8

Stryker estaba de pie junto a los humeantes restos de los daimons que habían fracasado. No soportaba la incompetencia.

Una risueña Céfira tamborileaba con fuerza sobre el brazo del sillón con las uñas pintadas de rojo sangre.

—¿Te sientes mejor, cariño?

—La verdad es que no. Creo que debería resucitarlos para poder matarlos de nuevo.

Céfira hizo un mohín burlón.

—Te quiero con locura, cielo. —Solo ella podía llamarlo así. Cualquier otra persona…

Acabaría siendo otra mancha en el suelo.

Stryker soltó un suspiro frustrado.

—Nuestra Cazadora sabe que vamos a por ella y que tenemos las redes de la tía Artie… ¿Sabes cuál es el problema de estar al mando de un ejército de capullos que pasan olímpicamente de cumplir tus objetivos?

—Que les da igual —contestó ella—. Aunque lo normal sería que la posibilidad de romper la maldición eterna los estimulara para buscar el éxito.

—Opino igual. —Señaló las manchas humeantes del suelo—. Pero es evidente que te equivocas. Les preocupaba más saber quién le ponía los cuernos a quién que salvar a nuestra raza. Vaya par de imbéciles.

Céfira cambió de tema.

—¿Quieres que vaya yo a por ella?

Habría dicho que sí, pero para atrapar a Samia tendría que entrar en el Santuario y sacar a esa zorra de los pelos. Y ese lugar estaba lleno de depredadores sobrenaturales a quienes les gustaba la sangre tanto como a él. Acababa de recuperar a su mujer, así que no estaba dispuesto a arriesgarse a perderla en semejante misión.

Iría él mismo, pero violaría el tratado que había acordado…

Las alianzas eran un asco. Algún día aprendería a no hacerlas.

—No, creo que se me ha ocurrido algo mejor.

Céfira detuvo el tamborileo de los dedos.

—¿El qué?

—He pensado en alguien que quiere a la Cazadora más que yo. Él nos la traerá. No me cabe la menor duda.

Stryker solo esperaba que su mensajero no la descuartizara antes.

Sam se puso los vaqueros y se quedó helada al escuchar un sonido que llevaba mucho tiempo sin oír.

La risa de una niña.

Se volvió deprisa y vio que la puerta se abría una rendija tras lo cual se cerró de golpe. Las carcajadas subieron de volumen.

¿Quién era?

Usó sus poderes para abrir la puerta despacio, a fin de no hacerle daño a la mirona. La niña entró de repente en el dormitorio: un torbellino de rizos rubios, ojos azules y hoyuelos. Tendría unos cuatro años humanos y llevaba un bonito vestido estampado con un dibujo animado que no conocía. Era preciosa.

—No tenías que verme —dijo la niña en un fingido susurro—. El tío Dev me ha dicho que me despellejará si te molesto. Pero no te estoy molestando, ¿verdad?

Sí. Verla le estaba provocando un dolor atroz. Le formaba un nudo tremendo en la garganta, despertaba el deseo de abrazar a su propia hija y le llenaba los ojos de lágrimas. Era espantoso que después de tantos siglos sintiera los brazos vacíos, que le dolieran por el deseo de acunar a una niña. Que ansiara recuperar cualquiera de los momentos en los que enterraba la cara en los suaves rizos de su hija para disfrutar de su olor a bebé…

Vendí mi alma por el motivo equivocado, se dijo.

Y eso era lo que más le dolía.

Sam consiguió mirar a la niña con una sonrisa.

—No, cariño. No me estás molestando, en absoluto.

La niña se alegró por su respuesta, ya que cerró de un portazo y se acercó corriendo a ella. La miró con una sonrisa deslumbrante al tiempo que entrelazaba las manos a la espalda.

—El tío Dev dice que cuando la gente te toca, sabes cosas de ellos. ¿Es verdad?

—Pues sí.

La niña empezó a dar saltos de alegría mientras daba palmadas con sus manitas.

—¡Genial! Yo todavía no tengo mis poderes. Sigo esperando que aparezcan… igual que las tetas, pero de momento nada. ¿Cuánto tardaron en salirte a ti?

Sam titubeó antes de responder, porque esa pregunta tan rara le hacía mucha gracia.

—Pues tendría doce años, más o menos.

—Mmmm, ¿cuántos años son esos para un katagario? Nunca me acuerdo. —Se miró el pecho plano—. Es evidente que todavía no he llegado. O eso espero. Porque si no, tendré que meterme cosas en el sujetador como hace mi prima. Y las tiene llenas de bultos. Como cuando salen grumos en un puré. Pero creo que la culpa la tiene el relleno que usa. Kara dice que el papel higiénico no queda tan bien como los calcetines. Es asqueroso y su padre se enfada mucho por eso.

—¡Yessy! ¿Qué haces aquí dentro?

La niña dio un respingo cuando la puerta se abrió de par en par y apareció una doble de más edad. Era como echar una miradita al futuro para ver el aspecto que tendría Yessy a los veinte. Alta, delgada y… sí, con una buena delantera. La chica llevaba unos vaqueros holgados y una sudadera verde, y quitaba el hipo.

Yessy se pegó a la pared.

—No estoy haciendo nada malo, Josie. Eres mala conmigo.

La aludida soltó un suspiro exasperado y miró a los ojos a Sam, que parecía confundida.

—Esta mañana ha intentado hornear el helado BaskinRobins de Rémi, porque cree que así es como se hace el Baked Alaska, y ahora está desobedeciendo lo que se le ha dicho y te está molestando. Lo siento mucho. —Clavó la vista en su hermana—. Estás empeñada en morir joven, sí. Recuerda lo que siempre te digo: papá se come a los tontos.

Dev resopló cuando se colocó tras ella.

—Eso es mentira, JoJo. Porque tú sigues aquí.

La aludida puso los ojos en blanco como solo podía hacer alguien muy apegado a Dev, ya que sabía que su vida no estaba en riesgo.

—Es un trasto.

Dev frunció el ceño.

—Me hago una idea, sí. Yo estaba aquí cuando tú tenías su edad.

Josie se tensó, indignada.

—Yo nunca me he portado así.

—No —replicó él con voz seca—. Nunca te has portado así en la vida. Eras un angelito. Siempre lo has sido. Aunque… ¿por qué hay un agujero en el tiro de la chimenea norte?

Si las miradas matasen, Dev estaría agonizando.

—Eso fue distinto. Alex me estaba molestando. Y fue él quien compró los petardos.

—Claro, claro. Que los dioses nos ayuden y que ayuden a nuestros clientes cuando tu padre decida que ya eres lo bastante mayor para trabajar de camarera. Ahora largo, las dos, antes de que os mande con Rémi para que os coma de merienda.

Josie cogió a Yessy de la mano.

—¿Lo ves? Te lo dije, se comen a los tontos.

Cuando Dev hizo ademán de cerrar la puerta, Yessy volvió corriendo y le abrazó una pierna.

—Te quiero, tío Dev.

Él la levantó para abrazarla con fuerza y le dio un beso en la mejilla antes de dejarla en el suelo.

—Yo también te quiero. Ahora vete, tontorrona, antes de que Josie saque las garras.

La niña separó las piernas y levantó los puñitos en pose peleona.

—Ganaré yo.

—¡Yessy! —gritó su hermana desde el pasillo.

La niña bajó los brazos, puso cara de sorpresa y salió corriendo de la habitación.

Dev soltó una carcajada mientras cerraba la puerta y miró a Sam con una sonrisa.

—Lo siento. No sabía que Yessy se había escapado. Tenemos que vigilarla de cerca. Te juro que se mueve tan rápido que a veces ni la ves pasar a tu lado.

Sam solía pensar lo mismo de su hija. ¡Por todos los dioses! Daría cualquier cosa por poder perseguir a Agaria un día más…

Se obligó a no pensar en eso.

—Es monísima. ¿De quién es?

—De mi hermano Zar.

—¿Y quién es Alex?

—El hermano mayor de Josie. Zar es una máquina de hacer críos. No preguntes. Ha engendrado tantos cachorros que hemos perdido la cuenta. Por suerte son lo bastante monos como para que soportemos la mayoría de sus chorradas.

Sam meneó la cabeza al escucharlo.

—¿Dónde los tenéis? Nunca he visto niños cuando he venido.

—Tienen prohibido pisar el bar durante el horario de apertura. Los cachorros se quedan en la casa, y están protegidos hasta que llegan a la pubertad y pueden adoptar forma humana. Los niños humanos son vigilados con el mismo celo y algunos van al colegio cuando tienen la edad suficiente. Siempre que quieran, claro. Si no quieren, les damos clase en casa.

Eso lo explicaba todo. Entendía perfectamente que los protegieran tanto.

—¿Por qué no dejáis que Josie trabaje de camarera? Me parece lo bastante mayor.

Dev adoptó una expresión seria.

—Todo el mundo cree que somos katagarios. Cualquiera que vea a Josie o a otro de los niños humanos a esta edad sabrá de inmediato que no lo somos. Al menos, no todos.

Sam no entendía el problema.

—¿Eso es malo?

A juzgar por la feroz expresión de Dev, lo era.

—Cuando mi madre vivía, le habría costado su puesto en el Omegrion. Era la representante de los ursos katagarios. No puedes ocupar el puesto a menos que seas leal a tu especie. Los otros clanes de osos katagarios habrían considerado que estar emparejada con un arcadio suponía un conflicto de intereses… lo que, créeme, no era verdad. Mi madre fue leal a su especie hasta las últimas consecuencias. Y luego está el detallito de que a muchos no les gustan los mestizos. Creen que somos escoria, un escalón por encima de las cucarachas y a veces ni eso. Me vería obligado a matar a cualquiera que humillara a mis sobrinos. Y mejor no pensar en lo que haría Rémi.

Ese era uno de los motivos por los que Dev le caía tan bien. Se parecía mucho a ella. La familia era lo primero y todos estaban dispuestos a matar a cualquiera que cometiera la estupidez de meterse con ella.

Dev le señaló el pecho con un gesto de la cabeza.

—¿Cómo te sientes? ¿Te sigue molestando la herida?

—He dormido y está casi curada. Sigue un poco sensible, pero me encuentro bien. —No era del todo cierto. Le escocía una barbaridad. Si no fuera una amazona, seguro que se estaría quejando. Sin embargo, no lo llevaban en los genes. Las amazonas seguían adelante sin importar los obstáculos.

—Estupendo. —Dev se metió las manos en los bolsillos traseros, en una pose tan sexy que a Sam se le aceleró el corazón—. ¿Quieres las malas noticias?

La pregunta le provocó un nudo en el estómago. Le habría cortado el rollo a cualquiera. En su caso, echó el freno a sus hormonas revolucionadas e hizo que su cerebro comenzara a imaginarse el sinfín de cosas que podían haberse torcido mientras ella echaba un sueñecito.

—Tienes la rabia, ¿verdad? Y resulta que los Cazadores Oscuros nos podemos contagiar. Se me empezarán a caer trozos del cuerpo, pero primero se me caerá el pelo. ¿Es eso?

—Muy graciosa. No. Ya te gustaría que fuera eso.

Genial. Simplemente genial. ¿Por qué se había levantado de la cama?

—¿Sería mejor que me sentara?

—Sí, yo me sentaría sin dudarlo, pero es que soy vago por naturaleza.

Con un suspiro, Sam se apoyó en la cómoda y cruzó los brazos por delante del pecho.

—¿De qué se trata?

—Ash, en su infinita preocupación por ti, ha enviado a un par de Perros para que nos ayuden a protegerte hasta que averigüemos por qué Stryker te tiene entre ceja y ceja.

Eso era muy malo. A lo mejor debería sentarse antes de hacer la pregunta retórica para la que no quería respuesta.

—¿A quién ha mandado?

—A Ethon Stark y a …

—No. —Se negaba a tenerlo cerca. Le resultaba tan doloroso que a esas alturas era una crueldad y un castigo desproporcionado que estuviera siquiera en la misma ciudad.

—Pues vas a tener que hablar con el jefazo. Yo no controlo a quién le asigna cada trabajo. Bastante tengo con encargarme del bar.

Sam pasó por alto el comentario y se concentró en el tema principal.

—¿Pregunto quién es el otro o mejor me callo?

—Tu amiga Chi.

En fin, menos daba una piedra. Ojalá pudiera librarse de Ethon… en más de un sentido.

—No puedo creer que Ash haya mandado a Ethon para protegerme. —Cierto que Ash no conocía hasta qué punto había progresado su relación, o eso esperaba; pero sí sabía que no le caía bien el espartano—. Menuda putada. —Apretó los dientes para no soltar otro taco. Después suspiró al darse cuenta de que tenía cierto margen—. Al menos no tengo que aguantarlo hasta que se ponga el sol…

—La verdad es que te está esperando abajo.

Claro que sí. Porque a ella nunca le sonreía la suerte y porque Ash tenía un retorcido sentido del humor.

—¿Cómo es posible? Es de día.

—¿Te acuerdas de Tate? Tiene bolsas para cadáveres en las que transporta a los Cazadores Oscuros.

Su respuesta hizo que Sam frunciera el ceño.

—¿Y por qué yo no lo sabía?

—Seguramente porque meterte en una bolsa para cadáveres con tus poderes sería muy mala idea, ya que percibirías un sinfín de cosas de sus anteriores ocupantes.

Sam gruñó antes de preguntar:

—¿Puedo meter a Ethon en una para siempre?

—A mí me da igual, pero te repito que vas a tener que hablarlo con el jefazo, que a lo mejor sí se molesta.

Detestaba que Dev usara el sentido común.

—¿Chi también está aquí?

—Sí, está en el bar, dándole una paliza a la máquina del Comecocos que hay en la parte de atrás. —Se acercó a ella.

Sam se tensó por costumbre.

Dev le tomó la cara entre las manos y esa cálida sensación se apoderó de ella. El deseo oscureció sus ojos mientras la miraba a la cara. Su aliento le acarició la piel.

—¿De verdad estás bien?

No, no estaba bien cuando lo tenía tan cerca y la hacía sentirse normal. Adoraba y detestaba la sensación en la misma medida. El olor de su piel la atormentaba, y sentía una abrumadora necesidad de mordisquearle el mentón. ¿Cómo era posible que un tío estuviera tan bueno?

¿Cómo podía ser tan tierno y feroz a la vez? Era una combinación increíble, y muy erótica.

Le recordaba todas las cosas a las que había renunciado por esa vida. Todas las cosas que en otro tiempo habían sido su mundo.

Se lo imaginó con su hijo en brazos.

Joder, no debería haberlo visto con su sobrina, se dijo. Porque esa imagen la atormentaría eternamente. Siempre le había encantado ver a un hombre acunando a un bebé. Eso fue lo que la enamoró de Ioel. Estaban paseando por el pueblo cuando un niño plebeyo se cayó al barro.

Sin pensar en su estatus noble ni en sus ropas caras, Ioel cogió al niño en brazos y lo tranquilizó antes de llevarlo a casa con su madre. Acabó con el quitón lleno de huellas de las manos del chiquitín.

Al verlas se echó a reír.

«Ya se quitarán. Prefiero llevarlo manchado a ver a un niño herido. La ropa se puede reemplazar. Pero siempre hay que cuidar a los niños», dijo él.

Ese recuerdo se le clavó en el corazón.

¿Por qué tuviste que morir?, se preguntó.

Pese a todos los siglos transcurridos, aún seguía furiosa con él por haber muerto y por haberla dejado sola en el mundo. Aunque sabía que, estuviera donde estuviese, protegía a su hija por ella.

Tal como le había prometido.

Concéntrate, Sam, se ordenó. Tenía cosas mucho más importantes en las que pensar, ajenas por completo a un pasado que no podía cambiar. Como el hecho de haberse convertido de repente en un imán para los daimons.

¿Planeaban atacar a los Cazadores Oscuros uno a uno y llevarlos a Kalosis para torturarlos antes de matarlos?

¿O se trataba de algo peor?

Dev ladeó la cabeza como si estuviera escuchando algo que solo él podía oír. Cuando la miró de nuevo, fruncía el ceño.

—Nick Gautier también está abajo.

—¿Nick?

La habían destinado a Nueva Orleans para protegerlo. Aunque era un Cazador Oscuro, Nick se había transformado en algo que Aquerón no quería explicar. Les había contado que debían proteger a Nick hasta que aprendiera a controlar sus poderes. Si permitían que los poderes oscuros se acercaran a él, se corrompería y tendrían que enfrentarse a algo mucho más peligroso que los daimons.

Aunque no contaran con los medios para detenerlo.

Sam meneó la cabeza.

—¿Qué hace aquí?

—No lo sé. Me acaba de telesoplar —contestó, usando un término muy común entre arcadios y katagarios para decir que Nick se había comunicado telepáticamente con él— que necesita verte. ¿Quieres que suba o bajas tú?

La telepatía de Nick hizo que Sam enarcara una ceja. Cuando Aquerón le explicó los poderes de Nick, ese no se encontraba en la lista. De ahí que se preguntara en ese instante si Aquerón lo sabía todo de Nick o si sus poderes estaban aumentando más rápido de lo que su intrépido líder sabía. O si era otra de esas ocasiones en las que Aquerón se reservaba información pertinente.

—¿Gautier es telépata?

—O lo es o yo estoy alucinando. Detestaría malgastar una alucinación estupenda con Nick Gautier, sobre todo si tú andas por medio.

Sam soltó una carcajada al comprobar que Dev no se tomaba nada en serio.

—Que suba.

Apenas había pronunciado las palabras cuando Nick apareció delante de ella. No entendía el motivo, pero el cajun tenía algo que le ponía los nervios de punta. Aunque siempre había sido amable con ella, era como si hubiera algo maligno en él. Algo que la ponía nerviosa. Algo que la inquietaba.

No la asustaba, pero sí la ponía en tensión.

Algo no va bien con Nick…, pensó.

El cajun era alto y guapísimo, e iba vestido de negro. Lo único que lo diferenciaba de los otros Cazadores Oscuros, que solían esconder la marca que los delataba como tal, era que la llevaba en la mejilla y en el cuello, como si Artemisa le hubiera dado un bofetón al resucitarlo.

Sam habría jurado que durante una milésima de segundo los ojos de Nick se volvieron rojos, justo antes de que se le escapara una carcajada siniestra.

—Lo llevas muy crudo.

Sam miró a Dev antes de volver a mirar a Nick con expresión impasible.

—¿Por qué?

—No puedes quedarte aquí —respondió Nick con voz siniestra—. Los daimons saben dónde estás y se preparan para una guerra abierta.

Dev resopló.

—Dinos algo que no sepamos ya.

Nick le lanzó una mirada a Dev que dejó bien claro que lo tenía por un imbécil.

—No sabéis a lo que os enfrentáis. Aquí hay niños y ahora mismo Savitar no está de vuestra parte. Stryker lo sabe y planea aprovecharse de la situación.

Dev no estaba muy convencido.

—¿Y cómo sabes lo que planea Stryker?

Nick no contestó.

—A ver, podéis quedaros aquí a discutir o podéis fiaros de mí.

Dev titubeó. Una parte de él seguía viendo a Nick como al crío respondón que había crecido en la planta baja jugando al billar y cuidando de su madre, que trabajaba de camarera en el local.

Sin embargo, ese Nick había desaparecido la noche que su madre fue asesinada por un daimon y él se suicidó a fin de convertirse en Cazador Oscuro y poder vengarse de su asesino. Desde entonces no era el mismo.

Además, Nick tenía unos poderes que superaban con creces los de un Cazador normal. Unos poderes alucinantes. Su instinto animal los presentía. Eran unos poderes extremos e intensos. Y lo peor: eran malévolos y fríos.

Corruptivos. Procedían de algo mucho más oscuro que la diosa Artemisa.

Y ese día en concreto…

Dev captaba algo más en su interior. Nick tenía algo ese día que no acababa de encajar en absoluto…

Sintió un escalofrío en la columna.

Por ese motivo, Dev no le daría el beneficio de la duda. Hasta que no supiera de qué lado estaba Nick iba a considerarlo un enemigo, sin importar que en otro tiempo hubiera sido un aliado. Si algo había aprendido por las malas, era que la gente traicionaba.

—Ya hemos demostrado que podemos enfrentarnos a todo lo que nos echen. Creo que Sam estará bien aquí.

Nick resopló.

—La última vez evacuasteis a los niños. Los alejasteis de la línea de fuego. Pero han vuelto. ¿Estás preparado para ponerlos en peligro?

La pregunta le sentó como un tiro.

—¿Estás amenazando a nuestros cachorros?

Era imposible descifrar algo en la expresión de Nick o en su pose.

—Estoy intentando salvaros a todos.

Dev quería creerlo. Con todas sus fuerzas. Pero había algo que lo hacía recelar y no sabía qué era.

—Mira…

La expresión de Nick se volvió amenazadora.

—A ver, oso, ¿por qué no captas la indirecta y te piras?

Dev se tensó.

—No me hables así, tío. No te lo consiento.

Sam apartó a Dev de Nick al tiempo que una imagen muy rara aparecía en su cabeza. Vio a Nick rodeado de daimons. Vio…

La imagen desapareció antes de que pudiera analizarla. Mierda. Odiaba cuando sus poderes le jugaban esa mala pasada.

Nick la miró con los ojos entrecerrados.

—Deberíamos marcharnos antes de que alguien resulte herido.

De repente, Sam se dio cuenta de lo que andaba mal. Nick estaba allí solo. Absolutamente solo.

—¿Quién te protege hoy?

—¿Cómo dices?

—Ya me has oído, Nick. ¿Quién estaba de guardia hoy?

—No necesito protectores ni guardias —respondió él con el ceño fruncido—. Ya se lo dije a Aquerón. Estáis perdiendo el tiempo. Pero da igual. —Desvió la mirada hacia Dev, que los observaba con gesto serio—. Si no queréis iros, vale. —Su expresión se tornó fría—. Quedaos. Que os maten. Me importa una mierda. Solo quería hacerle un favor a Aquerón.

Sam torció el gesto, asqueada. Aunque esa era la actitud típica de Gautier, no solía expresarse de forma tan soez.

Lo vio pasarse el pulgar por la mejilla antes de decir con desdén:

—Son todo vuestros. Υρώω το περίδρομο!

Sam resopló al escuchar la frase en griego, que quería decir que comieran hasta hartarse.

En cuanto Nick pronunció esas palabras, se abrió una madriguera en el centro de la habitación y de ella surgió un numeroso grupo de daimons.