17

Jess se paseaba de un lado a otro como un jaguar con una sobredosis de esteroides. Cada vez que se disponía a seguir a Abigail, Ren lo cogía del brazo y se lo impedía.

Ese gilipollas estaba a punto de recibir tal patada en el culo que acabaría escupiendo suela de zapato el resto de su vida inmortal.

Jess hizo amago de dirigirse a la cueva una vez más.

Ren lo interceptó.

—No puedes.

—Una leche. Joder, lo que no puedo hacer es dejarla. ¿No lo entiendes?

Ren soltó una carcajada amarga.

—Sí, lo entiendo mejor de lo que te imaginas. Sé exactamente lo que es desear algo con tantas ganas que puedes saborearlo y también sé lo que es ver cómo se va voluntariamente con otra persona y sentirte obligado a desearles lo mejor e intentar decirlo en serio. Conozco muy bien el amargo regusto que te deja la hiel al tener que verlos sentados a tu mesa y tener que a sonreírles mientras te mueres por dentro cada vez que se tocan o se miran con ojos rebosantes de amor. No me hables de tormento, Jess. Puedo escribir un puto libro sobre él.

Eso era algo que Ren nunca le había contado. No tenía la menor idea de que su mejor amigo había vivido algo semejante. Ren nunca hablaba de su pasado. Joder, ni siquiera sabía por qué se había convertido en Cazador Oscuro.

Debido a su propio pasado, Jess nunca había tenido deseos de hurgar en el de los demás. Suponía que la gente le contaría lo que quería que supiera, y si no le decía nada, seguramente habría un buen motivo.

No había pretendido meter las narices.

Así que inclinó la cabeza en señal de respeto.

—Lo siento, Ren.

Su amigo lo miró con cara de «Ya te vale».

En ese momento se oyó un feroz grito de batalla, procedente de la colina en la que se encontraba la cueva. Un grito que parecía pertenecer a Choo Co La Tah. A Jess el corazón le dio un vuelco y tuvo un mal presentimiento.

«Por favor, que me equivoque.»

Corrió por la colina rojiza tan rápido como pudo mientras Ren adoptaba forma animal y emprendía el vuelo y Sasha se convertía en lobo.

Cuando Jess llegó a la cueva de Choo Co La Tah, Sasha luchaba en forma de lobo contra un coyote, pero no había ni rastro de Ren.

Ni de Abigail.

Eso no le gustó un pelo. ¿Estaría muerta?

Apretó los dientes al sentir que lo abrumaba el dolor. Era la misma sensación desoladora que se había apoderado de él la noche que había vendido su alma a Artemisa.

Abigail había desaparecido.

«Por favor, no quiero que hayas muerto.»

—¿Jess? —La voz de Choo Co La Tah lo devolvió al presente.

Se encontraban en medio de un ataque y tenía que concentrarse si querían sobrevivir. Los cadáveres de seis coyotes yacían cerca, en calidad de recordatorio grotesco de todo lo que estaba en juego. La sangre salpicaba las paredes y se acumulaba en el suelo, bajo sus cuerpos.

Choo Co La Tah dio un paso hacia él, pero resbaló en el suelo manchado de sangre y cayó.

No se levantó.

Jess corrió hacia el anciano, que yacía de costado en una oquedad. Un rápido vistazo a sus heridas le indicó que era un milagro que siguiera vivo.

Coyote había luchado con uñas y dientes. Y a juzgar por su aspecto, Choo Co La Tah no se había quedado atrás.

Jess extendió las manos para girarlo con suavidad a fin de comprobar la magnitud de sus heridas. Eran graves. Los coyotes se habían ensañado con él.

—¿Qué ha pasado?

El anciano tragó saliva con dificultad.

—Nos han atacado.

—¿A quiénes?

Choo Co La Tah carraspeó y contestó:

—Se han llevado a Abigail antes de que yo pudiera completar el ritual. Tenemos que hacer la ofrenda al amanecer, de lo contrario…

El infierno caería sobre ellos y las consecuencias serían catastróficas. Joder, sus estirados vecinos iban a cabrearse. No les caía demasiado bien ni en sus mejores momentos. Claro que le daba igual.

—¿Sabes adónde se la han llevado?

Choo Co La Tah se frotó la frente ensangrentada mientras Jess intentaba curarle la herida.

—Seguramente a la guarida de Coyote… y allí no puedes matarlo, Jess. Tenemos que traerlo aquí, al Valle del Fuego.

Jess echó un vistazo a su alrededor y vio que Sasha derrotaba a su contendiente.

—¿Dónde está Ren?

—Ha seguido a Coyote y a Abigail. Tienes que encontrarlos, Jess. Y traerlos de vuelta.

—No te preocupes. No fallaré.

O eso esperaba.

Abigail se debatió con todas sus fuerzas para soltar las cuerdas que le sujetaban las manos y los pies, pero no cedían. Tal como diría Jess, estaba más atada que un pavo de Navidad.

Y sumida en la oscuridad. Ojalá supiera dónde se encontraba.

En ese momento oyó una voz ronca procedente del otro extremo del lugar donde se encontraba.

—Ya me encargaré de él más tarde —gruñó un hombre con una voz que le resultaba conocida, aunque no terminaba de identificarla.

Un segundo después se abrió la puerta y el alivio la inundó al ver una cara amiga. Y ella que creía que estaba en peligro…

«Gracias a Dios.»

Lo miró con una sonrisa.

—Ren, me alegro de verte. No vas a creerte lo que nos ha pasado.

Él la miró con el gesto torcido y silenció su alegre saludo.

—¿Crees que me parezco a ese despojo?

De acuerdo… Era evidente que ese hombre pensaba que Ren era algo malo. Le resultó muy raro, sobre todo teniendo en cuenta que eran prácticamente idénticos. El mismo cabello negro y los mismos ojos oscuros. Las mismas facciones esculpidas. Sin embargo, después de que él lo señalara, sí que había una diferencia.

Ren no estaba loco. Ese tío sí.

¿Tendría un trastorno de personalidad múltiple?

—¿Puedes adoptar otras formas? —preguntó.

—¿Eres tonta? Pues claro que sí.

Se comportaba como si ella lo conociera, pero al mismo tiempo decía no ser Ren. ¿A qué se enfrentaba?

—¿Estamos jugando a algo?

El hombre la pegó a él.

—Yo no juego. Jamás.

En ese caso estaba loco. Abigail aceptaría esa opción y actuaría en consecuencia.

Y el tipo evidenció todavía más su locura un segundo después cuando se inclinó sobre ella y le pasó la mano por el cabello. Acto seguido, le cogió un mechón y se lo llevó a la nariz para olerlo.

—Preciosa…

Uf… ¿Dónde había metido su repelente de pervertidos? De saber que iba a enfrentarse a él, se habría llevado unos cuantos.

La besó en la frente. Y en cuanto la tocó, una nítida imagen apareció en su mente.

Volvió a ver a Mariposa, y en esa ocasión estaba hablando con…

¿Ren?

«No puedo casarme contigo, Coyote».

El nombre la golpeó como un mazazo. Se quedó sin respiración un minuto entero.

¿Coyote era idéntico a Ren? ¿Qué narices pasaba allí? ¿Por qué Ren se lo había callado, porque no le parecía importante?

¡Estaban en guerra!

Esa idea hizo que se le helara la sangre en las venas, y justo a continuación se le ocurrió otra cosa: ¿sería Ren un espía de Coyote?

Tenía sentido. Con razón Coyote los encontraba una y otra vez, y con razón Ren desaparecía sin cesar. Seguramente iba en busca de su hermano cada vez que alzaba el vuelo.

Ella era la única que lo sabía. «No puedo morir hasta que se lo cuente a los demás», pensó.

Y mientras tanto las imágenes del pasado resurgían en su mente…

El espanto y el dolor demudaban el apuesto rostro de Coyote cuando Mariposa había roto con él. Se le aceleró la respiración y meneó la cabeza, queriendo negar la realidad.

—No lo entiendo. Te quiero por encima de todas las cosas. ¿Por qué quieres dejarme?

La culpa la abrumaba. Lo último que quería era hacerle daño.

—Porque quiero a otro.

Coyote se puso en pie de un salto para enfrentarse a ella.

—No. Es imposible.

Por supuesto que era posible. Ya había pasado. Ella se echó a llorar.

—Lo siento, Coyote. Nunca quise que esto pasara. Quería casarme contigo, pero después lo conocí y… y… no he vuelto a ser la misma. Por favor, alégrate por nosotros. —Su sonrisa adquirió un tinte soñador pese a las lágrimas—. Él me entiende como nadie me ha entendido jamás. Me siento muy viva, me basta con pensar en él para sentirme así.

La cara de Coyote enrojeció por la rabia y durante un segundo ella creyó que la golpearía.

«Chica, sal de ahí», pensó Abigail. Esa era la parte en la que Freddy Krueger u otro monstruo salía de la oscuridad y mataba a la víctima indefensa.

¿Por qué Mariposa no le plantaba cara?

Coyote rió.

—¿Que no querías que pasara esto? —preguntó, imitándola—. ¿Así es como te engañas a ti misma, puta? ¿Dónde lo conociste? ¿Fue antes o después de que me torturasen durante un año mientras te protegía?

La culpa la hizo añicos. Tenía razón. Había sufrido mucho por ella.

Sin embargo, estaba mal que se lo echara en cara, y también lo sabía.

—Lo siento, de verdad. No era mi intención hacerte daño. Por favor, entiéndelo. Sé que con el tiempo lo harás.

Él se volvió y se dirigió hacia la puerta.

—¡Te recuperaré, Mariposa! —le gritó él—. Ya lo verás. Eres mía. Ahora y siempre.

«Menudo capullo…», pensó Abigail.

—Tranquila —le susurró Coyote mientras le frotaba la frente y los sueños del pasado se desvanecían.

Le recorrió con los dedos el ceño fruncido y la repulsión provocó en ella un escalofrío.

—¿Qué quieres de mí? —le preguntó.

—Que cumplas tu promesa.

Abigail abrió los ojos de par en par.

—No te he prometido nada.

Coyote la miró con una sonrisa siniestra.

—Siempre tuviste problemas para recordar tus promesas. Para mantener tu palabra. Pero esta vez no. Me lo debes. Y pienso cobrarme la deuda.

Sí, Abigail iba a pagarle con algo muy concreto. Pero apostaría cualquier cosa a que a Coyote no iba a gustarle un pelo.

Y no iba a disfrutar con ello.

Coyote se alejó de ella y ladeó la cabeza como si hubiera oído algo. La apartó de un empujón, salió y cerró la puerta.

«Muy bien. Corre, Coyote, corre», pensó. Con independencia de lo que Choo Co La Tah y Coyote creyeran, ella no era Mariposa. Era Abigail Yager. Y no pensaba darse por vencida ni ceder.

Sí, había pasado la infancia sometida por el miedo a sus padres apolitas. Pero eso había terminado cuando ellos murieron. A partir de ese día, había renacido como una mujer decidida que se negaba a acobardarse ante nadie.

—¿Abby?

Se quedó de piedra al oír la voz más maravillosa del mundo en su cabeza.

—¿Jess?

Sí. ¿Estás bien, nena?

En ese momento desde luego que sí.

—¿No te dije que te mantuvieras lejos de mi cabeza?

Ya me pegarás después. Pero hazlo cuando estés desnuda.

Pese al peligro y al hecho de estar atada, la broma le arrancó una carcajada.

Hasta que recordó que Ren podría estar con él.

Jess, escúchame con atención. Tenemos a un espía en nuestras filas.

—¿Cómo dices?

Es verdad. ¿Sabías que Coyote es hermano de Ren?

No. Ni de coña. Es imposible.

Es totalmente posible y me ha puesto los pelos como escarpias. No le quites la vista de encima a Ren. Y hagas lo que hagas, no le des la espalda.

Vale. ¿Estás en un lugar seguro?

Abigail intentó echar un vistazo por la oscurísima prisión.

No sabría decirte. Ahora mismo estoy atada en una especie de habitación a oscuras.

De acuerdo. Sasha te está rastreando. Voy a seguir en tu cabeza hasta que lleguemos ahí… Si te parece bien, claro. No quisiera molestarte.

Esas palabras le arrancaron una sonrisa pese al peligro.

Gracias.

No tienes que darme las gracias, Abby. Solo tienes que llamarme para que vaya a tu lado. Cueste lo que cueste.

Esa promesa le provocó un nudo en la garganta e hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas. Jamás en la vida había contado con semejante apoyo.

Ni siquiera con Kurt o con Hannah. Como era la mayor de los tres, había dejado que se apoyaran en ella, no al revés.

Lo más parecido había sido su relación con Jonah. Pero ni siquiera él resultó de fiar.

«Te quiero, Jess», pensó.

Ojalá pudiera decírselo. Pero sabía que era imposible. Él siempre sería un Cazador Oscuro y no podrían casarse.

—¿Sigues conmigo, Abby?

Sigo aquí. ¿Cuántas horas faltan para el amanecer?

Menos de dos.

Vaya. Se estaban quedando sin tiempo. Choo Co La Tah necesitaba terminar el ritual y ofrecer su sangre a la Madre Tierra.

—¿Dónde estáis ahora, chicos? —le preguntó.

No lo bastante cerca de ti para mi gusto.

—¿Y dónde sería eso?

A tu lado.

Si sigues diciéndome esas cosas, a lo mejor tienes suerte esta noche, vaquero.

Ya he tenido suerte esta noche.

Mmm, así que eres un tío de una sola vez por noche, ¿verdad?

Oyó la risa de Jess en su cabeza.

Nena, yo no he dicho eso. A un semental no le molesta cabalgar toda la noche, sobre todo si es una noche salvaje.

—¿Semental? Menuda arrogancia.

La verdad no es arrogancia.

La recorrió un escalofrío al escuchar esa frase. Era la misma que Búfalo le había dicho a Mariposa.

¿Sería verdad?

Antes de poder meditar sobre aquello, oyó un ruido extraño al otro lado de la puerta. ¿Era Coyote de nuevo?

Algo grande golpeó la puerta un segundo antes de que se abriera de repente. Reaccionó guiada por el instinto y le lanzó una patada al recién llegado con todas sus fuerzas, deseando que fuera suficiente para reducirlo.

Su oponente cayó al suelo, donde se puso a rodar de un lado para otro, presa del dolor. Abigail oyó un gruñido, de modo que se dispuso a patearle la entrepierna otra vez.

—¡Abigail! —gritó el recién llegado, que después levantó un brazo para impedir la patada que le rompería las pelotas—. ¡Ya vale!

Como seguía sin estar segura de quién tenía delante, lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿Eres Ren o Coyote?

El hombre se convirtió en cuervo un instante y adoptó su forma humana un segundo después.

Tenía muy mala cara… y estaba protegiéndose la entrepierna. Pero volvía a ser Ren. Y estaba gimoteando.

—Por favor, ni que te hubiera dado tan fuerte. Eres una nenaza.

—Y una leche. Coceas como una mula y te juro que ahora mismo los tengo de corbata.

Soltó un largo suspiro mientras seguía con la mano en la entrepierna. Después se puso en pie muy despacio, se mordió el labio entre gemidos y la fulminó con la mirada.

Abigail retrocedió, nada convencida de sus intenciones. ¿Iba a matarla por orden de su hermano?

—¿Qué te pasa?

Abigail titubeó.

—Yo estoy bien. ¿Qué te pasa a ti?

—Que me has pegado una patada en los huevos.

Sí, eso era verdad… Claro que estaba el otro asunto.

—¿Qué haces aquí?

—Intentaba rescatarte, pero empiezo a pensar que es una mala idea. Joder, y sigues atada. No quiero ni pensar de lo que eres capaz con las manos sueltas.

Sí, como si aquello fuera a colar… ¿A quién iba a extrañarle que intentara salvarla? Sería un movimiento lógico, pero Abigail no era tan tonta.

—¿Cómo sabías dónde estaba?

—He seguido a uno de los coyotes hasta aquí —dijo sacándose un cuchillo y avanzando hacia ella.

Abigail retrocedió, asustada.

—Prefiero esperar a que llegue Jess.

Ren no le hizo caso. Le cortó las ataduras y las dejó caer al suelo.

—No nos queda tiempo… ¿Seguro que estás bien? Se te ve más nerviosa que una gata en una perrera llena de dobermans.

Abigail titubeó. ¿Iba a llevarla a casa?

¿O a algún lugar mucho más siniestro?

—Abigail…

—No quiero irme contigo.

Ren retrocedió como si lo hubiera golpeado.

—No tienes que preocuparte por tu intimidad. No pienso traicionarte.

—Eso no es lo que me preocupa.

—¿Y qué es?

—Tu lealtad. ¿Vas a decirme por qué Coyote y tú sois idénticos?

Lo había pillado. Su cara lo decía todo. Casi podía oír los engranajes de su cerebro mientras se esforzaba por encontrar una respuesta a toda máquina.

—Sí —lo acusó—, ya me parecía a mí.

Lo vio negar con la cabeza.

—No, no es lo que crees.

—Lo que creo es que te has aliado con tu hermano y nos has echado a los cuervos.

—No es verdad. ¿Recuerdas la historia que te conté del guerrero y de la Puerta del Oeste?

—Sí.

—Yo era el guerrero.

Su mente se rebeló ante esa idea.

—No.

Ren asintió con la cabeza.

—Mi hermano me sigue odiando, y no lo culpo. Estaba fuera de control.

—Pero ¿por qué?

—Ya te lo expliqué. Por celos. Me pasé toda la vida a la sombra de Coyote. Los demás siempre acudían a él. Y a mí no me importaba demasiado. —Apretó los dientes antes de continuar—: Hasta que te llevó a casa. —Dio un respingo, como si no soportara el dolor—. Jamás había visto a una mujer más hermosa. Para nuestro pueblo las mariposas son símbolo de esperanza. Se dice que si puedes capturar una con las manos y le susurras tus sueños, los llevará al cielo para que tus deseos te sean concedidos.

A su espalda sonó un aplauso burlón.

Ren se volvió y vio a Coyote.

—Muy bien, hermano. Ya veo que sigues intentando llevártela a la cama.

Abigail se percató del dolor que asomó a la cara de Ren.

—Yo me he resignado, Coyote. Es hora de que tú también lo hagas.

Coyote meneó la cabeza.

—No, la Mariposa me pertenece. Yo la capturé, la domestiqué y sobre todo la protegí.

—No es una posesión.

Coyote esbozó una sonrisa cruel.

—Sí, lo es. La más valiosa de las posesiones.

A Abigail empezó a darle vueltas la cabeza porque esas palabras hicieron que su mente volara a una época y a un lugar que aún no conseguía identificar.

Vio a Ren y a Coyote en un prado, discutiendo como en ese momento. Incluso el tema era el mismo.

Coyote miró a Ren son sorna.

—Es todo culpa tuya. Por tu rencor y tus celos. ¿Por qué no podías alegrarte por mí? Aunque solo fuera una vez. ¿Por qué? Si nos hubieras dejado tranquilos, nada de esto habría pasado. No habría Espíritu del Oso. No habría necesidad de Guardianes, y él —dijo al tiempo que señalaba el suelo con un cuchillo— jamás habría venido aquí.

Ren no respondió. Tenía la mirada fija en el rojo que manchaba las manos de Coyote. Y de allí siguió hacia el suelo, donde…

Búfalo yacía muerto en un charco de sangre.

Ren dio un respingo.

—¿Cómo has podido hacerlo? Era un Guardián. —«Y mi mejor amigo en este mundo», pensó. La única persona que había permanecido fiel a él sin dudar.

Búfalo lo había acompañado incluso cuando el mal se había apoderado de su cuerpo y lo había servido por propia voluntad. Su amigo lo había protegido.

Y en ese momento estaba muerto, a manos de su propio hermano.

«Mi crueldad lo ha vuelto loco…»

Coyote escupió sobre la espalda de Búfalo.

—Era un malnacido y me robó el corazón de Mariposa.

Ren meneó la cabeza despacio, destrozado por la culpa y la pena.

—Los corazones no se pueden robar, Coyote, solo se pueden entregar.

Coyote lo miró con desprecio.

—¡Te equivocas! Son tus celos los que hablan.

Aquello no era verdad; Ren había aprendido a desterrarlos.

Pero ya era demasiado tarde. Había destruido todo lo bueno que había en su vida.

Todo.

Con el estómago revuelto se acercó a Búfalo y se arrodilló a su lado para susurrar una oración sobre su cuerpo.

Se oyó un chillido agudo y cuando Ren levantó la cabeza vio que Mariposa corría hacia Búfalo. Se abalanzó sobre su cadáver sollozando y presa de la histeria.

—¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué me has hecho tanto daño?

Coyote torció el gesto.

—Tú me arrancaste el corazón.

—Y tú has matado el mío —repuso ella. Luego se dejó caer sobre Búfalo y lloró.

Ren se puso en pie y la dejó con su dolor mientras se enfrentaba a su hermano.

Ese fue su error. No pensó en lo que sucedería si Mariposa gritaba su dolor a los dioses y a los espíritus. Si se le permitía llorar su pena por haber perdido a Búfalo.

Sin embargo, ya era demasiado tarde. Alrededor de los árboles se levantaron unos vientos atronadores que soplaron entre los presentes, agitando las pieles que los cubrían. Los vientos se unieron y formaron a dos heraldos que tocaron sus cuernos para anunciar a la criatura más temida de todas.

El Espíritu Vengador. Algo que solo podía ser convocado por los gritos desgarradores de una mujer a la que habían maltratado y que quería vengarse de quienes le habían hecho daño.

Era un ser de apariencia espectral completamente blanco: el pelo, la piel y las facciones esqueléticas. También eran blancas las plumas y las pieles que llevaba. El único toque de color lo ponía el collar de cuentas azul oscuro alrededor de su cuello.

—¿Por qué me habéis llamado? —exigió saber.

Mariposa alzó la vista. Su hermoso rostro estaba tan demudado por el dolor que en ese momento parecía una anciana. El cabello se agitaba a su alrededor mientras los miraba con furia.

—Coyote ha matado mi corazón. Quiero el suyo como pago de lo que me ha quitado.

El Espíritu Vengador le hizo una reverencia antes de volverse hacia los hombres. Su rostro cambió; ya no era el de un anciano con cabello ralo, sino el de la personificación del mal. Abrió la boca y sus facciones se alteraron, alargándose hasta que el labio inferior tocó el suelo. Abigail se estremeció, aterrada.

De su boca salió un águila gigante con un guerrero montado en su lomo. El guerrero levantó su lanza.

Ren retrocedió para dejarle espacio.

Con un grito que clamaba venganza y que sacudió los cimientos de la Madre Tierra, el guerrero dirigió su lanza al corazón de Coyote.

Aunque Ren se había apartado, en un abrir y cerrar de ojos se encontró justo en el lugar que ocupaba Coyote un momento antes. Incapaz de reaccionar y de alejarse de allí, la lanza se le clavó en el pecho, atravesándole el corazón. El impacto lo lanzó por los aires y lo clavó contra un árbol.

El dolor se apoderó de su cuerpo mientras intentaba respirar. La boca se le llenó de sangre. Se le oscureció la visión.

Se estaba muriendo.

El guerrero que montaba el águila viró y regresó volando a la boca del Espíritu Vengador. Y se marcharon tan rápido como habían llegado.

Ren, que respiraba de forma entrecortada, miró a su hermano.

—Te habría entregado mi vida si me la hubieras pedido.

—Me enseñaste a coger lo que quería. —Coyote acortó la distancia que los separaba y le quitó el collar que llevaba al cuello, el que contenía su sello de Guardián. A continuación, soltó el saquito que Ren llevaba al cinturón, donde guardaba su magia más potente—. Y quiero ser el Guardián.

—No fuiste el elegido.

—Ni tú.

Coyote cogió la lanza y se la clavó todavía más. Soltó una carcajada triunfal cuando Ren se atragantó con su propia sangre. Tras un último jadeo, se quedó en silencio.

El orgullo que Coyote lucía en la cara al mirar a Mariposa era repugnante.

—Ahora soy un Guardián. Ya puedes volver a quererme.

Mariposa torció el gesto, asqueada.

—Jamás podría quererte después de lo que has hecho. Eres un monstruo.

Coyote la cogió del brazo, obligándola a levantarse.

—Eres mía y jamás te compartiré. Prepárate para nuestra boda.

—No.

Coyote la abofeteó.

—No discutas conmigo, mujer. Tienes que obedecerme.

La soltó tan rápido que ella cayó sobre el cadáver de Búfalo, sobre el que se quedó llorando hasta que no le quedaron más lágrimas.

Seguía allí cuando las doncellas fueron a buscarla a fin de vestirla para Coyote.

Al atardecer, Coyote regresó a por ella. Pero antes de que pudiera comenzar la ceremonia que los uniría, el Vigilante apareció en medio del prado. Sus ojos oscuros irradiaban furia.

—He venido para reclamar la vida del responsable de la muerte de dos Guardianes.

Coyote jadeó, aterrado. Su mente funcionaba a toda prisa, intentando pensar en algún truco que salvara su vida. Y aunque la magia de su hermano era poderosa, no bastaba.

El Vigilante se acercó a ellos con paso decidido y ademanes que prometían venganza. Cogió el Puñal de la Justicia de su cinturón y sin titubear lo clavó en el corazón de quien había provocado tanto alboroto y dolor.

Mariposa trastabilló hacia atrás mientras la sangre empapaba su vestido y manchaba sus trenzas. En vez de reflejar dolor, su rostro adoptó una expresión aliviada. La sangre manaba de su boca cuando se volvió hacia Coyote.

—Ahora estaré con mi amado. Para siempre entre sus brazos —dijo cayendo al suelo, donde murió con una expresión de felicidad absoluta en la cara.

Coyote no daba crédito.

—No lo entiendo.

El Vigilante se encogió de hombros.

—Tú has sido el instrumento. Mariposa fue la causa. De no haber nacido, tú no habrías hecho nada.

—No, no, no. Esto no está bien. No debía terminar así.

Se pasó las manos por el pelo y se acercó a su único amor para acunarla entre sus brazos por última vez. Era muy pequeña y delgada. Su sangre manchó la vestimenta ceremonial mientras lloraba la pérdida de Mariposa.

Porque él la había perdido.

Mariposa no lo esperaría al otro lado. No después de lo que había hecho. El dolor que le provocó esa idea lo destrozó. Ella iría en busca de Búfalo.

Echó la cabeza hacia atrás y gritó de rabia. No, no terminaría así. Había sido un buen hombre. Un hombre decente. Y los demás habían matado esa parte de él, uno a uno. Su hermano, Búfalo y Mariposa.

Le habían destrozado la vida. No permitiría que disfrutaran de la eternidad. No después de la tortura a la que lo habían sometido. Metió la mano en su bolsita y convocó a los elementos más fuertes.

—Te maldigo, Búfalo. Vivirás mil vidas y jamás serás feliz. Caminarás por la tierra y todos los que deberían cuidarte te traicionarán. No habrá un lugar al que puedas llamar hogar. No durante tu vida humana. Y jamás tendrás a mi Mariposa. —Sopló la magia que ostentaba en la palma de su mano y la esparció por el aire para que llegara hasta los espíritus que harían cumplir su maldición. A continuación, miró la serena belleza de la Mariposa. Tan tierna. Tan dulce. La idea de maldecirla le revolvía las entrañas. Pero ella lo había rechazado—. Como pago por lo que me has hecho, nunca te casarás con aquel del que estás enamorada. Morirá cada vez que vaya a tu encuentro y te pasarás la vida llorándolo una y otra vez. No habrá paz. No hasta que me aceptes. Y si te casas con otro, jamás confiará en ti. Jamás serás feliz en tu matrimonio. No mientras lleves sangre humana en tus venas.

Luego metió la mano en su bolsita en busca del resto de su magia y la esparció por el aire.

—¿Sabes lo que has hecho?

Coyote miró a Choo Co La Tah, que se acercaba hacia él.

—He saldado una deuda.

Choo Co La Tah se echó a reír.

—Ese tipo de magia siempre se revuelve contra aquel que la ostenta.

—¿Cómo?

—Ya conoces la ley —contestó él señalando el cielo y los árboles—. No se debe hacer daño, pero tú has infligido un gran daño hoy.

—Ellos me lo hicieron a mí primero.

Choo Co La Tah suspiró.

—Y tú acabas de plantar las semillas de tu propia destrucción. Cuando maldices a dos personas juntas, las vinculas. Si unen sus fuerzas, podrán romper la maldición y matarte.

—No sabes lo que dices.

—Arrogancia, esa es la primera causa de muerte tanto entre los reyes como entre los vasallos. Cuídate de su afilada hoja. Suele herir a la persona que la empuña más que a los demás.

Coyote restó importancia a las palabras del Vigilante. No le interesaban. Él jamás sufriría.

Pero se aseguraría de que los demás sí lo hicieran.

Abigail salió del trance consciente de todo lo que sucedía a su alrededor.

Ren y Coyote estaban inmersos en su pelea, como si no hubiera un mañana. Se movían a puñetazo limpio a lo largo de los túneles que componían la guarida de Coyote. Abigail jamás había visto una pelea más sangrienta, y teniendo en cuenta la cantidad de peleas que había visto a lo largo de los años ya era decir.

Echó un vistazo a su alrededor en busca de algo que pudiera servirle de arma.

Por desgracia, no había nada. Pero si la beligerancia arrogante pudiera derribar a un oponente…

Era imposible saber quién ganaría. De todas formas, el ganador lo lograría por los pelos. Sin embargo, tenía muy claro a quién animar.

«¡Arriba el cuervo!»

—¿Abigail?

Estoy aquí, Jess.

Y nosotros.

Esas eran las mejores noticias que había oído en días. Se alejó de Ren y de Coyote, que siguieron a lo suyo mientras ella corría hacia la entrada. O al menos esperaba estar dirigiéndose hacia allí.

Supo que iba en la dirección correcta al oír una explosión, tras la cual comenzaron a llover piedras por todas partes.

Sí, sus chicos habían llegado. Solo ellos podían hacer una entrada tan triunfal.

Se abalanzó sobre Jess.

Este sonrió al sentir su cuerpo pegado contra él. Cuando Abigail lo besó, la abrazó con fuerza. Hasta que presintió algo que no debería estar allí.

Se apartó de ella y ladeó la cabeza, aguzando el oído.

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

—Aquí hay daimons.

Abigail frunció el daño.

—No. ¿Por qué iba a haber daimons?

—No lo sé. Pero lo percibo. Es como si hubiera una madriguera cerca.

Pero eso no tenía el menor sentido. ¿Qué iban a hacer los daimons con Coyote?

A menos que…

—A Coyote le gusta guardar un as en la manga; es un tramposo —dijo ella.

Jess soltó un taco en cuanto llegó a la misma conclusión que Abigail. ¿Cómo podían haber sido tan imbéciles?

Era una trampa y acababan de caer con todo el equipo.