Jess se habría echado a reír de buena gana de no ser por la ironía. Uno de sus poderes era la capacidad de percibir las emboscadas, pero la guarida donde se encontraban anulaba sus facultades. Era lo único que les faltaba a Ren y a él, después de llevar varios días debilitándose mutuamente por la cercanía.
En el mejor de los casos, sus poderes funcionaban a medio gas. Y, de todas formas, lo mismo les habría dado que funcionaran a pleno rendimiento, porque habría caído de lleno en la emboscada, y por una razón muy sencilla: estaba tan concentrado en llegar hasta Abigail y en ponerla a salvo que no habría reparado en nada más.
En fin…
Nunca era tarde para aprender.
Tomó la cara de Abigail entre las manos mientras se perdía en el brillo de sus ojos, e inclinó la frente contra la suya, inspirando el dulce olor de su piel. Sí, eso le daba fuerzas.
—Esto… ¿chicos? —dijo Sasha, que se encontraba tras ellos—. Me repatea aguaros la fiesta, pero tenemos un problemilla. A lo mejor os gustaría echar un vistazo para prepararos o lo que sea. Yo os lo comento y vosotros decidís qué hacéis.
Jess no necesitaba mirar. Sentía todos los ojos clavados en él. Los tres estaban en el centro de una enorme estancia situada en lo más profundo de una caverna. Las paredes que los rodeaban, de un blanco inmaculado ribeteado de negro, le recordaron los muros de un palacio. Uno de esos lugares que jamás había soñado con ver durante su época de humano.
Pero las cosas habían cambiado. Y los cambios no siempre eran para bien, y no siempre eran para mal.
Sasha se encontraba a su izquierda y Abigail, delante. Choo Co La Tah no estaba con ellos debido a sus heridas. Ren parecía haber desaparecido.
Otra vez.
Se acercaban seis daimons hacia ellos. Tres por la derecha y tres por la izquierda. Y en la oscura boca del túnel aguardaba una horda de ellos.
Bueno, Jess había estado en peores marrones, la verdad.
El día anterior, sin ir más lejos.
Abigail se demoró un segundo para mirar aquellos ojos oscuros que la perseguían a todas horas. Se puso de puntillas para darle un beso en la punta de su deliciosa nariz.
—Gracias por venir a por mí.
—De nada.
Lo abrazó con todas sus fuerzas.
—Por si no salimos vivos de esta, te quiero, Jess Brady, que lo sepas.
Jess sintió que la alegría le invadía el corazón al escuchar esas palabras que jamás había esperado oír y, además, procedentes de unos labios que lo ponían a cien.
—Yo también te quiero.
Ella sonrió.
Hasta que Sasha masculló:
—Están atacando.
Jess disfrutó del roce de la piel de Abigail durante un segundo más.
—Apunta al corazón.
Ella inclinó la cabeza para hacerle saber que lo había comprendido al tiempo que desenfundaba las dos pistolas que Jess llevaba en la parte posterior del cinturón. Él desenfundó las que llevaba delante.
Se volvieron a la vez y comenzaron a disparar al enemigo. El primero al que Jess disparó saltó y aterrizó a sus pies. Como vio que no explotaba, supuso que no estaba muerto o que era un miembro de la nueva especie, una máquina de matar.
Los daimons se abalanzaron sobre ellos procedentes de todas las direcciones. A Jess le recordaba a un videojuego de Alien. Cuanto más disparaba, más enemigos había. La única diferencia era que los daimons no caían del techo.
De momento.
A saber los poderes que podían desarrollar con el tiempo. Cada vez que parecían tenerlos controlados, descubrían algo nuevo… como el detalle de alimentarse de un gallu para aumentar sus poderes. ¿A quién narices se le había ocurrido algo así?
Posiblemente al mismo gilipollas retorcido que vio a una gallina poner un huevo y dijo: «Eh, voy a freír esto para comérmelo. Deseadme suerte. Si me pongo enfermo, que alguien busque un médico».
Abigail disparó las últimas balas del cargador y uno de los daimons quedó reducido a polvo. Sufría una verdadera crisis de conciencia al verse obligada a matar a gente por la que había estado dispuesta a morir una semana antes. Pero el hecho de que estuvieran decididos a matarla si ella no se les adelantaba le facilitó bastante las cosas.
Se volvió hacia la derecha y se quedó pasmada al ver a Jess luchar. Vio cómo disparaba el rifle y usaba la culata para golpear a un daimon. Después trazó un elegante arco con el arma y volvió a disparar. Se agachó y se impulsó para deslizarse sobre el suelo a fin de atacar a otro daimon con la culata. Se movía tan rápido que iba dos pasos por delante de ella.
¡Era increíble!
Un daimon que blandía un hacha se acercó a Jess. Con una calma escalofriante, él evitó el mandoble de la hoja. Sin embargo, había pasado tan cerca de su cuello que Abigail se preguntó cómo era posible que él se mantuviera tan seguro de sí mismo.
Menos mal que sabía lo que se hacía. Si no, en ese momento ella estaría recogiendo su cabeza del suelo.
A medida que se quedaban sin munición y el número de enemigos aumentaba, Jess se colocó entre Sasha, que había adoptado su forma de lobo, y ella. A Abigail le encantaba esa faceta suya tan protectora.
Siguió luchando como un ninja. Sus habilidades la tenían impresionada. La verdad fuera dicha, no entendía cómo había podido plantarle cara cuando se enfrentó a él. Hasta ese momento desconocía todo su potencial.
¡Era increíble!
Se quedaron sin balas en un abrir y cerrar de ojos, de modo que retrocedieron hasta la parte posterior de la cueva, golpeando a daimons mientras lo hacían.
Jess empezaba a echar de menos su poder para recargar armas. Y para crearlas. ¡Cómo le cabreaba tener los poderes a medias! En ese momento le habrían sido de gran utilidad, sobre todo porque Coyote no tenía nada en la cueva que pudiera usarse como arma.
¡Menudo cabrón!
—¿Oyes a las almas humanas que liberamos al matarlos? —le preguntó Abigail.
—No —contestó él.
A juzgar por la expresión de Abigail, ella sí las oía.
—¿Y lo llevas bien? —le preguntó él.
La vio asentir con la cabeza.
—No —dijo, sin embargo, contradiciendo el gesto—. No dejo de pensar que un daimon se alimentó del alma de mi madre, y que nadie la liberó.
—Lo siento.
—No fue culpa tuya.
Cierto, pero de todas formas se sentía mal por ella.
Los poderes de Sasha también estaban mermados. Era como si lucharan con las manos atadas a la espalda mientras que los daimons lo hacían armados hasta los dientes.
Abigail vio que llegaban más daimons y se sintió al borde del pánico. ¡Parecían multiplicarse como las cucarachas!
—Vamos a morir, ¿verdad?
—Espero que no. Tengo un episodio de Los increíbles Powell en el portátil que todavía no he visto. Sería un fastidio no poder hacerlo. Y si eso llega a pasar, tendría que vengarme de todos estos.
Abigail meneó la cabeza.
—Tú no estás bien —le dijo.
Sin embargo, eso era lo que más le gustaba de él.
Siguieron retrocediendo por la cueva, pero se estaban quedando sin espacio.
Cuando llegaron a la pared posterior, formaron un semicírculo.
Sasha suspiró y dijo:
—Bien, pues hasta aquí hemos llegado. La verdad es que nunca había pensado morir de esta forma. —Contempló las paredes verdes de la cueva—. Bueno, al menos moriremos en un lugar fresco y verde como la menta.
—¡Pssss!
Sasha se volvió en busca del origen del sonido.
Jess miró a Abigail y enarcó una ceja.
—¡Yo no he sido! —exclamó ella.
Ambos miraron a Sasha.
—¿Qué pasa? ¿Un ruido sospechoso y la culpa la tiene el perro? Eso está muy mal. Lo siguiente será echarme la culpa de un ataque de gases. Yo no he sido.
—¡Pssss! ¡Abby!
Abigail se quedó helada al reconocer la voz de Hannah. Se volvió y descubrió a su hermana oculta en una estrecha grieta de la pared. Iba vestida de negro de los pies a la cabeza y parecía la Barbie Espía. Si lo que buscaba era lograr un aspecto más amenazador, había fracasado estrepitosamente. Era demasiado menuda, demasiado rubia y demasiado dulce para conseguir asustar a alguien.
—¿Qué haces aquí, Hannah?
—Salvaros el culo, vamos.
Abigail la siguió sin pensárselo siquiera.
—Hablad todo lo bajo que podáis —les advirtió—. Algunos daimons tienen muy buen oído, y las paredes son delgadas.
—¿Sabes dónde está Ren? —le preguntó Jess.
Hannah asintió con la cabeza.
—Planean sacrificarlo a medianoche. Coyote lo está torturando ahora mismo.
Abigail frunció el ceño. Hannah actuaba como Pedro por su casa y parecía estar al tanto del horario establecido. Además, conocía ese pasadizo secreto.
—No lo entiendo. ¿Cómo habéis acabado con Coyote?
—Fue Jonah.
La inesperada respuesta la impactó de tal forma que incluso tropezó.
—¿Cómo dices?
—¿Recuerdas que Jonah se propuso investigar para encontrar una cura que nos sirviera?
Abigail asintió con la cabeza. Todo aquel que hubiera conocido a Jonah estaba al tanto de su historia. Había encontrado un manuscrito misterioso que afirmaba que una de las tribus indias de Nevada había escondido en las montañas un suero capaz de curar cualquier enfermedad y de transformar el ADN de una persona en el de un ser perfecto.
Jonah había interpretado que el suero podía curar cualquier daño fisiológico que implicara la maldición de Apolo.
Tanto ella como Hannah lo habían tomado por una patraña, pero Jonah había insistido y había pasado años explorando el desierto por las noches en su busca.
—Jonah no encontró el suero, pero sí a Coyote. Este le contó que la leyenda era cierta y le prometió que si lo ayudaba a localizar las dos jarras que lo contenía, lo compartiría con él. Todavía lo estaban buscando cuando… —Se detuvo para mirarla con severidad—. Cuando Jonah murió. El caso es que llevaban décadas colaborando. Así que cuando Coyote llamó a Kurt y le pidió que reuniera a los daimons para matar a un Cazador Oscuro, vinimos.
A Abigail le dio un vuelco el corazón.
—¿Vinimos? —repitió.
—Yo también he tomado sangre de demonio. No quiero matar a humanos, Abby, pero tampoco quiero morir. Supongo que nadie echará de menos a un gallu.
Agradecida por la compasión y la humanidad que demostraba su hermana, Abigail la abrazó.
—Te quiero, hermanita.
—Yo también te quiero, por eso no podía permitir que te mataran. Aunque estés del lado del enemigo —dijo Hannah sacando una cajita de la chaqueta y pulsando un interruptor.
Jess suspiró. Había desconectado el inhibidor que bloqueaba sus poderes.
Hannah agachó la cabeza.
—Siento que acabo de fallarle a un miembro de mi familia para salvar a otro.
Abigail meneó la cabeza.
—No has traicionado a Kurt. Él no quiere matarme, ¿verdad que no?
—No lo sé. Está muy enfadado y ahora mismo no sé lo que piensa, sobre todo en lo referente a Jonah. Ya sabes lo unidos que estaban. Pero yo no quiero vivir así. Odiar implica malgastar mucha energía. Prefiero seguir con mi vida sin tener que preocuparme por la de los demás.
Jess carraspeó y dijo:
—Siento interrumpir, pero necesitamos encontrar a Ren.
—Es posible que lo tengan en la cámara inferior —dijo Hannah.
Abigail enarcó una ceja al oírla. Había respondido casi sin pensar.
—¿Cuánto tiempo has pasado aquí? —quiso saber.
—Demasiado. Coyote… —Hannah hizo una pausa, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.
—¿Qué? —la instó Abigail.
Su hermana se removió inquieta, tal como solía hacer de pequeña, cuando hacía algo por lo que sus padres podían castigarla.
—Prométeme que no me odiarás si te cuento una cosa.
Abigail sintió un miedo paralizante. ¿Qué más podía haber pasado?
—¿Qué me vas a contar?
—Antes quiero que me lo prometas.
¡Uf! Cuando su hermana se ponía tan tonta, le daban ganas de retorcerle el pescuezo.
—Vale. Te lo prometo.
Hannah se humedeció los labios y miró nerviosa a su alrededor.
—Coyote fue quien mató a tus padres.
Esa revelación la impactó de tal modo que fue como un mazazo que la dejó desequilibrada.
—¿Cómo dices?
Hannah asintió con la cabeza.
—Quería a tu madre, pero ella lo rechazó. Fue a verla varias veces, con distintos disfraces, e intentó seducirla. Pero por más que lo intentara, ella ni lo miraba. Al parecer, la última vez ella dijo algo inapropiado y él la mató.
Abigail estaba horrorizada. Por fin todo cobraba sentido. No era Jess a quien había visto en su dormitorio, sino a Coyote, que había adoptado su forma.
—¿Cómo has averiguado todo esto?
—Me lo dijo Jonah. Se emborrachó una noche cuando empezamos a salir y me lo contó. Él se encontraba con Coyote cuando este mató a tus padres.
La imagen que ella había visto en su casa. Por eso la voz de Jonah le resultaba tan conocida.
—Debería habértelo contado cuando lo descubrí, pero Kurt y los demás estaban obsesionados con la idea de transformarte en su Terminator particular para que acabaras con los malvados Cazadores Oscuros. No hablaban de otra cosa. Te veían como al arma perfecta con la que vencer al enemigo.
Y lo triste era que llevaban razón.
En ese momento no supo qué decir. Se sentía dividida por un sinfín de emociones contradictorias. Ira, odio, traición. Incluso alivio. Al menos por fin había descubierto la verdad sobre lo que sucedió la noche en que sus padres murieron.
—Gracias, Hannah.
—¿No estás enfadada?
—No contigo. —Eso sí, a Kurt y a los demás podría matarlos por eso.
Pero lo que ansiaba por encima de todo era la sangre de Coyote. Era una necesidad tan acuciante que le hacía hervir la sangre.
—Oye, Jess.
El aludido se volvió al oír que Sasha lo llamaba.
—¿Qué? —dijo.
El lobo señaló a Abigail.
Jess la miró y dio un respingo al percatarse de su aspecto.
¡La leche! ¡Apenas parecía humana!
Los tres retrocedieron al verle los ojos, porque no solo eran rojos, también tenían vetas anaranjadas.
Le habían crecido los colmillos y tenía un aura malévola alrededor que dejaba bien claras sus intenciones.
Jess se acercó a ella despacio. Cualquier movimiento brusco podría hacerla reaccionar… arrancándole los intestinos.
—¿Nena?
Abigail le colocó la mano en el pecho, impidiéndole que se acercara.
—Esta vez no, Jess. —Su voz sonaba como si reverberase en su pecho—. Quiero la sangre de Coyote, y nada me detendrá.
Por regla general, Jess la habría detenido, pero se lo pensó mejor.
Ese tío se merecía que se la devolvieran triplicada. Si Abigail quería arrancarle la cabeza de cuajo a Coyote para jugar al baloncesto, él iría en busca de la canasta.
—Yo te cubro, Abs.
Sasha torció el gesto.
—Ahora vas a obligarme a protegerla también, ¿verdad?
Jess miró al lobo con sorna.
—¿Quieres seguir viviendo?
—Casi siempre. —Sasha soltó un suspiro cansado—. Vale. Os seguiré aunque eso me mate, pero será mejor que no lo haga.
Al ver que Abigail echaba a andar hacia la cámara inferior, Hannah la siguió. Pero en cuanto su hermana la vio, la detuvo.
—Te quiero fuera de esto.
Hannah frunció el ceño.
—No lo entiendo.
—Si alguien te ve ayudando a un Cazador Oscuro…
—Estoy ayudando a mi hermana.
Sus palabras la conmovieron. Sin embargo, era muy consciente de las consecuencias con las que tendría que enfrentarse después. Todos se pondrían en su contra.
—Ellos no lo verán así y lo sabes.
Convertirían su vida en un infierno y tal vez incluso la expulsaran de la comunidad.
Hannah suspiró.
—De acuerdo. Cuídate —le dijo, usando una expresión de Pretty woman, su película romántica preferida.
Abigail la abrazó de nuevo.
—Tú también —replicó ella. Después se apartó de Hannah y conectó con la parte de sí misma que le resultaba extraña y aterradora.
La parte demoníaca.
Jess miró a Sasha y torció el gesto. Como buen vaquero que era, aborrecía el hecho de dejarse guiar por una mujer tan menuda en un asunto tan peligroso. Su trabajo consistía en proteger a la mujer que amaba. No en ponerla en primera línea de batalla.
Sin embargo, sabía que si lo decía en voz alta, se los pondría de corbata y haría que se arrepintiera durante toda la eternidad. De modo que se mordió la lengua y se mantuvo alerta en lo que a ella se refería.
Si alguien la atacaba, se las vería con él.
Y acabaría destripado.
No supo cómo lo hizo, pero Abigail fue directa a la estancia donde Coyote mantenía retenido a Ren, como si hubiera vivido en ese sitio durante años.
Ren gritaba, encerrado en una especie de jaula, donde estaba atado a una barra metálica y conectado a un transformador de Tesla que le enviaba descargas eléctricas sin cesar.
Sí, ese era el precio a pagar por la inmortalidad. Si alguien quería torturarlos, no podían morir para librarse del dolor.
Jess abrió la boca para preguntarle a Abigail qué había planeado, pero no tuvo la menor oportunidad de hablar. Esa mujer tan temperamental se adentró en la guarida de Coyote sin más y agarró a aquel antiguo ser por el cuello. Al ver que Coyote intentaba luchar, le asestó un revés que lo estampó contra la pared.
«Debo recordar no cabrearla nunca», se dijo Jess mientras corría para desconectar el transformador que descargaba corrientes en el cuerpo Ren.
Sasha se apartó del panel del control.
—Ni se te ocurra, tío. —La electricidad tenía unas consecuencias muy desagradables para los katagarios.
—Comprueba cómo está Ren.
Sasha resopló.
—¿Que me acerque a ese transformador? ¿Estás loco o qué?
—Sasha…
El lobo le enseñó los dientes, un gesto típico de desafío entre los cánidos.
—Vale. Pero como me electrocute, será mejor que mires siempre dentro de los zapatos antes de ponértelos. —Y se alejó para obedecerlo.
Jess corrió hacia el lugar donde Abigail estaba haciendo papilla a Coyote.
—¿Cómo te atreviste a matar a mi madre? ¡Cabrón! —gritó ella mientras le golpeaba la cabeza varias veces contra el suelo.
Coyote se retorció y la lanzó por los aires.
—Solo quería que me amara.
—¿Y la mataste al ver que no lo conseguías? Eso no es amor. Eso es estar enfermo.
Coyote le asestó una patada que la envió al otro extremo de la estancia.
—No te atrevas a darme lecciones. Pensé que su alma era la tuya. Pensé que eras tú. Fuiste tú quien me traicionó.
—Ni siquiera te recuerdo y no sabes lo agradecida que estoy por eso.
La furia que relampagueaba en los ojos de Coyote era abrasadora.
—No puedes matarme.
Abigail miró de reojo a Sasha, que estaba ayudando a Ren.
—Pero puedo torturarte. Además, ya he matado a un Guardián. ¿Por qué no iba a matar a otro?
Coyote empujó la mesa de laboratorio contra ella.
Abigail la cogió y se la lanzó a la cabeza.
Jess abrió los ojos de par en par al ver ese despliegue de fuerza, y tomó la sensata decisión de mantenerse fuera de la pelea.
—Eres un animal —masculló ella—. Lo único que haces es destruir a todo aquel que se te acerca.
—¿Yo? —replicó Coyote, indignado—. Yo no soy el animal. —Miró furioso a Ren—. Él es el animal.
Abigail se sacó un puñal de la caña de la bota.
—Sí, bueno, pero donde yo vivo matamos a los animales rabiosos.
Serpiente entró al mismo tiempo que Coyote echaba a correr.
Lo único que vio Abigail fue que el asesino de su madre huía. Sin pensarlo dos veces, le lanzó el puñal a la espalda.
En un abrir y cerrar de ojos, Coyote cambió de posición con Serpiente, igual que había hecho con Ren. El puñal de Abigail acabó clavándose en el corazón de Serpiente.
«¡No!», gritó ella para sus adentros.
Serpiente se quedó lívido al mirarse el pecho y ver el puñal que tenía incrustado. Respiraba de forma entrecortada. Su expresión era tan patética que Abigail sintió lástima de él.
—Lo siento mucho.
El Guardián dijo algo en una lengua incomprensible para ella y cayó al suelo.
Abigail corrió hacia él, seguida por Jess.
—No te mueras, Serpiente. Podemos ayudarte. —Miró a Jess—. ¿Podemos?
Sin embargo, era demasiado tarde. Serpiente exhaló su último aliento y sus ojos adquirieron una mirada vidriosa. Abigail se tapó los ojos, espantada por el horror de lo que había sucedido.
—Pensaba que los Guardianes eran inmortales. ¿Cómo es posible que acabe de matar a otro?
—No mueren por causas naturales —respondió Jess.
Pero sí morían por todo lo demás.
Abigail apretó los dientes, frustrada.
Sasha llevó con ellos a Ren, que se dejó caer al suelo y se quedó apoyado contra la pared.
—Abigail, no ha sido culpa tuya. De verdad. A mí me mató de la misma forma. Coyote es un tramposo. Siempre lo ha sido.
Jess gruñó, abrumado por la sed de venganza.
—Lo encontraremos.
Ren negó con la cabeza.
—No. No lo encontrarás hasta que llegue el Tiempo del Destiempo y el calendario se ponga a cero. Hasta entonces se mantendrá escondido, planeando el modo de recuperar a Mariposa.
—No se lo permitiré.
—Lo sé, pero eso no le impedirá intentarlo.
Ren metió una mano en uno de sus bolsillos y sacó un colgante que le entregó a Abigail.
Nada más verlo, ella sintió que se le aceleraba el corazón: era el colgante que Jess le había regalado a su madre el día que esta murió.
—¿Cómo lo has conseguido?
—Se lo arranqué a Coyote del cuello mientras luchábamos. Pensé que querrías recuperarlo.
Ella asintió con la cabeza mientras se llevaba el colgante al pecho.
—Gracias.
—Te diría que no son necesarias, pero en realidad me costó conseguirlo. —Ren suspiró y cerró los ojos.
Jess soltó un taco.
—¿Qué pasa? —dijo Abigail, temerosa incluso de preguntar.
—Acaba de amanecer —contestó él, al mismo tiempo que lo hacía Ren, y después prosiguió—: No hemos hecho la ofrenda a su debido tiempo.
Abigail gruñó al escuchar esas temidas palabras.
—¿Qué hacemos ahora?
Para su mortificación, tanto Jess como Ren se echaron a reír.
—Lo que siempre hacemos. Proteger…
—Y luchar —contestó Ren—. Pero después de haberme echado una siestecita, a ser posible lejos de la electricidad y de la luz del sol.
Sasha lo ayudó a ponerse en pie.
—Vamos, campeón —dijo mientras miraba a Abigail—. Yo llevo a este Cazador Oscuro si tú te llevas al tuyo.
—Trato hecho —contestó ella, observando cómo se alejaba con Ren, que todavía cojeaba. Después se volvió hacia Jess para preguntarle—: ¿Ya ha acabado todo?
—De momento. Has evitado tu primer Apocalipsis. Deberías sentirte orgullosa.
—Estoy demasiado cansada para sentirme orgullosa.
Él se echó a reír.
—No sabes cómo te entiendo. —Se sacó el teléfono del bolsillo y llamó a su escudero.
Abigail guardó silencio mientras escuchaba cómo Jess organizaba el traslado de ambos a su casa en algún medio de transporte donde no acabaran ardiendo. Por lo que pudo entender, Andy no se mostraba muy dispuesto a trasladarlos, ya que seguía resentido por los desperfectos de su Audi. Después de unos minutos de conversación educada, Jess cambió de táctica y amenazó directamente al muchacho con hacerle mucho daño, tras lo cual colgó.
—Andy llegará en breve.
Sí, claro… Ella se lo imaginaba tomándose su tiempo para llegar y rezongando durante todo el trayecto. Tendrían suerte de que no los dejara morirse de hambre.
Jess miró por encima de su hombro y se quedó boquiabierto, un gesto que a ella la sobresaltó. ¿Qué estaba pasando? ¿Cuántos enemigos iban a atacarlos esta vez?
Aunque no estaba preparada para otra ronda, Abigail se volvió y descubrió…
Lo que descubrió también la dejó alucinada.
¿Ese era Choo Co La Tah? El anciano había desaparecido y en su lugar había una versión más joven de sí mismo, la que ella había contemplado en la visión. Le resultó raro no haberse percatado antes de lo guapo que era. Llevaba el pelo suelto y la larga melena le caía por los hombros. Caminaba como un depredador. Era un guerrero en la flor de la vida, y ese hecho quedaba patente en sus abultados músculos y en su porte orgulloso. Un hombre capaz de matar sin pensárselo dos veces.
Jess se interpuso entre ellos, como si quisiera protegerla.
Choo Co La Tah sonrió.
—Tranquilo, Jess. No he venido para haceros daño. —Extendió los brazos y dejó las palmas de las manos hacia arriba para demostrar sus intenciones—. Solo quiero darle las gracias a nuestra Mariposa.
Abigail frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Parece que después de todo hemos hecho la ofrenda a tiempo. Cuando nos atacaron y me protegiste, parte de tu sangre debió de caer al suelo de la caverna. Y gracias a eso, los sellos siguen intactos.
Abigail no sabía si alegrarse por las noticias o si enfadarse con él. Algún día tendrían que hacer algo con esa costumbre de Choo Co La Tah de ocultar información relevante.
—¿Esa era la ofrenda que debía hacer? —le preguntó.
El Guardián asintió con la cabeza.
—También me ha devuelto la juventud y la salud. Y solo por eso, querida, te estaré eternamente agradecido. Hace siglos que no me sentía tan fuerte.
Jess se apartó mientras Abigail se acercaba al Guardián para observarlo con respeto.
—No lo entiendo —comentó Jess—. ¿Por qué envejecisteis Oso Viejo y tú mientras que Coyote y Serpiente mantenían un aspecto juvenil?
Choo Co La Tah bajó los brazos.
—Hay que emplear mucha más energía para luchar contra el Señor del Mal al que ellos eligieron servir. Luchar contra ellos y mantenernos fieles a nuestro deber nos pasó factura. Precisamente por eso debemos ser relevados. Existe un margen de tiempo concreto durante el que podemos resistir antes de que nuestros cuerpos se desgasten y nos quedemos indefensos. —Su mirada se trasladó al cadáver de Serpiente, al que contempló con evidente pesar—. Amigo, siempre fuiste un tonto. Lamento mucho que escogieras el mal camino. Que tu alma encuentre la paz que no encontró tu cuerpo. —Miró a Abigail—. Niña, puedes quedarte tranquila. Los escucho desde aquí. Los ancestros no te responsabilizan de la muerte de Oso Viejo ni tampoco de la de Serpiente.
Sus palabras confundieron a Abigail.
—No lo entiendo. Dijiste que…
—Yo insinué algo y tú lo interpretaste a tu manera. Solo eras una herramienta que Coyote usó para sus propios fines. Los ancestros son capaces de dejar a un lado los hechos para centrarse en la causa y descubrir quién lo puso todo en marcha. El culpable es Coyote, por sus actos y su avaricia. Yo también intenté usarte, a ti a y a Sundown, para atraer a Coyote al Valle del Fuego a fin de atraparlo. Sabía que él te seguiría. Pero por desgracia ha escapado de nuevo.
—Podemos perseguirlo en cuanto anochezca —se ofreció Jess.
Choo Co La Tah suspiró.
—No lo encontraremos. Es muy listo y se mantendrá oculto mientras se lame las heridas y planea su próximo movimiento.
Abigail sintió un rayito de esperanza al escucharlo, ya que se le ocurrió algo.
—Ahora que Serpiente ha muerto, ¿se ha restablecido el equilibrio?
—En teoría, sí.
El tono de la respuesta del Guardián le dijo que las cosas no eran tan fáciles.
—¿Cómo que en teoría?
Choo Co La Tah guardó silencio un instante, como si estuviera buscando la mejor respuesta.
—El equilibrio es algo muy delicado. Aunque Coyote y yo nos refrenemos mutuamente, faltan dos Guardianes. Las jarras no están abiertas, pero los sellos están debilitados por la ausencia de sus Guardianes. La Zahorí del Viento podría liberarse e ir en busca del Espíritu del Oso. Si llega a unirse con él, sufriremos un Apocalipsis infernal que impresionará incluso a Sasha.
«Genial», pensó Abigail, que no estaba dispuesta a rendirse.
—¿Y qué pasa con Jess y Ren? Ellos eran los Guardianes originales, ¿verdad? ¿Es que no pueden ocupar los puestos de Oso Viejo y Serpiente?
Choo Co La Tah negó con la cabeza.
—No pueden elegirse nuevos Guardianes hasta el Tiempo del Destiempo.
Jess frunció el ceño.
—Ren me ha dicho que los actos de Coyote han acelerado la llegada de ese acontecimiento.
—Cierto. Y tendremos que emplearnos a fondo para evitar que el Señor del Mal reine durante el próximo ciclo.
—Yo estoy preparado —afirmó Jess con convicción.
Choo Co La Tah sonrió.
—Te lo agradezco, pero no eres tú quien debe escribir el último capítulo.
—¿Qué quieres decir?
—Ahora todo depende de Ren y de su hermano. Tu trabajo consistía en detenerlo antes de que reclamara a la Mariposa y mancillara su linaje. Lo has hecho y has evitado que se apoderara de la magia de Oso Viejo.
Abigail parecía aún más confundida por sus palabras.
—¿Mancillar mi linaje? ¿En qué sentido?
—La familia de la Mariposa es la guardiana del alma. Nacieron de la Luz, mientras que el Coyote y el Cuervo nacieron de la Oscuridad que invade el alma y la infecta con el mal. Aunque ellos, tal como nos sucede a todos, se sintieron atraídos por la Mariposa, por su magia y por su belleza, no pueden reclamarla porque no les pertenece. Pueden capturar a la Mariposa, pero jamás podrán reclamarla. Su amor es un regalo que solo ella puede entregar a quien elija. —Señaló los petroglifos de la pared, más concretamente a uno que mostraba a una mariposa revoloteando alrededor de un búfalo blanco—. Los Búfalos siempre han sido los guerreros más fuertes. Intuitivos. Valerosos. Intrépidos. Su trabajo consistía en proteger a todo el mundo, sobre todo a aquellos que se encargaban de cuidar nuestras almas. De ahí que siempre os sintáis atraídos. Estáis destinados a unir vuestros linajes. Sin embargo, durante vuestra primera encarnación la Mariposa era demasiado débil para el Búfalo. Tenía que aprender a luchar por sí misma. A ser capaz de plantar cara y de hacer saber al mundo que no tenía miedo. —Se volvió hacia Jess y le dijo—: Búfalo era arrogante y egocéntrico. Debía aprender a valorar a Mariposa por encima de todo, debía comprender que ella era la parte más importante de sí mismo. —Hizo una pausa—. Los dos lo habéis logrado. Por fin entendéis que aunque solos sois fuertes, juntos lo sois muchísimo más. Mientras estéis juntos, nadie podrá derrotaros.
Abigail tragó saliva.
—Pero seguimos malditos.
—Sí y no. Os habéis enfrentado a Coyote y ya no llevas sangre humana. La maldición de Coyote solo te afectaba si eras humana.
Sin embargo, Abigail se arrepentía de haber tomado esa decisión. Ojalá pudiera volver atrás y…
—¿Qué pasa con el demonio que llevo dentro?
—Lo controlas y contarás con la ayuda de Jess.
Dicho así parecía mucho más fácil. Porque en realidad sentía a esa criatura prácticamente salivando en su interior. Ansiaba alimentarse y era difícil negarle esa ansia.
—Pero cuando quiera alimentarse… ¿qué hago?
—Lo que hacemos todos cuando el mal nos tienta: someterlo e imponerte. Eres lo bastante fuerte para lograrlo. Lo sé con certeza.
Esa respuesta no acabó de convencerla.
Choo Co La Tah se acercó a ellos y aferró sus manos.
—El pueblo de Búfalo tenía un dicho: «Todo lo que sucede tiene un propósito, aunque en principio parezca fruto del azar». El Destino nos vigila y siempre trabaja para ayudarnos. —Miró a Jess—. Tu madre fue la última de su gente. Sabía que el Coyote te buscaba y por eso nunca te contó quién eras en realidad. Quién era su gente. Te mintió sobre tu verdadera tribu y se casó con tu padre, esperando que su linaje te ocultara y te diera la oportunidad de poder luchar para completar tu destino. —Les dio un apretón en las manos—. Lo consiguió y, gracias a ese sacrificio, has evolucionado hasta convertirte en lo que tenías que ser. Por eso estuviste tan cerca de casarte con tu Mariposa entonces. Por desgracia, ella no había completado la metamorfosis. Matilda seguía siendo demasiado débil para estar contigo. —Miró a Abigail—. Ahora estáis preparados. —Unió las manos de ambos entre las suyas—. Pese a los enemigos que intentarán destruiros, os habéis encontrado de nuevo. Tal como dirían los tsagali, el camino futuro será el que vosotros elijáis. De vosotros depende cómo sea ese trayecto. Ambos habéis llegado muy lejos en esta reencarnación y en las anteriores. Sé que esta vez tendréis la vida con la que habéis soñado. —Les dio un apretón y les soltó las manos—. Ahora debo irme para descansar. La lucha entre el Señor del Bien y el Señor del Mal está muy cerca. Necesitaremos toda nuestra fuerza para librar la incipiente batalla. —Y tras decir esas palabras, desapareció.
Abigail se quedó donde estaba unos instantes, asimilando todo lo que había sucedido. Desconocía lo que les depararía el futuro, y eso la aterraba. Tras haber tenido un plan trazado al milímetro, descubrir que no tenía un camino claro le daba un miedo atroz. Había elegido mal tantas veces que ya no confiaba en sus instintos.
Aunque confiaba en Jess.
Miró sus manos, aún unidas. ¿Quién se lo iba a imaginar? ¿Quién iba a pensar que mientras buscaba a su enemigo encontraría a su mejor amigo?
—Bueno, ¿dónde nos deja esto? —preguntó ella.
Jess se quedó helado al oír que Abigail había hablado en plural.
Eran dos seres unidos.
Por primera vez, después de más de un siglo, no estaría solo.
Contempló lo delicados que eran los huesos de la mano de Abigail. Se deleitó con la calidez que lo invadía cuando ella lo tocaba. Era una sensación que no quería perder nunca más.
—Espero que nos deje juntos.
—¿Es lo que quieres? —le preguntó ella.
—Por supuesto. —Debía desterrar cualquier duda que ella tuviera—. Abigail, cásate conmigo y te juro que esta vez llegaré al dichoso altar, con maldición o sin ella. Aunque para lograrlo tenga que arrastrar al mismísimo demonio.
Ella le regaló una sonrisa.
—Me casaré contigo, Sundown Brady. Y esta vez mataré a cualquiera que intente evitar que llegues al altar.
Jess se inclinó y le dio el beso más dulce que le habían dado nunca. Cuando se apartó, le ardían los labios.
—En fin, dime una cosa… —susurró ella—. ¿Qué tenemos que hacer para liberarte del servicio a Artemisa?