2

Después de mandarles un mensaje a los otros dos Cazadores Oscuros destinados en Nueva Orleans para decirles lo que pasaba, Sam patrulló las siguientes ocho horas, poniéndose en contacto con Chi de vez en cuando. Ninguna de las dos encontró nada fuera de lo común. Parecía que ni un solo daimon había salido esa noche. Los únicos depredadores que encontraron por las calles eran humanos, y si bien Sam espantó a los que se encontró, no eran la mayor amenaza del mundo.

Aunque ellos creyeran serlo.

Ojalá pudiera dárselos de comer a algunos de los seres que había matado a lo largo de los siglos. Que comprobaran de primera mano lo que era un tío duro de verdad. No tenían ni idea de lo insignificantes y débiles que eran. Una dosis de realidad les iría de perlas.

Le vibró el móvil. Bajó la vista y vio que era Chi. Abrió el móvil y contestó.

Chi soltó un largo suspiro.

—La cosa sigue igual. Me vuelvo a casa para poner los pies en alto y comer algo. Ya hablamos.

—Vale —replicó Sam mientras miraba la maléfica luna. Un escalofrío le recorrió la columna—. Nos vemos mañana por la noche. Duerme bien y que sueñes con los angelitos. —Colgó y miró el reloj.

Las tres de la madrugada. Todavía quedaban otras tres horas para el amanecer. Por un lado, Chi tenía razón y estaban perdiendo el tiempo en la calle. Por otro lado…

Era incapaz de olvidarse del tema.

Había algo ahí fuera y quería aplastarlo. La única pista válida era la que les había proporcionado Dev.

Tras decidir interrogar de nuevo al oso, Sam volvió al Santuario.

No tardó mucho en llegar junto al edificio de ladrillo rojo que lucía el letrero del Santuario (una colina recortada contra la luna llena con una moto aparcada). Un par de humanos borrachos salieron tambaleándose del local y entraron en un taxi entre bromas y carcajadas.

Se detuvo en las sombras para observar a Dev, que estaba apoyado contra la pared sin hacer caso a los humanos. Llevaba una chupa de cuero y tenía los brazos cruzados. Cualquiera que lo viese pensaría que estaba echando una cabezadita. Pero Sam se percató de que estaba despierto. De que tenía los ojos abiertos. De que estaba alerta. De que era consciente de todo lo que pasaba a su alrededor y que, si bien parecía estar relajado, en realidad estaba tenso y preparado para entrar en acción de inmediato.

Impresionante. Como guerrera que era, apreciaba lo difícil que resultaba aparentar relajación al tiempo que se mantenían los sentidos alerta. Sin embargo, eso no era lo único que la impresionaba. Lo rodeaba una indiscutible aura de poder. Un aura que dejaba bien claro a cualquiera que se acercara a él que era letal si se le buscaban las cosquillas. Por mucho sentido del humor que tuviera, Dev era un depredador de los pies a la cabeza.

Un depredador muy desagradable. Que podía matar sin remordimientos.

Como ella.

Vio que aparecía un tic nervioso en su mentón y se preguntó si no estaría conteniendo un bostezo. Además, ese gesto le provocó un ramalazo de deseo. No sabía por qué le resultaba tan irresistible, pero algo en su interior la instaba a acercarse a él para frotarse contra ese duro cuerpo y sentir cada centímetro en su piel desnuda.

Ojalá pudiera hacerlo.

En otras ocasiones se había visto abrumada por la soledad. La sensación afectaba a su sentido común y la hacía ceder a la necesidad de compañerismo. Claro que ¿a quién quería engañar? El compañerismo era lo de menos. Lo que buscaba era sexo puro y duro.

Eso era lo que realmente echaba de menos.

Pero todas esas ocasiones habían sido errores garrafales. Al acercarse tanto a otra persona la agobiaban sus emociones, sus inseguridades y sus recuerdos. Veía cosas que no quería ver. Antiguas novias y mujeres, poquísimo amor propio, egos enormes, fantasías retorcidas…

El sexo nunca era bueno cuando se podían ver y escuchar los pensamientos del otro.

Aunque lo peor era que no le gustaba tener que mentir para acostarse con alguien, ni tener que ocultar los colmillos y otros hábitos nocturnos. Por eso se había acostado con Ethon. Él la conocía y sabía lo que era, tanto en ese momento como en el pasado, y había sido maravilloso poder mostrarse sincera con un amante de nuevo.

Ojalá el ego de Ethon no necesitara espacio propio…

Por no mencionar todo lo que había visto. Cosas que nunca había sospechado de él y que aún en ese momento la atormentaban. Pobre espartano. Nadie merecía el pasado que él tenía. Ni siquiera había sospechado que su vida mortal lo atormentara. Con razón tenía ese instinto suicida incluso de Cazador Oscuro. En su etapa humana había demostrado una capacidad de amar extraordinaria. Nadie lo creería capaz de entregarse de ese modo.

Por eso se compadecía de él.

Pero el oso no era Ethon. Y ella no había ido en busca de un rollo. Estaba allí en busca de información…

Dev sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Alguien lo estaba observando. Su instinto animal así se lo indicaba. Aunque quería salir a su encuentro, se obligó a permanecer inmóvil. Que creyeran que no se había dado cuenta. Si decidían atacarlo, se llevarían un buen zarpazo.

Al menos eso pensó hasta que captó el olor que flotaba en el aire y que se la puso dura al instante.

Samia Savage.

¡Joder!, pensó. ¿Qué le pasaba para que el olor de su piel lo acelerara? Seguramente se debía a que estaba fuera de su alcance. Era la tentación de la fruta prohibida. Un motivo que había supuesto la perdición de muchos hombres y de muchísimos más osos.

—Te veo, Cazadora. —Era mentira. No tenía ni idea de dónde estaba; pero si le decía que podía olerla, a lo mejor la ofendía. Las mujeres eran así.

—Yo también te veo, oso. Sería difícil no hacerlo, ya que estás debajo de una bombilla.

Samia estaba a su izquierda. Se enderezó y se apartó de la pared cuando ella comenzó a caminar despacio hacia él. Joder, era la tía más sexy que había visto en mucho tiempo. Su forma de moverse…

Era un delito.

Llevaba una chupa y también unas gafas de sol. De todas formas, recordaba muy bien sus maravillosos ojos, y se preguntó de qué color serían en realidad. Todos los Cazadores Oscuros tenían los ojos oscuros. Daba igual con qué color de ojos hubieran nacido, porque en cuanto renacían, además de tener una sensibilidad extrema al sol, sus ojos se oscurecían hasta el punto de parecer negros. Si tenían la suerte de que Artemisa les devolviera sus almas, sus ojos recuperaban el color humano y volvían a ser mortales.

Por algún motivo, se imaginaba a Sam con ojos verdes.

Mira que eres tonto, se dijo.

Sí, lo era. Jamás había tenido una vena romántica. Por culpa de su mitad animal. El romanticismo era para los hombres que se veían obligados a suplicarles a las mujeres. Un problema que nunca le había afectado. Parte del don de ser medio animal, o de la maldición, según se mirase, era el enorme magnetismo que ejercían sobre los humanos, que siempre estaban dispuestos a acariciarlos. Ese atractivo era tremendamente útil.

—Creía que ya te habrías ido a casa —le dijo cuando ella estuvo más cerca.

En ese momento se percató de la tontería que acababa de soltar, ya que estaba justo delante de la moto de la Cazadora.

Joder… Ya podía buscarse una camiseta que pusiera «Soy un capullo».

«Por favor, ayúdeme a recordar dónde vivo. Ah, no, que tengo mi casa detrás. En mi defensa tengo que decir que es tarde y que se me ha bajado toda la sangre de la cabeza a la parte central del cuerpo…»

Sam no hizo ningún comentario sobre la tontería que acababa de decir cuando se plantó delante de él y lo miró con una sonrisa tensa. Aunque las gafas de sol le impedían verle los ojos, sentía su mirada sobre el cuerpo como una caricia, y ansiaba que su mano le tocase la piel.

—Quería hacerte más preguntas acerca de tu alucinación.

—Por favor, dime que te refieres a la alucinación que te llevó a creer que mi cuerpo era una piruleta.

Sam soltó una carcajada.

—¿Por qué dices eso?

Muy sencillo: porque en ese preciso momento se la estaba imaginando en su cama.

—Un oso tiene derecho a soñar, ¿no?

—Claro que tiene derecho a soñar. Pero algunos sueños pueden hacer que acabes despellejado.

—¿Estarás desnuda mientras me despellejas?

La vio menear la cabeza.

—¿Es que solo piensas en estar desnudo?

—No te creas. Solo cuando hay una mujer guapa de por medio y solo si tengo mucha suerte… ¿Alguna posibilidad de que tenga suerte esta noche?

Sam soltó una especie de gemido.

—¿Estás seguro de que eres un oso y no un perro salido?

Dev se echó a reír al escucharla.

—Te lo creas o no, no suelo tener esta obsesión.

—¿Por qué será que no termino de creérmelo?

—Seguramente porque esta noche me estoy pasando. —Le guiñó un ojo—. Pero ya lo dejo. Has dicho que querías hacerme preguntas que por desgracia no tienen nada que ver con el nudismo.

Sam se obligó a mantener la expresión impasible mientras Dev seguía bromeando.

No bajes la guardia, se ordenó. Los hombres como Dev solo querían a una mujer durante unas cuantas horas antes de darle la patada.

Por muy bueno que estuviera, Dev no era su tipo, y no le interesaba conocer los entresijos de su mente ni mucho menos.

—El daimon que crees que viste… ¿te dijo algo?

—La verdad es que no mucho. Solo me preguntó cuándo íbamos a reabrir.

—¿Recuerdas qué aspecto tenía?

Dev la miró con sorna antes de responder con voz neutra:

—Era alto y rubio.

Sam puso los ojos en blanco al escuchar la descripción. Todos los daimons, a menos que se tiñeran el pelo (algo muy inusual), eran altos y rubios.

—¿Algo más?

—Tenía colmillos y ojos oscuros.

Como todos los daimons que había visto.

—Pues no me ayudas mucho… ¿Te importa que te toque?

Dev enarcó la ceja derecha antes de que el habitual brillo guasón apareciera en sus ojos azules.

—¿Dónde?

—Déjate de perversiones un momento. Solo quiero ver lo que presenciaste aquel día.

Dev retrocedió un paso.

—No voy a dejarte entrar en mi mente, guapa. Podrías robarme las contraseñas o algo.

—No quiero tus contraseñas.

—Claro, claro. —Estaba monísimo con esa expresión recelosa—. Eso es lo que dicen todos, pero luego descubres que se han metido en tus cuentas corrientes, se han llevado el dinero y están usando tu cuenta de Facebook para hacerle sporn a tus amigos y te banean de por vida. No, gracias.

—¿Sporn?

—Spam pornográfico. Y no pongas cara de no haber roto un plato en la vida, como si no supieras de lo que estoy hablando. Lo sé todo acerca de las amazonas… he oído cosas. He visto los telediarios y tal. No pienso dejar que te acerques a mi cabeza para que me hagas esa mierda. No quiero olvidar la imagen de Miss Febrero en todo su esplendor. Me costó mucho memorizar esa página y quiero conservar el recuerdo.

Aunque quería enfadarse por el ridículo discursito, Dev era demasiado gracioso.

—Deja de lloriquear como un crío y dame la mano.

Lo vio retroceder otro paso.

—No.

—¿Lo dices en serio?

—Pues claro. No te quiero en mi cabeza. La última vez que una mujer me leyó la mente, me dio tal bofetón que todavía me pitan los oídos. Y como estoy de guardia, necesito que las orejas me funcionen bien. Si no lo hacen, podría ser fatal.

—El bofetón te lo voy a dar si no dejas de lloriquear.

Dev gruñó como un oso enjaulado. Un sonido impresionante. Sin embargo, en otra época ella se calzaba con zapatos hechos de piel de animales más duros, y en aquel entonces solo contaba con sus habilidades, no con sus poderes de Cazadora Oscura.

—No me asustas.

—Pues deberías asustarte. Porque es la única advertencia que pienso darte. —No quería hacerlo de ninguna de las maneras. No era de los que permitía que los demás vieran su interior. Era una violación de la intimidad, una grosería—. No tengo palabras para decirte la poquísima gracia que me hace que entres en mi cabeza.

—¿Qué tienes ahí dentro que te da tanto miedo compartir?

—Mis trapos sucios.

Sam resopló al tiempo que intentaba tocarlo.

—No quiero tus trapos sucios. Vamos, Dev.

Una vez más, se apartó de ella.

—De «Vamos, Dev» nada. Mis pensamientos son eso, míos, y yo no te imagino dejándome explorarte la cabeza.

Por más que intentaba tocarlo, Dev era muy rápido y se le escapaba.

—Porque no tengo nada relevante que enseñarte. Solo quiero ver qué aspecto tenía el daimon. Es lo único que veré. Te lo prometo.

—Claro, porque tú lo digas. ¿De verdad controlas tan bien tus poderes?

Se ruborizó al escuchar la pregunta.

—¡Lo sabía! —exclamó Dev—. Empezarás a dar vueltas por ahí dentro y yo me olvidaré de cómo hacer papiroflexia o algo. O peor, empezaré a mearme en las esquinas y a eructar en momentos inapropiados.

—Vamos, como si no lo hicieras ya.

—¿Me hablas así porque soy un tío o porque soy un oso? —Estaba ofendidísimo—. Guapa, no me conoces lo suficiente para hacer ese comentario, y por si no lo sabes, tengo un montón de costumbres muy diferentes a las de los osos. Incluso bebo té en una puñetera tacita rosa con flores. ¿Te he dicho ya lo mucho que me cabrea mi hermana?

Sam hizo caso omiso de sus palabras e intentó retomar el asunto.

—No te dolerá.

—Claro, y la luz brillante solo es un medidor oftalmológico.

¿De qué narices estaba hablando?

—¿Qué?

—Ya sabes, la luz brillante… ¿Nunca has visto a Will Smith en Men in Black?

—Pues… no.

Dev suspiró.

—Estás fatal.

—Y tú estás pirado. ¿Alguien más que no me tenga miedo vio al daimon?

—Yo no te tengo miedo. Tengo miedo del daño cerebral que vas a causarme. Sin ánimo de ofender, necesito las tres neuronas vivas que me quedan.

—Nunca le he causado daños cerebrales a nadie al hacerlo.

—Claro, claro. —Frunció la nariz—. Que tú sepas. ¿Les has hecho un TAC a todos después de hurgar en sus cabezas? No. ¿Sabes si les dejaste tocadas las partes del cerebro encargadas de los recuerdos a corto o a largo plazo?

No, pero esa tampoco era la cuestión. No iba a exponerlo a radiación ni a nada parecido.

—Eres un poco paranoico, ¿no?

—Un mucho. Si hubieras protegido esta puerta durante cien años y hubieras visto la cantidad de mierda que pasa por aquí, tú también estarías paranoica. No quiero truquitos con mi cabeza. Si quiero ejercitarla de algún modo, me descargo un sudoku en el iPhone.

Sam levantó las manos en señal de rendición. Era una pérdida de tiempo discutir con alguien tan terco.

—Vale, lo haré sin tocarte.

—Menuda falta de respeto —replicó Dev, que la miró con los ojos entrecerrados.

Sam intuyó que tramaba algo y cuando volvió a hablar, la dejó pasmada.

—Vale, si es lo que quieres. Métete en mi cabeza, que yo me voy a quedar aquí de pie desnudándote con la mirada hasta que estés en cueros. Para que lo sepas, voy a ponerte un tanga rojo minúsculo. Sin sujetador… o a lo mejor con un par de cubrepezones. No, mejor todavía, con pintura comestible de sabor a frambuesa en los pezones y el resto del cuerpo cubierto de miel.

—Eres un cerdo —dijo ella, haciendo una mueca.

—Soy un oso, y tienes suerte de que tolere que hurgues en mis sesos. Me comí la cabeza de la última persona que lo intentó. No sé, pero creo que debería sacar algo de esto antes de que me frías el lóbulo frontal y empiece a babear y tenga que aprender de nuevo a usar los cubiertos. ¿Sabes lo difícil que es en forma de oso? Bastante he tenido aprendiéndolo una vez. Lo último que me apetece es tener que aprender de nuevo a mi avanzada edad.

Sam puso los ojos en blanco otra vez al escuchar ese histrionismo tan innecesario.

—No creo que esa sea la parte del cerebro que controla la salivación.

—Pero no estás segura, ¿verdad? No, no lo estás. Porque eres una necrologista de daimons, no una neuróloga de arcadios y katagarios. No sabrás los daños que vas a causar hasta que sea demasiado tarde, y después tus disculpas por haberme frito el cerebro me importarán un comino. Seguramente ni siquiera las entenderé, porque te cargarás mi área de Wernicke y volveré a la infancia.

Sam pasó de él, cerró los ojos y usó sus poderes.

—Si sirve para que te sientas mejor, no me apetece hacerlo.

—Pues la verdad es que no me siento mejor. Pero si vas a hacerlo y te enteras de dónde dejé mi iPod nano, dímelo. Llevó días buscándolo. Y lo menos que puedes hacer, doña Entrometida, es decirme dónde encontrarlo.

Dev era un tío muy raro.

Inspiró hondo y mientras él estaba distraído extendió una mano, le colocó la palma en la nuca y le enterró los dedos en el pelo. Puesto que lo había atrapado, Dev no podía escaparse sin quedarse medio calvo. Aunque no sabía por qué, se sintió bien al ganarle la partida en algo.

Hasta que se dio cuenta de que no estaba obteniendo nada de él.

Nada.

¿Qué narices…?

Era imposible. Cuando tocaba a alguien, sus pensamientos salían proyectados de inmediato. Pero en esa ocasión no. Dev era un libro cerrado para ella.

No tenía nada.

Dev le apartó la mano del cuello y torció el gesto cuando notó que le arrancaba un mechón de pelo.

—Has hecho trampa.

Sam hizo caso omiso de su enfado.

—Estás vacío.

—Pues tú tampoco eres una maravilla, guapa.

Meneó la cabeza al escuchar su tono ofendido.

—No me refiero a eso. Es que no puedo leerte la mente. Nada de nada. Es como… —Como si ella fuera una persona normal.

Imposible. Volvió a enterrar la mano en ese pelo tan suave.

Seguía sin recibir nada.

Dev hizo ademán de apartarla, pero se lo impidieron dos cosas. La primera, que no quería que le arrancase otro mechón de pelo, y la segunda, que…

Que era maravilloso, pero maravilloso de verdad, tenerla tan cerca. El olor de su piel se le subió a la cabeza y solo atinó a pensar en la imagen que le había descrito poco antes. Su cuerpo estalló en llamas mientras contemplaba su reflejo en las gafas de sol y la veía desnuda delante de él. Antes de poder evitarlo, le quitó las gafas de sol y le alzó la barbilla.

No lo hagas, se ordenó.

Pedirle que se detuviera era como pedirle a una piedra que flotara: un imposible. Presa del deseo, inclinó la cabeza y saboreó el paraíso. Rozó esos suaves labios con los suyos y degustó su aliento.

Los sentidos de Sam se saturaron al percibir la pasión del beso de Dev. Un beso carnal y exigente, con el que devoró su boca y le robó el aliento. Sin embargo, el subidón no solo estaba provocado por el deseo, sino también porque no podía sentir sus emociones mientras la besaba. No podía escuchar sus pensamientos. Por primera vez en cinco mil años, solo escuchaba los latidos de su propio corazón. Solo experimentaba sus propias sensaciones.

No las de Dev. Ni siquiera un poquito.

Ese hecho la atravesó y avivó su anhelo como nada lo había conseguido hasta entonces. Podía acostarse con él sin que la experiencia la atormentase.

Lo besó con ansia y con el corazón disparado, deseando saborear cada caricia de su lengua, cada sensación, tal como había hecho cuando era humana.

Las hormonas de Dev se revolucionaron cuando las manos de Sam lo acariciaron, acercándolo cada vez más… como si quisiera meterse bajo su piel. Después de introducir una mano entre sus cuerpos, se la acarició por encima de los vaqueros. Nada podría ponerlo más cachondo. Bueno, eso no era verdad. Porque verla desnuda y arrodillada delante de él lo pondría todavía más cachondo. Pero su mano no se quedaba muy atrás.

Giró con ella entre los brazos para apoyarla contra la pared. Sam le rodeó las caderas con las piernas, apretándolo con sus maravillosos muslos.

¡Sí, joder!, pensó. De estar desnudos, se encontraría en pleno éxtasis en ese preciso momento. Solo podía pensar en hundirse en ella.

—¡Dev! ¡Pelea!

Le puso fin al beso al oír la voz de Colt a través de los auriculares. A esa hora de la noche el personal era mínimo, lo que quería decir que Colt y él eran los únicos que vigilaban y que los demás estaban fuera de servicio y durmiendo. Los otros trabajadores del local en sus puestos eran su hermana Aimée y la camarera humana, que tenía el aspecto de una niña de doce años famélica. Dado que no sabía si la amenaza era sobrenatural o humana, no podía desoír la llamada.

¡Joder!, pensó. En ese momento los mataría a todos por ser tan inoportunos.

Enfrentó la sorprendida mirada de Sam.

—Lo siento, guapa. Tengo que irme.

Sam asintió con la cabeza al tiempo que bajaba las piernas y lo liberaba.

Quienquiera que hubiera empezado la trifulca podía tener una buena excusa, porque si no era así, pensaba matarlo. Apretó los dientes por la frustración y atravesó la puerta en dirección a la pelea.

Sam soltó un taco, frustrada, al tiempo que lo seguía para ver qué pasaba.

Vale, no soy tan putón, se dijo. El problema era que había pasado demasiado tiempo desde la última vez que tocó a un hombre sin tener que lidiar con sus traumas. Así que sus hormonas habían silenciado al sentido común. Y la verdad era que quería que Dev volviera para repetir la experiencia…

Aunque esperaba que durase mucho más de tres minutos.

Mientras intentaba no pensar en eso, entró para echar una mano.

Desde luego que había una pelea monumental entre dos moteros humanos. Dev cogió al más grande y lo apartó del más menudo, al que había estado machacando, al tiempo que otro katagario se interponía entre los luchadores.

El humano más grande golpeó a Dev en la cara.

Pero el oso ni se inmutó. Cogió al humano de la camisa y lo apartó de un empujón.

—Tío, si llamas a la puerta del demonio, te van a estampar la cara contra la pared.

—¡Que te den! —El humano hizo ademán de golpearlo de nuevo.

Dev lo esquivó, hizo girar al humano y lo estampó contra la pared con tanta fuerza que su cabeza dejó una marca en el yeso. El motero retrocedió dos pasos antes de caer al suelo.

—¡Dev! —gritó Aimée Peltier mientras rodeaba una mesa para comprobar el pulso del humano. Era una mujer alta y delgada, con la melena rubia recogida en una coleta. Fulminó a su hermano con la mirada.

La cara de Dev era la viva imagen de la inocencia.

—¿Qué? Lo he avisado. No es culpa mía que no sepa cuándo cerrar la boca y cuándo dejar las manos quietecitas. No soy un santo, cariño. Si me pegan, devuelvo el golpe. Ya conoces el lema del Santuario.

El oso que sujetaba al otro humano se echó a reír.

—Dev, ¿quieres que acompañe a este a la puerta?

El humano levantó las manos en señal de rendición.

—Me largo. Ahora mismo. No me hace falta besar la pared. —Echó a correr hacia la puerta.

Aimée se puso en pie con expresión feroz.

—Está vivo… Pero, joder, Dev, sabes que no debes hacerlo. Podrías haberlo matado.

En el fondo, Sam creía que Dev tenía motivos para hacer lo que había hecho. Tal como él mismo acababa de decir, se lo había advertido.

Un extraño gruñido brotó del humano antes de que se pusiera en pie y mirara a Dev con los ojos entrecerrados.

—Vas a morir por esto, Dev. —Antes de que esos ojos desalmados se clavaran en Sam, miró al otro oso y a Aimée—. Todos vais a morir, incluida tú, Cazadora. —Echó la cabeza hacia atrás y empezó a reírse como un loco.

Decididamente no era humano…

Dev lo agarró.

—Ya basta de chorradas. Estás…

El motero explotó y lo pringó por entero.

Dev soltó un taco al verse empapado por una sustancia amarillenta que tenía la viscosidad de los mocos. Lo embadurnó por completo e incluso le entró por la boca, los ojos y las orejas.

—Joder, es un demonio limaco. Aimée, bórrales los recuerdos a los humanos. Colt, tráeme una toalla, desinfectante y colutorio. —Escupió mocos y extendió los brazos, haciendo que la sustancia saliera despedida en todas direcciones.

—¡Tío! —gritó Sam, que esquivó la viscosa metralla—. No vayas tirando mocos por ahí.

Dev resopló al escucharla.

—Vaya, así que ya no quieres tocarme, ¿eh? —Chasqueó la lengua—. ¿Qué os pasa a las mujeres? En cuanto os ensuciamos un poquito, os ponéis melindrosas y ya no os interesamos.

Cuando dio un paso hacia ella, Sam retrocedió.

—No me obligues a hacerte daño.

—Eres una bruja. Lo sabía. Vale, me voy con mis mocos arriba para desdemonizarme. Pero primero me lavaré los dientes. Y luego voy a hacer gárgaras con agua hirviendo y me frotaré con alcohol.

Sam lo miró y meneó la cabeza. ¿Cómo podía bromear con el hecho de estar cubierto de ese apestoso moco demoníaco? No entendía cómo un katagario con un olfato tan agudo podía soportarlo sin echar la pota. Aunque nunca la habían bañado en moco demoníaco, sabía por boca de otros que era muy desagradable y que escocía.

—Seguro que me perdonáis por ser tan grosero. —Dev se teletransportó de inmediato.

Sam se volvió y vio que Aimée estaba «charlando» con los pocos humanos que había en el bar para borrarles los recuerdos del encontronazo de Dev con el demonio. Su mirada se cruzó con la de otro oso y tuvo que preguntarle:

—¿Pasa a menudo?

—La verdad es que no. Los demonios no suelen venir por aquí, salvo Simi y, muy de vez en cuando, su hermano Xed. —El oso miró a Aimée—. Que los dioses los ayuden. A Aimée no se le da muy bien lo de borrar recuerdos. Ojalá no les fría algo que necesiten.

¡Ah! Eso explicaba la paranoia de Dev y la llevó a preguntarse qué había perdido por culpa de la ineptitud de Aimée.

El oso le tendió una mano.

—Soy Colt.

—Sam.

El oso dejó caer la mano al ver que ella no la aceptaba y miró con el ceño fruncido el estropicio del suelo.

—¿Sabías que era un demonio antes de explotar?

—Ni me había dado cuenta. ¿Y tú?

Colt negó con la cabeza.

—Aquerón os traslada a todos aquí. Nos visita un daimon a plena luz del día y ahora un demonio pringa a Dev con sus mocos. No sé qué opinas tú, pero a mí no me parece una coincidencia.

—Yo pienso lo mismo. Esto no es moco de pavo.

Colt puso los ojos en blanco.

—Qué chiste más malo.

—Lo sé, pero no he podido resistirme. —Sam señaló con la barbilla los restos del demonio, esparcidos por el suelo—. ¿Qué puede llevar a un demonio a amenazarnos y a suicidarse después?

—¿La estupidez? Los limacos no son muy listos que digamos. A lo mejor creía que se estaba teletransportando, pero acabó explotando. O a lo mejor tenía gases. A saber lo que comió antes de entrar en el bar.

—Pero ¿por qué amenazarnos?

—Diría que por dar la brasa, pero también me mosquea. Algo huele mal. —Colt extendió el brazo para que pudiera verlo bien—. Mira… tengo la piel de gallina.

Claro, claro. Sam soltó un suspiro hastiado. No tenía ni un pelo fuera de su sitio.

Fang salió corriendo de la cocina, seguido de cerca por otro rubio que era un dragón. Se dirigió hacia Aimée de inmediato para asegurarse de que estaba bien mientras el dragón se encargaba de borrarles los recuerdos a los humanos.

Sam frunció el ceño.

—¿Borráis muchos recuerdos por aquí?

—No tantos como te imaginas. Nos las apañamos bastante bien para ocultar lo sobrenatural a ojos humanos. Max es el experto de la casa en contención. Es capaz de borrar los recuerdos de cualquiera sin que se dé cuenta.

De repente, recordó a Dev diciéndole algo acerca de robo de contraseñas. Eso le arrancó una sonrisa.

Colt frunció el ceño.

—¿Qué pasa?

—Nada. —No quería compartir ese recuerdo. Le gustaba que fuera algo entre Dev y ella.

He perdido el juicio, se dijo. Dev era imposible e irritante. Y en ese preciso momento estaba cubierto de mocos demoníacos.

Pero seguía siendo sexy.

Estoy para que me encierren. Solo una loca creería que un tío pringado de moco paranormal está cañón. Esto es lo que pasa cuando te tiras doscientos años sin sexo. Que pierdes la cabeza y la perspectiva, se dijo.

Volvió a dirigirse a Colt:

—Ya le he dicho a Dev que no tengo muy claro si el daimon que creísteis ver el otro día podía ser un demonio disfrazado…

—No —le aseguró Aimée al acercarse a ellos—. Era un daimon. No hay duda. Aunque no te lo creas, sabemos distinguirlos.

Sam no estaba tan segura. Los demonios y los daimons no eran subespecies tan distintas.

—Supongamos por un momento que tengo razón y que era un demonio jugándoos una mala pasada. ¿No tendría más sentido todo esto? —Señaló con el brazo los restos del demonio.

Fang soltó una carcajada ronca, como si supiera algo que los demás desconocían.

—Sí, pero era un daimon. Créeme, sé distinguir muy bien a un demonio.

¿Por qué estaba tan empecinado?

—Algunos son difíciles de reconocer.

Fang resopló.

—Para vosotros. Pero da la casualidad de que yo soy un Rastreador del Infierno. Y sé muy bien si un demonio anda cerca. La mancha del suelo es lo que me ha despertado de un sueño profundo hace unos minutos. Lo supe en cuanto pasó de humano poseído a demonio y manifestó sus poderes. Cuando eso pasa, me arde la piel, un efecto que no consiguen los daimons.

Sam no conocía el término que había usado para referirse a sí mismo, aunque Fang lo había dicho como si debiera saberlo.

—¿Qué es un Rastreador del Infierno?

Fang esbozó una sonrisa arrogante.

—Los Cazadores Oscuros cazan daimons. Los Rastreadores del Infierno cazamos demonios. Por más que se disfracen, no pueden esconderse de nosotros mucho tiempo. En cuanto uno usa sus poderes cerca de nosotros, lo percibimos. Lo mismo que vosotros con vuestra presa.

En eso tenía razón. Como Cazadora Oscura, podía sentir la presencia cercana de un daimon. Así que tenía sentido que él contara con un poder parecido para seguir a sus objetivos.

—¿Y sabes por qué don Manchurrón estaba aquí?

—Mi trabajo consiste en controlarlos. No soy ni su terapeuta ni su agente de la condicional. A lo mejor vino para meterse conmigo o para tomarse una cerveza. Nunca se sabe con los demonios. Puede que incluso entrara siguiendo a otra persona, a saber con qué propósito.

Sam miró a Fang con sorna mientras intentaba aceptar el hecho incontestable que pretendía eludir: los daimons podían salir a pleno sol y Fang estaba majara.

—Vale. —Asqueada con lo que se veía obligada a hacer, se quitó el guante y se acercó a la mancha que Max estaba limpiando.

Qué servicial el dragón por limpiar sin quejarse, pensó. Sin embargo, se detuvo para mirarla con el ceño fruncido.

—No preguntes —le dijo ella.

Se arrodilló y tocó la sustancia que quedaba del demonio. Era fría y pegajosa… ¡Uf, qué asco! Intentó no pensar en eso ni en el hecho de que le estaba quemando las puntas de los dedos y cerró los ojos mientras usaba sus poderes para invocar una imagen del demonio en su forma original.

Sí, tenía una cara que asustaría incluso a su propia madre. Los demonios limacos no eran atractivos. Parecían osos humanoides y gordos, con enormes colmillos en la barbilla y en la frente.

Sin embargo, las escenas que vio en su cabeza eran desconcertantes. No tenían el menor sentido…

Vio un lugar sin sol. No era una ciudad del plano humano, sino una donde el sol no brillaba, literalmente. Era como si el astro no existiera en ese plano… de modo que debía de ser un plano alternativo. No había indicios de que fuera el plano humano y parecía totalmente distinto. Era una extraña mezcla de mundo antiguo y moderno.

De repente, el demonio apareció en un salón con una cantidad de daimons inimaginable. Debía de haber más de mil y hablaban en una lengua que no conocía.

¡Qué leches! Metió la palma de la mano en la sustancia del suelo para conseguir mejores imágenes de los últimos recuerdos del demonio.

La estancia giró a su alrededor hasta que se vio dentro del cuerpo del demonio. Escuchaba lo que él, sentía lo que él y lo veía todo a través de sus ojos inyectados en sangre. Los rugidos de los daimons amenazaban con destrozarle los tímpanos mientras intentaba abrirse paso entre ellos.

Su amo lo llamaba y estaba desesperado por llegar a su lado. Le dolía. Sentía su dolor y hacía que le doliera el cuerpo en respuesta. Su deber era liberar a su amo. Luchar por él y protegerlo…

Un daimon cogió al demonio del cuello con fuerza y lo empujó hacia el estrado donde se alzaban dos tronos negros. Ambos tronos estaban tallados para parecer esqueletos humanos, un detalle que sin duda pretendía intimidar a todo aquel que lo viera. Y desde luego que intimidó al demonio mientras encaraba a los ocupantes de dichos tronos. Un hombre muy atractivo con pelo negro y corto estaba sentado en uno, y a su lado había una guapa rubia con unos ojos tan fríos que parecían a punto de resquebrajarse.

—¿Podemos comernos a este, milord? —preguntó el daimon que lo sujetaba.

El hombre del trono negó con la cabeza.

—Los limacos no tienen alma. Son siervos. No merece la pena que perdamos el tiempo. Además, te provocaría ardores.

El daimon resopló, disgustado, antes de apartar al demonio limaco de un empujón. En ese momento el demonio vio a su amo…

Estaba en el suelo a escasos metros de él, mientras dos daimons lo desangraban.

—¡Ayúdame! —le gritó su amo al tiempo que extendía una mano hacia él, pero sabía que era inútil.

No podía hacer nada contra tantos. Los daimons estaban matando a su amo…

Él sería el siguiente.

La mujer del trono se echó a reír.

—Mira al pobre desgraciado, Stryker. Creo que está aterrado.

Sí, pero no era el tal Stryker quien lo asustaba. Su amo ya no tenía piel humana. Estaba en su verdadera forma demoníaca, con alas, y aun así no podía repeler a los daimons…

Los daimons eran muchísimo más poderosos que todos los demonios de su clase.

Aterrado, se teletransportó lejos de los daimons, de vuelta al plano humano donde tenía cierta sensación de seguridad.

En cuanto llegó, sintió la liberación… sintió la muerte de su amo.

Soy libre, pensó. Después de tantos siglos bajo el cruel yugo de su amo, por fin era libre. Libre para siempre. La felicidad lo embargó.

Hasta que un daimon apareció a su derecha.

—¿Adónde crees que vas?

—Yo…

El daimon se abalanzó sobre él, interrumpiéndolo.

El demonio limaco echó a correr.

—¡Vuelve aquí, babosa! Muere como tu amo.

Aterrado, el demonio se teletransportó de nuevo; pero nada más aparecer, sintió que algo le golpeaba el pecho con mucha fuerza. Incapaz de respirar a causa del dolor, se dirigió al único lugar que se le ocurrió donde un daimon no podía matarlo.

El Santuario. Era el único lugar donde se protegía a todas las criaturas sobrenaturales por igual. Los osos se asegurarían de que nadie le hiciera daño.

Se teletransportó a la tercera planta del edificio, un punto prohibido para los humanos, y bajó a trompicones hasta el bar. A esa hora solo quedaban unos cuantos clientes, además de un oso en la barra y la osa que hacía de camarera. Parecía un lugar seguro. No había daimons. Con esa idea en mente, se acercó a la barra para pedir una bebida mientras vigilaba por si aparecía el daimon para rematar la faena.

Los segundos pasaron despacio.

Ni rastro de los daimons. Nadie se le acercó.

Estoy a salvo, pensó.

A medida que se le iba calmando el corazón, fue bebiendo, y dio gracias por haber escapado de una muerte casi segura en Kalosis a manos de Stryker y sus hombres. Al menos, eso pensó hasta que notó un dolor en el pecho que fue aumentando poco a poco. Hasta volverse insoportable. Agónico.

¿Por qué?, se preguntó. ¿Lo causaría el cuerpo del humano que había robado antes de entrar en Kalosis? ¿Tendría el motero algún defecto interno?

Se apartó de la barra con paso tambaleante mientras buscaba a alguien que lo ayudara a aplacar el dolor. Se tropezó sin querer con un humano de aspecto desastrado.

—¡Capullo, mira por dónde vas!

Le gruñó al patético ejemplar de humano.

El hombre se puso en pie y lo empujó.

—¿Tienes ganas de gresca?

¿Era una pregunta trampa? El demonio se abalanzó sobre él para enzarzarse en una pelea…

Sam se aisló emocionalmente de la escena, porque lo que sucedía a continuación lo había vivido en persona. Dev los separaba y el demonio moría después de que el dolor que sentía en el pecho lo hiciera estallar.

Abrió los ojos y vio que Fang, Max, Aimée y Colt la miraban con curiosidad.

—Vino al Santuario porque estaba huyendo de los daimons. Creía que aquí estaría a salvo.

Max resopló.

—Error garrafal.

Fang pasó de él y cruzó los brazos por delante del pecho.

—¿Por qué huía de los daimons? ¿Sabes qué querían de él?

La verdad era que no, solo sabía que los daimons eran unos capullos retorcidos.

—Se comieron a su amo y luego le inyectaron algo. Por eso explotó al llegar aquí. Había un daimon en particular que quería matarlo, pero no sé el motivo.

Aimée hizo una mueca.

—¿Por qué se comieron a su amo? No pueden alimentarse de la sangre de un demonio… ¿verdad? —Miró a su pareja.

En el mentón de Fang apareció un tic nervioso mientras meditaba la respuesta.

—Si un daimon absorbe el alma de un katagario o de un arcadio, consigue sus poderes.

—Pero es algo temporal —replicó Colt—. Cuando muere el alma, los daimons pierden los poderes.

Max miró la mancha del demonio con los ojos entrecerrados.

—Yo pensaba que los conservaban.

Fang se pasó una mano por la barbilla.

—Da igual. No importa. No estamos hablando de arcadios ni katagarios. Estamos hablando de demonios. Y en ese caso podrían aplicarse unas normas totalmente distintas.

—La tolerancia al sol —susurró Aimée, devolviéndolos a todos al detalle más importante.

Fang asintió muy serio con la cabeza antes de mirar a Sam.

—Ahora que no están subordinados a la noche, irán a por vosotros cuando sois más vulnerables.

Durante el día, cuando no podrían huir. Los Cazadores Oscuros estarían atrapados en sus casas. Y si los daimons rompían las ventanas de sus dormitorios para que entrara la luz del sol…

Estarían muertos.

Había una posibilidad peor: que se limitaran a quemar sus casas mientras dormían. Los Cazadores Oscuros no podrían escapar. Un fuego lo bastante fuerte también podía matarlos.

Sin Cazadores Oscuros, nadie podría impedir que los daimons mataran a todos los humanos que quisieran.

Se abriría la veda de humanos.

Bon appétit.