6

Jess se quedó de piedra mientras Abigail retrocedía tras oír las espantosas palabras de Zarek, aunque no tenía escapatoria. Zarek levantó una mano para mantenerla en el pasillo, con ellos. Mucho antes de casarse con una diosa, el griego ya poseía unos impresionantes poderes telequinéticos. En esos momentos eran inimaginables.

Jess lo miró sin dar crédito al tiempo que intentaba asimilar el veredicto.

—¿Me estás diciendo que Aquerón, mi jefe, ese atlante gigante que nos amarga la vida a todos, ha autorizado la muerte de una humana?

Zarek se encogió de hombros.

—Entiendo tu confusión. Es muy raro en él, pero puesto que aquí la señorita ha estado matando a Cazadores Oscuros… supongo que ha pensado en aquello del ojo por ojo. O a lo mejor es que tiene un mal día, no sé.

—No estarás de coña, ¿verdad?

Zarek soltó un gruñido irritado.

—¿Otra vez? ¿Cuántas veces vas a preguntármelo? Ahora mismo podría estar con mi mujer, con mi hijo y con mi hija en una playa, tomando el sol mientras ellos corretean por la arena. ¿Lo estoy? No, estoy aquí, encantado de venir a tomarte el pelo con gilipolleces porque así disfruto más que viendo a mi mujer corretear por la playa en biquini.

Jess contó hasta diez para evitar que Z lo cabreara. Eso era lo malo de Zarek. Que tenía un temperamento volátil, aunque él no se quedaba muy atrás. Claro que tampoco lo culpaba. Pese a la terrible infancia que Jess había tenido, era una fiesta infantil comparada con la que había sufrido Zarek.

Sin embargo, la orden que le había dado era tan opuesta a los principios que los regían que no acababa de entenderlo. Aquerón aborrecía hacer cualquier tipo de daño a los humanos. ¿Por qué lo veía bien de repente?

Eso dejaba del todo claro lo mal que estaban las cosas. Los juegos se habían acabado.

Le quitó la mordaza a Abigail de la boca. Tampoco hacía falta llegar hasta esos extremos. Sin embargo, se preparó para sus gritos e insultos. O al menos para que intentara golpearlo con la cabeza o luchar contra él.

En cambio, reaccionó con gran tranquilidad teniendo en cuenta que acababa de escuchar a Zarek sentenciarla a muerte.

—No vais a sacrificarme —dijo con los dientes apretados.

Zarek resopló.

—Nena, tú empezaste todo esto. La elección es muy sencilla. O mueres sola, con dignidad, como una guerrera, o el mundo entero muere contigo, cosa que no me haría ni pizca de gracia. Así que ya puedes enderezar los hombros y asumir las consecuencias de tus estupideces. Es como Joe contra el volcán. —Se cruzó de brazos—. Pero, al final, me importa una mierda lo que hagas. Exceptuando al vaquero aquí presente y a mi familia, odio al mundo entero de una forma que ni te imaginas. Lo mejor de esta situación es que soy inmortal. Si aniquilas a la Humanidad y te cargas el mundo… yo seguiré tan contento. Así que decidas lo que decidas, no me afectará. Eso sí, tendrás que cargar con los remordimientos de conciencia. Aunque claro, si vas a morir de todas formas… En fin, da igual. Yo os he transmitido el mensaje. Mi trabajo ha terminado y tengo que volver para continuar con el otro, que, por cierto, no sé ni cómo les permití que me convencieran de hacerlo, porque es todavía más raro y más acojonante que el de Cazador Oscuro. —Se volvió hacia Jess y le dijo—: Llámame si se acobarda, que ya me aseguraré de que sobrevivas al holocausto. —Y desapareció.

—¡Gracias, Z! —gritó Jess—. Como siempre, es un placer hablar contigo.

¿Qué iba a hacer? La verdad, pese a su amplia y variada experiencia, no estaba preparado para enfrentarse a algo así. Sí, había lidiado con repentinas epidemias de daimons, y con un asesino de daimons enloquecido capaz de resistir la luz del sol que se dio a la fuga en Alaska. Sin embargo, los daimons convertidos en demonios podían transformar a cualquiera que mordiesen y la profecía del final de mundo era un territorio totalmente nuevo para él.

De modo que no sabía lo que hacer.

La mirada de Abigail era una mezcla de terror y recelo. No parecía contenta. Aunque tampoco la culpaba, claro. Él detestaría tener que sacrificarse para salvar el mundo. Eso le amargaría el día a cualquiera. Y, la verdad, no estaba muy seguro de elegir esa opción si estuviera en el pellejo de Abigail.

—Estaba mintiendo —dijo ella, con cierto temblor en la voz.

¿No sería genial que la vida fuera tan fácil?, pensó Jess. Si se recibían malas noticias, se tildaban de falsas y asunto arreglado.

Ojalá las cosas funcionaran así.

Suspiró, compadeciéndose de ella.

—Por desgracia, Zarek nunca miente. Tal como has visto, tampoco endulza las cosas. Va directo al grano y tiene el mismo tacto que un puercoespín. —Le cortó la cuerda de las manos, que cayó al suelo—. ¿Todavía quieres pelear conmigo?

Abigail se frotó las muñecas.

—Después de lo que ha dicho, estaba pensando en huir.

Bueno, al menos era sincera. Menos mal. Jess se guardó el cuchillo en la parte trasera de los pantalones, a la espera de que ella huyese.

Abigail siguió donde estaba, insegura de lo que hacer. Sundown la miraba con una tranquilidad que ella sabía que era engañosa. Tenía los reflejos más aguzados que había visto en la vida. El hecho de que sus poderes demoníacos no fueran suficientes para vencerlo lo demostraba. Ninguno de los otros Cazadores Oscuros a los que había matado le había plantado cara, ni siquiera Oso Viejo.

Tampoco la habían noqueado ni secuestrado.

De hecho, Oso Viejo apenas si había luchado. ¿Por qué no se había empleado a fondo si tan importante era?

¿Por qué no habría comprobado antes su identidad? ¿Cómo era posible que Jonah hubiera cometido semejante error?

Antes de que pudiera decidir cómo actuar, el suelo tembló bajo sus pies. El temblor fue tan intenso que ambos cayeron al suelo.

El impacto la dejó sin aliento y se hizo daño en un codo. ¡Mucho! Era la guinda del pastel tras un día maravilloso… Una vez que se puso en pie miró a Sundown.

—¿Eso ha sido un terremoto?

Aunque no eran habituales en Las Vegas, de vez en cuando se producía alguno. Pero eran suaves. Ese había sido muy fuerte.

—No lo sé —respondió él, que se puso en pie y entró en una habitación.

«Deberías salir corriendo mientras está distraído», se dijo Abigail.

El problema era que no sabía hacia dónde huir. Puesto que no había ventanas ni escaleras, se vería obligada a buscar una salida. Sundown se percataría enseguida y trataría de detenerla.

Sus pensamientos se detuvieron de repente en cuanto oyó las noticias procedentes del televisor que él había encendido.

No había sido un terremoto.

Al parecer, alrededor de la ciudad la tierra temblaba y se abría, y de sus entrañas brotaban miles de escorpiones que lo cubrían todo como si fuera una película de terror de serie B. Cientos de miles de bichos.

¿Cómo era posible que hubiera tantos? Ella solo había visto unos cuantos a lo largo de su vida. En esos momentos era como si la tierra estuviera vomitándolos.

Se estremeció por el asco.

Sundown soltó un suspiro.

—En fin, una imagen que nadie habría esperado ver, ¿verdad? Zarek no estaba exagerando cuando habló de las plagas. ¿Por qué no pueden ser langostas como en otros sitios? No, típico de Oso Viejo hacer algo distinto.

Abigail negó con la cabeza.

—Esto no es culpa mía.

Era imposible que lo fuera. Debía haber otra explicación para lo que estaba sucediendo. Una explicación que no la señalara a ella como la culpable.

¿Y si los escorpiones estaban aburridos?

O tal vez el rey escorpión estuviera cabreado porque no le habían construido un casino. A esas alturas, Abigail estaba dispuesta a agarrarse a un clavo ardiendo con tal de no tener que morir para salvar el mundo.

—Guapa, fuiste tú quien confesó haber matado a Oso Viejo. Yo intenté negarlo, pero tú insististe. Y si fuiste tú quien le cortó la cabeza, también eres tú la culpable de esto. Acéptalo. —Cambió de canal y apareció otra imagen de los escorpiones, avanzando por una calle del centro de la ciudad en dirección hacia un grupo de personas que huían despavoridas—. Bienvenida al Apocalipsis. ¿A que es una preciosidad?

Abigail estaba al borde de las náuseas y se estremeció cuando la tierra tembló de nuevo bajo sus pies. Se apoyó en la pared para no acabar otra vez en el suelo.

—Parecía un Cazador Oscuro —insistió—. Y no me corrigió cuando lo acusé de serlo.

Sundown la miró con una ceja enarcada.

—Tenía colmillos, ¿y qué? Muchas criaturas los tienen y no son Cazadores Oscuros, incluyendo actores de Hollywood y los niños disfrazados de vampiros. Deberías haber comprobado su carnet de miembro del club antes de atacarlo. ¡Por favor! ¿Y si te hubieras encontrado con un grupo de gente disfrazada? ¿Habrías asesinado a un montón de niños inocentes?

—Por supuesto que no. Te estoy diciendo que Jonah comprobó su identidad. Él es quien comprueba la identidad de todos nuestros objetivos. El hombre que he matado esta noche era un Cazador Oscuro. Jonah no habría autorizado su captura y su muerte si se hubiera tratado de otra persona.

Sundown señaló el televisor con el mando a distancia que tenía en la mano.

—Es evidente que alguien contaba con información falsa. O que mintió, simple y llanamente.

Abigail estaba a punto de replicar cuando una parte del suelo cercana a ella se elevó. Tan pronto se enderezó, un enjambre de escorpiones surgieron de la grieta que se había formado y se extendieron por el suelo tal como habían visto que sucedía en el desierto. Lo peor de todo: esos eran de los más letales. Escorpiones negros. Aunque una picadura de uno de ellos no acabaría con su vida, si la atacaban todos a la vez, el resultado sería una muerte segura. Las neurotoxinas de su aguijón serían letales.

Además, ella era alérgica a su picadura.

Gritó e intentó apartarse, pero el suelo tembló de nuevo, acercándola a ellos. Paralizada por el terror, solo atinó a mirarlos con los ojos desorbitados.

«Voy a morir…», se dijo.

Sin duda alguna. Iban a cubrirla de los pies a la cabeza y le picarían a la vez.

El tiempo pareció ralentizarse mientras avanzaban hacia ella con una rapidez sorprendente. Pese a su pequeño tamaño, movían las patas cada vez más rápido mientras arqueaban la cola hacia delante en busca de una víctima a la que clavarle el aguijón. El sonido de sus patas sobre el suelo la dejó sin aliento. El eco de los chasquidos de sus pinzas delanteras le atronaba los oídos.

Todo su cuerpo se tensó a la espera del dolor. Ya los tenía casi encima.

Estaban cubriéndole los pies cuando alguien la levantó del suelo y la zarandeó a fin de librarla de los escorpiones. En cuanto estos cayeron al suelo, se encontró apoyada sobre un hombro muy musculoso mientras la sacaban de la habitación como si fuera una muñeca de trapo.

Sundown cerró de un portazo en cuanto estuvieron en el dormitorio y la dejó en el suelo. Incapaz de hablar todavía, Abigail sacudió un pie para quitarse de la bota un último escorpión y después lo pisó hasta que la criatura dejó de moverse.

El asco que sentía le provocó un escalofrío. Tenía la impresión de que se le habían subido de nuevo encima.

Sin embargo, el alivio le duró poco porque los escorpiones comenzaron a atacar la puerta.

Semejante persistencia y fuerza la dejó boquiabierta. ¿Qué iban a hacer?

—¿Cómo es posible que actúen así?

—No pienso preguntárselo en este momento. La verdad, me importa muy poco.

Sundown corrió hacia un armario cerrado. Tras introducir un código en el panel electrónico, la puerta se abrió. Era un armero que contenía suficientes armas para abastecer a un país pequeño.

Cogió una escopeta de trombón y un puñado de cartuchos que se metió en los bolsillos de los pantalones. Abigail corrió hacia él justo cuando los escorpiones se colaban en el dormitorio por el hueco que habían abierto en la parte inferior de la puerta.

Sundown cerró el armero y la obligó a colocarse detrás de él antes de que pudiera coger alguna arma. Acto seguido y con un brillo feroz en la mirada que era más aterrador que los bichos, comenzó a dispararles.

Los escorpiones salieron volando en todas direcciones como si fueran una nube con patas y pinzas.

Pero aquello no los detuvo. Seguían entrando y cada vez había más.

Desesperada, Abigail miró hacia el armero.

—¿No tienes un lanzallamas?

—Sí, pero lo malo es que le prendería fuego a la casa entera si lo usamos. Y eso no nos serviría de nada.

Pues no. Sin embargo, prefería morir quemada a que la atacaran todos esos escorpiones.

—¿Qué hacemos entonces?

—¿Buscar una apisonadora?

«Ojalá», pensó ella.

—Qué gracioso… —repuso ella.

Abigail intentó buscar una solución. Lo primero que había aprendido de niña después de descubrir un escorpión en su cama fue que el insecticida no les afectaba. Además, aunque lo hiciera, Sundown lo necesitaría en cantidades industriales para detenerlos. La única manera de matarlos era aplastándolos.

Lo malo era que no bastaría con sus pies para aplastar a semejante enjambre. Esos bichos cubrirían todo su cuerpo y ella moriría en cuestión de segundos.

—Lo que necesitamos es un pollo bien grande —dijo él.

Abigail lo miró con el ceño fruncido, perpleja por el comentario y por el deje burlón de su voz.

—¿Es que tienes hambre o qué?

Sundown se echó a reír al percatarse de que estaba irritada.

—Qué va. Es que les encanta perseguir a los escorpiones y matarlos. Qué pena que no tenga unos dos millones, pollo arriba o pollo abajo. ¿Quién iba a pensar algo así? Espero que no se estén merendando a mi escudero.

Sundown la instó a pasar por una puerta a través de la cual se accedía a otro dormitorio. Una vez en él, cerró con llave.

Desde el interior escuchaban el frenético avance de los escorpiones por el suelo. El sonido provocó en Abigail un escalofrío. No tardarían mucho en traspasar esa puerta.

—Entonces estamos muertos, ¿verdad?

Jess quiso negarlo, pero en ese momento no se le ocurría nada que los ayudara a escapar. Ya no contaban con más habitaciones en las que refugiarse y los escorpiones estaban atacando la puerta. En su caso no importaba, ya que sus picaduras no lo matarían.

Pero a Abigail sí.

De todas formas, aunque no lo mataran, las picaduras le dolerían una barbaridad. Y, la verdad, no le apetecía mucho llegar a ese punto.

Echó un vistazo por el dormitorio y sonrió en cuanto se le ocurrió una idea.

—Métete en la cama.

Abigail, indignada, se puso tensa.

—¿Cómo dices?

Jess sonrió al comprender lo que ella había interpretado. En circunstancias normales, no le habría importado, pero no era momento para pensar en el sexo.

—Necesitamos estar en alto. Sube a la cama.

Él lo hizo sin esperarla. Cargó la escopeta con más cartuchos y después disparó hacia el techo.

—¿Qué haces?

En vez de responderle, usó la culata de la escopeta para agrandar el agujero que había abierto con los disparos. Ojalá que no se le disparase la escopeta por error. Porque en esa posición podía hacerle daño en algún lugar delicado de su anatomía…

Abigail chilló mientras subía a la cama y se colocaba entre él y la pared. En cualquier otro momento, a Jess le habría encantado tener esas curvas tan cerca de su cuerpo.

Sin embargo, dadas las circunstancias…

—¡Están entrando! —chilló ella.

Jess echó un vistazo por encima del hombro para confirmar sus palabras.

—Vale. Creo que el agujero bastará para que subas por él al piso superior.

¿Estaba intentando salvarla?, se preguntó Abigail. La idea la dejó alucinada. Sobre todo porque ella había tratado de matarlo hacía poco. Antes de que pudiera hablar, Sundown soltó la escopeta, la aferró por las caderas y la levantó con una facilidad pasmosa. Una vez arriba, Abigail se impulsó con los brazos, aunque no le resultó fácil.

Al final consiguió pasar por el estrecho agujero. Soltó una carcajada una vez que estuvo arriba, dispuesta para correr hacia la puerta principal de la casa. Apenas había dado un paso cuando oyó que Sundown disparaba de nuevo.

Seguía atrapado.

«Déjalo», pensó ella. Se merecía que lo acribillaran con los aguijones hasta que le explotara la cabeza. Le encantaría oírlo chillar de dolor.

«Acaba de salvarte la vida.»

¿Y qué? Eso no les devolvería la vida a sus padres.

¿Y si no había mentido? ¿Y si los había matado otra persona? Si Sundown moría, tal vez nunca descubriera la verdad.

La idea la hizo reflexionar. Si Sundown no los había matado, ¿quién había sido?

¿Y por qué?

El asunto era mucho más complicado. Su aguzado instinto se lo decía.

«Nunca he sido una persona irracional», se recordó. Incluso se enorgullecía de ese hecho. Mientras otros se dejaban llevar por el pánico y se asustaban, ella se mantenía serena y racional. Era metódica.

Oyó más disparos.

Incapaz de dejarlo a su suerte con los escorpiones y deseosa de ahondar en el asunto de la muerte de sus padres, regresó al agujero del suelo. Se arrodilló junto al borde y echó un vistazo. Efectivamente, la cama estaba rodeada de escorpiones.

—¡Dame la mano! —le urgió ella.

Sundown la miró con una expresión asombrada que habría resultado cómica si las cosas no estuvieran tan mal.

Abigail se agachó hacia el agujero y le ofreció la mano.

—Vete —masculló él.

—Puedo ayudarte.

Él le sonrió, dejando a la vista sus colmillos.

—Soy un poco más corpulento que tú, preciosa. No quepo por ese agujero.

Abigail comenzó a arrancar el suelo para agrandarlo.

Jess enarcó una ceja al comprender lo que estaba haciendo. Sí, por raro que pareciera, lo estaba ayudando. ¿Quién lo iba a imaginar? Sorprendido, le dio la vuelta a la escopeta y comenzó a golpear el techo con la culata de nuevo.

Al cabo de unos minutos consiguieron agrandar el agujero.

Los escorpiones ya habían subido a la cama.

Jess los alejó a patadas antes de pasarle la escopeta a Abigail.

—Apártate, voy a saltar.

Ella cogió el arma y retrocedió.

Jess soltó un taco al sentir un par de picaduras en el tobillo y se lanzó hacia el techo. Se agarró al borde del agujero de milagro y por un instante quedó suspendido sobre la cama, que a esas alturas estaba cubierta de bichos asquerosos. Sacudió las piernas para asegurarse de que no llevaba ninguno encima y después tomó impulso con los brazos, cuyos músculos se abultaron por el esfuerzo, para pasar por el agujero y encaramarse al suelo de madera. Lo logró, no sin unos cuantos arañazos en todo el cuerpo. Por no mencionar el dolor abrasador que sentía en la pierna donde le habían picado los escorpiones.

Abigail estaba agazapada contra una pared, apuntándolo con la escopeta.

Jess pasó de ella y caminó hacia una estantería que procedió a tirar al suelo para cubrir el agujero. Con suerte, eso detendría un poco más a los escorpiones.

Abigail amartilló la escopeta.

Eso sí le hizo gracia a Jess.

—Cariño, no puedes matarme de un disparo. Solo conseguirás cabrearme.

—Es posible, pero puede resultar divertido. —Bajó el cañón y apuntó hacia su entrepierna—. Y aunque no te mate, estoy casi segura de que puedo arruinar tu vida social.

Jess rió al escuchar la convicción con la que ella hablaba.

—Lo malo es que hay un problema.

—¿Ah, sí? —preguntó ella.

Jess señaló la escopeta con un gesto de la barbilla.

—No está cargada —dijo—. He usado los dos últimos cartuchos abajo.

Abigail abrió la escopeta y soltó un taco al ver que decía la verdad.

—Qué mala suerte la mía…

Pues sí. Pero él no se la habría entregado de haber estado cargada. Hacía mucho tiempo que no cometía ese tipo de estupideces. Sin embargo, la admiraba por el valor que estaba demostrando.

Mientras le quitaba la escopeta de las manos, hizo un recorrido mental por su casa para recordar en qué estancias entraba el sol y en cuáles no.

«Joder, espero que Andy se acordara de cerrar la casa a cal y canto.»

Si no lo había hecho, Abigail podía escapar y él se vería incapacitado para hacer nada hasta que se pusiera el sol.

A menos que le disparara, claro. Porque llevaba dos cartuchos en el bolsillo…

Otro terremoto sacudió la casa.

Ella jadeó, alarmada.

—¿Crees que vienen más?

—¿Con la suerte que tenemos? Seguro.

—¿Cómo los detenemos?

Jess no tenía ni idea, porque eran demasiados. Si fuera Talon, podría bajar la temperatura y congelarlos. Pero a diferencia del celta, sus poderes de Cazador Oscuro no incluían el control del clima.

Acababa de pensar en eso cuando la casa se quedó repentinamente a oscuras, tan oscura como si fuera media noche en su época de humano, cuando no había nada en la pradera. Hacía años que no veía una oscuridad semejante. Desde que la luz eléctrica atenuaba el brillo de las estrellas.

—¿Qué pasa?

Jess hizo oídos sordos a la pregunta de Abigail mientras caminaba pegado a la pared en dirección a una ventana. En ese instante sonó un trueno y comenzó a nevar.

Jadeó, asombrado porque no esperaba encontrarse con algo así. Era mucho más sorprendente que la invasión de escorpiones.

—Está nevando —anunció.

En abril. En Las Vegas. El fin del mundo estaba cerca, sí.

Abigail no lo creyó hasta verlo con sus propios ojos. Efectivamente, del cielo caían unos gruesos copos de nieve. El contraste del blanco y el negro era precioso.

Sin embargo…

—He puesto en marcha el Apocalipsis —murmuró ella. No había otra explicación posible. Ese tipo de cosas solo sucedían en las películas y las profecías que anunciaban el fin del mundo—. ¿Qué he hecho?

Sundown se colocó la escopeta sobre un hombro, tal como habría hecho incontables veces en el pasado, pensó ella. Parecía un forajido, armado y listo para la siguiente ronda de disparos. Solo le faltaba el sombrero para completar el cuadro. Sin embargo, lo más molesto de todo era lo sexy que parecía en esa postura… pese a los pantalones del Psycho Bunny que llevaba.

«Me he vuelto loca.»

El estrés de los últimos minutos debía de haberla afectado. Seguro. Porque de otra manera sería imposible que pensara eso en vez de verlo como a un monstruo.

Tragó saliva. Su padre adoptivo siempre le había dicho que el mal era hermoso y seductor. De no ser así, nadie se dejaría tentar. Por eso Artemisa había buscado a hombres tan guapos para su ejército de Cazadores Oscuros. Así atraían a sus víctimas antes de asesinarlas.

Pasara lo que pasase, debía tener ese hecho muy presente.

Sundown se encogió de hombros.

—Bueno, parece que has abierto la caja de Pandora. Y según lo que dijo Z, eres la única que puede cerrarla.

Abigail se masajeó la sien izquierda en un intento por aliviar el palpitante dolor que sentía detrás del ojo.

—Solo intentaba proteger a mi gente y a mi familia de vosotros.

—Nunca he sido una amenaza para ti.

Abigail estaba a punto de protestar, pero antes de poder hacerlo el suelo se abrió literalmente bajo sus pies y se la tragó.

¡Por el amor de Dios, iba a morir!