3

Dev volvía a su dormitorio, secándose el pelo con una toalla, cuando se encontró con Aimée.

Su hermana le ofreció un trozo de papel.

—Sam quiere que te dé esto.

Dev frunció el ceño al ver el papel con el membrete del Santuario que todavía conservaba el olor de la amazona.

—¿Una nota? Qué curioso. Hace mucho que no veía una.

Aimée se echó a reír.

—Sí, me ha recordado aquella época en la que las humanas dejaban sus números de teléfono apuntados en las servilletas. Todas las noches recogía un montón para ti. Ahora solo hay que mandar un mensaje de móvil con el número. Y cuando se imponga la tecnología swype, será todavía más fácil.

Un comentario muy cierto. Porque estaba a la vuelta de la esquina.

Dev la miró a los ojos y sostuvo la nota en alto al tiempo que enarcaba una ceja.

—¿La has leído?

Aimée hizo una mueca.

—¡Qué va! Solo me faltaba leer algo que me obligue después a lavarme los ojos con lejía. Hace años que aprendí la lección, cuando leí la nota que te dejó aquella baronesa. Todavía estoy traumatizada… y asqueada. —Y se fue a su dormitorio.

Después de echarse la toalla sobre un hombro desnudo, Dev desplegó la nota y leyó el contenido, escrito con una letra muy femenina y clara.

Oye, oso:

Sé que no debería hacer esto, pero si te gusta tanto como a mí vivir a tope, ven a mi casa antes de acostarte.

Saint Charles Street, 6537

La casa blanca de tres plantas con la verja negra.

Tranquilo. Sin ataduras. Sin mocos demoníacos. Solo habrá sexo y cuerpos desnudos.

SAM

P.D.: Destruye esto de inmediato. O mejor todavía: cómetelo.

Dev rió al leer la orden de Sam. Menos mal que Aimée no había leído la nota…

Otra vez tenía una erección. ¿Cómo era posible que con la simple mención del nombre de Sam o el olor de su piel se pusiera como una moto? Sí, de acuerdo, la última línea de la nota tenía mucha culpa de su estado. Pero eso era lo de menos.

Esto no te conviene. Bastantes marrones tienes ya para añadir otro. Además, lo mejor es seguir sin ataduras, se dijo.

Sí, pero Sam sabía muy bien de qué iba el rollo. Tal como había dejado claro, no habría ataduras. No habría complicaciones. Solo serían dos adultos disfrutando mutuamente.

Mientras nadie lo descubriera, todo iría bien.

Arrugó la nota y después se quedó petrificado.

¿Y si te emparejas con ella?, pensó, y la idea le heló la sangre en las venas.

Cada vez que un arcadio o un katagario echaba un polvo corría un riesgo considerable, que no tenía nada que ver con el temor de un embarazo o de una enfermedad de transmisión sexual. No podían dejar embarazada a una mujer a menos que estuvieran con ella y los arcadios y katagarios eran inmunes a la mayoría de las enfermedades humanas y a todas las de transmisión sexual.

Lo espantoso era que no elegían con quién acababan emparejados de por vida. De eso se encargaban las Moiras griegas, unas zorras con un pésimo sentido del humor. Por ejemplo, su hermana estaba emparejada con un lobo. Aimée era una humana capaz de adoptar forma de osa. Su cuñado era un lobo capaz de adoptar forma humana. Dos especies totalmente distintas. Para dormir, Aimée conservaba su forma humana y Fang se convertía en lobo.

Si alguna vez tenían hijos, lo que sería un milagro teniendo en cuenta que pertenecían a dos especies distintas, las pobres criaturas parecerían un Chow Chow. La idea le provocó un escalofrío.

De modo que si se acostaba con Sam, aunque fuera sexo puro y duro, sudoroso y sin ataduras, correría el riesgo de acabar emparejado con ella. Y era algo contra lo que no se podía luchar. Si no completaban el ritual, acabaría siendo impotente para toda la eternidad. Y en su caso sería literal, porque Sam era una Cazadora Oscura inmortal.

Jamás volvería a acostarse con otra…

Prefiero que me pongan un enema corrosivo y que me momifiquen después, pensó.

Vamos, Dev. Deja las paranoias. ¿Qué posibilidades hay?, se recordó.

Sam era una Cazadora Oscura. Seguro que las Moiras no se arriesgarían a cabrear a la prima Artemisa emparejándolos. Los Cazadores Oscuros tenían prohibido mantener relaciones sentimentales. Sus parejas corrían demasiado peligro. Tenían muchos enemigos.

Sí, pero… Venga, tío, ¿eres un moñas o qué?, se recriminó.

Sam se estaba ofreciendo en bandeja. ¿Sexo sin ataduras y él se lo estaba pensando? Desde luego que le faltaba un tornillo.

Meneó la cabeza por su estupidez, sobre todo porque nunca había sido un cobarde, y usó sus poderes para devolver la toalla al cuarto de baño. Después se vistió con una camiseta de manga corta y se teletransportó hasta la puerta de Sam. Se puso la camiseta porque sería de mala educación aparecer con el torso desnudo, aunque el fin de la visita fuera echar un polvo. Al contrario de lo que se decía, no era un animal sin modales.

Podría haber usado su moto, pero no quería correr el riesgo de que el sentido común o cualquier otra cosa le fastidiara el calentón. Tenía claro lo que quería y que lo quería sin demoras.

Llamó a la puerta de madera negra de la preciosa mansión remodelada de estilo colonial. Entre algunas de las rarezas de los Cazadores Oscuros destacaba la de no poder vivir en casas con fantasmas. Puesto que eran seres sin alma, los fantasmas solían intentar apropiarse de sus cuerpos. Así que todos los lugares en los que vivían tenían que ser cuidadosamente examinados por el Consejo de Escuderos para asegurar que el Cazador en cuestión no acabaría poseído. Eso lo llevó a preguntarse si algún escudero resentido habría mentido alguna vez en su informe para vengarse de algún Cazador Oscuro.

En cuyo caso el asunto podría ponerse feo.

Pasaron varios minutos sin que escuchara nada. Pero claro, la casa era grande y si Sam estaba arriba, podría tardar un poco en llegar a la puerta.

O tal vez había cambiado de opinión.

Menuda putada, se dijo.

Porque eso lo dejaría plantado en la puerta.

Que no me vean los vecinos, deseó.

Porque eso sería todavía peor. Sobre todo, con la erección que tenía.

Volvió la cabeza por encima del hombro y vio que estaba amaneciendo. Los cálidos rayos del sol comenzaban a iluminar las calles y los jardines. ¿Estaría ya dormida?

Debería haberme dado prisa, ¡joder!, pensó.

De repente, la puerta de la casa se abrió.

Dev entró, suponiendo que era otra invitación, ya que estaba seguro de que la puerta no tenía la costumbre de abrirse por sí sola. Y se quedó petrificado en el vestíbulo al ver a Sam esperándolo en el último peldaño de la recargada escalinata de caoba. Solo llevaba una bata transparente negra abierta por delante, que dejaba a la vista su desnudez. Era exquisita. Con un cuerpo que le hizo la boca agua, atlético y tonificado gracias al ejercicio.

¡Por todos los dioses!

La puerta se cerró de golpe a su espalda, y escuchó el clic del pestillo… sin que nadie lo tocara. Eso habría asustado a la mayoría de la gente, pero puesto que él tenía un máster en telequinesia, estaba acostumbrado a esas rarezas.

Lo que le resultó extraño fue verla desnuda.

—¿Siempre abres la puerta así? Debes de tener el repartidor de UPS más feliz del mundo.

Sam rió mientras se acercaba a él.

—No estaba segura de que vinieras.

Dev enarcó una ceja.

—¿Te has vestido así para esperarme únicamente a mí? No cuela. ¡Madre mía! ¿A cuántos tíos has invitado?

—Solo a ti, guapo. Solo a ti. Nadie más ha pisado… En fin, no pienso inflarte el ego. Tengo la impresión de que no te hace falta. —No pareció percatarse de la contradicción, cosa que le dejó claro a Dev que había dicho la verdad.

Otra ventaja de sus poderes. Olía una mentira a kilómetros. La gente, humana o sobrenatural, dejaba un olor especial cuando mentía.

—Pero has tardado tanto que empezaba a pensar que ibas a dejarme plantada.

Dev puso cara de «estás loca».

—Si le dejas a un hombre una nota como esa, tendría que estar muerto para rechazarla. Y yo no estoy muerto. Aunque noto cierta rigidez extrema en una parte de mi anatomía. —Bajó la vista hacia el bulto que se apreciaba bajo los vaqueros.

Sam se detuvo delante de él y le pasó un dedo por el pecho, provocándole un escalofrío. Dev se puso a cien, sobre todo cuando la vio morderse el labio inferior mientras lo miraba con los párpados entornados.

—¿Sabes hacer el truquito de quitarte y ponerte la ropa con tus poderes?

—Ajá.

La vio esbozar una sonrisa sensual.

—Me alegro.

Antes de que pudiera adivinar lo que iba a hacer, Sam alargó un brazo y le rasgó la camiseta por delante. Acto seguido, se lanzó a por él como si fuera el único chuletón en una perrera.

Lo dejó tan alucinado como si le hubiera prendido fuego para asar castañas. Sus manos lo acariciaron por todos sitios mientras lo lamía y lo besaba, hasta que creyó estar a punto de morir de placer.

En la vida se había encontrado con una mujer tan directa y dominante.

¡Le encantaba!

Sam acarició el cuello de Dev con los colmillos. Una parte de sí misma anhelaba clavárselos para saborear su sangre. Había pasado tanto tiempo sin disfrutar del sexo que ansiaba devorarlo por completo.

—Me alegro de que hayas decidido venir a verme.

Sintió el roce del aliento de Dev en la oreja mientras le acariciaba un pecho y jugueteaba con el pezón, excitándola tanto que el deseo se volvió doloroso.

—No creo que tengas problemas para encontrar a alguien con quien echar un polvo… —replicó él.

Sam le dio un mordisco en la barbilla mientras acariciaba esa musculosa espalda y moldeaba su cuerpo desnudo contra el suyo. ¡Qué maravilla poder tocar su piel! La paz que la embargó al acariciarlo la dejó al borde de las lágrimas. Era como alcanzar el nirvana.

—Dev, lo difícil no es encontrar a alguien. Lo difícil es encontrar a un tío cuyos pensamientos no se cuelen en mi cabeza. Algo que había sido imposible… hasta ahora.

Dev rió.

—Supongo que tengo algún daño cerebral.

—No. Ni hablar. —Sam lo besó, eufórica por el silencio reinante en su cabeza. Ignoraba lo que Dev estaba pensando y sintiendo. No percibía nada. Estaba tan contenta por la sensación de paz que quería echarse a gritar—. Me dan ganas de comerte enterito.

—Encantado de ser tu piruleta.

Ella se echó a reír mientras le mordisqueaba el cuello.

—¿De verdad tienes esa fantasía?

Dev contuvo el aliento mientras le aferraba la cabeza con las manos.

—Depende. ¿Te pone a tono o te corta el rollo?

—Me pone a cien.

—En ese caso, soy tu piruleta de fresa ácida, nena. Dame todos los lametones que quieras. Soy todo tuyo.

Sam rió y le mordisqueó la barbilla, que estaba mucho más suave en esa ocasión que cuando se besaron en la puerta del Santuario. En cierto modo y por extraño que pareciera, eso la desilusionó. Siempre le había gustado la aspereza de la barba de un hombre.

—¿Te has afeitado?

—Me he restregado con lejía de la cabeza a los pies para quitarme de encima ese asqueroso moco demoníaco. Me he restregado en sitios que pensaba que nunca tendría que restregarme y he usado productos que serían tóxicos para la mayoría de las criaturas vivas. Todo para desinfectar mi cuerpo a fin de que tú puedas mordisquearlo a placer.

Su extraño sentido del humor le arrancó una carcajada.

Dev gruñó al sentir que ella le introducía una mano bajo los pantalones para acariciársela. Sus poderes se intensificaron. Sí, estaba en la gloria. Capturó sus labios mientras pegaba sus caderas a las suyas.

—Desnúdate para mí —le dijo Sam al oído.

Dev usó sus poderes para quitarse la ropa.

La vio hacer un mohín al tiempo que sus ojos lo miraban con un brillo hambriento y satisfecho.

—Definitivamente tiene sus ventajas lo de acostarse con un katagario, ¿verdad?

—Ya te digo.

Sam silbó, encantada, al acariciársela.

—Los osos están muy bien dotados, sí…

Dev se echó a reír.

—Y que lo digas. No sabes lo que es el sexo hasta que te acuestas con un katagario o un arcadio.

—Creía que no os gusta que os comparen en lo más mínimo con los arcadios.

Los katagarios eran la rama animal, la parte opuesta a los arcadios. Al igual que Fang, eran animales capaces de convertirse en humanos, y no les gustaba ni pizca que los consideraran como tales. Para muchos, la palabra «humano» era un insulto.

—No soy katagario. —Dev anuló la magia que ocultaba la marca tribal que adornaba la parte izquierda de su cara. Era inconfundible y lo señalaba como uno de los seres más poderosos de su especie. Un centinela—. Soy arcadio.

Sam acarició las líneas de la marca con las yemas de los dedos.

—Es preciosa. ¿Por qué la escondes?

Dev apartó la mirada, asaltado por los viejos recuerdos. Como su madre era katagaria y despreciaba a la rama arcadia de su gente, al llegar a la pubertad Dev decidió ocultarle a ella y al mundo su verdadera naturaleza.

Pero una vez muerta…

—Por costumbre. Todo el mundo cree que los Peltier son katagarios. Me limito a no sacarlos de su error. Nada más lejos de mi intención que educar a todos esos imbéciles estrechos de miras que vienen al bar.

Sam frunció el ceño al percatarse del extraño deje de su voz. En ese momento deseó poder ver en su interior para descubrir por qué eso era un motivo de sufrimiento.

—¿Estoy incluida en ese grupo?

—En absoluto. Tú no has intentado matarme por algo que no soy… al menos de momento.

Sam devoró ese cuerpo moreno con la mirada. Era un perfecto y elegante estudio de anatomía. Un cuerpo masculino que la ponía a cien. Su pecho estaba cubierto por una mata de vello rubio. No demasiado espesa, lo justo para darle un aire muy viril y apetecible. ¡Por todos los dioses, cómo había echado de menos acariciar a un hombre y sentirlo tan cerca!

Una parte de sí misma lo acariciaba con timidez por temor a que sus poderes aparecieran de repente, pero la otra parte se moría de ganas de que la abrazara. Aunque solo fuera un ratito.

—No te gustan los hipócritas, ¿verdad?

Dev la miró con los ojos entrecerrados.

—¿Me estás leyendo el pensamiento?

—No. Es una conclusión que he sacado después de oírte hablar. Ya te he dicho que ahora mismo no puedo leerte el pensamiento, y no sé por qué.

Lo vio esbozar una sonrisa ufana.

—Ahora mismo hay poco que leer… —Y la miró de arriba abajo con un brillo abrasador en los ojos.

Sam rió hasta que sintió sus dedos en la parte del cuerpo que más lo deseaba. Sus piernas se convirtieron en gelatina.

—Hace siglos que no me han tocado ahí. —Jadeó al comprender que lo había dicho en voz alta.

Dev no parpadeó, ni siquiera se detuvo. Siguió mirándola con expresión picarona mientras descendía por su cuerpo dejando un reguero de besos a su paso. Se detuvo para rendirle homenaje a sus pechos, sin dejar de mover los dedos, que seguían torturándola de modo que el placer la inflamaba en oleadas.

Y después, lentamente, los labios de Dev siguieron su descenso hasta reemplazar su mano.

Sam se vio obligada a apoyar una mano en la pared mientras su cuerpo se retorcía por el placer que le provocaban sus expertas caricias. Ni siquiera le dio tiempo a tomar aire antes de experimentar uno de los orgasmos más intensos de su vida.

No obstante, Dev siguió hasta provocarle otro aunque seguía disfrutando de los espasmos del primero. Lo aferró por el pelo, ajena a los tirones que le daba mientras él la torturaba.

Dev gruñó, encantado de saborearla. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que estuvo con una mujer. ¡Joder!, exclamó para sus adentros. Últimamente le interesaban tan poco que había empezado a pensar que le pasaba algo. Sin embargo, con Sam no había titubeos ni dudas, aunque debería tenerlas a montones.

Estaba tirándose a una Cazadora Oscura. ¿Quién se lo iba a decir?

Incapaz de seguir conteniéndose, se apartó de ella. La levantó por las caderas para dejarla sobre la mesa de mármol del vestíbulo y la penetró hasta el fondo. Sam gritó su nombre.

Sonriendo, Dev comenzó a moverse, buscando el consuelo en su suavidad.

Sam lo aferró por el pelo y enterró la cara en su cuello para aspirar el olor tan masculino de su cálida piel. Las embestidas de Dev eran poderosas y certeras, al igual que sus caricias. Parecía saber exactamente cómo provocarle el mayor placer posible con cada envite. Poder disfrutar de esa experiencia sin verse sometida al asalto de sus emociones era… increíble.

Se sintió humana por primera vez en siglos.

—Más fuerte, cariño —le dijo al oído, ansiosa por que se entregara a fondo. Era el momento más increíble de su vida.

Cuando Dev se corrió, ella lo siguió al instante.

Satisfecha y exhausta, Sam se echó hacia atrás para tenderse en la mesa, sin separar sus cuerpos. Le costaba recobrar el aliento. Siguió rodeándole la cintura con las piernas mientras él la miraba a los ojos y le acariciaba el ombligo.

—Ha sido increíble.

Dev esbozó una sonrisa perversa.

—Me alegro de haberte complacido. —Le acarició un pecho y trazó con un dedo la marca del arco doble y la flecha, tras lo cual le dio un suave apretón al tiempo que pasaba el pulgar sobre el enhiesto pezón.

Sam le cogió la mano y se la llevó a los labios para mordisquearle los dedos.

Dev se estremeció al sentir el roce de su lengua entre los dedos. No sabía por qué, pero le provocó una oleada de ternura. Un afán protector aterrador.

¿A qué venía eso?, se preguntó. Era como si el animal que llevaba dentro quisiera reclamarla y matar a cualquiera que se le acercara. A cualquiera que le hiciera daño o incluso que la mirara mal. Era un instinto feroz y poderoso.

En ese instante sus poderes paranormales estaban al máximo. Tenía la impresión de que su cuerpo vibraba como si por él circulara una potente corriente eléctrica que lo dejaba al borde de una explosión. El sexo siempre tenía ese efecto en su especie: aumentaba y reforzaba sus poderes extrasensoriales. Sin embargo, lo que le estaba pasando era diferente.

Y desconocido hasta ese momento para él.

Sam le mordisqueó un nudillo.

—¿Es cierto lo que he oído sobre vosotros? —le preguntó.

—Sí, lo es. Todos tenemos un tercer ojo en un omóplato —respondió Dev.

Su respuesta le arrancó una carcajada.

—¿De dónde has sacado eso?

—Del pozo de mi imaginación y de mi deseo de oírte reír. Tienes una risa asombrosa y me parece que no la usas mucho.

Sam tragó saliva. Tenía razón. Rara vez le pasaban cosas divertidas. La vida era dura, y ese hecho implacable la golpeaba cada vez que se acercaba a alguien que sufría. Algunos días parecía que todo aquel con el que mantenía contacto lo estaba pasando mal.

Pero Dev era distinto. Era capaz de apreciar la belleza y el humor de cualquier situación, aunque pareciera imposible.

Incluso bromeaba sobre el moco demoníaco.

Recordar eso la hizo sonreír de nuevo.

—Me refería a que sois capaces de hacerlo durante toda la noche y experimentar orgasmos múltiples.

Dev se hundió en ella hasta el fondo para que se percatara de que volvía a tenerla dura y lista para un nuevo asalto.

—Sí, señora. Un privilegio de los miembros de mi especie.

Sam le dio un apretón con los muslos.

—¿Me estás diciendo que ya estás preparado?

Dev la besó en los labios con delicadeza.

—Nena, soy capaz de seguir hasta que estemos tan agotados que no podamos ni andar.

Sam contuvo el aliento mientras él le lamía un pezón. ¡Qué maravilla sentir sus caricias! Deberían hacerle un monumento a esa lengua, pensó.

—Demuéstramelo —lo retó.

—Que empiece el maratón —replicó él.

Y se esforzó por cumplir su promesa durante unas cuantas horas. Sam apenas veía por el agotamiento y el exceso de endorfinas.

Del vestíbulo pasaron a la escalera, que procedieron a subir muy despacio hasta llegar al dormitorio, donde se acostaron abrazados sobre sus livianas sábanas amarillas de seda.

Estaba tan exhausta y dolorida que no quería levantarse por lo menos en una semana.

—Creo que me has matado.

Dev se echó a reír mientras le quitaba la capa de cera a un quesito Mini Babybel. Sam no sabía por qué los compraba, ya que normalmente no podía comer queso sin ver una multitud de granjas. Aunque no era tan malo, más bien molesto porque no podía dejar de escuchar los mugidos de las vacas mientras comía. Pero esos quesitos parecían tan monos en los anuncios y en la tienda que era incapaz de resistirse. Dev se lo ofreció para que le diera el primer bocado.

Titubeó, pero al clavar los dientes descubrió que tampoco sentía nada. Le sorprendió poder comérselo sin problemas. Había algo en Dev… como si al haber tocado primero el quesito, lo hubiera limpiado y le hubiera quitado lo que fuera que ella percibía.

—Podrías haberme echado de tu casa en cualquier momento —le recordó él mientras se comía su propio Mini Babybel.

—Cierto. Pero es que soy tan mala y estoy tan salida como tú.

—Qué va… —Un brillo travieso iluminó los preciosos ojos azules de Dev—. Tú estás peor.

Las carcajadas hicieron que se atragantara con el quesito.

Dev le pasó deprisa su copa de vino para ayudarla a tragar.

—Lo siento —se disculpó.

La familiaridad del momento, la sensación hogareña, la sorprendió. Hasta tal punto que fue como si la conmoción del descubrimiento la hubiera obligado a salir de su cuerpo y estuviera contemplando la escena desde arriba. Dev estaba tumbado de espaldas, arropado hasta la cintura con la sábana mientras ella yacía boca abajo a su lado. Relajados y disfrutando de su mutua compañía. Como dos viejos amigos. No había experimentado ese tipo de emociones con un hombre desde la noche que Ioel murió.

El dolor la abrumó de repente.

¿Cómo te atreves a hacerle esto? ¿Cómo te atreves a sentirte tan cómoda con otro hombre después de lo que él hizo por ti? ¿Después de lo que te dio?, se recriminó.

Ioel le fue fiel desde el día que se conocieron. Ni siquiera había mirado a una mujer. Tal fue así que estuvo a punto de enzarzar a su clan en una guerra cuando se negó a casarse con su prometida para poder hacerlo con ella.

Y murió protegiéndola. A ella y a sus hijos.

Las imágenes de lo que sucedió aquella noche inundaron su mente y al verlo morir de nuevo, la paz que sentía hasta entonces se esfumó sin dejar rastro. Pese a todos los siglos transcurridos, todavía lo quería. Todavía lo echaba de menos. Echaba de menos su olor. Sus caricias. Sus besos…

¡Ioel!, gritó para sus adentros.

¿Por qué se había ido?

Dev frunció el ceño al ver el pánico en los ojos de Sam. Era como si estuviera reviviendo una pesadilla.

—Nena, ¿estás bien? —Alargó un brazo para tocarla.

Sam se apartó de inmediato.

—Necesito que te vayas.

—Sí, pero…

—¡Ahora mismo! —gritó.

Dev levantó las manos en señal de rendición.

—Vale, pero si me necesitas…

—No lo haré. Lárgate.

Su tono de voz lo ofendió en lo más hondo y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no decirle lo que pensaba. Si no estuviera seguro de que estaba pasándolo mal por algo que había recordado, no se habría contenido. Pero él no era tan frío. No le gustaba atacar a la gente cuando pasaba por un mal momento.

Supongo que después de todo solo me quería para echar un polvo, pensó. No sabía por qué, pero esa idea le escoció. Se sintió utilizado. Qué raro…

Daba igual. No pensaba quedarse para suplicarle. Él no era así.

Sam vio cómo Dev desaparecía de repente. Parte de ella quiso llamarlo para disculparse. La otra parte deseaba poder regresar a la noche que Ioel murió y seguir muerta en vez de pactar con Artemisa.

Sí, porque el pacto le permitió vengarse de los asesinos de sus seres queridos, pero su familia no resucitó. Una eternidad sin ellos era brutal. Ellos ya no sufrían. Ella sufriría durante toda la eternidad. No había esperanzas de que el dolor desapareciera, y eso fue lo que la convirtió en un miembro de los Perros de la Guerra. La rabia y la furia por la injusticia de lo sucedido, que salieron de ella en forma de grito que clamaba por algún alivio a pesar de que no existía ninguno.

«No confíes en nadie. Ni en tu propia familia.» Ese era su lema.

Al final, todo el mundo tenía su precio y, a cambio, cualquiera era capaz de traicionar incluso a los seres queridos. Era duro, pero cierto.

Dev había sido una buena distracción durante unas horas. Pero el trabajo real estaba a punto de empezar y él no formaba parte de su mundo. Su vida era su trabajo. No quería ningún tipo de relación sentimental. No quería ser normal ni parecerse en nada a los demás.

Era un Perro de la Guerra y ansiaba sangre.

A fronte praecipitium a tergo lupi.

Age. Fac ut gaudeam.

«Entre la espada y la pared. ¡Vamos! Dame el gusto.» Una traducción un tanto libre, pero que dejaba claro el sentido del dicho. Si los acorralaban, los Perros luchaban hasta la muerte. Nadie los tocaba.

Eran máquinas de matar perfectas. La última línea de defensa que tenía el mundo. Y ella resistiría y lucharía.

Siempre sola. Hasta la muerte.

‘H Τάν ‘H Επί Τας… «Con su escudo o sin él.»

Esas palabras resonaron en su cabeza mientras se duchaba. Sin embargo, al dejar que su mente divagara, vio que aparecía un nuevo enemigo. Uno mucho más letal que todos aquellos con los que había luchado.

Y ese enemigo en particular iba tras ella.

Las cosas iban a ponerse sangrientas y ella estaría en primerísima fila.