8

Abigail se despertó y experimentó una maravillosa sensación: alguien con un pecho muy musculoso la tenía abrazada como si la quisiera mucho. La verdad era que no recordaba la última vez que un hombre la había abrazado de esa forma.

Si acaso alguno la había abrazado así…

La envolvía por completo. Era un abrazo cálido, seductor, excitante y protector. La clase de abrazo tierno y cariñoso con el que cualquiera soñaba, pero que pocas veces se experimentaba. Decidió saborear el momento durante un minuto.

Hasta que recordó de quién se trataba.

Sundown Brady.

Un forajido. Un Cazador Oscuro. Un asesino.

El enemigo.

Dio un respingo involuntario, lo que hizo que él se despertara de inmediato y se incorporara sobre los codos para echar un vistazo a su alrededor, como si esperara que una nueva manada de coyotes atravesara las paredes y los devorara.

Al ver que no había ninguna amenaza, la miró con el ceño fruncido.

—¿Estás bien?

«Pues sí», pensó ella. Porque en esa postura él estaba muy sexy. Notaba el roce de sus caderas contra las suyas y no podía apartar la vista de esos musculosos brazos que delataban su fuerza. Verlo así despertaba en ella el deseo de entregarle aquello que jamás podría entregarle.

—Pues no, porque te tengo encima —respondió ella colocándole las manos en el pecho y empujándolo.

Él se apartó y se acostó de espaldas en la cama con una sonrisa burlona, moviendo un poco las caderas para acomodarse en la nueva posición.

—En fin, normalmente las mujeres no reaccionan de esa forma cuando estoy sobre ellas. Más bien lo hacen con entusiasmo y alegría.

Abigail le lanzó una mirada asesina para disimular la atracción que sentía por él en esos momentos. Nada más lejos de su intención que alimentar su ego.

—Bueno, eso es lo que pasa cuando pagas para echar un polvo.

Para su sorpresa, él soltó una carcajada. Joder, estaba buenísimo cuando se reía de esa forma tan sincera, aunque le dificultaba mucho la tarea de recordar que en realidad debería odiarlo con toda su alma.

Lo vio desperezarse como si fuera un gato mientras bostezaba.

—Siento haberte aplastado. Creo que nos quedamos dormidos mientras hablábamos.

Efectivamente. Pero ella apenas recordaba la conversación que habían mantenido. Lo que sí recordaba era lo mucho que la había consolado mientras lloraba, y eso era lo último que debería recordar.

—Sí, pero no sé quién se durmió primero.

—Estoy segurísimo de que fuiste tú.

Abigail sospechaba que era cierto. La situación estaba adquiriendo un tinte íntimo que no acababa de gustarle. Quería mantener las distancias con él. Un abismo insalvable que la protegiera y le evitara encariñarse de otras personas, sobre todo de él. Así que cambió el tema de conversación.

—La escopeta sigue en el suelo.

Sundown se rascó la mejilla, ensombrecida por la barba, y el gesto le resultó a Abigail entrañable y algo infantil. Se comportaba con mucha naturalidad a su lado y debería sentirse ofendida, y no encantada.

—Me alegro de no haberla necesitado con lo lejos que está —replicó él.

Pues sí. Habría sido un desastre total.

—¿Qué hora crees que es? —le preguntó ella.

—No sé la hora exacta, pero siento que es de día.

—¿Cómo que lo sientes?

Sundown bostezó antes de contestar:

—Es uno de nuestros poderes. Gracias a él sentimos que el sol sigue en el cielo. Y ahora mismo es de día.

Seguro que les habían concedido ese poder para ayudarlos a mantenerse con vida, ya que Apolo mataría a cualquier Cazador Oscuro o apolita que descubriera en sus dominios. El dios griego era un cabrón de mucho cuidado.

«Pues tú mataste a dos de los compañeros de Jess atrapándolos en pleno día», se recordó. No quería ni pensar cómo había matado a los otros.

«Por favor, por favor, Señor, no permitas que haya matado a un protector…»

A fin de no pensar tampoco en eso, se levantó para ir al baño.

Jess se mantuvo en silencio mientras la observaba atravesar la habitación. Sus movimientos eran los más sexys que había visto en una mujer. Lentos, sensuales y descarados. El tipo de movimiento que hacía que los hombres volvieran la cabeza para mirar. En su caso, despertaban el deseo de degustar a placer ese cuerpo tan delicioso, sobre todo ese culo tan bien puesto.

Mmm, si pudiera tener ese cuerpo desnudo debajo…

«¡Hola, vaquero! Recuerda que no deberías estar pensando eso de una humana que ha estado matando a tus compañeros y ofreciéndoles su sacrificio a los dioses oscuros», le dijo la voz de su conciencia.

Tal vez no, pero era un hombre y su cuerpo no tenía por qué escuchar a su cerebro, sobre todo en ese momento, con toda la sangre agolpada en la parte de su anatomía que más la deseaba. Anhelaba lo que había visto y, la verdad, por ella merecía la pena sufrir un castigo o media docena…

Desterró esos pensamientos de su mente para no acabar metido en un buen problema y cerró los ojos a fin de usar sus poderes para localizar a Ren. Nada más contactar con él, este usó la telepatía:

—¿Qué pasa, vaquero?

Jess meneó la cabeza al escuchar el tono arisco de Ren. A este no le gustaba tener a alguien tan cerca de sus pensamientos. Una reacción normal. A Jess tampoco le gustaba que hurgaran en su cabeza.

Solo quería comprobar si ya estabas despierto.

Llevo un rato despierto y meditando. Y para contestar a tu siguiente pregunta, son casi las cuatro, así que tienes tiempo de sobra para manosear a quien te apetezca.

Jess bloqueó la imagen que suscitaron esas palabras. Manosear a Abigail le resultaba más apetecible de la cuenta.

Ni se te ocurra leerme el pensamiento —le advirtió Jess.

Eso intento, en serio. No me apetece vomitar después de haberme lavado los dientes.

—¡Qué cabrón!

Por cierto —siguió Ren, pasando por alto el insulto—, en la vida me he sentido tan débil. Aparte de la telepatía, que es obvio que funciona, ¿qué tal está el resto de tus poderes?

Jess dio un respingo al comprobar que estaban muy mermados.

Creo que andan tan mal como los tuyos —contestó.

Supongo que tendremos que hacernos pasar por humanos durante un tiempo.

Jess resopló. Mucha gente diría, Abigail incluida, que jamás había sido humano.

—¿Puedes cambiar de forma? —quiso saber.

Sin problemas.

Eso era interesante.

—¿Te importaría decirme por qué ese poder sí funciona?

Porque me adora.

Jess meneó la cabeza. Su amigo era un listillo. Se distrajo al oír que el agua corría en el cuarto de baño. Abigail se estaba duchando…

Te dejo para que la imagines desnuda, ya que no me interesa cotillear tus fantasías y menos con una víbora. Dame un toque cuando te concentres en la lucha y no en…

Vale, luego te aviso.

Jess siguió acostado mientras escuchaba el sonido del agua. En su mente veía a Abigail a la perfección, mientras se enjabonaba los pechos desnudos. Su cuerpo cobró vida de forma inmediata. Jamás había sentido un deseo tan feroz como el que sentía por ella. Y no solo porque fuera hermosa.

Había algo más. Algo que no había sentido desde que conoció a Matilda. Era un ansia profunda. Una necesidad imperiosa de estar cerca de ella. De protegerla.

De abrazarla.

Tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no entrar en el cuarto de baño, aunque de haberlo hecho se habría llevado un bofetón. Esbozó una media sonrisa al imaginársela tan indignada.

Definitivamente merecería la pena llevarse el bofetón. Pero no quería hacerle eso a Abigail. Era un caballero y no le gustaba hacer sufrir a las mujeres. Por muy cachondo que estuviera.

No obstante, pensar en ella lo estaba matando.

Abigail trataba de analizar toda la información que le habían dado. Ansiaba creer a su familia. Con todas sus fuerzas.

Pero era difícil obviar lo que había visto y oído en esos últimos días, así como el hecho de que Sundown no actuara como un psicópata asesino.

Ojalá supiera la verdad de todo el asunto. ¿Habría apolitas renegados que mataban a humanos? Le resultaba imposible creerlo, pero también la idea de la mera existencia de los apolitas. Si una cosa era posible, ¿por qué no podía serlo la otra?

Pero ¿por qué su familia no se lo había contado jamás?

Lo único que sabía con total certeza era que la perseguía algo que ella había liberado de forma accidental. No le cabía la menor duda.

¡Qué imbécil había sido!

Suspiró mientras alargaba un brazo para coger el jabón y sintió un dolor atroz desgarrándole el abdomen. Mil veces peor que los calambres menstruales. Intentó moverse, pero cayó al suelo retorciéndose de dolor. Le ardía la piel como si se estuviera quemando. El agua no le resultaba agradable. Su roce era como el de una cuchilla. Se le llenaron los ojos de lágrimas.

«¡Ay, Dios mío! Esto es como Alien…», pensó.

O al menos eso le parecía; era como si alguna criatura intentara salir de sus entrañas. La luz y el sonido eran una tortura. Por su mente pasaba un tropel de imágenes psicodélicas.

«¡Socorro!»

Fue incapaz de hablar en voz alta. Las palabras se le quedaron atascadas en la garganta.

De repente, alguien abrió la mampara de la ducha. Alzó la vista para ver quién era y vio a Sundown.

—¿Abigail? —dijo, preocupado.

—Ayúdame —le suplicó mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas.

Él cerró el grifo y la levantó en brazos para llevarla de vuelta a la cama.

De haber podido, ella habría protestado al ver que la llevaba mojada y desnuda. Dadas las circunstancias, le daba exactamente igual, y a él tampoco parecía importarle.

Gimió al sentir una nueva oleada de dolor.

—Tranquila —le dijo él con voz reconfortante. La arropó con una manta y le apartó el pelo de la cara con una ternura inesperada—. ¿Qué te pasa?

—No… no lo sé. Me duele.

—¿Dónde?

—En todo el cuerpo. Pero sobre todo en el estómago.

Jess le tocó el abdomen y ella soltó un alarido de dolor. En un primer momento pensó que se trataba de apendicitis. Hasta que la miró a los ojos. Eran rojos y brillantes.

—Esto… cariño, ¿no hay nada que quieras decirme?

—¿Como qué? ¿Que me siento como si estuviera dando a luz a un dragón que echa fuego por la boca?

—No exactamente. Más bien explícame por qué tienes los ojos rojos como los de un demonio.

Eran del mismo color que él ya le había visto mientras ella estaba inconsciente.

Abigail abrió la boca para responderle, pero antes de poder hablar le crecieron los colmillos.

¡Joder!

¿Habría hecho un pacto con Artemisa? Porque parecía una Cazadora Oscura, salvo que entre ellos nadie tenía los ojos rojos.

—Apártate de ella, Jess.

Al mirar por encima del hombro vio a Choo Co La Tah.

—¿Qué está pasando?

Abigail se abalanzó a por su cuello con tanta fuerza que ambos salieron despedidos de la cama.

Jess la atrapó, pero le costó mucho impedir que le mordiera. ¡Menuda fuerza tenía! Totalmente inhumana. Tuvo que volverla entre sus brazos y mantenerla inmovilizada con la espalda pegada a su torso mientras ella chillaba, furiosa.

Choo Co La Tah atravesó el dormitorio y le tomó la cara entre las manos. Acto seguido, comenzó a cantar algo que Jess no entendió, mientras Abigail se retorcía entre sus brazos para liberarse. De repente, lo golpeó con la cabeza y estuvo a punto de dejarlo sin conocimiento. No obstante, siguió aferrándola pese al dolor que le corría por el mentón.

Ella continuó forcejeando hasta que, de repente, soltó otro alarido y se desmayó.

Jess la levantó en brazos y la acunó de nuevo. Tenía la piel tan fría que lo asustó. ¿Estaría bien? La llevó de vuelta a la cama mientras Choo Co La Tah proseguía con su melódico canto.

Abigail respiraba de forma irregular y superficial. Choo Co La Tah apartó a Jess de la cama a fin de colocar una mano en la frente de Abigail. Al cabo de unos segundos, ella se relajó y pareció quedarse dormida.

Jess frunció el ceño y con los brazos en jarras preguntó:

—¿Qué le ha pasado?

—Han mezclado su sangre con la de un demonio.

Escuchar esa respuesta fue como volver a recibir otro golpe en la cabeza, que era lo último que necesitaba. Porque se sentía como si un potro salvaje lo hubiera tirado de la silla y hubiera acabado estampándose contra una cerca.

—¿Cómo has dicho?

Choo Co La Tah asintió con la cabeza.

—Creo que podemos suponer que han mezclado su ADN con el de un demonio para fortalecer sus habilidades.

Eso sí que sonaba ridículo. Pero claro, no todo el mundo era un científico brillante, y resultaba muy fácil imaginarse a un daimon medio tonto pensando que tenían un as bajo la manga si la utilizaban de esa forma.

Pero, joder, hasta ese momento habría jurado que Abigail era una persona sensata a la que no se le ocurriría cometer semejante idiotez.

Obviamente no había sido así.

—¿El demonio la está controlando?

Choo Co La Tah negó con la cabeza.

—El demonio está muerto. Los demonios controlan a la gente cuando están vivos y normalmente al morir pierden el control. Pero esto… le han hecho algo para que consiga los poderes y no sé qué es.

—Genial. —Bueno, al menos eso explicaba por qué era capaz de matar a un Cazador Oscuro—. ¿Puede convertirnos si nos muerde?

Choo Co La Tah asintió con la cabeza con gran seriedad.

—Si le crecen los colmillos y mezcla su sangre con la de otra persona, esta acabará bajo su control. El demonio que lleva en su interior ansía el control. Cuanto más tiempo lo lleve dentro, más desesperada estará por encontrar a una víctima.

Eso era lo más aterrador de todo.

—¿Y qué podemos hacer?

—Trasladarla al Valle lo antes posible y llevar a cabo el ritual.

—¿Y se pondrá bien?

Choo Co La Tah se negó a contestar. Lo que únicamente podía significar una cosa: Abigail iba a morir.