—Tenemos un problema.
Stryker, que estaba sentado en el sillón de cuero emplazado delante de la chimenea de su despacho, levantó la vista del libro que estaba leyendo para mirar a su flamante general y lugarteniente. No le gustaba que sus soldados aparecieran sin avisar. Si no fuera su hija y si no se pareciera tanto a su madre, a quien quería más que a nadie, la mataría por la intromisión.
Irritado, pasó de página despacio antes de replicar a su emotiva declaración:
—Yo no tengo el menor problema, Medea. ¿Me cuentas el tuyo?
Con una expresión molesta que convertía sus preciosas facciones en una mueca feroz, Medea lo fulminó con la mirada. Otro rasgo heredado de su apasionada madre.
—El demonio que escapó de tu fiestecita y al que Frix le dio con tu nuevo juguete se escondió en el Santuario, donde explotó encima de uno de los osos.
Stryker no logró contener una sonrisa jocosa al escucharla. Qué pena que se hubiera perdido el espectáculo del oso cubierto con tripas de demonio. Seguro que había sido muy gracioso.
—¿Y por qué tengo que preocuparme?
—Los Cazadores Oscuros ya no solo sospechan que toleramos el sol, sino que están convencidos de ello. El gato ya no está encerrado y te ha fastidiado los planes… padre.
Eso sí lo irritó e hizo que le entrasen ganas de arrancarle el corazón a alguien. Por suerte para Medea, la quería lo suficiente para controlarse.
De momento.
Stryker soltó un taco por haber perdido la ventaja que tenían sobre sus enemigos. Era algo que no podían permitirse.
—¿Y cómo lo sabes?
—Tengo un espía en el bar que escuchó a los osos y a los lobos hablar del tema. Felicidades, padre. Ya lo tenemos oficialmente crudo.
Stryker pasó del sarcasmo de su hija.
—¿Tienes un espía en el Santuario? —Su devoción y sus recursos lo impresionaron.
Ese era uno de los motivos por los que le había dado el puesto de Davyn. Su antiguo lugarteniente todavía no había protestado por el cambio. Por supuesto, no le quedaba más remedio que aguantarse.
En caso de no hacerlo, lo mataría por atreverse a protestar. Aunque, a decir verdad, Davyn pareció aliviado al dejar el mando. Claro que eso era lo de menos en ese momento.
Medea cruzó los brazos por delante del pecho.
—Tengo un montón de amigos repartidos por muchos sitios. —Lo miró con una expresión que había heredado sin duda alguna de la faceta más sarcástica de su madre—. También familia.
No podía estar más orgulloso de ella, aunque fuera un evidente intento por sonsacarle información. A diferencia de Davyn, su hija no parecía a punto de mearse en los pantalones cada vez que se reunían.
—Buena chica. ¿Tu espía te ha dado más información pertinente?
—La mujer de Aquerón está embarazada de tres meses.
Stryker se quedó de piedra mientras una rabia feroz se apoderaba de él. El primer motivo era la envidia, sin lugar a dudas. No era justo que Aquerón pudiera reproducirse mientras que a él y a sus camaradas daimons les habían quitado esa posibilidad por culpa de algo en lo que ninguno de ellos había participado. Como apolitas podían tener hijos durante un corto período de tiempo de sus efímeras vidas. Sin embargo, en cuanto se negaban a aceptar una muerte espantosa a los veintisiete años y se convertían en daimons, esa posibilidad desaparecía.
Por culpa del cabrón de Apolo. Solo por eso, entre otras muchas razones, quería tener el corazón del dios en su mano y devorarlo.
El segundo motivo de su rabia era que no podía tocar a la mujer de Aquerón por más que quisiera. Las alianzas eran un asco.
La madre de Aquerón, la diosa Apolimia, era su benefactora y también su madre adoptiva. De no ser por ella, les causaría un daño fatal a los Cazadores Oscuros para siempre. Si eliminaba a su reina debilitada (la mujer de Aquerón), el rey caería enseguida. Las embarazadas siempre eran presa fácil, y Aquerón la quería tanto que no soportaría su pérdida. Era un dos por uno irresistible.
Sin embargo, tenía un instinto de supervivencia lo bastante desarrollado para no hacerlo. Matar a Soteria enfurecería a la diosa a quien servía, y nadie con dos dedos de frente enfurecía a Apolimia. Dado que era la diosa atlante de la destrucción, tenía la desagradable costumbre de destripar a cualquiera que la irritase.
Él incluido.
«Joder.»
Aunque no todo estaba perdido. Si Soteria estaba embarazada, Aquerón se mantendría ocupado y no se alejaría de casa. Estaría demasiado inquieto por la posibilidad de que sus enemigos, sobre todo Artemisa, les hicieran daño a su mujer y a su hijo. Después de lo que les ocurrió a su hermana y a su sobrino cuando los dejó solos, y con la sensación de culpa que llevaba a cuestas desde entonces, el atlante estaría casi paralizado por el miedo…
Podía sacarle partido a la situación.
—¿A qué viene esa sonrisa, padre?
—Viene a que está tramando algo, cariño. Algo sangriento y perverso. La pregunta es quién es el objetivo, y reza para no ser tú.
Stryker esbozó una enorme sonrisa cuando Céfira se reunió con ellos. Sin duda alguna era la mujer más hermosa que había nacido jamás. Le bastaba con verla o con olerla para que se le pusiera tan dura que le costaba la misma vida no desnudarla y enterrarse en ella, con público o sin él.
Esa mujer se movía como la brisa, con elegancia y sosiego, seduciendo a cada paso. Pero era capaz de convertirse en una criatura feroz sin previo aviso. Su larga melena rubia despertaba en él el anhelo de acariciarla. Se detuvo junto a Medea para abrazarla, y verlas juntas hizo que el corazón le diera un vuelco. Sus chicas. Parecían más hermanas que madre e hija. Y eran lo único en el universo que significaba algo para él.
Con excepción de su hijo.
El dolor mitigó la felicidad que sentía mientras intentaba no pensar en lo mucho que Urian lo odiaba y en el motivo de que lo hiciera.
Sin embargo, no era el tema que estaban tratando. Tenía asuntos mucho más importantes que el odio visceral de su hijo por algo que no podía cambiar.
—Los Cazadores Oscuros están al tanto de nuestros flamantes poderes.
Céfira rugió de rabia al tiempo que se alejaba de su hija y se detenía delante de él.
—Eso altera nuestros planes. Se estarán preparando. Panda de cabrones…
Medea resopló.
—Sus guardianes son unos patéticos humanos. ¿Desde cuándo nos preocupa el ganado? Voto por que nos demos un festín con ellos y masacremos a los Cazadores mientras duermen.
Ah, ese espíritu sangriento y luchador hacía que Stryker se sintiera muy orgulloso.
Sin embargo, Céfira negó con la cabeza. Había aprendido en la misma escuela que él.
—No te envalentones, niña. Nunca subestimes a un humano cuando lucha por su supervivencia. Acorralados pueden ser muy ingeniosos. Capaces de cualquier cosa.
A lo que Stryker añadió:
—La clave está en no atacarlos ahora. Porque estarán esperándolo. Así que es mejor que sigan esperando hasta que bajen la guardia. Mantenerse alerta acabará por cansarlos. Entretanto nosotros seguiremos convirtiendo a nuestro ejército.
Y puesto que estaban hablando de criaturas ingeniosas y muy irritantes, Stryker recordó que los demonios de quienes tenían que alimentarse para que su gente pudiera salir de día se estaban escondiendo de ellos.
Cabrones cobardes… ¿Por qué no se quedaban quietecitos a que fueran por ellos? No podía decirse que los demonios tuvieran motivos para vivir. Eran asquerosos y estaban fuera de lugar en el mundo. Al matarlos les hacían un favor, porque así esos capullos no tenían que ver de nuevo sus feas caras en el espejo.
Se dirigió a su hija:
—En cuanto nuestro ejército sea lo bastante numeroso, atac… —Se interrumpió al recordar algo que había dicho Medea y que hizo sonar una alarma—. Medea… ¿cómo se han enterado los katagarios? ¿El demonio habló antes de explotar?
—No, me han dicho que había una Cazadora Oscura presente que pudo ver lo sucedido al tocar sus restos viscosos.
—¿En serio? —Eso sí que era interesante. Guardó silencio mientras pensaba a marchas forzadas. Una Cazadora con el poder de la psicoscopia… Era una habilidad muy inusual. Tanto que no conocía a otro Cazador Oscuro con ella. Vaya, tal vez hubieran dado con un filón—. ¿Hasta dónde llegan sus poderes?
—No lo sé. ¿Por qué?
Desvió la vista hacia su mujer. Al igual que Medea, Céfira lo miraba con el ceño fruncido.
—La necesitamos.
Los ojos de Fira se oscurecieron y lo miraron con un peligroso recelo.
—¿Y para qué la necesitas exactamente?
Stryker contuvo una carcajada para evitar ofenderla y que lo atacase. Céfira era muy celosa. Aunque no tenía que preocuparse a ese respecto. No había mujer en todo el universo que le llegara a la suela de los zapatos.
—Si puede tocar a alguien, o sus cosas, y descubrir todos sus secretos, tal vez tenga la habilidad de decirnos cómo capturar a Apolo. O mejor todavía: tal vez pueda decirnos el modo de romper la maldición y liberar a nuestro pueblo.
El brillo que vio en los ojos de su mujer le indicó que no solo entendía su razonamiento, sino que lo aprobaba.
—Mandaré a nuestro mejor hombre.
Stryker asintió con la cabeza. Si sus sospechas se confirmaban, no solo podrían matar a todos los Cazadores Oscuros, sino también al padre de su propia raza.
Una vez conseguido, el mundo sería suyo. Nada podría detenerlos. Por fin podría devolvérsela a Apolo.
Y todos los Cazadores Oscuros morirían.
Τω Ξίφι τον Δεσμόν ‘Eλυσε. «Con la espada, desharía el nudo.» Los apolitas y los daimons ocuparían su lugar como amos de todas las subespecies, que eran las demás.
Estaba ansioso por que llegara el momento.