Nota de la autora

Como mujer de ascendencia tsalagi (cherokee), siempre me han fascinado las creencias y las leyendas de todas las naciones indias. De pequeña, pasaba horas y horas en la biblioteca, leyendo todo lo que podía encontrar que me permitiera atisbar esa parte de mi historia familiar; y también me pasaba horas y horas escuchando las historias que me contaban mis familiares, y todos ellos obraron magia con sus palabras.

Cuando empecé a escribir la saga de los Cazadores Oscuros estando en la universidad, decidí utilizar la mitología griega con una excepción importante: los daimons. Un ser a caballo entre un vampiro y un demonio sobre el que pesaba una maldición, que no era inmortal y que en vez de alimentarse con la sangre necesitaba de algo un poco más… sustancioso.

El alma humana.

Si bien la maldición y las leyendas sobre los atlantes, los apolitas y los daimons son producto de mi imaginación, hay algo que tomé prestado de mis ancestros: una parte de la leyenda del tsi-nook o del chenoo.

Cuando era niña, el tsi-nook era el hombre del saco con el que mi madre me asustaba si no me portaba bien (también usaba a Manitú, pero esa es otra historia).

De origen wabanaki, el tsi-nook comienza su vida como humano que o bien ha sido poseído por un demonio o bien ha cometido un acto atroz (por regla general, el canibalismo) que hace que su corazón se convierta en hielo. También conocido como Caníbal de Hielo, el tsi-nook vive y se hace más fuerte comiendo a humanos, sobre todo sus almas. Por eso mi madre me decía que era imperativo que rezara por las noches y le pidiera a Dios que protegiera mi alma mientras dormía. Si no lo hacía, uno podría colarse en mi cama (o en mis sueños) y robármela… porque todo el mundo sabía que el alma de un niño era el premio más valioso para un tsi-nook y que si no se tenía cuidado, se le podía entregar el alma a uno sin pretenderlo. Estoy segura de que esto último se lo inventó mi madre para darme más miedo, porque no he conseguido encontrar ni una sola historia que lo corrobore.

Sin embargo, la idea de que me robaran el alma o de que alguien pudiera capturar alguna me fascinaba de pequeña, así que de adulta decidí tomarla prestada para mis daimons.

También he incorporado a los Tsi-nook y a otros monstruos en este libro. Es algo que deseaba hacer desde hace mucho tiempo. Presenté a Sunshine Runningwolf al principio de la saga (era la protagonista de mi segunda novela de los Cazadores Oscuros, El abrazo de la noche). Como mujer de ascendencia india, al igual que yo, Sunshine respeta sus orígenes. Y desde que terminé aquella novela, quise volver a mis raíces y explorarlas con más detenimiento.

Por último, en este libro he podido rendirles homenaje a diferentes creencias y leyendas indias, incluidas las de mi familia, y explorarlas en profundidad.

Una vez dicho esto, también tengo que añadir que he creado mi propia mitología para el libro. Las tribus (o clanes) originales, creadoras de los Guardianes que he utilizado, al igual que algunos monstruos, no pertenecen a ninguna creencia india. Lo he hecho por respeto y con toda la intención del mundo.

Como persona espiritual que soy y que procede de una herencia muy variopinta en el ámbito religioso, siento un profundo respeto y un amor incondicional por todas las religiones y por todos los puntos de vista. Jamás insultaría ni ofendería a nadie a propósito.

La profecía del Tiempo del Destiempo es una creencia cherokee real a la que no pude resistirme y que he tomado prestada. También crecí con esta historia. Sin embargo, la he modificado un poco y continuaré con ella en la siguiente novela de los Cazadores Oscuros.

No sabéis cuánto he disfrutado de este escarceo con otro panteón. Cuando me senté a escribir la historia de Jess, sabía que me robaría el corazón y que me haría reír y llorar. He hecho ambas cosas en muchas ocasiones a lo largo de esta obra.

Como me sucede con todos mis libros, estoy muy orgullosa de este y ojalá que hayáis disfrutado del camino conmigo. Ahora tengo que prestarles atención a las voces de mi cabeza una vez más, unas voces que rezo para que nunca desaparezcan y para que sigan contándome sus historias durante muchos años.

Pero, antes de irme, me gustaría despedirme con lo primero que mi tío me enseñó a decir en tsalagi: Wa-do. Gracias.