6

Sin más armas con las que defenderse, Sam clavó los colmillos en el brazo del daimon un segundo antes de que este la arrastrara al portal.

El daimon la soltó después de insultarla.

Sam golpeó el suelo con fuerza, pero por suerte consiguió liberar un brazo y parte del cuerpo de la red. Rodó para salir de ella. El daimon se recuperó y la atrapó para envolverla de nuevo en la red.

¡Joder!, exclamó para sus adentros mientras intentaba luchar, pero la dichosa diktion lo convertía en una tarea imposible.

El daimon la puso de espaldas, le enseñó los colmillos y después le clavó un puñal en el pecho, algo que solo podía hacer un daimon con fuerza sobrenatural. De haber sido humana u otra daimon, habría muerto en el acto.

Sin embargo, tal como estaban las cosas, lo único que consiguió fue provocarle un dolor espantoso. De haber tenido dos dedos de frente, ese idiota habría sabido que si le dejaba el puñal clavado en el corazón, habría muerto. Pero por suerte para ella, el daimon contaba con una educación paupérrima y le sacó el puñal para que se desangrara.

Aunque no la mataría. De hecho, así únicamente conseguía cabrearla.

—¿A que duele? —le preguntó él, furioso—. ¿A cuántos camaradas has matado así?

—Parece que me he dejado a uno —consiguió mascullar, abrumada por el dolor—. Pero no volveré a cometer el mismo error.

El daimon soltó una carcajada.

Acto seguido, salió volando por encima de ella y acabó estampado contra la pared.

Alucinada, Sam vio que Dev le quitaba la red del cuerpo y la arrojaba sobre el daimon. Lo envolvió con ella y lo hizo girar con fuerza para estamparlo de nuevo contra la pared que había al otro lado de la cama. El golpe fue tan fuerte que el daimon rompió el tabique de escayola y quedó con medio cuerpo dentro del dormitorio y medio cuerpo en el pasillo.

El oso tenía fuerza. Había que reconocerlo.

Sam se puso en pie, pero se resbaló con la sangre que seguía brotando de su pecho. Cogió el puñal que el daimon había soltado y se abalanzó sobre el muy cabrón.

Por desgracia, al traspasar la pared casi había logrado zafarse de la red, de modo que el daimon pudo ponerse en pie y prepararse para el ataque.

—Apártate, oso —gruñó ella.

Dev no tuvo tiempo de obedecer antes de que el puñal pasara silbando junto a su mejilla, tan cerca que habría jurado que le apuró el afeitado, y se clavara en el pecho de su enemigo.

El daimon explotó soltando un último insulto y se convirtió en una lluvia de polvo dorado. La red que tenía enrollada en las piernas cayó al suelo.

Dev se volvió y miró con los ojos entrecerrados el portal por el que habían desaparecido las mujeres. Mientras estuviera abierto, los daimons podían volver para llevarse a Sam, que estaba tirada en la cama, sangrando profusamente y jadeando por el dolor. Verla así hizo que sintiera deseos de revivir al daimon para poder arrancarle el corazón y obligarlo a comérselo.

Sin embargo, lo principal era sacarla de allí.

Sin pensar, la levantó en brazos, cogió la red del suelo para que los daimons no la recuperasen y se teletransportó a la consulta de Carson en el Santuario, donde con un poco de suerte el médico podría cortar la hemorragia.

Sam, que estaba totalmente desorientada, se descubrió en una habitación sin ventanas que parecía pertenecer a un hospital. Había una camilla, una vitrina y unas cajoneras metálicas con instrumental quirúrgico y medicamentos. El oso debía de haber usado sus poderes para teletransportarlos.

Le habría gustado que la avisara antes de sacarla de su casa, la verdad. En ese momento tenía la sensación de que iba a vomitar. Literalmente. El oso tenía suerte de que no le hubiera echado hasta la primera papilla encima.

Antes de que pudiera protestar, Dev la dejó en la camilla mientras llamaba a gritos a un tal Carson. En cuanto su piel tocó la sábana, la asaltaron las emociones de otras personas. Alguien había muerto recientemente en esa camilla. Sintió su pánico mientras luchaba con todas sus fuerzas para seguir vivo y también percibió las lágrimas que derramó su pareja cuando perdió la batalla.

Otra persona yació herida de gravedad y una tercera había estado enferma… uno de los oseznos. La asaltaron decenas de imágenes y emociones, pero no podía defenderse porque estaba herida. Le iba a estallar la cabeza. No podía respirar. No podía pensar. No podía escapar.

¡Ayúdame!, gritó para sus adentros.

Dev dio un respingo cuando Sam comenzó a gritar. La vio acurrucarse en posición fetal y echarse a temblar. Era como si la estuvieran torturando.

¿Qué hago?, se preguntó.

Carson apareció a su espalda, pero retrocedió con los ojos como platos al ver el estado de nervios de Sam. Dev nunca lo había visto acobardado por nada, pero saltaba a la vista que la situación lo intimidaba.

—¿Qué pasa? —quiso saber.

Dev levantó las manos.

—La han herido, pero no sé… no sé por qué está gritando.

Por una vez, él no había hecho nada para provocarlo.

En ese momento recordó sus poderes.

¡Joder!, exclamó en silencio.

La cogió en brazos y la pegó contra su cuerpo, alejándola todo lo posible de la camilla.

—Tranquila, Sam —le susurró al oído en un intento por calmarla—. No pasa nada. Siento muchísimo que se me haya olvidado.

Sam se tensó en cuanto las emociones la abandonaron con tanta rapidez que se quedó sin fuerzas. Un segundo antes sufría la agonía más espantosa.

Y en un abrir y cerrar de ojos…

Paz absoluta. Era como encontrarse envuelta en un capullo sensorial impenetrable. No había pensamientos. Ni sentimientos. Solo ella en su cabeza. Sorprendida, miró a Dev, que la observaba con el ceño fruncido por la preocupación.

—¿Estás bien?

Asintió con la cabeza despacio, a la espera de que regresara el asalto contra sus sentidos. Pero no sucedió. El poder que tenía Dev, fuera el que fuese, seguía presente. ¡Alabados fueran los dioses! Apoyó la frente en su mejilla derecha y le tomó la izquierda con una mano. Agradecía tanto el silencio que se habría echado a llorar de buena gana.

Carson se acercó a ella con cautela. El médico llevaba la larga melena negra recogida en una trenza que le caía por la espalda. Era guapísimo, y había algo en esas facciones afiladas que le recordaba a un pájaro. Lo vio extender una mano para tocarla.

Sam dio un respingo y se pegó más a Dev.

—No.

Carson se quedó quieto, ofendido.

—¿Perdona?

—No puedes tocarme. Si lo haces, abrirás una conexión entre nosotros y veré toda tu vida. Lo digo en serio, será toda tu vida, con pelos y señales. Si me tocas con cualquier aparato, sabré cosas de todas las personas a las que hayas tratado con dicho aparato. Sin ánimo de ofender, no me apetece compartir esa intimidad contigo.

Carson silbó por lo bajo al tiempo que levantaba las manos en señal de rendición.

—Tranquila, no me ofendo. Yo tampoco quiero compartir mis intimidades contigo. Con razón te has vuelto loca hace un segundo.

Si él supiera, pensó Sam.

Dev frunció el ceño mientras la colocaba mejor.

—Sí, y a saber lo que está averiguando ahora mismo sobre mí. Se me ponen los pelos como escarpias de pensarlo.

Sam lo miró a la cara.

—Los dos sabemos que eres un pervertido.

Dev se ruborizó, una reacción que la llevó a preguntarse qué estaba pensando.

Decidida a mitigar su vergüenza, hizo un mohín con la nariz.

—Tranquilo, Yogui, sigo sin captar nada de ti.

Carson soltó una carcajada.

—Joder, Dev. Rémi tiene razón. Tienes la cabeza hueca.

El aludido lo miró con cara de pocos amigos.

—Halcón, alégrate de que la tenga en brazos, porque de lo contrario tú y yo íbamos a tener unas palabritas.

Carson pasó de él y se dirigió de nuevo a Sam:

—¿Cómo te sientes ahora?

—Sin contar con el agujero que tengo en el pecho y el dolor que me provoca, la verdad es que estoy bastante bien.

Dev no parecía muy convencido.

—Bueno, ¿qué hacemos, Doc? Seguro que puedes arreglarlo de alguna manera.

Sam meneó la cabeza.

—No voy a morir. Llévame a casa y…

—No. —Dev la interrumpió antes siquiera de que pudiera formular la sugerencia—. No puedes volver a tu casa. Los daimons podrían regresar a través del portal que han abierto o podrían estar esperándote, y no te encuentras en condiciones de enfrentarte a ellos. ¿Por qué narices los invitaste a tu casa? ¿En qué estabas pensando?

Su acusación la ofendió muchísimo.

—¿Me tomas por loca? No los invité. De hecho…

Guardaron silencio a la vez al percatarse de lo que quería decir eso. Los daimons no podían entrar en residencias privadas sin una invitación previa. Eso formaba parte de la maldición de Apolo, para proteger a los humanos. Si se trataba de un edificio público, sí podían entrar.

Sin embargo, su residencia privada debería estar vetada…

—¿Cómo han entrado? —susurró ella mientras intentaba recordar si había hecho algo. Pero no recordaba nada. Había sido muy cuidadosa a la hora de elegir su casa y solo la había pisado ella.

¡Joder!, pensó.

Dev cambió de postura antes de hablar.

—¿De verdad no los invitaste?

Negó con la cabeza.

Carson se acercó a ella.

—A lo mejor fueron a tu casa disfrazados de repartidores de pizza o algo y se te ha olvidado.

Era una idea ridícula. ¿Cómo iba a olvidar algo tan fundamental para mantener la cordura?

—Nadie entra en mi casa. Nadie. Por ningún motivo. Sé lo que tengo que hacer. Si tocan algo, aunque sea un momento, lo contaminan y tengo que tirarlo. —Otra lección muy valiosa que había aprendido de su rollo con Ethon.

Dev la miró a los ojos.

—¿Y cómo han entrado? ¿Dejaste una ventana abierta con una nota o algo?

Lo miró con expresión irritada.

—Claro, les dije que pasaran y que se sintieran como en casa, y ya que estaban, que me inmovilizaran y me atravesaran el corazón, porque estoy aburridísima de la vida.

Carson soltó una carcajada.

—Qué bien, alguien con tu misma facilidad para el sarcasmo.

Dev lo fulminó con la mirada.

Sam suspiró antes de continuar con algo menos de acritud:

—No sé cómo han entrado. Estaba dormida cuando lo hicieron. A lo mejor ese poder que les permite tolerar la luz del sol también les permite entrar en una casa sin invitación.

Carson se quedó blanco, como si la idea lo espantase.

—Eso no pinta bien.

—Pues no sé. —En esa ocasión era Dev quien destilaba sarcasmo—. A mí me parece genial que puedan entrar y dejarnos secos en cualquier momento. Recuérdame que deje la ventana abierta esta noche. No, espera. Ya da igual. De día o de noche. Es lo mismo. Venid a robarme el alma, cabrones. Estoy abierto las veinticuatro horas, soy un donante con patas.

Carson pasó del comentario y se dirigió a Sam:

—Si pueden entrar en cualquier sitio a su antojo y no podemos detenerlos, lo llevamos muy crudo. —Señaló con la barbilla la herida de Sam—. Tenemos que curarte eso antes de que te debilite todavía más.

—No, estoy bien. —No iba a permitir que la tocaran si podía evitarlo.

A excepción de Dev. Aunque no quería ni pensar en Dev y en el hecho de que la estaba acunando como si fuera diminuta, algo que no era ni por asomo. Tampoco quería pensar en lo femenina y delicada que la hacía sentirse.

Ni en lo maravilloso que había sido hacer el amor con él…

Se obligó a desterrar esos pensamientos y a concentrarse en el tema fundamental.

—Tenemos que decirle a Aquerón que pueden entrar en residencias privadas y hacérselo saber a los demás Cazadores Oscuros para que no sufran un ataque como yo.

Dev enarcó una ceja.

—No puedo hacer nada contigo en brazos. No me importa, la verdad, pero creo que deberías saberlo.

Sam miró el suelo al tiempo que deseaba poder estar de pie.

—Necesito mis zapatos.

Carson frunció el ceño.

—¿Tampoco puedes tocar el suelo?

—No.

—¡Joder! —masculló Dev—. Artemisa se lució contigo, ¿eh?

—Sí. No me llevé los mejores poderes. Así que, ¿te importaría traerme unos zapatos?

Carson retrocedió para dejarles espacio.

—Se me ha ocurrido algo: si eres inmune a Dev, ¿te valdría su dormitorio?

Dev la miró.

—¿Quieres probar?

Sam no estaba muy convencida. Lo último que necesitaba en su pésimo estado era experimentar otro asalto sensorial. Sin embargo, no podía quedarse en sus brazos todo el día y si tampoco podía volver a casa…

—Vamos a probarlo, sí.

Dev captó la renuencia de su voz.

—El hecho de que sea un oso no quiere decir que viva en una cueva, que lo sepas.

Lo miró con el ceño fruncido.

—¿Cómo?

—Que mi habitación no está asquerosa. No hace falta que hables con ese tonito, como si te repugnara la idea.

—No era por eso. Además, ¿por qué discutimos cuando estoy sangrando y me duele horrores?

Dev los teletransportó a su dormitorio e hizo una mueca al darse cuenta de que sí parecía una cueva.

¿Por qué no hice la cama antes de irme?, pensó. Y ya que estaba, podría haber recogido un montón de revistas de coches y de motos del suelo. Y la bolsa de patatas… y los tres pares de calcetines sucios. Menos mal que no usaba ropa interior, porque de lo contrario habría un par de calzoncillos tirados por ahí para abochornarlo todavía más.

Su madre tenía razón. Había llegado el día en el que su desorden lo había avergonzado.

Cuando hizo ademán de dejarla en la cama, Sam se aferró a su cuello con tanta fuerza que casi lo estranguló.

—Esto… Sam, me estás asfixiando. No soy inmortal. Tengo que respirar.

Ella aflojó el abrazo. Pero solo un poquito.

—Lo siento. Ha sido un acto reflejo. —Tragó saliva—. Deja que pruebe antes de que me sueltes en la cama.

—¿Probar el qué?

Extendió un brazo y tocó la almohada con gesto titubeante.

Contuvo el aliento a la espera de que el dolor la abrumara por el asalto de los recuerdos de Dev.

Sin embargo, y al igual que sucedía cuando lo tocaba, no fue así. En su cabeza solo estaban sus propios pensamientos.

Quería gritar de alivio.

—Déjame en la cama.

Dev titubeó.

—¿Estás segura?

—Creo que sí.

—Vale. —La soltó con mucho cuidado antes de retroceder. No se alejó mucho por si las moscas.

Sam tardó varios minutos en moverse, a la espera del asalto de las imágenes. No se movió hasta que se convenció de que no había peligro. Hasta cierto punto. Porque estaba rodeada por ese agradable olor tan masculino de Dev. Eso invocó unas imágenes, fantasías de lo que quería hacerle, que no tenían nada que ver con sus recuerdos ni con sus pensamientos.

Se recostó en la cama, libre de las emociones de Dev. Era increíble.

—Creo que estoy bien.

Dev la miró con una sonrisa arrogante.

—Genial. Voy a por algo para limpiarte y…

—¡No! —masculló de mala manera, aunque luego se arrepintió del tono autoritario—. Es que… si alguien más aparte de ti ha tocado lo que me traes…

Lo vio frotarse la barbilla mientras meditaba el asunto.

—A lo mejor no te pasa solo conmigo. Somos cuatrillizos. ¿Crees que también serás inmune a mis hermanos?

Eso sería maravilloso. Pera era demasiado esperar. Aun así, merecía la pena intentarlo.

—Podríamos comprobarlo.

Dev recorrió el dormitorio con la mirada hasta dar con el libro que le había cogido prestado a su hermano Rémi hacía una semana. A esas alturas el hedor de su hermano ya debía de haber desaparecido. Lo cogió de la mesita de noche y se lo dio.

Sam apenas lo rozó y apartó la mano siseando como si se hubiera quemado.

—¿Sabes que a Rémi le gusta escuchar a las Indigo Girls cuando está solo en su habitación y que su peli preferida es Ojalá fuera cierto?

Dev se echó a reír por la idea de que su hosco hermano viera una película de chicas. Joder, él prefería que le arrancasen los ojos y lo obligaran a comérselos antes que verla.

—¿En serio?

Sam asintió con la cabeza.

—Sí. Se moriría si se enterase de que lo sabes. Y sean cuales sean tus rarezas, nadie las conoce.

Estupendo, porque no quería que ella se enterase de sus vergonzosas costumbres. Aunque a decir verdad, no eran tan malas como las de Rémi. Le gustaba la idea de que lo suyo con Sam fuera especial, que no lo compartiera con nadie más.

—Todavía tenemos que curarte la herida. Qué menos que vendarte para que no me manches las sábanas de sangre.

—No es por nada, pero preferiría seguir sangrando.

Dev la miró fijamente antes de acercarse a la cómoda y sacar una camiseta.

—Ya vale de tonterías, amazona. Vamos a cortar esa hemorragia. Sé que no te va a matar, pero sí te debilita. —Hizo jirones la camiseta para improvisar una venda.

Aunque no entendía el motivo, Sam se conmovió al verlo hacer algo así por ella. Hacía mucho tiempo que no le ofrecían un gesto amable. Dev se acercó a la cama y le limpió la herida con cuidado.

—No eres mal enfermero, oso.

Dev sonrió.

—Tengo mis momentos… pocos y espaciados entre sí, cierto, pero en según qué ocasiones puedo pasar por humano. —Se detuvo porque cayó en la cuenta de algo—. Si eres tan sensible a todo, ¿cómo es posible que aguantes la ropa? Me refiero a que debería pasarte lo mismo que te ha pasado con la sábana, ¿no?

—Aquerón me crea la ropa.

—Pues ya podías habérmelo dicho para no romper mi camiseta preferida.

Antes de que Sam pudiera preguntarle qué quería decir, lo vio usar sus poderes para que apareciera un cuenco con agua y un paño.

Retrocedió cuando Dev hizo ademán de tocarla con el paño.

—¡Hay que probarlo! ¡Hay que probarlo! —gritó al ver que él no se daba por aludido—. Ni se te ocurra tocarme con eso hasta que sepamos con seguridad que tienes el mismo poder que Aquerón y que esa cosa no tiene chinches.

—¿Chinches? Menudo morro tienes. Quién está llorando ahora, ¿eh? —Le tocó el brazo con un trocito de tela—. Hala, ¿estás alucinando?

Dejó pasar un minuto para asegurarse antes de contestar:

—No, y tienes suerte de que sea así, porque de lo contrario te habría despellejado para hacerme una alfombra.

Dev esbozó una sonrisilla mientras escurría el paño y comenzaba a limpiarle la herida con suavidad.

Sam siguió acostada en silencio en la cama, dejando que el calor de su piel la calmara. Tenía unas manos grandes y callosas, con los nudillos llenos de cicatrices provocadas por siglos de peleas. Sin embargo, sus caricias eran muy delicadas y la relajaron mientras le quitaba la camiseta y la desnudaba por completo. No sabía por qué ese gesto hizo que se sintiera vulnerable, pero así fue. Dev le pasó el paño por los pechos, eliminando todo rastro de sangre, antes de vendarla.

Le parecía contradictorio que un hombre tan duro tuviera esa faceta tan tierna. Que hubiera sido tan delicado al hacerle el amor.

Cuando el daimon la cogió para llevársela a través del portal, estaba convencida de que iba a morir. De no ser por Dev, a esas alturas se encontraría en Kalosis a merced del enemigo. Sin duda alguna, la torturarían antes de matarla. Le debía una a Dev.

Una muy gorda.

—Gracias, Devon, por rescatarme.

Él dejó lo que estaba haciendo para mirarla.

—Dev es el diminutivo de Devereaux, no de Devon.

¡Vaya!, pensó, hasta entonces nunca se había equivocado. Después de tantos siglos, saber que no podía sonsacar ese tipo de información cuando la necesitaba le provocaba una sensación extraña.

—Devereaux Peltier. —Paladeó las sílabas de su nombre—. Es muy dulce.

Dev soltó un gruñido asqueado.

—Muchísimas gracias. Justo lo que cualquier hombre quiere escuchar de su nombre. Ahora dime que la tengo enana y pídeme que te acompañe a comprar compresas. Y ya que estamos, lleva un enorme bolso rosa con flores y dámelo para que te lo sujete.

La imagen que Dev había conjurado le arrancó una carcajada, pero acabó haciendo una mueca por el dolor que sentía en el pecho.

—No quería decir eso. Es un nombre muy bonito. Además, dudo mucho que ni con un maxibolso rosa se pueda dañar tu imagen de tío duro.

—Mmmm… No, demasiado tarde. Me has castrado. Ya no hay vuelta atrás.

—¿No hay ni una posibilidad?

—Ni media. He sido relegado al estatus de amigo gay. Pero no pasa nada. Hay un bar estupendo en Canal Street donde tengo muchos amigos. Seguro que me dejarán ser su portero. Y además, es bastante probable que me paguen más que mi familia, así que me has hecho un favor. Gracias. —Dev se puso en pie y se acercó de nuevo a la cómoda. Sacó otra camiseta y se la dio—. Te dejaré sola para que te vistas, porque a lo mejor me pegas tú las chinches y este año aún no me he vacunado. —Se teletransportó antes de que ella pudiera replicar.

—Dev Peltier, eres un bicho muy raro. —Estaba loco de remate, pero por extraño que pareciera le resultaba gracioso.

¿Qué me pasa?, se preguntó. Nunca se había sentido especialmente atraída por los hombres, ni siquiera como humana. Ioel había sido la excepción. Como Cazadora Oscura, había aprendido que la única compañía masculina que necesitaba funcionaba a pilas.

Sin embargo, Dev hacía que se replanteara ese estilo de vida. Hacía que recordase lo que era reírse con alguien a quien apreciaba.

No pienses en eso, se ordenó. No apreciaba a Dev. Apenas lo conocía.

De todas formas…

Recondujo sus díscolos pensamientos y se quitó el camisón manchado de sangre para ponerse la camiseta que él le había dado, tras lo cual se acostó y deseó haber cogido el móvil antes de salir de casa. Se enfadó consigo misma por no haberlo pensado en su momento.

Estás loca, se dijo. Salir viva de la casa era muchísimo más importante que resultar herida por coger su iPhone.

Cierto, pero había que avisar a los demás y para hacerlo necesitaba su teléfono.

Dev regresó al cabo de unos minutos con un portátil.

—Una curiosidad, ¿cómo consigues comer?

Sam se quedó paralizada al recordar que se había comido sin problemas lo que él le había dado… Muy raro. Pero ¿por qué no pasaba lo mismo con otras cosas?

Como no tenía respuesta, respondió con la que había sido su realidad hasta esa misma mañana:

—Estoy delgada por un motivo: me alimento de las lechugas y las hortalizas que cultivo en mi jardín trasero. ¿Has intentado cultivar de noche? Es un asco.

—Joder… lo siento.

Aunque le agradecía su comprensión, no le hacía falta. La vida era así.

—Te acabas acostumbrando.

—No sé, Sam. No me imagino la vida sin un chuletón. Creo que preferiría estar muerto. ¿Por qué no me lo contaste en tu casa?

—Porque las cosas que hay en mi casa son mías y no hay nada que vaya a provocarme dolor. Aquí no tengo tanta suerte.

Dev se sacó el móvil del bolsillo y se lo ofreció.

—Solo lo he tocado yo, así que es seguro.

Ojalá fuera tan sencillo.

—Gracias, pero alguien lo ha ensamblado. También es criptonita.

—Muy bien. Pues yo me encargaré de decírselo a Aquerón y a su gente. —Dev llamó a Ash mientras ella escuchaba en silencio la conversación y repasaba lo sucedido desde la noche anterior.

Le costaba asimilarlo todo. ¿Cómo podían suceder tantas cosas en tan poco tiempo?

Sin embargo, lo más sorprendente era el hecho de no poder escuchar a Aquerón mientras hablaba con Dev. Se sentía como una persona normal por primera vez en cinco mil años. Era una sensación rarísima.

Al menos eso fue lo que pensó hasta que vio la expresión de Dev.

—¿Estás seguro? —escuchó que le preguntaba a Aquerón.

Sam frunció el ceño al percatarse de su tono de voz. Estaba teñida de rabia. ¿Qué la había provocado? ¿Habrían matado los daimons a un Cazador Oscuro?

¿Habría sucedido algo peor?

Se mordió el labio mientras esperaba a que Aquerón terminara de hablar.

Al cabo de unos minutos, Dev se despidió:

—Sí, se lo diré… Lo mismo digo. —Colgó y clavó la mirada en la pared unos segundos, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.

Sam sintió un nudo en el estómago antes de preguntar:

—¿Qué pasa?

—Esta mañana han encontrado dos demonios desangrados en Moonwalk a la vista de los humanos. Al parecer, de un tiempo a esta parte se está produciendo una masacre de demonios, y Ash cree que es una advertencia para nosotros. Cree que nos están avisando de que seremos los siguientes en palmarla.