un cariñoso beso.

—Mi valiente protector. No te preocupes. Estoy bien. —Le tendió la mano a Sam—. Soy la pareja de Xedrix, Kerryna.

—Sam. —Miró la oferta de paz de Kerryna y casi se echó a temblar. Aunque sus poderes hubieran desaparecido, no quería arriesgarse a averiguar algo del pasado del demonio—. Lo siento, no puedo tocarte. No quiero ofenderte, pero es que mis poderes no me lo permiten.

Kerryna bajó la mano.

—Lo entiendo, y no hay ningún problema.

Xedrix cogió la mano de su pareja y se la llevó al corazón mientras los miraba con expresión asesina.

—Como traigáis la guerra a mi casa, me comeré vuestros corazones… sin salsa barbacoa.

Tal como lo dijo, Sam llegó a la conclusión de que hablaba muy en serio.

Dev inclinó la cabeza.

—Entendido.

Sam titubeó al caer en la cuenta de algo relacionado con la noche que murieron los padres de Dev. Fue un recuerdo breve pero muy claro. Miró al caronte con el ceño fruncido.

—Luchaste a nuestro lado la noche que los lobos atacaron el Santuario. Pero eras humano. —Por eso no lo había reconocido. Sus facciones eran similares, pero el aspecto marmóreo de su piel y el color azul suponían una gran diferencia.

En un abrir y cerrar de ojos, Xedrix abandonó su forma demoníaca y se transformó en un humano muy guapo, de pelo oscuro y sin alas. El que ella recordaba de la lucha.

—No era humano. Lo parecía. Es un poco difícil andar por la calle con mi verdadera forma. Aparte de la noche de Halloween, claro. Los humanos suelen acojonarse y no me gusta aguantar sus tonterías.

—A menos que quieras pasarlos por la barbacoa —terció Ceres, desde el techo—. Son muy sabrosos.

Xedrix lo miró.

—También lo son los carontes que se meten donde no los llaman.

Ceres se cubrió por completo con las alas.

Xedrix volvió a mirar a Sam y a Dev.

—Si mato a los humanos, estaría violando el tratado que nos permite quedarnos aquí. Y volveríamos al infierno de los daimons para seguir sirviendo a la diosa más vengativa que te puedas imaginar. —Echó a andar hacia la escalera situada junto al extremo más alejado de la barra—. Seguidme.

Sam se percató de una cosa mientras caminaban. Iba descalza, pero no captaba absolutamente nada del suelo.

Qué raro.

Su cabeza seguía en silencio. ¿Sería gracias a Dev o por algo que había hecho el caronte? Lo ignoraba, pero estaba muy agradecida. Era muy agradable volver a sentirse humana.

Aunque fuera durante unos minutos. Solo por eso merecía la pena haberse convertido en un imán para los daimons. Aunque semejante locura tenía que acabar cuanto antes. Estaba cansada de verlos aparecer sin que los invitara.

Cabrones maleducados e insensibles…

Xedrix los condujo hasta una pequeña habitación situada al fondo del pasillo de la planta alta, amueblada con una cama, una cómoda y una mesita de noche sobre la que descansaba una lámpara de estilo antiguo. Tenía una pantalla rosa con encajes y flecos, muy femenina y delicada. Un detalle fuera de lugar teniendo en cuenta que era el hogar de ese demonio hosco y tan masculino.

Kerryna se detuvo en el vano de la puerta y señaló hacia atrás con una mano.

—Nuestro dormitorio está en el otro extremo del pasillo, por si necesitáis algo.

Xedrix soltó un gruñido de protesta, pero Kerryna pasó de él.

Sam se tensó al escuchar el llanto de un bebé que llamaba a su madre, procedente de la habitación contigua a la suya.

Kerryna desapareció de repente y Xedrix adoptó una expresión todavía más feroz.

—Tal como te he dicho, oso, como involucres a mi familia en esta guerra, me aseguraré de que sea el último error que cometes.

Dev levantó las manos.

—Paz, hermano. Jamás le haría daño a tu familia. Lo sabes.

Con gesto pétreo, Xedrix cerró la puerta y desapareció.

Sam desterró el dolor que la embargaba en cuanto el bebé dejó de llorar. La asaltaron unos recuerdos agridulces que la hicieron desear una segunda oportunidad con su hija. ¡Por todos los dioses, qué molesto le parecía su llanto en aquel entonces, sobre todo cuando Agaria sufría de cólico! Incluso pensaba que acabaría volviéndose loca mientras deseaba no volver a escuchar ese sonido jamás.

En ese instante daría cualquier cosa por escucharlo de nuevo. Por poder coger a su hija mientras lloraba a gritos y acunarla durante toda la noche, pese a la falta de sueño y a la impaciencia.

Ojalá hubiera sabido en aquel entonces lo valiosos que eran esos momentos, porque de ser así habría saboreado cada segundo y cada dolor de cabeza. Cada pañal sucio…

Dio un respingo, deseando que se pudieran enmendar los errores. El castigo más cruel de las Moiras era no poder dar marcha atrás.

Pensar en el pasado no le serviría de nada. Así que se obligó a concentrarse en el presente y en lo que era importante.

—Kerryna no es caronte, ¿verdad?

Dev negó con la cabeza mientras se aseguraba de que no hubiera una ventana al otro lado de las cortinas. Detrás solo había una pared de ladrillo.

—No. Los carontes son atlantes. Kerryna es una Dimme, un demonio sumerio.

Esa sí que era una pareja difícil de encontrar. Y si estaban juntos y tenían un bebé, seguro que había una historia muy interesante.

—¿Cómo llegó a Nueva Orleans? —Había un largo camino desde la antigua Sumeria.

Dev se volvió para mirarla.

—Al igual que tú, la perseguían sus enemigos y acabó aquí. En realidad, ese es un resumen demasiado condensado. Kerryna y sus hermanas son máquinas de matar, que fueron maldecidas y encerradas.

¡Vaya, la cosa se complicaba!

—¿Y dónde están sus hermanas?

—Siguen encerradas. Solo escapó ella.

—¿Y lo lleva bien?

Dev se echó reír.

—Sí, es un poco raro, ¿verdad? Al parecer, las hermanas no estaban muy apegadas. No sé qué la atrajo a Nueva Orleans, pero una vez aquí, conoció a los carontes y más concretamente a Xedrix. De algún modo se acostumbraron a ella y decidieron protegerla. Me alegra no ser un demonio. Porque no quiero ni imaginar qué fue lo que pasó para que le permitieran quedarse… No sé si me entiendes, aunque supongo que sí.

Sam soltó una especie de carcajada al escuchar el comentario.

—¿Y sus enemigos, todavía la persiguen?

—Es posible, pero solo un imbécil se atrevería a poner un pie en un lugar lleno de carontes preparados para entregar sus vidas por ella.

Eso no tenía ningún sentido en opinión de Sam.

—¿De dónde han salido? ¿Qué hacen los carontes en el centro de la ciudad?

Dev rió.

—Aparecieron en pleno Mardi Gras, nena. Una época del año en la que pasan cosas increíbles y la gente se deja llevar por la locura.

—Dev…

Lo vio recobrar la seriedad antes de ofrecerle la verdadera respuesta:

—Hace unos años un dios abrió el portal que comunicaba su plano con el nuestro, con la intención de provocar la destrucción del mundo. Los carontes escaparon y Aquerón selló el portal, pero les permitió quedarse. Desde entonces viven aquí, felices y contentos.

—¿Aunque pensaban destruirnos?

—Bueno, no lo hicieron por iniciativa propia, sino por la de su ama. Solo estaban obedeciendo órdenes, y ahora que están aquí obedecen a Aquerón, que es quien implantó las normas que deben seguir. Como la de no alimentarse de humanos. A menos que quieran volver a su plano. Llevan bastante tiempo en la ciudad, así que supongo que el pacto sigue en pie. —Esbozó una sonrisa monísima.

Sam meneó la cabeza mientras seguía intentando asimilar la información.

—¿Y cómo es que tú los conoces?

—Intentaron comerse a mi hermano Kyle, que los convenció para que no lo hicieran. Los ayudó a montar un club y a integrarse en el plano humano como si fueran simples ciudadanos… sin contar con esa costumbre de dormir colgados de las vigas del techo. Desde entonces hemos tenido una buena relación con ellos. Casi siempre, vamos.

Sam suspiró.

—Esta ciudad es muy rara.

Dev se rió mientras tiraba de ella.

—Sí, pero no hay otro lugar más emocionante.

Cierto. Muy cierto.

Dev le acarició el contorno de los labios con un dedo.

—Vamos a averiguar qué quieren los daimons de ti.

—Bueno, ya sabemos que no es la paz mundial.

—Desde luego. —Siguió acariciándole la cara, desde los labios hasta el rabillo de los ojos—. ¿Sabes que tienes los ojos verdes?

Sam jadeó.

—¿Cómo?

—Que tienes los ojos verdes.

Se apartó de él y corrió hasta el espejo. Sí, era cierto. Con razón no había percibido nada mientras andaba descalza. No quedaba ni rastro de sus poderes de Cazadora Oscura. El simple hecho de que pudiera verse reflejada en el espejo era la prueba más evidente. Los Cazadores Oscuros no se reflejaban en los espejos a menos que usaran sus poderes para hacerlo, porque así se movían con mayor sigilo mientras cazaban.

Y en ese momento era humana. Al menos de forma temporal.

—¿Por eso me apartaste de la pelea?

Dev asintió con la cabeza, porque era consciente de un detalle que ella también conocía: sin sus poderes, podían matarla.

Ethon Stark era un hombre curtido en la batalla. Como ser humano, la lucha era lo que daba sentido a su vida. Como Cazador Oscuro, el ansia de sangre lo atormentaba a todas horas. Nada le resultaba tan placentero como vencer a sus enemigos y verlos desangrarse en el suelo, sobre sus carísimos zapatos. Eso era lo que daba sentido a la vida del guerrero.

Era su razón de vivir.

Contaba con los dedos de una mano los pocos amigos que tenía, y en ese momento uno de ellos, más concretamente una amiga, tenía un problema muy gordo.

Sam.

Sabía que ella lo odiaba. Pero no la culpaba. Era un monstruo, y ella había atisbado la oscuridad que moraba en su interior. La oscuridad que lo enloquecía, y eso en los días buenos.

Sin embargo, para él era su amiga. Lo sería siempre, con independencia de lo que Sam pensara de él. De modo que daría su vida con tal de que estuviera a salvo, aunque eso le acarreara la condenación eterna y una existencia tan miserable como la de pasarse el resto de la eternidad chillando, presa de la desesperación.

Por Sam, estaba dispuesto a todo.

Con ese pensamiento en mente, usó sus poderes para trasladarse desde el Santuario a la casa de Nick, en Bourbon Street. No tenía por costumbre usar mucho esa habilidad, porque no le gustaba que los demás descubrieran lo que podía hacer. La información era poder y cuanto menos se supiera sobre los poderes que ostentaba, a menos gente tendría que matar para proteger sus secretos.

Se materializó a los pies de la escalinata tallada a mano.

—¡Nick! —gritó mientras subía despacio.

Recorrió la casa en busca de la persona que los había traicionado y que había puesto en peligro la vida de Samia.

No obtuvo respuesta.

—¡Nick!

Silencio.

Cerró los ojos y usó sus poderes para registrar la casa.

No había nadie.

Nick debía de estar aún con los daimons, planeando alguna otra traición. La ira que ese pensamiento le produjo abrió las heridas que todos los días se esforzaba por mantener cerradas.

—Muy bien, cabroncete. Es mejor que sigas escondido.

Tarde o temprano, Nick volvería y él lo mataría.

Dev observaba a Sam, que por fin se había dormido. Aunque era alta y una guerrera consumada, tenía una apariencia muy vulnerable mientras dormía.

¿Por qué me siento tan atraído por ti?, se preguntó.

Lo único que deseaba era mantenerla a salvo y eso le resultaba desconcertante. Era como si se le hubiera colado bajo la piel, y el simple hecho de estar cerca de ella lo hiciera sentirse más vivo que nunca. Hasta tal punto lo atraía que le estaba costando la misma vida no desnudarse, acostarse a su lado y abrazarla.

Pero él no era así. Normalmente se sentía muy satisfecho con sus ligues de una noche, de quienes se despedía a las primeras de cambio.

Escuchó que llamaban a la puerta con suavidad.

Se alejó de la cama para abrir y vio que era Ethon.

—Chi y yo estamos abajo. Los carontes están preparando el club para abrir. ¿Necesitáis algo?

—No. Gracias.

Ethon asintió con la cabeza.

—Aquerón dice que la mantengamos aquí aunque proteste.

—Protestará.

Ethon se echó a reír.

—Sí, seguramente. —Comenzó a cerrar la puerta.

Dev se lo impidió para evitar que se fuera.

—Sam y tú parecéis muy unidos. ¿Sabes cómo se convirtió en Cazadora Oscura?

Cuando contestó, la expresión de Ethon fue tan desabrida como su tono de voz:

—Le vendió su alma a Artemisa.

Dev resopló, irritado al escuchar un comentario tan borde.

—Ethon, estoy hablando en serio.

Los ojos oscuros de Ethon reflejaban la indecisión que lo consumía mientras observaba la cama. Al final, miró a Dev y le dijo:

—Su hermana la traicionó. Sam acababa de ser elegida reina y su hermana quería la corona. Así que hizo un pacto con un grupo de daimons. Ellos matarían a Sam y a su familia más próxima, para que la línea de sucesión quedara despejada.

La información fue como un puñetazo en el estómago. La crueldad de ese acto era inconcebible. ¿Tan mala era su hermana para hacer algo así?

—Estás de coña —replicó.

—No se me ocurriría bromear con este tema. Creo que por eso Sam tiene el poder de la psicoscopia.

Dev frunció el ceño.

—No te entiendo.

Ethon tragó saliva y después dijo en voz baja:

—Si hubiera sabido lo que su hermana planeaba hacer, podría haber salvado a su familia.

En cierto modo y por extraño que pareciera, tenía sentido.

—Entonces, ¿a quién más mandó matar su hermana? ¿A sus otras hermanas?

—Sam solo tenía una hermana. —La expresión de Ethon se tensó. Se tornó letal—. Dev, mataron a su marido y a su hija de tres años, delante de ella, mientras yacía moribunda en el suelo.

Esas palabras le provocaron un dolor abrumador. Ni siquiera podía respirar. ¿Cómo había soportado Sam algo así? Solo con escucharlo, él ya ansiaba matar a su hermana. ¿Qué clase de persona le hacía algo así a su familia?

A su hermana. ¡A su sobrina!

Deseó con todas sus fuerzas que Sam hubiera matado a su hermana, que la hubiera degollado.

—Con razón pelea así.

Ethon asintió con la cabeza.

—Por eso no soporta sentirse desvalida. Si no hubiera estado embarazada, a punto de dar a luz a su segundo hijo, no habrían podido…

—¿Qué? —Dev tuvo la impresión de que se le paraba el corazón.

La cara de Ethon le dejó bien claro que estaba tan asqueado como él por lo que le había sucedido a Sam.

—Estaba embarazada cuando la mataron. Creí que lo sabías.

—¿Cómo iba a saberlo? —Dev lo miró con el ceño fruncido—. ¿Cómo lo sabes tú?

La angustia que se reflejó en los ojos oscuros del Cazador fue inconfundible. La angustia y la culpa.

—Su marido era mi hermano pequeño.

Y Dev que pensaba que ya no podría sorprenderlo más… Ese último detalle lo dejó pasmado.

—¿Cómo?

Un tic nervioso apareció en el mentón de Ethon.

—Ioel, su marido, era mi hermano.

Dev no daba crédito. Con razón Ethon la protegía tanto. Era comprensible.

Ethon guardó silencio, abrumado por las emociones. Porque en aquel entonces sentía unos celos terribles al ver a su hermano tan feliz con su amazona. Formaban una pareja muy bien avenida. Y aunque le alegraba ver a su hermano tan contento, también estaba resentido. Ioel creció apartado de las costumbres espartanas por decisión de su madre. Aunque era un guerrero feroz, había crecido en un ambiente protegido, rodeado de lujos y mimos.

No como él.

Ioel siempre conseguía lo que quería sin esforzarse. Mientras que él tenía que luchar con uñas y dientes para hacerse con las sobras de comida que encontraba en el estercolero. Todavía recordaba con claridad el día que conoció a Sam.

Pertrechada con su armadura completa, quitaba el hipo. Su vitalidad era contagiosa mientras bromeaba con sus amigos y con Ioel.

Y solo tenía ojos para su hermano.

De modo que enterró lo que sentía por ella y se retiró para verlos casarse y crear su familia. Siempre que necesitaban algo, lo que fuera, estaba dispuesto a dárselo para facilitarles la vida y para que fueran felices. Su hermano no tenía por qué sufrir las duras lecciones que él había soportado.

Cuando Agaria nació, la quiso con locura. La niña era idéntica a su madre. Y habría hecho cualquier cosa por ellas.

Lo que fuera.

Hasta la noche que murieron. Estaba en el frente cuando recibió las noticias de su muerte. Malherido y ensangrentado, corrió hacia su caballo sin haberse curado siquiera las heridas. Era absurdo, pero pensaba que si conseguía llegar hasta ellos, podría cambiar las cosas.

Salvarlos. Porque tenía la esperanza de que fuera mentira, de que tal vez no estuvieran muertos.

Cuando llegó, Ioel y Ari habían sido incinerados y el cuerpo de Sam había desaparecido.

A la mañana siguiente encontraron el cuerpo de su hermana. El cadáver había sido mutilado con tal saña que Ethon supo que Sam se había vengado. Sin embargo, tuvo una muerte piadosa. Lo que Sam le había hecho no era nada comparado con lo que le habría hecho él de haberla encontrado primero.

Desde ese momento buscó a Sam, pero jamás la encontró. No hasta que pasaron un sinfín de siglos, muchos años después de su propia muerte, y ambos estuvieron apostados en Atenas.

Se encontraron en plena batalla contra los daimons y después, cuando llegó el amanecer, Sam se lo llevó a su casa.

El subidón provocado por la sangre, sumado a los lazos que los unían, los abrumó. Se parecía tanto a su hermano que Sam no dudó en llevárselo a la cama.

Por un instante Ethon conoció lo que era la paz.

Hasta que Sam recobró el sentido común.

Y lo recobró él.

Claro que ya era demasiado tarde. No soportaban ni la culpa ni el dolor. Así que tomaron caminos separados, aunque se cruzaron de vez en cuando.

Ethon seguía queriéndola. Aunque ella no pudiera ni verlo. Aunque no tuviera ningún derecho. La quería.

Y seguiría queriéndola. Sin embargo, eso era agua pasada. En ese momento Sam lo necesitaba.

Jamás volvería a fallarle.

Miró a Dev a los ojos.

—Estoy abajo, por si me necesitáis.

Dev guardó silencio mientras el Cazador se marchaba. Seguía alucinado por lo que acababa de descubrir sobre Sam. ¡Por todos los dioses! Qué tortura debía de haber sido para Sam ver a los Peltier en familia después de todo lo que le había arrebatado su hermana.

Su propia vida.

Con un nudo en el estómago, se sentó en la cama y le acarició el pelo. Su pobre amazona. Tan feroz y orgullosa.

E incapaz de proteger lo que más quería.

Por fin comprendía por qué se había asustado en mitad de la pelea y por qué lo había obligado a salir al pasillo. Posiblemente habría recordado la noche que murió, de modo que había reaccionado de forma instintiva. Pero él no era humano.

Era un oso.

Y hacía falta más que un daimon para matarlo. Mucho más.

—No permitiré que te hagan daño, Sam —susurró con los dedos enterrados en su pelo.

Los sedosos mechones se le enroscaron en la mano, de la misma manera que las extrañas emociones que sentía por ella se le enroscaban en torno al corazón.

Si los daimons la querían, las iban a pasar canutas. Sin embargo, una imagen cruzó por su cabeza, nada más acabar de pensar eso.

Sam muriendo delante de sus ojos, de la misma forma que había muerto su madre, mientras él lo observaba, impotente. El dolor lo embargó.

Porque sabía que esa imagen no era fruto del temor.

Era una premonición.