13

Jess suspiró aliviado cuando enfiló el camino de entrada a su casa mientras la lluvia golpeaba el coche con tanta fuerza que parecía un martillo. Joder, menuda noche. Ya estaba exhausto y apenas había empezado.

Claro que si se daba otro revolcón con Abigail, recuperaría las fuerzas.

«Ni se te ocurra…», se dijo.

«Por favor, sí…», replicó otra vocecilla.

Porque si era sincero, prefería imaginársela desnuda entre sus brazos que pensar en hacer lo que tenían que hacer antes de darse la vuelta y no volver a verla en la vida.

«Creía que el bueno siempre se llevaba a la chica», se dijo. Al menos esa era la teoría. Lástima que la vida le hubiera enseñado que aquello no solía pasar.

Los buenos acababan con una bala disparada por su mejor amigo.

Meneó la cabeza para librarse de esa pesadilla y se concentró en el tema más acuciante: su simpática plaga.

Al menos llovía con la fuerza necesaria para someter a las avispas y dispersarlas. Sobre todo porque Talon había añadido un toquecito divino a la lluvia, de modo que las aturdía.

Casi habían recuperado la normalidad.

Una normalidad equivalente a que un anarquista convencido trabajara para Bill Gates.

Sin embargo, la esperanza era lo único que le quedaba en ese momento. La esperanza y el ansia de encontrar a Coyote para darle una paliza de muerte.

Aparcó y miró a Abigail. Su cara era una máscara de terror y determinación, pero seguía siendo la mujer más guapa que había visto en la vida. Habría dado cualquier cosa por poder meterse en la cama con ella durante una semana y no asomar la cabeza hasta que estuvieran al borde de la muerte por inanición.

Sí, por ella merecería la pena morir de hambre.

Cuando la miró a los ojos, el arrepentimiento lo abrumó. Ojalá hubieran tenido más tiempo esa noche. Más tiempo para explorarla y saborearla.

Más tiempo para…

Se obligó a no pensar en lo que solo sería un desastre. Además, ¿para qué servía el libre albedrío? Para desear cosas inalcanzables, nada más. Si algo había aprendido de su infancia era a no atormentarse por los imposibles.

¿Qué había dicho Nietzsche? ¿Que la esperanza era el peor de los males porque prolongaba el tormento del hombre?

Premio para el filósofo. Porque había acertado de lleno en ese caso. Esperar algo mejor que nunca se haría realidad solo servía para recordarle las decisiones que había tomado y que no podía deshacer.

Tenía que llevar a cabo un trabajo, un trabajo que no se limitaba a protegerla. También tenía que salvar al resto del mundo.

Se armó de valor e inclinó la cabeza hacia Abigail.

—¿Estás lista para la siguiente fase?

El miedo hizo que ella frunciera el ceño mientras se miraba las manos unidas sobre el regazo.

—Me muero de ganas, tantas como de que me metan un chute de adrenalina por los ojos. —Su voz estaba teñida de dolor—. Por raro que parezca, creo que me da más miedo enfrentarme a Andy que a Coyote.

Jess se habría echado a reír de no ser porque ella tenía razón. Él sentía el mismo nudo en el estómago al pensar en la reacción del chaval cuando viera el coche reducido a chatarra. No, no le apetecía en absoluto.

En fin, había llegado la hora de enfrentarse a la realidad.

Tras apagar el motor, salió del coche mientras Abigail lo imitaba. Acababa de cerrar la puerta cuando oyó el agónico grito procedente de la casa.

—¿Qué habéis hecho, monstruos?

Abigail se quedó blanca y petrificada.

Jess se apresuró a interponerse en el camino de Andy antes de que llegara al coche. Incluso intentó taparlo con su cuerpo, pero Andy no se lo permitió. El muchacho amagó hacia la izquierda, Jess siguió el movimiento y Andy cambió de dirección en el último segundo… Jess extendió los brazos para impedir que viera los daños. Joder, el chaval debería jugar al fútbol. Había visto cerdos menos escurridizos.

Le hizo una señal con la cabeza a su escudero a modo de consuelo.

—A lo mejor deberías encargar uno nuevo.

Andy gimió de dolor antes de mesarse el pelo de un modo que habría hecho las delicias de James Dean.

—¡No puedo creer que me hayas destrozado el coche! ¡Mi coche! Mi tesoro. Joder, Jess. ¿Qué has hecho?

En fin, parte de lo que había hecho en el coche no iba a contárselo en la vida, porque solo conseguiría cabrearlo más y que nunca lo dejara tranquilo.

Por no mencionar que seguramente Abigail lo destriparía si le contaba a alguien lo que habían hecho.

Jess dejó caer los brazos y se encogió de hombros.

—¿Qué quieres que te diga? La cosa se puso muy chunga.

—¿Chunga? —Andy se tapó los ojos con los puños y soltó un suspiro sufrido.

Joder, cómo le gustaba exagerar, pensó Jess. Era impresionante. Si lo de ser escudero no le iba bien, seguro que le daban trabajo para interpretar a Edipo. Solo necesitaba clavarse dos broches en los ojos y salir tambaleándose del escenario.

—Mi coche parece el del doble del Dodge Charger de Último aviso —prosiguió Andy—. ¿Cómo has podido hacerlo? Joder, Jess. ¿Te parece normal? —Señaló el coche—. ¿Te lo parece?

Abigail dio un paso al frente con valentía.

—Lo siento mucho, Andy. Ha sido culpa mía.

Andy la miró como si se imaginara su cuerpo desperdigado por toda la casa. Levantó una mano, a punto de echarle un sermón, pero a decir verdad estaba tan alterado que solo consiguió balbucear, indignado.

Jess le dio una palmada en la espalda.

—Sobrevivirás. Solo es un coche, chaval.

—Y el infierno solo es una sauna —replicó, destilando indignación y rabia con cada palabra. Después dio un respingo, inspiró hondo y pareció serenarse—. Vale —dijo con voz aguda—. Tienes razón. Sobreviviré, aunque ahora mismo es como si me hubieran sacado las tripas por la nariz y estuvieran desperdigadas en el suelo para que tú te diviertas. ¡Cabrón insensible! Espera a que recoja tu moto del Casino Ishtar. A ver quién se ríe entonces.

—Como le hagas un solo rasguño a esa moto, te arranco el hígado.

Andy se lo pensó mejor.

—Entendido. —Miró el coche y suspiró—. Podría ser peor. Nadie ha vomitado dentro… —Puso los ojos como platos, como si eso lo preocupara todavía más—. ¿Verdad?

—Nadie ha echado la papilla dentro —lo tranquilizó Jess.

—Vale. —Se enderezó y dio la sensación de que iba a cumplir su promesa de dejar correr el asunto—. Voy a comportarme como un hombre.

Sin embargo, la resolución le duró hasta que vio los arañazos que el puma había dejado en el capó y el guardabarros delantero abollado allí donde Abigail se había salido de la carretera.

Con un chillido, se hincó de rodillas y se dejó caer sobre el capó, tocando con la cabeza el guardabarros dañado.

—Lo siento muchísimo, Bets. Debería haber escondido las llaves. Debería haber aflojado las cuatro ruedas. Lo que fuera. No sabía que alguien podría maltratarte de esta manera, nena. Te juro que no dejaré que nadie vuelva a hacerte daño. ¡Ay, ay! ¿Cómo han podido hacerte algo así? ¡Adónde hemos llegado!

Jess resopló mientras miraba a Abigail.

—Tengo que buscarle una novia al chaval… —Miró a Andy, que estaba acariciando el capó—. O conseguir que eche un polvo.

Abigail soltó una carcajada.

Andy se apartó del coche y los miró echando chispas por los ojos.

—Te burlas de mi dolor.

—No, qué va… —replicó Jess—. Me burlo de tu estupidez.

Andy torció el gesto.

—Vamos, entra en la casa. Déjame a solas con mi sufrimiento, monstruo insensible. Ya has causado bastante daño.

Jess meneó la cabeza.

—Es una pena que el comité que otorga los Razzie no pueda ver esta interpretación. Creo que tendrían ganador si lo hicieran.

Deseando que el chaval lo superase sin necesidad de un psicólogo, echó a andar hacia la casa.

Abigail se acercó a Andy.

—Siento muchísimo lo de tu coche. Y lo digo en serio.

Andy la miró con una expresión tan sincera que Jess albergó la esperanza de que no estuviera loco perdido.

—No pasa nada. Solo es… solo es… un coche. Ya se me pasará. —Hizo un puchero digno de un crío de dos años.

En cierta forma era casi adorable.

Abigail sentía ganas de abrazarlo y de consolarlo, aunque la reacción de él era exageradísima. Tal vez resultaba algo ridículo, pero ella se sentía fatal por el coche.

A causa de su pasado, solía tenerles más apego a las cosas materiales que a la gente. Porque aunque podían robárselas, las cosas no se marchaban de forma voluntaria. Siempre estaban allí cuando se necesitaban y no decían ni hacían nada que pudiera herir los sentimientos.

Le atormentaba saber que había destrozado algo que a todas luces significaba tanto para él.

«Me estoy convirtiendo en un desastre con patas», pensó. Era todo lo contrario que el rey Midas. En vez de convertirlo todo en oro, todo lo que tocaba se convertía en polvo.

Incluso su mejor amigo…

Le dio un vuelco el corazón al pensarlo. Aún no terminaba de creerse todo lo que había sucedido esa noche. Sus amigos eran en realidad sus enemigos y ella dependía de su enemigo para conservar la vida. En ese momento nada tenía sentido.

A decir verdad solo necesitaba unos minutos de tranquilidad antes de que se produjera la siguiente catástrofe. Un segundo para recuperar la compostura antes de que se desatara otra tormenta y la arrastrara a la locura. Pero era un lujo que ninguno de ellos podía permitirse.

Renuente a pensar en la siguiente catástrofe, siguió a Jess, que ya había entrado en la casa.

Cuando lo alcanzó, ya estaba en la cocina, de pie junto a Sasha y a un rubio a quien no había visto antes. Aunque no era tan musculoso como Jess, el desconocido no era ni mucho menos pequeño. Llevaba el cabello corto y despeinado, con unas trencitas que le caían de una sien. Iba vestido con vaqueros y una camiseta gris, y tenía los brazos cubiertos con tatuajes tribales celtas. Lo rodeaba un aura de tío muy duro. Y la miró con suspicacia en cuanto se percató de su presencia. Esa mirada le clavó los pies al suelo y le impidió dar otro paso.

Al menos hasta que Jess se dio la vuelta y la miró con una sonrisa amable. En cuanto vio la expresión relajada de su cara, supo que era seguro acercarse al otro hombre.

O eso esperaba…

Jess le hizo un gesto para que se acercara.

—Abigail, te presento a Talon. Talon, esta es Abigail.

Tras relajar un poco la pose de tío duro, Talon la saludó con una inclinación de cabeza.

—Hola.

En fin, al menos se mostraba más amigable que Zarek. Claro que eso no quería decir nada. «Seguramente serían mucho más amables si no hubieras matado a sus compañeros», le recordó una voz.

A decir verdad, tenía suerte de que no la atacase, y no lo culparía si llegaba hacerlo. A saber desde cuándo conocía a quienes ella había matado. A saber si mantenían una estrecha relación.

«Lo siento muchísimo», pensó.

La vida necesitaba un botón para enmendar los errores. La parte más cobarde de su ser quería darse la vuelta y salir corriendo. Pero nunca había sido una cobarde y no iba a empezar en ese momento, cuando necesitaban que ella fuera fuerte.

Carraspeó y se obligó a reunirse con ellos junto a la isla de acero inoxidable.

—¿Eres el causante de la lluvia?

—Sí.

Talon miró a Jess y esbozó una sonrisa diabólica que indicaba que compartían una broma.

Jess hizo una mueca, como si le doliera.

—No seguirás tocándole las narices a Storm, ¿verdad?

—Joder, claro que sí. —Talon soltó una carcajada siniestra—. Pocas cosas me gustan tanto.

—Mira que eres retorcido, tío. —Jess meneó la cabeza antes de explicarles el asunto a Sasha y a ella—. El cuñado de Talon es un hechicero hacedor de lluvia. Y cada vez que el pobre intenta hacer que llueva, Talon lo impide. A estas alturas empieza a sentirse acomplejado.

El orgullo relució en los ojos de Talon.

—Sé que es cruel, pero no puedo resistirme. Ese cabrito se lo merece por todo lo que me hizo pasar por su hermana. Además, me encanta el gemidito infantil que hace cuando fracasa.

Sasha resopló.

—Y según vosotros soy yo quien está mal. Joder, eso es muy cruel.

—Por cierto, chico del tiempo, creo que ya puedes cortar el chorro —dijo Jess—. Las avispas están empapadas y han retrocedido.

Un trueno hizo retumbar la casa.

—Sí, pero es divertido.

—Puede, pero estás inundando las afueras de la ciudad.

Talon hizo una mueca.

—No te cortes y haz que me sienta mal, ¿eh? Vale, cierro el grifo.

Abigail se sintió intrigada por sus poderes. Jamás había conocido a un Cazador Oscuro capaz de hacer eso.

—¿También puedes generar tornados y terremotos?

—Los terremotos no tienen nada que ver con la climatología. —Talon le guiñó un ojo, pero después se puso serio, como si hubiera sido demasiado amable—. Y sin ánimo de ofender, no me apetece hablar de mis poderes con alguien que podría intentar usarlos en mi contra algún día. Así que seré parco en los detalles.

Sus palabras provocaron en Abigail un doloroso nudo en el pecho.

—Tienes razón. Y me lo merezco. No debería haber preguntado.

A juzgar por la expresión de su rostro, Abigail supo que él se sentía tan mal por sus palabras como ella.

Jess le echó un brazo por encima de los hombros.

—No te pases con ella, celta. Estaba protegiendo a su familia. Todos hemos hecho cosas mientras intentábamos proteger a nuestros seres queridos de las que después nos arrepentimos. Eso no la convierte en nuestra enemiga.

—Cierto. Solo la convierte en humana. —Talon le tendió la mano—. ¿Tregua?

Ella lo miró con una sonrisa tímida y aceptó la mano.

—Tregua. —En cuanto le tocó la piel, sintió algo raro en su palma. Frunció el ceño y le giró la mano para ver una grotesca quemadura—. Eso debió de doler.

Talon sonrió como si el recuerdo lo reconfortara. Apartó la mano.

—Un precio ridículo por todo lo que conseguí. Créeme, si hubiera sido necesario, habría entregado el brazo entero.

Apartó la mirada de ella y la clavó en Jess, y la expresión de sus ojos le provocó un escalofrío.

Era como si supiera lo que habían hecho.

En los labios de Talon apareció una sonrisilla.

—Al hilo de esto, tengo que volver a casa. No quiero que Sunny se preocupe. Con la suerte que tengo, se presentaría aquí, y en su estado tendría que matar a cualquiera que la alterase. Y como no quiero suicidarme… —Los miró a los tres—. Buena suerte. Y por todos los dioses, no fracaséis.

—Eso intentaremos —le aseguró Jess.

Talon desapareció.

Abigail se agitó, inquieta, porque Sasha enarcó una ceja al ver que Jess seguía sin soltarla. Se habría quitado su brazo de encima, pero no quería hacer nada que llamara todavía más la atención. Además, le gustaba.

Pasó por alto la curiosidad de Sasha y le dijo a Jess:

—Supongo que Sunny es la mujer de Talon y que está embarazada.

—Embarazadísima.

Ella asintió con la cabeza mientras asimilaba la respuesta… y caía en la cuenta de algo espantoso.

—No sabía que los Cazadores Oscuros tuvieran familia o pudieran dejar embarazada a una mujer.

En los ojos de Jess apareció un brillo que le indicó que le estaba leyendo la mente.

Lo miró con cara de pocos amigos.

Jess se apartó de ella con expresión atemorizada, como si quisiera poner cierta distancia entre sus partes nobles y ella.

—Y no podemos. Te lo juro. Talon ya no es uno de los nuestros, desde hace un tiempo. Sunshine lo liberó.

Mmm… eso era algo que también desconocía.

Antes de que pudiera replicar, se oyó la voz ronca y seria de Ren.

—Tienes que tomártelo con calma.

—Ya te he dicho que dejes de tratarme como a un crío, Ren. No estoy inválido, que lo sepas. Resulta que me sumo en un trance de nada mientras arreglo un asuntillo y después tengo que aguantar que me den la tabarra. Como no me dejes tranquilo, te juro que te cambio el nombre.

Abigail se apresuró a borrar la sonrisa cuando Choo Co La Tah entró en la cocina con Ren. La expresión del Cazador Oscuro podría helar el fuego.

A diferencia de ella, Jess no tenía el menor problema para reírse de ellos.

—¿Me he perdido algo?

Choo Co La Tah estaba tenso por la indignación.

—Sí. Tu amigo es muy quisquilloso, y ya estoy harto por hoy, la verdad.

Ren suspiró, irritado. Cuando habló se dirigió a Jess, no a Choo Co La Tah.

—Talon lo sacó del trance, pero ahora creo que deberíamos haberlo dejado así.

Abigail no quería interrumpir, pero…

—Una cosilla… ¿qué es un quisquilloso?

Ren se puso colorado como un tomate.

Por suerte, Choo Co La Tah la miró con una sonrisa.

—Alguien que se queja y protesta mucho, querida.

Ah, con razón Ren estaba tan furioso. No era una descripción muy viril; más bien todo lo contrario.

—¿Puedo preguntar por qué hablas con acento inglés? Parece… —No quería decir que parecía raro, ya que podría ofenderlo, y no era esa su intención ni mucho menos. La verdad era que el anciano le caía muy bien, aunque no siempre fuera la persona más agradable del mundo—. Parece diferente.

Ren puso los brazos en jarras.

—Aprendió el idioma de los pioneros ingleses y no se ha adaptado al nuevo acento.

Choo Co La Tah lo fulminó con la mirada, como si no le gustara la explicación de Ren.

—Es el sonido que más gusta. Además, desconcierta a todo aquel que lo escucha, y eso me gusta todavía más. Mantén siempre el misterio, querida. Es la mejor manera de tener a los demás en vilo.

Agradeció el consejo.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó Jess a Choo Co La Tah, cambiando de tema.

—Cansado. Y ya hemos malgastado demasiado tiempo. Tenemos que ponernos en marcha para alcanzar el punto más alto antes del amanecer, hacer nuestra ofrenda y asegurar las jarras.

El miedo se apoderó de ella al comprender que la ofrenda sería su vida.

«No estoy preparada para esto…», pensó.

Jess vio el miedo en los ojos de Abigail. Con el deseo de tranquilizarla, le cogió la mano y le dio un apretón, prometiéndole en silencio que no permitiría que le pasara nada. Y lo decía en serio. Mientras le quedara un hálito de vida, nada ni nadie le haría daño.

Choo Co La Tah bajó la mirada hacia sus manos unidas y algo parecido a la aprobación apareció en su rostro.

Qué extraño, pensó Jess; sin embargo, no tenía tiempo de pensar en ello.

—Pues cojamos el Bronco y pongámonos en marcha. Tardaremos algo más de una hora en estar allí. Deberíamos tener tiempo de sobra para llegar antes del amanecer, pero con todo lo que Coyote nos está lanzando, quién sabe.

Ren titubeó.

—Mis poderes se debilitan. Creo que iré volando y nos reuniremos allí.

Jess entendía sus motivos, pero…

—¿Estás seguro? Serpiente también podría dejarnos unas cuantas sorpresas, y no sabemos cuáles son sus plagas. ¿O sí?

—Virus que se comen la carne —dijo Choo Co La Tah—. Y sangre ardiente.

Sasha torció el gesto.

—¿Sangre ardiente?

—Esa es mi preferida —replicó Ren con sarcasmo—. Son gotas de sangre que caen del cielo y que explotan como dinamita líquida.

Jess miró a Ren, como si eso reforzara su argumento.

—No te vendría bien que alguna te cayera encima cuando estás volando.

—Cierto, pero soy lo bastante idiota para arriesgarme. Necesito recuperar mis poderes si vamos a luchar y seguro que tú también.

Jess se cabreó por la terquedad de su amigo.

Y por su sacrificio.

—Pero ten mucho cuidado —le ordenó.

Ren lo miró con una sonrisa arrogante.

—Siempre. Si no tienes cuidado cuando vuelas, acabas estampado contra un edificio.

—No tiene gracia.

—La gente se parte conmigo, imbécil. —Ren miró a Abigail y algo oscureció su semblante. Jess supo que era muy importante. Sin embargo, Ren se recuperó al punto—. Protege a nuestra chica. No servirá de nada que lleguemos allí sin ella.

—No te preocupes. —No pensaba dejarla marchar. Al menos de momento—. Buen viaje, penyo.

Ren le hizo un saludo militar y se dirigió a la puerta principal, que abrió antes de convertirse en un cuervo y emprender el vuelo.

Sasha soltó un gruñido asqueado.

—¿Es que se crió en un estercolero? ¿No le enseñaron a cerrar la puerta? —Hizo un gesto con la mano y la cerró de un portazo sin tocarla siquiera—. Animalitos aficionados… no tienen modales.

Jess se quedó de piedra por el malhumor del lobo.

—¿Necesitas un ansiolítico o algo antes de irnos?

—Eso no me sirve de mucho, vaquero. Llevo la rabia en los genes.

Jess meneó la cabeza, pero guardó silencio al ver un tenue brillo rojizo en los ojos de Abigail. El demonio intentaba resurgir de nuevo. Se preguntó si ella lo notaba cuando aquello le sucedía.

—¿Estás bien?

—Sí, ¿por qué?

En fin, eso contestaba su pregunta. Saltaba a la vista que no tenía ni idea.

El brillo rojizo desapareció.

A Jess se le formó un nudo en el estómago. Eso tampoco podía ser bueno. Debería reflexionar al respecto, pero iban muy mal de tiempo.

—Da igual.

La cogió de la mano y los condujo por el pasillo abovedado hasta el otro lado de la casa.

Abigail se quedó de piedra al ver que no dejaban de andar. Siempre había sabido que su casa era enorme, pero hasta ese momento no había asimilado hasta qué punto.

Joder…

Jess abrió la puerta que daba a otro garaje, en el cual Abigail descubrió una enorme colección de coches y de motos. Parecía más un almacén que un garaje, salvo por el hecho de que estaba inmaculado y muy bien decorado. La moldura del techo parecía recubierta por genuino pan de oro.

—¿Cuántos metros tiene la casa?

Jess esbozó una sonrisa tímida y contestó:

—Es cosa de Andy, no mía. No me preguntes, porque es vergonzoso. Y no, con la excepción del Ford Bronco negro, nada de lo que hay aquí me pertenece. Dado que Andy vive en el apartamento que hay encima del garaje, este es su territorio.

—¿Y cuántos metros tiene el apartamento del señorito Andy?

Jess se ruborizó.

—Seiscientos veinte metros cuadrados, y estoy segurísimo de que por eso escogió esta casa. Aunque él lo niegue.

¡Madre del amor hermoso! En fin, con razón todo parecía inmenso… Su casa era una cuarta parte del apartamento de Andy.

—¿Y qué hace tu Bronco aquí?

Jess siguió caminando por el enorme garaje hasta su camioneta.

—Andy ha estado ocupado con la mudanza y no quería abollar ni rayar alguno de sus bebés. Y como yo no suelo usarlo, lo dejó aquí.

Abigail era incapaz de contener el asombro mientras contaba la impresionante colección de coches de Andy.

—Si tiene dieciséis coches, ¿por qué se ha molestado tanto por el Audi?

Jess abrió la puerta del Ford Bronco y esbozó una sonrisa desafiante que la puso a cien. Ah, si dispusiera de cinco minutos para mordisquear esos labios…

—Es su juguete nuevo, aunque creo que en el fondo se quejaba para llamar la atención. Pasa de él.

Abigail se montó detrás, dejando el asiento delantero para Choo Co La Tah mientras que Sasha se sentaba a su lado.

Jess ajustó el asiento y los espejos a su medida. Antes de arrancar el motor, le lanzó una mirada elocuente a Sasha a través del retrovisor central.

—¿Os habéis puesto el cinturón?

Sasha resopló, pero se quedó boquiabierto al darse cuenta de que Jess no bromeaba.

—¿En serio? ¿Es que hay alguien aquí que sea del todo humano? No. Creo que morir por no llevar el cinturón es el menor de nuestros problemas ahora mismo.

—Pues yo no pienso arrancar hasta que todo el mundo se haya puesto el cinturón. Y me refiero a ti, lobito.

La expresión exasperada de Sasha no tenía precio.

—No me lo puedo creer, tío. Estoy en el infierno, y con un pirado. Podría haberme quedado con Zarek. ¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Vas a sacar unos bollitos con mermelada? —Se abrochó el cinturón con gran pompa—. Ojalá que pilles pulgas —masculló.

—Gracias —dijo Jess saliendo del garaje.

Abigail apretó los labios para no echarse a reír. Sin duda alguna, se turnarían para vengarse.

Con el gesto torcido, Sasha recurrió al sarcasmo para decir:

—Por cierto, vaquero, sabes que si tenemos un accidente puedo teletransportarme fuera de este cacharro, ¿verdad?

—¿Scooby sigue protestando? —le preguntó Jess a Choo Co La Tah—. Recuérdame que compruebe su cartilla sanitaria cuando volvamos. A lo mejor tiene el moquillo o la rabia o algo así.

Choo Co La Tah soltó una carcajada.

Abigail meneó la cabeza. No estaba acostumbrada a relacionarse con gente tan familiarizada con el peligro. O eran las criaturas más valientes del mundo…

O las más inconscientes.

Mientras viajaban en la oscuridad, sintió un escalofrío en el brazo. «Me observan», pensó.

«Es Ren. No te preocupes.»

Tal vez, pero no le parecía Ren.

Era algo perverso.

Coyote sintió el calor del fuego que tenía delante mientras caminaba con la mente a través del reino de las sombras para espiar a sus enemigos. Incluso con los ojos cerrados podía verse en su guarida. El fuego lamía los troncos que tenía delante, convirtiendo las sombras de las estalagmitas y las estalactitas en formas grotescas que danzaban sobre las paredes de piedra.

Sin embargo, esas sombras no reclamaban su atención. Sus enemigos sí.

Estaban juntos y eso lo enfureció de tal manera que pensó que le ardía hasta el alma.

—¿Por qué no os morís? —rugió—. ¡Todos!

¿Cuántas veces tenía que matar al Búfalo para que se muriera de una vez y para siempre?

En cuanto a Ren…

—¿Qué pasa?

Abrió los ojos y vio que Serpiente se acercaba desde la oscura abertura que daba a las colinas donde moraba desde hacía siglos.

—Se dirigen al Valle del Fuego —le anunció.

Serpiente soltó un taco.

—Tenemos que impedírselo.

¿Acaso creía que no lo sabía?

—¿Por qué te asustas cuando soy yo quien puede perderlo todo?

—Tú no eres el único, Coyote. No quiero retirarme, al igual que tú.

Sin embargo, no era el retiro lo que lo motivaba. Era la venganza. Por una traición tan amarga que el tiempo jamás había aliviado el dolor.

«¿Cómo he podido ser tan imbécil?»

El Primer Guardián seguía atormentándolo. Lo sentía. ¿Por qué si no había cometido aquel error hacía tantos años?

«Me equivoqué al matarla», pensó. Solo el Primer Guardián podría haber creado ese engaño y proteger a la hija después de que él hubiera matado a la madre.

Y necesitaba esa llave. Era la única manera de obtener venganza. La única manera de sobrevivir a lo que estaba a punto de pasar.

«No fracasaré. Esta vez no», se dijo. Llevaba siglos esperando y ya era hora de que su paciencia fuera recompensada.

Se puso en pie y echó a andar hacia la entrada de la cueva.

Serpiente lo atrapó y lo obligó a detenerse a su lado.

—¿Qué haces?

—Voy tras ellos.

—No puedes. Fuera del Valle del Fuego somos como dioses.

Dentro no lo eran. Coyote aún no asimilaba que la mujer hubiera podido matar a Oso Viejo. Algo que debería haber sido imposible incluso para ella.

Y si ella podía matar a un Guardián fuera del Valle del Fuego, Búfalo también podría hacerlo.

—Tengo que detenerlos.

—Pues detenlos, hermano… con otros.

Coyote meneó la cabeza.

—Ya he liberado mis plagas.

—En ese caso yo liberaré las mías. —Serpiente le colocó la mano en el hombro en un gesto de solidaridad fraternal—. Estamos juntos en esto hasta el final.

Serpiente por el poder.

Coyote por la sangre.

Miró al Guardián del Sur y asintió con la cabeza.

—Al amanecer nos daremos un festín con los corazones de nuestros enemigos.

—Y nos bañaremos en su sangre.

Un juramento entre guerreros.

Serpiente le dio un apretón en el hombro antes de soltarlo.

—Reuniré a los cazarrecompensas.

Hizo ademán de alejarse.

—Espera. —Coyote titubeó antes de continuar. No quería demostrar su debilidad ante nadie, pero no le quedaba alternativa—. Diles que no le hagan daño a la mujer. Quiero que me la traigan.

—¿Intacta?

—A ser posible.

—¿Puedo preguntar por qué?

La respuesta burbujeaba en su interior como una olla a presión a punto de explotar.

—Es personal.

Ceñudo y confundido, Serpiente decidió no insistir.

—Me aseguraré de que se haga así.

Bien. Serpiente se alejó mientras Coyote lo observaba, devorado por las emociones. La rabia se imponía a todas las demás.

—¡Me lo debes! —gritó, y su voz reverberó por la cueva. Y en esa ocasión cobraría la deuda.

Jess Brady moriría y él por fin obtendría la recompensa que le habían prometido.