Abigail no había hecho nada parecido en la vida. Ni tampoco había fantaseado al respecto. Pero mientras esperaba con la muerte tan cerca, sintiéndose tan vulnerable, no pudo contenerse.
Jess no la amaba, lo tenía clarísimo. Pero eso no importaba. Había logrado ver al hombre que había sido y en el que se había convertido. Y como mujer que era, ansiaba alcanzar esa parte de Jess y compartirla. Cuando ella abandonara el mundo, él la recordaría.
Durante toda la eternidad.
Y quería que la recordara como una mujer decente y generosa. No como el monstruo desalmado en el que sentía que se había convertido.
«Por favor, quiero enseñarte mi verdadero yo.»
Aunque solo fuera una vez.
Nadie la había visto de verdad. Siempre se había mostrado fuerte ante Hannah y Kurt. Nunca les había enseñado sus miedos. Quería que la vieran como a la hermana perfecta y ayudarlos a solucionar sus problemas sin importar lo que le pasara a ella. Sin importar lo mucho que sufriera.
Ellos eran lo primero.
Y, por supuesto, a fin de ser una hija obediente para sus padres adoptivos, había aprendido a enterrar su verdadera personalidad y sus emociones, había aprendido a no enseñárselas a nadie. Su único temor siempre había sido que se arrepintieran de haber acogido a una humana en su hogar y que la echaran a la calle por haberles ocasionado algún problema.
Casi todos los apolitas intentaban ocultar el asco que les provocaba su condición de humana, pero nunca la habían engañado. Siempre se había percatado de sus falsas sonrisas, de sus falsas ofertas de amistad, sobre todo en el caso de su padre adoptivo. Él había intentado disimular, como los demás, pero no lo había conseguido.
La verdad siempre había estado en sus ojos y a ella le había provocado un dolor atroz.
Los apolitas no eran su gente y jamás olvidaban ese hecho. Abigail se había esforzado por intentar encajar y convencerlos de que estaba de su parte, de que lucharía a muerte por ellos. Incluso había matado a numerosos Cazadores Oscuros. Y, sin embargo, habían erigido un muro que no le permitían escalar.
«Eres humana y eso es lo único que serás para ellos.»
Pero siempre había deseado ser algo más, y, pese a todo, los había querido como si fueran su familia. Siempre había ansiado que la aceptaran. No quería sentirse como la niña sin hogar que miraba a través de una ventana, contemplando un mundo al que jamás tendría acceso. La soledad siempre había sido dolorosa y terrible.
Hasta ese día. Porque en ese momento concreto, el dolor había desaparecido.
Con Sundown se sentía aceptada. Se sentía querida. Era como si él le hubiera abierto la puerta y le hubiera dicho que por fin podía pasar. Como si le hubiera dicho que quería estar con ella.
Como si le hubiera dado la bienvenida.
Y solo por eso estaba dispuesta a vender su alma.
Jess levantó una mano para acariciarle una mejilla. Ella le sonrió mientras le besaba la palma y después frotó la nariz contra sus callos. Tenía la piel más áspera que ella. Era muy masculina. Y le encantaba. Se inclinó hacia delante para mordisquearle el mentón mientras comenzaba a acariciársela por debajo de los vaqueros. La tenía muy dura, pero era muy suave.
Jess la observó con los párpados entornados. Tenía unas pestañas tan espesas que deberían ser ilegales.
—Este sería el momento ideal para una picadura de avispa, ¿verdad? —susurró él junto a sus labios.
Ella se echó a reír.
—No sabes lo equivocado que estás.
Jess le besó la punta de la nariz.
—Ya, vale, pero tú me pareces perfecta tal como eres.
Esas palabras la inundaron de alegría. Nadie le había dicho jamás algo tan bonito. Cerró los ojos, se inclinó hacia él y lo estrechó con fuerza. ¿Por qué no se habían conocido en otras circunstancias? Sabía que podría haberse enamorado de él. Si no hubiera sido un Cazador Oscuro. Si no hubieran asesinado a sus padres…
Sin embargo…
No podía haber nada entre ellos. Si sobrevivían, tendrían que separarse. No había esperanza para un futuro en común. Solo contaban con el presente.
Y Abigail quería aferrarse al presente con uñas y dientes. Quería fingir que no eran quienes eran, tan solo dos personas que se habían encontrado por casualidad y que se gustaban.
—¿Por qué estás tan triste?
Abigail tragó saliva al escuchar la pregunta.
—No estoy triste, Jess. Estoy asustada.
—No voy a hacerte daño.
Esas palabras la entristecieron aún más y despertaron sus remordimientos, porque antes de averiguar la verdad, no habría duchado en matarlo.
—Lo sé.
Jess la besó en los labios mientras introducía una mano por debajo de su sujetador. Las caricias de sus dedos le provocaron una miríada de escalofríos. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había estado con un hombre. Su entrenamiento siempre había tenido preferencia, y le había dejado muy poco tiempo para concentrarse en algo que le parecía trivial. Las relaciones personales se le antojaban una pérdida de tiempo, porque jamás se recibía tanto como se entregaba. Era la fórmula perfecta para sufrir un desengaño, para que todo acabara en un desastre, de ahí que no hubiera querido perder el tiempo con ese tipo de relaciones.
No obstante, Jess sí habría merecido la pena. El amor que había sentido por Matilda…
Esa era la clave: anteponer a los demás; quererlos con toda el alma; permitir que la única razón para vivir fuera hacerlos felices aunque eso conllevara sufrir con tal de lograrlo.
Era algo tan poco común que jamás se había permitido reflexionar al respecto, ya que no lo creía posible. Lo había relegado al mismo universo que los unicornios y las hadas. El amor era un cuento precioso, pero un cuento al fin y al cabo.
¿Por qué no había sido merecedora de un amor así?
¿Habría apreciado Matilda en su justa medida lo que Jess le ofrecía?
Ojalá. Porque de esa forma la tragedia que habían sufrido le parecía menos dramática.
Jess estrechó con fuerza a Abigail. Estaba temblando y él no sabía por qué. Bueno, podría leerle la mente y averiguarlo, pero no le gustaba hacer eso. Era de pésima educación. Un poder que reservaba solo para cuando era estrictamente necesario.
Y en ese momento no lo era.
La mente de una mujer era un lugar privado. Matilda se lo había enseñado. Era algo que debía respetarse, de la misma forma que debía respetar su voluntad. Sin embargo, le dolía verla sufrir mientras estaban haciendo el amor. No le parecía correcto.
—¿Puedo hacer algo para ayudarte? —le preguntó.
La expresión de Abigail mientras le recorría el contorno de los labios con la punta de un dedo fue como un puñetazo en el estómago. Le provocó un millar de escalofríos, aunque no tantos como su tierna mirada mientras lo contemplaba.
—Ya me estás ayudando.
—Bueno, tengo el presentimiento de que no lo estoy haciendo bien, y no quiero estropear las cosas —replicó.
En ese momento ella esbozó una sonrisa genuina que iluminó su mirada y lo puso a cien. Acto seguido, Abigail se humedeció los labios mientras se alzaba sobre las rodillas a fin de que él le bajara los pantalones.
—Te prometo que todo está saliendo a la perfección —lo tranquilizó.
Sin embargo, quitarle los pantalones no fue tarea fácil. En un momento dado, ella le asestó un codazo en un ojo.
Abigail jadeó, espantada, y se llevó las manos a la boca.
—¡Ay, Dios mío! ¿Te he hecho mucho daño?
Jess se frotó el ojo mientras sopesaba la idea de apuñalar a su escudero cuando volviera a casa.
—Andy necesita un coche más grande.
«Joder», pensó. ¿Por qué tenía que aparecer el dolor para estropear el momento?
Abigail rió de nuevo.
—Pobrecito mío…
Se inclinó hacia delante y lo besó en el ojo, aliviando de esa forma parte del dolor.
A continuación, se apartó de él y se sentó en su asiento para quitarse los pantalones. Verla hizo que el dolor se esfumara por completo. Sus piernas eran largas y pedían a gritos que se las lamiera. Otra cosa que no podría hacer en ese dichoso coche.
«En cuanto llegue a casa, le pego fuego.»
Al verla titubear con las manos en el elástico de las bragas, Jess creyó que lo estaba torturando.
—¿Has cambiado de opinión? —le preguntó.
«Por favor, no lo hagas. Sería una crueldad y no estoy seguro de poder sobrevivir a la experiencia. No después de haber llegado tan lejos.»
La vio negar con la cabeza mientras se las bajaba muy despacio. De forma seductora.
«Joder, joder…», pensó.
Jess creyó morir cuando la vio desnuda. Era exquisita. A esas alturas la tenía tan dura que parecía a punto de estallar. En un abrir y cerrar de ojos, Abigail volvió a sentarse a horcajadas sobre él. Parecía desearlo con la misma intensidad que él la deseaba a ella.
Sí… si moría en ese momento, moriría feliz. Eso era lo que llevaba ansiando mucho tiempo.
Abigail se alzó sobre las rodillas para quitarle la camiseta.
Y él se dejó hacer gustosamente. Estaba tan desesperado como ella por sentir la caricia de su piel desnuda. Jamás se había excitado hasta ese punto, ni había sentido nada tan erótico como el roce de sus pechos contra el torso. Le pasó las manos por el cabello, aspirando su olor.
Aunque no se había mantenido célibe, nunca había estado con una mujer que lo conociera de verdad. En su época de humano, y por culpa de Bart, lo habían declarado un forajido a los trece años. Así que cada vez que estaba con una mujer, ni siquiera se le ocurría decirle quién era en realidad. Jamás les contaba nada sobre él por temor a que lo traicionaran o lo mataran de un disparo.
Después de convertirse en un Cazador Oscuro, le prohibieron hablar de la existencia que llevaba. De modo que se vio obligado a ocultar sus colmillos y su edad.
Se vio obligado a ocultarlo todo.
Abigail era la única que sabía la verdad sobre él. Y eso hacía que el momento fuera más erótico si cabía. No había temor de que ella le rozara un colmillo con la lengua, ni tampoco tenía que mostrarse cuidadoso mientras la mordisqueaba para que ella no notara lo largos que los tenía.
Por fin podría ser él mismo, y esa sensación le resultaba increíble.
Le pasó la lengua por un pecho, saboreando el roce irregular de la areola y del endurecido pezón. Su piel olía como el néctar más delicioso. En ese momento Abigail le acarició el cabello y sus caricias lo transportaron al paraíso.
Si moría esa noche, moriría feliz.
Por ella, merecía la pena morir.
De repente, Abigail soltó una risilla, sorprendiéndolo.
—¿De qué te ríes?
La vio ponerse muy colorada.
—Es demasiado ñoño para contártelo.
Había ciertas cosas que un hombre no quería escuchar en esas circunstancias.
«¿Qué habré hecho?», se preguntó.
—Ni hablar, preciosa, ahora no puedes dejarme con la intriga. Tienes que decírmelo.
«Por favor, no te rías de mí», suplicó ella en su fuero interno.
La vio morderse el labio. El gesto resultó tan juguetón y adorable que la emoción le provocó un nudo en el estómago.
—Estaba pensando que era curioso montar a un vaquero, en fin…
Jess se echó a reír.
—Nena, a mí puedes montarme siempre que quieras. —Fingió una expresión muy seria—. Estoy aquí para lo que necesites.
Abigail frunció la nariz mientras lo instaba a recostarse sobre el asiento. Para Jess, era lo más bonito que había visto en la vida.
Le colocó una mano en un muslo y fue subiendo hasta encontrar lo que buscaba. Estaba mojada y más que dispuesta. La oyó gemir cuando la penetró con un dedo.
Abigail apenas podía respirar mientras Jess la penetraba con los dedos. ¡Eso era lo que ansiaba con desesperación! Su cuerpo pareció estallar en llamas. Lo besó en los labios al tiempo que alzaba un poco el cuerpo a fin de poder acogerlo en su interior.
Una vez que la penetró hasta el fondo, jadeó, encantada al sentirlo tan duro y tan adentro.
Era… ¡era el paraíso!
Comenzó a mover las caderas despacio con el corazón desbocado, saboreando cada momento. Le lamió el cuello y le acarició el musculoso torso. Se percató de las numerosas cicatrices que lo cubrían. Muchas parecían cuchilladas o desgarrones provocados por alambres de espino. Pero algunas eran heridas de bala.
La furia la invadió al pensar que alguien le había hecho aquello.
Hasta que recordó que ella también había estado dispuesta a matarlo.
«Gracias a Dios que no lo hice», pensó.
También dio las gracias al destino por haberlos reunido. Y por lo que fuera que impidió que le hiciera daño.
En ese instante vio la marca del arco doble y la flecha que lo identificaba como Cazador Oscuro, pero ni siquiera eso le aguó el momento. Sin embargo, pensó que tal vez a él le había dolido cuando se la hicieron.
Nunca había reflexionado mucho al respecto. Los Cazadores Oscuros eran despojados de sus almas. ¿Hasta qué punto los hacía sufrir Artemisa durante el proceso?
Ella sabía lo mucho que dolía por experiencia. La noche que perdió a sus padres su alma se marchitó y murió, de modo que sabía muy bien lo que dolía perderla. La cicatriz que dejó en su interior nunca había sanado.
La de él tampoco.
Jess dejó que ella tomara las riendas del momento mientras le acariciaba uno de los pechos con el dorso de la mano. Ver cómo ella se aplicaba en complacerlo resultaba muy estimulante. Su mirada despertaba algo en su interior que hasta ese momento había fingido que no existía. Le hizo recordar cosas olvidadas, enterradas en lo más hondo.
Como humano, solo deseaba un hogar tranquilo y acogedor, al lado de una buena mujer, una mujer junto a la que envejecer, que lo hiciera reír y que le diera un motivo para seguir adelante día tras día.
Año tras año.
Una mujer como Abigail.
Cierto que era un poco más complicada de lo que le gustaría y que a veces los deseos dejaban fuera de la imagen detalles importantes, algunos incluso irritantes. En realidad, la obstinación de Abigail le gustaba. Y, sobre todo, le encantaba su espíritu.
Adoraba la chispa que la animaba. El fuego que lo calentaba y lo había devuelto a la vida.
Abigail sonrió mientras Jess la cogía de la mano y se la llevaba a los labios para besarle y mordisquearle los nudillos. Fue un gesto muy tierno. Hasta que la arañó con los colmillos. No le hizo daño, pero sí le provocó un escalofrío.
No había nadie tan sexy como su vaquero. No había nada mejor que sentirlo dentro mientras la abrazaba y la amaba.
Era una mezcla embriagadora. Tan erótica que la dejó al borde del orgasmo. Echó la cabeza hacia atrás y sintió que el placer la invadía, de modo que se dejó llevar y disfrutó de la perfección del momento.
Jess sonrió al ver que Abigail alcanzaba el clímax. Su cuerpo se tensó y lo atrapó en su interior, intensificando su placer. Acto seguido, levantó las caderas y se hundió hasta el fondo de ella, intentando no levantarla demasiado para que no se golpeara la cabeza contra el techo.
La oyó gritar de placer.
Y no tardó en seguirla. Todo comenzó a darle vueltas mientras el placer lo abrumaba, oleada tras oleada. Sí, eso era lo que necesitaba, aunque no había sido consciente hasta ese momento. Por primera vez desde hacía semanas se sentía despejado y relajado.
En ese instante era el hombre más feliz del mundo.
«Muy bien, imbéciles. Venid a por mí ahora.»
Porque se creía capaz de vencer a cualquiera que se le pusiera por delante. Estaba más que dispuesto para luchar.
Abigail descansaba sobre el pecho de Jess, escuchando los latidos de su corazón. Cuando por fin se recuperó se percató de que ambos estaban cubiertos de sudor.
«Estoy desnuda en un coche, rodeada de un enjambre de avispas furiosas que intentan matarnos… con un hombre al que no hace ni dos días que conozco», se recordó.
Sí, menudo momento… Merecía que la coronaran Miss Desmadrada y le entregaran el premio a la Mayor Descerebrada.
«Es increíble que haya hecho lo que acabo de hacer», se dijo.
Pero claro, no lo cambiaría ni por todo el dinero del mundo. En realidad, no se arrepentía. Al menos no tenía que preocuparse por la posibilidad de un embarazo o de una enfermedad de transmisión sexual. Lo único bueno de los Cazadores Oscuros era que no podían tener hijos ni contraer enfermedades.
Sin embargo, se moría de vergüenza. Cualquiera que entrara podía verlos. En cualquier momento.
«Como alguien me vea, me muero», pensó.
Jess la besó en la coronilla.
—No pasa nada, Abs. Las puertas están cerradas desde el interior y no va a venir nadie.
Sus palabras fueron como un jarro de agua fría. La dejaron espantada.
—¿Me has oído?
—Pues sí —contestó él sin excusarse.
Abigail se enderezó y lo miró, aterrada. No podía ser. Ojalá estuviera equivocada.
Porque era imposible que…
—¿Puedes leerme el pensamiento?
En ese momento, el pánico pareció invadir a Jess. Lo vio mirar a su alrededor como si estuviera buscando el acceso a una base de datos cósmica que pudiera ofrecerle una explicación para salir del atolladero.
—Pues…
Buena respuesta…
Su ordenador interno debía de haberse quedado colgado y Abigail estaba cada vez más furiosa. ¡Tenía ganas de matarlo! Era espantoso. ¡Horrible!
«¿Por qué no me lo ha dicho?»
Abigail puso cara de asco. Recordaba vagamente haber sido testigo de esa habilidad en uno de los episodios extraños durante los cuales veía su pasado, pero no le había dado importancia a ese detalle y lo había olvidado.
En ese instante había cobrado mucha importancia.
—¡Madre mía, puedes leerme el pensamiento!
Se sentía terriblemente humillada. Embargada por la ira, se colocó en su asiento y comenzó a buscar la ropa interior. La escena no podía ser más humillante… Ojalá pudiera esconderse debajo del asiento y morir.
«Debería salir y dejar que las avispas me maten. Un momento… ¡que puede oírme! Seguro que ahora mismo me está escuchando como si fuera un pervertido, disfrutando con la vergüenza que estoy pasando. ¡Eres un cerdo, Sundown! ¡Un cerdo!»
Esperaba que lo hubiera oído todo.
Lo miró echando chispas por los ojos.
—¿Por qué no me has dicho que tenías ese poder?
Jess levantó las manos en señal de rendición.
—Abby, no pasa nada —respondió con voz serena, aunque el pánico aún asomaba a sus ojos.
Y ella no estaba dispuesta a oír una explicación razonable. Se sentía demasiado humillada. ¡Por Dios, si había escuchado todo lo que había estado pensando…!
No soportaba esa idea.
—Sí que pasa. ¡Cómo te atreves! ¿Eres un psicópata o qué? Lo que acabas de hacer es imperdonable. Has violado mi intimidad… y… —No fue capaz de encontrar las palabras exactas que describieran lo mal que estaba lo que había hecho, aunque de todas formas se sentía demasiado furiosa para ponerse a elegir el vocabulario—. ¿Me has estado espiando todo el rato?
Jess soltó un taco para sus adentros mientras Abigail seguía echándole la bronca al tiempo que se vestía. ¡Joder, menudo temperamento tenía! Aunque no la culpaba, claro. Él también se habría cabreado mucho si alguien hubiera hurgado en su mente.
Sin embargo…
—Abby, escúchame. Puedo oír tus pensamientos.
—Demasiado tarde, colega. —Pronunció la última palabra con desprecio, enfatizándola, mientras levantaba la cabeza para atravesarlo con una mirada que bien podía haberlo hecho trizas. Si la embotellaran, podrían derrotar a ejércitos enteros con ella—. Me he dado cuenta, gracias por la información. Te mereces un premio por haberlo confesado. ¡Hip, hip…! —Dejó la frase en el aire y después añadió, rezumando sarcasmo—. ¡Hurra!
—Pero… —prosiguió él con lo que esperaba que fuera un tono de voz sereno, pasando por alto su exabrupto y su mirada asesina. Eso sí que se merecía un premio. Tener las agallas de enfrentarse a una mujer tan furiosa como lo estaba Abby en ese momento—, no lo hago… normalmente. Solo sucede de vez en cuando. De repente, oigo algo como ha sucedido con tu pregunta. No sé cómo ha podido superar mis defensas. A lo mejor porque estaba totalmente ido mientras pensaba en lo bien que me sentía contigo encima.
Abigail se cubrió con los vaqueros.
—No pienso tragármelo. ¿Es que me tomas por tonta?
—No creo que seas tonta en absoluto.
Él era el imbécil que había abierto la bocaza en vez de mantenerla bien cerrada. Su madre siempre decía que el noventa por ciento de la inteligencia consistía en saber cuándo mantener la boca cerrada. El otro diez por ciento consistía en apechugar con las consecuencias. Eso era lo que trataba de hacer, aunque no resultaba fácil.
Abigail se detuvo un instante y por fin lo miró. El gesto lo paralizó porque sabía que como diera un mal paso, volvería a cabrearla y eso era lo último que quería hacer.
«No sonrías. No sudes. No hagas nada —se dijo—. Ni siquiera respires.»
Era como observar a un oso feroz que bien podía pasar a su lado tranquilamente o… arrancarle un brazo y atacarlo con él.
—¿Cómo puedo asegurarme de que no estás ahora mismo en mi cabeza?
Jess sopesó varias respuestas.
«Porque lo digo yo. No, esa no, que seguro que se cabrea más. Ahora mismo no me atrevería a leerte el pensamiento. Así quedo como un cobarde. ¡Piensa, Jess, piensa!»
Al final se decantó por la verdad.
—Es una falta de respeto y no me gustaría que alguien lo hiciera conmigo, así que me esfuerzo para no hacérselo a nadie. La verdad, no es mi poder preferido. No sabes lo enferma que está la gente, y no me gusta saber lo que pasa por su cabeza. No me interesan los pensamientos de los demás. Bastante tengo con los míos.
Abigail titubeó mientras reflexionaba sobre sus palabras. Por algún motivo que no alcanzaba a comprender, lo creía. Además, su respuesta le parecía sensata. A ella tampoco le gustaría colarse en la cabeza de los demás para descubrir sus psicosis y sus inseguridades.
Además, hasta ese momento él no había dicho ni hecho nada que la hiciera sospechar que poseía ese poder. Su única pista había sido la visión de Jess con el abogado.
En aquel momento también le había parecido muy nervioso.
«Vale, confiaré en él.»
Pero como volviera a colarse alguna vez en su cabeza sin permiso… que se preparara para las consecuencias.
—No vuelvas a hacerlo —le advirtió.
—No lo haré, te lo aseguro. Al menos no lo haré a propósito. Como ya te he dicho, no siempre puedo controlarlo, pero la mayor parte del tiempo lo consigo. Respecto a ti estaré siempre en guardia, sobre todo cada vez que te acerques a las partes más delicadas de mi anatomía.
Esas palabras le resultaron graciosas muy a pesar suyo.
De todas formas, él no tenía por qué saberlo.
Así que se obligó a mantener una expresión seria y asintió con la cabeza.
—Vale. Ahora dime, ¿tienes algún poder diabólico más del que necesite estar al tanto?
—Puedo enrollar la lengua —contestó, orgulloso.
¡Pero qué payaso era! Le resultaba difícil creer que un hombre con una reputación tan letal y sanguinaria, al que habían perseguido incansablemente todas las autoridades policiales del viejo oeste, pudiera ser tan fresco y tan bromista. Se preguntó qué habrían pensado todos sus enemigos si alguna vez hubieran visto esa faceta de su persona. Seguro que Jess no les habría resultado tan atemorizante.
Esa reflexión la llevó a preguntarse si habría sido así en su etapa humana o si habría desarrollado su sentido del humor después de convertirse en Cazador Oscuro.
En el gran esquema de las cosas, eso carecía de importancia. En ese momento lo que necesitaba saber era con quién estaba lidiando, y con qué.
—Lo digo en serio, Jess.
—Y yo también. No todo el mundo puede hacerlo. Es genético, ¿sabes?
Abigail soltó un suspiro cansado mientras luchaba contra el impulso de estrangularlo.
Él esbozó una sonrisa traviesa, aunque al final se compadeció de ella y respondió su pregunta.
—Tengo el poder de la telequinesia, como ya has comprobado. El de la premonición. Puedo ver auras y… preparo unas tortillas increíbles.
Una lista impresionante, incluyendo lo de las tortillas. Sin embargo, le dieron ganas de tirarse de los pelos por haber ido a por él sin saber nada de eso.
«Jonah, gracias por la investigación exhaustiva que no hiciste.»
Era raro que Jess no la hubiera matado.
A lo mejor esa había sido la intención de Jonah desde el principio.
«Hazme caso, Abigail. He recopilado toda la información escrita o transmitida oralmente que existe sobre Sundown. No hay nada sobre él que no sepa. Tenemos todo lo necesario para matarlo, incluyendo a la persona que acabará con él.»
Una pista sobre sus poderes habría sido una fantástica añadidura a su arsenal.
Jess se inclinó y la besó en un hombro, todavía desnudo.
—¿Me has perdonado ya?
Ella titubeó mientras recorría ese cuerpo tan delicioso con la mirada. En primer lugar, porque se le había ido el santo al cielo al pensar en lo mucho que le gustaría darle un bocadito. Ningún hombre debería estar tan bueno. Incluso desnudo, el poder y la seguridad que irradiaba provocaban escalofríos. En segundo lugar, porque tenía que pensarse si lo perdonaba o no. Todavía no estaba segura.
Aunque, claro, ¿qué alternativa le quedaba? ¿Cómo podía echarle en cara que le hubiese leído el pensamiento cuando él no había pedido ese poder?
Lo hizo esperar un par de segundos antes de contestar:
—Vale. Pero solo porque desnudo estás para comerte.
Su sonrisa adquirió un tinte picarón.
—Me sirve.
—Muy bien. Vamos a vestirnos antes de que nos pille alguien.
Jess chasqueó la lengua mientras se subía los vaqueros y se los abrochaba.
—Recuérdame que mate a Coyote por precipitar las cosas en estos momentos. En vez de estar acostados y desnudos, tenemos que luchar contra las avispas, los coyotes y el resto de las porquerías que nos pondrá en el camino.
—Tranquilo. Creo que tenemos motivos de sobra para matarlo. —Abigail acabó de abrocharse la camisa y después echó un vistazo al exterior. Las avispas lo habían invadido todo. Era una imagen espantosa, y comenzaba a cansarse del zumbido que provocaban—. ¿Qué podemos hacer para ayudar a nuestros amigos?
Jess no tenía ni idea. En ese momento lo llamaron al móvil, antes de que pudiera responder. Se lo sacó del bolsillo para contestar.
—¿Dónde estáis?
La voz furiosa de Ren hizo que enarcara una ceja.
—Las avispas nos han atrapado. ¿Dónde estás tú?
—En tu casa, con Choo Co La Tah. Estaba recitando un canto para hacerse con el control de las avispas, pero le ha pasado algo.
Aquello no pintaba bien. Jess sintió un miedo atroz. A esas alturas no podían permitirse perder a Choo Co La Tah. Era el único guía con el que contaban que de verdad sabía lo que estaba pasando y que era capaz de enmendar la situación. El otro Guardián era Serpiente… y estaba del lado de Coyote.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó a Ren.
—No lo sé. Está en una especie de coma. Nunca he visto nada igual.
Jess hizo una mueca. Si Ren estaba asustado era porque tenía motivos para estarlo; tenía hielo en las venas y nunca exageraba.
—¿Podemos despertarlo?
Ren perdió la paciencia.
—Vaquero, has tenido una idea estupenda. Qué pena que no se me haya ocurrido antes, ¿verdad?
—El sarcasmo sobra. ¿Estás seguro de que no está en trance por alguna visión?
—En honor a nuestra larga amistad, no pienso contestar esa pregunta como se merece.
Porque era una pregunta muy tonta, al igual que la anterior. Y lo sabía mucho antes de formularla.
No obstante…
Jess se pasó una mano por la cara mientras trataba de idear algún plan o acción para salvar a Choo Co La Tah y al mismo tiempo librarse del problema con las avispas.
—Necesitamos a otra persona que pueda controlar el clima. ¿Conoces a alguien?
—Yo sí —se oyó la voz de Sasha de fondo—. Dame unos minutos y volveré con ayuda.
Ren le dijo algo al lobo, pero tapó el auricular. Cuando apartó la mano, Jess lo oyó decir:
—Parece que nos ha mirado un tuerto y eso no me gusta ni un pelo.
—No te culpo. Yo tengo la misma sensación. —Soltó un suspiro frustrado—. ¿Alguna pista o información sobre lo que necesitamos hacer para salvar a Choo Co La Tah y detener a Coyote?
—La verdad es que no. No sé con qué otra cosa puede salirnos Coyote. Es impredecible en el mejor de los casos… y un cabrón en el peor. Acorralado es letal y hará cualquier cosa para ganar. Su corazón vive en un lugar del que es mejor mantenerse alejado. Lo que sí tengo claro es que debemos llegar al Valle del Fuego antes del amanecer.
—Lo sé.
—No, Jess. No sabes nada. Debemos hacernos con la magia de Oso Viejo antes de que Coyote se apodere de ella. Si lo logramos, tal vez podamos evitar que libere las siguientes plagas.
Eso estaría bien, pensó, pero no sería fácil.
—¿En qué consiste su magia exactamente?
Ren suspiró.
—Deberías haber escuchado con más atención las historias que te contaba tu madre, chaval. Tu ignorancia me ofende.
Jess miró a Abigail, cuya expresión dejaba bien claro que se moría por saber de qué estaban hablando. Le agradeció que no los interrumpiera, porque eso le parecía de muy mala educación, además de molesto.
—Mi madre no hablaba mucho sobre sus creencias ni me contaba historias —dijo, dirigiéndose a Ren. Su madre había estado enferma mucho tiempo. Durante los tres últimos años de su vida le costaba tanto respirar que cada bocanada de aire era una lucha agotadora. Así que no podía malgastar aliento hablando, y lo guardaba para vivir—. Y cuando me contaba algo, lo hacía en voz muy baja. —Porque le aterraba que alguien le hiciera daño por culpa de su legado.
«Es mejor fundirse que destacar, penyo. Aquel que vuela contra la bandada siempre encontrará resistencia. Y por muy fuerte que sea, tarde o temprano acaba exhausto de ese viaje tan agotador. Si cae, caerá solo.»
Todavía llevaba dentro las palabras de su madre. Y aunque él jamás se había conformado, sus consejos le habían demostrado lo sabia que era. Al final había muerto solo y cansado.
Y seguía estándolo.
Carraspeó y siguió hablando:
—Así que tendrás que perdonar mi ignorancia.
—Un hombre sabio jamás pone en tela de juicio las decisiones que una madre toma con respecto a sus hijos —replicó Ren—. A menos que quiera enfrentarse a su ira, claro. Y no hay nada peor que una madre defendiendo a sus cachorros.
Jess no podía estar más de acuerdo con él.
—Será mejor que conectes el manos libres para que Abigail pueda oírme también.
—De acuerdo —dijo Jess, obedeciéndolo—. Ya está.
Abigail frunció el ceño.
—Al principio de los tiempos, cuando se estableció el Código del Orden, el Primer Guardián encerró todo el mal que encontró en el mundo, todo aquello que fue creado por el Señor del Mal con el único propósito de hacerle daño al ser humano. El Primer Guardián sabía que la Humanidad no era lo bastante fuerte para combatirlo. De modo que lo desterró todo a las Tierras del Oeste, donde el sol se pone todas las noches para debilitar al mal. —Ren hizo una pausa—. Pero el mal es resistente y posee recursos. Con el paso del tiempo, engendró hijos con el Padre Sol y parte del mal escapó y encontró su morada en un guerrero amargado con el corazón ennegrecido por los celos que sentía hacia su hermano. El guerrero abrazó el mal y se dejó seducir por su promesa de que si les hacía daño a los demás, su dolor lo fortalecería y aliviaría su sufrimiento. El mal lo alentó como si fuera un amante, y él se dejó llevar por su locura hasta el punto de sufrir un frenesí asesino, durante el cual recorrió las llanuras hasta que reinó sobre ellas blandiendo sus ensangrentados puños.
—El Espíritu del Oso —susurró Jess. Conocía esa leyenda porque Choo Co La Tah se la había contado.
Ren prosiguió:
—Su guerra hizo que el Guardián apareciera en el mundo y que ambos luchasen durante un año y un día. La lucha fue tan cruenta que dejó una cicatriz permanente en la Madre Tierra.
El Gran Cañón. Se decía que su color rojo se debía a la sangre que había manado de las heridas que se habían infligido los combatientes durante la lucha.
—Al final, el guerrero cometió un error y el Guardián logró reducirlo. Arrancó el mal de su corazón, pero ya era demasiado tarde. Habían sudado y sangrado tanto durante el año que habían estado luchando que la tela del vestido de la Madre Tierra, los granos de arena que el hombre pisa durante su viaje vital, estaban saturados del mal y quedaron manchados para siempre. No había forma de limpiar ese mal ni de lograr que el vestido recuperara el color blanco. El daño estaba hecho.
—¿Y qué pasó? —preguntó Abigail.
Jess sonrió al ver que estaba totalmente concentrada en la historia.
—El Guardián comprendió el error que había cometido. No había manera de mantener el mal encerrado para siempre. Es una esencia tan pura como el bien y, al igual que este, no se puede negar ni contener. De la misma manera que la Noche y el Día se reparten el cielo, el bien y el mal deben repartirse el mundo. Solo de esa forma reinaría el equilibrio y la armonía que necesita la Humanidad. Solo así se conseguiría un mínimo de paz. De modo que el Guardián desterró al Espíritu del Oso que había infectado al guerrero y lo encerró tras la Puerta de las Tierras del Oeste para que allí pudiera ventilar su rabia sin hacer daño al hombre. Después tomó ocho jarras de la Madre Tierra para contener las plagas que habían ayudado al Señor del Mal a escapar, las selló con sus lágrimas de modo que el Espíritu del Oso jamás pudiera volver a usarlas y se las entregó a cuatro Guardianes protectores. El Guardián del Norte, el del Sur, el del Este y el del Oeste. Los puntos cardinales más fuertes de la tierra que acudirían prestos si alguna vez la Puerta del Oeste volvía a abrirse. Dos Guardianes recibían órdenes del Mal y dos, del Bien. El equilibro perfecto.
—¿Cómo los eligió? —preguntó Abigail.
—Todos, menos el Guardián del Este, participaron en una prueba ideada por el Primer Guardián para elegir a los mejores. Los tres primeros fueron los elegidos.
—¿Y el Guardián del Este?
—Era el guerrero que había sido poseído por el Espíritu del Oso. El Primer Guardián pensó que si había alguien capaz de entender por qué debían proteger la Puerta del Oeste, era él. También pensó que sería capaz de plantarles cara a todas las amenazas que pudieran presentarse. Por no mencionar que, después de haber luchado contra él, sabía que el guerrero sería un oponente difícil de batir para cualquiera que amenazara la Puerta.
—Tiene sentido.
—Después de que se les entregaran las jarras, el Primer Guardián les advirtió sobre lo serios que eran sus deberes y les dejó muy claro que jamás debían titubear ni flaquear. Debían permanecer juntos y ayudarse los unos a los otros a mantenerse en el camino correcto. Y se retiró a las Tierras del Oeste para descansar después de la batalla. Dicen que todavía sigue durmiendo.
—¿Y los Guardianes?
Ren soltó un breve suspiro.
—Cada uno de ellos trasladó sus jarras a la tierra sagrada, donde el Fuego acaricia la Tierra, y las ocultó para que nadie pudiera usar las plagas contra ellos o contra el mundo.
Jess suspiró porque ya lo entendía todo.
—Coyote ya ha liberado sus plagas. —Los escorpiones y las avispas.
—Sí. Coyote lleva siglos intentando encontrar la llave para abrir la Puerta y liberar el Espíritu del Oso. Sabía que mientras Choo Co La Tah y Oso Viejo unieran fuerzas, no podría vencerlos. Ahora que uno de ellos ha caído, Serpiente y él pueden trabajar juntos.
—Y darnos para el pelo —susurró Jess.
—No sabes hasta qué punto, hermano.
—Pero ¿por qué? —quiso saber Abigail—. ¿Por qué quiere Serpiente unirse a Coyote?
—Serpiente es, y ha sido siempre, un seguidor nato. Y ha servido al Señor del Mal demasiado tiempo. Precisamente eso era lo que temía el Primer Guardián cuando asignó a los dos Guardianes del Mal. Sabía lo insidioso que sería su Señor y lo fácilmente que se puede corromper hasta el corazón más puro. El Primer Guardián esperaba que el Guardián del Este vigilara y aconsejara a Serpiente para mantener a raya la parte malvada de su personalidad. Pero por si fallaba, puso un límite de tiempo al servicio de los cuatro Guardianes. El año próximo, durante el Tiempo del Destiempo, cuando el calendario vuelva a ponerse a cero, la serpiente de cascabel emplumada lucirá sus colores y aquel que guarda la llave elegirá nuevos Guardianes la noche que el Lucero del Alba sea el primero en aparecer en el firmamento. Oso Viejo. Dado que ha muerto, la responsabilidad recae sobre Choo Co La Tah. Si Coyote y Serpiente lo matan, ellos elegirán a los nuevos Guardianes.
Abigail frunció el ceño.
—¿Y qué importancia tiene?
Jess contestó antes de que Ren pudiera hacerlo.
—Quien elija a los Guardianes los controla y, lo más importante, controla la Tierra del Oeste.
—El poder supremo —añadió Ren—. Todos tus deseos hechos realidad. Tener el mundo a tus pies.
¿Quién no querría conseguir algo así?, pensó Jess.
Bueno, él no lo quería. Bastantes problemas le suponía controlar su propia vida. Solo le faltaba ser el responsable de las vidas de los demás.
Por desgracia para el mundo, Coyote no era de la misma opinión.
—Serpiente es un servidor leal de Coyote. Lo es desde hace bastante tiempo —prosiguió Ren—. Pero los Guardianes del Bien los mantenían a raya.
Abigail hizo una mueca.
Y Jess se percató del deje funesto con el que había hablado su compañero.
—¿Nos estás ocultando algo?
—En una de las jarras de Oso Viejo está la Zahorí del Viento, que es una de las plagas capaces de abrir la Puerta del Oeste y liberar al Espíritu del Oso.
«¡Mierda, mierda, mierda!», pensó Jess, que se encogió solo de pensarlo.
Abigail frunció el ceño, confundida.
—No lo entiendo. Si el Primer Guardián sigue aquí, ¿no puede evitar que el Espíritu del Oso se escape otra vez?
—No es tan fácil. Nadie sabe nada de él desde hace siglos. A lo mejor el Espíritu del Oso lo mató cuando se internó en la Tierra del Oeste o lo poseyó. No tienes ni idea de lo que es capaz de hacer. En serio. Debemos evitar que abran las jarras. Si el Espíritu del Oso escapa de nuevo…
—¡Fiesta en Disneylandia! —murmuró Jess—. ¿Y si armamos a Mickey? Igual tiene buena puntería.
Abigail le dio una palmada en un brazo.
—¿Qué podemos hacer, Ren?
—Conseguir esas jarras antes que ellos.
La facilidad de Ren para que lo imposible pareciera posible era sorprendente, según Jess. Lástima que la realidad no funcionara así.
—¿Coyote sabe dónde están?
—No lo creo. Pero, claro, tampoco lo sabemos nosotros. Choo Co La Tah debería ser capaz de localizarlas, siempre y cuando consigamos despertarlo. Sin embargo, aquel que derramó la sangre del Guardián debe hacer una ofrenda en la tierra sagrada para apaciguar a los antiguos espíritus antes del amanecer. Si no, las jarras se abrirán… todas al mismo tiempo… lo que a su vez abrirá la Puerta, y todo el Mal concentrado tras ella se liberará.
Y la Humanidad lo llevaría muy crudo.
—¿El último transbordador espacial ya está en órbita?
—No te sigo —contestó Ren.
—Estaba pensando que deberíamos evacuar el planeta. He oído que la luna está preciosa en esta época del año.
Tanto Abigail como Ren resoplaron, mosqueados.
—Ya sé que sufres un déficit de atención, Jess, pero intenta concentrarte.
Jess puso los ojos en blanco al escuchar la pulla de Ren.
—Vale, hermano. Pero acabas de predecir la liberación de seis plagas más procedentes del Noroeste que llegarán a máxima velocidad. La probabilidad de sobrevivir será prácticamente nula. Y después has anunciado la llegada del Mal, que vendrá para tragarse el mundo.
—Pues sí. Eso es lo que acabo de decir.
—Me alegra saber que lo he entendido bien —dijo Jess, exagerando el tono despreocupado—. Alégrate de mi capacidad para retener toda esa información con todos los golpes que me di de pequeño en la cabeza. —Después se puso serio y soltó un suspiro irritado.
En vez de llamarse Renegado, debería llamarse Cascabel, por la alegría que irradiaba…
—Dejaré a Abigail contigo en cuanto pueda.
—Yo seguiré intentando despertar a Choo Co La Tah. Tened cuidado.
—Lo mismo digo. Si pasa algo, dímelo. Me vendría bien escuchar alguna buena noticia. —Jess colgó y se volvió para mirar a Abigail.
Por desgracia, ella ya se había abrochado la ropa hasta el cuello.
¡Joder!
Abigail soltó un suspiro exagerado.
—Mejor no enterarme de lo que le ha pasado a Choo Co La Tah, ¿verdad?
—Pues sí, es mejor. A mí me encantaría no saberlo. —Empezó a juguetear con las llaves que colgaban del contacto mientras observaba las avispas, que seguían amontonándose en el exterior. No le gustaba la idea de sentirse atrapado, y no estaba dispuesto a deberle un favor a Sasha—. ¡A la mierda! No pienso esperar a que me rescaten como si fuera un cachorro perdido. Ponte el cinturón. Nos largamos.
Abigail no estaba muy convencida. Pero ¿qué alternativa tenía? Jess iba al volante.
Además, estaba con él. No tenían por qué esperar cuando podían intentar llegar a casa.
Se puso el cinturón de seguridad y se preparó.
—Vamos, vaquero. A por ellas.
Jess arrancó el motor y abrió la puerta del túnel de lavado con sus poderes. Las avispas entraron de inmediato, pero él no pareció acobardarse. Abigail lo admiró por ello.
Jess aferró con fuerza el volante y salió de allí tan rápido como pudo. Las luces de las farolas quedaban amortiguadas por las avispas.
Sin embargo, eso no era lo peor.
Abigail se encogió al ver lo que los esperaba en la calle. Las cosas habían empeorado. Todo estaba tranquilo y en silencio. Los negocios y los hogares tenían las ventanas cerradas a cal y canto y la mayoría estaba a oscuras, como si temieran que la luz pudiera atraer a las avispas.
Eso la aterró.
Pero al menos no había ni rastro del puma. Parecía haberse marchado.
Como necesitaba averiguar qué era lo que estaba pasando en los alrededores, puso la radio y buscó una emisora local.
La voz del periodista tenía un deje preocupado y le provocó un nudo en la garganta.
—No hay explicación alguna para entender qué ha provocado esta repentina invasión de insectos ni el acelerado paso de los continuos frentes fríos. Las autoridades aconsejan que se mantenga la calma y no se salga de casa hasta que los expertos descubran el motivo de todo estos fenómenos. De momento, se han cortado varias carreteras y autopistas. Se ha avisado de la posibilidad de que se produzcan riadas e inundaciones. También quieren que les recordemos que las avispas pueden provocar picaduras incluso después de muertas, así que aconsejan que no se toquen sus restos sin guantes o sin alguna otra medida de protección. Se recomienda que se apaguen las luces ya que eso las atrae. Si tienen mascotas en el jardín, no salgan a por ellas.
¿Riadas e inundaciones? En el cielo nocturno no había ni una sola nube.
Abigail apagó la radio. Escuchar las noticias no le había servido de mucho.
—Supongo que no pueden informar de que es el fin del mundo, ¿verdad? —dijo.
—No es el fin del mundo —la corrigió Jess.
Según avanzaban, ella fue reparando en los coches accidentados y en los cadáveres. Muchas personas habían pegado carteles escritos a mano en las ventanas de sus casas, suplicando el perdón de Dios y advirtiendo a los demás de que se arrepintieran de sus pecados.
—Pues a mí me lo parece.
—Qué va —replicó él, exagerando el tono despreocupado. Abigail se había percatado de que lo usaba cuando quería mantener una actitud positiva sin perder la perspectiva—. Alégrate, preciosa. Todavía no hemos acabado. Nos queda mucho camino.
Ese era el problema: que les quedaba un largo camino y ella no veía la forma de escapar.
Jess mantuvo la vista clavada en la carretera, ya que tenía que sortear numerosos obstáculos. Aunque por fuera intentaba mostrarse positivo, por dentro estaba preocupadísimo. ¿Por qué guardaba Oso Viejo la llave de la Puerta del Oeste? ¿Por qué asumir ese riesgo? Debería haberla tirado al mar o algo así.
Y, ya puestos, ¿por qué el Primer Guardián no había metido en las jarras algo inofensivo como unas cuantas mariposas?
Pero no. La gente lo pasaría mal y las plagas que custodiaba Oso Viejo seguro que eran las peores de todas.
«Prefiero las langostas y las úlceras. Joder, incluso un sarpullido en las partes íntimas. Cualquier cosa sería mejor que Coyote dominando el mundo.»
A esas alturas iban de culo, cuesta abajo y sin frenos.
«Coyote, te juro que como sobreviva… tú morirás.»