Se había reunido toda la familia frente al limonero. Silenciosos, observaban las órdenes del juez, que era el único que parecía hallarse realmente presente. Los recuerdos de cada uno pululaban sobre sus cabezas tratando de no mezclarse.
Helena recordaba la primera vez que vio a Eduardo y cómo se sintió fascinada por su personalidad. María pensaba en el instante en que supo que estaba embarazada de Marc y la mirada de Víctor al escuchar la noticia. Marc no comprendía muy bien lo que estaban haciendo a pesar de saber exactamente lo que era. Alberto se enjugaba una lágrima. Los viejos, ya se sabe, no controlan las emociones. Maite se agarraba a su brazo, más para sostenerle que para apoyarse. No podía dejar de pensar en lo que le esperaba al día siguiente. Ya estaba todo preparado, saldrían para Arabia a primera hora de la mañana.
Y Víctor. Víctor tenía la impresión de estar pagando una deuda. Una deuda que no era suya, pero que habían cargado a su cuenta. Estaba erguido, seguro de lo que había decidido. En su mente, pues sabía que era algo que no podía decir en voz alta, lanzaba un «estás perdonada, Esther», sin dejar de mirar al operario que cavaba en el jardín.
Maite observaba a su hermano y por primera vez pudo salir de su propia historia y, por un instante, apenas unos segundos, entrar en la de Víctor. Había pensado en sí misma, en sus padres, incluso en Esther, después de leer el relato de Helena.
Nunca pensó en él. Aquel que se había perdido sin saberlo, aquel que había vivido una vida que no era la suya mientras su sitio en la mesa de la familia Reyes quedaba vacío. Intensamente vacío. Cuántos momentos, cuántas horas en la distancia de otra vida. Cuántas noches recordado, sin haber sido olvidado.
Víctor alzó la vista de aquel agujero, le temblaban las manos. Sus ojos se cruzaron con los de su hermana y comprendió.
Maite volvió la vista a la tumba profanada. Sintió el estremecimiento que provoca la conciencia de la muerte y no pudo evitar que su mente volviese a soñar con encontrar aquella otra tumba equivocada. Largamente buscada.
La gran doncella que vive en On ha colocado sus manos sobre ti, porque no hay madre tuya entre los hombres que pueda darte a luz y no hay padre tuyo que pueda engendrarte.
Texto de resurrección.
Textos de las pirámides.