11

Jess siguió las indicaciones de Sasha mientras volaban hacia el lugar donde se encontraba Abigail. Tenía un nudo enorme en el estómago, aunque no sabía por qué. No se debía únicamente a que ella se hubiera ido. Sentía la necesidad de encontrarla y de comprobar que estaba bien.

Necesitaba asegurarse de que nadie le hiciera daño.

Tomó una curva muy cerrada en el mismo momento en que un coche se saltaba una señal de stop… justo delante de él. Se mordió el labio e intentó girar para evitar el choque, pero, dada la velocidad del vehículo, fue imposible y le rozó la rueda trasera. La moto acabó en el suelo, arrastrándolo a una velocidad letal.

¡Joder! El asfalto le desgarró la ropa y la piel, recordándole por qué usaba gabardina cuando montaba en moto y por qué se alegraba de no ser mortal. Aun así, dolía besar el suelo y su cuerpo protestó muchísimo por el castigo.

A Abigail se le paró el corazón al darse cuenta de que en mitad de su estupor acababa de provocar un accidente. Pisó el freno, miró hacia atrás, y vio que la moto y su conductor se deslizaban por el suelo en dirección a la acera.

«¡Ay, Dios! ¿Qué he hecho ahora?», pensó.

Cuando puso el coche en punto muerto y abrió la puerta, reconoció al hombre que estaba tirado en el suelo.

—¡Jess!

Corrió hacia él todo lo rápido que pudo. Dio un respingo al ver todo el trayecto que había recorrido de espaldas. «Es un Cazador Oscuro. Un accidente de coche no puede matarlo», se dijo. En el fondo de su mente sabía que era verdad.

Sin embargo, sus emociones estaban más allá de la razón. El pánico la consumió al acercarse y ver que no se movía.

Jess estaba tirado en el suelo, mirando a través de su casco e intentando averiguar si se había lastimado algo más que su orgullo. Joder, respirar dolía. Y moverse. Parecía que le hubiera pasado un camión por encima, pero desconocía la gravedad de sus heridas.

Y la moto, que pesaba una tonelada, le estaba aplastando el pie. Iba a cojear durante un tiempo.

—¡Jess! —Abigail apareció de la nada con el rostro desencajado por el terror. Antes de que él pudiese responderle, ella se arrodilló a su lado—. ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! ¿Estás bien? ¿Estás vivo? ¿Te he hecho daño? —Comenzó a tocarlo como si intentara averiguar el alcance de sus heridas—. ¿Jess? ¿Puedes hablar?

Sabía que estaba mal, pero fue incapaz de contener la sonrisa al ver su pánico. Hacía mucho tiempo que una mujer no se asustaba tanto por él.

—Sí, puedo andar. Pero me gusta la atención que me estás prestando. Y si me tocas un poco más abajo, me gustará todavía más.

—Serás… —Le dio un empujón.

El dolor lo atravesó.

—¡Ay!

El pánico de Abigail regresó al punto.

—¿Estás bien?

Jess se echó a reír al oír la pregunta.

—Joder, qué inocente eres.

—Pues tú eres un cabrito.

Se quitó el casco para mirarla bien. Las farolas arrancaban destellos a su cabello oscuro. Sus ojos relucían con calidez, preocupación y furia. Era una combinación muy potente.

—Y tú eres guapísima.

Abigail se quedó sin aliento al oír esas palabras, que no se esperaba ni en sueños. Le provocaron una extraña sensación. La tranquilizaron de una manera desconocida para ella hasta el momento. Y al mismo tiempo se sentía abrasada por el deseo. Una extraña mezcla de sentimientos encontrados que no tenía el menor sentido.

Jess la abrazó y la obligó a inclinar la cabeza para darle el beso más apasionado que le habían dado en la vida. Fue tan estremecedor que la puso a cien e hizo que se olvidara de dónde estaban y de qué había pasado. En ese momento solo importaban las caricias de su lengua contra la de ella, y esos brazos que la pegaban a su duro cuerpo.

En la vida había sentido nada tan intenso.

—Perdonad la intrusión, pero estáis tirados en mitad de la calle. A lo mejor os gustaría trasladaros antes de que alguien más os pase por encima, imbéciles.

Abigail se apartó y fulminó con la mirada a Sasha, que estaba en la acera, bajo una farola, mirándolos con cara de pocos amigos. Iba a replicarle cuando, de repente, oyó un zumbido muy raro, como si alguien hubiera dejado sueltas un montón de motosierras furiosas.

Con el ceño fruncido, miró a Jess.

—¿Qué es eso?

Sasha se puso blanco.

—Avispas… Un montón de avispas —masculló señalando calle abajo.

Abigail siguió la indicación y se quedó boquiabierta al ver lo que parecía una densa nube que volaba hacia ellos.

—La siguiente plaga. —Jess se puso en pie de un salto. Miró fijamente a Sasha—. ¿Puedes llevar la moto a casa?

—Hecho. Nos veremos allí.

Jess se despidió del lobo con un gesto de cabeza antes de coger de la mano a Abigail y correr hacia el Audi. Ella permanecía con la boca abierta mientras las avispas se acercaban a toda prisa, a un ritmo antinatural. La nube subía y bajaba como un enorme monstruo.

Corrió hacia la puerta del acompañante mientras que Jess se ponía al volante y echaba el asiento hacia atrás.

—Ojalá no hayas dañado el coche.

Abigail cerró la puerta de golpe, agradecida por haber dejado el motor en marcha, y se puso el cinturón de seguridad.

—¿Le tienes cariño, vaquero?

Jess metió la marcha.

—No. No es mío. Es el tesoro de Andy. Como tenga un solo arañazo, se pasará una eternidad dándome la vara.

Genial. El escudero ya tenía otro motivo para odiarla.

—Haga lo que haga nunca le caeré bien, ¿verdad?

Jess no contestó, porque las avispas habían rodeado el coche. Literalmente. Formaron una capa tan espesa sobre la luna delantera que tuvo que activar el limpiaparabrisas para quitarlas.

Pero no funcionó, solo consiguió cabrearlas más.

Asqueada y furiosa, Abigail siseó al darse cuenta de que se estaban colando por las salidas de aire.

—Ciérralas, vamos —ordenó Jess, cerrando la que tenía más cerca.

Ella obedeció sin apartar las manos para evitar que las avispas consiguieran abrirlas.

—Esto se pone feo —señaló Abigail.

—Tan feo como las bragas de mi bisabuela.

Ella enarcó una ceja por el extraño e inesperado comentario.

Jess intentó conducir, pero no era nada fácil. Los coches realizaban maniobras imposibles para evitar las avispas. El ruido de los cláxones y los gritos de la gente resultaban ensordecedores. Abigail jamás había visto nada semejante.

¿Qué iban a hacer?

Suspiró antes de decir:

—Empiezo a hartarme de esto.

Jess le sonrió, enseñándole los colmillos.

—A mí tampoco me hace gracia, la verdad. No tendrás por ahí un bote de Raid, ¿verdad?

—Ojalá. ¿Alguna otra cosa que no les guste?

—Pues parece que nosotros… y un Audi marrón.

Meneó la cabeza al escucharlo.

—¿Cómo puedes bromear con algo así?

—Ni idea. Creo que soy un cabrón retorcido, o que se quedaron sin cerebros cuando nací.

¿Y por qué a ella le resultaba tan tierna esa cualidad?

De hecho, su vida se estaba desintegrando y él era lo único que la consolaba. Tal vez Jess no era quien estaba mal de la cabeza.

Tal vez era ella.

«Sí, desde luego que estoy muy mal.»

Y no solo era por las avispas que intentaban colarse en el coche ni por el demonio que la había obligado a comerse a un amigo.

—Este es uno de esos días en que rezas para que todo sea un sueño. Pero nunca te despiertas de la pesadilla —comentó ella.

—He tenido unos cuantos de esos. Pero hoy no está la cosa tan chunga.

—¿Ah, no? —le preguntó, alucinada por sus palabras.

Esbozó otra vez esa sonrisa que dejaba sus colmillos bien visibles.

—Puede que me haya dejado un poco de piel en el asfalto, pero me ha besado una mujer guapísima que estaba encantada de verme. Te aseguro que para mí eso es genial. Así que no es uno de mis peores días.

Dado lo que había visto de su pasado, Abigail sabía que era cierto. Sin embargo…

—Gracias.

Jess frunció el ceño.

—¿Por qué?

«Por estar aquí. Por ser tú», pensó.

Pero eran cosas que no podía decir en voz alta sin avergonzarse. Aunque su gratitud era tan profunda que sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.

Jess la miró al ver que pasaban unos segundos y no respondía. Se la encontró con la vista clavada en las manos, como si fueran las de una desconocida, envuelta por un aura de tristeza.

—¿Estás bien?

Ella asintió con la cabeza, sin apartar la mirada de sus manos.

—Esta noche he matado a… un daimon.

—¿Qué?

Abigail tragó saliva y lo miró.

—Tenías razón. Me han estado mintiendo toda la vida, ocultándome la verdad. Ya no sé en qué creer.

—Cree en ti misma. Confía en tu instinto.

—¿Es lo que haces tú?

Jess resopló cuando los recuerdos lo abrumaron.

—No. No hacerlo fue por lo que acabé asesinado a traición por el hombre a quien consideraba un hermano. Me gusta pensar que voy aprendiendo sobre la marcha.

Sin embargo, a veces lo dudaba. Como en ese preciso momento, porque una parte de él quería confiar en ella, y si alguien sabía que era una mala idea, ese era él. Abigail ya había demostrado que estaba dispuesta a hacerle daño para conseguir su objetivo.

Pero también había corrido a su lado cuando estaba herido para asegurarse de que seguía vivo.

Después de haberlo atropellado, claro. De acuerdo, esa parte no molaba. Pero había vuelto y no tenía por qué hacerlo. Ya era más de lo que habrían hecho muchas personas.

—No lograremos regresar a tu casa, ¿verdad? —le preguntó Abigail y él se percató del miedo que destilaba su voz.

—No te me pongas sentimental ahora. Todavía no estamos muertos… ¿Sabes si esos poderes demoníacos que tienes pueden ayudarnos?

—No sé si… —Se interrumpió porque de repente se le había ocurrido algo—. ¿A las avispas no las espantan los malos olores?

—A mí tampoco me hacen mucha gracia. ¿Tienes que confesar algo? Porque ahora mismo no puedo abrir la ventanilla.

Abigail resopló al escuchar la pésima broma.

—Cuando mis poderes se manifiestan, siempre vienen acompañados de un olor desagradable. Estaba pensando que si…

—Prefiero atravesar un MDB a que apestes el coche con eau de demonio y nos asfixies. Sin ánimo de ofender, mi vista y mi oído no son los únicos sentidos hiperdesarrollados de un Cazador Oscuro.

—¿MDB?

Le encantó que de todo lo que había dicho se hubiera quedado con esa palabra.

—Mar de Bichos. O en este caso debería ser un MDA… un Mar de Avispas.

Abigail se echó a reír, pero algo los golpeó con tanta fuerza que la lanzó hacia la derecha.

Jess soltó un taco cuando perdió el control del coche y comenzaron a dar vueltas. No sabía qué los había golpeado, pero parecía un tráiler.

O un tren de mercancías.

De repente, se oyó un aullido solitario.

Coyote. Habría reconocido ese sonido en cualquier parte. La única pregunta era si aullaba para atormentarlos o para darles órdenes a sus siervos. El coche por fin dejó de dar vueltas cuando se empotró contra un poste.

—¿Estás bien? —le preguntó a Abigail.

Ella asintió con la cabeza.

—Eso creo. ¿Y tú?

—Se me han aflojado un poco los sesos, pero tampoco es nada nuevo.

Abigail se enderezó en el asiento como si alguien la hubiera golpeado.

—¿Oyes eso?

Jess aguzó el oído. Solo oía el zumbido de un mal presentimiento y el de las avispas del exterior.

—¿El qué?

—No entiendo las palabras, pero es como si alguien estuviera susurrando.

Jess lo intentó de nuevo, pero seguía sin oír nada.

—Solo te oigo a ti.

—¿De verdad que no oyes nada?

—Lo siento. Me he dejado los poderes de médium en casa y ahora mismo no puedo ni canalizar espíritus ni nada por el estilo. Tendré que practicar después. De mo…

—Calla —le ordenó ella al tiempo que le tocaba un brazo—. Las avispas están hablando con alguien. Las oigo perfectamente.

«Vale, tengo que llevarla a un psiquiátrico.»

—Dicen algo de matar al búfalo.

Jess frunció el ceño.

—No hay búfalos en Las Vegas. Al menos que yo sepa.

—Pues eso es lo que están diciendo.

A lo mejor lo que estaba oyendo solo era el producto de su intento por transformar el ruido ambiental y otros sonidos desagradables en sonidos y sílabas comprensibles, una costumbre muy extendida, aunque rara. Jess no lo sabía con seguridad.

O no lo supo hasta que algo más golpeó el coche al aterrizar sobre el capó. Algo que comenzó a golpear la luna delantera.

Las avispas se apartaron lo justo para dejarles ver un enorme puma. Intentaba romper el cristal para alcanzarlos.

—Esto no pinta bien —masculló Jess.

Metió la marcha atrás, retrocedió a toda prisa y, con un volantazo, hizo que el puma saliera disparado. A continuación, metió la marcha y pisó a fondo el acelerador.

Abigail contuvo el aliento mientras el pánico la atenazaba. No veía escapatoria posible.

—¿Crees que Choo Co La Tah podrá salvarnos?

—Podrá detenerlo dentro de un tiempo, pero no sé cuánto tendremos que aguantar. Por no mencionar que lo del puma es nuevo. Joder, lo que daría por unas cuantas latas de comida de gato.

Los coches seguían saliéndose de la calle debido a los volantazos de los conductores.

Al pasar junto a una gasolinera, Jess tuvo una idea. Era una locura, pero no se le ocurría nada más.

Se dirigió hacia otra gasolinera situada al final de la calle. Abigail dio un respingo al entrar en la estación de servicio y ver los cadáveres de las personas a las que las avispas habían sorprendido en la calle, muertas debido a las picaduras. Había más gente atrapada en los coches que gritaba pidiendo ayuda mientras el enjambre de avispas buscaba nuevas víctimas.

—¿Podemos ayudarlos de alguna manera?

—Sí, deteniendo a Coyote.

Era más fácil decirlo que hacerlo.

Jess enfiló el túnel de lavado de coches. Abigail iba a preguntarle qué se proponía cuando de repente las puertas automáticas se cerraron. El puma se abalanzó contra la puerta, pero era incapaz de romper el duro panel para llegar hasta ellos.

Jess agitó una mano, como si estuviera manejando el agua.

Las avispas que rodeaban el coche se volvieron locas en cuanto se mojaron.

Abigail se relajó un poco. Era una idea brillante. Iban a ahogar las avispas.

Con una carcajada, se volvió hacia Jess y le dio un beso en la mejilla.

—¡Eres un genio!

—Vamos, vamos, si sigues diciendo esas cosas, voy a pensar que te caigo bien, y ¿dónde nos dejaría eso?

Tenía razón. Eso era más aterrador que ser atacada por avispas asesinas y por un puma furioso. De repente, comprendió otra cosa.

—Tienes poderes telequinéticos.

Lo vio asentir con la cabeza.

—Algo así, pero, la telequinesia no siempre funciona.

—¿Cómo que no?

—He tenido algunos problemillas. Antes practicaba para controlarla más pero, después de un bochornoso incidente, aprendí que no tengo que forzar las cosas.

Abigail sintió una enorme curiosidad.

—¿Qué bochornoso incidente?

Jess se ruborizó.

—No quiero ni contarlo ni revivirlo. Dejémoslo en que me enseñó un par de cositas que nunca se me han olvidado.

Muy bien. Se recostó en el asiento mientras el agua y la espuma se encargaban de neutralizar su amenaza. La mezcla estaba arrastrando a las avispas al suelo, creando una bonita capa pringosa. Mientras veía cómo caían y eran arrastradas hacia el desagüe, Abigail se sintió abrumada por sus espantosos actos.

Había matado a un amigo esa noche.

Y había perdido a su familia.

«Estoy sola», pensó. Pero era mucho peor que eso…

Jess sintió la tristeza que invadía a Abigail como si fuera suya. La observó a la tenue luz mientras las emociones surcaban su cara y le oscurecían la mirada.

—Todo saldrá bien —dijo para consolarla.

Ella negó con la cabeza.

—No. Todo lo que he conocido, todo lo que me ha dicho la gente a quien quería… todo era mentira. —Levantó una mano agradecida de que tuviera forma humana y no demoníaca, aunque en el fondo sabía la verdad—. He dejado que mezclaran mi sangre con la de un demonio, y mi hermano adoptivo hizo lo mismo. Ya no sé lo que soy. No sé lo que es él. Antes, todo esta muy claro: matarte, vengar a mis padres y proteger a mi familia, a los apolitas y a los humanos de los Cazadores Oscuros. —Una solitaria lágrima se deslizó por su mejilla cuando lo miró a los ojos—. Soy un monstruo, Jess. Me he destruido a mí misma.

Esas palabras hicieron que el corazón le diera un vuelco, al tiempo que recordaba el día en que él había llegado a la misma conclusión. Costaba mucho saber la verdad acerca de uno mismo.

Pero más costaba aceptarla.

—No eres un monstruo, Abby. Estás confundida, cierto. Pero no eres un monstruo. Créeme, soy un experto en el tema.

—Sí, claro.

Jess le tomó la cara entre las manos y la obligó a volver la cabeza para que viera que le decía la verdad.

—Mírame, Abby. Sé lo que es levantarse todos los días y estar cabreado con el mundo. Cabreado con Dios y con la Humanidad por lo que te han hecho. Querer que paguen por ello. Sentir que el mundo entero te ve como su chivo expiatorio. Al igual que la tuya, mi madre murió cuando yo era pequeño. Era lo único bueno que tenía; la única persona que hacía que me sintiese como un ser humano. Mi padre me odiaba y nunca le ocultó ese hecho a nadie. Descargaba en mí su rabia contra el mundo, y me dejó un montón de cicatrices, tanto por dentro como por fuera. Todavía puedo oír lo que me decía, sentir su odio en mi cabeza, intentando envenenar mis pensamientos, intentando envenenarme por completo. Me escapé de casa después de una paliza que me dejó al borde de la muerte. Tenía trece años. Intenté encontrar un trabajo decente y un lugar al que pudiera considerar mi hogar. Lo que descubrí fue que a las personas les gusta patear a los que están en el suelo, aunque solo sean niños. Así obtienen un placer retorcido. Se sienten poderosos y fuertes, aunque en el proceso destruyan el corazón y el alma de sus desdichadas víctimas. —Tragó saliva mientras algunas de las lecciones que había aprendido con sangre resurgían en su memoria y volvía a ver las caras de aquellos que lo habían tratado mal. Pero no estaban hablando de él, sino de ella—. Aprendí que la decencia es la cualidad más escasa. No encontré a nadie que no quisiera aprovecharse de mí o hacerme incluso más daño del que mi padre me había hecho. Y eso me endureció todavía más. Cuando tenía dieciséis años, ese veneno me había consumido. Teñía todo lo que me rodeaba. Justifiqué lo que les hacía a los demás recordándome cómo me habían tratado. Se merecían todo lo que les hiciera. Házselo a los demás antes de que ellos puedan hacértelo a ti.

—Te convertiste en un asesino.

Asintió con la cabeza.

—Hasta que maté a un muchacho creyendo que era un hombre. Quería vengar a su padre, y por primera vez en la vida vi a alguien capaz de amar y de sacrificarse. Lo creas o no, hasta ese momento solo lo había visto en mi madre. Y por ridículo que te parezca, me convencí de que era una cualidad única en ella y de que nadie más la poseía. Pero después de eso comencé a ver la diferencia entre el amor y la lealtad. Y sobre todo vi en lo que me había convertido, en lo que mi odio me había convertido. —El tormento que sentía veló sus ojos—. No me hables de monstruos. Yo fui uno de los peores.

Unos cuantos días atrás Abigail le habría dado la razón. Joder, se la habría dado apenas unas horas antes. Pero en ese momento…

—Me dijiste que nunca habías matado ni a mujeres ni a niños.

—Solo en esa ocasión, y nunca lo he superado. Fue un estúpido error que me ha acompañado hasta hoy. Bart me dijo que era idiota por dejar que me atormentara, que era mejor olvidarse de ese fantasma que acabar en el hoyo. Pero ese muchacho no se olvidó de mí. Ni hablar. Me siguió de un pueblo a otro, e hiciera lo que hiciese, no podía escapar de él. Hasta que me sonrió una mujer bonita. Ella no veía la fealdad que yo llevaba dentro. Por primera vez en la vida ella vio al hombre que yo quería ser y me ayudó a encontrarlo. Gracias a ella aprendí que sí, que hay personas egoístas, pero que no todas son así; que algunas están dispuestas a ayudar a los demás, decididas a no hacerles daño; que hay personas que no te exigen nada. —Le acarició la mejilla con el pulgar—. Aquerón siempre nos dice que nuestras cicatrices son para recordarnos el pasado, los lugares en los que hemos estado y lo que hemos vivido, pero que el dolor no tiene que guiarnos ni determinar nuestro futuro, que podemos sobreponernos a él si queremos. No es fácil, pero en esta vida nada lo es.

Esas palabras la atormentaron. Tal como Jess acababa de decir, ella había permitido que su pasado lo tiñera todo a su alrededor y que infectara cualquier felicidad que encontrase. Llevaba sus cicatrices como una medalla, y su familia las había utilizado en su contra. Y no para su propio bien, sino de forma egoísta.

Esa cálida mano era maravillosa, al igual que su consuelo.

—No te considero un monstruo, Abby. Los monstruos no se preocupan por los demás y tampoco se preocupan por quién resulta herido. Te veo como a una mujer fuerte, que sabe lo que está bien y que hará lo que sea necesario para proteger a sus seres queridos.

—Maté a tus amigos —le recordó ella.

—Y no me gusta. Pero no estabas pensando con claridad. Es fácil dejar que los enemigos se acerquen a ti y te coman la cabeza, sobre todo cuando fingen ser buenos amigos que solo quieren lo mejor para ti. Al menos eso es lo que aseguran. Son unos cabrones retorcidos que te dicen lo que quieres oír y que usan tus emociones para manipularte y que hagas lo que ellos quieren. A mí me pasó con Bart. Creía que era la única persona del mundo a quien yo le importaba de verdad y lo habría protegido con mi vida.

Eso era lo que ella sentía por Kurt.

—Tarde o temprano, normalmente por una cuestión de celos, se muestran tal como son y descubres una verdad que hace que te sientas como un imbécil. Yo he sufrido esa traición, Abby. Te hiere hasta lo más hondo, tanto que deja una cicatriz permanente en tu alma. Pero no tienes que ser como ellos. Y no lo eres.

Abigail comenzó a llorar al escucharlo. Sus palabras hacían que se sintiera muchísimo mejor, y no estaba segura de merecérselo. En absoluto. Había hecho daño a muchísimas personas. Había destruido vidas.

Por una mentira…

Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, se quitó el cinturón de seguridad y se sentó sobre su regazo.

Jess echó el asiento hacia atrás para poder abrazarla en la oscuridad. El olor de su cabello se le subió a la cabeza y le disparó el pulso. La abrazó con fuerza, deseando poder aliviar su dolor.

Solo el tiempo podría hacerlo.

Y no siempre lo aliviaba del todo.

—Todo se arreglará, Abigail.

—Sí, después de que me sacrifique por mi estupidez.

—Ya te he dicho que no voy a permitirlo.

Abigail quería creerlo, y mucho. Pero sabía la verdad.

—No se puede hacer nada. Las cosas son como son.

Jess resopló al escucharla.

—Estás hablando con un tío que le vendió su alma a una diosa para vengarse del hombre que lo asesinó. ¿Lo dices en serio? ¿Crees que es imposible?

Abigail sonrió contra su pecho. Dicho así, casi podía creer en milagros. Por primera vez en la vida quería hacerlo. Enterró la cara en su hombro y aspiró su aroma. ¿Por qué se sentía segura con él? Aunque estaban rodeados de enemigos y un enorme puma los esperaba fuera para devorarlos, se sentía segura. Aquello desafiaba la lógica y el sentido común.

Jess le besó la coronilla mientras sus emociones se desbordaban. Había olvidado lo que se sentía al mirar a una mujer a los ojos y ver el futuro que ansiaba. Estar tan cerca de ella y compartir cosas de su pasado que no le había contado a nadie.

Ni siquiera Matilda sabía lo que acababa de confesarle a Abigail esa noche. Aunque la quería, siempre le dio miedo que descubriera su pasado y se horrorizara. Que lo apartara de su lado como todos los demás y que lo odiara por lo que había tenido que hacer para sobrevivir.

Sin embargo, Abigail conocía sus partes oscuras.

Sentía sus cicatrices.

Eso lo acercó más a ella. Lo ayudó a apreciarla todavía más por no juzgarlo. Al menos no de momento. Abigail sabía lo fácil que era sentirse atrapado en una pesadilla y lo difícil que resultaba salir. Hacer cosas que parecían justificadas y descubrir que todo era fruto de un engaño. De una mentira.

Y que lo habían utilizado.

Cuando se despertó como Cazador Oscuro, se sintió igual que una puta. Había vendido su vida por calderilla. ¿Y para qué? Para morir en el fango solo, a manos de su mejor amigo.

Podía ocultar su pasado a todo el mundo menos a sí mismo. Eso era lo más duro. Por más que se intentara, el perdón no llegaba con facilidad.

En ocasiones no llegaba nunca.

Tal vez lo mejor sería dejarla morir para que no tuviera que enfrentarse a esa agonía.

«La vida nunca pone las cosas fáciles.»

Cierto. Y bien sabía Dios que a él le había dado una patada en los huevos casi todos los días. Pero después había momentos como ese. Momentos perfectos en los que se sentía unido a otra persona, en los que podía dejar que su calidez lo reconfortara.

En eso consistía la vida. En eso consistía la Humanidad. Cuando dolía hasta el alma y la vida era un asco, se podía contar con una persona capaz de arrancarle a alguien una sonrisa pese a las ganas de llorar.

Esos instantes eran los que permitían aguantar los malos momentos.

Abigail lo miró fijamente con sus ojos claros mientras su aliento le hacía cosquillas en la piel.

Y en ese instante supo que moriría para protegerla.

«Que Dios me ayude.»

La última vez que había sentido eso había muerto. Se inclinó hacia delante y apoyó la frente en la suya mientras intentaba ver el futuro.

Si acaso había alguno.

Sin embargo sabía la verdad. Él era un Cazador Oscuro y ella era…

Única. No había nada escrito en el manual de los Cazadores Oscuros sobre una situación como aquella.

Miró el lavadero de coches, donde las avispas aún revoloteaban en su intento por entrar. No sabía cuánto duraría esa plaga. No sabía cuánto tiempo les quedaba.

Abigail colocó una mano a Jess en la cabeza, con la mente convertida en un hervidero de pensamientos. A pesar de lo que él había dicho, no veía escapatoria.

Salvo la muerte.

Había metido la pata hasta el fondo. En una vida marcada por los errores, ese se llevaba la palma. Y había arrastrado a un buen hombre consigo a esa pesadilla.

Las emociones la desgarraban a tal velocidad que ni las distinguía. Quería sentirse segura de nuevo. Sentir que tenía un futuro.

Pero lo único que la mantenía así era Jess.

Con el corazón en la garganta, se acercó a sus labios y lo besó. Seguramente esa fuera la última noche de su vida. Tendrían suerte si uno de los dos seguía vivo al amanecer.

Y todo porque había sido una estúpida.

Le debía más de lo que jamás podría pagarle por quedarse a su lado y salvarle la vida. Pero no solo se sentía obligada. Sentía algo más por él. Algo mucho más profundo.

Se sentía parte de Jess. Y no quería morir sin hacérselo saber.

Se incorporó en el asiento y se puso a horcajadas sobre él.

Jess frunció el ceño al ver los ojos de Abigail. En ellos vio un brillo voraz que no había observado hasta entonces. Y cuando ella comenzó a desabrocharse la camisa, se quedó sin aliento.

—Esto… Abigail…

Ella lo interrumpió colocándole el índice sobre los labios. A continuación, deslizó el dedo por su pecho en dirección a su bragueta.

—Sé que no tenemos mucho tiempo, Jess. Pero puede que sea la única oportunidad que se nos presente. Y no quiero morir sin hacer las paces contigo.

—No tienes que hacerlo.

Ella sonrió.

—Lo sé. Pero quiero hacerlo.

Jess perdió el hilo de sus pensamientos cuando ella le metió una mano bajo los pantalones y lo tocó. Sí, estaba perdido del todo.

Y sabía que después de eso jamás volvería a ser el mismo.