7

Sam miró a Dev y torció el gesto.

—¿Cómo que encontraron a dos demonios desangrados?

Dev se metió el móvil en el bolsillo.

—La policía encontró los cadáveres esta mañana en un lugar bien visible. Por suerte estaban en forma humana, así que no es necesario alterar los recuerdos de los agentes. Pero Ash cree que lo han hecho a modo de advertencia para nosotros, y también para no asustar a los humanos. ¿Por qué si no dejarlos expuestos para que la policía los encuentre y dictamine que se trata de un par de pobres desgraciados, víctimas de un asalto?

Eso tenía sentido, pensó Sam, pero quería saber una cosa.

—Si están en forma humana, ¿cómo sabe Aquerón que son demonios?

—Enviaron los cadáveres al instituto forense de la ciudad. Allí trabaja Simone, que en realidad es un semidemonio y que está casada con un semidiós que también posee sangre demoníaca. Viven con dos fantasmas. Por si eso no fuera suficiente, su jefe es un escudero con una larga trayectoria en encubrir sucesos paranormales para despistar a los humanos. En serio, Simone sabe identificar a un demonio. Antes y después de la autopsia.

Sam soltó una carcajada siniestra.

—Qué ciudad más interesante.

—¿A que sí? Además, digo yo que Aquerón también sabrá distinguir entre un humano y un demonio. No creo que vaya a confundirlos.

Sí, era un motivo de peso. Pero Sam seguía preocupada.

—¿Alguna idea de quién los mató y por qué?

—Ninguna. ¿A ti se te ocurre algo? Ash me ha dicho que no tenían ni gota de sangre. Por lo demás, parecían normales. Simone cree que se trata de algún ritual demoníaco y que les han extraído la sangre porque la necesitan para algo en concreto. ¿Por qué si no iban a dejarlos secos? No es el modus operandi de los demonios.

Sam guardó silencio mientras recordaba lo que había visto la noche anterior a través de los ojos del demonio.

Un demonio en el suelo del que se alimentaban los daimons.

¡Por todos los dioses!

En ese momento se le encendió la bombilla.

—Han sido los daimons.

Dev frunció el ceño.

—¿Cómo dices?

Sam no le hizo caso, asaltada como estaba por una espantosa premonición. No le cabía la menor duda de lo que había pasado ni de a quién iba dirigido el mensaje.

A ella.

—¿Puede darme Aquerón alguna foto de los demonios muertos?

Dev frunció el ceño.

—¿Para qué?

—Tengo un mal presentimiento. Vi a los daimons matar a un demonio en su guarida y me pregunto si será uno de los dos que la policía ha encontrado en la calle.

Dev no lo veía claro.

—¿Qué probabilidades hay de que sea así? Me da que es un poco difícil.

—¿Y si no lo es?

¿Y si lo que pretendían era hacerle saber a ella lo que estaba pasando? O bien era un retorcido juego mental o bien era otra cosa muy distinta.

En cualquier caso, tenía que salir de dudas.

Dev sacó el móvil y empezó a escribir un mensaje. Menos de un minuto después recibió la respuesta. La miró y después le acercó el teléfono para que ella también lo viera.

—¿Te suena?

Aumentó el tamaño de la foto para que pudiera distinguir a las dos víctimas que yacían en el suelo. Tenían las caras muy blancas, demudadas por el horror sufrido durante los últimos instantes de vida. Como si fueran máscaras permanentes de la tortura padecida. Lo peor fue que reconoció a uno de ellos.

Sí, la cosa se estaba poniendo muy chunga.

Sam miró a Dev a los ojos.

—El de la derecha. Vi cómo lo mataban los daimons.

Dev se quedó blanco como la pared mientras examinaba de nuevo la foto.

—¿Estás segura?

Ella asintió con la cabeza.

—El demonio limaco era su sirviente. Varios daimons se alimentaron de él hasta matarlo. Lo vi todo… Bueno, no el momento de la muerte en sí; pero sí lo que sintió el demonio limaco, así que no me cabe duda de que los daimons que se estaban alimentando de él acabaron matándolo. Fueron ellos.

Dev soltó un taco.

—Están absorbiendo poderes demoníacos de la misma manera que absorben los de los arcadios y los katagarios.

—Por eso son inmunes al sol. No puede ser otra cosa. Es lo único que tiene sentido.

Sin embargo, Dev no parecía muy convencido.

—Pero cuando nos matan a nosotros, no reciben esa habilidad. Y eso que somos inmunes al sol.

—Entonces, ¿por qué lo hacen? Los daimons tienen prácticamente los mismos poderes que la mayoría de los demonios. O más. Salvo la capacidad de poder salir durante el día. No hay otro motivo para que vayan tras la población demoníaca. Mucho menos cuando los humanos son presa fácil. Sabes muy bien que un demonio no permite que se den un festín con él sin pelear. No sin antes haber luchado de forma brutal, de ahí los moratones que presentan los cadáveres.

Dev reflexionó al respecto. Sam podía estar en lo cierto. ¿Por qué si no iba un daimon a alimentarse de un demonio?

—¿Crees que por eso van detrás de ti? ¿Para ver si pueden quedarse con alguno de tus poderes?

—No. La sangre de los Cazadores Oscuros es venenosa para ellos.

Cierto, se le había olvidado.

—Entonces, ¿por qué van a por ti?

—No tengo ni idea. ¿Quizá porque los vi?

—¿Y cómo lo saben?

Sam se encogió de hombros.

Dev se guardó el móvil en el bolsillo mientras intentaba descubrir qué querían los daimons de Sam. Sin embargo, no llegó a ninguna conclusión.

—¿Te dijeron algo cuando aparecieron en tu casa? ¿Averiguaste algo de ellos?

—Nada que nos sea útil. Eran un par de imbéciles más preocupados por su vida amorosa que por mí. Lo único que dijeron fue que me llevaban con Stryker.

—¿Con el comandante spati?

—Ajá. O era otro el que ocupaba el trono en su centro de mando, rodeado por sus tropas.

Dev silbó por lo bajo.

—Lo llevas crudo. Ese tío está como un cencerro. Está obsesionado con Aquerón y con Apolo de la peor forma posible. No se detendrá ante nada con tal de matarlos.

—¿Por qué?

—Supongo que a Ash lo odia por ser el líder de los Cazadores Oscuros. Y a Apolo, por ser su padre.

Sam se quedó pasmada porque eso era lo último que esperaba oír.

—¿Cómo dices?

Dev asintió con la cabeza.

—Apolo creó la raza apolita con la intención de usarla para conquistar el imperio atlante, Grecia y en última instancia el panteón griego. Quería dominar el universo y destronar a Zeus como regente de los dioses. Pero cuando los apolitas mataron a su amante humana y a su hijo, se le fue la pinza y los maldijo, sin recordar que estaría maldiciendo a sus hijos, medio apolitas, y a sus nietos. Stryker no ha conseguido superarlo y desde entonces ha buscado el modo de matar a su padre. Está inmerso en una cruzada para vengarse. Y no lo culpo. Yo también querría su sangre si hubiera visto a mis hijos morir solo porque el gilipollas de mi padre no fue capaz de evitar meterla donde no debía.

Sam levantó las manos mientras intentaba asimilar todo lo que le estaba diciendo. Pero no tenía sentido alguno. Si lo que Dev decía era cierto, Stryker tenía…

La edad de Aquerón. Unos once mil años.

No. Era imposible.

—Espera. No hay daimons tan viejos. La mayoría muere después de unas décadas. De vez en cuando alguno tiene la suerte de llegar a los cien años, pero no…

—Stryker cuenta con un ejército de daimons que tienen miles de años de edad.

Sam se negaba a creerlo.

—Y una mierda.

De ser así, esa información se habría convertido en la comidilla de los Cazadores Oscuros.

Dev meneó la cabeza y la miró con una expresión sincera.

—Es cierto. Lo sé de muy buena tinta. Los daimons spati tienen miles de años —dijo él.

Sam seguía sin poder creérselo. Ella misma tenía cinco mil años y en todo ese tiempo jamás se había encontrado con un daimon que tuviera más de unas cuantas décadas. Los Cazadores Oscuros se esmeraban a la hora de darles caza. Siempre encontraban su presa.

—¿Cómo es posible?

—Son muy buenos en su trabajo: matar humanos y sobrevivir —contestó Dev.

—No, no me refiero a eso. ¿Cómo sabes que existen? Podría ser una mentira muy gorda, como la del Temible Pirata Roberts, o puede ser un tío que afirme ser Stryker mientras que el verdadero Stryker lleva siglos muerto.

Dev sonrió como si le hubiera hecho gracia su referencia a La princesa prometida.

—Resulta que uno de los sirvientes de Ash es hijo de Stryker y tiene once mil años. He hablado mucho con Urian sobre su padre y sobre la historia de los spati.

Su respuesta fue como un puñetazo en el estómago.

—¿Y a Aquerón nunca se le ha ocurrido contarnos esto? —preguntó Sam.

—¿Para arriesgarse a que os entre el canguelo?

Un daimon con ese nivel de entrenamiento sería duro de pelar, pensó ella.

—¿No te parece que deberíamos estar al tanto de esto?

—¿Cuántos siglos has estado en la inopia? —replicó Dev.

Cierto, pero el conocimiento era poder, y tenían derecho a saber contra quién luchaban.

—Eres igualito que Aquerón.

—Me lo tomaré como un cumplido —dijo él.

—No lo he dicho con esa intención.

—Lo sé. Pero te mosquea que yo no me mosquee. —Dev sonrió de oreja a oreja—. Me encanta.

Ella puso los ojos en blanco.

—Lo que tú digas.

—Cabréate todo lo que quieras. Me encantan las mujeres con carácter. Pero nada de esto nos ayuda a descubrir por qué los daimons te tienen tantas ganas.

Desde luego.

—Esa es la pregunta del millón —replicó Sam.

Dev se puso serio mientras la miraba con una expresión que le heló hasta el alma que no poseía.

—No. La pregunta es… ¿cuántos más vendrán a por ti?